Programa 3

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NOTAS: Juan Arturo Brennan
1
CARL MARIA VON WEBER (1786-1826)
Concierto para clarinete y orquesta no. 2 en mi bemol mayor, op. 74
Allegro
Romanze
Polacca
Si esta fuera una nota de programa normal y razonable, se iniciaría con un breve apunte
biográfico de Carl Maria von Weber. Pero como hoy no me siento ni normal ni razonable,
ofrezco a mis lectores una biografía distinta.
Heinrich Joseph Bärmann nació en la ciudad alemana de Potsdam el 14 de febrero de 1784 y
estudió el oboe en la Escuela de Música Militar de su ciudad natal. En su juventud fue
director de la banda de los Guardias Prusianos y más tarde cambió el oboe por el clarinete,
siendo los señores Beer y Tausch sus principales tutores en este instrumento. Muy pronto,
Bärmann se convirtió en un clarinetista de renombre, y entre concierto y concierto se las
arregló para llevar una vida bastante agitada. Bärmann formaba parte del ejército prusiano
cuando ocurrió la famosa batalla de Jena, y fue hecho prisionero por los franceses; sin
embargo, pronto logró escapar de sus captores y fue a dar a Munich, donde obtuvo un
puesto en la orquesta de la corte. Además de su gran fama en el mundo de habla alemana,
Bärmann dejó una huella musical importante en Francia, Inglaterra y Rusia. Además de sus
labores como intérprete de primera, dedicó parte de su tiempo a la composición y escribió
un buen número de obras para clarinete, incluyendo conciertos, fantasías, quintetos,
cuartetos y sonatas. Su hijo Carl Bärmann se convirtió también en un notable intérprete del
clarinete y llegó a dominar el bassett horn o corno di bassetto. El joven Bärmann, para no
competir con las habilidades de su padre, terminó por dedicarse más a la enseñanza que a la
ejecución, y preparó ejercicios técnicos y piezas didácticas para los estudiantes del
instrumento; estas aportaciones suyas al estudio y práctica del clarinete aún están vigentes
en Alemania. Una de las obras más conocidas del catálogo de H.J. Bärmann es el Quinteto
Op. 23, cuyo adagio ha sido atribuido a Wagner, sin fundamento musicológico alguno. De
hecho, esta pieza aparece en muchos de los catálogos de las obras de Wagner, y no fue sino
hasta 1971 que la casa editora Breitkopf y Härtel la publicó bajo el nombre de su verdadero
autor, Heinrich Joseph Bärmann.
Hacia febrero de 1811 Carl Maria von Weber se hallaba en la ciudad de Darmstadt, donde
compuso, entre otras cosas, un dueto para dos violas, orquesta de cámara y clarinete
obligado; en la ejecución de esta obra de dotación poco común, Bärmann fue el solista en el
clarinete. Más tarde, Weber estuvo de paso por Munich, y resultó que Bärmann era amigo
de la familia en cuya casa estaba alojado el compositor. Así, Weber y Bärmann, tiempo
después de su primer encuentro en Darmstadt, se hicieron grandes amigos en Munich. De
hecho, se presentaron juntos en diversos conciertos en Praga y en algunas ciudades de
Alemania, entre 1811 y 1812. Ya con pleno y cercano conocimiento de las cualidades de
Bärmann como intérprete, el compositor escribió para él su Concertino Op. 26, que fue
estrenado por el clarinetista en abril de 1811. Para fortuna de Weber (e indirectamente, la de
Bärmann), el rey estaba presente en ese concierto, y dicen los cronistas de la época que
disfrutó mucho esa velada, tanto por la música de Weber como por la ejecución de
Bärmann. Así, en un impulso generoso del momento, el monarca encargó a Weber la
composición de dos obras musicales. (Aprovechando la situación, varios miembros de la
orquesta le pidieron a Weber que compusiera conciertos para ellos, pero el único proyecto
que fructificó a partir de este asunto fue el Concierto para fagot Op. 75.) Ni tardo ni
perezoso, Weber se dio a la tarea de escribir más música para su amigo clarinetista, y en
mayo y julio de ese mismo año de 1811 terminó la composición de sus dos conciertos para
clarinete y orquesta. El Primer concierto, Op. 73, de ellos fue estrenado por Bärmann el 3 de
junio, con el acompañamiento de la famosa Orquesta de la Corte de Munich, de la que el
clarinetista era miembro ilustre. Para entonces, los músicos del conjunto sinfónico de
Munich tenían ya un gran respeto por Weber y su música, de modo que trabajaron a fondo
los ensayos para el estreno, lo que dio como resultado una sesión musical de alta calidad.
Como era lógico suponer, estas circunstancias se repitieron pocos meses después, cuando
Bärmann estrenó el Segundo concierto para clarinete de Weber, que lleva el número de opus
74 y que había sido terminado por Weber el 17 de julio de 1811. Las crónicas de la época
muestran que Bärmann era muy apreciado, al grado de que le llamaban el Rubini del
clarinete (en referencia a un famoso tenor italiano de la época) debido a su sonido expresivo
y aterciopelado, que contrastaba con los tonos estridentes de sus colegas. Específicamente,
Weber escribió sobre Bärmann que admiraba la bienvenida homogeneidad de sonido a lo
largo de todo el registro del instrumento.
La fortuna indudable de haberse encontrado a Bärmann en su camino le permitió a Weber
convertirse en el creador de tres obras muy importantes en el repertorio del clarinete; de
hecho, no sería muy descabellado afirmar que las contribuciones de Webern a la literatura de
este instrumento son las más importantes realizadas en la generación posterior a Mozart. No
contento con dedicarle a Bärmann el concertino y los dos conciertos, Weber compuso para
él las Variaciones Op. 33 sobre un tema de una ópera de Francesco Silvani; la única obra de
Weber para el clarinete que no fue dedicada a Bärmann fue el Gran dúo concertante Op. 48
para clarinete y piano.
Después de una larga y fructífera carrera, apuntalada de manera especial por su relación con
Weber, el gran clarinetista Heinrich Joseph Bärmann murió en Munich el 11 de junio de
1847.
2
GUSTAV MAHLER (1860-1911)
Sinfonía no. 1 en re mayor, El Titán
Lento, arrastrado. Al principio muy apacible
Robusto y movido, pero no muy rápido
Solemne y mesurado, pero sin arrastrar
Movimiento tormentoso
El escritor alemán Johann Paul Friedrich Richter (mejor conocido por su seudónimo, Jean
Paul, adoptado en homenaje a Rousseau) fue básicamente un humorista con gran talento
poético, si bien nunca fue un gran poeta. En su primera época, sus obras eran sátiras
cáusticas al estilo de Swift y Pope. Más tarde, Jean Paul (1763-1825) comenzó a escribir
textos llenos de humor sentimental tomando como modelo a Sterne. El trabajo de Jean Paul
incluye elementos racionales y de escritura barroca, y en él están sintetizados los grandes
contrastes del humor y el sentimentalismo, de la razón y de la imaginación. Según Stefan
George, Jean Paul “extrajo del lenguaje los más brillantes colores y la música más rica.”
Considerando las contradicciones y la complejidad que se adivinan en este breve bosquejo de
Jean Paul, no es extraño que Gustav Mahler haya tomado algunas ideas del Titán, novela en
cuatro volúmenes que constituye la obra más importante de Jean Paul, para dar un sentido
programático a su Primera sinfonía. El hecho de que Jean Paul explora en el Titán a través
de sus personajes las ideas revolucionarias de su tiempo nos da también una indicación de las
preocupaciones intelectuales de Mahler.
La Primera sinfonía fue escrita por Mahler entre 1884 y 1888, y fue publicada en 1898. Esta
obra guarda una estrecha relación con el ciclo de canciones de Mahler titulado Lieder eines
fahrenden Gesellen (Canciones de un caminante), compuesto entre 1883 y 1885. En este
ciclo, Mahler exploró las contradicciones que hay entre los abismos de la desesperación y las
cimas de la alegría. Este elemento de dualidad y contradicción es omnipresente en la obra de
Mahler, y ha sido muy bien definido por Leonard Bernstein, uno de los máximos intérpretes
mahlerianos:
“Creo que la música de Mahler es más fascinante precisamente por esas inconsistencias.
Después de todo, musicalmente hablando, Mahler era un hombre doble, lleno de dualidades:
compositor vs. director, sofisticado vs. inocente, alemán vs. bohemio, cristiano vs. judío,
figura trágica vs. alegría infantil, tradición occidental vs. visión oriental, textura sinfónica vs.
naturaleza operística, enorme orquesta vs. música de cámara. Y la lista es interminable. Pero
quizá la dualidad mahleriana que hay que tener siempre en mente es la del adulto trágico
frente al niño inocente.”
Todas estas dualidades señaladas por Bernstein están ya presentes en el primer trabajo
sinfónico de Mahler, y la más clara de ellas es el hecho de que guarde una relación tan
cercana con las Canciones de un caminante. Originalmente, Mahler designó a su Titán
como un Poema tonal en forma de sinfonía, e incluso proporcionó notas de programa
extensas para acompañar la obra. Más tarde, Mahler llegó a detestar las asociaciones
programáticas de esta obra y retiró el programa, de manera que la versión final de la
partitura no contiene más que las tradicionales indicaciones de tempo.
El primer movimiento de la obra, basado en la segunda de las Canciones de un caminante,
arranca con un inicio mágico y misterioso, una fantástica niebla musical que poco a poco se
va disipando al calor de la orquesta para llevarnos a la afirmación triunfal del tema principal,
a cargo de los cornos. Del clímax orquestal surgido de ese tema nace la enérgica coda,
acentuada característicamente con pausas y silencios.
El segundo movimiento es un scherzo basado en la danza folklórica austríaca conocida
como ländler, utilizada anteriormente por Anton Bruckner (1824-1896) en sus propias
sinfonías. Aquí, Mahler da una forma muy clásica al movimiento: la forma ternaria scherzotrío-scherzo.
El tercer movimiento es la parte más original de la sinfonía y es quizá el que presenta las
características más mahlerianas de toda la obra. Sobre un ominoso fondo de timbales, el
contrabajo anuncia una oscura versión de la famosa ronda infantil Frére Jacques (Martinillo
para nosotros) sobre la cual la orquesta construye un canon de cualidades fantásticas, casi
surrealistas. Para este fascinante episodio, Mahler tenía dos referencias específicas: el arte
gráfico de Jacques Callot y una pintura de Moritz von Schwind titulada Los animales
entierran al cazador.
El movimiento final, que se inicia con una violenta explosión orquestal, es interrumpido por
tres contemplativos interludios, el tercero de los cuales nos lleva a la brillante coda. Existe
una indicación en la partitura (cuyo cumplimiento suele quedar a criterio del director) que
señala que durante la coda los ocho cornistas deben tocar de pie. Además de que esto es un
complemento escénico muy emotivo a la música misma, es también, al parecer, el verdadero
homenaje de Mahler a Jean Paul y a su Titán de ideas revolucionarias. Por cierto, en su
primera versión, la Primera sinfonía de Mahler tenía cinco movimientos en vez de cuatro.
Ese quinto movimiento, titulado Blumine, fue descartado por Mahler para dar a la obra la
forma en la que hoy la conocemos. La Primera sinfonía de Mahler fue estrenada en Budapest
el 20 de noviembre de 1889 y fue recibida con frialdad. Después, Mahler dirigió la obra
varias veces en Viena y recibió solamente hostilidad y desprecio por parte de sus
contemporáneos. Fue necesario que transcurriera medio siglo para que el Titán, igual que el
resto de la producción sinfónica de Mahler, fuera valorado en su verdadera magnitud.
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