Untitled - Obrapropia

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Richard Escriche ‘Witxo’
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Primera edición: Febrero de 2014
Richard Escriche Morcillo
ISBN: 978-84-937366-0-6
Depósito legal: V-4583-2009
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Encuentra más historias sobre curiosidades del rock and roll en Las memorias de Jack
Alzheimer (disponible en Obrapropia.com)
Impreso en España
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“Estoy en la habitación más pequeña de la casa.
Tengo su crítica delante de mí,
pero muy pronto la tendré detrás de mí”
Max Reger
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1. Introducción………………………………………………… 9
2. El triángulo amoroso que se convirtió en una recta…...… 12
3. It’s only rock and roll, but I’m not sure you like it………. 27
4. Escogieron al bueno antes que al mejor…………………. 37
5. Sexo, cassettes y cintas sin vídeo...……………………….. 44
6. Mi vocación como periodista………………………..……. 58
7. Drogarse es malo. No hacerlo es peor…………………… 62
8. El sindicato del crimen discográfico……………………... 88
9. Too many dicks on the dancefloor……………………… 122
10. A dos metros bajo tierra………………………………… 145
11. Mi vida sin mí…………………………………………… 151
12. Un epílogo desde el más allá………………………….... 159
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1. Introducción
Me llamo Jack Sherlock Alzheimer y si estás leyendo
esto será porque, en el mejor de los casos, ya estaré muerto.
No sé si de viejo o violentamente, pero yo ya no estaré entre los
vivos. Asumo que es el precio que hay que pagar por saber
ciertas cosas. No es algo que haga con alegría ni porque sea mi
deber, es por una razón más simple: no quiero que la verdad
muera conmigo.
No escribo esto para ti que lo sabes todo. Ni tampoco
para iluminar a los que no se enteran de nada. Lo escribo para
aquellos que todavía se preocupan por el por qué de las cosas
que suceden a su alrededor. Para ti que aún te emocionas
escuchando una vieja canción que te llena de una amarga
melancolía e inunda de tristeza en la misma medida que te
transporta a un lugar en el que fuiste feliz.
La música tiene el don de alterar la realidad de una
forma tan primaria y visceral que resulta adictiva para
aquellos que buscan una respuesta al sinsentido de la vida.
Caprichosa,
injusta,
esperanzadora,
salvaje,
maravillosa,
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decadente,
divertida, dura,
embriagadora
y
cuya
única
promesa fiable es que te regala un billete de ida a ninguna
parte. Las notas musicales que se recombinan hasta el infinito
nos hablan directamente aunque a veces no seamos capaces
de entender ni el idioma en el que nos están hablando.
Estamos hechos de ritmos, de vibraciones de cuerdas, aunque
la belleza de melodía para algunos sea una marcha militar o
para otros sea la de un himno religioso, una tonadilla alegre o
llena de rabia o con amargura o incluso el sonido de una vieja
caja registradora. Música al fin y al cabo que llena la banda
sonora de nuestras vidas.
Si has tarareado una canción hasta volver locos a los
que te rodean, si has puesto un disco una y otra vez hasta
rayarlo sin poder/querer dejar de hacerlo, si has gritado la
letra de una canción escondido entre la multitud que se agolpa
frente a un escenario durante un concierto, entonces estás en
el sitio adecuado. En éstas páginas encontrarás la verdad que
se te ha ocultado. Sea como sea el resultado, muchos
misterios serán desvelados. Se trata de una pieza más de un
puzzle que ha marcado la vida de millones de roqueros y
aficionados a la música popular. Melómanos como tú y yo.
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Solo
es
una
pieza
más
en
este
complicado
rompecabezas. Pero es la pieza central que completa la imagen
que el rock and roll dibujó en el siglo XX y que ahora parece
extinguirse en el XXI. La pieza que le da sentido a todo lo que
sospechabas y has oído como un lejano rumor. También sobre
lo que nunca hubieras imaginado.
Lo teníamos todo a favor. Talento, creatividad, agallas,
una nueva imagen. La combinación perfecta de rockandroll
melódico
y
contundente
dentro
de
unas
canciones
increíblemente audaces y una pureza de sonido que nadie
había visitado antes. Éramos tan innovadores que no hubo
quien dijera que nuestro éxito se debía a una fórmula anterior,
a aprovecharnos de lo que ya hacían o habían hecho otras
bandas. No imitábamos a nadie, ni siquiera éramos los
continuadores de grandes músicos como Bill Haley, Litlle
Richard o Elvis… Habíamos descubierto un nuevo universo
sónico que iba a cambiar el rumbo de la música. El curso de la
historia. Y teníamos el escenario perfecto para ello: Londres,
1968.
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2. El triángulo amoroso que se convirtió en una recta
En 1955, unos meses antes de alcanzar la mayoría de
edad ingresé en la Royal Academy of Dramatic Art (RADA) de
Londres. No era más que un joven de Guilford que apenas
había visitado la capital para ver los sitios más emblemáticos.
Pero era ahí donde quería, donde necesitaba estar. Ser actor
no estaba bien visto por aquel entonces, como casi nunca lo
ha estado, pero una década después de la Segunda Guerra
Mundial cualquier trabajo que permitiera ganarse la vida era
una buena noticia. Prometí a mis padres que iría a la
universidad, haría ambas cosas a la vez. Pero antes quería
probar fortuna en el teatro. O en el cine. Incluso en la
televisión. Me había enamorado de la interpretación con El
crepúsculo de los dioses de Billy Wilder y era el año de Ben-Hur
y Rebelde sin causa. La heroicidad de Charlton Heston, antes
de que fuera por Estados Unidos proclamando que los rifles
son unas herramientas muy útiles para proclamar tu libertad
a tiros, y la rebeldía adolescente de James Dean, antes de que
el joven actor descubriera ése mismo año que ni él ni su
Porsche 550 soportarían un violento impacto contra un Ford
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Custom Coupé del 50 con el que viajaba hacía la muerte en
sentido contrario, no había un joven en todo el Reino Unido
que no soñara en algún momento con ser una estrella del
celuloide. El séptimo arte era resplandeciente y abundaba en
las ventajas de una vida idílica de fama y promesas de un
rápido éxito a los ojos de un ingenuo muchacho.
En el RADA entablé amistad con mucha gente que
compartía mis gustos. Algo que en la juventud les convierte en
amistades íntimas de forma instantánea. Ninguna otra época
es tan favorable para establecer lazos de unión que entonces
parecen que se mantendrán durante el resto de tu vida. De
entre mi pandilla más cercana destacaban tres personas: un
atractivo y espigado chico rubio (Peter O’Toole), una belleza de
ojos azules (Susannah York) y un no tan bello y futuro
contable con alma de artista (Brian Epstein). Por aquel
entonces yo ya tenía el gusanillo de la música dentro. Incluso
había compuesto algunas odiosas melodías con una vieja
guitarra española que me había regalado mi madre a través de
una herencia familiar de un primo de Oxford. La guitarra
estaba en tan mal estado que era perfecta para mis
inexistentes habilidades musicales y por ello me decidí a
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practicar con ella, a todas horas, hasta hacer que las
desobedientes yemas de mis dedos entraran en contacto con
las cuerdas adecuadas de aquel ingobernable y desafinado
instrumento. No fue fácil aprender. Mis agarrotadas falanges
se negaban a presionar las cuerdas en el orden correcto.
Siempre estaban moviéndose muy lentamente por los trastes,
incapaz de tocar la nota tal y como se esperaba. La frustración
era directamente proporcional a mi escasa paciencia. No
obstante, tras varias semanas de laborioso esfuerzo, al final lo
conseguí. Animado con mis pequeños avances fui ganando
confianza hasta debutar como músico callejero. Con lo que
saqué por las esquinas me compré una Rickenbacker modelo
Ruby 620/6. Nunca he estado más apegado a otro objeto
inanimado como lo estuve de aquel pedazo de madera, plástico
y seis cuerdas. Mi amplificador fue un Supro Valco Spectator
1614E. La bestia era fea, ruidosa, se llevaba todos los golpes
posibles y algunos que costaba de imaginar y pesada como
una losa mortuaria, pero era necesaria si quería escuchar
algo.
Mis preocupaciones no eran solo la interpretación o el
rock. Los picores en las partes masculinas que habían
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despertado en la adolescencia no habían desaparecido al
vislumbrar la adultez. Sentí una atracción instantánea hacia
Susannah. Y no era el único. Preciosa, rubia y lozana era una
combinación
que
te
garantizaba
el
éxito
en
la
faceta
sentimental. Y por sentimiento me refiero a levantar la
autoestima, y otras partes del cuerpo, al ver que los demás de
observan con ella. La oportunidad de llegar a intimar con una
chica así era un poderoso estimulante emocional. Además el
ambiente en el RADA era muy proclive a los romances. Se vivía
un gran espíritu de libertad, sexual incluida, y de ganas de
vivir para una generación que apenas recordaba la segunda
guerra mundial. Brian compartía mi afición por la música que
llegaba de la América negra. El jazz, el swing o el bebop se nos
quedaban ya anticuados, pero la combinación de guitarra y
bajo eléctrico con una batería era una firme promesa de que
algo bueno iba a suceder. Pasábamos mucho tiempo juntos. Él
tenía buen oído pero no estaba interesado en subirse a un
escenario nada más que para la interpretación actoral. Si
hubiese querido estar en una banda de rock le hubiera metido
en la mía. Sin ningún problema. Era un joven apasionado y
cabal. No era un rival en mi aventura por atraer la atención de
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