pdf El ángel subterráneo [Fragmento]

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JACK
KEROUAC
EL Á N G E L
SUBTERRÁNEO
Traducción del inglés por
J . R. WILCOCK
BUENOS
AIRES
EL ÁNGEL SUBTERRÁNEO
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Del bar salían montones de personas interesantes, la
noche me hacia una honda impresión; una especie de
Marión Brando de pelo oscuro estilo Traman Capote
con una hermosa muchacha o muchacho afeminado con
pantalones y estrellas en los ojos y caderas que parecían
tan suaves, cuando se metía las manos en los bolsillos
se advertía el cambio, y oscuras piernas delgadas que
terminaban en pies pequeños, y esa cara, y tras ellos un
tipo con otra muchacha bellísima, que se llamaba —el
tipo— Rob y es una especie de soldado de aventura
israelí con acento inglés, de esos que uno, supongo, se
encuentra a las cinco de la madrugada en un bar de la
Riviera bebiéndose todo lo que tiene delante de los
ojos por orden alfabético con una cantidad de interesantes amigos pertenecientes a algún grupo loco internacionalde juerga en Europa. Larry O'Hara me presentó
a Roger Beloit, y no me parecía posible que ese jovencito de cara ordinaria que tenía delante fuera el gran
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poeta que yo había venerado en mi juventud, mi juventud, mi juventud, es decir, 1948, insisto en decir mi
juventud. "¿Roger Beloit? Soy Bennett Fitzpatrick" (el
padre de Walt) lo que provocó una sonrisa en los labios
de Roger Beloit; y por último Adam Moorad que finalmente había emergido de la noche mientras la noche se
abría...
De modo que nos fuimos todos a casa de Larry y Julien
se sentó en el suelo delante de un diario abierto sobre
el cual había volcado la marijuana {latinoamericana, de
mala calidad, pero bastante buena de todos modos) y
empezó a liar los cigarrillos, o a "retorcerlos", como me
había dicho Jack Steen, el ausente, la víspera de año
nuevo, y ése había sido mi primer contacto con los subterráneos; se había ofrecido para liarme uno y yo le
había contestado bastante fríamente "¿Por qué? Yo me
lío los míos", e inmediatamente una nube había atravesado su carita sensitiva, etcétera, y me odió, y por lo
tanto me volvió las espaldas toda la noche, cada vez que
se le presentó la ocasión; pero ahora era Julien el que
estaba sentado en el suelo, con las piernas cruzadas, era
él el que preparaba los cigarrillos y todos hablaban como
zumbando, conversaciones que por cierto no repetiré,
salvo que era algo así como: "Estoy buscando este libro
de Percepied... ¿quién es Percepied? ¿no lo han reventado todavía?", y cositas por el estilo, o mientras escuchábamos a Stan Kenton que hablaba de la música del
porvenir y oíamos a un nuevo instrumentista que estaba
abriéndose camino, Ricci Comucca; de pronto Roger
Beloit dice, con una mueca de sus labios expresivos, delgados y purpúreos: "¿Y esta es la música de mañana?",
mientras Larry O'Hara nos cuenta las habituales anécdotas de su repertorio. Al venir, en.¿el-Chevrolet .-36,
Julien, sentado al lado mío én el suelo o más bien el
fondo del coche, había tendido la mano y había exclamado: "Me llamo Julien Alexander, algo tengo, he
conquistado Egipto"; y a continuación Mardou le había
tendido la mano a Adam Mooradiy.se había; presentado
diciendo: "Mardou Fox"j pero no se le ocurrió hacerlo
conmigOj lo que hubiera sido ; mi primer atisbo de la
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profecía de lo que sucedería después, de modo que tuve
que darle yo la mano y decirle: "Me llamo Leo Percepied", •—ay, siempre buscamos a los que realmente no
nos buscan. Ella en realidad se interesaba por Adam Moorad, ya que Julien acababa de rechazarla, fría y subterráneamente; a ella le interesaban los intelectuales flacos,
ascéticos, extraños de San Francisco y Berkeley, y no los
atorrantes corpulentos paranoicos como yo, que viajaban
en vapores y en trenes y escribían novelas y todas esas
cosas odiosas que en mí son para mí tan evidentes y por
lo tanto también lo serán para los demás; aunque sin
ver, tal Tez porque era diez años más joven que yo, ninguna de mis virtudes, de todos modos hace tanto tiempo
sumergidas bajo años de drogas y de desear morir, renunciar a todo y olvidar todo, morir en la estrella oscura. J u i yo que le di la mano, no ella, ¡ah qué tiempos 1
Pero mientras observaba sus diminutos encantos sólo
tenía una sola idea, la de que debía a toda costa sumergir
mi alma solitaria ("un hombre grandote, triste, solitario",
así me dijo ella más tarde, una noche, al verme de pronto
en el sillón) en el baño cálido y en la salvación de sus
muslos, anhelaba esas intimidades de los jóvenes amantes
en la cama, altos, los ojos delante de los ojos, el pedio
frente al pecho desnudo, órganos juntos, rodillas que se
apretan contra rodillas temblorosas y pecosas, cambiándose
actos de amor y de existencia por el gusto de hacerlo. "Hacerlo", la gran expresión suya; me parece estar viendo sus
dientitos salientes entre los labios rojos, viendo "hacerlo",
la clave del dolor. Se había sentado en un rincón, al lado
de la ventana, y demostraba sentirse "separada" o "aislada", o "dispuesta a no tener nada que ver con ese grupo"
por motivos especiales suyos. Al rincón me fui, apoyando
la cabeza no sobre ella sino sobre la pared, y primero
probé la comunicación silenciosa, luego palabras en voz
baja (como conviene a una reunión), palabras al estilo
elegante de la Playa, "¿qué estás leyendo?", y por primera
vez;abrió la boca y me habló, comunicándome un entero
pensamiento, y el corazón no se me subió exactamente
a la boca, pero me pregunté, al oír la cómica entonación
culta, parte' estilo Playa, parte modelo de Magnin, parte
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Berkelev. parte negro aristocrático, algo raro, u n a mescolanza de idioma y entonación y empleo de las palabras
que vo no había oído nunca hasta ese m o m e n t o , salvo en
ciertas mujeres excepcionales, por supuesto blancas, algo
tan raro que hasta Adara se dio cuenta en seguida y me
lo comente') esa misma noche; pero era sin lugar a dudas
la manera de hablar de la nueva generación del bop,
con las vocales arrastradas y deformadas, como el estilo
que antes se llamaba "afeminado", de m o d o q u e cuando
uno lo oye en un h o m b r e al principio suena bastante
desagradable, y cuando u n o lo oye en una mujer es encantador pero resulta demasiado extraño; u n a entonación que yo ya había oído sin lugar a dudas con mucha
curiosidad en la voz de los nuevos cantantes de bop,
como Jerry Winters especialmente con la b a n d a ele Kenton en el disco Yes Dady Yes, y tal vez en Jeri Southern,
también; pero el alma se me vino a los pies porque la
Playa siempre me ha odiado, me ha hecho a un lado,
me ha pasado por alto, se ha b u r l a d o de mí, desde el
principio, en 1943, hasta hoy; poiNque n a t u r a l m e n t e ,
cuando me ven pasar por la calle, soy u n a especie de
tipo de bajo fondo, pero después, cuando se enteran de
que no soy u n tipo así sino una especie de santo loco,
no les gusta nada y además temen que de p r o n t o me
vuelva después de todo u n tipo de bajo fondo, y empiece a los golpes, a romper cosas, y en realidad es lo
que casi siempre he hecho, d u r a n t e la adolescencia especialmente, como la vez que vagaba por la Playa con el
equipo de basketbol de Stanford, más exactamente con
Red Kelly cuya mujer (¿correcto?) m u r i ó en Reclwood
City en 194G, con todo el equipo detrás de nosotros, además de los hermanos Garetta, y R e d obligó a empujones
a u n violinista, u n homosexual, a entrar en u n zaguán
y yo empujé otro, y mientras él la emprendía a golpes
con el suyo yo atravesaba al mío con la mirada; yo tenía
dieciocho años, era u n guapo y además fresco como u n a
rosa; y ahora, al leer ese pasado mío en el ceño fruncido
y en la m i r a d a fija y en el horror y en el desorden de
mi frente orgullosa, no q u e r í a n saber más n a d a de mí,
y por eso, n a t u r a l m e n t e , también comprendí q u e Mar-
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dou sentía u n a verdadera y germina desconfianza, hasta
repugnancia de mí que estaba allí a su lado sentado
" t r a t a n d o " (no de hacerLO) sino "de hacerla": tan poco
hipster, tan atrevido, tan sonriente, con esa sonrisa falsa
histérica, "compulsiva" como la llaman; yo caliente, ellos
fríos, y además tenía u n a camisa muy llamativa, lo
contrario de u n a camisa elegante, q u e había comprado
en Broadway, cuando estaba en New York y pensaba que
no bajaría del barco hasta llegar a Kobe, u n a ridicula
camisa hawaiana estilo Bing Crosby con dibujos estampados; la cual, virilmente y vano, ele acuerdo con la
honesta h u m i l d a d original de mi persona de lodos los
días (esto va de veras), u n a vez q u e h u b e fumado dos
pitadas de m a r i j u a n a me sentí obligado a abrirme, u n
botón más de lo normal, para mostrar m i pecho peludo
y tostado, lo q u e le habrá causado asco; sea como sea no
miró; hablaba poco y en voz baja, todo el tiempo m i r a n d o
a Julien q u e estaba sentado en el suelo en cuclillas y le
daba la espalda, y escuchaba y m u r m u r a b a siguiendo las
risas de la conversación general, en gran parte dirigida
por O ' H a r a y el vocinglero Roger Benoit y ese inteligente aventurero R o b , y yo, demasiado callado, escuchando, estudiándolos, pero con la vanidad de la droga
dejando de vez en cuando caer alguna observación "perfecta" (así lo creía yo) que en realidad era "demasiado
perfecta", pero para A d a m Moorad, q u e me conocía de
siempre, clara indicación de m i respeto y mi atención y
en el fondo m i temor del g r u p o ; p a r a ellos era u n a
persona nueva que intercalaba observaciones para demostrar su condición de hipster; era todo horrible, irredimible. A u n q u e en u n p r i m e r m o m e n t o , antes de la
marijuana, q u e nos pasábamos por t u r n o al estilo indio,
tuve la sensación definida de q u e podía acercarme a
Mardou y tener algo con ella y llevármela conmigo esa
mismísima noche, es decir, salir con ella sola a u n q u e
fuera para tomar un café y n a d a más, pero después de
la marijuana, que me hizo rezar reverentemente y con
secreta seriedad por el retorno de mi " c o r d u r a " pre-dróguica, me volví extremadamente inseguro de mí mismo,
probando y p r o b a n d o , seguro de q u e yo no le gustaba,
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odiando las circunstancias; recordando aquella primera
noche cuando conocí a mi amor Nicki Petéis, en 1948,
en el cuarto de Adain Afoorad, en el (entonces) Fillmore; yo estaba despreocupadamente bebiendo cerveza
en la cocina como siempre (y en casa trabajando Tunosamente en una enorme novela, loco, chiflado, seguro,
joven, talentoso como nunca más volví a serlo) cuando
ella me señaló el perfil de mi sombra en la pared verde
claro y dijo: "qué hermoso es tu perfil", lo q u e me desconcertó y (como la droga) me volvió inseguro de mí
mismo, atento, t r a t a n d o de "empezar a conquistarla",
comportándome de u n a m a n e r a que a causa cíe su casi
hipnótica sugestión m e condujo a los primeros sondeos
preliminares de orgullo versus orgullo y belleza o beatitud o sensibilidad versus la estúpida nerviosidad neurótica del individuo de tipo fálico, constantemente consciente de su falo, su torre, y de las mujeres en su calidad
de pozos; lo que es en el fondo la verdad de la cuestión,
y el h o m b r e un descentrado, sin p u n t o fijo; y ya no
estamos en 1948 sino en 1953, con una nueva generación,
y yo con cinco años más encima, o cinco años menos,
obligado a hacerlo (o hacerlas) con u n estilo nuevo y
disimular la nerviosidad. . . en todo caso, renuncié a tratar conscientemente de conquistar a Mardou y me preparé
para una noche de estudio del grandioso nuevo g r u p o
de subterráneos q u e A d a m había descubierto y denominado en la Playa.
Pero desde el primer m o m e n t o Mardou se mostró realmente independiente, o dependiente de sí misma y de
nadie más, a n u n c i a n d o que no sentía necesidad de nadie,
que no quería tener nada q u e ver con nadie, para terminar (después de mí) como al empezar; y ahora, bajo
la noche fría sin compasión, lo siento en el aire, ese
anuncio suyo, y siento que sus dienlitos ya no son míos
sino probablemente de m i enemigo, q u e se los lame y
le suministra el t r a t a m i e n t o sádico que ella probablemente prefiere y q u e yo no supe darle —siento el crimen
en el aire—, y esa esquina desolada donde brilla u n farol,
y los vientos se arremolinan, u n papel, la niebla; veo la
vasta cara mía desalentada, y lo q u e yo llamo mi amor
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que chorrea por Ja. callejuela, todo inútil; como antes
solían ser gotas ele melancolía sobre ios sillones calientes,
abatido de lunas (aunque esta noche es la gran noche de
luna llena) ; como antes, cuando surgió en mí la comprensión de la necesidad de regenerar al amor universal,
como corresponde a u n gran escritor, como un Lutero,
como un Wagner; y ahora esta cálida imagen de grandeza
es un vasto escalofrío en el viento, p o r q u e también
la grandeza muere, ay, y -quién dijo que yo era grande?
¿Y suponiendo que u n o fuera u n gran escritor, un Shakespeare secreto de la noche acolchada? Realmente, u n
poema de Baudelaire no compensa su dolor, su dolor
(fué Mardou que finalmente me dijo: "hubiera preferido que él fuera dichoso en vez de los poemas desdichados que nos ha dejado", u n a opinión con la cual estoy
de acuerdo, soy Baudelaire, estoy e n a m o r a d o de mi amante
negra, y también yo me incliné sobre su vientre y escuché sus rumores subterráneos) ; pero pensando mejor en
su anuncio primero de independencia hubiera debido
comprender, creer en la sinceridad del desagrado que
le causaba tener algo con alguien, en vez de precipitarme
hacia ella como queriendo lastimarme y "lacerarme", y
en realidad p o r q u e lo deseaba; otra "laceración" como
ésta y me voy al cementerio, p o r q u e ahora la m u e r t e
agita sus grandes alas frente a mi ventana, la veo, la oigo,
la huelo; la veo en la silueta informe de mis camisas colgadas y destinadas a no ser usadas, nuevas y viejas a la
vez, elegantes y pasadas ele moda, mis corbatas como serpientes colgadas que va no usaré más, las frazadas nuevas
para las camas de la paz otoñal q u e ahora son camitas
que se retuercen, se precipitan en el m a r del suicidio;
pérdida, odio, paranoia; era su carita lo que yo quería
atravesar, y lo hice. . .
Esa mañana, cuando la reunión estaba en lo mejor y
yo me encontraba en el cuarto de Larry nuevamente
a d m i r a n d o la luz roja y recordando la noche que habíamos traído a Micky y la habíamos "hecho" los tres,
Adam, Larry y yo, y habíamos fumado y bebido u n enorme cocktail de sexo, algo extraordinario, entró Larry y
me dijo: "Oye, ¿piensas convencerla esta noche misma?"
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"Alt gustaría, pero no sé. . ." "Bueno viejo, trata de avei iguai lo, nu te queda mucho tiempo, qué le pasa, traemos a toda esta gente u casa y les damos toda esta droga
y para colmo toda la cerveza que tenía en la heladera,
hombre, tenemos q u e sacarle algún provecho, ocúpate,
muévete. . ." " O h , ¿asi q u e te gusta?" " M e gustan todas,
hombre, pero en fin, después de t o d o . . . " Lo que me
indujo a efectuar u n a nueva tentativa breve, desganada,
destinada al fracaso; u n a mirada, u n a observación, sentado a su lado en el rincón, pero al fin renuncié, y al
alba se fue con los demás q u e habían salido para tomar
un cale y yo bajé también con A d a m para volver a verla
(habiéndolos seguido escaleras abajo cinco minutos después) y allí estaban todos pero ella no; independiente,
oscura, pensativa, se había icio a su cuartito sofocante de
Heavenly L a ñ e en T e l e g r a p h Hill.
Por lo tanto me fui a casa y d u r a n t e varios días se me
apareció en mis fantasías sexuales; era ella, pies oscuros,
correas de las sandalias, ojos negros, carita delicada morena, pómulos y mejillas de Rita Savage, pequeña intimidad secreta y no sé cómo ahora con u n encanto serpentino suave, como sienta a una mujercita m o r e n a q u e
prefiere vestir de oscuro, pobres vestidos de beat, de subterránea . . .
Varias noches después, con una sonrisa maligna, A d a m
me anunció que la había encontrado en u n ómnibus de
Thircl Street y q u e habían ido a casa de él para conversar
v beber algo y habían tenido u n a larguísima conversación que, al estilo Leroy, culminó con Adam desnudo
leyendo poesía china y luego pasando la droga para
terminar en la cama: "¡Y es tan cariñosa, Dios santo,
tiene esa manera de envolverte de pronto en sus brazos
como sin el m e n o r motivo salvo el p u r o afecto repentino!" ";Y piensas seguir la aventura con ella?" "Bueno,
te diré, r e a l m e n t e . . . esta mujer es todo u n caso, y bastante loca además, se está haciendo u n a cura, según parece, y hace muy poco estuvo muy mal, creo que fue por
culpa de Julien, se está haciendo u n a cura con el psicoanalista pero no lo dice, se pasa las horas sentada o acostada, leyendo, o sin hacer nada, salvo mirar el techo todo
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el santo día en su pieza, dieciocho dólares al mes en
Heavenly Lañe, al parecer recibe una especie de pensión
que depende no sé cómo de los médicos que la atienden
o de no sé quién, relacionada con su incapacidad de
trabajar o algo así; está siempre h a b l a n d o del asunto, y
en realidad habla demasiado, por lo menos para mi gusto,
según parece padece de verdaderas alucinaciones con las
monjas del orfelinato d o n d e se crió, las ha visto y hasta
las ha oído proferir amenazas; y también otras cosas, como
la sensación de tomar morfina a u n q u e nunca la ha probado, solamente conoce algunos morfinómanos". "¿Julien?" "Julien la toma cada vez que se le presenta u n a
ocasión, lo q u e n o ocurre a m e n u d o p o r q u e no tiene
dinero y su ambición en realidad es llegar a ser un verdadero morfinómano; pero en todo caso la chica ha
tenido alucinaciones, no exactamente de tomarla, pero
sí de que alguien o algo se la inyectaba, no sé cómo, secretamente, gente que la sigue por la calle, imagínate, y está
verdaderamente loca; es demasiado para mí, y al fin de
cuentas, considerando que es u n a negra, no quiero atarme a ella demasiado". "¿Es bonita?" "Hermosa, pero no
puedo, esa es la verdad". "Pero viejo, no se puede negar
que tiene unas formas y todo lo demás. . . " "Bueno, muy
bien, querrá decir que tú puedes; podrías ir a verla, te
doy la dirección, o mejor todavía, la invito a venir aquí
y charlamos, puedes hacer la p r u e b a si te parece, pero
a u n q u e siento una fortísima atracción sexual hacia ella,
y todo lo demás, realmente no quiero meterme demasiado con ella, no solamente por estos motivos que te
dije, sino también en el fondo por un motivo serio, que
si debo tener algo serio con u n a mujer esta vez quisiera
cjue fuera algo permanente, p e r m a n e n t e y serio y por
mucho tiempo, y con ella no podría". "A mí también me
gustaría algo largo y p e r m a n e n t e , e t c é t e r a . . . " "Bueno,
veremos".
Me dijo qtie u n a de esas noches ella vendría para
comer alguna cosita improvisada q u e él mismo prepararía, de modo que cuando llegó yo también estaba en
casa, fumando la droga en el living-room a la luz de u n a
bombita roja opaca; entró con su aspecto de siempre pero
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esta vez llevaba u n a camisa sencilla de sport de seda azul
y pantalones de fantasía, y yo no rae moví, con aire distante, simulando desdén, con la esperanza de q u e ella
lo advirtiera, y con el resultado de que cuando la dama
entró en el cuarto no me levanté.
Mientras ellos comían en la cocina hice como q u e leía.
Simulé n o prestarles ni la más mínima atención. Después
salimos a dar. una vuelta los tres pero la tensión había
disminuido y los tres tratábamos de conversar, como tres
buenos amigos q u e desean estrechar sus vínculos y decirse
todo lo que les pasa por la imaginación, en amistosa
rivalidad. Fuimos al " R e d D r u m " a oír u n poco de jazz,
esa noche estaba Charlie Parker con H o n d u r a s Jones en
el tambor y otros personajes interesantes, probablemente
estaba también Rogert Beloit, con quien ahora deseaba
encontrarme; y ese entusiasmo del bop tierno y n o c t u r n o
de San Francisco en el aire, pero ahora en la fresca y
tierna y descansada Playa; fue así que desde la casa de
Aclam en T e l e g r a p h Hill bajamos corriendo p o r la calle
blanca bajo los faroles, corrimos, saltamos, mostramos
nuestras habilidades, nos divertimos; nos sentíamos dichosos, algo palpitaba, y me gustaba q u e ella pudiera
caminar tan r á p i d o como nosotros, u n a belleza pequeña,
delgada y vigorosa con la cual u n o podía pasear por la
calle, y tan llamativa que todos se volvían para mirarla
y para mirarnos, A d a m extraño y b a r b u d o , la m o r e n a
Mardou con esos pantalones raros, y yo, corpulento, facineroso y feliz.
Llegamos al "Red D r u m " , una mesa cubierta de vasos
de cerveza (unos cuantos vasos para ser exacto) , y todos
los muchachos cjue entraban y salían en grupos, pagando
un dólar veinticinco en la entrada, con ese tipo bajito
de cara de comadreja y ondulaciones de la cadera q u e
vendía las entradas j u n t o a la puerta; Paddy Cordavan
que entraba como flotando como había sido profetizado
(un subterráneo alto y corpulento, rubio, con aire de
mecánico y de vaquero, q u e venía del estado de Washington con jeans azules a esta fiesta de la generación loca,
toda llena de h u m o y enloquecida; le grité "¡Paddy Cordavan!" y él contestó "Sí" y se acercó) ; todos sentados
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juntos, grupos interesan fes en varias mesas, Julien, Roxanne (una mujer de veinticinco años que parecía profetizar el futuro estilo norteamericano con el pelo corto
casi a la marinera pero negro, rizado y serpentino, y u n a
cara pálida, anémica de m o r f i n ó m a n a ; y hoy decimos
morfinómano cuando en sus tiempos Dostoievski habría
dicho ¿qué? ¿tal vez ascético o santo?, pero no en
este caso, la cara pálida y fría de la m u c h a c h a fría y azul
con su camisa blanca de h o m b r e con los puños desabotonados, así la recuerdo inclinada hacia adelante charlando
con alguien después de haberse abierto el paso a través
de toda la sala d e rodillas, a fuerza de hombros, inclinándose para hablar con u n a colilla muy corta de cigarrillo
en la m a n o , y recuerdo la exacta sacudida cjue le daba
en ese m o m e n t o para hacer caer la ceniza, no u n a sino
varias veces, con uñas largas largas de dos centímetros, y
también ellas eran orientales y serpentinas) ; grupos de
todas clases, y Ross Wallenstein, y la aglomeración, v allá
arriba en la plataforma Bird Parker con sus ojos solemnes, p o r q u e había perdido su anterior popularidad, hacía
muy poco de eso, y ahora regresaba a una especie de
San Francisco m u e r t o para el bop, a u n q u e acababa de
descubrir o le había h a b l a d o del "Red D r u m " , había
sabido que los muchachos de la grandiosa nueva generación se reunían y aullaban allí, de m o d o que allí estaba,
sobre la plataforma, examinándolos con la mirada mientras soplaba sus notas "locas" pero ahora-calculadas, los
tambores resonantes, los agudos altísimos: y Adam que
para hacerme un favor se retiró p r u d e n t e m e n t e a eso de
las once de la noche para poder irse a la cama y levantarse a trabajar por la m a ñ a n a , después de una rápida
salida con Paddy y conmigo para beber una cerveza de
diez céntimos, rápidamente, en el bar "Pantera", donde
Paddy y yo en nuestra primera conversación pulseamos
para reír; y luego M a r d o u salió conmigo, con los ojos
alegres, entre dos números, también para beber una cerveza, pero ante su insistencia en vez del " P a n t e r a " en el
"Mask" donde cuestan quince céntimos, pero ella tenía
algunas monedas y fuimos y empezamos a conversar seriamente y a sentirnos excitados por la cerveza; era por
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fin el principio. Volvimos al Red D r u m para oír a Bird,
el cual, lo vi claramente, miró con curiosidad varias
veces a M a r d o n , y también me miraba a mí, directamente
en los ojos, para averiguar si yo era realmente el gran
escritor que creía ser, como si conociera mis pensamientos
y mis ambiciones o me recordara de otros locales nocturnos y ele otras costas, otros Chicagos; no era u n a m i r a d a
de desafío, sino la m i r a d a del rey y fundador de la generación del bop, por lo menos así parecía mientras observaba su auditorio espiando los ojos, los ojos secretos
que lo vigilaban, y al mismo tiempo soplaba con los
labios y ponía en acción su grandiosos pulmones y sus
dedos inmortales, con sus ojos separados, interesados y
h u m a n o s , el más simpático músico de jazz que se pueda
imaginar, y al mismo tiempo, naturalmente, el más grande; observándonos a M a r d o u y a m í en la infancia de
nuestro amor, y probablemente preguntándose por qué,
o sabiendo q u e no podría durar, o viendo cuál de los
dos habría de sufrir; y ahora, evidentemente, pero no
del todo todavía, eran los ojos de M a r d o u los q u e brillaban en mi dirección, a u n q u e yo n o podía saberlo ni lo sé
ahora con precisión; salvo u n a circunstancia, q u e al volver a casa, terminada la r e u n i ó n y bebida la cerveza en
el "Mask" volvíamos en el autobús de T h i r d Street, tristemente, a través de la noche y las luces pulsantes de
neón, cuando r e p e n t i n a m e n t e me incliné sobre ella para
gritarle algo su corazón (en su secreto interior, según
confesiones posteriores) dio u n salto al percibir la "dulzura de mi aliento" (así dijo) y de pronto casi me amó;
y yo sin saberlo, c u a n d o llegamos a la puerta triste, oscura
y rusa de Heavenly Lañe, un gran portón de fierro q u e
chirriaba sobre las baldosas al abrirse, entre las entrañas
desparramadas de los tachos de basura malolientes, tristemente apoyados u n o sobre otro, espinazos de pescado,
gatos, y por fin la callejuela; era la primera vez q u e yo
la veía (la prolongada historia y la inmensidad de esa
callejuela en mi alma, desde aquella vez en 1951, cuando
pasando con mi cuaderno de apuntes un crudo atardecer
de octubre, ocupado en descubrir m i propia alma de
literato, vi por fin al subterráneo Víctor que u n a vez
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se había venido a Big Sur en motocicleta, y según se
decía había ido hasta Alaska con esa misma motocicleta
y con la pollita subterránea Dorie Kiehl; allí me lo vi
venir con su abrigo haraposo de Jesús, en dirección de
su cuartito de Heavenly Lañe, y lo seguí u n rato, preg u n t á n d o m e cómo sería esta Heavenly L a ñ e , recordando
las largas conversaciones q u e d u r a n t e años había tenido
con personas como Macjones acerca del misterio y del
silencio de los subterráneos, esos " T h o r e a u urbanos" como
los llamaba Mac, o como Alfred Kazin en las coníerencias de la N u e v a Escuela de New York, c u a n d o comentaba que todos los estudiantes se interesaban en W h i t m a n
desde u n p u n t o de vista sexual-revolucionario y en T h o reau desde u n p u n t o de vista contemplativo místico y
antimaterialista como si fuera existencialista o lo que
fuera; el asombro y la inocencia estilo Pierre-de-Melville
ante esa callejuela, los vestidnos oscuros de arpillera de
las beat, las historias que corrían de grandes saxofonist.is
q u e se inyectaban la morfina j u n t o a las ventanas rotas
y se ponían a tocar, o de grandes poetas jóvenes con
barba que yacían allá arriba sumidos en sus santas oscuridades estilo R o u a u l t ; Heavenly L a ñ e la famosa Heavenly L a ñ e donde todos los subterráneos, tarde o temprano, terminaban por irse a vivir, como Alfred y su
mujercita enfermiza, parecía algo salido directamente de
los arrabales del San Petersburgo de Dostoievski, pero
en realidad eran los verdaderos idealistas barbudos norteamericanos; en todo caso era el producto genuino en
su plena perfección) , era la primera vez q u e la veía, pero
con M a r d o u , la ropa colgada en el patio, en realidad el
patio del fondo de u n a gran casa de departamentos t o n
veinte familias y ventanas como balcones; la ropa colgada delante de las ventanas y por la tarde la vasta sinfonía de madres italianas, de criaturas, de padres que se
hacían los Finnegan y chillaban desde lo alto de u n a
escalerita, olores, gatos que m a u l l a b a n , mejicanos, la música de todas las radios, con los boleros de los mejicanos
y los tenores italianos de los comedores de espaguetis y
las sinfonías KPFA, a veces a todo volumen, de los conciertos de intelectuales tipo clavicordio y Vivaldi, bura,
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JACK
KEROUAC
blam, el estruendo tremendo que terminé por oír todo el
verano acurrucado en los brazos de mi amor; entraba por
iin, y subía p o r las escaleras angostas y mohosas como en
un antro, y p o r fin su p u e r t a .
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