Fundamentos de la economía civil parael diseño de las

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Fundamentos de la economía civil
parael diseño de las organizaciones*
Patrici Calvo
Universitat Jaume I
Departamento de Filosofía y Sociología
[email protected]
Resumen: El presente estudio tiene por objeto analizar el diseño de las organizaciones
que subyacen tras el enfoque de «economía civil» desarrollado por los economistas
italianos Luigino Bruni y Stefano Zamagni. Este tipo de organización, estructurada
sobre la base de la lógica de la reciprocidad, está en disposición de generar y potenciar
bienes relacionales y capital social tipo empoderamiento, recursos intangibles que son
condición de posibilidad de una economía robusta, sostenible y sostenida.
Palabras clave: economía civil, bienes relacionales, diseño de las organizaciones, empoderamiento, reciprocidad, autorrealización, virtudes cívicas.
Abstract: The aim of the present study is to analyse the design of the organisations that
lie behind the “civil economy” approach developed by the Italian economists Luigino
Bruni and Stefano Zamagni. Specifically, this type of organisation is structured on the
logic of reciprocity, and is in a position to generate and strengthen relational goods
and empowering types of social capital, intangible resources that are a condition of
possibility for a robust, sustainable and sustained economy.
Keywords: civil economy, relational goods, organizational design, empowerment,
reciprocity, self-fulfillment, civic virtues.
Este estudio se inserta en el Proyecto de Investigación Científica y Desarrollo Tecnológico FFI201021639-C02-02, financiado por el Ministerio de Ciencia e Innovación (actualmente Ministerio de Economía y
Competitividad) y con Fondos FEDER de la Unión Europea, y en las actividades del grupo de investigación de
excelencia PROMETEO/2009/085 de la Generalitat Valenciana.
Revista Internacional de Organizaciones, nº 10, junio 2013, 65–84
ISSN: 2013-570X; EISSN: 1886-4171. http://www.revista-rio.org
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El enfoque de la «economía civil», desarrollado por Luigino Bruni y Stefano Zamagni, es una propuesta alternativa de economía que incide principalmente en la
necesidad de corregir el déficit de fraternidad de las sociedades postindustriales
actuales. Esta propuesta trata de mostrar que los problemas económicos, sociales
y medioambientales de las economías de mercado y de las sociedades postindustriales tienen que ver con la falta de relacionalidad. Fruto de una racionalidad
económica fundamentada en el supuesto egoísmo universal de los agentes económicos, este hecho condiciona en gran medida el progreso económico y social
al lastrar las posibilidades de satisfacer aquellos bienes relacionales implicados
directamente en la autorrealización de las personas.
Así pues, tras este enfoque civil y civilizador de la economía subyace una idea
clara: las sociedades actuales mantienen necesidades adquisitivas, pero, sobre
todo, autorrealizadoras. Sin embargo, mientras las economías de mercado se han
mostrado altamente eficientes en la generación y potenciación de aquellos bienes
privados —aquellos que se obtienen y se consumen en solitario— relacionados
con las necesidades adquisitivas de las personas, también se han revelado como
incapaces de producir los suficientes bienes relacionales —aquellos que se generan y se disfrutan en compañía— que satisfagan sus necesidades autorrealizadoras. Bruni y Zamagni entienden que la solución pasa por permitir la aplicación e
implementación de la reciprocidad en la práctica económica mediante organizaciones y empresas civiles que operen en igualdad de condiciones dentro del mercado, aquellas que se orientan principalmente por la lógica de la reciprocidad. De
esta forma, se complementarían aquellos principios básicos e insustituibles para
el desarrollo económico, social y humano —eficiencia, equidad y reciprocidad—
que gestionan tres tipos de bienes fundamentales para las personas —adquisitivos, de justicia y relacionales—.
En este sentido, ambos economistas señalan que las instituciones económicas
son fundamentales para ayudar a corregir este problema, puesto que son ellas
las que tienen la capacidad de fomentar y promover en igualdad de condiciones
aquellas organizaciones y empresas de la sociedad civil que realizan su tarea desde una racionalidad recíproca. Esto es, relacional. Sin embargo, este hecho difícilmente podrá ser una realidad mientras su diseño institucional continúe bajo
la influencia del homo oeconomicus. Fundamentalmente, porque actualmente las
instituciones del mercado favorecen comportamientos eficientes y penalizan el
resto por, supuestamente, incurrir en irracionalidad. De ahí que sea necesario revisar ese diseño institucional que, como muestra Ostrom, no solo es posible sino
necesario para un correcto y sostenible funcionamiento de la institución (2001:
29-31).
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La propuesta de la economía civil se ha convertido actualmente en una alternativa posible a la idea prevalente de economía sustentada sobre la racionalidad
autointeresada e individualista del homo oeconomicus. De hecho, los ejemplos de
organizaciones y empresas de la sociedad civil alrededor del mundo que están desarrollando sus trabajos apoyándose en una lógica recíproca, relacional, son cada
vez más numerosos. Del mismo modo, la influencia de este enfoque alternativo
de la economía sobre diferentes sectores del ámbito académico a nivel internacional ha aumentado considerablemente en la última década. Para comprender qué
posibles orientaciones puede ofrecer en el diseño de las instituciones económicas
y de las organizaciones y empresas con y sin ánimo de lucro, en un primer momento se mostrará en qué consiste el enfoque de «economía civil» desarrollado
por Bruni y Zamagni. En un segundo momento se analizará uno de los conceptos básicos de este enfoque: el de «bienes relacionales». En un tercer momento
se abordará el papel de las organizaciones civiles en el diseño de las instituciones
económicas. Finalmente, en un cuarto momento se reflexionará sobre las organizaciones civiles y el capital social tipo empoderamiento, con el objetivo de comprobar cuál puede ser su potencial de aplicación sobre instituciones, organizaciones y empresas económicas, sean o no civiles.
1. El enfoque de la economía civil
La expresión «economía civil» se utiliza desde hace tiempo en el ámbito de la
economía. Posiblemente, desde que en 1992 Richard Rose publicase «Toward a
Civil Economy» en la Journal Democracy. Sin embargo, ni es una expresión contemporánea ni su sentido es unívoco. El concepto es antiguo y se remonta a los
trabajos de la escuela napolitana del siglo xviii que, asentados sobre la base de la
tradición clásica y el medievo cristiano, buscaron retomar la línea del humanismo civil para luchar contra el descarnado individualismo que había impregnado
toda la economía de su época y, desde ahí, otras esferas de la sociedad (Bruni y
Zamagni, 2007: 67-79).
A diferencia de otras, como la norteamericana,1 la propuesta desarrollada por
Bruni y Zamagni desde el norte de Italia está intrínsecamente ligada a la corriente de pensamiento de la Escuela Napolitana del siglo xviii, aunque adaptándola
a los nuevos tiempos y desarrollándola mediante otras aportaciones importantes.
Por tanto, recoge todo el saber alcanzado por la propuesta moderna de economía
civil y lo enriquece a través de la economía relacional y la economía de comunión.
Dos visiones que integran otras teorías, como la teoría de los juegos ampliada, la
1 Cf. Bruyn (2000) para conocer los aspectos de esta propuesta norteamericana de «economía civil».
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teoría de la coevolución o la teoría del capital social, así como otras propuestas
conceptuales, como los bienes relacionales, la reciprocidad transitiva o la reciprocidad incondicionada.2
A través de todo este bagaje, Bruni y Zamagni intentan generar un marco
regulativo desde el cual poder abordar con éxito las deficiencias de una economía
de mercado tradicional que, fundamentada en el egoísmo y el individualismo, limita su propio desarrollo y el de la sociedad en general. Para ambos economistas,
tras los problemas a los cuales se enfrentan actualmente el mercado, la sociedad
y el Estado, subyace precisamente la negación de la relacionalidad. Este hecho
ralentiza y minimiza el desarrollo de las tres esferas y el logro de óptimos resultados tanto extrínsecos como intrínsecos de los agentes económicos implicados en
la actividad. En primer lugar, porque no permite llevar a cabo una acción colectiva
desde la que superar esa barrera del «equilibrio subóptimo» que el homo oeconomicus es incapaz de salvar por sus propios medios. En segundo lugar, porque
no permite encontrar la forma o formas de hacer que la actividad económica sea
sostenida y sostenible al mismo tiempo. Y, en tercer lugar, porque imposibilita la
generación de bienes relacionales como la amistad, la confianza o la reciprocidad,
que están implicados tanto en el éxito sostenido y sustentable de la actividad
económica como en la autorrealización de los agentes.
Para Bruni y Zamagni (2007), esta despreocupación por la relacionalidad
tiene mucho que ver con un orden social actual. Este se ha estructurado en base
a dos principios regulativos básicos, la eficiencia y la equidad, que, procurados
principalmente por los mecanismos del «intercambio de equivalentes» y de la
«solidaridad», son garantizados a través de instituciones como el mercado y el
Estado. Esto es, el mercado, garantizando una actividad de intercambio de equivalentes orientada por el principio de eficiencia, permite que se genere de forma
inintencionada riqueza para la sociedad, mientras que el Estado, garantizando
una acción solidaria orientada desde el principio de equidad, logra que se corrijan las posibles deficiencias en la distribución de esta riqueza «inintencionada»
generada por la actividad del mercado. La principal función del mercado, por
consiguiente, es lograr los mayores beneficios posibles, mientras que la del Estado
es redistribuir la riqueza para evitar que existan excluidos dentro de la sociedad
(Bruni y Zamagni, 2007: 21).
Ahora bien, el problema es que ambos principios son necesarios pero no suficientes para solucionar todos los problemas actuales. Aspectos fundamentales
como la generación de confianza o de libertad positiva que permite a las personas
llevar a cabo aquello que tienen buenas razones para valorar, los proyectos de vida
2 Cf. Calvo (2012) para profundizar en ambas propuestas de reciprocidad.
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de cuya satisfacción depende su autorrealización, no pueden lograrse sin otro
principio, el de la reciprocidad, el cual no puede ser generado ni por el mercado
ni por el Estado, sino solo por la sociedad civil. La reciprocidad, como muestra
la propuesta transitiva de Zamagni (2006, 2007, 2009), posibilita a) el establecimiento de acciones de cooperación entre agentes económicos que permite pensar
en óptimos beneficios para los implicados; b) cohesionar el espacio gracias a la
potenciación de las relaciones de calidad no basadas únicamente en los resultados, sino en el valor intrínseco que constituye para los agentes la relación misma,
y c) generar los bienes privados y los bienes relacionales que permitan a las personas llevar a cabo sus proyectos de vida y autorrealizarse.
Así, de esta idea se desprende que el problema actual del desarrollo económico y social responde a una cuestión no tanto de falta de recursos como de escasez
de relacionalidad interpersonal. Por tanto, según Zamagni (2007) la solución de
los problemas actuales pasa por crear un orden social que esté a la altura de las
exigencias de la nueva sociedad postindustrial, y eso requiere de la coexistencia
en igualdad de condiciones de tres principios básicos —eficiencia, equidad y reciprocidad— que producen tres tipos de bienes distintos e insustituibles para
la sociedad y para la economía de mercado —bienes privados, bienes de justicia
y bienes relacionales—. La generación, en mayor o menor medida, de los dos
primeros tipos de bienes está garantizada por importantes instituciones como el
mercado y el Estado. Sin embargo, el tercer tipo requiere de la sociedad civil, de
que esta pueda disponer de un espacio suficiente para poder generarlo y potenciarlo en igualdad de condiciones.
De esta manera, la idea que subyace en la economía civil contemporánea es,
principalmente, la de un camino intermedio entre el «solo mercado» de los liberales y «solo Estado» de los comunitaristas. Esto es, la sustitución del solo por el
no solo, puesto que la complementación y el reforzamiento entre eficiencia, equidad y reciprocidad —entre mercado, Estado y sociedad civil— es para Bruni y
Zamagni condición necesaria para alcanzar una economía más humana, civil y
civilizadora que ayude a fortalecer el vínculo social y genere, de este modo, la confianza generalizada necesaria para el correcto funcionamiento de las tres esferas
(Bruni y Zamagni, 2007: 22).
La importancia de esta complementación y fortalecimiento radica, según Zamagni, en que el propio mercado no puede durar mucho tiempo sin aquellos valores que, como la gratuidad, la confianza, la reciprocidad o la simpatía, lo orientan hacia su horizonte de sentido (2006: 41, 43). Por otro lado, las instituciones
políticas tampoco se pueden permitir por más tiempo no potenciar el desarrollo
de la reciprocidad, puesto que cada vez se ven más incapaces de «asegurar una
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ecuánime distribución de los frutos del desarrollo y dilatar los espacios de libertad de los ciudadanos» (Zamagni, 2007: 29). En este sentido, para volver a
hacer del mercado un mecanismo de refuerzo del vínculo social desde el cual
potenciar la generación de todos estos bienes relacionales, así como del Estado
una institución capaz de corregir las desviaciones de la riqueza para que no haya
excluidos, es necesario generar una economía con espacios suficientes para que
aquellas personas, instituciones, organizaciones o empresas que se orienten hacia
la reciprocidad no sean marginadas y puedan desarrollar plenamente su actividad
productiva (2006: 41, 43).
Por todo lo anterior, el elemento clave de la economía civil contemporánea
es, como antaño, la reciprocidad, esto es, la aplicación e implementación en economía del principio de fraternidad. La reciprocidad logra establecer, también en
la esfera económica, relaciones genuinas que, basadas en la gratuidad, permiten
generar sostenida y sosteniblemente aquellos bienes relacionales implicados en la
felicidad de las personas. Una felicidad en el sentido «eudaimónico» del término
que, como en el caso de la escuela napolitana, es considerada como pública y relacional (Bruni y Zamagni, 2004: 25).
En definitiva, la economía civil entiende que se puede vivir la experiencia de
la sociabilidad humana en el interior de la vida económica normal y no fuera de
ella o paralelamente a ella, tal como sugiere el modelo dicotómico de orden social
(Zamagni, 2009: 22). De este modo se puede lograr generar la confianza generalizada necesaria para la existencia tanto los mercados como de las sociedades, así
como desarrollar la libertad positiva que ofrece la posibilidad a las personas de
poder llevar a cabo aquello que tienen buenas razones para valorar y que les permite alcanzar sus máximos de felicidad (Bruni y Zamagni, 2007: 21). Por consiguiente, una economía relacional, civil y civilizadora es una propuesta económica
que entiende «la experiencia de la dimensión social humana como una realidad
unitaria», por lo que la amistad o la reciprocidad no pueden quedar al margen, al
igual que las relaciones económicas de mercado, tanto de beneficio mutuo como
de asistencia mutua(Bruni, 2008: 42).
De esta forma, la economía civil pone de relieve el valor intrínseco de las interacciones sociales, que no son, como para Smith y los liberales, medios para el
desarrollo cívico de la sociedad, pero tampoco siempre relaciones de explotación.
Las relaciones económicas son una expresión de la vida civil y, por tanto, deben
encuadrarse y valorarse como se valoran todas las realidades de la vida civil. Se
trata de relaciones que no son de naturaleza distinta, por lo que todos los principios que rigen la vida en común deben estar presentes en la economía (Bruni,
2008: 43).
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Por estos y otros motivos, Zamagni cree necesario recuperar la relacionalidad
entre agentes económicos (2010c: 60), y eso requiere tanto volver a introducir
la reciprocidad en la actividad económica a través de sus instituciones, organizaciones y empresas como dejar el espacio de libertad suficiente para que pueda
desarrollarse en igualdad de condiciones. Esto es, buscar la manera de que los tres
principios básicos —eficiencia, equidad y reciprocidadv puedan coexistir para
reforzarse, complementarse y coevolucionar hacia nuevas formas mucho más desarrolladas y adaptadas a los nuevos retos de nuestro tiempo.
2. Los bienes relacionales
El concepto bienes relacionales fue trabajado por primera vez en 1986 por Martha
Nussbaum a través de sus estudios sobre Aristóteles en The Fragility of Goodness:
Luck and Ethics in Greek Tragedy and Philosophy (2001: 343-335). Nussbaum
entiende por bienes relacionales aquellas «experiencias humanas en las que el
bien es la relación por sí misma», como pueden ser el amor recíproco, la amistad y el compromiso civil, tres formas específicas de bienes que nacen y mueren
con la relación misma (Bruni, 2005: 552; 2008: 91). Estos bienes no pueden
generarse tras una relación instrumental, puesto que, como afirmaba Aristóteles, la amistad más elevada que contribuye a la eudaimonía es una virtud y, por
consiguiente, no puede ser instrumentalizada (Nussbaum, 2001: 361). Como
argumenta Nussbaum siguiendo la propuesta aristotélica de eudaimonía, la vida
solitaria es insuficiente para la felicidad humana, puesto que «no la escogeríamos
ni la consideraríamos suficiente. Defender lo contrario contradice nuestras elecciones y creencias (…). La ‘eudaimonía’ debe englobar todo valor sin el que una
vida se juzgaría como incompleta». Una vida solitaria, por consiguiente, «no solo
es menos que perfecta; también carece de algo tan fundamental que difícilmente
estaríamos dispuestos a calificarla de humana» (Nussbaum, 2001: 350).
En esta misma línea argumentativa se mueve Zamagni en su enfoque de economía civil, puesto que entiende por bien relacional «aquel que produce utilidad
para el consumidor solo si es compartida con otros sujetos» (Zamagni, 1999:
225). Se trata, pues, de bienes intangibles que a) se generan en relación; b) cubren
ciertas necesidades humanas que, marginadas por la teoría tradicional, son causa
de algunos de los grandes problemas socioeconómicos de nuestro tiempo (las
necesidades autorrealizadoras); y c) son posibles gracias al sentimiento de «gratuidad» que se descubre tras una relación entre personas. Es, por consiguiente,
la relación misma y no el resultado de esta la que constituye el bien (Zamagni,
2010b: 88).
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Por ello, la atribución de la existencia, también en economía, de necesidades
humanas autorrealizadoras como la amistad, el amor, el cariño, el reconocimiento, el aprecio o la identidad, supone para Zamagni tener que ir más allá del paradigma individualista y su concepción de felicidad como simple «utilidad». Esto
es, la utilidad juega un papel importante para el desarrollo de la felicidad, pero no
es suficiente para lograr su pleno desarrollo.3 El problema principal de esta concepción estriba en que la utilidad está ligada a la propiedad de la relación entre
el objeto y el sujeto —incluso el resto de agentes son vistos de forma únicamente
instrumental, como simples medios para maximizar la utilidad de un individuo
o grupo—, mientras que la felicidad tiene que ver con la propiedad de la relación
entre sujeto y sujeto, entre persona y persona (Zamagni, 2006: 64-65). En las
últimas décadas, la preocupación de la economía por la utilidad ha permitido el
aumento sustancial de los ingresos que mejoran los niveles de pobreza absoluta
de los agentes económicos. Sin embargo, su tradicional desarraigo y despreocupación por la relacionalidad entre agentes la ha vuelto incapaz de actuar sobre
otros niveles de pobreza que, como la relativa, dependen esencialmente de las
relaciones interpersonales de calidad y no de los resultados derivados. Este hecho
permite entender por qué en sociedades como las occidentales, que disfrutan de
un nivel de renta y de apropiación de bienes objetivos mayor que en cualquier
otra época de la historia, los niveles de felicidad resultantes no muestran una
diferencia significativa con otros países menos desarrollados4 (Bruni y Zamagni,
2007: 218-219).
Para Zamagni, la solución a esta paradoja se halla en la comprensión de la
felicidad como eudaimonía; esto es, no como apropiación, sino como autorrealización. Se trata de un sentido de felicidad donde la relacionalidad entre personas
subyace como condición de posibilidad de su prosperidad (Zamagni, 2006: 6465). Por este motivo, la felicidad no puede supeditarse solo a la dimensión de
la utilidad, entre otras cosas porque esta ofrece la posibilidad de ser satisfecha
a través de comportamientos individualistas, mientras que la dimensión autorrealizativa del agente exige relaciones interpersonales continuadas. En tanto que
«florecimiento» —interpretación moderna que hace Sen de la felicidad eudaimónica aristotélica—, la felicidad de las personas depende tanto del consumo de
bienes privados —materiales— como de bienes relacionales —autorrealizadores— (Bruni y Zamagni, 2007: 144). En la armonía de ambos bienes se encuen3 La influencia del pensamiento aristotélico a través de los estudios de Nussbaum es fundamental en la construcción de la propuesta teórica de Zamagni.
4 Este hecho vendría a ser la paradoja de la felicidad planteada por Richard Easterlin en 1974 tras los estudios
que llevaron a cabo los psicólogos Brickman y Campbell y que mostraron en «Hedonic Relativism and Plannig
the Good Society» (1971): después de un determinado nivel de renta, mejorar las condiciones objetivas de las
personas no produce efectos reales sobre su bienestar.
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tra la clave que posibilita a los agentes hallar una felicidad que, desde este punto
de vista, no es privada, sino pública.
El punto fundamental del pensamiento de Zamagni reside en la construcción
de la identidad, en esa realización del yo que implica reconocimiento mutuo y
desde la cual se determina el ligatio que ob-liga a las personas: su mutua dependencia. Mediante el proceso de construcción de la identidad, los individuos en
relación buscan tanto reconocerse en los demás como ser reconocidos por los
demás. Este proceso implica dos cuestiones importantes que resultan paradójicas: por una parte, que, en tanto que las personas se constituyen como diferentes,
se distancian irremediablemente de los otros; por otra, que ese mismo proceso
de reconocimiento que separa a las personas logra, paradójicamente, afianzar el
vínculo que las une, la analogía que las asemeja y que hace visible su mutua dependencia: la búsqueda de la felicidad que, además de destaparse como tendencia
natural del ser humano, es pública y relacional. Como argumenta Zamagni, el
«bien de la autorrealización se alcanza cuando existe un reconocimiento recíproco» (2008: 485), de ahí que dejar fuera del discurso económico la relacionalidad
limite al ser humano las posibilidades de llegar a autorrealizarse y, por ende, de
alcanzar la plena felicidad.
3. Las organizaciones civiles y el diseño de las
instituciones económicas
La economía contemporánea parte de un modelo de organización concreto, el
capitalista, cuya fuerza motivacional se fundamenta únicamente de la maximización del beneficio a corto plazo. En principio, más allá de corregir alguna deficiencia derivada de su eventual y contingente mal funcionamiento, no parece
posible considerar modelos alternativos orientados por lógicas distintas. Esto es,
organizaciones que no se guíen solo por la lógica de la eficiencia y la maximización del beneficio a corto plazo, que puedan paliar el déficit de relacionalidad de
la economía actual. De ahí que Bruni y Zamagni se pregunten si este hecho es
casual o, por el contrario, responde a un constructo generado por la teoría económica para justificar tanto la Revolución Industrial como el orden social del siglo
xix y parte del xx (Bruni y Zamagni, 2007: 9; Zamagni, 2010a: 80).
El orden social en estas épocas se sustentaba básicamente sobre dos importantes instituciones: el mercado y el Estado. Mientras el pensamiento liberal enfatiza el mercado y deja en mínimos al Estado, el pensamiento socialista lleva
a cabo la operación a la inversa (Bruni y Zamagni, 2007: 9-10). Sin embargo,
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ninguna de las dos corrientes aporta una estructura institucional, organizacional
y empresarial que logre ir más allá de «bienes privados» o «bienes públicos» implicados en la mejora de los niveles absolutos de riqueza de los agentes. En ambos
casos, la relacionalidad se ve desplazada, impidiendo de esta forma la generación
de aquellos bienes relacionales que son también condición necesaria para el correcto funcionamiento tanto de la economía como de la sociedad. Para salvar este
inconveniente, el enfoque de la economía civil apuesta por introducir otra esfera:
la sociedad civil. Con esta, es posible establecer una estructura que, a través de
instituciones, organizaciones y empresas, conjugue armónicamente los principios
de eficiencia, equidad y reciprocidad señalados para posibilitar la generación y
potenciación de los tres tipos de bienes que están detrás de un desarrollo económico, social y humanamente sostenible: bienes privados, bienes de justicia y
bienes relacionales.
Para Bruni y Zamagni, la idea de sociedad civil se empieza a forjar durante
la época clásica, a través de la política de Aristóteles y las reflexiones de Cicerón
sobre las virtudes cívicas.5 Sin embargo, su punto de partida se sitúa realmente en
la caída del Imperio romano y el advenimiento del cristianismo, puesto que es ahí
donde se fragua la separación entre sociedad civil y sociedad política como «resultado de un proceso cultural activado por el cristianismo» en el que se pasa de
la «cultura del uno» —el individuo de la polis— a la «cultura de lo múltiple» —el
ciudadano de la civitas—. Por consiguiente, el desarrollo de la sociedad civil como
comunidad y lugar de las virtudes cívicas conformaría la naturaleza particular de
la economía civil, que se iría configurando a lo largo de las principales tres etapas
de la Edad Media (Bruni y Zamagni, 2007: 27).
Así pues, la economía civil apunta hacia la sociedad civil. En tanto que lugar
propio de las relaciones interpersonales, es esta esfera la que puede generar y potenciar los bienes relacionales que permiten a la economía volver a convertirse en
un espacio civilizado y civilizador capaz tanto de mantenerse cohesionado como
de ayudar a mantener cohesionada la sociedad. Pero para ello es preciso dejar
atrás la racionalidad económica fundamentada en la homogeneidad motivacional
del homo oeconomicus. Solo así es viable definir el mercado como un espacio real
de libertad donde las personas con predisposición o voluntad de orientarse por la
reciprocidad puedan llevar a cabo sus proyectos sin sufrir agravio. En otras palabras, una economía sostenida y sostenible requiere dejar atrás el individualismo
axiológico que, fomentado desde la racionalidad económica tradicional, faculta
a las instituciones implicadas a promover únicamente un tipo concreto de organización: aquella preocupada únicamente por la maximización de su propio
5 Bruni y Zamagni interpretan la sociedad civil como un «espacio intermedio dotado de una cierta autonomía
respecto del Estado y del individuo» (2007: 27). Es el lugar propio de las relaciones interpersonales.
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interés. De este modo, es posible lograr introducir otro tipo de organizaciones
que abastezcan la sociedad de bienes relacionales y complementen de esta forma
tanto las actividades que llevan a cabo las organizaciones capitalistas como las
acciones redistributivas del Estado. Como argumentan Bruni y Zamagni,
lo que «desgasta» el vínculo social no es el mercado, sino un mercado reducido a
mero intercambio de equivalentes; no el mercado civil, sino el que, por no estar
edificado —como bien sabían los humanistas civiles— sobre el basamento de
las virtudes civiles, puede ser calificado como «incivil» (2007: 170).
Esta apertura del mercado permite introducir en igualdad de condiciones
aquellas organizaciones típicas de la sociedad civil basadas en las virtudes cívicas
y orientadas por la reciprocidad. Sin embargo, uno de los mayores problemas
actuales de la organización sin ánimo de lucro se encuentra en la falta de un
reconocimiento explícito de su labor más allá de una mera solución al mal funcionamiento coyuntural de la estructura mercado-Estado que sustenta el orden
social actual. Esto se debe, principalmente, a que la teoría económica tradicional
se sigue basando en la racionalidad del homo oeconomicus, con lo cual se hace
imposible «ofrecer una explicación no tautológica del advenimiento de sujetos
non profit» (Bruni y Zamagni, 2007: 123). Las organizaciones sin ánimo de lucro
se ven a sí mismas como organizaciones que, a través del uso de recursos provenientes principalmente de la ciudadanía, florecen para cubrir la demanda de
aquellos bienes públicos que el Estado no logra alcanzar. De esta idea subyace
el reconocimiento de que las organizaciones sin ánimo de lucro son totalmente
prescindibles, puesto que nacen como solución al fracaso de los gobiernos en el
adecuado suministro de bienes públicos a la sociedad y que, lógicamente, desaparecerían si el Estado y el mercado funcionaran correctamente (Bruni y Zamagni,
2007: 116-119).
Ahora bien, esta idea no es sostenible. A diferencia de las organizaciones sociales, que actúan del lado de la demanda, las organizaciones civiles parten del
punto de vista de la oferta. Nacen con la idea de producir de forma intencionada
productos que generen externalidades sociales positivas, uno de los elementos
más típicos del capital social: salud pública, cohesión social, desarrollo local, etc.
Su objetivo, pues, no es solo tratar de cubrirla demanda de bienes públicos que el
Estado no alcanza a satisfacer, sino también estimular el consumo a través de la
generación de productos con un valor social positivo, posean o no en ese momento una demanda adecuada para ello (Bruni y Zamagni, 2007: 161).
Así pues, se trata de un modelo de organización basado en la reciprocidad y
la asistencia mutua, por lo que se estructura alrededor de relaciones sustentadas
sobre tres cuestiones básicas que favorecen la creación de redes interorganizativas
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y contratos relacionales que minimizan tanto los costes de transacción como la
aparición de free-riders: bidireccionalidad, incondicionalidad condicional y transitividad (Bruni y Zamagni, 2007: 162). Este tipo de relaciones permite generar
y potenciar los bienes implicados en la autorrealización de los agentes y en la
robustez y sostenibilidad de las sociedades y de las economías de mercado postindustriales, los bienes relacionales, por lo que es necesario potenciar la actividad
de aquellas organizaciones que generan este tipo de oferta.
4. Las organizaciones civiles y el capital social como
empoderamiento
Que el bienestar de las personas no se encuentra asociado únicamente con la
satisfacción de necesidades materiales, sino también con las autorrealizadoras
—aquellas que son consecuencia de su capacidad para establecer relaciones de
calidad con los demás—, es algo que se ha venido estudiando desde que Richard
Easterlin formulara la conocida paradoja de la felicidad. Esta paradoja ha permitido evidenciar que nuestras economías avanzadas se han convertido en mecanismos extraordinariamente capaces de dar cuenta de las necesidades materiales de
las personas, pero sorprendentemente ineficaces cuando lo que está en juego es la
satisfacción de necesidades relacionales (Bruni y Zamagni, 2007: 144).
En este sentido, un dato resulta ciertamente clarificador: a pesar de que la
«racionalidad económica perfecta» reduce el análisis del tipo de organizaciones
que pueden operar en una economía de mercado a aquellas organizaciones y empresas que basan su horizonte de actuación en la eficiencia y en la maximización
de la utilidad, un análisis sobre los procesos de desarrollo histórico de las organizaciones permite identificar la proliferación de al menos tres modelos de organización típicos de la sociedad civil que también operan con éxito en el mercado
(Zamagni, 2007: 31-32). Este hecho evidencia dos cuestiones al menos. En primer lugar, que ciertamente debe existir un problema importante en la economía
cuando organizaciones marginales afloran y tienen éxito dentro del mercado. Y,
por otra parte, que son estos modelos de organización de la sociedad civil los que,
paradójicamente, están llevando a cabo desde diversos flancos la mayor parte de
los esfuerzos en encontrar soluciones a los problemas actuales de las economías
avanzadas.
Por todo ello, y como se ha venido mostrando en este trabajo, para Bruni y
Zamagni las organizaciones que se basan en la lógica de la eficiencia o en la de
la solidaridad son necesarias, pero no suficientes para el buen funcionamiento
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de la economía y el pleno desarrollo de las sociedades y las personas. También
hacen falta organizaciones que introduzcan la reciprocidad en el mercado. Que,
en definitiva, generen y fomenten prácticas relacionales que permitan que la economía pueda funcionar correctamente y a la altura de la sociedad postindustrial
(Zamagni, 2007: 32).
En este sentido, Zamagni subraya el importante papel de la sociedad civil
en la generación de este tipo de organizaciones. Sin embargo, también hay que
hacer notar que no todas las organizaciones de la sociedad civil están a la altura
de tales expectativas. Eso le lleva a identificar tres tipos distintos de organización
de la sociedad civil: uno basado en la «subsidiaridad horizontal», otro sustentado
en la «subsidiaridad vertical», y otro apoyado en el «principio de restitución».
Cada uno de ellos lleva a cabo una función destacada para la economía y para la
sociedad, pero no generan relacionalidad por igual.
a) El primer modelo de organización sin ánimo de lucro, el más antiguo y
típico de la sociedad civil, es el que Zamagni identifica como «organización civil».
Se trata de un tipo de organización donde las personas se relacionan de forma
libre y voluntaria para llevar a cabo proyectos comunes con la idea de satisfacer
intereses compartidos. Esto es, no particulares y no universalizables. Este modelo, según Zamagni, está basado en la «subsidiaridad horizontal»,6 y se retrotrae
al Humanismo civil del siglo xv. Por consiguiente, son organizaciones sin ánimo
de lucro que, apoyadas en las virtudes cívicas y orientadas por la reciprocidad,
actúan aplicando la «subsidiaridad horizontal».
b) El segundo modelo florece durante la primera mitad del siglo xix y está relacionado con aquellas organizaciones sin ánimo de lucro cuya labor es percibida
como sostén de la esfera pública. Se trata de organizaciones a las que los implicados de la sociedad civil ceden una cuota de soberanía con el objetivo de trabajar
en la mejora de sus condiciones, como es el caso de los sindicatos, las asociaciones
de vecinos, los IPAB,7 etc. Es un tipo de organización que, por consiguiente, responde a una idea de «subsidiaridad vertical».
c) El tercer modelo emerge principalmente durante el siglo xx y está relacionado con aquellas organizaciones sin ánimo de lucro que son causa de la aplicación e implementación del «principio de restitución». Esto es, organizaciones o
empresas que consideran que sus beneficios también son mérito de la sociedad,
por lo que ponen en marcha o facilitan la creación de distintas fundaciones u
6 Por subsidiaridad, en sentido positivo, Zamagni entiende «el deber de ayudar, poniendo la órbita de los social
al servicio de la persona» (2007: 33).
7 Un IPAB es un Instituto para la Protección al Ahorro Bancario creado en México con el objetivo de proteger
los depósitos bancarios, sobre todo de pequeños y medianos ahorradores, y resolver problemas de solvencia de
los bancos (Solís, 2002).
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organizaciones sin ánimo de lucro que satisfagan necesidades sociales a través de,
por ejemplo, prácticas de acción social, de mecenazgo o de patrocinio. Por consiguiente, se trata de organizaciones fomentadas y promovidas desde arriba, desde
organizaciones y empresas capitalistas que creen necesario aplicar el «principio
de restitución» para compensar los esfuerzos de la sociedad.
Zamagni entiende que, actualmente, las instituciones económicas heredadas
del neoclasicismo suelen favorecer la generación y potenciación de organizaciones sin ánimo de lucro relacionadas con el tercer modelo presentado. Es decir,
aquellas que nacen de organizaciones y empresas que intentan aplicar e implementar el «principio de restitución». Sin embargo, a su juicio debería dejarse suficiente libertad como para que los tres modelos coexistieran dentro del mercado.
Por una parte, porque entiende que de no ser así las organizaciones sin ánimo de
lucro continuarán viéndose como un mero añadido de las relaciones ya existentes
dentro de la economía, lo cual evita que lleven a cabo su tarea principal: poner en
discusión si todas estas relaciones preexistentes son o no suficientes para el desarrollo económico sostenido y sostenible. Y por otra parte, porque va en contra de
su sentido social: crear valor instrumental y, sobre todo, autorrealizador.
Por ello, la mayor preocupación de Bruni y Zamagni se centra en el primer
tipo de organización sin ánimo de lucro, puesto que solo las organizaciones de la
sociedad civil basadas en este modelo producen a) tanto valor estratégico como
autorrealizador, con lo cual ofrecen la posibilidad de solucionar el déficit de reciprocidad que arrastran los mercados actuales y que repercute negativamente
en el propio desarrollo económico y social; y b) capital social, entendido como
«empoderamiento»,8 un tipo de capital relacional implicado en la generación y
expansión de espacios de libertad desde los cuales generar relacionalidad.
Por una parte, las organizaciones de la sociedad civil, apoyadas en este modelo
de «subsidiaridad horizontal», podrían atacar el problema actual de una economía que, convertida en una máquina increíble de producir bienes de consumo, no
es capaz de promover interacciones de reciprocidad que produzcan también los
bienes relacionales que permiten su sostenibilidad y que, además, están detrás de
la autorrealización de las personas. Las organizaciones sin ánimo de lucro de este
tipo aúnan precisamente ambas cuestiones. Por una parte, producen bienes de
servicio con la mirada puesta tanto en la eficiencia como en la eficacia, y, por otra
parte, se constituyen como espacio de relacionalidad gracias al marco regulativo
que las sustenta y que tiene en la reciprocidad su principal guía. Dejar que se desarrolle libremente, en igualdad de condiciones con el resto de organizaciones sin
8 El economista Zamagni en sus escritos utiliza el término capital social tipo linking que en este trabajo se ha
traducido por capital social como empoderamiento atendiendo a las especificidades y conceptuación que recibe
en su obra.
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ánimo de lucro, permite volver a introducir la relacionalidad en la economía y, con
ello, potenciar la generación de un óptimo logro sostenido y sostenible y generar
aquellos bienes implicados en la autorrealización de los agentes económicos.
Por otra parte, estas particulares organizaciones sin ánimo de lucro de la sociedad civil generan capital social de tipo empoderamiento. Si bien en Making
Democracy Work: Civic Traditions in Moder (1993) Putman solo reconoce dos
tipos diferentes de capital social, «vínculo» y «puente», Zamagni argumenta que
las organizaciones sin ánimo de lucro basadas en el primer modelo expuesto generan, principalmente, un tipo de capital diferente que resulta fundamental para
el buen funcionamiento de la economía: el capital social tipo empoderamiento, el
cual está implicado en la generación y expansión de aquellos espacios de libertad
que permiten la relacionalidad.
Por capital social tipo vínculo se entienden todas aquellas interrelaciones que
se generan entre personas de un mismo grupo social entre las cuales existe una
homogeneidad de ideas, valores, intereses o creencias: familia, asociación, comunidad, pueblo, etc. Se trata de relaciones fiduciarias de corto alcance. Esto es, formas de solidaridad entre miembros de un mismo colectivo o grupo que generan
una confianza particularista.
El capital social tipo puente comprende aquellas redes de relaciones transversales y horizontales que construyen lazos entre a) personas que ni pertenecen
necesariamente a un mismo grupo, colectivo, etnia, cultura o sociedad ni comparten obligatoriamente unos mismos ideales, valores, intereses o creencias, y b)
personas y asociaciones u organizaciones que se interrelacionan de forma estable
gracias a la confianza generalizada, factor clave del desarrollo económico y de la
creación y desarrollo de capital reputación que minimiza los costes de transacción (Zamagni, 2007: 36). Este capital genera valor instrumental, por lo que su
éxito se mide en términos de resultados producidos y la sostenibilidad deriva del
grado de eficiencia alcanzada (Zamagni, 2007: 32).
Ahora bien, lo que está en juego no es simplemente una cuestión de «optimización del uso de recursos escasos, sino un problema de libertad: la libertad
de decidir tanto el carácter de los bienes que se deben producir (por ejemplo,
más bienes privados u, opuestamente, más bienes relacionales) como el modo
de proveerlos» (Bruni y Zamagni, 2007: 127). De ahí que Zamagni argumente
que existe otro tipo de capital social que ni Putman ni su escuela consideraron
en su momento: el empoderamiento, que estaría relacionado con un «dar para
empoderar». Este se entiende como el conjunto de relaciones que se crean entre
organizaciones de la sociedad civil, como pueden ser diferentes ONG, fundaciones, asociaciones, iglesias u organizaciones sin ánimo de lucro, e instituciones
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político-administrativas, centrales, regionales o locales, para lograr materializar
acciones que, por sí solas, no podrían ser llevadas a cabo. Aquí, el principio regulativo no es la confianza particular o generalizada, sino la subsidiaridad (Zamagni, 2007: 36). Esta genera bienes expresivos en las organizaciones implicadas,
por lo que su éxito se mide por su capacidad para poder ampliar los espacios de
libertad de los ciudadanos y no para generar resultados (Zamagni, 2007: 32).
Desde este punto de vista, las organizaciones de la sociedad civil que podrían
generar este tipo de capital necesario para el buen funcionamiento de la economía y la sociedad serían aquellas organizaciones que, como en el caso del primer
modelo de organización sin ánimo de lucro, están motivadas por la lógica de la
reciprocidad y la asistencia mutua, por el deber de ayudar al necesitado para que
este pueda dar, para «empoderarlo» (Zamagni, 2011: 13-60). Por eso no son
organizaciones cuyo horizonte de actuación es la solidaridad o el asistencialismo,
como ocurre con algunas ONG, sino la fraternidad. Esto es, buscan que las personas iguales en dignidad y derechos fundamentales se conviertan en diferentes
(Zamagni, 2007: 34). Su valor se mide por su capacidad para «producir bienes
relacionales y, sobre todo, capital social tipo linking; en pocas palabras, por su
capacidad para ampliar los espacios de libertad de los ciudadanos» (Zamagni,
2007: 32).
Así pues, estas organizaciones concretas de la sociedad civil, las «organizaciones civiles», se expresan en forma de un contrato de reciprocidad. Este contrato,
fundamentado sobre el reconocimiento recíproco, se estructura alrededor de los
tres elementos básicos que constituyen la reciprocidad transitiva: la incondicionalidad condicional, la bidireccionalidad y la transitividad (Bruni y Zamagni,
2007: 162-163, 153). De esta forma, una organización o empresa civil se caracteriza por dejarse guiar por la lógica de la reciprocidad transitiva, lo cual genera dos
efectos importantes y diferenciadores respecto a otros modelos de organización
y empresa. En primer lugar, los beneficiarios no reciben «asistencia», puesto que
son tratados como iguales, como personas capacitadas para poder responder cualitativamente de la ayuda percibida. En segundo lugar, se trata de organizaciones
y empresas que no solo se preocupan por la libertad y la igualdad, dos de los principios fundamentales de la modernidad, sino también por la fraternidad (Bruni y
Zamagni, 2007: 162-163). Así, mientras que el contrato mercantil se expresa en
forma de encuentro de intereses el contrato de reciprocidad puede ser entendido
como un «contrato de gratitudes» (Bruni y Zamagni, 2007: 152).
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5. Conclusiones
En definitiva, podemos concluir que la idea que subyace tras el enfoque de la
economía civil defendida por Bruni y Zamagni es que una economía de mercado
no funciona correctamente si excluye las relaciones interpersonales entre agentes
y entre instituciones, organizaciones y empresas económicas. Hoy, los mercados
se preocupan por la eficiencia, y los estados, por la equidad. Sin embargo, falta
la reciprocidad, que es el principio básico que posibilita el establecimiento de
relaciones de calidad entre personas. Este déficit de reciprocidad solo se puede
subsanar si las organizaciones de la sociedad civil, organizaciones cuya lógica se
basa en la reciprocidad, pueden llevar a cabo en igualdad de condiciones su actividad productiva dentro del mercado. En todo ello, por otra parte, es fundamental
el apoyo de las instituciones económicas (Bruni y Zamagni, 2007: 179). Solo si
estas se preocupan por fomentar y promover tales organizaciones y empresas
cívicas del mismo modo que lo hacen con las capitalistas, es posible pensar en
una economía donde coexistan los tres principios básicos: eficiencia, equidad y
reciprocidad. Esta economía no solo permitiría alcanzar resultados óptimos o
cercanos a lo óptimo de forma sostenida y sostenible gracias a la cooperación,
sino que posibilitaría también abastecer a la sociedad de los tres bienes que necesita para poder desarrollarse correctamente: bienes privados, bienes de justicia y
bienes relacionales.
En este sentido, como Bruni y Zamagni dejan claro en sus trabajos, es fundamental el papel de las instituciones en el fomento y la promoción de las virtudes
cívicas implicadas. Por ese motivo, creen que es preciso atender al rediseño de
unas instituciones económicas que, en la actualidad, se encuentran claramente
influenciadas por una racionalidad económica, la del homo oeconomicus, que margina por completo una tarea, la del cultivo de las virtudes cívicas, que hoy resulta
irrenunciable desde el punto de vista tanto de la ciudadanía como de la propia
economía.
El cultivo de la «virtudes cívicas» pasa a ser una tarea irrenunciable. No solamente desde el punto de vista de la ciudadanía (…), sino también desde el
ángulo específicamente económico (…). En otros términos, puesto que las instituciones no nacen de una vez y para siempre, y en vistas de la directa influencia
que ejerce sobre la economía, de lo que se trata es de repensar el ordenamiento
institucional, de reinventarlo, tal como la tradición de pensamiento del Humanismo civil había intuido e, inclusive, puesto concretamente en práctica (…).
Para esa tradición el buen funcionamiento de la sociedad depende del grado de
difusión entre la población de las llamadas virtudes cívicas, definidas en términos del grado de capacidad que las personas ostentan para discernir el interés
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público, y su grado de propensión a actuar en consonancia con él (…). El papel
específico de las instituciones es, pues, el de estimular en la población la máxima
difusión de las virtudes cívicas, a través de la educación y de la acción, de modo
que esas virtudes ejerzan adecuada influencia tanto sobre las estructuras motivacionales presentes en los individuos, como sobre las que configuran sus afectos
o inclinaciones (Bruni y Zamagni, 2007: 179).
En este sentido, y a pesar de que las instituciones económicas continúan potenciando el principio de eficiencia en los comportamientos, existen actualmente
diferentes propuestas prácticas de organizaciones, empresas y acciones colectivas
que orientan su gestión en esta dirección para producir también bienes relacionales dentro del mercado. Entre ellas figuran diferentes tipos de cooperativas, las
organizaciones y empresas adheridas al movimiento Economía de Comunión,
los bancos de tiempo, los microcréditos, las diferentes propuestas de implementación de Local Exchange Trading System (LETS), las Comunity Development Corporation de Estados Unidos, las Regies francesas,9 etc.
Sobre todo, es importante destacar el contagio que están sufriendo algunas
grandes corporaciones empresariales. Los casos de compañías como Google o
Pixar son ejemplos fehacientes de cómo la reciprocidad —la relacionalidad, en
definitiva— está empezando a ser tomada muy en serio en la gestión interna
de algunas organizaciones y empresas económicas con ánimo de lucro.10 Resulta
clarificador observar cómo estas compañías han puesto en marcha diferentes propuestas en este sentido y cómo, además, siguen buscando fórmulas para mejorar
la gestión de los bienes relacionales en su ámbito interno. De esta forma mejoran
el clima laboral, la cohesión interna, la afiliación y la afinidad con sus stakeholders,
la optimización de resultados, la viabilidad de proyectos a largo plazo, la captación y gestión del talento, la mejora de la creatividad, etc. (Catmull, 2008; Rao et
alii, 2008). De hecho, una de las cuestiones que más les preocupa es la gestión de
la identidad, esto es, los bienes expresivos, que son una parte importante de esos
bienes relacionales a los que se ha referido este estudio. Estas grandes corporaciones están lejos de ser organizaciones cívicas, por supuesto, pero no cabe duda de
que al menos han empezado a tomarse en serio la gestión de la reciprocidad en el
ámbito de las relaciones laborales internas.
9 Las LETS y los Bancos de Tiempo son asociaciones de familias o de individuos que organizan intercambios
de bienes y servicios basados en el principio de reciprocidad. Las Comunity Development Corporation de Estados Unidos y las Regies francesas son organizaciones sin ánimo de lucro basadas en la reciprocidad, donde los
propios habitantes se involucran en la rehabilitación y desarrollo de los barrios.
10 Resulta paradójico comprobar cómo, a pesar del enorme impacto positivo que ha causado la gestión de la
reciprocidad en estas compañías, entre otras cosas un considerable aumento del valor de marca, todavía se ve
este tipo de actuaciones socialmente responsables como un pasivo para la empresa.
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