La alteridad

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Cátedra Libre Chiara Lubich
Curso: “El Diálogo como cultura”
UNICA – 14-15 octubre 2004
1er. Tema: El diálogo como método; marco teórico.
LA ALTERIDAD
Por: Maximiliano Curti
OBJETIVO
1) Discriminar el descubrimiento del “otro”, como fundamento
constitutivo de la maduración humana.
La alteridad en el pensamiento y la experiencia de Chiara Lubich
En la clase anterior, han visto el nacimiento de dos conceptos,
fundamentales en la cultura occidental: el de persona y el de individuo. Ana
María Fons explicó con mucha claridad entre otras cosas que el concepto de
individuo fue creado por los pensadores occidentales con la finalidad de
poner la razón humana a la base de todo tipo de conocimiento y acción en el
mundo. Después de varios siglos y tratando de hacer un balance de los éxitos y
los fracasos de este postulado, la filosofía cristiana (re)propuso el concepto de
persona, que sería (en términos extremadamente sencillos) el conjunto
indivisible del individuo más las relaciones con el mundo que lo rodea, con los
demás, con si mismo y con Dios.
Algunas de las cosas que diremos en esta clase repiten o presuponen
conceptos ya explicados por la Ana María Fons, porque de hecho hablar de
persona significa hablar de “otros” que a través de las relaciones que
establecen entre sí permiten la formación de las personas. Por lo tanto,
trataremos de hacer un breve recorrido histórico en el pensamiento
occidental, delineando lo que en éste se ha dicho sobre la alteridad, es decir
hacia la relación yo-el otro.
El término alteridad tiene muchos significados, es polisemántico: tiene un
primer significado que se refiere al reconocimiento de una no-identidad y, por
lo tanto de una diferencia, entre una persona y la otra, entre un grupo y el
otro. Algunos autores consideran reduccionista esta definición de alteridad: la
alteridad no sería entonces el reconocimiento de una no-identidad sino el
reconocimiento de diferentes identidades. Además, es un término que tiene
connotaciones de tipo psicológico o antropológico, y también connotaciones
positivas (el otro me enriquece con su diferencia) o negativas (el otro me
amenaza con su diferencia), con las consecuencias hermenéuticas o
prácticas que podemos imaginar. Se puede considerar la alteridad como una
simple distinción o como una radical separación entre los seres humanos. El
otro es alguien distinto y diferente, en relación a quien habla: según las distintas
connotaciones que se le dan a la palabra, puede aumentar o disminuir el
sentido de identidad entre seres humanos o pueblos. Finalmente, la alteridad
puede tener una connotación de diferencia (todos tienen igual dignidad,
independientemente de las diferencias) o de desigualdad (la alteridad genera
diferencias de valor entre los hombres).
El pensamiento occidental, origen y cuna de la reflexión sobre la alteridad
En la cultura occidental, encontramos las primeras elaboraciones
culturales sobre la alteridad en el mundo griego, siempre en encuentro y
confrontación con pueblos cercanos como los persas, los fenicios, los nativos
de la Magna Grecia. En este contesto, el otro es el no griego, y se le da el
nombre despreciativo de bárbaro debido a los “extraños” sonidos que emitían
cuando trataban de hablar. Es evidente una fuerte connotación etnocéntrica
que divide el mundo entre griegos y una categoría indefinida de seres
humanos, considerados inferiores y diferentes a ellos. En formas más o menos
sutiles, el etnocentrismo (la actitud de considerar las expresiones culturales de
un pueblo como modelo de referencia para los demás pueblos) sigue siendo
muy fuerte.
Sócrates es el primer filósofo del mundo griego que toma en mayor
consideración la interioridad de todos los hombres: con él nace la mayéutica,
es decir el arte de dialogar que permite a los hombres de buscar juntos la
verdad y la sabiduría.
Según Platón, en cambio, cada hombre es un microcosmo que
recapitula en sí el macrocosmo, viviente perfecto. En esta percepción del
mundo, la amistad entre los seres humanos es una tensión hacia lo absoluto,
hacia el bien perfecto. Es una concepción más metafísica que antropológica.
Aristóteles habla de una alteridad en los seres humanos por naturaleza,
que genera una oposición irreducible entre hombre y mujer, griego y bárbaro,
amo y esclavo. La amistad es una posible solución a dichas oposiciones y es la
síntesis de cada relación personal y pacífica: familiar, ciudadana, comercial,
fundada sobre la utilidad o el placer. La amistad se presenta como una
necesidad de crecimiento y perfeccionamiento personal, y es posible entre
hombres buenos y parecidos en virtud. Se asoma nuevamente, entonces, una
actitud etnocéntrica y clasista, porque se considera como amigo perfecto el
alter ego, es decir una persona de una condición social parecida a la mía y no
el otro en general. Sin embargo, el mismo Aristóteles tuvo una intuición
interesante: en la actividad racional del hombre (el divino que hay en cada
hombre) hay un principio de unidad para todos los seres humanos.
En la filosofía de Epicuro, encontramos una posición defensiva hacia los
demás: considerando que el sabio es quien ha alcanzado la independencia
espiritual y el gozo individual de su bienestar material y espiritual (atarassìa),
propone que el hombre se abstenga de todo lo que pueda causarle alegrías y
dolores, quitándole así esta beatitud que persigue. Epicuro, de todos modos,
une a todo esto una gran filantropía hacia los seres humanos, eliminando
cualquier tipo de discriminación entre hombres y mujeres, libres o esclavos.
En la filosofía cristiana
a partir de los primeros siglos, se asume de
manera clara y definitiva que el hombre es hombre, y no una cosa o un
animal. Puede ser diferente, pero con su identidad y dignidad, y es una
persona, un prójimo, elegido por Dios y digno de ser amado. Esta
personalización en el pensamiento religioso se convirtió en la clave del
progreso y la civilización, y tuvo una influencia considerable en la formación
de la cultura occidental. Su eclipse, o su debilitamiento, es una de las causas
de la actual decadencia humana y moral.
En la época moderna asistimos a un cambio radical: hay una revolución
copernicana y la afirmación de las ciencias experimentales, que causan una
actitud más laicista hacia Dios y el mundo. Se da comienzo a un gigantesco
esfuerzo por parte de la razón humana de fundar un conocimiento universal
exclusivamente sobre sí misma y sus propias fuerzas. Nace así una soledad que
nos acompaña hasta la fecha, se pierde el centro conceptual que pueda dar
significado a nuestras actividades conocitivas.
Kant en el siglo XVIII intenta dar una respuesta de tipo pragmático y
propone una recíproca benevolencia activa así como una no-indiferencia
hacia el otro que están a la base de muchas ideas laicistas contemporáneas.
El mundo contemporáneo es hijo de la complejidad y de la soledad
absoluta del hombre, que se obliga a sí mismo a ocupar el lugar de Dios:
triunfan el individualismo y el objetivismo.
Sartre representa el ejemplo más interesante para salir de este impasse,
sin embargo, al mismo tiempo, lleva a sus extremas consecuencias los
fundamentos lógicos del conocimiento laicista. Según él, sin el otro yo no
puedo ser yo mismo, porque el otro objetivándome me conoce mejor y
favorece mi conciencia; por otro lado, me limita e impide mi verdadera
libertad: se llega por lo tanto a una alteridad trágica.
A partir del siglo XX, toman más fuerza distintas filosofías de matriz
cristiana o judía, o por lo menos no antirreligiosas. Mounier afirma que el otro es
un tú, es decir el hombre tiene que encontrar y reconocer en cada otro un tú,
en un camino de personalización de las relaciones humanas que tiene como
propósito la constitución de una persona nueva.
El pensamiento débil finalmente, denuncia la imposibilidad de una real
experiencia de la alteridad y se siente obligado a describir la existencia de un
individuo solo (solipsismo) cuya libertad moral no está de ninguna manera
relacionada con el otro. El otro es puro, abstracto y formal: no hay humanidad
en la relación con él, sencillamente un cruzarse que no es un encontrarse y
que no puede generar otra cosa que indiferencia.
El debate todavía no está resuelto y sigue siendo muy dinámico,
enriqueciéndose con los aportes de otras culturas, portadoras de sus propias
filosofías, y de las ciencias humanas y médicas.
Gracias a las primeras, sabemos que en ninguna parte del mundo se ha
gastado tantos tiempo y papel para tratar de explicar y demostrar algo que
parece ser tan obvio, o sea que (pidiendo disculpa por las redundancias) a)
las relaciones entre los seres humanos crean los mismos seres humanos y que b)
sin estas relaciones entre los seres humanos no es posible hablar de seres
humanos.
Las ciencias médicas han demostrado sin lugar a duda, que ya durante
el embarazo el niño establece relaciones activas con los otros que lo rodean,
relaciones que facilitan incluso su formación neuronal.
Las ciencias humanas, en cambio, han llegado a la conclusión de que
estas relaciones con el otro siguen siendo imprescindibles para nuestro
crecimiento a lo largo de toda nuestra vida.
La idea fundante de la espiritualidad de Chiara Lubich: Dios nos ama
inmensamente
El aporte de Chiara L. al debate anteriormente expuesto se constituye de
conceptos y descubrimientos espirituales y no filosóficos, porque Chiara no es
un filósofo o un científico en el sentido tradicional de la palabra: de hecho
escribió muy pocos libros y ensayos y nunca con la intención de ordenar o
sistematizar los fundamentos y los resultados de su pensamiento. Ella es más
una mística y lo que ha tratado de hacer a lo largo de estos años ha sido
preparar temas y respuestas a preguntas para varias tipologías de público, por
supuesto siempre refiriéndose a su experiencia personal y a una relación con
Dios directa y extremadamente fecunda.
Por lo tanto, si queremos profundizar nuestro conocimiento de la
espiritualidad de la unidad y de la figura de Chiara Lubich, no podemos
sencillamente leer libros: tenemos, en cambio, que conocer sus experiencias,
las cuales comportan siempre una relación con Dios y con los hermanos,
hacerlas propias, incluso viviéndolas nosotros mismos, y reflexionando sobre
ellas.
Es verdad que en tiempos relativamente recientes, unos quince años,
expertos en varias disciplinas han empezado un trabajo de sistematización de
los logros conceptuales de la espiritualidad del Movimiento de los Focolares,
con la finalidad de fundamentar científicamente una renovación en varios
ámbitos del saber como la teología, la filosofía, la sicología, etc. así como el
nacimiento de nuevas corrientes en ellos: pero de eso se hablará en otras
clases de esta misma cátedra.
En el año 1943 Chiara tenía 23 años. Aunque era cristiana practicante,
buscaba cómo poder saciar su gran sed de verdad, y cómo poder hacer
realidad su ardiente deseo de un amor cada vez más vivo hacia Dios, mientras
observaba con pesar el cristianismo de su época, vacío de vitalidad y de
eficacia.
«En medio de incoherencias y contrastes, Dios me atraía –cuenta ella
misma- y sumida en la vida de nosotros, los cristianos, que me afligía, Él se
manifestó.
«Un hecho. Estaba aún en la escuela. Un sacerdote que estaba de paso
quiso decirme unas palabras. Me pidió que ofreciese una hora del día por sus
intenciones. Respondí: ¿y porqué no todo el día? Impresionado por esta
generosidad juvenil, me dijo: “Señorita: acuérdese que Dios la ama
inmensamente”.
«Fue un rayo de luz.
«“Dios me ama inmensamente”. “Dios me ama inmensamente”.
«Lo digo y lo repito a mis compañeras: Dios te ama inmensamente, Dios
nos ama inmensamente.
«Desde aquel momento, descubro a Dios presente en todas partes con su
amor: en mis días, en mis noches, en mis impulsos, en mis propósitos, en los
acontecimientos alegres y reconfortantes, en las situaciones tristes, escabrosas
y difíciles.
«Está siempre, está en todos los lugares y me explica. ¿Qué es lo que me
explica? Que todo es amor: lo que soy y lo que me sucede; lo que somos y lo
que nos afecta; que soy su hija y que Él es mi Padre; que nada se escapa a su
amor, ni siquiera los errores que cometo, porque Él los permite; que su amor
envuelve a mí, a la Iglesia, al mundo, al universo.
«Y me sostiene y abre mis ojos a todo y a todos como frutos de su amor.
«La conversión se ha realizado. “La novedad se presentó ante mi mente;
sé quién es Dios. Dios es Amor»1.
La razón por la cual hemos reportado este fragmento es subrayar la
diferencia de “método” con relación a los sistemas filosóficos tradicionales y a
la manera común de percibir la realidad en la cultura occidental.
En la filosofía moderna occidental, que está a la base del nacimiento de
las ciencias físicas y técnicas así como hoy las conocemos, el punto de partida
ha sido el yo pensante: el sujeto es un individuo autónomo y creativo, que
conceptualmente se funda a sí mismo y que dicta las reglas del juego: así
comienza a conocer el mundo que lo rodea, incluyendo a los demás “yo”,
con la finalidad de doblar todo a sus fines.
Dando un recorrido por la historia de la filosofía, vimos alternarse muchas
escuelas que se han basado sobre este concepto fundante. El “Cogito ergo
1
CERINI Marisa, Dios Amor en la experiencia y el pensamiento de Chiara Lubich, Ed. Ciudad
Nueva, Madrid, 1991, págs 13-15.
sum” cartesiano es el ejemplo más conocido, incluso para quienes no
conocen mucho de filosofía.
Algunos de los resultados de estas filosofías y de las ciencias que las
aplicaron han sido excelentes, y han permitido el desarrollo de nuestra
civilización. Sin embargo, sería inútil negarlo, las luces no han sido más
numerosas que las sombras y nuestras sociedades contemporáneas se
encuentran en una crisis antropológica profunda y grave. El acto de
autoafirmación del hombre moderno hecha sus raíces en la negación de Dios,
casi en una rebelión contra Dios: el concepto de Dios es negado o pospuesto
por el hombre moderno porque es visto como un obstáculo al real
conocimiento de sí mismo. Pero este titánico esfuerzo ha convertido la razón
en algo solitario, que queda prisionero de su misma fuerza. Sigue entonces la
falta de sentido en la existencia y toman vigor visiones pesimistas o utilitaristas
de la razón y de la humanidad. Porque como afirmó Dostoevsky, eliminando
Dios todo se vuelve posible.
Con Chiara la visión de las cosas es diferente: el punto de partida es Dios.
En el descubrimiento “Dios me ama inmensamente” el. En este sistema de
conocimiento el centro es un otro, que me crea por amor y me sigue amando
en cada momento de mi existencia hasta el punto de no dejarme nunca solo.
Y es algo interesante que este descubrimiento de una vez se vuelva
colectivo: el pasaje lógico me ama-nos ama es prácticamente instantáneo,
así como la necesidad de CL de comunicárselo a sus compañeras y a todos
los demás que encontraban. El otro, entonces, no es para nada una amenaza
o un compañero obligado de viaje, sino un hermano que comparte conmigo
el amor inmenso de un Padre, cuya única Voluntad es que este amor se
vuelva ley universal entre sus hijos.
No es oportuno adelantar en esta clase demasiados elementos de la
espiritualidad colectiva, típica del Movimiento fundado por CL, porque será
explicada en otra específica más adelante. Ahora es suficiente decir que la
espiritualidad del movimiento ha sido impostada en su totalidad a partir de
este descubrimiento que Dios nos ama inmensamente. Todos los “instrumentos”
que se utilizan en la espiritualidad de CL se basan en las relaciones de amor
entre un yo y otros, que se ayudan recíprocamente en el camino hacia Dios.
No es solamente algo que se hace por sentido común (los otros ven de mì
cosas que yo solo no puedo ver): es la conciencia de que si yo trato de amar
a un otro y (mejor todavía) el otro trata de amarme a mí, entonces Dios se
hace presente entre nosotros y nos “dice”, nos inspira cosas que no se nos
podrían ocurrir ni a mí ni al otro. Él lo prometió: “Donde haya dos o tres reunidos
en mi nombre, Yo estaré en medio de ellos”. Y su presencia, sabemos que no
puede ser estática o “silenciosa”. Por supuesto, no se cierra el paso a las
inspiraciones individuales: es solo que si hacemos el esfuerzo de ir hacia los
otros, de amarlos y escucharlos los frutos serán radicalmente diferentes.
En una conferencia pronunciada en Milán, la misma CL lo explica:
«En esta época el Espíritu Santo llama con fuerza a los hombres a caminar
junto a otros hombres, e incluso a ser un solo corazón y una sola alma con
todos los que lo deseen.
«El Espíritu Santo impulsó a nuestro Movimiento, desde sus inicios, a dar un
decidido viraje hacia los hombres. Según nuestra espiritualidad, vamos a Dios
pasando precisamente por el hermano.
«Yo-el hermano-Dios, decimos. Vamos a Dios junto con el hombre, junto
con los hermanos; es más, vamos a Dios a través del hombre».
Son evidentes las diferencias con las filosofías que consideran al otro
como una amenaza o un límite. Hay que decir la verdad: incluso en muchas
corrientes espirituales cristianas antiguas, se consideraba el otro una tentación
o una distracción que limitaba la relación con Dios. El panorama hoy mudó
completamente, y si es verdad que tenemos que cultivar nuestra relación
individual con Dios, es igualmente cierto que ésta tiene que alimentarse
también gracias a una relación fecunda con los otros que están a mi lado.
Posibles aplicaciones
En la clase pasada la Ana María Fons explicó con mucha claridad la
dinámica constructiva de la persona, el “Amo luego soy” que trata de
responder a las dificultades generadas por el Cogito cartesiano. No vamos a
repetir cosas ya dichas, mejor será dedicarnos a los desarrollos antropológicoculturales que pueden derivar de este tipo de relación con el otro.
La primera idea, como ya se ha dicho es la siguiente: «Dios me/nos ama
inmensamente». Tomando este punto de referencia, podemos decir que Dios
es Amor para todos los hombres independientemente de su colocación en el
tiempo y en el espacio: el Amor de Dios que sintió Chiara Lubich en 1943 o el
que podemos experimentar nosotros en nuestra vida diaria es el mismo que
acompañó los hombres y las mujeres de cada época y de cada lugar del
mundo. Eso porque no hay y no puede haber límites al Amor de Dios hacia sus
hijos.
Es cierto que a lo largo de la historia humana hubo un pueblo especial,
formado y elegido por Dios para recibir, vivir y difundir su mensaje, pero esto no
significa que haya habido un pueblo más amado que otro. Es importante
subrayar en este sentido los aportes que nos llegan de las ciencias
antropológicas y del Magisterio de la Iglesia, que nos muestran el valor de
cada cultura y nos animan a aprovechar las diferencias entre los pueblos
como oportunidades de enriquecimiento recíproco.
Es bueno precisar que no es necesario respetar la alteridad cultural por
pura
filantropía: son los descubrimientos antropológicos de los últimos cien
años que han demostrado que cada pueblo se ha “especializado” en
profundizar sus conocimientos en ámbitos específicos de las actividades
humanas. Hay pueblos, como los occidentales, que se han especializado en el
conocimiento técnico de la naturaleza, alcanzando un dominio de ella que no
ha tenido antecedentes en la historia y que, dentro de ciertos límites, ha
asegurado un gran bienestar. Hay otros pueblos “atrasados” en conocimientos
técnicos pero que han desarrollado mecanismos socio-culturales complejos y
eficaces de integración de la persona en la sociedad (es el caso de los
pueblos andinos antes de la conquista colonial o de los pueblos de África subsahariana). Hay otros que son insuperables en el conocimiento de y en la
integración en el ecosistema en el cual viven; hay pueblos, en cambio, como
los del Extremo Oriente que han desarrollado un conocimiento del cuerpo
humano que no tiene comparaciones; hay otros que son muy “artísticos”, es
decir que han desarrollado técnicas de reproducción e interpretación gráfica
de la realidad que han sido tomadas como ejemplo por artistas de todo el
mundo. Y la lista de logros podría seguir mucho más. No son solamente luces,
por supuesto, hay también aspectos negativos en las culturas; pero no es
utópico considerar la alteridad cultural como un tesoro que podemos
aprovechar para el bien común.
El aporte de Chiara también en este caso toma como postulado inicial el
infinito Amor de Dios hacia todos sus hijos. Los antropólogos, manteniendo por
lo general una actitud científica en el sentido laicista de la palabra, ven en
estos logros una demostración de la grandeza del ser humano, que incluso en
condiciones ambientales difíciles o críticas llega a resultados excelentes.
Chiara reconoce que es cierto, pero en varias oportunidades ha subrayado
también el aporte de un Otro, de un Dios que es Padre, que a lo largo de la
historia sostiene, anima e inspira el crecimiento de sus hijos en cuanto personas
y en cuanto pueblos.
El Movimiento de los Focolares se ha difundido en 182 países del mundo,
por lo tanto la relación con la alteridad cultural es algo cotidiano,
especialmente en los aspectos de tipo religioso, pero también en lo que está
relacionado con las diferentes edades, clases sociales, niveles culturales. Y en
varias oportunidades Chiara ha explicado cuál es su actitud frente a las
personas de otra religión: antes que nada el respecto, en segundo lugar la
escucha, finalmente la caridad en la verdad.
Realmente impresiona ver a Chiara Lubich hablar de sus experiencias de
vida cristiana a jóvenes o ancianos, periodistas, obreros o monjes, musulmanes,
budistas o hinduistas. En sus discursos no quita nada de su propia alteridad (su
ser cristiana y occidental) y se la ofrece enteramente a quien la escucha. Los
resultados han sido asombrosos para la misma Iglesia Católica, que en más de
una oportunidad ha tenido que agregar figuras jurídicas nuevas, para que
fieles de otras iglesias cristianas o religiones y personas que no se reconocen en
ningún credo pertenezcan a un movimiento católico.
Se ha notado, durante los últimos años, que las distintas alteridades salen
reforzadas de una relación real y honesta entre sí. Es el caso de unos miembros
del Movimiento, fieles del Islam, para quedarnos en un ámbito religioso, que
refieren de haber vivido por años de manera muy superficial los fundamentos
de su propia fe musulmana; luego de haber conocido la espiritualidad del
Movimiento y haber tratado de vivirla, han sentido la necesidad de retomar
más concientemente los principios de su fe, para vivirla de manera nueva.
Al finalizar las primeras dos clases de esta cátedra, creo que podemos
empezar a dar respuestas a algunas de las preguntas fundamentales de
nuestra existencia. ¿Quién es el hombre? ¿Qué necesita hacer para realizarse?
¿Quién necesita ser para realizarse? Hemos visto antes que nada que el
hombre es un ser profundamente relacional, que ya antes del nacimiento por
su misma naturaleza busca al otro para relacionarse con él. Hemos visto luego
que es un ser amado inmensamente por Dios y que la relación con Él es algo
que lo ha acompañado a lo largo de toda su historia.
Por varios siglos, la cultura occidental quiso poner a la base de todos sus
conocimientos la razón humana, obteniendo ciertos buenos resultados pero
perdiendo el significado de su propio ser.
La novedad que aporta la espiritualidad de Chiara es que tenemos que
convertir esta característica natural del hombre (la de relacionarse) en una
relación de amor. Es un riesgo, porque amar al otro quiere decir abrirse y
donarse al otro, perderse en el otro. No hay duda, que en el mundo actual hay
miedo de que este “perderse” en el otro sea definitivo, que no haya nada más
allá: es por eso que se cierran las puertas de los Estados y de los corazones, por
miedo de perder nuestra propia humanidad tratamos de defenderla, de
protegerla contra ataques de todo tipo.
En cambio, la respuesta está en la apertura. Dice Chiara y lo reportó
también la Ana María Fons en la clase pasada, que si tengo una flor y la doy al
otro, ciertamente me privo de ella y, al privarme, pierdo algo de mí (es un no
ser); pero, en realidad, precisamente porque doy esa flor, crece en mí el amor
(el ser). Por lo tanto, mi subjetividad, mi verdadera identidad según el designio
de Dios es cuando no-es por amor, es decir, cuando está completamente
proyectada, por amor, en el otro. Esta es la verdadera realización, modelada
sobre la Trinidad, en la cual cada hombre, religioso o no puede reconocerse.
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