UNO Había llovido en París, como es habitual en primavera, y la terraza del café en la acera sur de los Champs Ellysées aceptaba parroquianos esa tarde de domingo, sin riesgo de que cayera otro chaparrón y les aguara la cena. De repente, cara a cara, entre la multitud de paseantes que caminaban por la vereda vecina al cerco que bordeaba el café, veo a Pepe Olavarría que viene con otros más; verlo y levantarme fue un segundo, y expresarle: —El entierro del Conde de Orgaz —con un titubeo fugaz, Pepe me dio la respuesta: —Atisbos de un tiempo que se avizora —el abrazo de ambos, entre el estupor de los franceses y el jolgorio de todos, dio paso a las presentaciones. —Mi mujer, Nuri —le dije, a lo que Pepe me miró y me dijo: —Veo que te has casado otra vez —a lo que le respondí rápido: —¿Te importa acaso? Pepe iba con su mujer y otra pareja más, nos sentamos todos, pedimos y empezó una amena charla acerca del momento que nos hacía coincidir en París. [9] CARLOS BIDEGAIN-PAVÓN —Estamos de congreso —dijo Pepe—, somos todos cirujanos plásticos, unos en Santiago, otros en Viña. Nuri ya me había señalado con el dedo en la nariz para que me fijara en la nariz de Barbie que llevaba la esposa de Pepe, me sonreí. Pepe comentó que luego seguirían viaje por Europa al estilo chileno: hoy Ámsterdam, mañana Londres, el miércoles Berlín y vuelta a casa, que no da ni el tiempo ni el dinero para más. —Y tú, ¿qué haces? —dijo. —Pues mira —respondí—, también de congreso; he venido a despedir a un hombre entrañable, mi patrón francés, a quien debo gran parte de mi formación como cirujano torácico en el Laennec, aquí cerca, el viejo se jubila y hemos querido estar con él en la fiesta. —¿Tú te dedicaste a la cirugía de tórax? —dijo Pepe. —Exactamente, a la cirugía del pulmón —le contesté—; me dedico a ello en Barcelona, que mi esposa es de allá. —Tiempo que no nos veíamos —dijo Pepe. —Exactamente desde septiembre de 1973. En esa fecha fue la última vez que estuvimos juntos —le dije—, y por Dios, ¡en qué situación de incertidumbre! —¿Y ese saludo del conde de Orgaz, qué tiene que ver? —dijo Nuri, entrando en la conversación, una vez que le habíamos ordenado al mozo una ensaladas y unos quesos con unas cervezas. —Pues tendremos que explicártelo —dijeron al unísono tanto Pepe como Manuel, el otro plástico, así como su esposa Teresa—; tanto como una vez que contó lo mismo y al final nos pusieron en la puerta del bar a las tres de la madrugada y el cuento sin terminar. Terminamos el cuento en casa, entre cigarrillos y cafés, cerca de las nueve de la mañana. [10] Goiko —No, por favor —exclamó Maite, la de la nariz de muñeca, esposa de Pepe—, otra vez no; cada vez que Pepe encuentra a alguien de su promoción, retrocede al tiempo de la universidad y venga a lo mismo, la misma historia, los mismos personajes, el mismo sitio, a lo que le van agregando anécdotas y chascarros en la medida en que se va encontrando con alguien. Después de lo del conde de Orgaz basta decir: ¿te acuerdas?, para que ya no nos levantemos de la mesa. Esta vez fue lo mismo, a la una nos invitaron a marchar, el relato todavía estaba muy vivo y alguien, creo que fui yo, dijo: «Taxis y a la rue Moffetard 18 bis, La verre au pied, que está abierto hasta tarde». Continuamos, esta vez con Pernod, hasta las siete, con algunos cafés, entre humo y alguien preguntando: —¿Nadie trabaja hoy? Nos levantamos para ir a dormir. Manuel tropezó en el boulevard St. Germain. —Vaya, este adoquín debe estar suelto desde el 68 —dijo mientras se sacudía la americana—, alguno todavía busca el mar debajo de las piedras de París. —Quedó casi todo suelto el 68 —contestó Pepe—, y muchas cosas aún no se terminan de ajustar. Suerte de que a Marcuse y a Albert Camus se los llevó el tiempo. Mi patrón siempre dice que los muertos y los heridos por la policía en estos enfrentamientos los recogió él en el Laennec, que está cerca de aquí, si bien la versión oficial se ha cuidado siempre en afirmar que no los hubo. Que la represión fue feroz. —¡Jo! —dije yo—, ¿qué saben aquí de represión?, lo del 73 sí que la fue de verdad. Habíamos ido a rematar a no sé qué café en la rue Moffetard, tenía la única ventaja de que no cerraba. Todos se habían marchado ya a dormir ante la alarma que causó el que nos pusiésemos [11] CARLOS BIDEGAIN-PAVÓN a rememorar nuestros tiempos en la Unidad Popular en Concepción y cada una de las historias que se iban hilvanando unas a otras, detrás de una copa de coñac. Pepe y yo, detrás de un mal gin tonic de garrafón, que se notaba estaba a la altura del local, servido despreciablemente en vaso de tubo, con un limón añejo de estar cortado unido a una tónica que intentaba ser Schewppes pero no llegaba. Abrió la conversación Pepe preguntando por mis amigas: —¿Te recuerdas de los que iban contigo en ese desastre de viaje en que lo pasaron tan putas? —Yo no sé si estábamos vivos al iniciar la carrera hacia la frontera, al cerrar la puerta del autobús en Concepción, frente a la Intendencia. Las autoridades militares ya habían decretado que estábamos muertos, en ese trance, nos iban a pelar limpiamente aplicándonos la ley de fuga —respondí. —Sí que me recuerdo, yo tuve la suerte de pasar a la embajada italiana un par de días después, pero a ustedes los dieron como muertos en el parte de ese día: muertos en enfrentamiento con las fuerzas militares. Pero tu amiga…, me acuerdo de su nombre, Ana Maroto Sanhueza, me acuerdo de lo guapa que era, ¿no era hija de un juez de la Corte de Justicia de Concepción, y su madre no era la secretaria del segundo juzgado? —Sí —respondí—. Fue gracias a ellos y a las movidas que hizo mi familia que pudimos llegar a la frontera. Ellos nos facilitaron mucho las cosas, en realidad se juntaron muchas cosas para poder salir por piernas. La influencia de los padres de Jorge Vilá Catalá, novio de Mariona, ¿te recuerdas de Mariona Ros Irizar, periodista del Diario Color en esos años tan difíciles?, sus padres, junto a los de Jorge, que eran tenderos en la calle ColoColo, que tenían un negocio de ultramarinos, consiguieron con la Intendencia que nos dejaran marchar ese trece de septiembre. [12] Goiko Fueron muy inocentes, el nuevo régimen necesitaba hechos de propaganda destacados y nosotros para el jefe de Seguridad en Concepción éramos ideales: guerrilleros, subversivos, de familias de cierta notoriedad muertos en un paso cordillerano emboscando a las fuerzas del ejército, íbamos a llenar las planas de los periódicos. Quería un hecho impactante, que iniciara el terror y la represión masiva, en el fondo un escarmiento y pensaron en nosotros, claro. —Me acuerdo de tus amigos de esa célula de las juventudes comunistas que ustedes constituyeron —dijo Pepe—, erais un buen grupo, contestatarios, me acuerdo lo de Checoslovaquia, de tu amiga aquella del violonchelo. —Olga Bastidas Oyarzábal, sigue igual de brillante, está en Alemania, en la Universidad de Heidelberg, periódicamente nos encontramos acá, lo mismo que Hans Joaquim Schultz Muller, que continúa como ingeniero de la Mercedes, creo que ahora está en Bonn, de repente nos encontramos en Internet y charlamos. ¿Tú te acuerdas que la célula se disolvió después de la invasión de Checoslovaquia y luego exoneraron a parte del grupo de la universidad a raíz de aquella marcha en que los detuvieron? —Había alguno más —dijo Pepe— que hacía Sociología en París, es el que nos abrió los ojos unos meses antes del golpe. —Efectivamente, se trata de Chago, mi amigo Chago, Santiago Letamendia Lichau, sigue en París en el Centro de Estudios Sociales, es doctor en Sociología, continúa como actor aficionado. Lo encontré una vez en Tossa de Mar, durante un verano, mi mujer lo bufa, te imaginarás, pues cada vez que nos encontramos es igual que hoy. ¿Te acuerdas?, escuchar eso y todos salir huyendo es casi lo mismo. Hay que reconocer que sin su charla descarnada acerca de la situación chilena en julio de 1973, ninguno de nosotros se habría preparado para salir antes [13] CARLOS BIDEGAIN-PAVÓN que nos hicieran desaparecer, pues de eso se trataba. No tolerarían que comentáramos ciertos datos que llevábamos y que pondrían en solfa parte de la represión que en ese momento se gestaba. La venida de Chago fue providencial, a todos nos motivó a conseguir pasaporte, Ana y yo lo conseguimos en el consulado francés a través de mi madre; Jorge y Mariona eran ciudadanos españoles, así lo tuvieron más fácil. Además conseguimos una acreditación de que estábamos en misión oficial. Eso nos permitió pasar la frontera, donde fuimos auxiliados por la embajada francesa en Argentina después del terrible enfrentamiento, suerte de todos, estamos vivos de milagro, si no es por el arrojo de Jorge y la ayuda de mis amigos de infancia, no estaríamos aquí. —La historia comienza quizás mucho antes —comencé yo. Al oír esto, Nuri dijo: —Que he venido de paseo, ya sé de qué va, si quieres comentar con Pepe, nos vemos en el hotel. Fue como un aviso pues la esposa de Pepe y la amiga que la acompañaba, viendo lo que se avecinaba, también dijeron: —Nosotras daremos un paseo y cuando estén de vuestra charla, ya nos veremos. Así comenzó el relato. [14]