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Lo que llama particularmente la atención del autor respecto de don Álvaro es la armonía de dos facetas supuestamente
antagónicas; una inmensa y afabilísima bondad y una indómita energía. Quien trató alguna vez con don Álvaro recordará
siempre su semblante sonriente y bondadoso, la serenidad y
la amabilidad en persona. Su mirada límpida, azul transparente, profunda, inteligente, atenta… Una mirada que nos hacía
sentir muy cerca de Dios pero, al mismo tiempo, una mirada
firme, de caminante seguro de sus pasos, junto al cual hemos
de aprestar los nuestros para poder acompañarle.
El 28 de junio de 2012, el Santo Padre Benedicto XVI declaró Venerable a Mons. del Portillo, al aprobar el decreto que
confirma que vivió heroicamente las virtudes cristianas.
Hugo de Azevedo
T
Don Álvaro del Portillo (1914-1994) es una personalidad notable en la vida de la Iglesia por dos motivos principales: por
haber sido el primer sucesor del Fundador del Opus Dei, san
Josemaría Escrivá de Balaguer, y por su larga y prestigiosa labor jurídica y teológica en varios e importantes dominios: en
el Concilio Vaticano II, como Secretario de la Comisión que
llevó a cabo el Decreto sobre el ministerio y la vida de los
presbíteros; y en la Santa Sede, como Consultor de diversas
Congregaciones y particularmente como miembro de la Comisión para la reforma del Código de Derecho Canónico. Presidente General del Opus Dei y Prelado (desde 1983) durante
más de 18 años y Obispo ordenado por Juan Pablo II, recorrió
el mundo llevando a cabo una intensa labor pastoral.
Hugo de Azevedo
Misión cumplida
Mons. Álvaro del Portillo
4ª edición actualizada
Misión cumplida
¿Cómo se ha forjado este carácter tan
sencillo, amable y, al mismo tiempo, tan
fuerte y decidido, que le capacitó para
cumplir la difícil misión que le tocó desarrollar? En estas páginas, llenas de vida y
amenidad, el lector encontrará la explicación.
ISBN 978-84-9840-639-9
testimonios
palabra
Hugo de Azevedo nació en Santo Tirso,
Portugal (16-01-1932), inició sus estudios
jurídicos en Coimbra y Lisboa, y a partir de
1952 en Roma donde se doctoró en Derecho Canónico y Derecho Civil Comparado
por la Pontificia Universidad Lateranense
(«A Transcrição do Matrimónio Canónico
no Registo do Estado Civil», 1956), y donde
convivió con el Fundador del Opus Dei,
san Josemaría Escrivá, y con don Álvaro
del Portillo, su inmediato sucesor.
Fue ordenado sacerdote el 7 de agosto de 1955 y reside en Lisboa. Además
de sus actividades pastorales, ha publicado obras de distinto carácter —teológico, espiritual, jurídico, periodístico,
historiográfico, literario— entre las cuales una biografía de san Josemaría (S.
Josemaria Escrivá, Alêtheia, Lisboa 2011,
2ª. ed.) y la presente, de don Álvaro del
Portillo («Missão Cumprida», Diel, Lisboa
2008), ya traducida al italiano («Missione
Compiuta», Ares, Milán 2010).
En 1992 fue nombrado Monseñor por
la Santa Sede.
1ª
2ª
3ª
4ª
edición, febrero 2012
edición, marzo 2012
edición, mayo 2012
edición actualizada, junio 2012
Misión cumplida
Mons. Álvaro del Portillo
EDICIONES PALABRA
Madrid
Colección: Testimonios mc
Director de la colección: Javier Martín Valbuena
© 2008 DIEL-Lda. e de seguida o seu.
© Ediciones Palabra, S.A., 2012
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sin el permiso previo y por escrito del editor.
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Hugo de Azevedo
Misión cumplida
Mons. Álvaro del Portillo
CUARTA EDICIÓN ACTUALIZADA
testimonios
5
INTRODUCCIÓN
Álvaro del Portillo ha sido una personalidad notable
en la vida de la Iglesia por dos motivos principales: por
haber sido el primer sucesor del Fundador del Opus
Dei, san Josemaría Escrivá de Balaguer, y por su larga
y prestigiada labor jurídica y teológica en varios e importantes dominios: en el Concilio Vaticano II, como
Secretario de la Comisión que llevó a cabo el Decreto
sobre el ministerio y la vida de los presbíteros; y en la
Santa Sede, como Consultor de diversas Congregaciones1 y particularmente como miembro de la Comisión
para la reforma del Código de Derecho Canónico.
Más importante aún, pero imposible de calcular,
fue su profunda vida interior, puesto que, a fin de cuentas, la santidad –o su carencia– es lo más decisivo en
los destinos del mundo. «Estas crisis mundiales son
crisis de santos», afirmaba lapidariamente san Josemaría en «Camino»2. Y Álvaro del Portillo vivió, sin duda,
en tiempos de una gran crisis mundial: la misma que
todavía atravesamos y que reconocemos como un giro
civilizacional de largo espectro y de orientación imprevisible.
1 También llamadas «dicasterios», y equivalente a «ministerios» en el
ámbito civil.
2 Camino, 301.
7
Hugo de aZevedo
No osaré analizar su vida espiritual, de la que no
nos dejó notas escritas, pero me gustaría penetrar de
algún modo en su personalidad, convencido de que
será provechosa para todos. Cada santo –cada persona,
ciertamente– trae consigo un carisma peculiar, y su
descubrimiento siempre nos enriquece, sea para hacerlo nuestro también, sea para admirar la inmensa variedad de dones que Dios derrama sobre la humanidad.
«Desgraciadamente» para un escritor, Álvaro del
Portillo mantiene su personalidad casi inalterada desde
la infancia hasta la muerte. Es tan difícil de diseñar
como un rostro de líneas perfectamente regulares,
aunque el tiempo las vaya acentuando, primero con el
vigor juvenil, después con la marca definitiva de la
madurez, suavizándolas de nuevo en la vejez. Así
sucede con todos cuantos jamás pierden el equilibrio,
atravesando las más distintas circunstancias y las más
duras experiencias con la simplicidad de quien parece
haberlas esperado desde siempre.
Lo más frecuente en estos casos, sin embargo, es
que la comprensión de la naturaleza humana adquirida
a lo largo de los años se convierta en paciente mansedumbre, y esta venga a dominar de tal manera la personalidad que le disminuya la capacidad de exigencia, de
lucha y de mando. Ahora bien, lo que nos llama particularmente la atención respecto a don Álvaro es la armonía de dos facetas supuestamente antagónicas: una
inmensa y afabilísima bondad y una indómita energía.
¿Cómo se ha forjado este carácter tan sencillo, amable
y, al mismo tiempo, tan fuerte y decidido?
Quien trató alguna vez con don Álvaro recordará
siempre su semblante sonriente y bondadoso, la
serenidad y la amabilidad en persona. Su mirada
límpida, azul transparente, profunda, inteligente,
8
INTRODUCCIÓN
atenta… Una mirada que jamás se nos olvida y siempre
nos hará bien, porque nos dará paz, nos llevará a ser
más transparentes también, sinceros con nosotros
mismos; a ser buenos, a ser mejores… Una mirada que
nos hacía sentir muy cerca de Dios pero, al mismo
tiempo, una mirada firme, de caminante seguro de sus
pasos, junto al cual hemos de poner los nuestros para
poder acompañarle.
Es verdad que vivió cuarenta años al lado de otro
hombre de grandes e incluso superiores cualidades: el
Fundador del Opus Dei. Pero que era de muy distinto
temperamento. Y el mismo hecho de seguirle tan de
cerca, a pesar de eso y durante tantos años, revela en él
una gran fortaleza; no una debilidad de carácter. En
primer lugar, la fortísima personalidad de san Josemaría no se coadunaba con personalidades flojas, y él
mismo esperaba de sus hijos que cada uno desarrollase
la suya y lo siguiese siempre con plena y «actual» voluntariedad. Un hombre titubeante, tímido o complicado «no le servía»: «Sé fuerte. –Sé viril. –Sé hombre.
–Y después… sé ángel»3. No le «servía» un hombre que
se encogiese ante otro cualquiera, aunque de mayor
autoridad; no soportaba el servilismo, el seguidismo fatuo o adulador; ni el mimetismo, a lo que llamaba también «anonimato» por ocultar la persona auténtica, en
su singularidad diferenciada e irrepetible.
No. Junto al Fundador, el espíritu de libertad personal –y de personal responsabilidad– era una exigencia
absoluta. Es evidente que Álvaro del Portillo le debió
mucho de su manera de ser, pero justamente por haber
sintonizado perfectamente desde el primer día con ese
espíritu; y jamás pretendió ser su «alter ego».
3
Camino, 22.
9
Hugo de aZevedo
Por otra parte, cuando conoció y pidió la admisión
en el Opus Dei ya no era un chico; era un hombre hecho: aunque todavía estudiante de Ingeniería, ya se había licenciado en una Escuela técnica y se ganaba la
vida como Ayudante de Obras Públicas en una Dirección General del Estado.
¿De dónde le vinieron, entonces, la firmeza y la
suavidad de carácter que hicieron de él un hombre de
Dios sereno y fuerte, prudente y audaz, «bueno y fiel» loor evangélico que el Fundador del Opus Dei
consideraba una fórmula de canonización? De la
Providencia divina, sin duda, a través de muchas
personas y circunstancias. Nuestro Señor tiene sobre
cada uno de nosotros «designios de misericordia»,
como decía el Ángel a los tres pastorcitos de Fátima.
Sobre cada hijo suyo forma un proyecto ambicioso,
como cualquier padre y más que ningún padre, porque
es de Él que «toda paternidad toma el nombre»4; un
proyecto de felicidad, o de santidad, que es lo mismo;
un proyecto de servicio al prójimo, o de amor, que son
sinónimos; unas veces, brillante como estrella, otras
veces, obscuro como un yacimiento de diamantes; y
otras veces, entre sombras y luces… Y para la realización de ese proyecto personal concede todas las gracias, naturales y sobrenaturales, que sean necesarias a
cada alma. Solo se requiere que cada uno de nosotros
libremente le corresponda.
No le faltaron esas gracias a Álvaro del Portillo.
Además del propio temperamento (y todos los «temperamentos» son buenos) y además de tantos auxilios interiores inescrutables, que solo Dios sabe, el ambiente
familiar fue decisivo para él, como lo es para todo el
mundo. Lo que nos llama la atención es que desde muy
4
10
Ef 3, 15.
INTRODUCCIÓN
temprano Nuestro Señor le va exigiendo heroicidad, a
lo que él responde con mucha llaneza, con aquella simplicidad evangélica recomendada por Cristo: «Somos
siervos inútiles; no hicimos más que lo que debíamos
hacer»5.
Esta es, pues, la historia de un joven normal, bien
dotado, con la perspectiva de una buena carrera –si las
circunstancias del tiempo no lo impidiesen– y que Dios
lanza a una grandiosa e inesperada aventura.
5
Lc 17, 10.
11
Capítulo I
ITINERARIO DE SU VOCACIÓN
(1914-1936)
Infancia y adolescencia
Nacido en Madrid el 11 de marzo de 1914, es bautizado seis días después con los nombres de Álvaro José
María Eulogio (por ser el santo del día) y apadrinado
por un tío materno, Jorge, y una tía paterna, Carmen.
Y, como era frecuente en esa época, recibe la Confirmación muy niño, a los dos años, el 28 de diciembre de
1916, siendo sus padrinos en la ocasión el Conde de las
Almenas y la Duquesa de la Victoria.
A los siete años hace la primera Confesión y la primera Comunión el 12 de mayo en la iglesia de su parroquia, la de Nuestra Señora de la Concepción. A pesar
de no ser obligatorio, se acostumbró desde entonces a
la Misa diaria en el Colegio de Nuestra Señora del Pilar, que frecuentó hasta el final de la secundaria, levantándose más temprano y guardando el riguroso ayuno
eucarístico de ese tiempo. «Esto significaba marcharse
al colegio todas las mañanas sin probar bocado. Es
duro para un chico joven empezar el día sin desayunar.
Sin embargo, él lo hacía todos los días sin darle importancia: se iba sin tomar nada, sonriente, solo con un
13
hugo de aZevedo
pedazo de pan que guardaba, envuelto, en el bolsillo
(recuerda una hermana suya). –Álvaro, ¿no desayunas?,
le preguntábamos. –No, no, me basta con esto, nos
decía, señalando el panecillo. Y así, un día y otro, desde
muy pequeño»1.
Incluso en las vacaciones de verano, en La Granja,
asistía diariamente a la Santa Misa y hacía una visita al
Santísimo Sacramento cuando regresaba de los paseos
con los amigos. Más notable, por menos común entre
los jóvenes piadosos, era su devoción al Vía-Crucis.
Quizá ahí descubramos uno de los secretos de su precoz fortaleza: la contemplación frecuente de la Pasión
del Señor. En efecto, es raro que un adolescente cobre
gusto por una devoción tan fuerte y tan exigente sin haber pasado antes por experiencias excepcionalmente
dolorosas y sin el menor síntoma de morbidez. Manifiesta una profundidad espiritual y un equilibrio psicológico fuera de lo común, una profundidad que a sí
mismo pasaría inadvertida y que a los demás parecería
tal vez pasajera, pero que representa un don de Dios a
aquella alma, preparándola para lo mucho que le pedirá después en la vida.
En esa edad puede haber ya mucha virtud, pero sería casi inexplicable sin un ambiente familiar excelente.
Y tanto el padre como la madre vivían realmente, y con
la mayor naturalidad, una fe profunda, que con igual
naturalidad comunicaban a los hijos. No todos los hermanos serían tan devotos como Álvaro; pero a todos les
parecería bien su comportamiento piadoso. En aquel
hogar, para lo que era bueno había total libertad.
Tercero de los ocho hijos de don Ramón del Portillo, abogado madrileño que trabajaba en una com1 Perfil cronológico-espiritual del Siervo de Dios Mons. Álvaro del Portillo, Obispo y Prelado del Opus Dei (1914-1994), Roma 2002, p. 21.
14
itinerario de su vocación (1914-1936)
pañía de seguros («Plus Ultra»), y de doña Clementina
Diez de Sollano, de nacionalidad mejicana, de ambos
recibió espíritu de dedicación al trabajo, sentido
común y sentido de responsabilidad, naturalidad en las
buenas maneras, amor a la familia, facilidad en crear
amistades, gusto por los libros e idiomas y una arraigada piedad sin ostentación. De sí mismo, el sueño infantil de ser torero u obispo (más tarde, solo torero…
¡desde que supo de la muerte de un arzobispo!), la natural pasión por la juerga, incluso en las clases (hasta
la inevitable exasperación de los maestros) y el gusto
por las patatas fritas y las gaseosas durante los paseos
dominicales; y por fin, como sabemos, la ingeniería.
Creciendo en edad, se hizo un apasionado del mar, de
la natación, del «hockey» y del «cross», del tenis, de la
equitación y del fútbol, en el que se revelaba un temible
defensa. La afición al toreo, si bien heredada de su padre, fue desarrollada con sus amigos, con los que llegó
a alquilar una pequeña plaza para torear vaquillas.
También tuvo un período de pasión por la fotografía,
en la que hacía sus habilidades. En resumen, le gustaba todo lo que se proporcionaba a un joven normal,
inteligente y honesto. Y, caso raro, ¡también le gustaba
estudiar!
Para dar un pincelada sobre la época, imagino la
curiosidad y el interés que le habría despertado en 1924
–a sus diez años– la explicación que escuchó al famoso
Juan de la Cierva, antiguo alumno del mismo colegio,
sobre su prodigiosa invención: ¡el autogiro! O, en 1929,
a los quince años, la visita a la célebre Exposición Universal de Barcelona…
Ahora bien: Dios quiere forjar a este chico para lo
que de él espera. Y él se deja forjar por Dios desde los
tres años, sufriendo con paciencia un fuerte ataque de
reumatismo que le obligaba a tomar una medicina de15
hugo de aZevedo
sagradable… mientras sus hermanos saboreaban un
buen ponche. Y después, aceptando alegremente los inconvenientes de una familia numerosa, con la inevitable limitación de espacio (compartiendo, por ejemplo,
el cuarto de dormir y de estudio con dos hermanos menores, Pepe y Ángel) y los necesarios cuidados de unos
hacia los otros.
Hay una pequeña circunstancia que tendrá importancia en su destino: él vivía en el mismo inmueble
donde habitaban dos tías solteras, hermanas del padre:
María del Pilar y María del Carmen, su madrina, que le
tenía especial predilección, como suele ser habitual.
Fue ella quien le recomendó más tarde a san Josemaría
cuando lo acompañaba a visitar los pobres de Madrid,
aunque no sería ella la que se lo presentase, sino un
colega de la Universidad, Manuel Pérez Sánchez.
La predilección de la madrina se justificaba perfectamente: en efecto, Álvaro era un chico estupendo, en
todos los sentidos. Se llevaba bien con todo el mundo,
y todos le querían, no por ser extraordinario o genial o
admirable, sino por ser un joven lleno de cualidades y
normalísimo, sin altanería, afectuoso, generoso, bien
educado.
Caminos divinos
A los 14 años ocurrió un accidente dramático que le
hizo sentir muy de cerca la protección divina. Salvador
Bernal describe los pormenores del impresionante episodio: «Un domingo al final de las vacaciones de verano, ya todos en Madrid, su hermano mayor deseaba
llevarle al teatro Novedades, donde estaba en cartel
una zarzuela del maestro Alonso. Al final no fueron…,
16
itinerario de su vocación (1914-1936)
y coincidió con el día del terrible incendio que destruyó por completo esa conocida sala de Madrid, con
900 localidades, inaugurada en 1857 por Isabel II. Sucedió el domingo 23 de septiembre de 1928… El teatro
estaba completamente lleno. El incendio se propagó
con inusitada rapidez, y provocó tal confusión que se
hizo casi imposible el salvamento, a pesar de los esfuerzos de los bomberos, que solo pudieron evitar que
ardieran las casas contiguas. El fuego resultó dramáticamente espectacular: las llamas –según las crónicas
de aquellos días– se veían desde pueblos como Vallecas… Hubo sesenta y cuatro muertos y centenares de
heridos y contusionados. Más que por el fuego en sí, el
mayor número de víctimas se debió al pánico al intentar huir: muchos murieron aplastados, pisoteados
cerca de las puertas de salida»2.
Lo que este suceso significaría interiormente para
un joven de 14 años es fácil de imaginar: ¡escapando de
la muerte, de una muerte horrible, por mera casualidad!... Al menos por algunas semanas, meses quizá,
sentiría intensamente el don de la vida como una nueva
oferta de Dios, un don precioso que agradecer profundamente y aprovechar lo mejor posible.
La verdad es que, al terminar la secundaria, comenzó a apercibirse de una especie de llamamiento divino. La contemplación de la naturaleza, que tanto le
atraía, se iba convirtiendo en oración. Él mismo situaba
esa experiencia íntima especialmente en Asturias, en La
Isla, cerca de Colunga y Villaviciosa, donde pasó las últimas vacaciones de bachillerato, muchas veces con la
mirada puesta en el Cantábrico: «Ya comenzaba el
Señor, por aquel entonces, a meterse en mi alma»3.
2
3
Bernal, S., Recuerdo de Álvaro del Portillo, Rialp, Madrid 1996, pp. 35-36.
Ibíd., p. 34.
17
hugo de aZevedo
No es que se le presentase un problema vocacional,
en el sentido habitual de cambio de estado; al revés, él
mismo recuerda que ni de lejos tuvo en mente la idea
de una vocación de ese tipo: «yo pensaba solamente
que me doctoraría en ingeniería y crearía una familia»4.
Efectivamente, no dudó en proseguir sus estudios y
orientarse, como antes pensaba, por la ingeniería, para
la cual no le faltaban ni preparación ni talento. Con
una pequeña diferencia, que nada tiene que ver con esa
cuestión y expresa bien su precoz sentimiento de responsabilidad familiar: decidió hacer antes una carrera
técnica, más breve, para ganar cuanto antes el sustento
y aliviar a sus padres en las cargas domésticas.
La revolución mejicana y la crisis financiera mundial de 1929 habían provocado un fuerte bajón en la
situación económica de la familia, tanto por parte de
los bienes maternos como de los paternos. Por eso optó
por aquella solución que, además, era frecuente entre
los candidatos a ingeniería, dado que el ingreso en la
Escuela Superior duraba –a veces– años.
Justamente en esa época y en esas vacaciones asturianas, en La Isla, el Señor le hace sentir (¡y con qué
fuerza!) su especial protección. Vuelvo a citar a Salvador Bernal:
«Había quedado un día en salir con unos amigos de
excursión en una motora. Pensaban hacer la travesía
hasta Ribadesella. A última hora –don Álvaro no recordaba por qué–, decidió no ir. Y se desencadenó de improviso la galerna del Cantábrico. Antes de conseguir
volver a puerto, naufragó la endeble barca y se ahogaron todos, excepto uno, el más joven, que logró arribar
a la orilla, a pesar de la fuerza de las olas. Mientras lu4
18
Perfil…, p. 38.
itinerario de su vocación (1914-1936)
chaba con la mar, prometió que, si se salvaba, entregaría su vida al Señor: poco después, ingresaba en el Seminario de Valdediós.
»Don Álvaro comentaba que se le grabó entonces
un uso insospechado del adjetivo guapo, tan frecuente
en Asturias. Después del sepelio –dramático, tremendo–
de aquellos diez o doce amigos, oyó decir a una mujer
del pueblo: “¡Qué entierro más guapo ha sido!”»5.
Este comentario ligero no logra ocultar el enorme
impacto que tendría en su alma sensible la desventurada tragedia de tantos amigos. Era un nuevo «hachazo» de Dios (usando la expresión de san Josemaría,
hablando de su propia juventud), destinado a tallar un
instrumento apto para la vocación a la que le llamaría.
El Opus Dei
Terminada la escuela secundaria en 1931, al año siguiente ingresa en la Escuela de Ayudantes de Obras
Públicas, como había pensado, y estudia con la seriedad acostumbrada, obteniendo buenas calificaciones.
No desiste, sin embargo, de la ingeniería y se matricula
también en la Escuela Superior en 1933, aunque solo
comience a frecuentarla en 1934, juntamente con el
tercer año de la escuela técnica.
A pesar de la acumulación de materias y clases,
acepta con gusto la propuesta de un colega suyo de Ingeniería, Manuel Pérez Sánchez, un poco mayor, de colaborar en las actividades de asistencia a los pobres, organizadas por las Escuelas de Ingeniería y de Arquitectura.
Y se inscribe en la Conferencia de San Vicente de Paúl
5
Recuerdo…, pp. 34-35.
19
hugo de aZevedo
de la parroquia de San Ramón, donde se hará cargo
también de una clase de catequesis. De sus visitas a los
pobres comentaría más tarde: «Siempre aprendía de
ellos: personas que no tenían para comer y yo no veía
más que alegría. Para mí era una lección tremenda»6.
«Un domingo –recordará su amigo Manuel– fuimos
a la orilla del Arroyo del Abroñigal (…) para visitar a
unas familias que vivían en unas chabolas (…). Nos encontramos con que una de aquellas familias había tenido un altercado. La policía había detenido a los padres y los había encarcelado, dejando a sus cuatro hijos
pequeños solos, abandonados en la chabola. Los pobres chicos –uno tenía solo un año– estaban sin saber
qué hacer: no tenían comida y tiritaban de frío.
»Llevaron a los niños a Comisaría, pero estaba cerrada; entonces dieron dinero a un vecino para que les
consiguiese de comer hasta el día siguiente, en que volverían para dirigirse de nuevo a la Comisaría. Pero la
policía no tenía intención de ocuparse del asunto, de
modo que Álvaro se dirigió a una institución benéfica.
Era el asilo de Santa Cristina, que estaba en la Ciudad
Universitaria. Nos dirigimos hacia allá, y eran tan pequeños los niños que algunos no sabían andar todavía
(…). Tengo grabada en la memoria la imagen de Álvaro, con uno de aquellos pobres niños entre los brazos, por las calles de Madrid, dirigiéndose al asilo»7.
En las tardes de los sábados participa en las reuniones habituales de la Casa Central de las Conferencias.
Entre sus compañeros figura Jesús Gesta de Piquer,
que sería martirizado pasados dos años y beatificado
todavía en vida de su amigo Álvaro8.
6
Perfil…, p. 32.
Perfil…, p. 34.
8 Estuvo preso en la cárcel de San Antón con otros 21 hermanos y novicios de la Orden de san Juan de Dios. Era novicio, tenía 21 años, y rehusó
7
20
itinerario de su vocación (1914-1936)
Eran tiempos duros, y más duros serían a partir de
1936, hasta la exigencia de una heroicidad cotidiana.
Pero Dios no espera hasta entonces; en febrero de 1934,
Álvaro y sus compañeros de las Conferencias vicentinas tuvieron que pasar por una prueba dramática: el
ataque brutal de una chusma en el Puente de Vallecas
cuando iban a dar catequesis a la parroquia de San Ramón. Con palos y piedras, los atacantes caen sobre
ellos, casi arrancan una oreja a uno, asestan con una
llave inglesa un golpe en la cabeza de Álvaro, y no los
matan porque el grupo logra escaparse, enfilando por
una boca del Metro y saltando al interior de un vagón
providencialmente abierto, cuando arrancaba el tren.
La reacción de Álvaro fue semejante a la del Fundador, siendo niño, cuando fue mordido por un perro.
Para no asustar a los hermanos, Álvaro disfraza la gravedad del caso, hablando simplemente de una caída.
Pero, ¡qué caída! Necesitada de tratamiento hospitalario, desgraciadamente aún más pernicioso que el profundo golpe recibido, puesto que fue mal atendido en
el puesto de socorro, y la herida se infectó, provocándole fiebres altas durante una larga temporada, y tuvo
que ir a su casa un médico para hacerle diariamente
las curas necesarias.
«¡Vaya hijo más valiente tiene Ud.!», decía un día el
médico a Dña. Clementina. «¡No se queja nunca!»9.
La forja del sufrimiento, recibido con valentía y serenidad, continuará ese año con un nuevo ataque de
reumatismo, esta vez bien tratado, por el célebre Gresalir de la prisión cuando le fue ofrecida esa posibilidad por un diplomático
amigo de la familia. Fue asesinado en la madrugada del día 30 de noviembre de 1936 en Paracuellos del Jarama. Don Álvaro pudo asistir a la beatificación de su amigo –junto con otros dos mártires–, oficiada por Juan Pablo
II el día 25 de octubre de 1992.
9 Perfil…, p. 34.
21
hugo de aZevedo
gorio Marañón, que vivía cerca de allí, si bien con una
receta pintoresca: gotas de ajo picado, maceradas en
alcohol. Era, por lo menos, lo que recordaba la tía Pilar.
Lo más notable es que ninguno de estos padecimientos dejó en Álvaro marcas de amargura. Y su interés por el estudio, por los necesitados, por la familia,
por Dios, creció aún más. Es en ese período en el que
se emplea como Ayudante de Obras Públicas en la Dirección General de las Obras Hidráulicas de la Cuenca
del Tajo, trabajando por la tarde en los Servicios de
Puentes y Estructuras. Cumpliendo así el empeño en
contribuir para los gastos familiares, aprovecha, además, las caminatas hasta la Universidad para rezar el
Rosario, crear más amistades y hacer apostolado con
sus colegas, e incluso para adquirir de paso libros baratos en las tiendas de libros viejos.
Dios va actuando en el alma de aquel joven precozmente maduro, y él busca siempre más. Manuel Pérez
Sánchez, que le llevaba a las Conferencias vicentinas,
será el instrumento de un nuevo paso –y paso decisivo–
en su vocación. Todavía en 1935, oyendo hablar con
entusiasmo de determinado sacerdote a un grupo de
amigos, Álvaro les pidió que le presentasen a ese cura
llamado Josemaría. Fue Manuel quien le satisfizo la
curiosidad, explicándole mejor de quién se trataba
mientras se dirigían ambos al Arroyo del Abroñigal
para una visita a los pobres, y concertando un encuentro con el Padre para una fecha próxima.
Su sorpresa, cuando vio a don Josemaría por primera vez, fue la de sentirse conocido por él desde niño:
–«¿Tú eres el sobrino de Carmen del Portillo?» Y, para
mayor asombro, un divertido recuerdo de su niñez:
–«¿Entonces tú eres aquel al que le gustan los
22
itinerario de su vocación (1914-1936)
palátanos?»10, como Álvaro los llamaba en su confusión infantil.
Significa esto que san Josemaría no se había olvidado de él desde que la madrina le pidiera que lo encomendara a sus oraciones, pero es también un ejemplo
de la capacidad del Fundador para crear amistades inmediatas, a lo que Álvaro no fue insensible. Y vio con
gusto que don Josemaría se disponía a charlar con él
más despacio, apuntando en su agenda la fecha del
nuevo encuentro. Álvaro se sintió realmente conquistado, fuese por la sencillez y familiaridad con que había sido acogido, fuese por verse tratado con un respeto al que no estaba habituado en sus jóvenes años.
Desgraciadamente, aquel simpático sacerdote estaba tan ocupado que no pudo comparecer a la cita
marcada, desaire del que don Álvaro se quejaba de vez
en cuando, con buen humor, al propio Fundador:
–«¡Me dio plantón!»–, aunque comprendiese la
situación: «Se ve que le habían llamado para atender a
algún moribundo, y no me pudo avisar, porque no le
había dejado mi teléfono»11. Y razones de sobra había
para eso, pues no le faltaban imprevistos a san Josemaría, atareado en tan numerosas ocupaciones sacerdotales, entre las que se encontraban la atención de las primeras mujeres del Opus Dei.
Sin embargo, al terminar el año académico el 6 de
julio y antes de salir con la familia para las habituales
vacaciones en La Granja (de San Ildefonso, cerca de
Segovia), Álvaro quiso despedirse de don Josemaría. La
buena educación no explica totalmente este gesto de
cortesía; algo le había impresionado en aquel sacerdote, con quien le gustaría encontrarse de nuevo. Y así
10
11
Recuerdo..., p. 18.
Ibídem.
23
hugo de aZevedo
lo hizo, manteniendo entonces con él una buena conversación en la «Academia-Residencia DyA» (residencia universitaria dirigida por miembros de la Obra, que
se había instalado en la calle de Ferraz el año anterior).
Sin embargo, tan solo por amabilidad aceptó la sugerencia de aplazar la partida de vacaciones para asistir a
un «retiro», el día siguiente, domingo. Por cierto, no
imaginaba siquiera lo que fuese un «retiro», como él
mismo confesó: –«No me atreví a negarme, aunque
mucha gracia no me hacía, porque no sabía de qué se
trataba»12.
El retiro consistía en cuatro meditaciones predicadas por el Fundador –dos por la mañana, dos por la
tarde–, además de la Santa Misa, el Rosario, el Via Crucis y la bendición con el Santísimo, en ambiente de silencio. Álvaro ya no necesitó de las predicaciones de la
tarde: uno de los asistentes le sugirió su entrega a la
Obra y las primeras meditaciones le bastaron para
comprender que Dios le llamaba de inmediato al Opus
Dei. Y, sin vacilar, buscó al Fundador para pedir la admisión.
La gracia de Dios es poderosa y muchas veces súbita e imperiosa. Pero permite siempre la resistencia
del hombre e incluso su total rechazo. Para un alma
como la de Álvaro, ansiosa de darse cada vez más a
Dios, aquella luz inesperada era la respuesta divina a
sus más hondas inquietudes: he ahí su camino cierto ¡y
antes jamás soñado!
La resolución inmediata de comprometerse con el
Señor por toda la vida no fue la llamarada de un entusiasmo juvenil. Como vimos, a pesar de su juventud,
era ya un hombre hecho, de veintiún años, forjado en
12
24
Ibídem, p. 19.
itinerario de su vocación (1914-1936)
la dureza de la vida, pero, por eso mismo, capaz de resoluciones rápidas y firmes. Su ilusión era intelectual,
luminosa, por encima del «quemarle» el corazón, aunque también lo sintiese así en aquel momento. Álvaro
era un joven reflexivo, inteligente, muy lúcido, aun en
medio de circunstancias perturbadoras. Lo que le entusiasmó fue justamente ver con toda lucidez la extraordinaria belleza de este nuevo camino de santidad y
apostolado. ¿Cómo habría de perderlo? Ni un minuto
quería esperar. Era el 7 de julio, fiesta litúrgica –entonces– de los santos Cirilo y Metodio, ahora co-patronos
de Europa, por quienes él tendrá, a partir de este año,
particular devoción.
El Fundador se apercibió de la seriedad de aquella
petición y le dijo entonces que la formalizase a través
de una simple carta. «Escribí cuatro líneas», recordaría
más tarde, «redactadas con estilo de ingeniero. Venía a
decir: he conocido el espíritu de la Obra y deseo pedir
la admisión; algo así»13. Esto revela también algo de su
manera de ser, muy sencilla, y su captación del «estilo»
del Opus Dei, que limita al mínimo las formalidades y
respeta el «estilo» de cada uno.
El día de retraso acaba por extenderse al mes entero: solo en agosto se reunirá con la familia en La
Granja. Mientras tanto, en Madrid, el Fundador le dedica muchas horas de formación, a pesar de su agotamiento físico y del pesado calor madrileño. Así procedía con cada uno, porque «cada alma vale toda la
sangre de Jesucristo», sobreponiéndose al cansancio y
organizándose para no dejar de atender ninguna de sus
obligaciones.
A Álvaro se añade en julio un nuevo «loco», también
buen estudiante de Ingeniería: José María Hernández
13
Ibídem.
25
hugo de aZevedo
Garnica. Álvaro asimila todo lo que le enseña quien es
para ellos el Padre, y aprende enseguida a entregarse
por completo a la vocación a la que el Señor le llama y
que será el sentido pleno de su existencia: servir a la
Iglesia y a las almas, «haciendo» el Opus Dei y «haciéndose» Opus Dei, Obra de Dios. No le falta el espíritu de
trabajo, que debe santificar, ni el amor al mundo, que
hay que ordenar según Cristo a través del trabajo; ni le
falta el arte de ser amigo de todos, para llevarlos a la
felicidad plena de la fe, de la esperanza y de la caridad.
Su apostolado luego dio fruto entre sus amigos,
como quedó registrado de forma un tanto barroca, en
septiembre, en la hoja multicopiada que se enviaba en
tiempos de vacaciones a los chicos asiduos de la residencia universitaria de la calle Ferraz: Álvaro, dice la
hoja, «se dedicó con éxito, en La Granja, a la famosa
pesca de que habla S. Marcos en el capítulo 1 de su
evangelio»14.
Vida nueva
Acabadas las vacaciones, vuelve a Madrid, ahora
una nueva ciudad para él. La novedad de su vocación
renueva todo: el paisaje y la gente. El mundo es un
nuevo mundo, que le espera. La visión de san Pablo se
le hace de un realismo y una proximidad inesperados:
«En efecto, la espera ansiosa de la creación anhela la
manifestación de los hijos de Dios. Pues la creación se
ve sujeta a la vanidad, no por su voluntad, sino por
quien la sometió, con la esperanza de que también la
misma creación sea liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la libertad de la gloria de
14
26
Ibídem.
itinerario de su vocación (1914-1936)
los hijos de Dios»15. Su horizonte existencial, hasta
hace poco limitado a Madrid o a España, se extiende
ahora a todas las naciones; su proyecto de vida se prolonga en los siglos; su amor a Dios, que era el eje de su
personalidad, hace de él un instrumento suyo; su existencia se convierte en una misión divina; su mirada,
acostumbrada al mundo en que había sido creado,
traspasa la superficie del panorama humano y ve almas, millones de almas, necesitadas de Cristo. Utilizando la visión de Ezequiel, podría decirse que Dios le
hizo contemplar un inmenso campo de huesos secos,
esperando un soplo de vida16. ¡Tantas almas que todavía no conocen a Dios! ¡Tantos cristianos muertos para
la gracia! ¡Tanta «gente buena» apática!, conformada
con la rutina de una piedad burocrática y tristona, sin
objetivos ni conciencia de su filiación divina: aquella
«manada» que hay que convertir en «mesnada», como
decía el Fundador17, o sea, en un ejército de paz y de
alegría. Su esperanza, que se resumía en la confianza
de la salvación, adquiere una firmeza sorprendente y se
prolonga a la santidad y al apostolado. Ya no se trata
de un simple deseo de ayuda a los demás, sino de una
exigencia urgente, imperativa, de Cristo.
Todo ha cambiado. Todo ha adquirido un nuevo colorido, una nueva perspectiva, que no pasa, al fin y al
cabo, del descubrimiento de la realidad plena. Y de ahí
la necesidad urgente de despertar a todo el mundo, comenzando por los parientes, amigos y colegas. Sí, «ya
es hora de despertar del sueño»18.
Si el tenso panorama social de España le preocupa,
también lo ve ya de otra manera, situándolo en un rin15
16
17
18
Rm 8, 19-22.
Cfr. Ez 37, 1-14.
Cfr. Camino, 914.
Rm 13, 11.
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hugo de aZevedo
cón del planeta y de la Historia: pasará. «Omnia in bonum!», aprendió del Fundador: «todas las cosas cooperan para el bien de los que aman a Dios, los que según
su designio son llamados»19. Y la victoria es cierta, porque «a los que de antemano conoció también los predestinó para que lleguen a ser conformes a la imagen
de su Hijo, a fin de que él fuese primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, también los
llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los
que justificó, también los glorificó»20.
Venga lo que venga, nada estancará el torrente de
gracia que correrá por el mundo a través de este nuevo
canal de la Iglesia que es el Opus Dei. Y algo significativo ocurre en Madrid cuando regresa: la residencia
universitaria de Ferraz, que el año anterior cerrara un
piso entero por falta de candidatos, es obligada ahora a
aumentar su capacidad para atender todas las peticiones. Es un período entusiasmante y heroico para el
Fundador y para los pocos de la Obra que cuidan de
ella, ayudados en aquella tarea solamente por una
buena cocinera, un mozo de recados y por el generoso
apoyo económico de su madre y hermanos. Por otra
parte, el Fundador siente que Dios le anima a ser cada
vez «más Padre», con una paternidad humana y sobrenatural que dudaba asumir en los primeros años, pero
que se le impone ahora por dentro y por fuera con tal
intensidad y naturalidad que el espíritu de familia va
impregnando hasta los más pequeños detalles de la
vida en el Opus Dei.
Los acontecimientos político-sociales no interfieren
en este proceso, que va discurriendo en un distinto
plano –espiritual– y en otra dimensión temporal –perenne– y los vuelve efímeros, si bien les confiere una
19
20
28
Rm 8, 28.
Rm 8, 29-30.
itinerario de su vocación (1914-1936)
significación profunda: son caminos divinos, providenciales, para la santificación y el apostolado de cada
uno. Si «todas las cosas cooperan para el bien de los
que aman a Dios. Omnia in bonum!», nada hay que temer.
La actitud del Fundador, lanzándose a aumentar la
capacidad de la residencia universitaria y a desarrollar
los medios de formación de los estudiantes que la frecuentan parece extraña en un momento en que las tensiones políticas llegan al extremo y es cada vez más
previsible una explosión revolucionaria. Pero él anima
a sus dirigidos a mirar siempre más alto y a vivir los
días que pasan como Cristo aconsejó: «A cada día le
basta su contrariedad»21. «Haz lo que debes y está en lo
que haces»22. No esperes «tiempos normales»; no vivas
de expectativas, de ensueños ni de temores; no vivas de
«provisionalidad», de «ojalás»; cíñete a la realidad diaria, aparentemente insignificante, pero, en verdad,
trascendente y fecunda, si hay amor.
Álvaro sintoniza perfectamente con él como, por
cierto, todos los que le siguen y que no solo se empeñan
en el desarrollo de la Obra en Madrid, sino que viajan
con entusiasmo a otras ciudades: ahora, concretamente,
a Valencia, donde buscan alojamiento estable. Esta
será la próxima etapa de expansión. Después, París…
Conoce entonces a los restantes miembros de la
Obra y le impresiona particularmente el más antiguo,
Isidoro Zorzano, viejo amigo y colega de bachillerato
de san Josemaría en Logroño. Viene de vez en cuando
desde Málaga, donde trabaja como ingeniero en los
Ferrocarriles Andaluces. Le impresiona como ejemplo
vivo del espíritu de Opus Dei: trabajador infatigable,
21
22
Mt 6, 34.
Camino, 815.
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hugo de aZevedo
competente en la profesión, sereno, piadoso, alegre,
sencillo, humilde, muy apostólico y con un afecto filial
al Fundador especialmente admirable en su caso. Además, una de las cosas en las que más se empeñaba Isidoro era precisamente en «inculcar en nosotros (…) la
confianza absoluta en el Padre; la obediencia (…), decía, es el camino que el Señor nos marca (…); no tenemos más remedio que seguirle, obedeciendo siempre
(…) al Padre: él nos enseñará a trabajar con alegría y
eficacia por la Iglesia»23.
Pasa la Navidad. Se suceden los meses de trabajo,
estudio y apostolado en Madrid y en otras ciudades.
Cuando se acerca el 19 de marzo –fiesta de san José,
Patrono principal, con la Virgen Santísima, del Opus
Dei y fecha en que los miembros de la Obra renuevan
su dedicación a Dios– el Fundador consiente en que, a
pesar del poco tiempo recorrido desde la admisión, Álvaro asuma el compromiso definitivo de la fidelidad a
su vocación. Su madurez es notoria y san Josemaría ve
en él un apoyo seguro para la marcha de la Obra. Lo
que más le llamó la atención a Álvaro en la breve ceremonia de su compromiso fue un detalle raro para el
modo de ser del Padre, siempre ajeno a gestos espectaculares: que le besara los pies, rezando en latín un versículo de la Biblia: «¡Qué hermosos son sobre los montes los pies del mensajero que anuncia la paz, del
mensajero de la buena nueva!»24. Por esa razón don
Álvaro le devolvió el beso en 1975 cuando el Fundador
falleció y fue depositado en la iglesia de Santa María de
la Paz. «¿Cómo podría olvidarme? No fue solo un gesto.
No fue solo una expresión de fidelidad y de unión.
23 Pero-Sanz, J. M., Isidoro Zorzano, Palabra, Madrid 1996, p. 398,
nota 144.
24 Is 52, 7.
30
itinerario de su vocación (1914-1936)
Mucho más: fue entregarme a mí mismo de nuevo»25,
comentará después.
En abril, cuando el Padre va a Valencia para preparar el próximo centro de la Obra, es Álvaro quien le
substituye a la hora de impartir los círculos de formación. A los demás no les cuesta comprender la substitución: el mismo José María Hernández Garnica, que había pedido la admisión pocos días después que él,
confiesa que, al reencontrarlo en Madrid pasado el verano, se sorprendió por su madurez espiritual. Y resumió más tarde esa impresión en escuetas palabras: veía
en él el fruto de una disposición muy seria, la de «llegar
a la últimas consecuencias»26.
25
26
Perfil…, p. 42.
Ibíd., p. 41.
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