Follet, Ken - La caída de los gigantes

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Vivía en una calle de casas de ladrillo en estado ruinoso y subdivididas en pequeños
apartamentos. Sentada en el portal de la casa contigua, Marga se limaba las uñas. Era
una joven rusa, hermosa, morena, de unos diecinueve años y sonrisa provocativa.
Trabajaba como camarera, pero confiaba en labrarse un futuro como cantante. Él la
había invitado a una copa en un par de ocasiones y la había besado en una. Ella le había
devuelto el beso con entusiasmo.
- ¡Hola, niña! -gritó él.
- ¿A quién llamas niña?
- ¿Qué haces esta noche?
- Tengo una cita -contestó ella.
Lev no la creyó. Ella nunca admitía que no tenía nada que hacer.
- Déjalo plantado -dijo él-. Le apesta el aliento. Ella sonrió.
- ¡Ni siquiera sabes quién es!
- Ven luego. -Levantó la bolsa de papel-. Voy a hacer filetes.
- Me lo pensaré.
- Trae hielo. -Lev entró en el edificio.
Vivía en un apartamento de renta baja, para el promedio del país, pero a Lev le
parecía amplio y lujoso. Tenía una sala de estar dormitorio y una cocina, con agua
corriente y luz eléctrica, ¡y todo era para él! En San Petersburgo un apartamento como
aquel habría alojado a diez personas o más.
Se quitó la chaqueta, se arremangó y se lavó las manos y la cara en el fregadero. Con
fiaba en que Marga fuera a verlo. Era su tipo de chica, siempre dispuesta a reírse, bailar
o montar una fiesta, nunca demasiado preocupada por el futuro. Peló y cortó varias
patatas, puso una sartén sobre el hornillo y añadió un pedazo de manteca. Mientras se
freían las pa tatas, Marga llegó con una jarra llena de hielo picado. Preparó las bebidas
con ginebra y azúcar.
Lev tomó un sorbo de la suya, y luego le dio un beso fugaz en los labios.
- ¡Está buena! -exclamó.
- Eres un fresco -repuso ella, pero no era una protesta seria. Él empezó a preguntarse
si lograría llevársela a la cama más tarde.
Comenzó a freír los filetes.
- Estoy impresionada -comentó ella-. No hay muchos chicos que sepan cocinar.
- Mi padre murió cuando yo tenía seis años, y mi madre cuando tenía once -dijo Lev-.
Me crió mi hermano, Grigori. Lo aprendimos a hacer todo solos. Aunque la verdad es
que en Rusia nunca teníamos filetes.
Ella le preguntó acerca de Grigori, y él le narró su vida durante la cena. A la mayoría
de las chicas les conmovía la historia de dos muchachos huérfanos que luchaban por
salir ad elante, trabajando en una gigantesca fábrica de locomotoras y viviendo en un
piso minúsculo. Omitió, con sentimiento de culpa, la parte de la historia en que
abandonaba a su novia em barazada.
Tomaron una segunda copa. Para cuando empezaron la tercera, ya anochecía y ella es
taba sentada en el regazo de él. Entre trago y trago, Lev la besaba. Cuando ella abrió la
boca para recibir su lengua, él le acarició los senos.
En ese instante, la puerta se abrió de golpe. Marga gritó.
Entraron tres hombres. Marga se levantó de un salto del regazo de Lev, sin dejar de
grit ar. Uno de los hombres le dio una bofetada con el dorso de la mano y le ordenó:
- Cierra la puta boca, zorra.
Ella corrió hacia la puerta cubriéndose con las manos los labios sangrantes. Los
intrusos la dejaron marchar.
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