NOTA SOBRE LA DESOLACIÓN:

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ANEXO No. 2
(Guía No. 6)
SOBRE LA DESOLACIÓN
¿Qué significa? ¿Qué hacer? ¿Cómo tratarla?
Después de un período marcado por una viva conciencia de la acción amorosa de
Dios, puede presentarse un tiempo de sequedad y de dificultad para orar, posible síntoma de
la presencia de sentimientos negativos, inconscientes, que comienzan a sobreaguar. Y
aunque la sequedad no es necesariamente desolación, tal estado, en lugar de desaparecer,
podría intensificarse, llegando hasta una gran turbación, tristeza, ansiedad, temor, sensación
de aislamiento…; todo lo cual corresponde a lo que Ignacio llama una “desolación”. En el
número 317 de los Ejercicios la explica así: «llamo desolación…oscuridad del ánima,
turbación en ella, moción a las cosas bajas y terrenas, inquietud de varias agitaciones y
tentaciones, moviendo a infidencia, sin esperanza, sin amor, hallándose toda perezosa, tibia,
triste y como separada de su Criador y Señor».
Es posible que simplemente haya que atribuir este estado de ánimo al descuido en
hacer los Ejercicios. La Anotación sexta avisa al que da los Ejercicios que cuando sienta
que al que los hace no le vienen algunas mociones espirituales, como consolaciones o
desolaciones, ni es agitado de varios espíritus, le pregunte si hace bien los diversos
ejercicios, a sus tiempos destinados, y si es diligente en guardar las adiciones (cf EE 6).
También pueden deberse tales estados de ánimo a alguna preocupación particular de estos
días. En tal caso, debemos traer el asunto que nos preocupa a la oración y confiárselo al
Señor.
Pero si de verdad estamos entrando en una desolación, esta podría comenzar a
manifestarse en una dificultad para concentrarnos, en múltiples distracciones e
incapacidad para orar. Estas serían como las primeras señales de una resistencia interior.
Ciertas imágenes de Dios o de uno mismo, convencimientos arraigados con los que hemos
vivido hasta ahora, sentimientos reprimidos, pueden estar siendo tocados por la materia
sobre la que estamos orando. Es presumible que muchas otras cosas estén por debajo de
esta experiencia: temor, rabia, resentimiento, tristeza, hostilidad, memorias heridas,
perdones no dados o no recibidos…
Debemos atravesar esta época valiéndonos de los consejos que sugiere Ignacio:
fidelidad, paciencia, mayor esfuerzo y esperanza de ser pronto consolado (cf EE 7, 13, 319322), Las reglas de discernimiento de espíritus para la primera Semana podrían dar bastante
luz. De todos modos, esta experiencia, sin duda muy frustrante, puede ser la indicación de
que el Señor está tratando de iluminarnos sobre un punto particularmente importante y una
primera reacción se presenta de esta manera.
Mientras dura esta desolación, procuremos identificar los sentimientos y articularlos
para que podamos así expresarlos al Señor en la oración. Es a través de la súplica insistente
de la gracia que pedimos, como podrá llegar el momento en que las cosas brillen con una
nueva luz y germine finalmente el sentimiento de dolor que hemos estado demandando.
Sólo entonces nos será dado “reconocer” que los sentimientos de aislamiento, temor,
ansiedad, prevalecientes en estos días anteriores, eran ya parte de la experiencia
“reveladora” del desvalimiento y separación que son salario del pecado. Podremos también
darnos cuenta de que la pena, las lágrimas, la paz y la confianza que ahora comenzamos a
experimentar, son la gracia del perdón y la misericordia que el Señor nos otorga y que
hace posible una mayor aceptación de nosotros mismos, como pecadores perdonados y
amados en nuestra misma debilidad.
En realidad, el pecado solo lo conocemos en cuanto nos es revelado por Dios. Esa
revelación hace parte de la gracia que estamos pidiendo al Señor. Es más, el pecado solo se
“reconoce” en su verdadera magnitud en el momento en el que Dios concede la gracia del
perdón. En esta gracia están comprendidos la “revelación” del pecado, el “reconocimiento”
del mismo, y la experiencia de la “misericordia y el perdón”.
En estas circunstancias es muy conveniente manifestar al acompañante con toda
claridad lo que nos acontece y todo lo que se revuelve en nuestro interior (cf EE 17). Será
precisamente hablando sobre estas cosas (¿qué ha sucedido, qué experimentamos, qué
sentimos?), como se hará posible que aflore su sentido. La dificultad está en que en estos
momentos tendemos a pasar de largo sobre ello. El esfuerzo que hagamos tratando de
expresar lo que sentimos, será muy provechoso. Y si el acompañante, gracias a una
escucha activa, logra reflejárnoslo fielmente para que lo notemos, tanto mejor. Veremos
cómo de repente, una frase, una palabra o un símbolo, van a hacerse profundamente
significativos de toda la situación ante el Señor y ante los demás.
PARA TENER EN CUENTA
Conviene tomar conciencia de que la desolación no ocurre tan solo en tiempo de
Ejercicios o de oración. La experimentamos en muchísimas circunstancias de la vida
ordinaria, en el quehacer de cada día, ante situaciones adversas, en tiempos de conflictos
emotivos, de trabajo, de enfermedad o de fracaso. En tales momentos de la vida es
importante acudir a las reglas de discernimiento para ver cuáles son las causas de nuestro
estado y cómo podemos salir de la desolación.
También es preciso examinar si la causa de la desolación es mi descuido, mi
ligereza, mi falta de tensión espiritual. Porque, como dice San Ignacio (EE 322), una de las
razones principales por las cuales uno suele estar desolado es por su propia causa. Dios
también puede “probar” a quien es fiel para sondear hasta dónde llega la calidad de su
amor.
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