a.- Jr. 31,7-9: Congregaré a ciegos y cojos. b.- Hb. 5, 1-6: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec. c.- Mc. 10, 46-52: Maestro que pueda ver. Este domingo el tema central de las lecturas es la fe en la salvación que Dios ofrece al hombre. El profeta contempla a los que vuelven del destierro y, Yahvé, se siente padre de su pueblo, porque no solo los trae de regreso a su tierra sino que los lleva por camino llano, a arroyos de agua para que apaguen su sed. El Señor ha salvado a su pueblo, el resto de Israel que vuelve del destierro, donde los cojos y ciegos y la mujer que espera un hijo, vienen acompañados por la esperanza y la fe en Yahvé. El autor de la carta a los Hebreos, nos habla del sacerdocio de Cristo Jesús, muy superior al sacerdocio levítico, pero muy cercano a los hombres porque comprende sus debilidades. Tiene un sacerdocio que no pasa, llamado por Dios a ese oficio en favor de los hombres. El evangelio nos narra como el ciego Bartimeo, quiere ser atendido por Jesús que pasa frente a él: “Al enterarse de que era Jesús de Nazaret, se puso a gritar: «¡Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí!» Muchos le increpaban para que se callara. Pero él gritaba mucho más: «¡Hijo de David, ten compasión de mí!» (vv. 47-48). Jesús, había venido a anunciar la salvación a los pobres y por lo mismo atiende su necesidad: “Jesús, dirigiéndose a él, le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le dijo: «Rabbuní, ¡que vea!» Jesús le dijo: «Vete, tu fe te ha salvado.» Y al instante, recobró la vista y le seguía por el camino.” (vv. 51-52). La fe del ciego produce el milagro de ver, de manos de Jesús, y se puso a seguirle. Si bien el Señor Jesús realizó varios milagros a los ciegos recobrándoles la vista, estos prodigios son signos de la presencia del reino de Dios entre ellos, por la acción de Jesús. Es el paso de las tinieblas a la luz, de la incredulidad a la fe. La incredulidad hoy, es la ceguera espiritual, que mantiene al hombre en la oscuridad, sin poder ver la vocación a la unión con Dios, reconocer su divinidad y su destino final. En cambio, la fe es luz para ver la vida desde Cristo Jesús; de ahí que la comunidad primitiva vio en este milagro una verdadera catequesis bautismal. De alguna forma todos estamos representados por el ciego Bartimeo, porque siendo mendigo y a la vera del camino, dependiendo de los demás, su figura, su persona, nos habla de la humanidad caída, necesitada de luz, alegría y sobre todo de la salvación de Dios. El Señor Jesús, quiere comunicar su propia luz, con su palabra y los signos que realiza a favor de los hombres. Esta es la razón por la que atendió los gritos del ciego, una oración suplicante si queremos. En él también encontramos un modelo de fe tenaz, que públicamente reconoce su limitación y necesidad, y busca lo que quiere; una vez sano sigue, a Jesús, con el mismo afán con que lo buscó. Necesitamos creer para ver, para sanar nuestra ceguera espiritual y esto está testimoniado por la vida de muchos santos que encontraron a Cristo en forma violenta, repentina, en otros fue todo un descubrimiento lento, los más de las veces: Pablo, Agustín, Teresa de Jesús, Ignacio de Loyola, etc. Estos creyeron y vieron y comprendieron la verdad. Con la fe que ilumina la mirada, la vida, el trabajo y la familia se ven con otros ojos, desde Dios, y con un sentido de eternidad. La fe, abre horizontes insospechados para comunicarse, perdonar y ser feliz, en medio de preocupaciones y problemas, porque se tiene a Dios por compañero. La fe es vivir en la verdad de las relaciones con Dios y con el prójimo más cercano, trasparentando amistades, sin egoísmos, matrimonios que crecen en fidelidad, crear espacios de confianza. Estos criterios ayudan a ser feliz y cumplir la misión que tiene cada uno en esta vida, sobre todo el cristiano. La dimensión social de la fe nos debe ayudar a ver a Dios en el devenir de la sociedad en la que estamos, creer en la persona de su Hijo, signo del Padre y sacramento de encuentro del hombre con Dios. La fe nos lleva a mirar el trasfondo de las cosas que vivimos cada día, no quedarse sólo con el hecho acontecido, sino lo que Dios nos está queriendo decir con esos signos de los tiempos. Se trata en definitiva de creer para ver y creer para amar; ver para amar y orar para amar. Como el ciego Bartimeo, la Santa de Ávila, Teresa supo contemplar a Jesucristo con los ojos de la fe. “Representóseme Cristo delante con mucho rigor, dándome a entender lo que de aquello le pesaba. Vile con los ojos del alma más claramente que le pudiera ver con los del cuerpo, y quedóme tan imprimido, que ha esto más de veinte y seis años y me parece lo tengo presente” (Vida 7,6). Padre Julio Gonzalez Carretti OCD