dirección colección JUAN MIGUEL OTXOTORENA coordinación JOSÉ MANUEL POZO Y JOAQUÍN LORDA diseño gráfico JAVIER GRANADO Y DIEGO ZÚÑIGA corrección texto JOAQUÍN LORDA edición T6 EDICIONES impresión EUROGRAF S.L., Mutilva Baja (Navarra). depósito legal ISBN 921319-7-7 © ESCUELA TECNICA SUPERIOR DE ARQUITECTURA. UNIVERSIDAD DE NAVARRA MAYO, 1996 T6 ediciones S.L. Escuela Técnica Superior de Arquitectura. Universidad de Navarra 31009 Pamplona. España. Tel 948/105600. Fax 948/105629 Todos los derechos reservados. Ninguna parte de esta publicación, incluyendo el diseño de cubierta, puede reproducirse, almacenarse o transmitirse de forma alguna, o por algún medio , sea éste eléctrico, químico, mecánico, óptico, de grabación o de fotocopia sin la previa autorización escrita por parte de la propiedad. NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE LUIS BOROBIO ESCUELA TÉCNICA SUPERIOR DE ARQUITECTURA UNIVERSIDAD DE NAVARRA LUIS BOROBIO ÍNDICE I. PRÓLOGO 9 II. INTRODUCCIÓN 11 III. LOS ORÍGENES DEL ARTE 15 Escultura Pintura Arquitectura 16 16 17 LOS VESTIGIOS HISTÓRICOS 17 17 20 Arte paleolítico Los monumentos megalíticos IV. EL DESPERTAR DE LA HISTORIA EGIPTO Los egipcios y sus viviendas Pintura y Bajorrelieve egipcios La escultura Tumbas y templos MESOPOTAMIA Lo terrenal y las grandes construcciones de tierra Los poemas épicos murales 25 25 26 30 33 35 40 40 46 Construcciones Proyección del arte persa Recapitulación sintética 48 50 55 56 EL MAR EGEO Y LA CULTURA DE SUS PUEBLOS 56 CRETA Y MICENAS 58 63 PERSIA Fin de la cultura egea NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE V. LA GRECIA HELÉNICA DE LA ÉPOCA ARCAICA A LA PLENITUD CLÁSICA 65 El esplendor clásico de la Escultura Helénica La originalidad de los artistas griegos Los órdenes arquitectónicos 65 69 71 73 DEL ARTE HELÉNICO AL ARTE HELENÍSTICO 83 LOS ETRUSCOS 85 VI. DEL ARTE GRIEGO AL ARTE ROMANO 89 VII. ARQUITECTURA ROMANA 95 Las construcciones romanas Elementos básicos de los órdenes arquitectónicos Peculiaridades de los órdenes romanos Ordenación de los órdenes romanos La ornamentación arquitectónica 95 98 103 107 108 VIII. ARTE BIZANTINO 121 IX. ORIGENES DEL ARTE CRISTIANO 127 X. DOS RUMBOS EN EL DESARROLLO DEL ARTE CRISTIANO 131 Planteamiento Valor religioso del arte cristiano 131 133 ARTE PREROMÁNICO 134 XI. EL ROMÁNICO 139 Visión esquemática del estilo románico Morfología global y expresión del templo románico La puerta El lenguaje pétreo El claustro Otras construcciones románicas La arquitectura esculpida El muro que habla Sentido religioso de las imágenes románicas Peculiaridades locales 139 142 144 145 146 147 147 150 152 154 LUIS BOROBIO XI. ESTILO GÓTICO 157 El fenómeno constructivo De la construcción románica a la gótica Puntualidades terminológicas, geométricas y constructivas Soluciones formales y típicas de la construcción gótica El nacimiento del estilo gótico Morfología general y expresión del templo gótico La ornamentación escultórica 157 160 161 163 167 169 171 MANIFESTACIONES PICTÓRICAS DEL ARTE GÓTICO 175 176 177 178 Las vidrieras Los tapices Ilustraciones miniadas PINTURA GÓTICA: LAS TABLAS PINTADAS Épocas, escuelas y artistas de la pintura gótica Paréntesis de situación panorámica La pintura gótica del siglo XV Sentido religioso de la iconografía gótica 179 181 184 185 192 I. PRÓLOGO La instituciones académicas acostumbran a celebrar homenajes a sus profesores con libros: componiendo libros, y editando libros. Mucho debe la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra a Luis Borobio. Ha dejado su huella en las muchas generaciones que escucharon sus lecciones de Historia del Arte o aprendieron de él los fundamentos del Dibujo Arquitectónico. Porque la singularidad y profundidad de su labor docente se debe precisamente a una feliz conjunción: Luis Borobio es un profesor universitario que es a la vez un artista; y un artista, que es a la vez un profesor universitario. Sus clases sobre arte poseen la agilidad de la experiencia; sus enseñanzas sobre dibujo, la hondura de una formación académica. Pero en este momento, al presentar un libro suyo, se hace necesario mencionar un tercer aspecto, igualmente relevante en los ámbitos universitarios. Luis Borobio es un excelente prosista. Su calidad se revela en sus libros sobre arte; y en sus ensayos literarios. Ahora Luis Borobio prepara detenidamente un libro sobre Teoría de la Arquitectura. Pero la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra deseaba presentar como homenaje un texto particularmente unido a su enseñanza de tantos años: la edición de sus apuntes de clase. Más que un texto unitario, resulta una colección de textos, que nunca aspiraron a convertirse en un manual. Y que, de acuerdo con su programa, abarcan desde el arte prehistórico al fin del gótico. Sus páginas se concibieron como una colección de notas marginales a una historia del arte, a cualquier historia del arte, como asegura en su introducción el mismo autor. Estas notas marginales no componían un complemento erudito; más bien trataban de sortear las precisiones históricas o puntualizaciones de método, para subrayar la lección que cada obra o tradición artística podía mostrar a un joven alumno de arquitectura de nuestros días. Ese fue el espíritu con el que las escribió, a retazos, Luis Borobio. Son comentarios amigables de un profesor muy 9 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE veterano, que trata de introducir a sus ajetreados alumnos en un mundo deslumbrante, pero ajeno a ellos; y lo hace con sencillez, con sensibilidad, y algún tanto de humor; con una sabiduría docente de muchos años. Sus notas subrayan sólo lo importante; lo importante para Luis Borobio, lo importante para sus alumnos, lo importante también para un lector, que necesite su orientación y aliento. Pamplona 24 de mayo de 1996 10 II. INTRODUCCIÓN Se han escrito muchas y magníficas historias del arte. Las más completas son las que lógicamente, tienen más extensión literaria y van acompañadas de la correspondiente documentacion gráfica que es, necesariamente, numerosa y expresiva Las más resumidas son muy útiles para dar una idea general de las evoluciones históricas y de los momentos más representativos del arte. Algunas subrayan las relaciones cronológicas y geográficas porque van dirigidas a formar un importante esquema ordenador, o bien hacen hincapié en los aspectos histórico-sociológicos que condicionan el arte y sus evoluciones. Otras hacen una mera enumeración de características sintomáticas que permiten reconocer los estilos y dan la pauta para clasificar las obras. Todas en su conjunto global son útiles y, en su mayoría sin apenas restricciones, las suscribo y las recomiendo. Estas notas están escritas para ponerlas al margen de cualquiera de esos libros de Historia del arte -y necesitan de él- de cualquier libro- para enriquecerse con muchos datos interesantísimos que se encuentran en todos los tratados y de los que -precisamente por eso- he prescindido. Y, sobre todo, lo necesitan para ilustrarse con sus ilustraciones. Sí, porque para entender de arte es necesario ver, ver mucho, empaparse de las formas, y pescar así la chispa que las anima. Los dibujos que acompañan estas notas son muy pocos -los mínimos posibles- y tienen el carácter de mera explicación gráfica o aclaración del texto. Está claro que no he tratado de escribir una Historia, sino sacar de la historia un pretexto para ayudar a comprender el arte: para contemplarlo. He querido dar a los estudiantes de Historia del arte, no una lección de historia, sino un apoyo para la formación de su sensibilidad artística. No me interesa tanto la descripción de las formas con la consiguiente enumeración de notas distintivas, como la razón de ser de esas formas, lo que significaron para los hombres que las hicieron, y -sobre todo- lo que nos dicen hoy a nosotros. Pretendo ayudar a desentrañar el mensaje que encierran para que, recibiéndolo, enriquezcamos con él nuestras vidas. Hablaré sólo del arte de unos pocos pueblos y de las características más globales de unos cuantos estilos: los que más me interesan para sacar de su estudio unas consecuen- 11 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE cias útiles. Todavía de esos pueblos y de esos estilos olvidaré muchos aspectos que podrían parecer importantes; pero que son irrelevantes para mis propósitos. Sin embargo, no quiero que estas notas se limiten a considerar unas cuantas producciones artísticas, ya que aunque las obras de efecto de la vivencia estética son realidades conclusas en sí mismas, sólo tienen sentido verdadero y realidad histórica como integrantes de una continuidad geográfica y social y en relación con lo antecedente y consiguiente. El estudio de esa relación, así como el estudio del entorno humano histórico en que se produjo, permite no sólo comprender mejor lo que la obra significa, sino sobre todo, recibir más plenamente su mensaje. Sin embargo, la realidad histórica es tan multilateral y polifónica que ninguna exposición de la historia del arte puede agotar la riqueza de sus posibilidades. La historiografía tiene que trabajar siempre con ficciones simplificadoras para dar explicaciones congruentes. Wölfflin, en su “Historia del arte sin nombres”, muestra las evoluciones históricas del arte como un proceso inmanente, con una lógica interna que hace que a unos estilos les sucedan fatalmente otros, y que exista un devenir artístico cíclico e irreversible. El historismo de Riegl tiende a convertir la historia del arte en mera historia de las formas y de los problemas, como si las obras de arte fueran creadas para solucionar unos problemas formales y técnicos, problemas que, en realidad, sólo tienen sentido en función de las obras que trata de explicar. Hauser reduce la historia del arte a la historia de la Sociología, y otros autores marxistas todavía la limitan más, haciéndola depender exclusivamente de las condiciones económicas. En el arte influyen de alguna manera, todos los factores que influyen en el alma humana: los paisajes, el clima, la economía, la tradición, la cultura y el arte mismo; factores que son todos interdependientes y ampliables. El quedarnos con uno solo de ellos es una peligrosa simplificación, porque perderíamos la visión universal que nos hace comprender que por encima de la realidad histórica tan polifónica, existe una unidad que integra y asume todos los aspectos parciales. Utilizar estos aspectos parciales será válido y eficaz siempre que se les considere como puntos de vista aclaratorios y como referencias explicativas, y no como suprema razón de ser del arte y de la historia. Por eso, para la mejor comprensión del arte, en estas notas he subrayado unas veces el factor geográfico, otras 12 INTRODUCCIÓN veces, el social y el consuetudinario, y otras muchas, las exigencias internas de las formas que evolucionan. Lo he hecho atendiendo, cada vez, al aspecto que me parecía más claro y expresivo, sin que ello signifique ignorar que existen todos los demás factores actuando siempre eficazmente, y sabiendo que cualquier punto de vista es relativo y referido siempre a un absoluto que lo trasciende. 13 III. LOS ORIGENES DEL ARTE Un niño pequeño, empuñando un lápiz, con un entusiasmo digno de mejor causa, raya frenéticamente una superficie: acaba de descubrir, con una emoción íntima y una profunda satisfacción, que algo que sale de su mano y por su voluntad adquiere una existencia visible y permanente: el mundo -la Creación- se ha enriquecido con algo que él personalmente hace. El deseo -la necesidad diría- de crear, de dejar rastro, es un instinto vital que se engrana con el anhelo humano de dominar y aprovechar inteligentemente los elementos que le rodean. El homo faber va indisolublemente unido al homo sapiens. El hombre pone su sello a las cosas que le rodean. El hombre da forma a las cosas que usa. El hombre organiza cosas para constituir con ellas nuevas unidades más complejas. La pintura, la escultura y la construcción surgen pues, así, como actividades primarias del hombre y quedan como huellas de su existencia. Los hombres primitivos, de los que no hemos recibido ningún documento escrito, dejaron esas necesarias huellas de su paso, algunas de las cuales -poquísimas y dispersashan llegado hasta nosotros y constituyen la única noticia que tenemos de las vidas de tantos antepasados nuestros que durante milenios pulularon por la tierra. Esas huellas, por cuanto en cierta manera podemos asimilarlas a las artes plásticas, suelen estudiarse como preludio de la historia del arte; pero son también todo el preludio -las únicas reliquias- para estudiar la historia de la humanidad. En estas notas que van a tratar específicamente de las artes plásticas, parece conveniente considerar a la luz de nuestra experiencia actual, cómo se originaron y cuáles son las manifestaciones más primarias de cada una de las artes. 15 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Escultura Cuando un hombre primitivo talla una piedra, adereza unas ramas o modela una masa de barro para dar forma a un objeto del que se servirá en su actividad, está ya materialmente haciendo escultura, aunque con ello no tenga ninguna intención consciente de transmitir un mensaje artístico, ni de significar nada. Ese objeto irá siendo obra de arte (no sólo “artefacto”) en la medida en que el artífice ponga en él su sello personal (siempre de alguna manera lo pone) y en el grado en que exprese algo y tenga una cierta significación para los demás hombres. Pero, en la práctica, sólo cuando el autor busque intencionalmente significar algo, el objeto se considerará y estudiará como obra de arte. Esta búsqueda, en escultura puede coincidir con la figuración, aunque la figuración vaya precedida de un intento expresivo de meras formas decorativas. Pintura En cambio, la pintura (considerada como la pigmentación de una superficie) nace ya para poner su sello en algo: hay, en su mismo origen, una búsqueda de expresión: El hombre de las culturas más primitivas, cuando traza formas geométricas para decorar la superficie de sus vasijas, de sus armas, de sus viviendas o de su cuerpo, está haciendo arte, mucho antes de que su pintura sea figurativa o de que trate de representar algo. El mundo exterior, las cosas que rodean al hombre tienen tres dimensiones y la manera más natural y directa de representarlas figurativamente es hacerlo también en tres dimensiones, es decir, en escultura. La representación pictórica lleva consigo un proceso mental más complejo al que no se llega inmediatamente; no se trata sólo de reproducir con más o menos fidelidad unas formas: hay que reducir las tres dimensiones de los objetos representados, a las dos dimensiones de la representación. Por eso, las primeras referencias pictóricas a objetos exteriores no es la copia, sino la simple alusión gráfica que los significa. El procurar hacer una pintura que al ser percibida nos produzca la misma impresión que la percepción directa del objeto (lo que ahora llamaríamos fidelidad fotográfica) es una concepción pictórica muy posterior culturalmente. Ya en nuestro mundo actual podemos observar cómo un niño pequeño (a pesar de que crece inmerso en una cultura en la que el retrato se identifica con la fidelidad fotográfica) si le decimos que pinte a su papá, no se preocupará para nada de mirar a su padre para copiarlo, sino que trazará en el papel unos rasgos que lo significan (pretende que lo signifiquen). 16 LOS ORIGENES DEL ARTE La pintura tomada en cuanto signo, puede evolucionar hacia una pintura naturalista (es éste sólo uno de los muchos caminos); pero también puede tomar rumbos totalmente diferentes, incluso aquél que le llevaría a convertirse en un sistema de escritura. Arquitectura Todos los animales buscan o fabrican sus guaridas. La arquitectura pues -considerada simplemente como cobijo (tectum)- nace de un instinto primario y animal. Sin embargo, la racionalidad hace que el hombre con los materiales de que dispone y en las circunstancias en que vive, busque las mejores soluciones constructivas, y que ya en la construcción ponga un sello suyo de creatividad. Además, la arquitectura no se reduce a ser un simple refugio o protección material, sino que, desde su mismo origen, se constituye en ámbito de las actividades físicas y espirituales del hombre, y sus volúmenes significan algo para él, y sus ambientes enriquecen su vida. La arquitectura tiene siempre -en mayor o menor grado- un valor de signo. Cuando un hombre, para conmemorar un acontecimiento distribuye ordenadamente unas piedras que quedarán allí como testigo ante las generaciones venideras, está haciendo una arquitectura -el monumento- cuyo valor de signo no tiene ya nada que ver con la protección ni con el acogimiento vital. El mensaje artístico de la arquitectura nace con la arquitectura misma, y consiste principalmente en su significación como ámbito humano, con todos los elementos constructivos y decorativos que definen los ambientes. Y también, claro, en sus valores monumentales. LOS VESTIGIOS PREHISTÓRICOS Por una parte el arte, en sus distintas formas, fue naciendo con los albores de la humanidad. Por otra parte, diseminados por varios puntos de la tierra, hemos encontrado algunos vestigios de antepasados nuestros muy remotos. Estos vestigios son escasísimos y probablemente muy poco expresivos si se considera que corresponden a toda la actividad de los hombres durante decenas de milenios. Las reliquias del quehacer humano más antiguas que se han encontrado son algunas piedras en cuya talla de formas afiladas se advierte una intencionalidad. Fueron, probablemente, hachas o puntas de flecha que unos ancestrales predecesores nuestros fabricaron para su uso. Arte paleolítico En el último periodo glacial, más o menos quince mil años A.C., las nieves y los hielos cubrían las tierras que hoy 17 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE constituyen Europa, y los renos, los bisontes y los mamuts pululaban por las gélidas regiones del continente. Los hombres habían buscado en las cuevas una defensa contra la inclemencia del tiempo, y aquel refugio sirvió también de protección a las obras que salieron de sus manos y que son los vestigios propiamente artísticos más antiguos que han llegado hasta nosotros. Así, pertenecientes a este tiempo, han aparecido algunos objetos de su uso, generalmente tallados en marfil, hueso o asta de reno, cuyo tema repetitivo y constante de figuración escultórica es la representación de animales, tratados con una gran fidelidad y viveza. En algunas cuevas de España y Francia principalmente (las más importantes son las de Altamira, y también las de Lascaux y Font de Game) se han hallado pinturas rupestres de figuras animales representadas con maravilloso naturalismo. En ellas, con frecuencia, los dibujos de bisontes, renos, jabalíes, mamuts o caballos, superpuestos y sin ningún orden, forman una maraña alucinante. Pero al observar los animales aislados, y al individuar todos los que componen el conjunto, los vemos pintados con una asombrosa fidelidad al modelo, aprovechando a veces las convexidades de la roca para dar volumen a los cuerpos. La precisión de las formas y sobre todo la naturalidad de los gestos denotan una aguda observación y una notable capacidad artística. Podríamos afirmar que en toda la historia del arte hasta la invención de la instantánea fotográfica, los pinceles humanos no habían logrado nunca captar el movimiento de un animal que salta, con tanta propiedad como lo hizo, hace muchos millares de años, el autor anónimo del bisonte saltando pintado en la 18 LOS ORIGENES DEL ARTE roca de Altamira. Se ha hablado mucho del carácter mágico de estas pinturas, y, aunque nada podemos asegurar como incuestionable, es lícito suponer que aquellos hombres se alimentaban principalmente de la carne de los animales que cazaban, se vestían con sus pieles y fabricaban la mayoría de sus utensilios de asta de marfil. No es extraño que los animales, que eran el centro de su actividad, fueran el objeto de sus afanes y la obsesión de su vida, y que observaran con atención solícita sus actitudes, distinguieran sus mínimas peculiaridades y captaran todos sus ademanes y movimientos espontáneos. Por otra parte, todas las culturas primitivas y mentalidades primarias (¿podremos llamar mentalidad primaria a la de unos hombres que tan maravillosamente dibujaban?) tienden a identificar la imagen con el objeto representado, y, por tanto, el tener un dominio sobre la imagen es dominar de alguna manera lo que la imagen representa. Es lógico que aquellos trogloditas se gozaran en pintar con la máxima fidelidad y naturalismo los animales meta de sus esfuerzos, y que aquella pinturas que contemplarían con delectación, tuvieran para ellos un valor mágico y que, incluso, fueran objeto de ritos y de ceremonias. Pero, desde un punto de vista arquitectónico, es importante señalar que aquellos recintos en que los hombres se albergaban, aquellas concavidades tenebrosas que constituían el ámbito de sus vidas, debían de tener una fuerza ambiental estremecedora: luces trémulas y cerramientos rotundos que abrazaban unos espacios cerrados, cálidos y acogedores, en los que la pinturas nacidas de los más vitales afanes de sus moradores, vibraban con su misma vida y se vertían en los ambientes para constituirlos también en vida: auténtica vida suya. Pienso que nunca una pintura mural ha sido más arquitectónica -en el sentido de creadora de ambiente arquitectónico y humano- que aquellas abigarradas representaciones de renos y bisontes paleolíticos. De épocas poco definidas pero también muy remotas, han aparecido en muy diversos lugares, junto con esculturas que representan con mucho naturalismo animales variados, unas figurillas humanas -a las que se ha dado en llamar “venus”- horriblemente deformes, en las que acusan monstruosamente las formas y redondeces femeninas. Es indudable que si aquellas gentes sabían representar los objetos con la fidelidad y perfección que demuestran en la figuración de animales, la deformación de estas venus no se debe a una incapacidad para hacer otra cosa, sino que responden a una intención: huyen quizá del retrato y del naturalismo. No hacen retratos: hacen signos. Aquellas estatuillas no figuran, ni pretenden figurar, a una mujer; sino que, simplemente, la significan. 19 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Otras pinturas rupestres cuya determinación en el tiempo ha sido muy debatida, pero que se suelen considerar posteriores -quizá en varios milenios- a las de Altamira y Lascaux, son las aparecidas en al gunos puntos del Levante Español (Gogül en Lérida, Alpera, en Almeria y las del Maestrazgo, entre otras), responden a un concepto de pintura mural totalmente diferente: no es ya (como eran las de Lascaux, por ejemplo) una superposición de elementos individuales entrecruzados, llenos de vida, pero con valor y expresión autónomos cuyo conjunto tiene la fuerza inquietante que le da la acumulación de tensiones independientes; sino, por el contrario, la superficie pintada está concebida en su totalidad para representar una escena de caza o de danzas rituales, quizá, y cada una de las figuras tiene su expresión propia, claro, pero no independiente, y está allí respondiendo al conjunto del que forma parte. Es verdad que también en estas pinturas los animales están representados con admirable naturalismo y vivacidad de dibujo, aunque el colorido es plano; pero, ahora, junto con los animales hay una profusión de figuras humanas que no se daban en las pinturas anteriores (al menos en las que conocemos). Por otra parte, al no ser el animal individual lo que interesa sino la escena en la que el animal se integra, la escala de la representación es generalmente mucho menor. También es notable observar que mientras los animales están dibujados con el naturalismo ya reseñado, la figura humana está tratada esquemáticamente buscando no un parecido, sino una significación: no respetan las proporciones, ni copian los perfiles ni las actitudes, sino que adoptan unos signos convencionales para expresar lo que están representando: ponen las piernas más o menos separadas para indicar que corren o que andan, señalan el sexo, ponen arcos o lanzas que determinan la actividad que realizan... Es decir, que representan con una gran fidelidad de dibujo a los animales que son objetivo principal de sus actividades humanas, de sus esfuerzos y de sus conquistas, mientras que el hombre es represntado simplemente como un signo, porque no es algo que les interese conquistar. Los monumentos megalíticos ¿Qué se hizo de aquellas diversas culturas paleolíticas? ¿Quiénes fueron sus herederos? ¿Dónde vivieron o a dónde fueron los hombres que recibieron aquellas herencias? ¿Qué huellas dejaron de su paso? En los vestigios que han llegado hasta nosotros hay una solución de continuidad de milenios: aquellos estremecedores murales de renos y bisontes, y aquellos vivísimos animales tallados en marfil, así como las otras pinturas rupestres levantinas, no son sino unos pocos puntos aislados, luminosos y hasta deslumbradores; pero muy insuficientes para disipar las tinieblas que se extienden en la inmensidad de los tiem20 LOS ORIGENES DEL ARTE pos. Pasaron muchísimas generaciones sin dejarnos ninguna noticia de sus vidas, y, por consiguiente, sin que sepamos nada de ninguna cultura que se relacione directamente con la de aquellos hombres del periodo glacial aunque podemos asegurar que estas culturas, por la importancia de sus frutos, no pudieron ser floraciones aisladas, salidas del vacío y en el vacío perdidas. Todas aquellas generaciones sucesivas de las que tan poca cosa sabemos, tuvieron cobijos donde guarecerse y ámbitos en los que vivían. La arquitectura nació con el primer hombre, y los hombres han creado siempre un ambiente vital que es una prolongación de su propia vida. Pero sólo de los hombres de la época del reno, con sus cavernas y sus pinturas rupestres, tenemos algunos vestigios valiosos para formarnos cierta idea de lo que fue al menos parte de su arquitectura y del carácter ambiental de algunos recintos en los que se desarrolló su vida. Fuera de esto, el que se hayan encontrado algunos restos de palafitos o el que podamos suponer ciertos sistemas constructivos, no nos autoriza a hacer ninguna afirmación seria sobre el lenguaje humano de los espacios habitados por el hombre. Sin embargo, a partir del octavo milenio antes de Cristo, los hombres hicieron monumentos con grandes piedras, y de esta faceta de su arquitectura (aunque no sea la más importante) es de la que -por la intención de perennidad que la animaba y por la solidez de su construcción más vestigios han llegado hasta nosotros. El tipo de monumento más elemental y también el más característico y el que más profusamente se repite es el menhir, que consta, simplemente, de una gran piedra puesta en pie. Si entendemos por arquitectura la creación de unidades ambientales o la definición de espacios humanos ¿podremos llamar “arquitectura” al menhir? Para contestar a esta pregunta, habremos de profundizar un poco en la significación arquitectónica que el menhir puede tener. El espacio vivenciado por el hombre tiene tres dimensiones imaginables como tres ejes de coordenadas flotantes, que nos permiten hablar de “arriba-abajo”, “delante-detrás”, y “derecha-izquierda”. Pero mientras delantedetrás y derecha-izquierda son términos relativos de significado ambiguo, arriba-abajo es término absoluto, fuertemente signado: la fuerza de la gravedad, el espacio psíquico definido por el zenit y el horizonte, y la erección del hombre en oposición al animal cuadrúpedo o reptil, son realidades que se superponen y hacen del menhir una objetivación del hombre erecto. Es verdad que no segrega espacio. Es verdad que no constituye espacio. Pero fija topológicamente el espacio y lo señala con la presencia psíquica del hombre ausente. De ahí, su valor como monumento. Estas grandes 21 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE piedras enhiestas, los menhires, son de tamaños muy variados; pero pueden llegar a tener, como el de Locmariaquer, hasta veinte metros de altura. La piedra enhiesta como monumento conmemorativo está explícitamente tratado en varios pasajes de la Biblia; pero el ejemplo más claro es en la historia del Sueño de Jacob cuando dice que “se levantó al amanecer y tomando la piedra que le había servido de almohada, la plantó en el suelo como un pilar, y llamó al lugar Behtel (que quiere decir casa del Señor): y esta piedra que he levantado como un pilar será la morada del Señor Dios” (Génesis 28,18). El concepto del menhir como monumento se mantiene a lo largo de toda la historia de la humanidad, derivando en forma de obelisco, de columna, de torre... Los rascacielos, incluso, a pesar de su pragmatismo y funcionalidad ¿no tienen también en su verticalidad rotunda un carácter de monumento que objetiva y significa el engreimiento del hombre? Actualmente, los hombres, cegados como estamos por el vertiginoso progreso de la industrialización, somos incapaces de admitir el ingenio para la técnica de las generaciones que nos precedieron; pero ahí están esas piedras colosales levantadas sin motores y sin grúas hace diez mil años, que necesitaron para erigirse hombres esforzados provistos de una admirable sabiduría técnica y organización. Quizá las levantaron fabricando planos inclinados por las que las arrastraban sobre rodillos, haciéndolas bascular con ayuda de palancas y conjugando fuerzas de empuje y de tracción. Quizá, sí. Pero es una realidad que, en el día de hoy, sólo personas muy expertas serían capaces de hacer esa misma maniobra utilizando solamente los instrumentos que podemos suponer que utilizaron ellos. Muchas veces el menhir no es un elemento aislado, sino que, repetido y relacionado, forma conjuntos monumentales. De estas ordenaciones de menhires las hay en cír- 22 LOS ORIGENES DEL ARTE culo o semicírculo (los llamados Cromlechs) y también en alineaciones cuadriculadas, de las cuales la mayor que se conoce es la de Carnac (Bretaña) que consta de más de mil menhires distribuidos en once filas. El sentido conmemorativo o monumental de las ordenaciones de piedras permanece en hombres de muy diversas geografías, y así vemos que, en tiempo muy posterior, el libro de Josué nos dice que los israelitas hicieron acopio de piedras sin labrar y las ordenaron para que dieran testimonio de su paso por el Jordán: “así estas piedras servirán de recuerdo a los hijos de Israel, para siempre jamás”. El trilito -dos grandes piedras hincadas en posición vertical y otra horizontal que, a modo de dintel, se apoya sobre ambas- es también un tipo de monumento megalítico de significación perdurable. Las tres piedras acusan y enmarcan un paso determinado: constituyen un signo de acceso, de entrada. A lo largo de la historia hasta nuestros días, aunque con variaciones morfológicas y constructivas, el valor sígnico de un paso enmarcado se mantiene en los propíleos, arcos de triunfo, puertas monumentales (de ferias, de fincas o de espacios abiertos a los que caracterizan), pórticos que preceden a las puertas de edificios representativos, etc. Otro tipo de monumento megalítico muy significativo, pero con una significación muy diferente a la del menhir -y también a la del trilito, aunque tenga la misma concepción constructiva que él- es el dolmen. Si el menhir es una gran piedra levantada para signar el espacio abierto, el dolmen es un conjunto de grandes piedras ordenadas para constituir un espacio cerrado. El menhir se yergue para conmemorar 23 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE un acontecimiento vital. El dolmen se tiende horizontalmente para encerrar una tumba. El dolmen es, en el período Neolítico, el tipo universal de tumba, con unas características muy acusadas e insistentemente repetidas: consta fundamentalmente de una cámara constituida por un techo -rotundo, impresionantede piedras horizontales, gigantescas, apoyadas en otras grandes piedras que son los cerramientos laterales, y un pasadizo de entrada, más estrecho, construido de la misma manera (construcción trilítica o de sistema adintelado simple). El conjunto estaba cubierto por un túmulo de tierra, limitado por un círculo de piedras más pequeñas. Las dimensiones de los dólmenes son variables y tampoco la distribución de las piedras responde a un canon fijo y, así, a veces, por el gran tamaño tienen que colocar algún pilar central para que las piedras del techo tengan un apoyo intermedio y puedan cubrir el vacío. El recinto puede tener tres o cuatro metros de luz, pero los hay mucho más grandes; por ejemplo la llamada Cueva de Menga en Antequera tiene 25 metros de longitud por 6 de anchura, aunque con pilares intermedios. La mayoría de los dólmenes que han llegado hasta nosotros se nos presentan mutilados por la erosión de los tiempos. Son como una gigantesca mesa fantasmal constituida por unas piedras imponentes, que yacen en alto, sostenidas por unas cuantas piedras verticales. El recinto cerrado -la médula del dolmen- se ha perdido en casi todos ellos; pero el techo, ese techo pesado y milenario, sigue definiendo un espacio tabú. El concepto arquitectónico del dolmen es fundamentalmente un recinto cerrado, rotundamente cerrado, al que se accede por un paso angosto. El mismo concepto medular se repite, con variaciones formales y constructivas, en las tumbas micénicas y etruscas, y permanece, a lo largo de la historia de la humanidad hasta los panteones de nuestros cementerios, que, casi siempre, responden esencialmente a la misma idea que originó el dolmen. 24 IV. EL DESPERTAR DE LA HISTORIA Durante muchos milenios, los hombres fueron dejando sobre las tierras que habitaron, ciertos vestigios que sólo de manera muy parcial e inconexa han llegado hasta nosotros, y que, más que ilustrarnos sobre su vida, sobre sus inquietudes y sobre sus hallazgos, nos plantean unos interrogantes sin respuesta precisa. Es verdad que, también, dan unas pautas de interpretación para el conocimiento de todas aquellas culturas prehistóricas; pero el campo que se abre a la investigación es gigantesco y con sólo unos pocos -poquísimos- asideros que se quedan perdidos en la inmensidad de la noche de los tiempos. Sólo a partir de poco más de tres mil años antes de Cristo empezamos a tener algunas noticias más concretas de las culturas de ciertos pueblos, porque han llegado hasta nosotros algunos documentos escritos que de ellos nos hablan, y porque son más abundantes, personalizados y característicos los restos que de sus obras materiales han quedado para nuestro estudio e investigación. De la inmensa oscuridad de la prehistoria, van apareciendo, dibujándose poco a poco entre las brumas, los sumerios en las tierras de la baja Mesopotamia, los egipcios a las orillas fértiles del Nilo, y, quizá algo después, pero no de manera menos misteriosa y alucinante por la mitología en que su aparición va envuelta, los habitantes de Creta y de otras tierras bañadas por el mar Egeo. EGIPTO Egipto es el primer gran imperio estable cuya historia conocemos. Su arte tiene unas características muy peculiares y fuertemente definidas, como muy peculiar y perfectamente definido es el valle del Nilo al que la Naturaleza ha dotado de unas condiciones singulares y lo ha fijado con unos límites muy precisos. Como un oasis larguísimo y estrecho, el valle serpentea entre montañas rocosas que lo separan de los desoladores desiertos que se extienden interminables hacia el este y hacia el oeste. Al norte, el Mediterráneo, sobre cuyas aguas avanza el arco tendido del delta, cuyos cien kilómetros de longitud y seiscientos de contorno se extienden bordeados 25 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE de grandes lagos en los que desembocan numerosos brazos del caudaloso río. Al sur, las cataratas del Nilo, verdaderas puertas de la Nubia y de Etiopía. Contemplado en el mapa, Egipto es como una flor que abre su corola sobre el Mediterráneo, y cuyo tallo sinuoso y delgado se prolonga con una longitud de dos mil kilómetros para después hundir sus lejanas raíces, a través de las tierras de Etiopía, en los grandes lagos del Africa central, fuentes desconocidas hasta la edad moderna y que explican el misterio del río que se desborda generoso precisamente en verano, en la época de las sequías. El país se divide en dos regiones perfectamente diferenciadas: el anchuroso delta y el larguísimo valle que equilibran armónicamente sus valores, se compensan de tal modo, que nunca hubieran podido prosperar por separado: el delta necesita los productos del interior, y el valle se asfixiaría sin el pulmón del delta. De esta manera, el alto y el bajo imperio constituyen un solo conjunto que vive pendiente del Nilo, abrazado al Nilo, y, de él y de sus periódicas inundaciones, recibe esa fecundidad prodigiosa que lo constituyó más tarde en el granero de Roma. Pero si el río es generoso en sus dádivas, también exige de los egipcios que le ayuden en la tarea de convertir el desierto abrasado en ubérrimo vergel: es necesario distribuir equitativamente las aguas que arrastran el limo fertilizante mediante una red de canales artificiales. Ese esfuerzo colectivo que se dio desde las épocas más remotas contribuyó a forjar la fuerte unidad política de Egipto. Por otra parte, los límites geográficos tan claramente acusados constituyen unas formidables defensas naturales, a cuyo amparo la civilización egipcia encontró un ambiente propicio para su desarrollo y un aislamiento de influencias extrañas que le permitió vivir encerrada en sus propias tradiciones inmóviles y milenarias. Al son del Nilo, el paisaje egipcio cambia radicalmente de aspecto con puntualidad periódica, y marca vigorosamente el ritmo de los años siempre iguales: el compás de los tiempos se eterniza y todo se repite perpetuamente en el Egipto, bajo un cielo inmutable, constantemente azul y luminoso. Los egipcios y sus viviendas Los egipcios, pacíficos y religiosos, vivían pensando en la eternidad. La muerte -la vida de ultratumba- era la serena obsesión de su vida caduca, y hacia ella iban dirigidos todos sus afanes y, consecuentemente, lo más importante de su arte. La arquitectura funeraria constituye con mucho lo más sólido de su construcción: todos los colosales monumentos 26 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA que, desafiando los milenios, han llegado hasta nosotros, son templos y tumbas, y, por eso quizá, son la única faceta de la arquitectura egipcia que suele tenerse en cuenta en el estudio de la historia del arte. Pero para la mejor comprensión incluso de las formas externas de sus construcciones monumentales y, sobre todo, de lo que para los egipcios significaban los espacios ambientales de sus templos, es interesante deternerse a contemplar cómo fueron las viviendas que hicieron y habitaron, ya que, al fin y al cabo, la vivienda es normalmente lo más genuino del arte arquitectónico considerado como lenguaje del espacio humano, y como expresión de la vida. El egipcio ama la luz del sol hasta divinizarla y la quietud azul del firmamento infinito; gusta de vivir al aire libre, y, para él, la casa no es más que su reducto personal que sólo usa para retirarse y descansar, por lo que es sumaria y sin complicaciones. Además, en parte para hacer más suyo el recinto, diferenciándolo drásticamente del espacio infinito en que habitualmente se mueve, en parte también para que su ojos descansen de la luz cegadora del mundo exterior, el ambiente que caracteriza la vivienda egipcia es una oscura penumbra recoleta. Con estos invariantes básicos de todo el país, el delta y el valle, las dos regiones de Egipto que tienen unas características geográficas tan diversas, condicionan dos tipos de vivienda formal y constructivamente muy diferentes entre sí: Las primitivas viviendas del delta están construidas principalmente de arcilla armada con cañas y juncos, mientras que las del valle están excavadas en las montañas rocosas que bordean la cuenca. Una casa-tipo del bajo Egipto tiene una planta rectangular, dividida en tres crujías de una anchura nunca muy superior a unos tres metros. La crujía central constituye la sala principal, en ella está la puerta de entrada y el acceso a las demás habitaciones que están en las crujías laterales, además puede tener una escalera para subir a la azotea. Los muros de fachada tienen un suave talud (son más anchos por abajo que por arriba) y tanto ellos como los otros dos de separación de crujías, también sustentantes, son de gran espesor. Para construirla, en las cuatro esquinas exteriores de la casa se colocan, con la inclinación que habrá de tener el muro, cuatro postes hechos con haces de cañas fuertemente atadas con “biblos”, hincados en el suelo y arriostrados con otros postes verticales fijados en los cuatro ángulos internos. Fijados así los cuatro ángulos de la casa y el grosor de los muros, se instalan horizontalmente a manera de dinteles 27 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE tanto interior como exteriormente haces de cañas, apuntalados con paredes/varales verticales para evitar la flexión. Con esta armadura, arriostrada convenientemente y dejando los huecos previstos para puerta y ventanas, se levanta el muro hecho de adobes de arcilla mezclada con paja desecados al sol y recubierto todo con barro, de manera que el esqueleto queda incluido en el espesor de los muros, a excepción de los haces externos de las esquinas y del coronamiento horizontal que han servido como plantilla y referencia para la construcción de las paredes con el desplome del paramento de las fachadas. Estos haces que ya en las más primitivas viviendas del delta quedan vistos, originan unas formas características. Estas formas: los baquetones de ángulo, la media caña de la cornisa y los muros en talud se mantendrán durante milenios repitiéndose en todas las monumentales edificaciones de piedra del antiguo Egipto. Apoyándose sobre los gruesos muros y su armadura de cañas, el techo se construye mediante vigas (troncos de palmera o de sicómoro) con una trama de cañas y juncos, recubierto todo ello de barro mezclado con paja. Sobre el baquetón horizontal que corona la fachada, se coloca una tupida verja de juncos verticales que sirven de contención al barro extendido para constituir la azotea. Estos juncos, por la presión de ese mismo barro, se curvan graciosamente hacia afuera formando una coronación cóncava, con perfil de escocia, cuya forma se repetirá ya siempre y vendrá a ser esa cornisa obligada de todos los edificios de Egipto, a la que se ha dado en llamar la “gola egipcia”. Frente a estas casas del delta, erigidas del suelo con cañas y barro, la primitiva vivienda de los habitantes del valle, excavada totalmente en las rocas calcáreas que bordean la cuenca, representa el máximo contraste que puede darse en el sistema constructivo. Este contraste tan fuerte en la construcción se debe a exigencias geográficas extrínsecas (las periódicas inundaciones principalmente, la asequibilidad de unos materiales y la existencia o no de unas montañas calcáreas); pero hay mucho de común en la manera de concebir el ambiente humano. Todas las viviendas egipcias tienen sus habitaciones de planta rigurosamente rectangular y están dispuestas siguiendo la misma ortogonalidad. Podríamos decir que este tipo de distribución, en el delta viene impuesto por el sistema constructivo adoptado (aunque si adoptaron ese sistema lo hicieron por elección libre dentro de unos condicionantes). Pero, en cambio, no hay ninguna razón constructiva que justifique el rigor de la ortogonalidad en las viviendas excavadas, cuyos recintos podrían ser circulares o de cualquier otra forma, y, si se mantiene ese rigor, es porque viene exigido por la mentalidad de sus constructores y de sus habitantes. El orden y la pureza geométrica, la rigidez, la fidelidad a unos cánones, la sencillez y la estabilidad son valores vitales de los egipcios, comunes a 28 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA 29 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE todas sus obras y, necesariamente, tienen que configurar también esos ambientes entrañablemente suyos en los que se retiran a descansar. En las viviendas de la región del delta, los muros gruesos y unas celosías de caña reducen la luz que entra por las pequeñas ventanas, para crear una oscura penumbra ambiental. Esta misma oscuridad ambiental, en las casas del valle viene acentuada por la creación de un atrio porticado -excavado también en la roca- que produce una zona de sombra delante de la entrada. Así como las formas originadas por la primitiva construcción de las viviendas del delta permanecieron con una asombrosa constancia en toda la arquitectura egipcia, el excavar recintos en la roca se mantuvo durante milenios en la vivienda del Valle, se adoptó también en los Imperios Medio y Nuevo para construir las tumbas llamadas hipogeos; pero, sobre todo, en el Nuevo Imperio se excavaron en la roca los impresionantes templos de Abu-Simbel. La repetición de las mismas formas, y el inmovilismo de su estilo son consecuencias de la fidelidad a sus tradiciones y de la obsesión por la eternidad que tiene el pueblo egipcio. Independientemente de las lógicas variaciones (relativamente muy pequeñas) que se dan en las distintas dinastías que se sucedieron a lo largo de tres mil años, es interesante señalar cuáles son las constantes -asombrosamente constantes- de todo el arte egipcio desde los albores en la prehistoria, hasta el año 30 después de Jesucristo, en que se inicia el dominio romano. Para los egipcios, toda la vida terrena está orientada al más allá de la muerte, y no es sino una preparación para la vida eterna, que conciben como una vida temporal de duración infinita. Por eso, lo más importante de su arte está transido de la idea de perennidad, y de esa idea dominante se desprenden todos sus invariantes formales: Edificaciones pesadas, de piedra, y esculturas estáticas hechas para desafiar los tiempos. Pintura y bajo rrelieve En arquitectura las piedras descansan siempre horizontalmente unas sobre otras, para que el peso actúe verticalmente y dar así la máxima estabilidad a la construcción: sistema adintelado sobre muros macizos y columnas gruesas. El dintel de piedra, para ser debidamente resistente, no permite sino una pequeña separación entre los apoyos, por lo que las columnas están muy próximas entre sí, y, con su robustez, hacen que en los recintos interiores los espacios huecos se reduzcan notablemente con relación a los volúmenes macizos. Los muros en talud acusan más la estabiliadad y pesantez de la edificación. 30 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA Dentro de esta arquitectura, el paramento firme de la pared tiene una fuerza expresiva que debe ser secundada y subrayada por la decoración mural, y de esta necesidad de expresión arquitectónica surgen todas las características generales de la pintura y del bajorrelieve egipcios. Toda decoración que desvirtuase la superficie plana y rotunda del cerramiento, traicionaría el carácter arquitectónico del muro, y, sobre todo, del ambiente limitado por él, y, por tanto, no puede haber nada en los murales que insinúe perspectiva, profundidad o yuxtaposición de distancias diversas. Todo lo que está pintado en la pared, no sólo está efectivamente en la pared, sino que es pared. La sensibilidad egipcia no puede admitir que la pared represente cosas que están más lejos o más cerca y que, por tanto, deje de ser el paramento rotundo perfectamente determinado que cierra el espacio y define el ambiente. Se dice que los egipcios no conocían la perspectiva, y es verdad que no la conocían; pero debe aclararse que la perspectiva, para ellos, no hubiera sido una conquista artística, sino una traición a su concepción de la pintura y una pérdida de sus ideales artísticos. Así pues, todas las figuras -humanas o no- representadas en los murales egipcios, están o actúan en la superficie plana adaptándose plenamente a ella, huyendo de todo escorzo y sin tratar de salirse de sus dos dimensiones. Por eso los hombros y el tórax (al acoplarse el torso a la pared) se presentan de frente. El contorno plano del perfil de la cabeza define mucho mejor las facciones que el contorno frontal, y, por eso, las caras se representan siempre de perfil, aunque, en ellas, el ojo -plasmado en el muro- se vea de frente. Los brazos, las piernas y los pies se sitúan de lado, es decir, en el plano del movimiento normal de sus articulaciones. Cuando se dan variaciones de escala o diferencias de dimensiones en las figuras dentro de un mismo muro, o incluso dentro de la misma escena, no se expresan con ellas una lejanía (no podría expresarse, ya que para los egipcios es inconcebible una lejanía mural); sino, simplemente, se expresa una valoración jerárquica.; la figura del faraón mucho mayor que la de sus súbditos). Si las zonas que quedan libres entre las figuras del mural tuvieran la amplitud y tersura de un paramento liso, constituirían un fondo de las figuras, y ese carácter de fondo, lleva consigo un sentido de profundidad o de lejanía. De ahí que los egipcios llenen siempre esos espacios con escrituras jeroglíficas u otras representaciones, para que toda la pared se presente homogénea, sin vacíos, con una textura constante y en la misma superficie. Estos muros decorados íntegramente, sin espacios libres, se suelen señalar como una característica muy propia del arte egipcio, a la que se ha dado en llamar “horror vacui” -horror al vacío-. 31 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE El carácter pleno y total que tiene el paramento en la arquitectura egipcia hace que su decoración no considere el muro como una ordenación de sillares de piedra, sino como una superficie entera y unitaria que hay que enriquecer entera y unitariamente y, así, los bajorrelieves no tienen en cuenta las hiladas ni las juntas de las piedras, y ordenan sus figuras y trazan sus líneas de composición prescindiendo por completo de la sillería. Aunque todos estos murales tienen una intención narrativa o descriptiva (escenas religiosas, domésticas, laborales, etc.) su significación plástica y sus valores estéticos y compositivos están siempre presentes en la preocupación de los artistas cuando se enfrentan con esa pared a cuya expresión de fuerza con tanta eficacia contribuyen. Al ver estas pinturas, sentimos el equilibrio de las formas, la ordenación de las trazas, la continuidad de las líneas, el ritmo de los distintos elementos, como virtudes pictóricas, algunas veces muy 32 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA logradas, otras veces, no tanto; pero siempre buscadas con empeño y sensibilidad. Todo lo que hasta aquí se ha dicho de los murales egipcios puede aplicarse indistintamente y con toda propiedad, desde las más remotas épocas predinásticas hasta la dominación romana, tanto a las pinturas como a los bajorrelieves. Unas y otros se hacen para valorar una superficie, reciben del muro plano su carácter y responden al mismo criterio esencial. La pintura egipcia es un dibujo perfilado con precisión e iluminado con colores lisos y enteros. El bajorrelieve es también un dibujo de perfiles precisos, aunque realizado con técnica escultórica: no está concebido como volumen, sino como textura enriquecedora del plano: los entrantes y salientes son los mínimos necesarios para definir las formas como si de una labor de repujado se tratase. Dentro de estas constantes, las variaciones de técnica que se dieron en aquellos tres milenios son casi insignificantes: unas veces se rehundía un poco al paramento que bordeaba las figuras, para que éstas sobresalieran de él; en otras épocas se prefirió rehundir solamente el perfil de las figuras de manera que éstas quedaran como incrustadas, con su propia convexidad, en el paramento que conservaba su nivel. Se puede encontrar también que en unas dinastías las figuras son un poco más o un poco menos estilizadas, y, asimismo, hay también algunas diferencias en el atavío; pero, a pesar de todo, está muy claro que al hablar del arte egipcio no es justo que hagamos comentarios sobre la volubilidad de la moda. En cuanto a la pintura, el equilibrio y el sentido decorativo que habíamos señalado en la composición de los murales como cualidad superior a los valores descriptivos, se da también en el colorido, que busca no tanto el naturalismo cromático, cuanto la entonación y distribución de tintas planas e intensas, a veces con convencionalismos que se repiten como leyes inmutables (así, la carne de las mujeres suele pintarse de un ocre amarillo, pálido, mientras que la de los varones es de color mucho más rojizo). Escultura Los egipcios consiguieron una perfección asombrosa en la técnica de embalsamar cadáveres, porque pusieron un empeño eficaz -obsesivo, incluso en que los cuerpos se conservaran intactos a través de los siglos. Desde los monumentos milenarios todavía podemos oír las voces silenciosas de aquel espíritu que gritaba con fuerza horadando la oscuridad de los futuros remotos: “Nada cambie. Todo perdure. Quede fijo el fluir de los tiempos en una quietud eterna”. Eran voces poderosas que cristalizaron en duraderas quietudes de piedra de una portentosa elocuencia. 33 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Aunque con distinto lenguaje, exactamente lo mismo que dicen las momias funerarias, lo mismo también que como veíamos- dicen las macizas construcciones y la decoración de los muros, nos dicen a su vez los millares de estatuas que los antiguos egipcios nos dejaron. Esas esculturas, hechas también para enfrentarse con la eternidad, necesitan ser -y son- estáticas e inmutables, desterrando de su contestura pétrea todo gesto pasajero, toda expresión fugaz, incluso todo amago de movimiento: rígidas, sin ninguna torsión en el tronco ni en el cuello, responden rigurosamente a la ley de la frontalidad, es decir que la cabeza, el tórax y las piernas tienen exactamente el mismo frente. Un plano de simetría especular marca la vista frontal de toda la figura. Así pues, los dos hombros están a la misma altura como también las dos caderas. La cabeza se mantiene erguida, simétricamente erguida. En las estatuas sedentes las manos suelen apoyarse sobre las rodillas y la correspondencia bilateral es perfecta. Si la figura está representada de pie, los brazos normalmente caen rígidos a ambos lados del tronco, pero la simetría viene a romperse en las piernas con un adelantamiento del pie izquierdo. Este pie izquierdo adelantado no indica movimiento, sino mayor estabilidad, ya que las caderas se mantienen fijas, el peso del cuerpo se reparte equitativamente sobre ambos pies, y aumenta la base de sustentación: es como dar un mayor apoyo a la verticalidad del hombre erecto. La fortaleza física de la figura -hombros anchos, musculatura acusada colabora eficazmente en la expresión escultórica de resistir con firmeza los milenios. La repetición de las mismas posturas -siempre una postura severa y establey la perennidad de los gestos -nunca un gesto momentáneo o temporal- no quiere decir -ni mucho menos- que las esculturas egipcias sean impersonales o inexpresivas. Representan a una persona para toda la eternidad, y, por tanto, hacen una representación inmutable. Pero es una persona concreta, con sus peculiaridades individuales, con su expresión característica, lo que eternizan en la piedra; y, por eso, reproducen fielmente sus facciones y buscan el máximo parecido físico. Los rostros de la escultura egipcia son rostros muy expresivos, no en el sentido de que capten una expresión vivaz y pasajera (lo cual para los egipcios sería una frivolidad imperdonable) sino en el de que cogen plenamente el aire personal del individuo con su gesto peculiar estable y permanente. Cuando miramos el rostro de una escultura egipcia, es fácil que le encontremos un parecido con algún conocido nuestro. En todo caso es una cara que podría tener cualquier 34 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA persona que nos cruzamos por la calle: no es una cara abstracta: nos damos cuenta de que se parece mucho a alguien y de que es un fiel retrato de la persona a la que representa. A veces encontramos numerosos retratos de un mismo faraón que nos dan una idea perfecta de su semblante y de sus rasgos psicológicos. Y podemos reconocer en él las cualidades humanas (audacia o timidez, orgullo, astucia, magnanimidad, etc.) con que protagonizó todos aquellos hechos de su vida y de la historia de Egipto que por los documentos históricos conocemos: en el retrato reconocemos al hombre. Todas estas caraterísticas generales de la escultura egipcia se mantienen invariables a través de los milenios, desde las más remotas manifestaciones del arte predinástico, hasta ya entrada la dominación romana, unas veces con cierta dureza y hasta tosquedad en la talla, otras veces con una exquisita finura de modelado, aunque siempre dentro de la constante severidad de línea y de postura. Las dimensiones varían desde los grandes colosos que sobrepasan los veinte metros de altura (así, por ejemplo los llamados de Memnón en Tebas o los que custodian la entrada del grantemplo de Abu-Simbel hasta figurillas de pocos centímetros de altura talladas en madera o modeladas en cerámica. La ley de la frontalidad y la rigidez física de los cuerpos son normas que se respetan siempre, con un rigor absoluto, en todas las esculturas monumentales. Sin embargo, dentro de las estatuillas de tamaño manual podemos encontrar algunas en las que sus autores se permitieran algunas ligeras licencias, si bien es verdad que nunca llegan a alterar el carácter general, ni siquiera a constituir excepciones en la constante estilística. Tumbas y templos En el Imperio Antiguo (el llamado Imperio Antiguo o menfita tenía su capital en Menfis, que estaba situada precisamente allí donde el valle se abre al Delta), durante el tercer milenio antes de Cristo, se construyeron las grandes pirámides, que son las tumbas más típicas y peculiares, aquellas cuya estampa caracteriza esa imagen elemental que todo el mundo tiene del paisaje egipcio. Los faraones -con un asombroso esfuerzo humano de millares de brazos- dedicaron sus vidas a construir esos inmensos túmulos de piedra cuya mole protegería sus restos durante toda la eternidad. Alrededor de las pirámides se agrupaban multitud de mastabas, que eran tumbas de los altos funcionarios o de los personajes más próximos a la realeza. Anteriores a las pirámides, mastabas fueron también las primeras tumbas faraónicas y se 35 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE prodigaron abundantemente durante todo el Imperio Antiguo. Después, en épocas muy posteriores, se hicieron mastabas en el alto Nilo, ya en el Nuevo Imperio y hasta 700 años después de Cristo. Las mastabas eran, en definitiva una construcción tronco-piramidal de base rectangular, que constituía un túmulo sobre el foso sepulcral. Las primeras eran macizas y el acceso al enterramiento se hacía desde lo que pudiéramos llamar azotea. Más tarde, la edificación encerraba algunas salas de usos diversos, en una de ellas se contenían figurillas que representaban al difunto. Su tamaño varía desde cincuenta metros de lado las más grandes, a tres o cuatro las más pequeñas; pero siempre se caracterizan por su gran solidez y estabilidad. Las tumbas faraónicas más características del Imperio Antiguo constaban de la gran pirámide (que en ejemplos de mayor tamaño podía sobrepasar con mucho los cien metros de altura y los 200 m. de lado) y de un templo adjunto para el culto privado que era -valga la expresión- una auténtica vivienda del difunto, con objetos de su uso y de su gusto y, también, con esculturas que le representaban. Unido con este templo por un largo corredor o calzada entre dos muros, a la orilla del Nilo (lugar de paso por la comunicación fluvial) había otro templo para el culto público. Ya al final del Imperio Antiguo, la pirámide perdió importancia en favor del templo adjunto. En el Imperio Medio, cuya capital era Tebas, la proximidad de las montañas hizo variar el concepto contructivo de las tumbas faraónicas: en lugar de erigir una gran montaña artificial -la pirámide- que cubriera y testimoniara monumentalmente la presencia del difunto faraón, se aprovecharon para el enterramiento las grandes montañas existentes, y aparecieron así los famosos hipogeos. Siglos después, en el Imperio Nuevo, volvieron a hacerse pirámides; pero mucho más reducidas de tamaño y con un carácter más bien simbólico. Las colosales pirámides, bajo la violenta luminosidad del Egipto, se presentan ante nuestros ojos como un gran plano de luz y otro gran plano de sombra que definen un volumen elemental. Nada más que eso. Pero, con sólo eso, con su simplicidad y su grandeza, las pirámides de Egipto son los monumentos más extremecedores que se han construido nunca. En su fuerza sobrecogedora coopera también el sueño milenario de unos esfuerzos vivos, titánicos y remotos, que yacen bajo su luz y su geometría: Bajo su impresionante quietud. 36 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA Otra expresión monumental de Egipto, emparentada formalmente con las pirámides, pero de significación muy diversa, es el obelisco. El obelisco es una concreción geométrica del menhir prehistórico: es una pieza monolítica de acusada verticalidad, constituida por un esbelto tronco de pirámide -casi prismático- rematado en cúspide piramidal. En él, el signo del menhir se estiliza y gana en fuerza expresiva y elegancia: el sencillo juego de sus planos y sus aristas, su equilibrio y proporción, hacen que el obelisco sea probablemente la forma de monumento que más éxito estético ha tenido en la historia. Cuando los romanos llegaron a Egipto, los obeliscos causaron su admiración, y de ahí que bastantes de ellos, con un esfuerzo verdaderamente asombroso, fueran trasladados a la metrópoli. Después, a lo largo de los siglos, en ciudades muy diversas del mundo se han erigido obeliscos conmemorativos de hechos importantes. Los mayores templos fueron construidos en el Imperio Medio -en la época tebana-. Eran grandes extensiones edifi- 37 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE cadas y, aunque los faraones, según su voluntad, les iban añadiendo nuevas construcciones, respondían a una ordenación constante, y, sobre todo, a un invariable sistema constructivo. Al templo (es ésta la descripción de un templo típico) se llega por una avenida bordeada de esfinges, que termina en el pilono -entrada monumental formada por un fuerte muro ataludado, con dos pesados torreones flanqueando la puerta-. Coronaba el pilono la llamada gola egipcia, que es la cornisa que nació de las primitivas construcciones de barro, y que se siguió manteniendo como una constante obligada -casi ritual en todos los edificios de piedra. Asimismo, todas las aristas están rebordeadas -como respondiendo a una preceptiva invariable- con los baquetones comunes a toda la arquitectura egipcia, originados por los haces de caña que cantoneaban ya las humildes fachadas de las viviendas predinásticas del delta del Nilo. Por el pilono se accede a un patio porticado con recias columnas -sala hipetra-, lugar del que el pueblo ya no puede pasar. Desde este patio se entra a la sala hipóstila, totalmente cubierta a la que sólo los sacerdotes y personas selectas tenían acceso. Esta gran sala está poblada de una tupida red de robustas columnas unidas en hiladas por dinteles de piedra, que constituyen alineaciones paralelas a manera de jácenas. En sentido transversal, apoyándose en estas hiladas, nuevos dinteles de piedra puestos a tope, cubren completamente cada crujía y todo el espacio, a modo de forjado. El sistema adintelado de piedra usado por los egipcios -tan elemental y sencillo- es pues esencialmente el mismo que empleamos actualmente en las más ordinarias estructuras de hormigón. Para conseguir la iluminación del recinto siguiendo el mismo sistema constructivo, se crean unos montantes mediante un juego de alturas en la cubierta. Los huecos que resultan de la diferencia de alturas, se cierran con unas celosías de piedra que tamizan la luz. Los capiteles de las columnas, con ligeras variaciones oscilan siempre entre tres tipos: lotiforme, campaniforme y palmiforme. El fuste de las columnas puede estar decorado con bajorrelieves y jeroglíficos como si de un muro se tratara, o bien tener un tratamiento propio, a veces con estrias verticales convexas, siguiendo con esta forma una tradición milenaria que se inició con los pilares formados por haces de cañas. Estas características de los capiteles y fustes de las columnas no sólo se dan en las salas hipóstilas, sino que se repiten, siempre y exclusivamente, durante milenios en toda la arquitectura egipcia. 38 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA Después de la sala hipóstila se encuentra el sancta sanctorum, santuario en el que sólo el faraón y altos dignatarios podían entrar. Esta somera descripción formal y constructiva de un templo tipo, nos permite comprender algo de su más profundo sentido ambiental y arquitectónico. En la inmensidad redonda del paisaje borracho de luz, dos filas de esculturas enfrentadas definen una ruta: la sensibilidad espacial se orienta en una dirección, y quien está en la avenida es dirigido, bajo la vigilancia estática de las esfinges misteriosas y severas, hacia el pilono, que, con su mole estable y con su paramento plano y luminoso enriquecido por la textura de los bajorrelieves, señala la importancia del templo al que da fachada y acceso. En las celebraciones el monumental volumen del pilono se engalana con gallardetes. Atravesando el paso flanqueado por los imponentes torreones se entra en la sala hípetra o patio. La decoración cambia por completo: la luz, cegadora también, queda enmarcada por recias columnas y sombras violentas. El cielo infinito se hace nuestro. El recinto, abierto al cielo, nos envuelve y nos domina. Es la preparación ambiental para entrar en la sala hipóstila. Un paso más: la oscuridad insinúa un gran espacio macizo de columnas. Inmenso. Pesado. La decoración de colores vivos crea en la penumbra una atmósfera llena de misterio. Conforme avanzamos, la altura de las columnas disminuye. El techo baja, y el suelo, mediante escalinatas, sube. 39 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Una sensación de intimidad y de opresión crece conforme se llega al sancta sanctorum... En esta arquitectura intencionadamente sobrecogedora, lo mismo que en la modesta vivienda personal, la oscuridad y la penumbra crean en el alma de los egipcios el sentimiento de la privacidad. MESOPOTAMIA La construcción estable -de piedra-, el sistema adintelado y las formas estáticas e invariables de todo el arte egipcio, son la expresión de las arraigadas tradiciones de un pueblo ensimismado que tenía la obsesión de lo imperecedero. El estudio de los diversos pueblos que habitaron la Mesopotamia nos ofrece un punto de vista opuesto y nos presenta un contraste radical con el sentido de eternidad que animó el antiguo Egipto. Lo terrenal y las grandes construcciones de tierra. Huyendo conscientemente de hacer una narración e incluso de establecer un análisis descriptivo de la historia de los distintos habitantes sumerios, caldeos y asirios- de las tierras de la Mesopotamia, me limitaré a señalar algunos aspectos más característicos, que se pueden considerar cómo comunes de aquellos pueblos durante las sucesivas hegemonías de Babilonia, Asur, Nínive... aunque sólo en algunos de ellos se acusaron de una manera extrema, mientras que en otros apenas aparecen. Como en Egipto, la fecundidad de una tierra aglomeró a los hombres junto a los ríos y dio pujanza al país que bebía de sus aguas; pero, en contraste con la civilización de las orillas del Nilo, es muy expresivo el hecho de que siendo muy fértiles los territorios regados por el Eufrates y el Tigris en que se desarrollaron estas culturas, la principal fuente de riqueza de los imperios mesopotámicos era el botín de guerra. Sí, porque la Mesopotamia no tiene una unidad geográfica clara y distinta, ni unos límites definidos que la aislen, ni siquiera que la distingan de las tierras vecinas, pobladas de gentes muy diversas. Su historia se compone de reyertas fronterizas, invasiones, imperios que se levantan y pueblos que sucumben: afanes siempre nuevos y cambiantes. Sus reyes y sus hombres buscaban su provecho actual, poder, gloria, lujo y riqueza temporales. Amantes de la vida y de la fuerza, no se preocupaban por la eternidad. Eran belicosos, egoístas, y crueles. De ahí que no tuvieran arquitectura funeraria, y que construyeran en cambio fastuosos palacios inmensos e inex40 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA pugnables. Sus fortificaciones tenían muros de un espesor descomunal (los de Korsabad tienen 25 m de grueso) y de una altura que, en la muralla de Babilonia (según los datos que nos transmite Diodoro) alcanzaban los 90 m, dimensión que no parece exagerada si se la considera tomada desde el fondo del foso hasta la coronación de las almenas. Los palacios de los asirios estaban elevados sobre una inmensa plataforma artificial (el palacio de Sargón tiene 100.000 m2 de superficie y un volumen de 1.500.000 m3) que les servía para dominar la llanura y facilitar la defensa. Los reyes levantaban aquellos grandes pedestales de su orgullo con el esfuerzo de millares de esclavos y de cautivos de guerra que, a golpe de látigo, dejaban jirones de su cuerpo acarreando adobes, o morían exhaustos en los barrizales de los que sacaban la arcilla. Sin embargo, la erección de estos enormes basamentos de adobe llevaba consigo también un beneficio para irrigación de las llanuras, ya que para extraer la arcilla necesaria, se practicaban numerosos canales que distribuían el agua del Tigris por las tierras de labor, de manera que a la edificación de un palacio, correspondía el trazado de un canal, y, por tanto, el progreso de la agricultura era un provechoso subproducto de la tiránica y despiadada glorificación de los monarcas. Aquellos palacios asirios absolutamente cerrados hacia afuera y de un lujo deslumbrador por dentro, pueden expresar, y expresan efectivamente, el egoísmo y la insolidaridad de sus habitantes; pero responden también en su concepto a una tradición mesopotámica, pues ya desde el año 3.000 a.C. los sumerios tenían en Ur una ciudad con casas de fachadas ciegas -sin ninguna ventana-, y la vida organizada alrededor de un patio porticado central. Esta solución de la vivienda sumeria fue heredada mitigadamente por los griegos y por los romanos, y, siglos más tarde, por los árabes. Es una solución seguida también en los patios andaluces y en los claustros monásticos del medioevo, y que, según las circunstancias constructivas y ambientales, según el grado de aislamiento buscado y según la índole de las relaciones y la calidad de los cerramientos, cambia completamente de significación, y pasa de ser la expresión de un egoísmo belicoso, a ser una cordial protección de la intimidad o incluso un foco interior de irradiación de vida. Pero los inmensos muros exteriores, completamente ciegos, de las construcciones asirias ¿tienen un carácter especial por la sucesión de colosales estrías que a modo de pilastras realzan con su verticalidad la altura de aquellos extensos cerramientos. La expresión de estas grandes y rotundas paredes difiere por completo de la que tienen las grandes y rotundas paredes del Egipto, -porque para los asirios el muro no es como lo era para los egipcios- una mole de piedra que reposa eternamente, sino una muralla de tierra que se levanta desafiante y belicosa-. Los egipcios acusan y enri41 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE quecen la superficie plana, y con el paramento en talud le dan la estabilidad que afirma su quietud milenaria. Los asirios rompen el plano para destacar, con un dinamismo vertical, la altura y el volumen del muro: su fuerza. En el monumental recinto amurallado, no hay más comunicación con el exterior que el mero acceso, que tiene un cierto parentesco formal con el pilono egipcio,en cuanto que consta de una puerta flanqueada por dos torreones; sin embargo, las significaciones de ambos tienen muy poco de común: el pilono egipcio es el término de una avenida que a él conduce. Es una entrada monumental que se constituye en fachad del templo, y como tal fachada representa una comunicación hacia afuera: participa al exterior algo de lo que el templo es. Por el contrario, en el acceso del palacio asirio, las torres almenadas protegen celosamente la puerta: no invitan: amedrantan. A ambos lados, toros alados con cabeza humana montan su guardia permanentemente: Estos monstruos, con cuerpo de toro (a veces, con garras de león), alas de águila y cabeza de hombre, esculpidos con firmeza y acusando el relieve de sus músculos, son centinelas siempre alertas, símbolos de fuerza y poderío irreductible. Un detalle curioso de ingenuo primitivismo es que estos engendros tienen una quinta pata supernumeraria, que permite verlos con cuatro patas cuando se les mira de costado. Con arcilla, los asirios levantaban las plataformas que servían de basamento a los palacios, porque la arcilla era indudablemente, el material más adecuado -el único, en realidad- para erigir unas mesetas de tal extensión y volumen, y que tuvieran calidad de suelo y consistencia de asiento. Con arcilla edificaban también las murallas, porque, al no disponer de piedra, la arcilla era el material que mejor podía servir para unas construcciones tan macizas y voluminosas. Hasta aquí todo parece -y es- muy natural; pero los palacios, los opulentos y fastuosos palacios llenos de lujo y magnificiencia interior, hechos para el redomado sibaritismo de unos monarcas, estaban también -y esto ya puede quizás asombrarnos- construidos de barro, de vulgar y deleznable barro. La falta de piedra, la escasez de madera y la dificultad de transporte, unidas a la necesidad de un eficaz aislamiento térmico, hicieron que los pueblos mesopotámicos tuvieran la arcilla como único material estructural, y, por tanto, procedieron a construir de la única manera que este material lo permite, es decir, abovedando los ambientes, con lo cual consiguieron un constante perfeccionamiento de su técnica. Primeramente -antes de que se llegara a inventar la bóveda propiamente dicha- aderezando cañas, formaban unos arcos de curvatura uniforme rigidizados en sentido vertical y horizontal con otras cañas y juncos. Constituían así unas cerchas que distribuían longitudinalmente debidamente 42 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA arriostradas. Al cubrir esta armadura con juncos paralelos al eje, quedaba habilitado el encofrado de una cubierta cilíndrica. Sobre este molde procedían a extender sucesivas capas horizontales de arcilla que se superponían, esperándose siempre al desecado de la anterior, hasta que el entramado quedara completamente recubierto. El cañón de arcilla que quedaba como techo después de quitar el sostén auxiliar de cañas y juncos, tenía forma abovedada; pero no trabajaba mecánicamente como una bóveda, ya que los sucesivos lechos avanzados se fundían solidariamente formando un caparazón monolítico como el de una cueva o el de un túnel natural. Este sistema era muy lento y laborioso ya que había que esperar a que se secase cada capa y esta desecación debía ser homogénea, para lo cual había que mantener un cierto grado de humedad en los puntos de menor espesor de cada lecho. Era preciso también contar siempre con suficiente cantidad de arcilla para seguir el proceso sin interrupciones, y evitar en todo momento partes demasiado blandas susceptibles de agrietamientos que llevarían consigo el derrumbe de la obra. Más tarde, con tímidos ensayos sobre espacios de pequeñas dimensiones, siguen el muro vertical de ladrillo y al 43 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE llegar al arranque de la superficie cilíndrica, lo curvan adaptándose al encofrado. Se forman así las primeras bóvedas: son como el muro que se cierra sobre sí mismo para envolver el recinto. Estas bóvedas de medio cañón corrido se perfeccionan cuando se las lleva a cubrir recintos más amplios; y, sobre todo, cuando se moldean piezas en forma de dovelas (de sección trapezoidal) que son capaces de sostenerse apoyándose mutuamente sin interposición de arcilla ni de aglomerante alguno en las juntas. Así son las bóvedas de todos los grandes palacios asirios y todas las que -en arcilla o en piedra- se han repetido siempre a lo largo de la historia de la construcción. El único material de construcción era pues, prácticamente, el barro. No fueron, además, los asirios pródigos en el uso del barro cocido y sólo acudieron a él en aquellos casos en los que la humedad podía dañar la arcilla cruda -solados de patios y basamentos- y aquellos otros en los que les interesaba una mayor riqueza aparencial. Cocidos y esmaltados de vivos colores eran los ladrillos empleados en los paramentos más nobles: arcos cabeceros, frisos, cuadros, zócalos y pavimentación de las salas. Esta cerámica, con su riqueza cromática y brillantez de superficie, realzaba todos los elementos de la arquitectura. Sin embargo, es interesante señalar que las piezas esmaltadas no eran un mero recubrimiento a manera de azulejos, plaquetas o baldosines, sino que eran ladrillos sustentantes cuya cara exterior (menor siempre que las caras de apoyo) era el soporte del esmalte. Entre las grandes moles de arcilla que levantaban aquellos hombres, además de las murallas, de las plataformas basamentales y de los palacios mismos, cabe destacar, por su carácter singular y muy específico de toda la arquitectura mesopotámica, los zigurats, engreídos y apabullan- 44 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA tes, que servían de torre y observatorio. Geométricas montañas de adobe sin cocer, fueron levantadas ya por los primitivos sumerios y, después, con algunas variaciones, tuvieron gran importancia en Babilonia y entre los asirios. Los zigurats eran las construcciones más específicamente monumentales de la Mesopotamia. Se erigían como macizas atalayas escalonadas de hasta siete cuerpos superpuestos a los que se accedía mediante rampas exteriores sucesivas. Nabucodonosor al levantar de nuevo la torre de Borsippa decía que “queriendo asombrar a los hombres” rehizo “la maravilla de las siete esferas del mundo”. Es interesante señalar que el motivo que da para la construcción, y, por tanto, la principal función que el Zigurat debía cumplir era “asombrar a los hombres”. Sin embargo respondía a su misión de atalaya para dominar la bóveda celeste y el horizonte redondo. Caldeos y asirios eran amigos de desetrañar la significación de las estrellas y las relaciones de sus rumbos, y dentro de su fervor astrológico, consagraban el color del revestimiento de cada piso del Zigurat a un planeta: Saturno (negro), Venus (blanco), Júpiter (naranja), Mercurio (azul), Marte (rojo), la Luna (plateado) y el Sol (amarillo). Debía de ser impresionante -es lo que sus constructores se proponían- la contemplación de aquellas moles de espectacular grandiosidad, esmaltadas de colores brillantes, que se levantaban dinámicamente hacia el cielo como efecto de la tensión ascendente producida por las estrías que, a modo de pilastras, surcaban verticalmente cada uno de los grandes prismas encaramados unos sobre otros. Con sus juegos de rampas constituían también una escenografía deslumbrante para procesiones rituales en las grandes solemnidades. Eran los zigurats los grandes monumentos al orgullo efímero de los hombres, levantados con barro deleznable y caduco, amontonando vidas humanas para desafiar el cielo con una opulenta riqueza aparencial. Su grandiosidad no residía (como la de las pirámides de Egipto) en la pureza de la geometría y en la solidez y estabilidad de la construcción; sino en la brillantez de la superficie y, por eso,de su magnificencia sólo quedan unos grandes montones de arcilla que con pacientes excavaciones van saliendo a la luz para satisfacción de los arqueólogos, meditación de los mortales y dolor de los paisajistas. La torre de Babel de la que habla la Biblia fue uno de estos inmensos zigurats que se empezó a construir, como todos ellos, con miles de esclavos cautivos de guerra de países diversos que trabajaban bajo la coacción de la fuerza, y, en él, se produjo confusión de lenguas, disgregación del tra45 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE bajo e imposibilidad de continuar la obra: se armó, efectivamente, una verdadera torre de Babel. Fastuosos debieron ser también los jardines colgantes de Babilonia, considerados como una de las siete maravillas de la antiguedad: su construcción debía consistir en un juego monumental de terrazas escalonadas; pero de su fulgurante belleza no nos quedan más que los elogios ardientes y asombrados que les dedicaron Herodoto, Diodoro y algún otro historiador. Para levantar estas grandiosas construcciones de arcilla eran necesarios muchos millares de brazos humanos. Cuando no se contaba con un número suficiente de prisioneros de guerra, los monarcas asirios llegaron a fomentar pérfidamente las sediciones. Enviaban emisarios a las provincias menos sometidas; agentes reales provocaban la rebelión en las poblaciones, las cuales se negaban a pagar tributo y mataban a los mensajeros. Con este motivo se enviaba una expedición para castigar a los rebeldes, con lo que conseguían un buen acopio de prisioneros que, dominados por el terror, suministraban la mano de obra necesaria. Los poemas épicos murales Aquellas edificaciones imponentes levantadas por multitud de esclavos anónimos que trabajaban como bestias, sin genio propio y sin libertad, eran, sin embargo, verdaderas obras de arte, porque tenían una grandiosidad sobrecogedora, transmitían realmente un mensaje humano (e inhumano), respondían a una idea ordenadora y expresaban con eficacia los afanes -la fervorosa egolatría- de los hombres que impulsaron la construcción. Eran, además, tanto entonces, en el periodo de su construcción, como ahora, en la desolación de su ruina, un exponente palmario de una época. Pero estas obras no son sino un marco elocuente de otro arte muy valioso, extensísimo también en su producción, pero mucho más reducido de volumen, en el que interviene eficazmente la habilidad del artista concreto que pone su sello: es, por una parte, la actividad de ceramistas y artesanos que daban acabado a la arquitectura y, por otra, la de todos aquellos artistas que con sus esculturas y bajorrelieves decoraban, enriquecían y vivificaban los ambientes. Unos y otros ponían el nexo de unión entre las descomunales masas de arcilla y la vida humana Esta relación era necesaria para que se diera la monumentalidad de aquellas construcciones; porque lo desmesurado sólo llega a ser grandioso (y aún, simplemente, grande) cuando puede referirse al hombre. Las artes figurativas, principalmente los relieves que decoraban las paredes de los palacios, tienen un valor artís46 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA tico propio; pero, para comprender mejor sus características expresivas y plásticas, es necesario considerar los objetivos que se proponían los artistas, y los deseos y la manera de ser de los hombres para los que trabajaban. Más expresivos del orgullo y de la crueldad de los reyes asirios que las afirmaciones que pudiéramos hacer nosotros, son algunos textos que ellos mismos escribieron y que no necesitan comentarios. En el año 882 a.C. dice Asurbanipal en uno de sus partes de guerra: “Mandé construir una pared delante de las puertas principales de la ciudad, hice despellejar a los jefes de la rebelión y tapicé la muralla con sus pieles. Algunos fueron emparedados vivos, otros empalados a lo largo de la pared y mandé reunir sus cabezas a manera de coronas”. A mediados del siguiente siglo, Tiglatpileser escribe: “Encerré al Rey en su morada, ante sus puertas amontoné muchedumbre de cadáveres. He destruido, desvastado o quemado todas las ciudades. He dejado al país desierto, convertido en colinas y montones de escombros”. Estos dos botones de muestra sirven para formarnos una idea de lo que la guerra y, sobre todo, el poderío y la superioridad aplastante significaba para aquellas gentes. Cuando no había ejércitos enemigos que machacar, el entretenimiento preferido por los monarcas asirios era la caza de fieras salvajes. En principio, el león era muy abundante; pero después había que ir a buscarlo a tierras bastante alejadas. Para evitar al rey estos desplazamientos, avezados cazadores traían leones en grandes jaulas hasta las residencias reales, sin causarles ningún daño. Allí, cuando el monarca tenía deseos de cazar, los soltaban, los enfurecían con gritos, y el rey, en su carro de guerra, acompañado por un auriga y dos cazadores armados de lanzas, los acosaba y los asaeteaba. Era un deporte emocionante y arriesgado en el que brillaba la destreza del rey y en el que jugaba un papel importante la habilidad de los que le acompañaban, cuyos errores se pagaban con la muerte. Recreándose en sus cacerías Tiglatpileser escribe: “En nombre del dios Ninurta que me ama, he cazado con mi temible arco, con mi jabalina de hierro y con la puntiaguda lanza, cuatro soberbios y gigantescos bisontes en la estepa de Mitanni... Traje a la ciudad de Assur sus pieles y sus cuernos”. Y en otro lugar:”En nombre del dios Ninurta que me ama, he dado caza a 120 leones, resistiendo a pie firme, con corazón intrépido, sus acometidas; y a 800 leones más montado en mi carro. En mi botín de caza he reunido toda suerte de animales del campo y de aves del cielo”. El rey, al construir su palacio, fabrica una glorificación monumental de su persona, y quiere dejar constancia -para admiración del mundo de todos los valores que le enorgullecen: su pericia de guerrero y de cazador, su fortaleza temible, su avasalla47 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE dor poderío y la derrota y humillación de sus enemigos. La decoración de las paredes se hace, pues, con relieves que expresan las glorias del rey y el poder y la fuerza de los ejércitos asirios. Son laudatorias narraciones de las hazañas y jactaciosas epopeyas, en las que el monarca y sus soldados se ven siempre arrogantes, fuertes y victoriosos, mientras que las tropas contrarias aparecen derrotadas y maltrechas. Se complacen en describir las feroces torturas a las que someten a los vencidos en la guerra, o el dolor de las fieras que agonizan en las brillantes cacerías. Junto con estos temas bélicos y escenas sangrientas,que constituyen el grueso de la decoración mural, aparecen también frecuentemente escenas de festines lujosos y libaciones rituales pacíficas y placenteras. La decoración mural, cuando no es con los propios ladrillos esmaltados, se hace generalmente recubriendo la pared con tableros de alabastro en los que están esculpidas las escenas. No les interesa, como a los egipcios, acusar el paramento plano, y, por tanto, no tienen como norma el evitar en sus representaciones toda sensación de profundidad. Existe también un mayor relieve en el tratamiento de la superficie. Se suele decir que si los bajorrelieves asirios tienen más volumen en los salientes y rehundidos de la talla que los egipcios, es porque el alabastro es más blando que las piedras usadas en Egipto y facilita el trabajo escultórico. Es verdad; pero es interesante subrayar que, siendo así, unos y otros bajorrelieves responden (independientemente de las exigencias artesanales) a la concepción artistica y ambiental emanada de su mentalidad propia. Contrariamente a lo que ocurría en los murales egipcios, la distribución y actitud de las figuras -la composición del cuadro- no atienden tanto al ritmo y equilibrio de líneas y de formas en el plano, como a la eficacia descriptiva, a la viveza de la narración y a la expresión épica de la gloria y del dolor de vencedores y vencidos. Es precisamente en esta línea expresionista donde encontramos las más relevantes cumbres del arte asirio, entre las que debemos destacar las estremecedoras figuras de leones que agonizan atravesados por las flechas del monarca. PERSIA Los pueblos sojuzgados por los asirios comenzaron a rebelarse. Los medos conquistaron su libertad y Nínive cayó en sus manos poco después del año 700 a.C. Ciro, al frente de los persas venció a los medos en la batalla de Pasargadas, asumió todo el imperio que los medos habían 48 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA conquistado, y, con sus propias conquistas, lo acrecentó con toda el Asia Menor y, sobre todo, con Babilonia. La entrada de Ciro en Babilonia es uno de los jalones importantes de la historia universal. Mediante un edicto generoso concedió la libertad a todas las naciones esclavizadas por los babilonios, y todos los dioses arrancados por la rapiña de Nabucodonosor, fueron reintegrados a sus templos de origen. Con su gesto magnánimo de dar libertad a hombres y a dioses, Ciro se ganó el favor de los pueblos a los que dominó; y forjó un imperio riquísimo y poderoso. La Biblia le llama “enviado de Dios” y los judios le vieron llegar como el libertador profetizado que acabaría con su destierro. El Imperio Persa se mantuvo floreciente durante la dinastía aqueménida hasta la invasión de Alejandro Magno, y, después de un paréntesis de letargo, resurgió con fuerza y poderío en la época sasánida, resistió y venció a las legiones romanas y sostuvo su esplendor hasta el dominio musulmán. De las características humanas de los persas tenemos referencias históricas suficientes para poder afirmar que eran frugales y valerosos, no mentían, no se endeudaban, y, “si tenían vicios -según dice el historiador griego Herodoto- los habían aprendido de los griegos, y si caían en extravagancias de lujo, era para imitar a los egipcios y a los medos”. Los sátrapas persas (gobernadores de las provincias) impresionaban a los espartanos por su superioridad moral. Las esculturas de los persas, que reflejan en sus rostros sinceridad y disciplina, y, en sus pliegues simples y rectos, rectitud y sobriedad, vienen a subrayar plásticamente las virtudes morales de este pueblo. Transcribo textualmente algunos párrafos sueltos de Horodoto que pueden ayudar a formarnos una idea de la manera de ser de los persas y a comprender mejor las características de su arte. “Los persas -dice- tienen gran facilidad para aceptar costumbres de otras gentes. Por eso han adoptado la moda de vestir de los medos, porque la consideran más bella que la suya. Por lo mismo adoptaron la coraza de guerra de los egipcios”. “Después del valor lo que más estiman es el gran número de hijos. El rey da premios a los padres que tienen familia numerosa. Muchos, dicen, son mucho ; queriendo decir poder, fuerza. Educan a sus hijos hasta los veinte años enseñándoles a montar, tirar el arco y decir la verdad...” “Consideran la mentira como la peor desgracia, casi tan mala como las deudas, y sólo porque dicen que un deudor tiene por fuerza que mentir”. “Otra cosa también apruebo -juzga Herodoto en otro párrafo- es que ni el rey puede matar a un persa, ni un persa puede matar a uno de sus esclavos”. 49 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Construcciones Conscientes del poderío de su imperio y del esplendor de la realeza, construyeron fastuosos palacios. Los palacios reales fueron -como lo habían sido para los imperios mesopotámicos- las construcciones más notables de los persas. Pero la magnificencia y brillantez de estos palacios no estaba celosamente cerrada como en las inexpugnables fortalezas que expresaban el egoísmo y la insolidaridad asiria; sino que, por el contrario, se levantaba abierta en gesto generoso y confiado. Lo más característico de estos palacios eran las grandes salas hipóstilas con columnas esbeltas y altísimas que sostenían un techo adintelado. En Persia abunda la piedra, y, por eso, los persas la emplean en la construcción para todas aquellas funciones en las que la piedra es el material más adecuado: columnas, jambas y dinteles de los huecos, y todos aquellos elementos que exigen mayor resistencia. Las partes del muro que son mero cerramiento, de relleno, las construyeron de adobe. Para los dinteles que constituyen el techo de las salas utilizan la madera, ya que por ser un material mucho más ligero y que, por su naturaleza fibrosa, permite una separación mucho mayor entre las columnas, da a la construcción mucha más diafanidad que la piedra, y pueden con ella construir unas salas fastuosas, elegantes, livianas, con mucha más amplitud y ligereza que las de los macizos templos egipcios y que los pesados abovedamientos asirios. En Persia no hay bosques, y tenían que traer la madera desde el Líbano o desde el monte Amanús; pero la madera era el material más 50 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA adecuado para sus propósitos arquitectónicos, y su traslado costosísimo era compensado por la sencillez de la construcción que contrasta con las grandes bóvedas asirias que requerían un complejisimo encofrado, un trabajoso sajelamiento de la arcilla, acarreo y aparejo de los adobes y un impresionante volumen de mano de obra. Es interesante señalar que los persas, el pueblo que ha pasado a la historia como amante de la verdad, para los que la mentira era el más grave delito, brillan también en la construcción por emplear cada material en la función que le es más propia, es decir, por su sinceridad constructiva. En este sentido adoptaron también las superficies de cerámica vidriada al modo de los asirios, la gola egipcia como graciosa cornisa de los elementos de piedra, y las almenas babilónicas como coronación de los muros de adobe. Las columnas persas, de piedra, muchísimo más esbeltas que las egipcias, mucho más esbeltas también que las griegas y que las que más tarde harían los romanos, se levantaban sobre una basa campaniforme y estaban coronadas por un capitel que es uno de los elementos más característicos y originales de la arquitectura persa, formado por un par de toros (a veces eran unicornios) cuyas cabezas actúan como zapata para las vigas longitudinales, y en cuyo lomo encajaba una viga de arriostramiento transversal. Es una solución constructiva que constituye además un hallazgo decorativo. Los toros alados con cabeza humana que flanqueaban la puerta de los palacios asirios fueron adoptados también por los persas, con unas mínimas variaciones formales, pero con un cambio radical de expresión: no están protegiendo la puerta de un palacio cerrado, sino enriqueciendo los propíleos que constituyen una entrada monumental a la plataforma donde se erigen unos palacios abiertos. La musculatura de los cuerpos y de las patas (tan destacada en los asirios) se suaviza, y las alas se rizan graciosamente hacia arriba. Ya no amedrentan a quien entra, sino que dan solemnidad a la entrada. Para cubrir espacios más pequeños y para viviendas corrientes que no exigen inmensas cimbras ni gran complejidad de trabajo, los persas debieron de utilizar normalmente bóvedas cilíndricas como las mesopotámicas. Si al principio las construyeron de adobe, después las hicieron de piedra, aprovechando un material que la naturaleza les brindaba generosamente. Con bóvedas de piedra cubrieron, después, espacios más amplios de salas de palacios, y probablemente ya en el siglo V antes de Cristo, construyeron las cúpulas o bóvedas semiesféricas, que representan un importante paso en la historia de la Construcción. 51 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Las cúpulas persas de piedra fueron ya perfectas -aunque escasas en la época aqueménida; pero posteriormente adquirieron un desarrollo extraordinario en la época sasánida. Uno de los problemas arquitectónicos de la cúpula es el de cubrir con una semiesfera una superficie de planta cuadrada, debido a los espacios que quedan en las cuatro esquinas al inscribir, en el cuadrado, el círculo ecuatorial de la cúpula. Para salvar esos puntos los persas utilizaron la llamada trompa cónica que es una superficie cónica con su vértice en el rincón, tangente a las paredes verticales y que termina en la circunferencia. La vida para los persas tenia un sentido trascendente que contrastaba con la opulenta terrenalidad de Babilonia, y por eso, a diferencia de los babilonios, tuvieron además de la esplendorosa arquitectura de palacios, una arquitectura funeraria que perdura; si bien dista mucho de tener el carácter obsesivo y primordial que tenía en los egipcios. En el valle de Pasargadas se erige la tumba de Ciro, que es una construcción rectangular, de seis metros de largo por cinco de ancho cubierta a dos aguas y edificada con grandes bloques de piedra sobre un basamento escalonado. El hueco de entrada -en la fachada suroeste- es muy pequeño, excesivamente pequeño para que pueda pasar un hombre ergido- y estaba cerrado por una puerta a haces exteriores del grueso muro, que abría girando hacia adentro, y otra a haces interiores que lo hacía girando hacia afuera. Entre ambas quedaba un incómodo cubículo, y la disposición y sentido de giro de las puertas impedía, a quien iba a entrar, abrir la segunda puerta sin haber cerrado tras de sí la 52 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA primera. Es un ingenioso sistema arquitectónico para dificultar el acceso, que era claro, pero dificultoso, y de manera que no podía entrarse al interior sino de uno en uno. La salida era tan difícil como la entrada. Este mausoleo carece de toda ornamentación, y, aunque sus dimensiones son discretas, tiene una indudable monumentalidad debido a su disposición que levanta del suelo ostentosamente el templete. Esta tumba de Ciro es un caso aislado. Hay quizá en su forma simple, cubierta a dos aguas, un recuerdo a construcciones griegas. Lo cito como curiosidad arquitectónica y como ejemplo de esa facilidad que tuvieron los persas para hacer propias las formas ajenas que podían encajar en su repertorio. Las demás tumbas reales no tienen ningún parentesco formal con la de Ciro y todas ellas responden a un mismo patrón muy característico también. Están labradas en las enhiestas rocas de los montes próximos a Persépolis, a bastante altura de su pie. Figuran la fachada de un palacio con seis columnas, en cuyo intercolumnio central se abre la puerta de la tumba. Encima de la fachada está representado el monarca en su trono, sostenido por hombres que representan todas las provincias de su imperio. Bajo la puerta, una superficie plana vertical impide que con los medios normales se pueda acceder a ella. La tumba de Ciro y las tumbas de Darío I y de sus sucesores aqueménidas, a pesar de sus grandes y manifiestas diferencias formales y constructivas, responden a un mismo concepto arquitectónico: son expresiones diversas con una significación común. Una y otras tienen una monumentalidad evidente; pero sin lujo. Son solemnes y dignas; pero no gigantescas ni apabullantes. Se sitúan dejándose ver y demostrándose ostensiblemente; y, en ellas, la entrada aparece con claridad en el punto más importante. Todo es sincero, nada se oculta, y, sin embargo, se ponen dificultades al acceso. Se puede entrar, sí; pero no es fácil hacerlo: destacan la impor- 53 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE tancia y la presencia del muerto; pero evitan que se turbe su reposo. La escultura persa, inspirada directamente en los tipos asirios, es, sin embargo, más fina y armónica y rehuye las escenas guerreras y sangrientas. Los muros de los palacios están decorados con largos frisos en relieve que contrastan con los asirios por la ordenación rítmica de los elementos y por la claridad compositiva: la disciplina y el orden parece en ellos mucho más importante que la expresividad y la fuerza. Sus temas se reducen a desfiles acompasados de guerreros o de tributarios con rostros serenos, con gestos ponderados, a veces con ricos ropajes bordados, pero siempre con un tratamiento sobrio y equilibrado y con sencillez en los pliegues. A veces son leones, toros alados o animales fantásticos los que desfilan sosegadamente, sometiendo la viveza imaginativa que los creó, a la disciplina de un ritmo con escansiones exactas. Estos relieves, generalmente ejecutados en cerámica esmaltada, aportaban a la arquitectura de los fastuosos palacios una notable riqueza, elegancia y ponderación. Frecuentes son también los relieves en piedra, de grandes dimensiones, que figuran al monarca sentado en su trono, sostenido por personajes -rigurosamente ordenados54 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA que representan las diversas satrapías ataviadas con sus trajes regionales. Tanto estos relieves que enriquecían los palacios y las tumbas, como los que en la época sasánida se esculpieron en las rocas, se dirigen a la glorificación de la realeza. En joyas, copas, objetos decorativos y utensilios, de metal, de cerámica, de esmalte y de piedras, adoptaron los persas todas las especialidades artesanas de los pueblos que dominaron, así como sus motivos ornamentales. Pero es de señalar la predilección que tienen en sus representaciones artísticas por el íbice, tipo de cabra montés frecuente en las montañas de Persia. El íbice es ágil y frugal, sube con ligereza las más escarpadas rocas, encuentra camino entre la niebla, halla alimento entre las piedras, olfatea el valle desde los picos, y domina las alturas. Su hermosa cornamenta no es un arma, sino corona. Es expresivo el hecho de que el íbice fuera el animal predilecto del arte persa, como fue el león para Asiria, el dragón para Babilonia, y el toro para Sumer. La artesanía persa, abierta a todas las influencias, se desarrolló notablemente y con personalidad. Ya en la época sasánida, brilló con luz propia y -sobre todo en joyas y en telas bordadas- fue un foco de irradiación hacia todas las culturas, a través, principalmente, del mundo bizantino y musulmán. Proyección del arte persa De igual manera que suele decirse que Grecia es la cuna de todo ese arte variadísimo que ha florecido durante 25 siglos en lo que ha dado en llamarse civilización occidental, podríamos decir -con tanta o más propiedad- que Persia ha sido el origen de todo el arte islámico, y, más aún, del que, tomando su nombre de Bizancio, se deja ver por todos los países mediterráneos y se extiende por toda Rusia y por el Asia Menor hasta la India. Persia, con su eclecticismo abierto a todas las influencias, tomando todos los elementos aprovechables de las culturas con las que convivió, forjó sin embargo un arte original, cuyas características se mantuvieron a lo largo de los siglos. Las reconocemos en la magnificencia de sus edificaciones, en la abundancia y variedad de cúpulas a las que tan proclives han sido siempre la arquitectura bizantina e islámica, en esas grandes salas pobladas de columnas esbeltas, en la brillantez y riqueza de las superficies paramentales, y en la ordenación geométrica de la decoración. Las disciplinadas hileras de figuras persas tienen también su continuación en el rigor rítmico, hierático y solemne de los mosaicos bizantinos. La expansión musulmana -aun a costa de Persia- fue también, sin embargo, en cierta manera, la expansión de Persia, o, al menos, la proyección de su arte. 55 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Recapitulación sintética Al hablar sucesivamente de los egipcios, de los habitantes de la Mesopotamia y de los persas, podría parecer que eran mundos muy diferentes, ya que los hemos visto alejadísimos unos de otros por sus costumbres, por la manera de enfocar la vida y por las muestras artísticas que nos dejaron: los egipcios tenían la obsesión de la eternidad, mientras que a los asirios no les preocupaba sino el mundo temporal y caduco. Unos y otros, sin embargo, aunque con mentalidad opuesta, se buscaban a sí mismos -se encerraban en ellos-, en cambio, los persas se abrían generosamente hacia afuera. En Egipto las obras más importantes fueron las tumbas y los templos; en Mesopotamia y Persia, fueron los palacios; y la misma diversidad encontramos en los materiales empleados y en los sistemas constructivos. Al tratar de definir el arte de cada uno de estos pueblos, presentando sus aspectos más específicos y distintivos, hemos visto con claridad las diferencias que los separan; pero podemos descubrir también unas características comunes que, de alguna manera, nos permiten agruparlos en un solo bloque con una cierta personalidad global propia y distinta. Independientemente de que sus construcciones más importantes fueran las tumbas o los palacios, de que construyeran en piedra o en barro, con dinteles o con bóvedas, el valor artístico que predomina en todos ellos es la magnificencia: nos producen la admiración de lo monumental; pero no el calor de lo íntimo. Las obras más destacadas del arte egipcio, asirio o persa se caracterizan por un colosalismo en las construcciones con un volumen impresionante de mano de obra no especializada: millares de hombres trabajando para la glorificación de un monarca. La escala humana se sacrifica en aras de la grandiosidad. La riqueza se valora más que la finura. El tamaño, más que el detalle. Estas características, que se presentan de una manera ostentosa en la arquitectura, se dan siempre también, con sus matices peculiares, en todas las artes: lo mayestático y lo decorativo -lo aparencial- predomina sobre lo cálido y lo profundo -sobre lo humano-. Lo representativo tiene más importancia que lo vital. EL MAR EGEO Y LA CULTURA DE SUS PUEBLOS A la luz incierta de las mitologías fantásticas y de los poemas legendarios que nos narran los orígenes prehistóricos del mundo griego, se tuvo noticias de los pelasgos, pueblo 56 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA que parecía haber ocupado zonas del Asia Menor, la Grecia y una parte de Italia. Antes de consolidar sus establecimientos, los pelasgos hubieron de defenderse y hostilizar a su vez a los colonos, en cuya memoria se perpetuó el recuerdo de estas agresiones como la lucha contra los belicosos centauros -seres mitad hombres mitad caballos- que les disputaban el suelo. Progresando entre dificultades y hostilidades, las tribus pelásgicas trabajaron la tierra, cultivaron el trigo y extrajeron el aceite de oliva. La necesidad de defenderse de las incursiones de sus vecinos asiáticos y el ejemplo de los pueblos piratas que devastaban sus costas, les llevó a agruparse en federaciones más o menos poderosas y a construir ciudades muradas. Las regiones más septentrionales eran muy ricas en materiales pétreos y así levantaron, con piedras gigantescas, murallas que exigieron una enorme contribución de energía muscular. Los griegos, consecuentes con su afición a inventar mitos para cubrir los vacíos a los que no llegaba el dato histórico, atribuyeron a una raza de gigantes -los cíclopes- la construcción de aquellos muros que se han dado en llamar ciclópeos. Estas construcciones, aunque exigieron efectivamente un volumen de esfuerzo humano considerable, difieren radicalmente de aquellas otras egipcias o asirias y de las que posteriormente levantarían los romanos. Aquí, el fin perseguido no es el culto a los muertos, ni la vanidad de un monarca, ni la demostración de poderío. Las ruinas “ciclópeas” nos hablan de unos hombres que unieron sus esfuerzos para formar una ciudad cerrada al servicio de todo un pueblo. Allí, quizá, comenzó la concepción de la vida urbana, fundamental para Grecia, y, en cierta manera, ordenadora y directriz de toda la historia de la civilización del mundo. El litoral occidental de Asia -frente al Peloponeso-, desde las faldas de las montañas pobladas de bosques con magníficas maderas, pasando por los valles fértiles suavemente ondulados, hasta la costa recortada con un movido perfil de cabos y balas que se prolonga mar adentro en variadísimas islas, islotes, estrechos y ensenadas, con un clima apacible, constituía un medio propicio para que se desarrollara pujantemente el comercio, la cultura, el arte, la navegación y hasta la piratería. Los hombres que habitaban estos territorios se convirtieron en pueblos ricos y prósperos. La abundancia de bosques y la necesidad de barcos hicieron que pudieran dominar y perfeccionarse en la artesanía de la madera, y que la utilizaran en la construcción combinándola con la piedra para dar lugar a una gran riqueza de formas arquitectónicas jugosamente ornamentadas con exuberancia mediterránea y perfección de acabados: las cubiertas a dos aguas con pares, correas y cerchas. Los elementos volados que constituyen los aleros: canecillos, cornisas. Las vigas 57 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE sostenidas por pilares que, cuando eran también de madera, estaban coronados por las necesarias zapatas que podrían estar adornadas con volutas u otros motivos tallados. Celosías, entramados, tornapuntas, paramentos empanelados, tarimas y techos artesonados. Las tierras del mar Egeo no dieron lugar a imperios poderosos, pero originaron comunidades florecientes unidas por el mar que las separaba. A través de ese mar establecían sus lazos de cooperación o de hostilidades, y enriquecían su cultura con el intercambio y la emulación de los vecinos. El clima benigno, las tierras abarcables y acogedoras, las aguas accesibles y dominables, facilitaban el comercio, y, también, la piratería; propiciaban el conocimiento y la transmisión de técnicas, de gustos y de costumbres, determinaban la dependencia y a la vez la independencia mutua de aquellos países. La hegemonía de unos o de otros no era, ni podía ser, el cautiverio o la esclavitud que estableció Babilonia, por ejemplo; sino un predominio naval y una irradiación de la cultura, aunque llevase consigo unas imposiciones tributarias. Podríamos decir que es una civilización más familiar más vital, más humana. CRETA Y MICENAS Sólo a través del arte que las excavaciones arqueológicas han ido descubriendo, y de las fabulosas narraciones que la mitología griega compuso varios siglos después, podemos barruntar algo de lo que fue la vida y la historia de aquellos pueblos florecientes. La más antigua hegemonía marítima y cultural de la que tenemos muy jugosas y fantásticas noticias fue la de Creta. Los mitos griegos nos cuentan que en aquella Creta, y fruto del amor de la bella Pasifae con un toro, nació el Minotauro, monstruo de sangre real que, encerrado en su laberinto, devoraba el tributo anual de mancebos y doncellas atenienses, hasta que el valiente Teseo, ayudado por Ariadna, le dio muerte. Las manifestaciones artísticas de hace cuarenta siglos que encontramos en Creta - con profusión de representaciones de toros en estatuillas, relieves y vasijas nos muestran, efectivamente, una extraordinaria afición taurina; y esta afición, según expresan los murales con escenas de lidia, era más activa en las mujeres que en los varones. A juzgar por los restos que nos han llegado, la pintura mural tenía una importancia capital en la decoración de los palacios, y en estas pinturas vemos, a veces, cómo unas muchachas ataviadas con una mínima faja que les cubría el bajo vientre, recibían 58 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA al toro cogiéndole por los cuernos, saltaban por encima de él con una voltereta en el aire y caían en pie detrás de las patas posteriores. Este dominio que aquellas mujeres cretenses tenían sobre el toro puede guardar alguna relación con el mito de Pasifae. A veces, en estas escenas taurinas aparecen también varones. Algunos observadores interpretan que se trataba de un rito religioso en que las sacerdotisas iniciaban a los jóvenes. (Teseo adiestrado por Ariadna para dominar al Minotauro, podría tener relación con este ritual). En otros de estos murales vemos grupos de muchachas vestidas de gala, que comentan animadamente las incidencias de los juegos que están presenciando. Aquellas figuras graciosamente dibujadas, con los rizos del cabello cuidadosamente delineados, con sus grandes ojos vivarachos perfilados de negro, con sus amplias faldas de volantes y sus ademanes a la vez elegantes y desenvueltos, representan, es verdad, unas jóvenes cretenses de una época que podemos considerar prehistórica; pero también podrían representar perfectamente unas muchachas andaluzas actuales, en su palco de la Maestranza, presenciando una corrida de la Feria de Sevilla, y pintadas por un pintor moderno. Todas estas divagaciones van introduciéndonos en los valores más propios del arte cretense. En pintura, escenas vivas sacadas de la vida ordinaria, cuyas figuras están dibujadas -perfiladas con nervio y amplitud de línea, con gracia decorativa y -sobre todo- con vivacidad de expresión. El colorido es muy alegre y, aunque plano en sus tintas generales, tiene un cierto movimiento en las superficies con lo que gana en jugosidad. La viveza de estos murales imprime carácter al ambiente de los palacios, que no son colosales monumentos 59 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE a la manera mesopotámica, sino lujosas y acogedoras viviendas de escala humana con profusión de recintos de dimensiones discretas que se enlazan entre sí en una planta suelta jugando con varios pisos unidos por escaleras y adaptándose a la topografía del terreno. Dentro de esa movilidad de plantas y volúmenes, con zonas abiertas, patios y galerías, las columnas desempeñaban un papel constructivo y estético muy importante. Por muchas representaciones que encontramos en Creta, parece que la columna tuvo en los pueblos egeos un cierto carácter sagrado. También, en Micenas, donde la vemos entronizada, por ejemplo, sobre la llamada Puerta de los Leones. El carácter sagrado de la columna es una variación, una concreción diversa, del permanente signo del menhir. En toda la arquitectura que se hizo bajo la influencia de Creta se da un tipo de columna muy característico, cuyo fuste troncocónico es más ancho por arriba que por abajo. Es ésta una forma muy adecuada para un material fibroso como la madera: los muebles de madera -en toda la historia del mueble- han tenido sus patas más gruesas por arriba que por abajo, ya que por su parte superior deben ensamblarse con elementos diversos y tener una amplitud para recoger las distintas solicitaciones estructurales que concurren en el arranque de la pata. De madera fueron en principio y en general estas columnas prehelénicas, aunque después, en algunas ocasiones, se repitiera su misma forma en piedra. El capitel de las columnas cretenses no nos sorprende especialmente, porque tiene una forma a la que, con ligeras variaciones, estamos ya muy acostumbrados. Es éste un punto sobre el que quiero llamar la atención, ya que si estamos acostumbrados es, precisamente, porque ha tenido una aceptación universal. Es, pues, un hallazgo formal importante. Su forma no es especialmente adecuada para la madera, y cabe pensar que responde a una adaptación; pero tiene una continuidad ecuménica y milenaria. Efectivamente, una gran mayoría de los capiteles que se han hecho en la historia de la arquitectura constan esencialmente de un ábaco de planta cuadrada mucho más grande que la sección circular del fuste de la columna, y de un cuerpo intermedio que enlaza dicho ábaco con el fuste. Ese cuerpo intermedio puede ser sensiblemente tórico (como en nuestro caso), sensiblemente troncocónico, o tener otras formas más o menos caprichosas y estar a veces muy ornamentado; pero la idea madre es la misma. Si en un capitel cretense está o no el origen del capitel dórico y de tantos otros variadísimos capiteles de diversos estilos arquitectónicos, no podemos determinarlo con seguridad. Será influencia o será coincidencia; pero el parentesco formal es incuestionable, y la prioridad histórica, también. 60 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA También es interesante señalar el sentido plástico de esa forma tórica adoptada en los capiteles egeos. Responde a una expresión de sostener con fuerza pero con suavidad, cediéndo muellemente, pero sin doblegarse bajo el peso que con gallardía sustentan. El equino del capitel dórico griego al ir suavizando su perfil no hará sino matizar la misma expresión tensional. Sin embargo, en la generalidad de las columnas y en todos los demás órdenes arquitectónicos, se traslada ese efecto plástico del capitel al pie de la columna; las formas tóricas se emplean en las basas, no en los capiteles. Si invertimos el capitel egeo con toda la columna obtenemos prácticamente la basa de una columna toscana. Este traslado del punto expresivo de la cabeza al pie de la columna, lleva consigo un cambio en la expresión plástica de toda la ordenación arquitectónica: en los órdenes clásicos, todo el conjunto arquitectónico descansa y se apoya sobre el suelo, mientras que en la arquitectura egea la columna sostiene y levanta el dintel. A este efecto expresivo concurre también el hecho de que el fuste sea más ancho por arriba que por abajo. Probablemente, por la seguridad que les daba su predominio naval, las construcciones de Creta no estaban amuralladas, lo que las diferenciaba de las demás ciudades y palacios . Tirinto, Micenas y Troya, por poner ejemplos muy expresivos, fueron auténticas fortalezas. La escala, la distribución de la planta y también la viveza de la decoración hacen que la habitabilidad fuera el valor más importante de la arquitectura de palacios. Dentro de esa misma línea vital, humana y familiar de todo el arte egeo, se comprende que aquellos hombres no tuvieran una escultura monumental, y que, sin embargo, nos hayan dejado abundantes estatuillas de marfil o de metal y multitud de piezas de orfebrería o cerámica de notable riqueza y valor artístico. Una representación escultórica muy característica, que se repite también en pinturas y relieves, es la sacerdotisa con amplia falda de volantes, cintura muy ceñida, y una chaquetilla abierta por delante, que deja descubiertos los senos. Frecuentemente lleva en sus manos serpientes con gesto de dominarlas. La captura de toros salvajes, la lidia del toro y escenas laborales son temás frecuentes de los relieves de los vasos (de oro o de esteatita) resueltos siempre con una sorprendente vivacidad y desenvoltura. En la pintura de las cerámicas tratada como mera ornamentación no suele darse la figura humana y, entonces, aunque también utilicen motivos vegetales, muestran una gran predilección por la vida marina: peces y pulpos, trata61 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE dos con una gran viveza de color, elegancia lineal y libertad de composición constituyen lo más característico de estas pinturas decorativas. En Micenas, cuya hegemonía en los pueblos egeos comienza en el siglo XVI antes de Cristo, toda la construcción se hace fundamentalmente de piedra y la piedra desplaza a la madera, no sólo en las columnas, sino incluso en los dinteles y en las cubiertas. La forma troncocónica invertida de las columnas egeas determina unos intercolumnios más anchos en el suelo que en el dintel. Esta forma trapezoidal de los huecos se repite para las puertas en todos los muros de Micenas, ya que tiene la ventaja de acortar la luz del dintel de piedra. Precisamente porque la piedra es un material que se rompe con facilidad si lo hacemos trabajar a flexión, los constructores micénicos no sólo procuran disminuir la distancia entre los apoyos del dintel, sino que tratan de descargarlo del peso del muro que sobre él gravitaría. Para ello, las hiladas superiores sucesivas se cortan sobre el hueco, y, apoyándose horizontalmente y sobresaliendo en ménsula sobre la inferior, van dejando un vacío de forma triangular sobre el dintel. Así el peso del muro no gravita sobre éste, sino sobre las jambas del hueco. Ese triángulo, llamado “triángulo de descarga” por su función constructiva, es la sobrepuerta característica de toda la arquitectura micénica, y suele completarse con un motivo decorativo que lo cierre. Para cubrir un recinto con piedra, antes de que se inventaran el arco y la bóveda de dovelas, las culturas micénicas construyeron lo que se ha dado en llamar la falsa bóveda, que tiene el mismo principio constructivo que el triángulo de descarga. Las hiladas son horizontales; pero cada una va avanzando sobre el plano de la inferior hasta cubrir por entero el espacio. Este sistema se empleó tanto para cubrir recintos rectangulares como circulares. En el primer caso el espacio abovedado estaba cerrado por una superficie cilíndrica, en el segundo, el techo era una falsa cúpula bastante peraltada. Con este sistema constructivo se construyen en Micenas las más famosas tumbas del arte egeo, que han sido llamadas “Tesoros” por la cantidad de objetos de oro que encerraban junto al muerto. Formalmente son una evolución de la idea del dolmen. Constan fundamentalmente de un recinto circular muy amplio (en el llamado tesoro de Atreo llega a tener 15 m. de diámetro y otros tantos de altura) cubierto de piedra en hiladas horizontales sin mortero, que forma un espacio abovedado. Junto a este espacio, una pequeña cámara constituye la tumba propiamente dicha. 62 EL DESPERTAR DE LA HISTORIA Como todo el conjunto quedaba enterrado, se accedía por un corredor. Tanto las sobrepuertas, como todas las superficies paramentales interiores estaban ricamente ornamentadas. Fin de la cultura egea En el siglo XIII a.C., la cultura floreciente y las importantes producciones artísticas de aquellos remotos pueblos egeos llenos de vida y de pujanza a los que se ha dado en llamar prehelénicos, desaparecieron por completo barridos por las invasiones de los dorios. Quedaron aislados históricamente y han llegado a nosotros como una preciosa joya -la más preciosa joya- de la prehistoria, y con una solución de continuidad de muchos siglos con la posteridad helénica de la que -de alguna manera- fue un ancestral anticipo. 63 V. LA GRECIA HELÉNICA DE LA ÉPOCA ARCAICA A LA PLENITUD CLÁSICA La brillante civilización egea que se apagó con la invasión de los dorios, permaneció ya en silencio durante los siglos. Los duros invasores, después de muchas generaciones, fueron haciendo suya, históricamente suya, visceralmente suya, aquella geografía con todos los ancestros prehelénicos que la impregnaban; y la virtud de aquel territorio -mediterráneo por excelencia- hizo que se convirtieran en la Grecia helénica, en la luminosa Grecia cuya antorcha había de permanecer brillando en toda la historia occidental. Los primeros balbuceos, allá por el siglo VIII a.C., nos muestran un arte premioso y rígido -arcaico- que iba repitiendo con cierta tosquedad siempre los mismos modelos. Toda la escultura se reduce, prácticamente, a dos tipos: un joven atleta desnudo y una mujer vestida. Ambos, erguidos y sin torsión alguna en el cuerpo, aunque con el pie izquierdo adelantado. El rostro, ovalado; pómulos salientes; ojos saltones, almendrados, y una sonrisa estereotipada, estúpida e inexpresiva, que se ha dado en llamar “sonrisa arcaica”. Las facciones no buscan, evidentemente, el parecido con alguna persona concreta. El varón tiene los brazos caídos lateralmente y una cabellera amplia que se abre sobre los hombros. En razón de que Apolo es el dios de la cabellera dorada se dio a esta figura masculina el nombre convencional de Apolo arcaico. Con más propiedad se le suele llamar también con la palabra griega Kurós (que significa atleta), cuyo plural es Kurai. La mujer tiene una túnica cilíndrica que le cubre el cuerpo y un brazo doblado con el que se recoge el manto, cuyo borde cae graciosamente plegado en zig-zag. Aunque también se la designa convencionalmente como Venus arcaica, es más propia la denominación de Kore (doncella) cuyo plural es Korei. En estas figuras arcaicas, prescindiendo de las peculiaridades del rostro y de la vestimenta, la disposición del cuerpo humano y la realización escultórica (con el rigor de su 65 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE frontalidad, con el pie izquierdo adelantado, con su estatismo y rigidez, con sus hombros anchos y su cintura estrecha) coinciden totalmente con las que los egipcios repitieron en todas sus esculturas durante tres milenios. Esa severa estabilidad de la figura, sin concesión alguna a la mutabilidad de la vida, respondía plenamente al ideal de perfección estética que dirigió siempre las obras egipcias: en ella estuvo la plenitud de su arte. En cambio, en los griegos fue únicamente el punto de partida para llegar, paso a paso, a constituir sus propios cánones de perfección. La escultura egipcia glorifica a un personaje concreto que debe perdurar eternamente, de ahí la fidelidad fisonómica del retrato y la impasibilidad del gesto. La escultura griega glorifica al cuerpo vivo del ser humano en abstracto, de ahí la impersonalidad del rostro (sin buscar un parecido con nadie) y, por otra parte, ese atisbo de sonrisa y esos ojos saltones que pueden responder al deseo de presentar aquella estatua como algo vivo. (Obsérvese que la sonrisa no es de alegría, ni irónica, ni de ternura..., podemos pues decir que es una sonrisa inexpresiva en cuanto que no expresa ningún estado de ánimo concreto, aunque esté delatando la existencia de una vida. De igual manera, los ojos saltones denotan una vivacidad; pero no expresan un sentimiento específico). Todo el rostro y la figura entera, claro está por encima y al margen de cual- 66 LA GRECIA HELÉNICA quier emoción personal y de todo aspecto individuamte; pero lo vital tiene siempre en el arte griego, y así se manifiesta ya desde su inicio, un valor esencial. Los kuroi y los korei sucesivos van repitiendo sus formas aparentemente iguales de manera constante y machacona; pero siempre también con variaciones casi imperceptibles, en una evolución lenta pero perseverante hacia un ideal de perfección. El pie adelantado que acusaba la estabilidad de la figura, se va convirtiendo en principio de movimiento cuando el peso del cuerpo viene a descansar sobre una sola pierna. Entonces las caderas se desnivelan y el tronco pierde su rigidez. Una vida interna empieza a animar la piedra del torso, con lo que la sonrisa arcaica del rostro pierde su razón de ser y desaparece. Los ojos, también, se serenan. El eje de la figura se comba suavemente. La cintura y los hombros se mueven buscando un equilibrio rítmico, y aparece un juego de tensiones dinámicas bajo la quietud de la escultura. La proporción de los miembros se aquilata poco a poco buscando con pasos sucesivos la máxima belleza física. Las amplias cabelleras de los primitivos kuroi se habían reducido ya (quizá por volubilidad de la moda) a un mero casquete ajustado al cráneo. Se llega así, sin solución de continuidad, desde las toscas figuras arcaicas hasta la cumbre más importante de la escultura universal, manteniendo los dos tipos iniciales: una figura masculina totalmente desnuda, y una figura femenina vestida, con túnica talar y un manto cuyos pliegues se recortan en zig-zag. La perfección lograda no es producto de un impulso aislado ni de un arranque genial, sino la consecuencia de la repetición de unos mismos modelos, con un mejoramiento constante en detalles mínimos y con una tenaz decantación de la forma y de las proporciones. En arquitectura, el proceso es paralelo y, aunque los tipos que se repiten son los propios de la construcción, la evolución se corresponde plenamente con la que hemos visto en escultura. La expresión arquitectónica característica y modélica de Grecia es el templo; y me atrevería a apurar más esta afirmación diciendo que es el templo dórico. Su tipo repetitivo es el volumen de planta rectangular cuya longitud es sensiblemente doble a la anchura, flanqueado de columnas, y cubierto a dos aguas. El fuste de las columnas es más grueso por la base, apoya directamente en el suelo y está surcado en toda su longitud por estrías verticales que se cortan en arista viva. El capitel responde al mismo concepto que los capiteles cretenses. En él, el cuerpo que enlaza el ábaco con el fuste (llamado “equino”) va plasmando en su perfil, con una variación sutilísima, toda la evolución expresiva y formal del templo dórico. 67 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Primeramente las columnas -muy robustas y con poca separación entre ellas- daban a la arquitectura arcaica griega una pesadez y dureza comparable a las de las construcciones que los egipcios estuvieron erigiendo durante milenios como su ideal supremo de perfección arquitectónica. Sin embargo los capiteles que las coronan delatan un espíritu diferente. Bajo los ábacos (grandes y muy juntos, que reducen al máximo la luz del dintel), el equino es como un gran cojín circular que se aplasta elásticamente manifestando las tensiones constructivas que en él concurren. El capitel de la columna (con la molicie de su equino) representa en la arquitectura arcaica lo que la cabeza del Kuros (con su sonrisa y sus ojos saltones) representa en la escultura: es el toque de vida en un cuerpo estructural rígido y seco. Pero, de igual manera que (como hemos visto) el cuerpo humano en sus representaciones repetidas y sucesivas se va enriqueciendo de tensiones internas y va depurando sus formas y aquilatando sus proporciones hasta llegar a la perfección helénica, así también todo el orden arquitectónico, al repetir los mismos elementos, estiliza los perfiles, decanta las proporciones y va expresando en sus formas las tensiones estructurales que encierra: la rígida pesadez se transforma en un elegante equilibrio estático, y, entonces, el capitel (como el rostro del Kurós) se serena, y la elasticidad del equino se mantiene con una expresión de poderío pero sin agobio, que queda completamente integrado en el juego tensional de toda la ordenación dórica. Se llega así, también, sin solución de continuidad, desde la tosquedad de los primeros templos arcaicos, hasta 68 LA GRECIA HELÉNICA el Partenon, que está considerado como la obra más perfecta que se ha logrado dentro de una concepción volumétrica de la arquitectura. Es verdad que no podemos limitar toda la escultura arcaica exclusivamente al Kurós y a la Koré, ya que también se esculpen animales, y a veces -sobre todo en relieves- se representan escenas cuyas figuras adoptan la actitud que en la escena les corresponde; pero la evolución de toda esta producción escultórica surge al filo de la de aquellos tipos, hasta el punto de que no es una excesiva simplificación decir que en ellos se resume toda la línea progresiva que conduce la escultura desde el arcaísmo al clasicismo helénico. Mucho más audaz (puede inclusive considerarse injusto) es reducir toda la arquitectura al solo templo y -aún más excluyentemente- al templo dórico; pero nos atrevemos a hacerlo porque en él encontramos todo el proceso de perfección de la forma arquitectónica manifestado eficazmente en sus formalismos. El esplendor clásico de la escultura helénica La escultura helénica trata de representar al hombre: no, a un hombre; no, a cada uno de los hombres con sus particularidades; sino al hombre ideal y prototípico: al hombre perfecto. Al hombre abstracto del que los distintos individuos, con su nombre y sus circunstancias, no son sino las manifestaciones concretas y tangibles. Al hombre lleno de vida, pero sin que muestre ningún estado de ánimo ni ninguna emoción que le ligaría a unas circunstancias determinadas. Libre de un mundo concreto y coyuntural, el arquetipo helénico está por encima de la alegría y del dolor, de la ternura y de la ira. Su rostro tiene una serenidad olímpica, una mirada impasible en la que, paradójicamente, reside el más profundo motor de su emoción estética. Si a cualquiera de las más bellas esculturas helénicas le colocáramos los ojos más bellos, expresivos y encantadores del mundo, habríamos destruido automáticamente todos sus encantos. Es fácil imaginárselo. Y es educativo imaginárselo. Tanto la representación masculina -desnuda-, como la femenina -vestida-, están en su plenitud física, pero sin que pueda definirse su edad. Los niños y los ancianos no caben en la concepción helénica del arte, como no caben los gordos ni los flacos, ni los altos ni los bajos. Caben sólo el varón perfecto y la mujer perfecta. Esta plenitud física lleva consigo una decantación de las formas con un aquilatamiento de la proporción de los miembros hasta constituir un canon de belleza corporal que define para los griegos la perfección humana. 69 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE El cuerpo bello, transido de vida, se mantiene sin embargo en una postura estática y equilibrada, olímpica y serena. La vida se manifiesta en la desenvoltura de sus miembros, en la suave torsión del tronco y en la flexibilidad del gesto, que dan a la quietud de la escultura una vibración interna de tensiones equilibradas que podríamos denominar movimiento potencial. El grado de movimiento varía de unas obras a otras; pero si alguna vez la escultura figura a una persona que efectivamente se mueve con un movimiento en acto (es el caso del discóbolo de Mirón, por ejemplo) se le representa siempre en un instante estable del movimiento, de manera que no se pierde nunca el equilibrio y la ponderación. La culminación de la línea helénica dentro de su más estricta pureza se da en Mirón, Polícleto y Fidias (por citar sólo tres nombres que me parecen los más representativos). Mirón se caracteriza por la viveza del movimiento. Polícleto fija la exactitud de las proporciones perfectas: su obra “el Doríforo” es llamada por antonomasia el canon. Fidias es el autor prin- 70 LA GRECIA HELÉNICA cipal de las obras de la Acrópolis de Atenas; sus obras se caracterizan por su fuerza y majestad. Tan cimeros como Mirón, Polícleto y Fidias, y considerados también como los grandes genios de la escultura helénica, Scopas, Lisipo y Praxíteles marcan una inflexión del clasicismo: abandonan la serenidad olímpica y la abstracción como normas estéticas, y abren otros caminos para el arte. Volveremos a citarlos al hablar del arte helenístico. La originalidad de los artistas griegos La repetición de los mismos tipos (tanto en escultura como en arquitectura), en la que se forjaron los grandes genios del arte helénico, choca con el concepto de genialidad que se maneja hoy día. La originalidad es el valor que actualmente se cotiza más en el arte (más que la belleza, más que la perfección, más que la expresividad); pero, además, se da a la palabra “original” un significado equívoco y una interpretación falsa. “Original” significa que es propio y 71 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE personal del artista que lo hace, y no (y éste es el sentido que se le suele dar ahora) que es diferente de lo que hacen los demás. La originalidad, en el primero y auténtico sentido de la palabra, es la más noble aspiración que puede tener un artista. La originalidad, en la falsa acepción que se le da actualmente, es una aberración del arte. Repasando las obras cumbres del arte helénico nos encontramos, por ejemplo, con cuatro figuras de amazonas atribuidas a cuatro autores distintos: Policleto, Fidias, Cresilas y Fradmón. Cuatro genios de la escultura universal, pertenecientes a la misma época, se enfrentan con el mismo tema, y resultan cuatro obras de un parecido sorprendente. Un observador superficial apenas encontrará diferencias. En las cuatro, la misma serenidad y la misma corrección de proporciones. Casi iguales, los ropajes. En todas ellas el peso del cuerpo descansa sobre un pie (el izquierdo en la de Fidias, el derecho en las tres restantes) quedando el otro en balancín. En las cuatro, el brazo derecho se levanta por encima de la cabeza. Las diferencias son de matices casi imperceptibles; pero son esos los matices que hay que captar, porque en ellos se expresa la personalidad de los autores: polícleto acusa más la severidad y ponderación en el gesto. La amazonas de Fidias se nos muestra más solemne. La de Cresilas, más femenina. La de Faramón, más aérea. De la contemplación de estas cuatro esculturas sacamos la consecuencia de que sus autores no buscaron la distinción, sino la perfección. Sus obras fueron originales; sí, profundamente originales, en cuanto que expresaron su propia sensibilidad; y para ello (porque tenían seguridad en sí mismos) no tuvieron que huir de la sensibilidad ajena. Hubo coincidencias formales asombrosas; pero esto, seguramente, no les importó: un verdadero artista se preocupa de hacer su arte. El preocuparse excesivamente por el arte de los demás (si no es para formar su propio criterio), indica falta de personalidad. Los cuatro escultores buscaron la belleza por el camino más explícito que encontraron, sin preocuparse de quiénes iban por ese camino. Puesto que la meta era la misma, no puede sorprendernos -sin duda, a ellos tampoco les sorprendió- que coincidieran en el camino; pero, eso sí, cada uno de ellos imprimió a su caminar su garbo propio, su independiente manera de ser. En esta pincelada personal -sincera y decidida- está plasmada su categoría y personalidad: su originalidad. Las amazonas que hemos considerado no llevan la vestimenta del prototipo femenino, porque tienen unas características específicas que deben mostrarse en la escultura; pero, como en las demás figuras, se prescinde de todo aspecto individuante que traicionaría la concepción helénica del arte: no representan una amazona determinada, sino 72 LA GRECIA HELÉNICA la amazona en abstracto. Lo mismo ocurre cuando se representa a un héroe mitológico, o a un dios o a una diosa: se le ponen los atributos distintivos; pero se mantiene la impersonalidad olímpica, el idealismo platónico, que los sitúa por encima de cualquier ser concreto e individual. El hombre desnudo y la mujer vestida (con esos “subtipos” señalados por las circunstancias), lo mismo que el templo con columnas de orden dórico o jónico, constituyen unas tipologías que casi podríamos llamar preceptivas para los artistas helénicos sucesivos. El arte helénico busca la perfección. El arte helénico alcanza la perfección. La perfección no es nunca producto de un solo impulso, por muy genial que éste sea: se necesita el trabajo constante, sentido, amoroso, del mejoramiento de los detalles. Cada artista sigue la línea del anterior profundamente asimilada, y repite sus formas. No le averguenza recoger y hacer suyo todo lo bueno que la tradición le brinda para hacer una obra perfecta. Añade, sólo, un poco -muy poco quizá pero íntimamente sentido- de su parte: una nota personal innovadora. Anclado en la tradición, crea la modernidad. Así, el arte helénico llegó a su cénit, y sus geniales creadores -sin genialidades, sin originalidades, pero con profunda originalidad- establecieron la cumbre más fecunda de la historia del arte: de ella provienen todas las manifestaciones posteriores del arte occidental; por evolución o por decadencia, por interpretación o por reacción. Los órdenes arquitectónicos En la arquitectura griega, las columnas alineadas, junto con el entablamento horizontal sostenido por ellas, constituyen lo que se llama una ordenación arquitectónica: un orden. El orden es un conjunto perfectamente regulado en sus elementos y en sus detalles, que se repite en todas las obras, sin variaciones esenciales. En principio hay dos órdenes diferentes: el dórico y el jónico. El llamado orden corintio aparece después, de manera artificial, por la invención de un nuevo tipo de capitel. El primero de los órdenes es el dórico, que hemos considerado como prototípico. Casi todos los autores coinciden en afirmar que el orden dórico, como tal, se hizo originariamente en madera y después, para darle más solidez y riqueza, se construyó en piedra, tal como se nos presenta en todos los templos dóricos conocidos. La base principal de esta afirmación es que se sabe que los primeros templos griegos se construyeron en madera y que tenemos noticia de que en el venerable templo de 73 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Hera en Olimpia, cuando sus columnas de madera se pudrieron fueron sustituidas por otras de piedra, dóricas. Se supone que la forma adoptada por las nuevas columnas respondía a la que tenían las primitivas de madera; y sobre esta suposición se hacen las reconstrucciones de los templos dóricos de madera que suelen ilustrar los libros de historia del arte. Sin embargo, los alemanes cuando al final del siglo pasado, desenterraron el templo de Hera, observaron que las columnas del peristilo eran de diversas proporciones, por lo que pensaron que las viejas columnas de leño fueron sustituídas gradualmente conforme se iban pudriendo, por otras pétreas que respondían cada una a la moda del momento en que se hizo la sustitución. Esto vino a afianzar la idea de que los antecedentes de las columnas dóricas de piedra fueron unas columnas de madera, y ya se consideró como incuestionable el que las primeras columnas dóricas se hicieron de leño. Ahora bien, el hecho de que las columnas de piedra respondieran al modelo que se estilaba en cada momento, indica que no les interesó repetir las formas de las primitivas, y, por tanto, no tenemos ninguna base para afirmar que aquellas iniciales columnas de madera tuvieran los elementos formales necesarios para que podamos llamarlas dóricas. Por otra parte, el fuste de la columna dórica más ancho por abajo que por arriba es muy propio de un material pétreo; pero no se le ve ninguna justificación en una obra de carpintería. También el capitel, con su ábaco cuadrado, tiene una forma más adecuada para la piedra ya que en la madera resultaría mucho más lógico coronar la columna con una zapata longitudinal. Otro punto misterioso es que, siendo la madera un material que permite unos dinteles mucho más largos que la 74 LA GRECIA HELÉNICA piedra, ¿por qué los más antiguos templos dóricos de piedra (que deberían ser los que más fielmente adoptaron las formas de sus presuntos antecedentes en madera) son precisamente los que reducen más la longitud del dintel con unos ábacos muy amplios y unos intercolumnios muy estrechos? Los triglifos (que son los elementos más peculiares y distintivos del orden dórico) se comprenden muy bien como repetición formal en piedra de las testas de unas vigas transversales de madera; pero, siendo así, sólo se explican los triglifos en las fachadas laterales, ya que en la fachada frontal no apoyaría ninguna viga de testa y, por tanto, el presunto templo dórico de madera no tendría triglifos en la fachada más caracterizada. Es decir, que la fachada principal y representativa no seria propiamente dórica. Si la ordenación arquitectónica de madera se diera no rodeando un volumen, sino encerrando un patio (es el caso del tipo más caracteristico de vivienda griega) entonces sí que salen los triglifos, como expresión propia de la construcción, en las cuatro caras que constituyen la concavidad del recinto. Por otra parte, los triglifos, en todas las construcciones de piedra, tienen una función constructiva que se justifica por si misma, y que no es necesario recurrir a la transposición de formas de madera para explicarla: no son sino unos dados a manera de pequeñas pilastras que se sitúan sobre el arquitrave para levantar la techumbre. Como tales, son necesarias siempre en las cuatro fachadas, sus vanos (metopas) deberán ser pequeños (menores que los intercolumnios) para 75 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE poder armar con facilidad la cubierta sobre esos soportes, los cuales, en buena construcción, no deben faltar en los ángulos del edificio, ni sobre la vertical de las columnas. El que los triglifos estén invariablemente decorados con unas ranuras verticales responde a acusar su función de soporte, ya que cuando se desea que un pie derecho (es el caso también de las columnas) exprese su forma de trabajo, se acentúa la verticalidad por medio de estrías o acanaladuras. La columna dórica, con su éntasis y sus estrías, con su capitel característico y su fuste apoyando en su mayor sección directamente sobre el suelo, es una forma perfectamente adecuada y muy expresiva para un material pétreo; pero que no tendría ninguna justificación y perdería toda su expresividad al construirla de carpintería. La construcción tiene su lógica y no tenemos ningún motivo serio para suponer que las columnas dóricas se hayan hecho en madera. En el friso, sí. Porque el friso dórico, con el juego de triglifos y metopas, es igualmente adecuado y tiene plena justificación tanto en la construcción en piedra como en la de madera. Es lógico que, en las viviendas, para constituir el peristilo del patio, se empleara normalmente la madera, por la economía y ligereza del material, y , además, porque las vigas transversales que cubren los cuatro cuerpos que cierran el claustro tienen su expresión frontal en los triglifos de las cuatro caras del entablamento. En cambio, en los templos, la existencia de triglifos en las cuatro fachadas y, sobre todo, la presencia obligada del 76 LA GRECIA HELÉNICA triglifo angular, nos obliga a desconfiar de una construcción en madera (que sería falsa) y a pensar que el único material empleado haya sido la piedra. El armazón de la cubierta fue siempre de madera. Cuando la cornisa del entablamento (con sus mútulas y su platabanda) se hizo de piedra, se reprodujeron las mismas formas que constituían el alero de madera, y que, además de responder perfectamente a su función protectora, no presentaba ninguna contradicción constructiva y tenía plena coherencia formal y estética con el resto del orden arquitectónico. En el orden dórico, la necesidad del triglifo angular, el juego de plomadas que define la situación del entablamento sobre las columnas, y la anchura de la columna muy superior a la de los triglifos, impiden que, en el ángulo del templo, el eje de la columna de esquina coincida verticalmente con el eje del correspondiente triglifo. En el dórico primitivo, el arquitecto aumenta la anchura de la última o de las dos últimas metopas, para que, manteniendo la misma separación entre las columnas, el triglifo extremo se sitúe en su sitio, es decir, en la arista del entablamento. Arista que estaba definida por la situación de la columna extrema. Posteriormente, en la plenitud del dórico, se mantiene en todo el friso la misma dimensión de metopas,mientras que el último intercolumnio se reduce para que la columna extre77 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE ma se sitúe en el lugar que le corresponde bajo la arista del ángulo. Arista que, ahora, está definida por la situación del último triglifo. De esta manera se consiguen dos efectos estéticos: mantener el ritmo de la decoración del friso, y, además, lograr mayor sensación de asentamiento en toda la fachada, al estar las columnas extremas ligeramente más próximas. Si buscamos cuáles pueden ser los elementos más definitorios del orden dórico, vemos que tanto o más característicos que el capitel son quizá el robusto fuste estriado apoyado directamente en el suelo, los mútulos de la cornisa, y, sobre todo, los triglifos y las metopas en el friso. En el orden jónico, en cambio, lo verdaderamente distintivo se concentra en ese capitel tan peculiar que no presenta sino dos frentes: dos caras opuestas entre sí, situadas en la dirección longitudinal del entablamento, por lo que tiene una expresión constructiva de zapata, de una zapata ricamente decorada y con una decoración muy característica; pero que es como la típica zapata de madera que se extiende horizontalmente para recoger y reforzar en su punto más crítico los dinteles. Lo que más suele llamar la atención del capitel jónico, por ser indudablemente lo más aparente, no es su expresión constructiva, sino las amplias volutas que constituyen la decoración de la zapata. Antes de que se construyeran los capiteles jónicos, se habían hecho muchas volutas: la espiral es una forma decorativa elemental y muy atrayente, elegante y sugestiva. Encontramos multitud de antecedentes pictóricos, por ejemplo, en las civilizaciones prehelénicas. Volutas arquitectónicas decorando los capiteles habían hecho los hititas y los asirios; pero los fenicios hicieron un tipo de capitel de piedra constituido por dos grandes volutas, que es considerado como el origen del capitel jónico. Efectivamente, los capiteles chipriotas que se han dado en llamar “protojónicos” o “jónicos arcaicos” tienen un notable parecido aparencial con los que se hicieron en la plenitud del jónico, incluso porque, como ellos, tienen sólo dos caras frontales. Se puede establecer una clara continuidad ornamental; pero es interesante señalar que hay un cambio de expresión constructiva y mecánica: en el capitel fenicio y “protojónico”, el fuste vertical de la columna se abre en las volutas para recoger los dinteles. En el orden jónico el capitel se tiende horizontalmente, acompañando a los dinteles, para apoyarse en el fuste. El hecho de que el capitel jónico tenga solo dos caras frontales opuestas entre sí plantea un problema en la columna de la esquina, que, en principio, se soluciona con el sistema (habitual en carpintería, cuando se quiere enmarcar un cuadro, por ejemplo) de unir entre sí las piezas cortadas a hinglete. Aparece sin embargo una complicación por el hecho de que en el capitel jónico, al ser más largo que 78 LA GRECIA HELÉNICA ancho, quedaría la voluta cortada por la bisectriz que pasa por el eje de la columna. Esta dificultad se resuelve curvando las volutas de esquina (como se indica en el esquema gráfico) en una forma que tiene carácter de ebanistería. Desde el punto de vista compositivo de la ordenación, esa concavidad tiene la virtud de dejar cerrada una fachada que, sin ella, por el carácter direccional de los capiteles alineados, quedaría abierta. El entablamento jónico, con el friso continuo y con el arquitrave constituido por tres bandas horizontales, tiene un cierto dinamismo longitudinal. Da menos sensación de carga vertical que el dórico, con las mútulas en la cornisa, con los triglifos apilastrando el friso y con el arquitrabe rotundo y entero. El capitel jónico, como hemos visto, juega con esa horizontalidad y contribuye a aligerar la sensación de peso, por lo que el fuste de la columna es, también, más esbelto, y no descansa directamente en el estilobato, sino que lo hace 79 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE a través de una basa moldurada horizontalmente con superficies tóricas que suavizan el apoyo. Las molduras jónicas buscan más la delectación de las curvas que la pureza de las rectas. La elegancia del orden dórico reside en su sobriedad y aplomo. La elegancia del orden jónico reside en su gracilidad. El orden dórico es más pétreo. (La expresión de asentamiento en el suelo es fundamental en él). El orden jónico es expresivamente más lígneo: las características volutas, las estrías del fuste (no talladas en arista viva, sino surcadas en la superficie cilíndrica) y todos los elementos decorativos (profusión de palmetas y ovas) son trabajos mucho más propios de la gubia que del cincel. Alguien ha dicho que el orden dórico es fuerte y masculino, mientras que el orden jónico es dulce y femenino. Aunque la feminidad no tiene mucho que ver con los órdenes arquitectónicos, es precisamente en un templo jónico (el Erecteo) en el que los griegos se permiten la licencia de adosar un volumen arquitectónico (la tribuna de las cariátides) cuyo entablemento está sostenido por esculturas femeninas que desempeñan la función constructiva de columnas. Esta “frivolidad”, que no resulta demasiado discordante en una ordenación jónica, no podemos ni siquiera pensarla dentro de la severidad dórica. 80 LA GRECIA HELÉNICA Si prescindiendo de los valores figurativos, observamos la tribuna de las cariátides como una pura ordenación constructiva y arquitectónica, no apreciamos en ella esa armonIa de las proporciones y equilibrio de las formas que caracteriza la arquitectura griega. El cuerpo de una mujer, considerado como columna, no tiene elegancia, proporción adecuada ni expresión constructiva, de igual manera que una columna, considerada como cuerpo de mujer, es horrible de forma y de proporciones. Los griegos que aquilataban tanto la proporción y que llegaron a tal refinamiento de la belleza, hicieron la tribuna de las cariatides que podría juzgarse -según el orden de valores que se adopte- como una obra arquitectónica cursi y de mal gusto. Sin embargo, al considerar el factor figurativo y estudiar tanto aisladamente como en su conjunto las esculturas de las doncellas, podemos admirar la exquisita sensibilidad con que están modelados esos cuerpos que asientan con aplomo, en actitud de sostener poderosa- mente, pero con serenidad y sin agobio. El peso del entablamiento y de las mismas cariátides, al gravitar sobre el pie derecho o izquierdo según la situación de la figura, dejaperfectamente equilibrada, cerrada y expresiva la composición estática de la arquitectura. El orden corintio, en principio, no es más que un capitel que inventó el escultor Calímaco, discípulo de Fidias. Calímaco era hábil, minucioso y detallista: su sobrenombre significa “el meticuloso”. Trabajó mucho en bronce. Reputado orfebre, realizó lámparas, candeleros y objetos de decoración. Todas estas características se reflejan de alguna manera en el capitel corintio, que se nos presenta más como una obra de bronce metálica que de piedra. La inmensa mayoría de los capiteles que se han hecho en la historia de la arquitectura constan esencialmente de un ábaco de planta cuadrada y de un cuerpo que enlaza dicho ábaco con la sección circular del fuste de la columna. Así ocurre también en este tercer orden griego, aunque aquí el cuerpo intermedio está enriquecido notablemente, y el ábaco deja quizá de serlo propiamente al perder su rigidez prismática. 81 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE La expresión constructiva del capitel corintio es de coronación: el fuste sube verticalmente y al llegar al capitel, enriquecido con dos coronas de hojas de acanto, se abre en unas formas espirales que convergen en los vértices del cuadrado y lo deforman, creando una elegante concavidad en sus cuatro caras. Esta concavidad es análoga a la que se produce en el capitel jónico de esquina al converger las dos volutas en una arista; pero mientras allí tiene el sentido de cerrar la composición de cada una de las fachadas concurrentes, aquí cierra su propia composición y centra el interés en la columna en sí, como elemento autónomo. El resto del orden corintio coincide en sus líneas esenciales con el jónico. El fuste estriado de la misma manera, platabandas horizontales dividiendo el arquitrave, friso continuo, basa constituida por formas tóricas... Únicamente, se deja notar una mayor ornamentación en todos sus elementos sobre todo en la parte inferior de la cornisa muy en consonancia con la riqueza ornamental del capitel, y la tendencia a una mayor esbeltez de acuerdo con la verticalidad 82 LA GRECIA HELÉNICA expresiva de la columna coronada. El orden corintio es un fruto tardío del arte helénico y muy escasamente utilizado en él. Sin embargo, posteriormente tiene una proyección extraordinaria en toda la historia de la arquitectura. Adquiere una personalidad propia y distinta, y, con ella, es profusamente repetido por los romanos, por los tratadistas del renacimiento, por los barrocos y por los neoclasicistas, e influye notablemente en muchos otros estilos y arquitecturas diversas. DEL ARTE HELÉNICO AL ARTE HELENÍSTICO El arte helénico alcanzó en el siglo V a.C. su expresión suprema: la plenitud de la forma, cuyo mensaje artístico todo su mensaje está en ella misma: en su belleza viva y equilibrada, de cantada y olímpica. La contemplación de este arte cimero, racional y sensitivo clásico nos produce la serenidad de lo perfecto. Pero ya desde la cumbre helénica se abre una puerta hacia el misterio: el artista quiere expresar lo que no puede estar contenido en una forma cerrada en sí misma, y rompe la plena armonía de los arquetipos de belleza que se habían depurado en los siglos, para sugerir con un cierto desequilibrio formal lo que la forma estricta y perfecta no podría abarcar y definir. Así, Praxíteles introduce en sus esculturas cierta sensualidad o ternura en el modelado y en el gesto (no es ya la belleza aséptica por encima de toda circunstancia particular). Abandona el prototipo de mujer (vestida con túnica talar y manto recogido) para presentárnosla desnuda. Representa también al niño (es decir a un hombre que no ha llegado a su plenitud física). Lisipo modifica el canon de proporciones: la cabeza pasa a ser 1/8 de la altura del cuerpo, en lugar de 1/7 como había sido en Polícleto. Logra así que la figura tenga una mayor esbeltez y valor sugestivo, que se escapa a la serena ponderación clásica. Las esculturas de Scopas, con los ojos más hundidos y la personificación del rostro (se da en ellas frecuentemente el retrato), adquieren una fuerza dramática que ya no queda dentro de la estricta concepción helénica del arte. En arquitectura, el orden corintio, que abandona la regulación secular, repetida y evolutiva del dórico y el jónico, muestra también una ansiedad de expresión nueva: es una puerta más que se abre, desde la abstracción olímpica de la belleza pura, hacia un arte más romántico. 83 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Los griegos, en su proceso ascensional de perfeccionamiento helénico, habían constituido ciudades democráticas. La ciudad era, fundamentalmente, el conjunto de los ciudadanos que departían, participaban en su propia organización y se enriquecían con la convivencia. Por eso, dada también la benignidad del clima, el corazón de la ciudad era la plaza pública el ágora donde los hombres se reunían. Allí se celebraban las asambleas, los maestros enseñaban, bullían las ideas y se comentaban las novedades. En todo el ambiente ciudadano los artistas eran admirados por sus obras y bien conocidos por su personalidad humana; los artesanos estaban orgullosos de su habilidad y la demostraban en un trabajo que no era nunca anónimo. Eran los helenos amantes de la Belleza ideal y de la perfección también artesana de sus obras. Conscientes de su superioridad cultural y artística, despreciaban las obras de otros pueblos los bárbaros, se cerraban en su propio mundo y alimentaban su espíritu de superación cultivando aquel arte suyo ideal y platónico. Acariciándolo. Decantándolo con delectación. Pero a partir de Alejandro Magno, el mundo griego sufre una transformación radical: nuevos pueblos se integran en él y se constituye un imperio variado y extenso. La cultura no se desarrolla ya en un coto cerrado, sino que las ciudades (algunas de ellas como Alejandría fuera de Grecia) se constituyen en focos de irradiación cultural. El sentido imperialista se manifiesta en un arte más comunicativo: la belleza sale de su clausura olímpica, abandona su abstracción platónica y se complace en la jugosa variedad de los hombres y de los pueblos. Este arte el arte helenístico es, en contraste con el arte helénico, profundamente expresionista. Sus esculturas muestran las peculiaridades individuales de los hombres concretos, sin sujetarse a los prototipos que se habían venido manteniendo rigurosamente: se presenta con profusión el desnudo femenino, aparecen los niños y los ancianos, el retrato buscando una fidelidad fisonómica se valora más que la plenitud física del hombre abstracto. Hay, en general, más dinamismo en el movimiento. El dolor, la alegría, la cólera o la fatiga, todo tipo de sentimientos circunstanciales se expresan con viveza, al representar las circunstancias que los provocan. Podríamos decir que hay en todo como un viento “barroco”: son frencuentes los grupos escultóricos de compleja composición, y las esculturas individuales fuerzan más las posturas de sus cuerpos. 84 LA GRECIA HELÉNICA Se busca lo cotidiano o lo sorprendente, lo dramático o lo gracioso; pero no lo perfecto como abstracción ideal; y, a veces, puede haber, incluso, una cierta complacencia en lo feo o en lo deforme, en favor de una mayor fuerza expresiva. Para algunos, la escultura helenística es una decadencia de la cumbre helénica. Para otros, una superación. Más propio es considerarla como un cambio de rumbo, fecundo y abierto, que tiene su origen en una cumbre insuperable, y que dará lugar a otras cumbres, insuperables también porque no pueden ser medidas con el mismo criterio. Entre la multitud de obras de la escultura helenística, quiero citar algunas muy variadas que todo el mundo tiene en la memoria, para que en ellas se reconozcan las caracteristicas generales: el “Niño de la oca”, las llamadas “Venus de Medicis” y “Venus de Milo”, el “Galo moribundo”, los “Gigantes del altar de Pérgamo”, el grupo de “Laocoonte y sus hijos”, el “Toro Farnesio”... La escultura helenística no acaba cuando termina el mundo helenístico, ya que se prolonga durante todo el imperio romano, y tiene, mucho después, a partir del siglo XV d.C., una proyección evidente en la escultura renacentista y barroca. La arquitectura helenística abandona el orden dórico el más sereno y ponderado de los órdenes y juega con el jónico y el corintio, buscando para ellos una mayor riqueza ornamental. A veces realza la ordenación levantándola sobre un podium basamental escultóricamente decorado. Puede adoptar, en los templos, la planta circular u octogonal, o introducir el ábside. Y aparecen algunas bóvedas, que estaban proscritas en la serenidad helénica. LOS ETRUSCOS Etruria, en la peninsula itálica, se corresponde, más o menos, con la actual Toscana. Se desconoce el origen de los etruscos; pero, terminado el siglo X a.C., podemos encontrarlos asentados entre el río Tíber y el Arno. Tuvieron su mayor apogeo y dominio en el siglo VI a.C. En el año 387 fueron vencidos y sometidos por los romanos. A lo largo del siglo III a.C. los etruscos se fueron integrando total y definitivamente en Roma. Su arte y su gran capacidad ingenieril constituyen un presupuesto y un ingrediente importante en el arte romano. 85 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE En el arte etrusco podemos encontrar unas características que lo aproximan al arte micénico y egeo: son precisamente aquellos aspectos que habíamos señalado como diferenciales de las obras prehelénicas en contraposición a las egipcias, mesopotánicas o persas: por una parte, la habilidad artesana y el ingenio constructivo, frente al gran volumen de mano de obra no especializada; y por otra parte, el aprecio por lo vital y humano, por lo cálido y familiar más que por lo grandioso y mayestático. Si los etruscos buscan la riqueza de sus obras, lo hacen con una exuberancia ornamental y colorística y con lujo en los materiales; pero no con un colosalismo monumental. E1 dominio de arcos y bóvedas les llevó a encontrar soluciones más eficaces que las empleadas en Micenas para el problema de aumentar la fiabilidad de resistencia de los dinteles de piedra En este sentido para evitar que el peso del muro gravite sobre el dintel, en lugar de emplear el triángulo de descarga de las sobrepuertas micénicas, utilizan el arco de descarga, que es un recurso constructivo que se repetirá ya constantemente en la historia de la arquitectura, y que matizará el carácter específico de algunos estilos posteriores (el románico, por ejemplo). Por otra parte, y de más importancia todavía en el devenir de la construcción, introducen el llamado dintel despiezado: la solución, verdaderamente ingeniosa para que el dintel de piedra no se parta, es ponerlo ya previamente partido; pero dividiéndolo de manera que sus partes, mutuamente apoyadas, se sostengan. El dintel despiezado no trabaja constructivamente como un dintel, sino como un arco (sí podemos llamar “arco” un montante recto) dividido en dovelas trapezoidales acuñadas entre sí, en el cual la piedra cada una de sus piedras no trabaja a flexión, sino a comprensión (que es el sistema de trabajo más adecuado para los materiales pétreos) y produce, como todos los arcos, unos empujes laterales que habrán de ser absorbidos o contrarrestados en la construcción. Otra aportación constructiva (adoptada después por los romanos para su “impluvium”) es el cubrir un recinto cuadrado dejando un hueco en el medio que servía a los etruscos para salida de humos de una fogata central. Unas vigas apoyadas en las paredes opuestas resolvían el problema sin necesidad de columnas o soportes intermedios, tal como se ve en la figura. Los templos etruscos rectangulares, con cubierta a dos aguas que define un frontón triangular en la fachada principal y con una ordenación de columnas, están emparentdas con el megarón prehelénico y con todos los templos griegos. La amplitud del pronaos y el estar levantados sobre un podium que los aisla lateral y posteriormente, con acceso por 86 LA GRECIA HELÉNICA una escalinata anterior, los relaciona más estrechamente con la generalidad de los templos que construirán los romanos. Dentro de la arquitectura etrusca, las tumbas tienen una importancia singular; más, incluso, que las ciudades, a pesar de que el tipo de ciudad etrusco, con dos calles axiales en cruz que terminan en cuatro puertas monumentales, fue el adoptado oficialmente en el imperio romano. Las tumbas etruscas, tal como ocurría en los llamados tesoros de Micenas, responden al mismo concepto arquitectónico que los prehistóricos dólmenes (una cámara rotundamente cerrada con un acceso angosto); pero, como aquellos tesoros, están muy enriquecidas en su decoración y evolucionadas en sus sistemas constructivos. Unas veces están excavadas en la roca. Otras, levantadas en piedra con bóvedas o falsas bóvedas, con pilastras o sin ellas, y recubiertas con un túmulo de tierra que a veces está rodeado por un muro de piedra cilíndrico a modo de tambor. La decoración de la cámara funeraria es lujosa; pero doméstica y familiar, imitando frecuentemente, en la piedra, las vigas de madera que constituían el techo de sus viviendas, y decorando las paredes con pinturas alegres y jugosas. Incluso las estatuas de los sarcófagos, no yacen rígidas con expresión de quietud eterna, sino que se nos presentan como personas vivas suavemente recostadas en un diván, en la actitud despreocupada y amigable de quien está en su casa. Toda la escultura etrusca bebió con avidez, directamente y sin profundizar en ella, de la escultura, que contemporáneamente se hacía en Grecia. Siguiendo el arcaísmo helénico, las figuras etruscas tuvieron primeramente el rostro ovalado con los pómulos acusados, los ojos saltones y la caracteristica sonrisa arcaica. Los cuerpos se mostraban bastantes esbeltos, pero con una cierta tosquedad y rigidez. Más tarde asimilaron (porque encajaba perfectamente con su espíritu barroco y vitalista) todo el realismo y expresividad helenísticas. Los cuerpos fueron presentando simultáneamente una tendencia a la obesidad. Nunca tuvieron, sin embargo, el espíritu sensitivo y ponderado en las proporciones, depurado y elegante en las formas, que caracterizó el arte helénico clásico tanto en la arquitectura como en la escultura. Los etruscos hicieron sus templos vistosos, brillantes de color y profusamente decorados; pero sin el sentido de 87 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE equilibrio en la proporción de los elementos ni esquisitez en las formas. El hecho de que sus tumbas imitaran, labrándolas en piedra, las vigas de madera de las viviendas, nos dice de su habilidad constructora, de su ingenio y de su intención artística,(querían, quizá, dar con ello un sentido eterno a lo vital y pasajero); pero nos habla también (por la inadecuación en el empleo de los materiales) de su falta de sensibilidad constructiva y de finura en la expresión arquitectónica. Tanto en las esculturas de los sarcófagos y en los abundantes retratos estatuarios, como en algunas representaciones animales muy características y, sobre todo, en la multitud de figurillas con que decoran los cofres, las tapaderas de sus vasijas y los más variados objetos de su uso (que frecuentemente tienen asas, patas o mangos antropomórficos o con muy caprichosas figuraciones) demuestran un amor por la exhuberancia artística y la profusión de adornos, y por la exaltación de lo concreto, vivo e individuante. Hay siempre una cierta tendencia a lo caricaturesco, con expresión directa y extrovertida, sin lugar para la contemplación interior ni para el misterio. El ingenio y la viveza les interesan mucho más que la depuración de las formas, la armonía y la elegancia. Es un espíritu artístico próximo al que anima las actuales fallas valencianas, y que, como en escultura,hemos visto que se manifiesta también en arquitectura, y se da con toda claridad en las pinturas. Los etruscos se expresan mejor escultóricamente en la arcilla y en el bronce que en la piedra, y, precisamente en estos materiales, desarrollan también una extraordinaria habilidad artesanal para las artes aplicadas. Mezclando la arcilla con hollín consiguen una cerámica negra de brillo metálico, muy característica, llamada “bucchero nero” (barro negro) con la que hacen no sólo vasijas muy bien modeladas, sino objetos variadísimos incluso cadenas en los que buscan más el efecto aparencial y el alarde técnico que la propiedad y adecuación del material. Por otra parte hacen también cerámicas en que van siguiendo los caminos marcados por los griegos (áticas o jónicas, primero; helenísticas, después). Alcanzaron gran altura en el trabajo de metales, y en orfebrería llegaron a unas cotas difíciles de superar. 88 VI. DEL ARTE GRIEGO AL ARTE ROMANO Al comparar el arte griego con el arte romano, suele decirse que entre los griegos hay un predominio de la escultura sobre la arquitectura, mientras que entre los romanos sucede lo contrario. Esta afirmación se basa en la observación de unas realidades de interrelación entre las artes plásticas; pero habría que precisar a qué se refiere ese “predominio”, y, sobre todo, en qué consisten tanto la relación establecida como las artes mismas cuya interrelación acusamos. Tanto la escultura como la arquitectura son esencialmente unos juegos de volúmenes en los que reside su emoción estética. En la escultura los volúmenes se valoran a sí mismos por sus proporciones y relaciones formales intrínsecas, aunque con una posible figuración que suele marcar sus cánones. En arquitectura los volúmenes hacen referencia a unos espacios en los que el hombre se mueve y tienen unas implicaciones constructivas, de manera que la construcción regula sus formas y frecuentemente impone sus preceptos. Hemos visto cómo los griegos siguieron un proceso de perfeccionamiento en la escultura, y, dentro de su camino, alcanzaron unas cumbres (helénica y helenística) que no se pueden superar. Análogamente en arquitectura, siguiendo un proceso paralelo, alcanzaron una perfección formal; pero esta perfección que también en arquitectura les reconocemos, tiene un sentido escultórico: los griegos construyen de manera sencilla y lógica, modélica inclusive; pero esa construcción no se dirige tanto a configurar unos espacios cuanto a dar forma y estabilidad a unas relaciones volumétricas. El templo períptero, que es la quintaesencia de la arquitectura helénica, no es sino una decantada, serena, bellísima y monumental escultura. Pero si, por una parte, sus columnas y su entablamento, si todos los elementos que constituyen la construcción son escultóricos, por otra parte no son sino un soporte tipificado para exponer y valorar una soberbia serie de obras de escultura. Así, en el Partenón, que podemos considerar como paradigma de la arquitectura griega, más admirados y 89 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE representativos que el depurado diseño del arquitecto Ictinos, son los formidables relieves y toda la estatuaria del escultor Fidias, que constituyen, junto con los elementos contructivos, un inigualable monumento escultórico. Por todo esto es por lo que a la escultura griega se le suele atribuir un predominio sobre la arquitectura. Muy diferente es lo que pasa en Roma. Es verdad que los romanos hicieron todo su arte mirando a Grecia y, en principio, siguieron la línea helenística; pero heredaron el genio ingenieril de los etruscos, adoptaron y perfeccionaron los sistemas constructivos de los pueblos que dominaron, y realizaron un volumen de obra importante, tanto por su extensión en número y variedad, como por la importancia de los edificios singulares. (“es una obra de romanos” suele decirse para ponderar la magnitud y riqueza técnica de una construcción). Siguen haciendo, como hacían los griegos, templos rectangulares cubiertos a dos aguas sobre columnas. Esos templos siguen fijando, también, la pauta de los órdenes arquitectónicos, que son ahora como el cuño imperial con que Roma va marcando todas las construcciones de sus vastos dominios; pero los templos ya no son el paradigma de la arquitectura, y distan mucho de ser las obras más importantes o más representativas. Las obras públicas de ingeniería calzadas, puentes, puertos marítimos y fluviales, cloacas y acueductos que constituyen un alarde asombroso de construcción y de organización, y que a veces son también verdaderos monumentos artísticos, facilitaron la unidad política, y, con ella, la posibilidad de levantar multitud de edificaciones importantes repartidas por todas las provincias con una perfecta unidad de estilo arquitectónico, y, frecuentemente, construir de nueva planta ciudades enteras. La escultura romana, que siguió siendo helenística, se redujo, en muchas ocasiones, a ser un complemento embellecedor de la arquitectura. Otras veces tuvo un valor documental de retrato. Es por todo esto por lo que suele afirmarse que entre los romanos hay un predominio de la arquitectura sobre la escultura. Sin embargo, esas observaciones generales que nos llevan a unas afirmaciones muy amplias y un tanto vagas, no son suficientes para que comprendamos la significación que la arquitectura y la escultura tuvieron para los griegos y para los romanos, y, por tanto, lo que las obras griegas y romanas significan para nosotros. 90 DEL ARTE GRIEGO AL ARTE ROMANO En el clima apacible de Grecia, la vida social se desarrollaba al aire libre. Y, departiendo y discutiendo, enseñando y aprendiendo, al aire libre en el ágora florecían entre los griegos la política y la cultura. Su espacio vital era espacio exterior: lo arquitectónico se vertía de alguna manera hacia afuera para limitar, definir y caracterizar los espacios exteriores que constituían lo más humano y enjundioso de la arquitectura griega. Por eso, las fachadas y los volúmenes externos, eso que habíamos dado en llamar lo “escultórico” de la arquitectura, es precisamente lo que envuelve y abriga la vida de los hombres: lo más profundamente arquitectónico. Y las esculturas nacen cada una en su sitio, están donde tienen que estar, se justifican sólo en función del ambiente arquitectónico que con su presencia está definiendo y constituyendo. Las ceremonias religiosas no se celebraban en los templos, sino alrededor de los templos, que no eran sino unos magníficos estuches para albergar la divinidad; pero que, con sus ponderadas fachadas, constituían el marco arquitectónico que daba solemnidad escénica y ambiente espacial a la liturgia. Para comprender los valores espaciales y arquitectónicos de la escultura y de los volúmenes edificados griegos, pienso, por ejemplo, en la Acrópolis de Atenas: la colosal estatua de Minerva y el delicado templo de Niké eran así y estaban allí, como si hubieran surgido exigidos por su emplazamiento para situar al hombre al protagonista que, al pasar los propíleos, se encontraba en un ámbito arquitectónico creado por referencias volumétricas (Partenón, Erecteo...), con planos murales y volúmenes escultóricos que fijaban las relaciones de perspectivas y escalas. Y, en el Partenón, la gigantesca puerta de diez metros de altura estaba orientada de manera que, en el día de la fiesta de Atenea, el primer chorro de luz del amanecer se vertía íntegro sobre la monumental imagen dorada de la diosa, dando al recinto una magnificencia olímpica. Al avanzar el día, el sol que se reflejaba en el blanco pavimento o las luces diversas que siempre salían desde abajo, iluminaban el friso de las Panateneas que adquiría una estremecedora fuerza ambiental y arquitectónica, de mucha más riqueza artística que ese valor escultórico escueto (magnífico, por otra parte) con el que se nos presenta en su emplazamiento actual del Museo Británico. Todas estas consideraciones nos permitirían afirmar con verdad que, de alguna manera, la escultura griega estaba supeditada a la arquitectura, es decir, que, entre los griegos había un predominio de ésta sobre aquélla, lo cual es exactamente lo contrario de lo que habitualmente muy justificadamente también suele decirse. 91 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Por eso, quien verdaderamente quiera entender el arte debe esforzarse por contemplarlo, debe identificarse con sus razones vitales, debe sentirlo, y no le servirá para nada quedarse en unas fórmulas simplificadoras que lo resuman. El arte de Roma llegó a su máximo esplendor después de la paz octaviana, y son precisamente las obras que se hicieron en este tiempo y el ambiente cultural en que se desarrollaron, los que vamos a considerar como prototípicos del arte y de la concepción artística de los romanos para contemplarlo y hacer la debida confrontación con el sentido estético de los griegos. El enorme botín recogido primero en las guerras civiles y después en las provincias conquistadas influyó en las costumbres de los ciudadanos romanos, cuyo gusto por las artes comenzó a generalizarse. La admiración por las riquezas de Grecia dieron cauce a ese refinamiento estético, y se hizo de buen tono adoptar maneras griegas en las artes y en las letras. La estabilidad política facilitaba la molicie y riqueza de los patricios, y el acceso de los artistas y de los poetas a sus lujosas residencias. Octavio Augusto, por su parte, procuraba afirmar la estabilidad política auspiciando y estimulando el lujo y la pompa de los más altos ciudadanos, consciente de que quienes enriquecen sus palacios con objetos suntuosos y refinadas obras de arte no tienen ya ánimo ni tiempo para conspirar. Con la construcción y la reconstrucción de templos y edificios públicos recurriendo a materiales más ricos y siguiendo los más ambiciosos planes, animaba a los particulares a seguir el ejemplo del emperador. Empezando por Roma y siguiendo por sus campiñas próximas se construyeron, hasta en provincias lejanas, edificios de una magnificencia que maravillaba al pueblo. Es indudable que la vanidad e incluso la conveniencia política pesaban mucho más que el auténtico amor al arte en el desarrollo de estas actividades artísticas y constructoras. Los romanos buscaron el fausto y la grandeza, y su gusto por las realizaciones plásticas perfectas era un producto de importación. Cuando deseaban dar al edificio elegancia y belleza, llamaban a artistas griegos, aunque ellos se reservaban la 92 DEL ARTE GRIEGO AL ARTE ROMANO libertad de imponer las disposiciones generales y resolver los problemas constructivos. La decoración y la estructura eran dos cosas claramente diferenciadas, lo cual contrasta con los templos griegos del siglo V, en los que la armonía era tan perfecta que el observador más exigente no hubiera logrado separar la estructura de la decoración. Los patricios enriquecían sus viviendas con esculturas y obras de arte de todo tipo, que habían llegado a Roma como botín espléndido después de cada campaña de las legiones victoriosas, y con otras que adquirían en los talleres de los más renombrados artistas, formando así museos privados de los que se enorgullecían. En la época del máximo esplendor de Grecia, una estatua parecía levantarse en forma consubstancial en el lugar que ocupaba, y hubiera horrorizado al artista griego cambiarla de sitio o sustituirla por cualquier otro objeto. Podríamos comparar sus bellos conjuntos monumentales con un jardín cuyos árboles y plantas, cada uno en su sitio, produce los frutos y flores propios de su especie, mientras que las colecciones romanas serían como una despensa a lo largo de cuyas estanterías se ordenan los más hermosos y variados productos de jardines exóticos. Los atenienses, que bajo Pericles habían construido la Acrópolis, ya no levantaban monumentos importantes, y sus talleres trabajaban constantemente para satisfacer encargos de los poderosos romanos. Si se deseaban obras de Fidias o de Praxíteles, se hacían tantas cuantas exigiera el mercado, con tanta perfección que las copias se confundían con las auténticas. Y las imitaciones de los grandes maestros formaron escuela en todo el Imperio. Los escultores romanos -aunque con algunas predilecciones de las que vamos a hablar- seguían la línea de los artistas helenísticos: eran ellos mismos también, helenísticos. Sin embargo, la gran afición que los etruscos habían tenido a los retratos (pienso, por ejemplo, en los retratos de los difuntos sobre los sarcófagos, junto con la devoción que los primitivos romanos tenían por sus antepasados, que les llevaba a conservar la imagen de sus rostros en los llamados retratos ancestrales fundidos en cera sobre la mascarilla, con aspecto real y casi vivo, fueron unos antecedentes del extraordinario auge que en la escultura romana tuvo la imagen personal con la fiel reprodcción de los rasgos peculiares del rostro. Si buscamos una fórmula simplificadora, arrastrando el peligro que tienen estas generalizaciones, podríamos decir 93 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE (siempre que esta vaguedad no se tome como un dogma, y se considere sólo como una aproximación imprecisa y voluble) que en la escultura griega había un predominio del cuerpo sobre el rostro, mientras que en la romana, el rostro tenía más importancia que el cuerpo. Llama la atención, efectivamente, la abundancia de bustos que encontramos en el arte romano; y es curioso que frecuentemente se hicieran estatuas con la cabeza cambiable, lo que indica que el cuerpo no era para ellos sino el soporte impersonal de un rostro individuante y definitorio. En la escultura romana encontramos como en la griega y con mucha más profusión que en ésta relieves que representan escenas diversas. Siguen en ellos las líneas formales de disposición y modelado que se trazaron en los relieves helénicos y helenísticos; pero ahora hacen principalmente narraciones históricas, suelen describir hechos reales con un cierto caracter épico, y son mucho menos frecuentes las fantasías olímpicas a las que tan proclives eran los griegos. Tanto su afición a los retratos como la modalidad temática y abundancia de los relieves, indican que a los romanos, en el arte, les interesa más la glorificación de lo real que la plasmación ideal de lo abstracto; lo narrativo y lo descriptivo, más que la idealización de la belleza. Este es otro aspecto de las peculiaridades que diferencian entre sí las artes de Grecia y de Roma. 94 VII. ARQUITECTURA ROMANA Las construcciones romanas Lo más destacable de la construcción romana es, quizá, el empleo sistemático de arcos y de bóvedas que se apoyan entre sí equilibrando sus empujes, o que, simplemente, descansan sobre muros resistentes que absorven las tensiones. Prácticamente hacen todo tipo de bóvedas: cilíndricas, que pueden ser corridas o intersectadas (de arista, de rincón de claustro, etc.), y de superficies esféricas (cúpulas y nichos). Sin embargo, siguen usando también el sistema adintelado heredado de los griegos (con los perfeccionamientos etruscos), y la cubierta a dos aguas sobre estructura de madera. Utilizan piedra de todas clases y con diversidad de aparejos: de sillería y de mampuesto. El ladrillo, empleado también para los muros, es el material normal para las bóvedas. Y el cemento sirve tanto para los muros resistentes de hormigón en masa, como para los estucos empleados en decoración, que tienen una calidad insuperable como “piedra artificial”. En cuanto a materiales de recubrimiento usan todas las variedades de marmol, así como estucos y pinturas. Y hay también una extraordinaria riqueza de mosaicos. Tanta variedad como en los sistemas constructivos y en los materiales empleados, encontramos en los tipos de problemas arquitetónicos que se plantean y, lógicamente, en las soluciones adoptadas, lo cual no es obstáculo para que podamos detectar claramente una unidad de estilo, que le da a toda la arquitectura romana un peculiar carácter imperial. Las viviendas y los templos son los edificios que más claramente muestran su filiación etrusca y su ascendencia helénica, si bien es verdad que las suntuosas residencias de los patricios llegaron a tener un lujo y unas dimensiones que distaban mucho de la sencillez de la vivienda ateniense. Sin embargo, el impluvium (atrio descubierto en su rectángulo central, que antecedía a la zona vividera) y el peristilo, gran patio rodeado de columnas que constituía el centro vital de la casa, eran las constantes del esquema. 95 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE El comedor triclinio solía ser el salón más importante. Los dormitorios podían llevarse a una segunda planta. Los baños de agua caliente y las instalaciones sanitarias estaban a tenor del lujo de la vivienda. Los templos, en principio, de planta rectangular cubierta a dos aguas, tenían un pronaos que, como en los etruscos, era más amplio de lo que solía ser en los griegos. Y estaban levantados sobre un podium con único acceso por una escalinata anterior. Las fachadas laterales tenían sus columnas empotradas en el muro (templo seudoperíptero). La tipología del templo romano, sin embargo, no es inamovible. Varían bastante las formas. Se hacen de planta circular y pueden cubrirse con bóvedas. Y en el Panteón se construye la cúpula más grande y admirable de la arquitectura romana. El teatro romano también esta estrechamente emparentado con el griego. Ambos constan, esencialmente, de un graderío semicircular que se abre radialmente desde la orquesta; pero mientras en el griego las gradas se acogían en una concavidad del terreno, en el romano se levantan sobre el suelo con una edificación ostentosa. Y, frente a las gradas, como fondo de la orquesta, se alza la escena que es una construcción con una gran fachada tremendamente teatral (me gusta jugar con la palabra). En el anfiteatro, el graderío se extiende a ambos lados del plano que correspondería a la orquesta (que ya no es la “orquesta”, sino la arena, la pista o la cancha). No hay pues escena y todas las dependencias se desarrollan subterráneamente. El Coliseo o Anfiteatro Flavio de Roma (por poner un ejemplo cuya imagen todos tenemos presente) es una muestra de la magnificencia que tuvieron entre los romanos estos edificios para espectáculos públicos. Otras de estas construcciones son los circos (derivados de los estadios griegos y también magnificados) que tenían una gran longitud. En ellos se celebraban las carreras de carros. Constaban de una gran pista con dos vías separadas por una espina central. Y, lateralmente, los graderíos. Los edificios más peculiares de la arquitectura romana, y también los más representativos de una cultura y una manera de vivir, son, quizá, las termas. Unas termas no son 96 ARQUITECTURA ROMANA sino un club social de gran lujo, con piscinas (baños de agua caliente, templanda y fría) y con grandes salones para la reunión y recreo de la alta sociedad. La riqueza de los espacios abovedados y de los materiales aparentes debía de ser deslumbradora y constituía un marco suntuoso de la convivencia social. Para administrar justicia y para asambleas públicas, construyeron las basílicas que esencialmente eran un gran salón, generalmente de tres naves separadas por columnas, y un ábside que definía el lugar presidencial. El techo era normalmente plano, de madera. Más tarde, los cristianos adoptaron las basílicas para sus templos. Y la forma basilical se ha mantenido hasta nuestros días. La perfecta cuadrícula de los castros romanos se mantuvo en las ciudades, que se trazaron según el modelo etrusco. En el cruce de las dos vías axiales estaba el foro, que era el conjunto de los principales edificios públicos. Las cuatro puertas monumentales que cerraban los dos ejes de la ciudad, se repitieron en su aspecto formal en los arcos de triunfo, erigidos en honor de un general victorioso. Pero el arco de triunfo no cierra nada, ni tiene ninguna función práctica, es un monumento meramente glorificador y conmemorativo. El arco del triunfo esencialmente es una renovación del signo perenne del trilito prehistórico: el ennoblecimiento de un acceso. El arco del triunfo, en cierta manera, es un símbolo de entrada a la inmortalidad. Consta de un bloque de construcción con un hueco central. A ambos lados hay a veces otros dos huecos más pequeños. Todo ello encuadrado y ornamentado con columnas añadidas a la construcción como meros signos de prestigio arquitectónico, con un entablamento ficticio y con diversas inscripciones y relieves alusivos. Otro tipo de monumento conmemorativo es la columna aislada, que se levanta como homenaje a un emperador 97 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE o con sentido votivo, para dejar un testimonio perenne de un acontecimiento concreto. Estas columnas podían tener dimensiones gigantescas y estaban profusamente decoradas con relieves narrativos del hecho que motivó su erección. La columna como monumento es la concreción romana del permanente signo del menhir. Las tumbas romanas, aunque siguiendo a los etruscos responden muchas veces al sentido del dolmen prehistórico, son variadísimas, ya que los romanos van adoptando y haciendo suyos los tipos de monumentos funerarios que se encuentran en los diversos pueblos que dominan. Es curioso observar que los más caracterizados monumentos conmemorativos prehistóricos dolmen, menhir y trilito aunque sufren una muy notable evolución, mantienen su esencia en esa cumbre de desarrollo político y de técnica que representa Roma. Elementos básicos de los órdenes arquitectónicos Las molduras de las arquitecturas griega y romana (no sólo de los órdenes arquitectónicos en sentido estricto, sino también las de jambas y dinteles de puertas y ventanas, zócalos, arcos, impostas y ménsulas) no son unos adornos añadidos para decorar unas formas, sino que constituyen las formas que dan expresión a la arquitectura. La molduración de los órdenes arquitectónicos es variable, pero no capri- 98 ARQUITECTURA ROMANA chosa: responde a una razón de ser, y sólo en esa razón de ser tiene sentido. Las partes esenciales de todo orden son columnas y entablamento. La columna puede estar levantada sobre un pedestal que también constituye el orden, pero que no es esencial en él. Las columnas (con los pedestales cuando sea el caso) son los elementos verticales que sostienen el entablamento horizontal el cual está compuesto de tres partes bien diferenciadas: arquitrave, friso y cornisa. El arquitrave es el dintel propiamente dicho, que, con su arista inferior, corta por arriba el hueco de sombra. La perfecta definición de la arista horizontal mediante un plano luminoso es fundamental para la expresión arquitectónica. Debe ser, pues, una faja lisa que corre horizontalmente sobre los intercolumnios. El poner cualquier tipo de moldura que suavizase la arista inferior del arquitrave, o una decoración que lo fraccionase verticalmente, sería desvirtuar su espíritu. La ornamentación del arquitrave cuando interese podrá hacerse sustituyendo la faja única por dos o tres platabandas levemente escalonadas que acusen la horizontalidad y, de alguna manera, realcen la arista inferior acompañándola con su paralelismo. En todo caso, el arquitrave está coronado por un listel que lo separa del friso. Si el arquitrave está moldurado, las molduras deben situarse sólo en el resalto inferior del listel o en los resaltos de las platabandas. Son unas molduras que no tienen valor por sí mismas, sino que sirven para valorar más las superficies planas y subrayar la horizontalidad. El friso no es sino un paramento sobre el dintel: un muro que levanta la cornisa. Es, pues, una franja enmarcada por la cornisa y el arquitrave, y no tiene nunca ninguna moldura. Es la zona especialmente apta para ser decorada con escenas figurativas, motivos ornamentales variados, o rotulaciones que se extiendan horizontalmente. No hay inconveniente en que esa decoración del friso tienda a un fraccionamiento 99 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE vertical que marque un ritmo además de realzar la horizontalidad del arquitrave. En cambio, un fraccionamiento horizontal en esa decoración, diluiría y desvirtuaría el carácter del arquitrave. En la cornisa hay una parte prominente que constituye el borde del alero y otra parte inferior que tiene el sentido de soporte del voladizo y de enlace con el paramento del friso. Para que ese voladizo quede perfectamente definido sobre la sombra que produce, debe tener como ocurría en el arquitrave una faja o platabanda lisa y luminosa que acuse su arista inferior. Pero la cornisa debe definirse principalmente hacia arriba, recortándose sobre el cielo o sobre la profundidad de un plano más lejano, y, para eso, puede no servir la platabanda luminosa, y se hace necesario poner sobre la platabanda un elemento el cimacio que produzca una arista de sombra. Las moduras más propias para construir el cimacio son la gola y el caveto. Ambas molduras, para dar a la piedra la fortaleza debida, necesitan estar coronadas por un filete o listel que perfila la arista de sombra poniendo una línea de luz que, en algunos casos servirá también para recortar la arista sobre el fondo cuando éste sea oscuro. Sólo en el toscano (el menos elegante de los órdenes) por razones de simplificación se coloca como cimacio un cuarto bocel que cumple con su misión de marcar una franja de luz y de sombra, aunque lo hace sin la precisión y nitidez de las molduras cóncavas. 100 ARQUITECTURA ROMANA El cimacio y la platabanda están unidos por una molduración estrecha, cuyo valor es el de enlace entre ambos elementos. La parte inferior de la cornisa puede tener mútulas o modillones, que actúan a manera de ménsulas en actitud de sostener; a veces,también, dentículos, que son una fila de pequeños cubos que sobresalen, y, siempre, una molduración que enmarca el friso por arriba y le da coherencia con los demás elementos de la cornisa. Las molduras más adecuadas para esta función son el talón y el cuarto bocel, porque ambas, por incidir perpendicularmente en el plano horizontal superior, tienen el gesto de sostenerlo. La incidencia del cuarto bocel sobre el plano vertical exige una moldura que recoja la convexidad en su intersección. Suele ser un junquillo (montado sobre un fino listel) que amarra la superficie convexa; pero frecuentemente basta con un listel simple. Si la cornisa es la expresión del alero del edificio, y éste está cubierto a dos aguas, en las dos fachadas frontales la cubierta acusa su doble inclinación, su alero no se mantiene paralelo al arquitrave, y aparece sobre la ordenación de columnas un triángulo isósceles -el frontón- que es un elemento conflictivo para la cornisa ya que, por una parte, debe mantenerse horizontal coronando el friso, y, por otra, debe seguir la inclinación del tejado. Es el momento en que cada elemento de la cornisa debe responder más eminentemente a su razón de ser: la platabanda es una faja lisa y luminosa para cortar con limpieza la zona de sombra que se produce bajo su arista, por tanto, debe mantenerse siguiendo la horizontal en toda la longitud del friso, coronando el orden (por eso, a la platabanda de la cornisa se le llama también la corona). En cambio, la razón de ser del cimacio no está en función del orden que tiene debajo, sino del vacío que tiene encima: marca la terminación de la arquitectura, y, por tanto, sigue la inclinación cimera del frontón y aban101 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE dona el entablamento horizontal. El listel (o junquillo, si es el caso) que corre por debajo del cimacio, se desdobla al llegar a la esquina: por una parte, sigue horizontalmente coronando la platabanda, y, por otra parte, acompaña a la cubierta en las dos vertientes del frontón, en las cuales, bajo el cimacio, se reproduce la cornisa entera, con todas sus molduras y elementos de soporte. La platabanda que pasa horizontalmente bajo el frontón, con las finas molduras que la coronan, acusa una línea (de luz o de sombra, según sea el caso) para perfilar la base del triángulo. El capitel es el elemento superior, perfectamente definido, de la columna, y el que se suele considerar como el más definitorio del orden. En él se pasa de la sección circular del fuste a la forma cuadrada del ábaco, y se produce un ensanchamiento de la columna. Este ensanchamiento no lleva consigo un retranqueamiento del fuste de la columna con respecto al entablamiento. Por el contrario, el buen sentido estático y estético exige que el fuste esté a plomo con el friso y con la faja inferior del arquitrave. (Sólo en el orden dórico griego, debido al ademán expresivo de su equino, permite un mayor peso en el entablamento, de manera que el plomo del arquitrave sobresale un poco del que tiene el fuste en su cabeza). El capitel, al ser más ancho, sobresale de esa vertical. El fuste es más ancho por abajo que por arriba; su perfil vertical, en su estrechamiento, tiene una suavísima curvatura llamada el galbo o éntasis. En los órdenes más robustos toscano y dórico el tercio inferior del fuste es cilíndrico, mientras que, en los otros tres, el diámetro del tercio inferior se estrecha casi imperceptiblemente también hacia la base, de manera que el fuste presenta un ligerísimo abombamiento que le da su peculiar elegancia. La basa de la columna consta del plinto que es el pie propiamente dicho, de planta cuadrada, y, sobre él, una zona moldurada, de planta circular, que constituye el apoyo 102 ARQUITECTURA ROMANA del fuste. Sus formas tóricas le dan expresión de fuerza y, a la vez, de amortiguar el peso que soportan. La superficie tórica convexa es la moldura que llamamos simplemente el toro. Las molduras cóncavas son la media caña y la escocia. De manera análoga a lo que ocurría con la incidencia del cuarto bocel sobre el plano vertical, la incidencia del fuste de la columna sobre el toro exige una moldura que evite la dureza de la intersección. A veces, es un junquillo (que al hacerlo de directriz circular no es sino un toro muy estrecho) bajo un listel. Normalmente es un simple listel enlazado con el fuste. La media caña y la escocia necesitan siempre, por arriba y por abajo, un listel que las delimite y que las separe de cualquier otra moldura. Cuando la basa tiene varios toros, los inferiores son de mayor diámetro, buscando un mejor asentamiento (el perfil de la escocia se debe a esta exigencia estética). En un orden arquitectónico el pedestal tiene por objeto realzar la columna. Es algo así como ponerse zapato de tacón alto. Fundamentalmente el pedestal no es sino un cuerpo prismático de base cuadrada que levanta todo el orden. Tiene a su vez un plinto que lo asienta en el suelo y una plataforma que soporta la columna. El enlace se hace con unas molduras, cuyo perfil responde a la expresión de la funcion correspondiente. Peculiaridades de los órdenes romanos Los tres órdenes arquitectónicos griegos (dórico, jónico y corintio) fueron adoptados y adaptados por los romanos que constituyeron, con base en ellos, sus propios órdenes (toscano, dórico, jónico, corintio y compuesto). Esa versión 103 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE romana se ha mantenido sin variaciones en la historia de la arquitectura hasta nuestros días: es la que analizaron los tratadistas del renacimiento, a la que se le ha dado en llamar “los cinco órdenes de la arquitectura clásica”, y, en definitiva, es a la que se recurre siempre que se quiere utilizar una ordenación arquitectónica “clasicista”. Los órdenes griegos eran, en realidad, tres estilos diferentes, cada uno con su personalidad especfíica muy característica y acusada. La versión romana tiende a diluir el caracter distintivo de los órdenes, que se nos presentan ahora como cinco modalidades de un mismo estilo. El dórico griego (tan diferente en su talante del jónico) al transformarse en el dórico romano pierde la fuerza de su apoyo en el suelo (que era la médula de su carácter), suavizándolo con una basa de superficies tóricas: la amortiguación del apoyo se traslada de la cabeza al pie: se invierte el espíritu del orden. El capitel, por tanto, deja de tener esa función amortiguadora, y la curva del equino, que era elegante, sensitiva y decantada, se convierte en la rígida exactitud de un cuarto bocel. Ese cuarto bocel no enlazaría con la superficie cilíndrica del fuste si no lo recogemos con un junquillo y su correspondiente filete, que es otra innovación que han necesitado hacer los romanos. En estas condiciones, la pureza prismática del ábaco se nos presentaría como excesivamente dura y seca, y busca guarnecerse con una moldura superior, con la que se aproxima a los demás capiteles que están todos moldurados en su coronación. Las estrías del fuste del dórico griego, labradas en arista viva, se mantienen en el dórico romano; pero, al no llegar al suelo porque la basa las interrumpe, pasan, de ser una forma expresiva del trabajo de la columna, esencial en ella (la columna dórica griega era intrínsecamente estriada), a quedarse en una mera decoración del fuste (como lo son las estrías del jónico y del corintio). Al ser un simple adorno, puede cortarse también por arriba, (y, efectivamente, queda mejor cortándolo) antes de llegar al capitel, debajo del collarino constituido por un junquillo que abraza y ata el fuste. Ese collarino define un cuello cilíndrico bajo el equino, tal como se hacía en el jónico griego. En el entablamento, los triglifos, que tenían en los griegos una justificación constructiva, se convierten en un simple motivo ornamental para decorar el friso fraccionándolo rítmicamente, y, por tanto, es inútil poner un triglifo en la esquina, puesto que ya no es una piedra angular. Así, el problema de la posición de los triglifos se simplifica: basta situar siempre, en todas las fachadas, el eje de un triglifo sobre el eje de cada columna, y distribuir equidistantemente otros triglifos sobre los intercolumnios, que son 104 ARQUITECTURA ROMANA todos iguales. En la esquina quedará un trozo de friso (no se le puede llamar propiamente “metopa”) en ángulo. Aunque en el dórico romano se suelen mantener las mútulas, quedan en la cornisa como ménsulas decorativas horizontales, sin seguir la inclinación de una cubierta a la que en la ordenación romana no responden. Se sitúan jugando a eje con los triglifos. Así pues, en el orden dórico romano, el carácter dórico desaparece y los elementos definitorios y esenciales del orden metopas y triglifos en el friso, estrías a arista viva en el fuste, y mútulas en la cornisa, se conservan perdiendo su naturaleza y se reducen a una simple decoración. Si simplificamos ese orden dórico romano, y eliminamos de él todos los elementos que son simplemente decorativos (sea porque nacieron como decoración o porque se convirtieron en decoración) surge el llamado orden toscano: cornisa sin mútulas, friso sin triglifos, equino sin ovas, fuste sin estrías. Por otra parte, el cimacio se convierte en un cuarto bocel (coronación inadecuada, pero adoptada por sencilla), la moldura del ábaco se reduce a un listel, y la basa, a 105 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE un toro. Se da la extraña curiosidad de que en el orden toscano, al quitar todos los elementos distintivos del dórico (excepto el equino, reducido a un cuarto bocel) paradójicamente se recupera un poco del carácter dórico, debido a que, al desnudarse de su ornamentación, gana en fuerza y robustez. Pero el toscano es un orden sin personalidad propia. El capitel jónico griego tenta en la pieza de volutas una suave comba con la que se apoyaba muellemente en el fuste. El jónico romano rectifica la curvatura y sitúa esa pieza, rígidamente, sobre un equino idéntico al adoptado por el dórico romano. Las volutas se simplifican, y se suprime el collarino que le ponían los griegos. En el orden corintio, el capitel, que había nacido en Grecia tardíamente, como invento artificioso de un artista singular, pasa a ser el más empleado de los capiteles romanos. E1 entablamento no es sino un enriquecimiento del jónico, con la peculiaridad de que tiene unos modillones en forma de hojas de acanto rizadas que figuran en la cornisa como ménsulas de apoyo. E1 llamado orden compuesto no es, en su capitel, sino una mixtificación del orden corintio: sobre las dos coronas de hojas de acanto (idénticas a las corintias), los romanos colocan el mismo equino decorado con ovas que ya habían colocado a los órdenes dórico y jónico. De ese equino arrancan las ocho volutas, que, como las corintias, concurren dos a dos en los vértices; pero al hacerlas mayores (de tamaño jónico) invaden el ábaco que pierde su expresión de ábaco. E1 entablamento compuesto no es, asimismo, sino una versión diferente del entablamento corintio, en el que las hojas de acanto que constituían los modillones han quedado como embebidas en la ondulada y abigarrada superficie inferior de la cornisa. Se puede considerar también, si se quiere, como una artificiosa complicación del entablamiento jónico. Los tratadistas del renacimiento, analizando, comparando, generalizando y decantando la arquitectura romana, dibujaron los modelos arquetípicos de sus cinco órdenes. Nosotros estudiamos la versión de Vignola, que es la más acreditada. Sin embargo, Vignola presenta dos modelos de dórico (uno denticulado y otro mutulado), y nosotros, para simplificar, damos una sóla versión tomando, de uno u otro modelo, los elementos más peculiares del dórico o los que son exclusivos de él: cornisa sobre mútulas, cimacio en caveto, y arquitrave con una sola faja. En los arquetipos clásicos se precisan el grado de esbeltez ideal de la columna y las proporciones correctas de 106 ARQUITECTURA ROMANA todos los elementos de cada orden, según sus peculiaridades decorativas y riqueza ornamental. Tomando como módulo el semidiámetro del fuste en su sección más ancha, la altura de la columna considerada perfecta para cada orden es: toscana, 14 módulos. Dórica, 16 módulos. Jónica, 18 módulos. Corintia y Compuesta, 20 módulos. Es decir que la anchura de la columna está siempre comprendida entre la séptima y la décima parte de su altura total. La altura del entablamento es siempre la cuarta arte de la altura de la columna. La altura del pedestal es el tercio de la columna (en el corintio y en el compuesto, es un poco más alto para darles más realce). Ordenación de los órdenes romanos En Roma, los órdenes arquitectónicos dejaron de ser estilos diferentes, cada uno con su personalidad característica. Los romanos unificaron el espíritu de todos ellos, y sólo les dejaron ciertas notas distintivas que son, por una parte, unas peculiaridades decorativas (en el diseño del capitel, principalmente) y, por otra parte, una gradación en la esbeltez de la columna, que aumenta conforme la ornamentación se enriquece y se complica. El que exista una unidad de carácter permite superponerlos en una misma fachada sin que se pierda la coherencia expresiva. La superposición de órdenes que tanto utilizaron los romanos, es algo inconcebible para el espíritu helénico, no sólo por lo que tendría de romper la unidad estilística, sino, también y sobre todo, porque la ordenación arquitectónica para los griegos terminaba en el orden mismo: su cornisa alero de la cubierta es la coronación de la arquitectura, y no se justifica que haya más arquitectura encima de ella. Cuando los romanos, para componer una fachada, superponen una ordenación de columnas con su entablamento sobre otra ordenación entera con la que se corresponde verticalmente, no utilizan nunca el mismo orden en los distintos pisos. Responden así a un espíritu que está recogido en la preceptiva de Vignola: los órdenes inferiores son los más robustos, y deben perder robustez conforme estén más altos. Así, a modo de ejemplo, la planta baja podrá ser toscana o dórica, sobre ella puede situar se una jónica, y a nivel más alto se pondrán los órdenes más esbeltos (corintio o compuesto). La mayor amplitud del intercolumnio ideal en los órdenes más esbeltos, así como la posibilidad de prescindir o no del pedestal, permite buscar el juego de alturas óptimo para que se dé el perfecto equilibrio de proporciones en las plantas que constituyen el conjunto. De esta manera, algo que parece tan ilógico como poner cornisas cruzando horizontalmente la fachada a distintas alturas, no sólo llega a ser 107 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE una ordenación digna y aceptable, sino que incluso se convierte en modélica para marcar un ritmo en altura, acusar con fuerza cada una de sus escansiones y definir con claridad las trazas de la composición. Y, más tarde, esta ordenación llegará a ser casi preceptiva en fachadas, claustros y retablos, tanto renacentistas, como barrocos y neoclásicos. Dentro de las ordenaciones arquitectónicas romanas, menos lógico todavía que la superposición de órdenes es la inclusión de arcos en los órdenes adintelados, o peor aún, el dar a toda una arquitectura de arcos y bóvedas sobre muros (que es lo que constituye el grueso de la construcción romana) un tratamiento de platabandas sobre columnas. Tratamiento arquitectónico que es como el cuño que Roma imprime en todo su imperio. En realidad estos órdenes arquitectónicos el sello imperial en la mayor parte de los edificios y monumentos romanos no son sino un maquillaje epidérmico superpuesto a la arquitectura; pero se nos presenta como la pauta ordenadora del edificio. Pauta, a la que se acogen los arcos, hornacinas, exedras, muros y bóvedas, que son los elementos que configuran realmente los espacios y constituyen la construcción. Viollet Le Duc afirma que si los griegos se hubieran realmente impuesto a los romanos, su profundo sentido de la lógica les hubiera dictado la adopción de la bóveda y el abandono definitivo de la platabanda, adecuada tan sólo para ciertas construcciones. Sin embargo, este juego que VioletLeDuc hace con los futuribles no parece una aseveración muy firme, ya que la adopción de la bóveda lleva consigo de entrada el abandono del espíritu helénico. Las columnas y los entablamentos dejan de ser los elementos sustentantes y los elementos sostenidos, y pierden toda justificación constructiva cuando los romanos los adosan a los muros o los yuxtaponen a los arcos; pero, misteriosamente, siguen apareciendo, a lo largo de toda la historia de la arquitectura, con carácter casi exclusivamente simbó1ico, como elementos paradigmáticos del buen quehacer arquitectónico, de la ordenación sabia y de la proporción regulada y exacta. No es sólo su espíritu originario de valor perenne lo que aparece, sino sus más superficiales formalismos, desprovistos a veces de su sentido profundo. La ornamentación arquitectónica Los edificios griegos se adornaban, a veces profusamente, con elementos escultóricos. Esa escultura era añadida, aunque estuviera (como realmente estaba) perfectamente integrada en la arquitectura. 108 ARQUITECTURA ROMANA La estricta ornamentación arquitectónica (triglifos, mútulas, dentículos, volutas, ovas, palmetas, etc.) estaba compuesta en parte por elementos constructivos que se convirtieron en ornamentales, y, en general, por formas diversas nacidas de las exigencias expresivas de la construcción, y que, aunque a veces pudieran tener una inspiración en motivos naturales, estaban despojadas de todo naturalismo. Las cariátides o los atlantes fueron casos singulares que no modifican el carácter general de la composición ornamental de los órdenes ni de la decoración de sus molduras y demás elementos constitutivos. Las hojas de acanto del capitel corintio fueron una licencia artística que los griegos se permitieron pero que no prodigaron: la piedra constructiva se convertía en lozanía vegetal. En la ornamentación arquitectónica romana, la vegetación naturalista va ganando terreno progresivamente. La predilección que los romanos muestran por el orden corintio (con sus capiteles y sus modillones) no es ajena a ese gusto progresivo del naturalismo ornamental. Las molduras -golas, talones, cavetos...- se enriquecen con una flora repetida y acompasada, y los motivos vegetales vienen a constituir ménsulas, y a adornar frisos, pilastras, y paños y entrepaños de pared. A veces, extensas superficies de techos, bóvedas o muros se fraccionan en compartimentos geométricos o establecen cenefas acotadas, y, recuadrada así, la decoración se desarrolla con una vegetación lineal y rítmica de curvas caligráficas y simetrías sensitivas cuyos relieves de piedra (o simplemente de estuco) tienen el carácter de repujado en el plano que queda como fondo. Este tipo de decoración se da en techos, frisos, zócalos, pilastras, dados de los pedestales, paños de pared enmarcados, etc., y, en él, la vegetación puede mezclarse con otros motivos no vegetales sacados también directa o caprichosamente de la realidad (jarrones y objetos varios), temas animales o incluso figura humana sirenas o amorcillos-), tratados con mucho naturalismo en su detalle; pero con una caprichosa fantasía en su conjunción y en su disposición, con influencias, quizá, del arte importado desde las provincias orientales del imperio. Poco a poco la vegetación se hace mas frondosa, el relieve se acusa con más fuerza, y la decoración -carnosa y densa va invadiendo el fondo, que, ya a fines del siglo III, deja de ser el plano paramental y se convierte en unos huecos -negros y profundos- que se dibujan -como líneas y acentos de sombra- en la masa decorativa. El naturalismo y figurativismo que los romanos buscan en la ornamentación arquitectónica se corresponde plena109 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE mente con la afición que muestran en la escultura por lo narrativo y lo descriptivo, expresada en la abundancia y fidelidad de bustos y retratos y en la profusión de relieves con escenas gloriosas pero reales y vivas. En muebles y en objetos decorativos o de uso doméstico -de bronce o de madera, de mármol o de cerámica-, los romanos también suelen utilizar ese mismo tipo de ornamentación que, labrado en la piedra o relievado en estuco, enriquecía los lienzos paramentales y la molduración, para constituir la epidermis de la arquitectura. Es el mismo tipo que se ha venido repitiendo en las artes suntuarias, decorativas y artesanales de muchas épocas y estilos posteriores (pienso, especialmente, en el plateresco, pero perdura en lo barroco y en lo neoclásico, y se imita con delectación en los grafismos vegetales modernistas y, sobre todo, en el eclecticismo de principios del siglo XX). En la ornamentación arquitectónica romana, la pintura cumple también un papel importante y totalmente ligado a la arquitectura. Unas veces, coloreando los estucos que dan relieve a los paramentos; pero, sobre todo, enriqueciendo las superficies lisas. A esta pintura mural y arquitectónica se le ha dado en llamar pintura pompeyana, porque las muestras más importantes que han llegado hasta nosotros son las descubiertas en las ruinas de Pompeya y Herculano. La forma más elemental que tienen de adornar la superficie lisa es simular con la pintura que el muro es de ricos mármoles, y imitar piedras, cuyo colorido puede tener mucha más riqueza y variación de las que tiene la piedra disponible para la construcción. Otras veces no se contentan con pintar en la pared una rica pared dividida en paneles de mármol sobre un zócalo y bajo un friso, sino que imitan en ella columnas o pilastras con sus capiteles y entablamentos. Los órdenes arquitectónicos que los romanos levantaban tantas veces como simple ornamentación añadida al muro, sin ninguna misión constructiva, se hacen ahora simplemente pintados, con la misma función estrictamente ornamental. Junto a ellos simulan puertas, hornacinas, y ventanas abiertas por las que se divisan paisajes o perspectivas lejanas. Los recuadros y molduras con que compartimentaban las bóvedas y techos, y toda la ornamentación rítmica de cenefas y florones tallada en piedra o moldeada en estuco, de la que hemos hablado anteriormente, se representa también pictoricamente sobre la superficie lisa con riqueza de geometría y de color. La ornamentación arquitectónica se convierte en pintura; pero en una pintura que es, ella misma, ornamentación arquitectónica con un sentido ambiental muy característico. Las fantasías acompasadas y simétricas, 110 ARQUITECTURA ROMANA pero cuidadamente naturalistas en sus detalles, están delineadas generalmente sobre un fondo blanco o celeste en los techos oscuros (frecuentemente negro o rojo terracota) en las paredes. De esta manera, los motivos ornamentales con sus ritmos caligráficos, se destacan (como si fueran una reja o celosía) definiendo el plano del paramento y acotan así el recinto habitable, mientras que los fondos adquieren profundidad con lo que dan sensación de que se amplía el espacio. Otros efectos arquitectónicos que a veces se buscan en estos murales pompeyanos, es la creación de perspectivas fantásticas con decoraciones caprichosas y arquitecturas irreales. El admirable afán clasificador de los historiadores del arte ha hecho que la pintura romana ornamental, con esas diversas modalidades que he ido describiendo (modalidades cuya diversidad no es sino diferentes maneras de hacer que se entrecruzan y se superponen y que responden a matices variados de una misma concepción arquitectónica, se haya dividido para su estudio en cuatro grupos perfectamente definidos) acreditados, numerados y universalmente reconocidos: primer estilo pompeyano, segundo estilo pompeyano, tercer estilo pompeyano y cuarto estilo pompeyano. El llamado primer estilo o de las incrustaciones no tiene ningún interés. Responde, simplemente, al deseo de aparentar que la superficie tiene una calidad y una riqueza de las que carece. Lo que se ha dado en llamar segundo estilo pompeyano o arquitectónico logra un cierto movimiento en el muro que, al simular ventanas, da apertura espacial al recinto. El tercer estilo, llamado también ornamental, logra el mismo efecto de enriquecer y, a la vez, aligerar el cerramiento. Este estilo, con sus recuadros y cenefas, con sus figuraciones lineales y rítmicas, es el más característico pompeyano; sus formas y motivos se han mantenido a través de los siglos hasta nuestros días, en techos y paredes, sí; pero también en alfombras, tapices, reposteros, orlas, etc. Por último, la modalidad denominada cuarto estilo pompeyano (llamado también, según los autores, estilo intrincado, ilusionista o Flavio, etc.) es la que busca mayor apertura de los recintos con efectos de riqueza espacial y escenográfica que quitan al muro su carácter de cerramiento. Hemos estado hablando de los valores arquitectónicos y ornamentales de la pintura pompeyana, que son muy importantes en cuanto que dan el ambiente característico a las salas y recintos habitados por los hombres; pero hay unos 111 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE valores estrictamente pictóricos que, aunque nunca puedan desligarse totalmente de los decorativos y ambientales, conviene considerarlos separadamente para su mejor estudio y apreciación. Estos valores pictóricos se dan más manifiestamente en los recuadros, paneles y plafones con escenas figurativas o paisajes, que encontramos enmarcados y valorados por la ornamentación, en todos los llamados estilos pompeyanos, pero especialmente en el cuarto, y de una manera peculiar, en las ventanas abiertas del segundo. En estos cuadros (en realidad son cuadros, aunque sean murales) podemos distinguir dos tendencias bastante bien definidas que permanecerán en el mundo romano siglos después de la destrucción de Pompeya: una, con profusión de representaciones de motivos mitológicos -griegos principalmente-, cuya característica es un dibujo refinado que busca la perfección de la figura humana. En ella se dan también escenas amorosas, escasos temas de la vida ordinaria y abundantes retratos; pero la repetición de composiciones olímpicas de origen ateniense, nos hace pensar que -de igual manera que ocurrió en escultura- la pintura romana se alimentó de la helénica y que muchas de sus obras no son sino copias fieles de modelos griegos. Por ellas podemos hacernos una idea de lo que debió de ser la pintura de aquellos famosos pintores griegos (Apeles, Polignoto y tantos otros) de los que no nos ha llegado ninguna obra. La otra tendencia de la pintura romana, que se nos presenta con una gran viveza en muchas de las paredes de Pompeya, centra su interés en la perspectiva y el ambiente: sus temas principales son paisajes luminosos resueltos con soltura y delicadeza, con frescura en el color y en la pincelada. Es un Impresionismo con diecinueve siglos de anticipación. Fue, quizá, el desarrollo de la pintura helenística de Alejandría. Dentro de la arquitectura, los pavimentos son las únicas superficies necesariamente lisas y planas, lo que obliga a que su decoración sea sin relieve y meramente superficial; pictórica. Deben ser, ademas, resistentes al agua, al rozamiento y a la percusión, lo que elimina la pintura como somera película de pigmentación, y exige una determinada calidad en los materiales empleados. Los mosaicos pueden cumplir estas condiciones. Los romanos hacen mosaicos con trozos de cerámica acoplados sobre cemento y con piezas de marmol distribuidas en formas geométricas. Pero el mosaico que capitaliza este nombre esta compuesto de teselas de piedras de colores -cuadraditos muy pequeños- que llenan la superficie. 112 ARQUITECTURA ROMANA Estos mosaicos estaban hechos muchas veces solo en blanco y negro. Los hicieron también con simples figuras geométricas constituyendo orlas y grecas; pero llegaron a hacer verdaderos cuadros figurativos representando, con una gran fidelidad y riqueza de colorido, escenas y objetos naturales o imaginarios. Estos cuadros, orlados con cenefas, y distribuidos a veces en casetones que fraccionaban geométricamente la superficie total, constituían los lujosos pavimentos de las más ricas estancias romanas; pero, también, sirvieron para decorar las paredes. Para la representación de escenas o figuraciones, el paramento vertical es más propio que el suelo, ya que facilita su contemplación, que se hace así más natural. En estos murales de mosaico podemos reconocer las mismas líneas artísticas generales que habíamos señalado en la pintura. De ellas, la que habíamos calificado como “impresionismo anticipado” pierde algunas de sus características por exigencias de la técnica (las teselas no pueden dar la jugosidad, soltura y transparencia de la pincelada); pero, de alguna manera, se mantiene, conservando la brillantez, el sentido de la simplificación y el sentimiento ambiental y paisajístico. Sin embargo, en los mosaicos son más frecuentes los retratos, las narraciones mitológicas o las descripciones fantásticas, en las que se pone un especial cuidado en la fiel representación de la figura humana y de los elementos naturalistas. En estas obras se alcanzó una finura admirable en las matizaciones de color y de luz. Contemplando las pinturas pompeyanas desde el punto de vista más genuino, que es su sentido mural y arquitectónico, vemos que enriquecen la pared, sí; pero aligerándola, insinuando espacios, y, a veces, negando aparencialmente su carácter de cerramiento. En los mosaicos murales, este sentido sufre una traslación, porque, aunque la figuración e incluso el colorido con la gradación de sus tonos sugiera perspectivas, la nobleza del material valora la superficie como tal superficie, de manera que la calidad y el valor intrínseco del paramento domina sobre el valor referido. Sin embargo, nunca en los murales romanos se acusa la pesadez del muro, ni la rotundidad del plano, por más que el mosaico enriquezca la superficie: Hay siempre unas tramas ordenadoras que fraccionan y enlazan, de manera que la composición, aunque sea total, no es unitaria. 113 VIII. ARTE BIZANTINO Bizancio había recibido por derecho propio, y conservó en depósito, todas las formas artísticas romanas que habían desaparecido en occidente por las invasiones bárbaras, y les dió un sentido diferente, otra significación: creó un estilo nuevo al animarlas con un espíritu oriental, de aires principalmente persas. La construcción bizantina es primordialmente como lo había sido la romana una estructura de arcos y de bóvedas que se equilibran entre sí sistemáticamente, aunque ahora, dentro del juego constructivo, sobre pechinas que tanto auge habían llegado a tener en la Persia sasánida, adquieren con su solemne grandiosidad, un notable predominio. Las columnas romanas se repiten en el arte bizantino con el mismo grado de esbeltez en el fuste y con idénticos capiteles, sobre todo el corintio (aunque introduzcan también muchos otros tipos de capiteles), pero el carácter expresivo de la columna, su significación arquitectónica sufre un cambio total. En la arquitectura romana las columnas, con sus entablamentos, eran la pauta de toda la ordenación compositiva: regulaban las proporciones, situaban los elementos, escandían los ritmos: tenían un acusado protagonismo simbólico y estético aunque a veces no tuvieran sentido constructivo. 121 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE otras figuras adjetivas (a veces son otro tipo de elementos ornamentales) distribuidas rítmicamente, hieráticas también, que pueden recordarnos aquellos desfiles acompasados de los bajorrelieves persas, elegantes, serenos, disciplinados y sometidos a una cadencia repetitiva. Cuando los mosaicos bizantinos representan escenas bíblicas o narran sucesos, también domina el carácter simbólico sobre el descriptivo, y la seriedad compositiva y ordenacion superficial sobre la viveza. El material propio de la decoración pictórica de la arquitectura bizantina es el mosaico: los murales están concebidos siempre como mosaicos, y mantienen esas características que ya hemos venido señalando, incluso cuando, en iglesias más pobres, la representación y la decoración sean simplemente pintadas. La escultura totalmente exenta y las imagenes escultóricas con valor por sí mismas las estatuas son muy escasas en el arte bizantino. Parece como si hubiera un cierto temor a que las representaciones corpóreas destinadas al culto pudieran usurpar, como objetos autónomos, la veneración que se debe a los santos o a las realidades invisibles representadas por ellas. En cambio, es lo más corriente que las muy abundantes imágenes singulares que son objeto de la devoción sean figuras pintadas, unas veces en los monumentales murales de las que ya hemos hablado (el Pantócrator o la Virgen Reina en la bóveda o en el ábside), y, muy frecuentemente, en las numerosísimas tablas portátiles, de dimensiones más reducidas que son, antonomásicamente, los iconos. En pintura, el peligro de que la representación usurpe la veneración de lo representado es menor que en escultura porque en la imagen pintada el valor objetual se debilita y es mas patente su carácter de símbolo o de referencia que invita a dar el salto al misterio. Mientras en los cuadros de la pintura religiosa occidental, las imagenes suelen constituir escenas vivas y representan pasajes bíblicos, en los iconos la imagen no hace nada: permanece estática, hierática como un sujeto paciente esperando la veneración que se le debe. La escultura bizantina tan escasa en la estatuaria se da, en cambio, con una gran profusión en relieves cuyo valor no es autónomo y objetual, sino que están decorando y enriqueciendo objetos de culto. Tallas de marfil y trabajos de orfebrería muy especialmente pero también obras en todos los materiales, constituyen elementos de notable valor escultórico que ornamentan multitud de dípticos, arquetas, relicarios, evangelarios, etc. 122 ARQUITECTURA ROMANA ARTE BIZANTINO En cambio, en la arquitectura bizantina las columnas se reducen a ser sólo unas patas enjutas aunque sean airosas y bellas sobre las que se levantan los arcos, las bóvedas y los muros, que son los elementos que tienen todo el protagonismo expresivo y ambiental, simbólico y constructivo. Las columnas, pues, dejan de ser directrices de la arquitectura: son, sólo, meros soportes de ella. Desaparecen o se desvalorizan los entablamentos y los dinteles, al menos como elementos ordenadores. Y los arcos se apoyan directamente sobre los pilares, cuyos capiteles suelen reforzarse con una especie de sobreábaco troncopiramidal muy característico que constituye el arranque de toda la ordenacion constructiva. E1 ladrillo frecuentemente usado por los romanos, se convierte en el principal y casi único material estructural de muros, bóvedas y arcos pero ennobleciendo sus paramentos con revestimientos de una gran riqueza aparencial. Así se había hecho también en los palacios mesopotámicos, pero ahora, en Bizancio, la riqueza de la superficie va dirigida a crear una grandiosidad armbiental interior para los propios, mientras que los asirios y babilonios buscaban un deslumbramiento de los extraños. El enriquecimiento de los paramentos bizantinos se hace principalmente con mosaicos. También los romanos habían empleado abundantemente los mosaicos: primero, por su adecuación funcional, en los pavimentos a los que dieron una gran belleza de diseño y de color, después los llevaron a las paredes para que, en los paramentos verticales, luzca mas su calidad pictórica. Pero en el arte bizantino, los mosaicos vienen a ser el revestimiento habitual de muros y de bóvedas, y casi podríamos considerarlos como algo consubstancial de las paredes, las cuales, con el uso profuso de las teselas doradas, adquieren un esplendor y una riqueza deslumbradores. Al constituirse los mosaicos en pared, la superficie adquiere un gran valor como tal superficie, y se acentea el sentido decorativo de las representaciones figurativas, que se hacen más planas, más estáticas, menos naturalistas: no hay en ellas ninguna ambientación ni calor de vida. De esta menera, las grandes imágenes que frecuentemente presiden los templos desde los ábsides o los muros, adquieren una solemnidad y alejamiento que acrecienta el misterio: no están en actitud de hacer nada ni de decir nada, sino de recibir una veneración. Unas veces es la figura de Cristo el Pantócrator, de dimensiones frecuentemente colosales de gesto mayestático, imponente, que manifiesta su grandiosidad; otras veces, unas vírgenes suntuosas, coronadas y entronizadas, en las que, mucho más que la humanidad, se destaca la realeza. Como acompañamiento de estas imágenes centrales valorándolas y realzándolas suelen existir 123 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE 124 ARTE BIZANTINO Lo dicho del arte bizantino en general es cierto en su conjunto; pero no es igualmente aplicable a todos sus momentos y no excluye que haya también algunas peculiaridades geográficas. En tiempo del emperador Justiniano (siglo VI) la construcción de cúpulas sobre pechinas y los sistemas que contrarrestan los empujes de las bóvedas adquieren ya un pleno desarrollo, del que es el ejemplo mas característico y famoso Santa Sofía de Constantinopla. Contemporáneamente se levantaron, principalmente en Constantinopla y en Ravena, iglesias de una gran brillantez y riqueza arquitectonica. Tras un tiempo de una menor actividad artística que coincide con la crisis iconoclasta, hay un nuevo esplendor durante los siglos IX al XII, en los que florecen especialmente los temas iconográficos. En arquitectura se introduce la cúpula sobre tambor ciclíndrico (por ejemplo San Marcos de Venecia). Es en esta época cuando el arte bizantino se extiende por toda Rusia (Santa Sofía de Kiev). La cubierta bulbosa (en forma de cebolla) en cúpulas sobre tambor, actua constructivamente a manera de un casco rígido que absorbe exteriormente los empujes. Es adoptada en algunos lugares, se extiende por países enteros, y da un aspecto muy típico a muchas construcciones bizantinas. La pintura de iconos adquiere su máximo refinamiento a mediados del siglo XIV, con la escuela cretense. A partir de entonces prolifera notablemente, y se extiende de una manera especial en Rusia. 125 IX. ORÍGENES DEL ARTE CRISTIANO En el seno del Imperio romano, coincidiendo con el máximo esplendor de Roma, calladamente, sin que trascendiera aparentemente nada en el desarrollo imperial ni en sus manifestaciones artísticas, se da el acontecimiento más trascendental para la humanidad: el nacimiento del Cristianismo, que viene a dividir la historia en dos grandes épocas; antes y despues de Cristo. Todo el arte occidental, a partir de entonces, viene influido, inspirado, dirigido, condicionado o vivificado, desde su concepción hasta sus detalles, en sus temas y en sus formas, por el sentido cristiano o por la incidencia que la doctrina de Cristo tiene en la vida de los hombres. Sin embargo, la gestación de esa potencialidad artística que habrá de marcar durante siglos los derroteros del arte, se hizo de una manera oculta y silenciosa, aunque aquel embrión era ya perfectamente congruente con lo que sería su inmenso desarrollo posterior. Desde el primer momento, ya en los comienzos del más primitivo arte paleocristiano, hay una idea directriz, en función de la cual se hacen las manifestaciones artísticas. 127 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Esta ilustración está tomada del libro de J. Iñiguez “Síntesis de la arqueología cristiana” Madrid 1977. p. 53. Haciendo una simplificación que, aunque excesiva y difusa, puede ser válida si no la tomamos como un dogma excluyente, sino sólo como un punto de vista parcial y aproximativo, podemos aventurarnos a decir que en el arte oriental (Mesopotamia, Persia...) la forma se busca a sí misma y domina a la idea; en el arte clásico la idea es, precisamente, la perfección de la forma; en cambio, en el arte cristiano, la forma está al servicio de la idea. El Cristianismo trae una Idea nueva, que, para expresarse, necesita servirse de un repertorio de formas. Muchas veces son formas y aún elementos temáticos que ya existían, pero asumidas y cristianizadas por el arte cristiano, y otras que son creadas expresamente. La idea va integrando todo lo aprovechable del mundo en que se desarrolla y dándole un nuevo sentido. Antes del Edicto de Milán (313) que dio la paz a la Iglesia, los cristianos usaron para sus reuniones de familia y ceremonias religiosas casas de vivienda en las que se aderezaban algunos locales para dedicarlos especialmente al culto. Se adaptaron también para Iglesia casas que algunos fieles pudientes donaban, y en algunos casos se construyeron templos de nueva planta; pero con un carácter muy variado, modesto y acoplándose a las circunstancias de cada caso. La arquitectura más importante y muy característica es la de las catacumbas. 128 ORÍGENES DEL ARTE CRISTIANO Las catacumbas, o cementerios excavados fuera de las ciudades y junto a ellas, constaban de galerías subterráneas, que daban acceso a unas cámaras más grandes -los cubículos-, con chimeneas de aireación. En las paredes se abrían los nichos para los difuntos. Los cristianos celebraban allí algunas de sus ceremonias y reuniones de familia. Es interesante señalar la riqueza expresiva -ambientalde esta arquitectura de las catacumbas. Allí, los cristianos se sumergían en su mundo interior, protegidos del mundo hostil. Las paredes, enlazadas en la acogedora concavidad de la bóveda, envolvían, cobijaban y apiñaban a los fieles en íntima comunión con los hermanos cuyos cuerpos reposaban bajo los mismos muros. La decoración pictórica de las paredes seguía las mismas líneas de la que se hacía en el Imperio Romano: recuadros y cenefas que fraccionan el muro y enmarcan escenas o representaciones varias. Se puede notar, sin embargo, que, consecuente con la clausura del recinto, la decoración no simulaba las aberturas en la pared ni las perspectivas caprichosas a las que tan proclives fueron los pintores pompeyanos. La pintura, así, colabora a crear el ambiente de recogimiento. Muchas de las representaciones eran temas elegidos del arte romano, a los que se cristianizaba dándoles una nueva significación. Así, el Moscóforo se repite insistentemente como el Buen Pastor, Eros y Psiquis son Cristo y el alma, los orantes proliferaron renovando su sentido; y para representar la Resurrección se toma la escena del mito de Orfeo. El pavo real, signo pagano de la inmortalidad, sigue siéndolo para los cristianos; pero se pone ahora junto a las representaciones de Cristo, que son muchas veces simbólicas (el cordero, el áncora, la vid, el pan) o anagramáticas, como el crismón o el pez (la palabra griega X , que significa pez, y que en acróstico quiere decir X ò ò , Jesucristo, Hijo de Dios, Salvador). Además se representan escenas bíblicas relacionadas con la Redención y pasajes del Nuevo Testamento. Muy frecuente es la entrada del alma al banquete celestial, que se relaciona con el ágape eucarístico y, a su vez, con la Sagrada Cena. La vid, que era frecuente en las cenefas o plafones de la decoración mural romana, es repetida profusamente por los cristianos debido a su riqueza simbólica (la cepa y los sarmientos, la Eucaristía, el Viñador....). Durante los primeros siglos, las esculturas exentas son escasas. En cambio, son muy frecuentes los relieves iconográficos cuyos ejemplares mejores y más abundantes se 129 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE encuentran en los sarcófagos. La decoración de estos sarcófagos puede darse con escenas bíblicas que se suceden sin interrupción en friso corrido; otras veces, enmarcando los personajes y escenas en arquerías sobre columnas y, muy frecuentemente, reduciendo toda la iconografía a un medallón o recuadro central y adornando el resto con estrías u otros temas ornamentales. Los motivos representados en general, los mismos que eran objeto de la pintura. A partir del Edicto de Milán, los cristianos construyen multitud de edificios destinados al culto. El tipo de la basílica romana, donde los romanos celebraban sus asambleas públicas, se adecúa perfectamente a las necesidades del culto cristiano y se adopta como templo. Consta de una nave central, con techo plano de madera, terminada en un ábside que se acusa como foco de atención del recinto, y dos naves laterales más bajas, separadas por sendas hiladas de columnas. Las naves laterales pueden tener un segundo piso (triforio) abierto sobre la central. A veces, antepuesta al ábside, se colocaba una nave transversal (transepto) destinada al culto de los mártires, que se mantendrá en la tipología del templo cristiano como el crucero. En el imperio de oriente, el templo cristiano, además de la planta basilical y con más profusión que ella, adopta planta circular, octogonal o de cruz griega, cubierta con bóvedas y cúpulas sobre pechinas: toma formas arquitectónicas recibidas de la Persia sasánida. 130 X. DOS RUMBOS EN EL DESARROLLO DEL ARTE CRISTIANO Planteamiento de los caminos La traslación de la capitalidad a Constantinopla, la división del Imperio Romano, y, poco después, la caída del Imperio Romano de Occidente bajo las invasiones bárbaras, son hitos históricos que marcan dos rumbos distintos, no absolutamente autónomos, pero claramente diferenciables, en el desarrollo del arte cristiano. Responden a dos aspectos diversos -muy acusadamente diversos- de la misma idea. Expresan plásticamente dos espiritualidades distintas en las que se manifiesta de maneras muy diferentes un espíritu común. El arte cristiano oriental viene a coincidir con el que se encuadra en el llamado estilo bizantino, que adquiere un gran esplendor ya en el siglo VI y cuyas características fundamentales se mantienen con una gran homogeneidad hasta el siglo XV (toma de Constantinopla por los turcos), y perduran con muy leves evoluciones hasta la edad contemporánea. El arte cristiano occidental, en cambio, presenta una notable variedad de formas según las zonas geográficas y sufre unos cambios violentos de estilo a lo largo de la historia. Para centrar las ideas y aclarar cuales son las líneas directrices de ambos caminos (sobre todo, en la desconcertante variedad estilística de todo lo que hemos dado en llamar arte occidental) debemos remontarnos a unos antecedentes históricos del arte enraizado en la geografía: Egipto, Mesopotamia y, sobre todo, Persia, subyacen en todo el arte bizantino. La depurada Grecia, con sus ancestros prehelénicos, y la pragmática Roma, con sus raíces etruscas, están latentes bajo todas las evoluciones del arte occidental. En Oriente se acusa el valor artístico de la magnificencia. El arte de Occidente acentúa más lo vital y humano. En el primer caso el arte nos produce, principalmente, la admiración de lo monumental. En el segundo, podemos 131 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE recibir de él tanto el calor de lo íntimo como la serenidad de lo lógico o la emoción de lo vivo. Por una parte está lo mayestático y decorativo, lo brillante y aparencial. Por otra, lo cálido y lo profundo. ¿Cómo dos caminos viejos y tan diferentes entre sí pueden responder con propiedad a una única idea y, además, totalmente nueva?. La Idea que aporta el Cristianismo esta muy por encima de los distintos formalismos artísticos y, precisamente por eso, puede servirse de las más diversas formas para expresarse en el arte. El arte ha encontrado en el Cristianismo su máxima libertad de expresión plástica, porque el Cristianismo no determina en absoluto los medios, sino que propone un fin, y, de ahí, que el arte cristiano se haya enriquecido a lo largo de la historia con el más variado repertorio de formas, adoptando con toda propiedad las maneras existentes y llevándolas a veces a su plenitud, o también abriendo derroteros vírgenes, y poniéndose en la vanguardia con técnicas nuevas y hasta revolucionarias. Pero, para atenernos a esta primera bifurcación del arte cristiano en oriental y occidental vamos a considerar en qué consiste esa Idea directriz -única, pero riquísima en contenido y posibilidades- capaz de vivificar igualmente a esos dos caminos que se nos presentan como opuestos, aunque en realidad no son sino manifestaciones diferentes de un mismo espíritu. Lo más enjundioso de esa Idea, lo que la constituye en algo absolutamente original y nuevo en la historia de los hombres, es la existencia de un Dios a quien amar. No es sólo (aunque también lo sea) un Dios poderoso al que se teme: frente a la idea de dioses que aterrorizan o de destinos caprichosos que actúan en las tinieblas, aparece la Providencia que ama. Dios, omnipotente, es, ante todo, Amor, y la vida de los hombres tiene, en El su principio y su fin. El arte cristiano es la expresión de la vida cristiana. Esa vida consiste en la humanización de Dios y la divinización de lo humano: el hombre inválido que se dirige a Dios y se integra en El, y Dios inmenso que acoge al hombre. Todo ello constituye una unidad indisoluble y sin fisuras; pero muy variada y rica en aspectos. Según cuales sean los aspectos que se subrayen dentro de ese espíritu único, surgen las diversas espiritualidades del Cristianismo, y, con ellas, los distintos rumbos del arte cristiano. En la Iglesia de oriente se pone un acento especial en el culto y homenaje a la Divinidad, de ahí, el esplendor de su 132 DOS RUMBOS EN EL DESARROLLO DEL ARTE CRISTIANO liturgia. Por eso el arte bizantino se dirige, principalmente, a cantar la grandeza del Dios al que se ama. En la Iglesia de occidente se destaca el valor del camino que amorosamente conduce al hombre a Dios; de ahí que la ascética y la doctrina estén especialmente subrayadas en todo el arte cristiano occidental. Valor religioso del arte cristiano El arte cristiano, desde sus orígenes, cumple una función religiosa de evocar en nuestro espíritu, con elementos sensibles, las verdades de la fe y las realidades sobrenaturales -invisibles- que nos envuelven. Hay, en él, una representación tangible de lo intangible que busca siempre, en definitiva, avivar de alguna manera el fervor de los fieles, hacer más sensible en ellos la llama de la fe, ponerles en contacto con el misterio de lo divino. Esta es la razón de ser religiosa y pastoral- de las imágenes. Pero para alcanzar este fin común, podemos distinguir dos caminos que son diferentes aunque no necesariamente se excluyan. Unas veces las imágenes tienen la misión de meros símbolos que presentan visiblemente lo invisible, para hacer más fácil la plegaria: a través de ellas se adora a Dios, o se venera a los santos. Otras veces las imágenes tienen una misión más ilustrativa: nos representan escenas bíblicas o pasajes sagrados para explicarnos cómo sucedieron, o, simplemente, para recordárnoslos. En uno y otro caso, la misión mediata, el fin de la imagen, es acercarnos a lo sobrenatural; pero en el primero predomina la liturgia, mientras que en el segundo predomina la doctrina. En las iglesias orientales resalta el valor de la imagen como símbolo, y así vemos como las representaciones bizantinas se mantienen frecuentemente en la actitud mayestática y solemne de recibir una veneración: se prescinde de todo ambiente vivo y familiar y se busca, en cambio, conmover a los fieles con la riqueza y majestad de su apariencia. Por el contrario, en las imágenes occidentales, el sentido predominante es el explicativo o narrativo. Es el valor docente y catequístico de ilustrar sobre unos acontecimientos que sucedieron o que sucederán, o más bien, el de evocar vitalmente esos acontecimientos para estimular el fervor. Pero el valor religioso del arte no se reduce a las imágenes. Las artes figurativas no pueden sino representar impropiamente al Dios incorpóreo y a las verdades sobrenaturales que son irreductibles a figura. 133 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Dios. Ese Dios “en quien -con frase de San Pablo- nos movemos, vivimos y somos”, tiene en el espacio arquitectónico una representación mucho más propia que en la imagen. La arquitectura crea un ambiente en el que también, en cierta manera, “nos movemos, vivimos y somos”, y esa arquitectura tendrá un valor religioso en la medida en que su ambiente nos evoque la presencia del Dios que nos escucha o que nos envuelve. Los templos pueden facilitar la devoción por su adecuación funcional, ya que son el lugar donde los fieles se congregan en comunidad de amor. Su eficacia religiosa estará en cómo se acusa la importancia del foco de atención común, en cómo el ambiente invita al recogimiento interior o en cómo estimula la elevación del espíritu. Esta línea de adecuación funcional tiene aspectos ambientales y formales muy diversos. Es la línea dominante en la inmensa variedad de tipos y estilos de templos en el arte cristiano occidental. Pero la devoción puede ser estimulada también arquitectónicamente por la creación de un espacio grandioso que patentice, con su sublimidad y riqueza, la majestad de Dios. Esta línea, que no es nunca independiente de la primera, ya que ambas se entrecruzan y se funden, es la que suele primar en la arquitectura religiosa bizantina. ARTE PRERROMÁNICO En las antiguas provincias del Imperio de Occidentelos distintos países dominados por los bárbaros- se fue desarrollando a partir del siglo V una gran variedad de líneas artísticas diferentes: son artes regionales que se influyen mutuamente, se entrecruzan y se superponen, y que, por encima de su diversidad local y de sus notables sacudidas históricas, son designados con el nombre genérico, impreciso y global de arte prerrománico. La imitación de los viejos monumentos romanos, la inspiración en las obras bizantinas contemporáneas, y una gran riqueza de motivos de origen bárbaro sin ningún antecedente clásico, son los ingredientes que, al mezclarse en muy diversas proporciones, van constituyendo el panorama del arte europeo hasta finales del siglo VII. Después, la invasión musulmana por una parte y el reinado de Carlomagno por otra, son hitos históricos que cambian notablemente los derroteros de eso que se ha dado en llamar arte prerrománico y que se prolonga, con ese mismo nombre, hasta el siglo XI. Buscando unas generalizaciones que sin tener rigor dogmático ni excluyente , puedan servir de apoyo orientati134 DOS RUMBOS EN EL DESARROLLO DEL ARTE CRISTIANO vo para la comprensión de las múltiples líneas del arte prerrománico, diríamos que los pueblos nórdicos tienen un gusto por lo geométrico en la decoración y en la figuración: las formas vivas se esquematizan, se intelectualizan y frecuentemente se enlazan en complicadas geometrías. Contrasta con el gusto mediterráneo, amante de un naturalismo donde los elementos geométricos y los lazos ornamentales adoptan figuraciones vivas e incluso se humanizan. La riqueza y brillantez decorativa de las artes orientales que informa todo el arte bizantino, se hace presente en muchas manifestaciones prerrománicas, así como el abandono de la decoración vegetal naturalista de los romanos. Donde con más claridad e independencia se manifiestan los gustos artísticos germánicos es en fíbulas, placas metálicas y objetos decorativos cuyas superficies están resueltas con abigarradas y atrevidas estilizaciones zoomórficas que se articulan en caprichosas marañas geométricas. El arte nacido de estos gustos germánicos y de las tradiciones bárbaras floreció con su máxima pureza y vigor en Irlanda, país que no había sido romanizado y en el que se refugiaron los cristianos cuando los anglosajones invadieron la isla vecina. El estilo irlandés, sin ninguna conexión e incluso contrapuesto en su concepción al arte romano, se extendió a Inglaterra, e influyó, en mayor o menor grado, en todo el continente. Por otra parte, el arte merovingio en Francia y el arte visigótico en España siguen en general, aunque con variaciones e influencias diversas y notables, las líneas del arte paleocristiano precedente, con formas, materiales y sistemas constructivos tomados o imitados de los romanos. Sin embargo, es importante destacar, en la construcción visigótica española, el empleo sistemático de los arcos de herradura, que constituye una valiosa aportación arquitectónica. La forma ultrasemicircular sienta ya algunos precedentes decorativos aislados; pero la novedad de los visigodos consiste en convertirla en tema constructivo habitual y constante. El arco visigótico responde a una cierta lógica constructiva: en realidad es un arco semicircular levantado sobre unos estribos trapezoidales, cuya superficie superior (en la que descansa el arco de medio punto) en lugar de ser horizontal es levemente inclinada con lo que facilita el apoyo. Los estribos -salmeres- en su base, son más anchos y asi aumenta la superficie de asentamiento horizontal. La cara interior -el intradós- del arco visigótico se cierra en herradura, mientras que su cara exterior -el trasdós- en su parte inferior no mantiene la curvatura ni sigue el paralelismo, con lo que en las dos dovelas de apoyo -los salmeres- aumenta la anchura del arco. 135 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE El reinado de Carlomagno marca un fuerte resurgimiento en el arte francés: un nuevo asentamiento en las raíces clásicas; pero, sobre todo, una decidida inspiracion en el lujoso arte de Justiniano con imitación quizá un poco simplificada de todo lo bizantino, determinan las características artísticas del esplendor carolingio. Casi simultáneamente, en España, el arte visigótico termina con la invasión musulmana y aparecen dos nuevos caminos artísticos sin casi ninguna conexión entre sí: uno reducido en principio al reino de Asturias que mantuvo la independencia frente a los invasores, y otro -el mozárabeque desarrollaron los cristianos que vivían en el territorio dominado por los musulmanes. El arte asturiano, sin el contacto geográfico con las anteriores obras visigóticas, y desarrollándose en circunstancias difíciles y con pobreza de medios, adquiere, sin embargo, una personalidad característica que surge de un retomar las raíces hispanorromanas y, sobre todo, de la influencia carolingia ejercida por el esplendoroso reino franco. En él, se abandonó el arco de herradura, y, al sustituir las magníficas construcciones de sillería visigóticas por otras más modestas de mampostería y ladrillo, fueron enriquecidas con pinturas murales. Capiteles troncopiramidales inspirados muchas veces en los corintios, arcos de medio punto peraltados, y, sobre todo, el empleo sistemático de bóvedas de cañon contrarrestadas con profusion de contrafuertes que le dan a la vez esbeltez y fuerza, son las características constructivas y formales mas importantes de la arquitectura asturiana. El arte mozárabe aparece en el siglo IX y es popular, pobre y variado. Continúa la tradición visigoda, pero pierde el contacto con las escuelas cristianas europeas y, en cambio, se desarrolla con influencias árabes. El arco de herradura -herencia visigótica- se constituye en un tema común con la arquitectura musulmana, y, como en ella, evoluciona cerrándose más; hace que el trasdós siga la curvatura inferiormente manteniéndose paralelo al intradós, y, a veces también, desplaza hacia arriba su centro de curvatura de manera que el arco sea más ancho en la clave que en los salmeres. El aparejo de muros de sillería y dovelas de piedra justifica constructivamente al arco de herradura visigótico; pero no a sus diversas versiones mozárabes y musulmanas. Sin embargo, la construcción de ladrillo permite que, lo que se nos presenta como un arco de herradura, sea en realidad un arco escarzano apoyado sobre dos jambas curvas (patizambas, podríamos decir de una manera gráfica), construidas de hiladas horizontales de ladrillo que continúan la línea circular. La influencia arabe se manifiesta principalmente en las bóve das gallonadas, las bóvedas estrelladas y algunas muy características estilizaciones del capitel corintio. 136 DOS RUMBOS EN EL DESARROLLO DEL ARTE CRISTIANO Las obras más importantes de este arte son las construidas por los mozárabes emigrados a las tierras cristianas que se iban ensanchando. 137 XI. EL ROMÁNICO Visión esquemática del estilo románico En el siglo XI el variadísimo espectro de las manifestaciones artísticas prerrománicas se simplifica, adquiere una cierta uniformidad, y, de él, surge en toda la Europa de occidente un estilo al que se ha dado en llamar románico, que, salvando algunas lógicas peculiaridades locales, podemos considerar como internacional. Las principales causas de la constitución y de la internacionalización del estilo románico son, por una parte, la reforma benedictina de Cluny que contribuye a la unificación de la vida monástica imponiéndose a un millar de abadías, y, por otra parte, la costumbre generalizada de peregrinar a Roma y a Santiago de Compostela, cuyas rutas que surcan Europa van jalonándose de templos y monasterios. El estilo románico no aporta nuevas soluciones constructivas, ni conceptos innovadores en la figuración, ni siquie- 139 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE ra elementos decorativos que no se vinieran haciendo. No hay tampoco un manifiesto cambio en los gustos. Su gran originalidad consiste en integrar las formas viejas y diversas en un espíritu uniforme y nuevo con un carácter peculiar muy definido. Dentro del románico se dan todos los tipos de bóveda que se dieron en las diversas escuelas prerrománicas, así como, a veces también, las cubiertas de madera. Sí, es verdad, pero las características esenciales y definitorias del estilo románico son las que se desprenden del uso sistemático de la bóveda de cañón. La bóveda de cañón exige unos muros muy pesados para absorber en toda su longitud los fuertes empujes. Muros que, además de su robustez, pueden estar reforzados con contrafuertes. Los huecos son pocos y pequeños para no debilitar el muro. Siguiendo la pauta de la bóveda de cañón, los arcos son de medio punto. Los huecos -tan pequeños y en unos muros muy gruesos- serían como túneles. Para facilitar el paso de la luz hay que abocinarlos. Este abocinamiento se hace con arquivoltas escalonadas de radio creciente hacia el paramento, con las que se salva el espesor del muro. Para sostener el borde del tejado y cargar debidamente el muro, algunas veces se pone una serie de pequeños arcos bajo la cornisa , que son una coronación muy adecuada a la expresión del paramento. Estos arcos pueden descansar sobre unas franjas lisas, verticales, a modo de pilastras, denominadas bandas lombardas. Otras veces se simulan, en piedra labrada con fantasía, los canecillos del alero. Frecuentemente, arcos que aparecen bajo los resaltos de la pared o embebidos en ella, van distribuyendo o concentrando convenientemente las cargas de los muros. La decoración, a base de arquerías ciegas , sigue la línea marcada por la construcción. Si al hablar de la arquitectura bizantina habíamos dicho -como manera de entendernos- que había sustituido el protagonismo arquitectónico que las columnas y los entablamentos tenían en la arquitectura romana, por el protagonismo de los arcos y de las bóvedas; ahora podríamos decir que en la arquitectura románica el protagonismo simbólico y expresivo, constructivo y ambiental de la arquitectura lo tienen los muros. 140 EL ROMÁNICO 141 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE En esos muros recios, de piedra, reside el carácter exterior del estilo románico: rotundo, fuertemente asentado en el suelo. Los huecos profundos y los abocinamientos acusan la robustez del muro. Las arquivoltas, las arquerías ciegas, los contrafuertes, refuerzan su expresión. Y en el interior, con las bóvedas de cañón y con los ábsides, toda la arquitectura es muro: muro que cierra y protege, muro que envuelve y abraza, muro que acoge y ambienta, y que crea, con su concavidad amorosa, esa intimidad recoleta y profunda que caracteriza al recinto románico. Morfología global y expresión del templo románico Durante los siglos XI y XII, la agricultura y la economía, la espiritualidad y hasta las trivialidades cotidianas de la vida de los hombres giraban alrededor de los monasterios. Además, en los monasterios se desarrollaba toda la cultura: eran los únicos focos de irradiación cultural en la Europa de occidente. Todo el arte que se hizo -estilo románico- o era religioso, o seguía los rumbos técnicos y estéticos, formales y expresivos que el arte monacal había trazado. Las obras arquitectónicas más importantes son los templos y los monasterios. Y en los monasterios, es también el templo la parte principal. Junto a él, el claustro que es el núcleo ambiental de la vida de los monjes y el enlace de todas las dependencias uno de los elementos más característicos y repetitivos de la planta del templo románico es el ábside semicircular. Es el elemento obligado para cerrar, con su acogedora concavidad, la nave principal, o incluso para encabezar cada una de las distintas naves de las que la iglesia conste. También adoptan forma absidial tanto las capillas que pueden abrirse en los lados, como las adosadas a la girola cuando las naves laterales rodean la cabecera del templo. La forma típica de la planta en las grandes iglesias de los monasterios y en las catedrales es la de cruz latina y sobre el centro del crucero suele levantarse un cimborrio. Frecuentemente las naves laterales están divididas en dos pisos, y el de arriba, abierto sobre la nave central, constituye lo que se llama el triforio. La nave central está cubierta con bóveda de cañón acostillada con arcos fajones que descansan en las pilastras. La bóveda del triforio es un cuadrante cilíndrico que traslada los empujes de la nave central a las paredes laterales. Las naves laterales, bajo el triforio, suelen estar cubiertas con bóveda de arista. Las capillas absidiales están abovedadas en nicho esférico, cuyos esfuerzos son análogos a los de una bóveda de cañón, pero que puede servir también como contrafuerte. El cimborrio que se eleva sobre el crucero pasa de la planta cuadrada a la planta 142 EL ROMÁNICO octogonal o circular mediante trompas cónicas (rara vez se utilizan pechinas). El remate es variable, pero puede ser con bóveda gallonada o incluso con cúpula semiesférica. Las columnas que en las basílicas latinas separaban la nave central de las laterales, son sustituidas en las iglesias románicas por pilares de planta cuadrada o cruciforme, mucho más fuertes, que son los soportes necesarios para recoger los empujes de las bóvedas, sustentar el muro y recibir el apoyo del doble juego de arcos formeros y fajones. A veces, el resalto que frecuentemente presentan los arcos en su intradós, se traduce en cada uno de los frentes del pilar en un nuevo resalto que viene a transformarse en una columna adosada. Las columnas adosadas son, en el templo románico, un simple motivo -insistentemente repetido y característicopara decorar y enriquecer el muro. Columnas adosadas resaltan las pilastras interiores, fraccionan los paramentos exteriores de los ábsides y de las naves, y, sobre todo, constituyen las jambas de las arquerías ciegas y soportan las ricas y fuertes arquivoltas abocinadas que enmarcan opulentamente las puertas y ventanas. En cambio son muy escasas las columnas exentas. Podríamos decir que el templo románico, en su tipología más genuina, no tiene, casi nunca, columnas propiamente dichas. La arquitectura románica, tanto en las columnas adosadas como en las columnas exentas (las exentas, aunque escasas en los templos, son muy abundantes en los claustros) no busca la belleza intrínseca y autónoma de la columna, sino la belleza, expresión y ambiente del conjunto del que la columna forma parte. Es decir, no interesa que la columna considerada aisladamente sea bella, sino que embellezca la arquitectura en la que está enclavada. Habíamos visto que en la arquitectura romana (y más todavía en la griega) la columna era una obra acabada en sí misma -exacta en su esbeltez, decantada en su galbo, depurada en su decoración, perfecta en sus relaciones intrínsecas- que venía a constituirse en el elemento ordenador de todo el conjunto arquitectónico. En cambio, la columna románica carece de galbo (no se complace en su propia línea) y no tiene tampoco unos cánones previos propios: su esbeltez, la estructura de su capitel, sus dimensiones (absolutas y relativas) nacen en función de las exigencias estéticas, constructivas, simbólicas y ambientales de la arquitectura para la que existe. A veces un sólo capitel enlaza a dos o más columnas mellizas, y otras veces dos capiteles distintos están coronados por un mismo ábaco. Exteriormente, el campanario es el elemento más acusado y el signo más expresivo del templo románico. En ermi143 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE tas y en pequeñas iglesias, el campanario se reduce a una espadaña que imprime una marcada personalidad a la silueta; pero, en general, el campanario más característico es la torre, cuya notable verticalidad contrasta con el macizo volumen del templo. Aunque la planta suele ser cuadrada, es también muy frecuente la torre cilindrica. A veces la torre se levanta aislada. Otras, adosada. En ocasiones se erigen dos torres a ambos lados de la fachada, buscando una simetría; pero, generalmente, las torres no quedan integradas en el volumen de la iglesia, sino que son volúmenes añadidos aunque respondan, que no siempre, a una idea compositiva del conjunto. Todas las características constructivas y formales que hemos ido señalando en el templo románico, nos lo definen como expresión arquitectónica de la espiritualidad monacal, como reflejo de la lucha ascética y como una invitación a la vida interior. Su centro es un recinto íntimo y recogido, sugestivo y amoroso, con paredes que abraza en su concavidad y hablan en sus expresivas pinturas. Unos muros fuertes, de fortaleza inexpugnable, amparan ese recogimiento espiritual y lo defienden de las agitaciones del mundo. Fuera, el campanario es el testigo vertical que pregona la riqueza de la vida escondida: es el elemento de llamada y la afirmación de lo divino. Y las puertas abren sus arquivoltas para acoger a los hombres y dirigen sus embudos hacia el interior. La puerta Precisamente quiero hablar de una manera especial, con epígrafe aparte, de esas puertas del templo románico ¡tan monumentales¡- que son uno de los elementos más característicos y originales del estilo. En ellas, el muro -el gran protagonista de la arquitectura románica- va siendo horadado gradualmente en todo su grosor por arcos escalonados, que van decreciendo en sucesivos abrazos cada vez más estrechos y más entrañables hasta llegar a la puerta en su sentido más estricto, que suele ser (no necesariamente) adintelada, y, con frecuencia, con una pilastra central -el parteluz- que la divide en dos. Sobre el dintel, un arco de descarga (el corazón de la serie de arquivoltas) define un tímpano semicircular. La monumentalidad de la puerta románica contrasta radicalmente con la de todas las puertas monumentales que se habían hecho y que se han seguido haciendo en la historia de la arquitectura: los pilonos egipcios, las entradas mesopotámicas flanqueadas por torreones y por imponentes guardianes escultóricos, los propileos, los pronaos aporticados, las columnatas de acceso y las solemnes escalinatas basamentales, tienen expresiones diversas, nos hablan en otro lenguaje y nos comunican un mensaje que nada tiene que ver con lo que la puerta románica nos dice. Todas esas entradas monumentales subrayan la magnificencia del lugar al que dan acceso, unas veces tratando de pro144 EL ROMÁNICO ducir un cierto estremecimiento e incluso temor en quien atraviesa los umbrales; otras veces (cuando se antepone el prestigioso cedazo de una columnata o la ascensión por solemnes escaleras) acusando el carácter selectivo de los que pueden o se atreven a entrar. En cambio, la puerta en el románico (como en la generalidad de los templos cristianos) está a ras del suelo: es para todos los hombres que caminan. Su tamaño es más bien pequeño: el normal para que puedan entrar con holgura y naturalidad las personas corrientes, las personas de a pie. La monumentalidad no está en eso, sino en el expléndido marco de opulentas y majestuosas arquivoltas progresivas con que se ennoblece esa entrada ordinaria. Toda esa ornamentación envuelve con su concavidad al que llega, lo acoge, y le dirige hacia el interior. Muchas veces, figuras escultóricas adosadas a las columnas, poblando el tímpano o aureolando las arquivoltas, rodean la entrada: son santos y angeles que, presididos por Cristo Majestad o por la Virgen Reina, han salido a la puerta para recibir y dar la bienvenida a los fieles. El lenguaje pétreo Para aproximarnos a comprender lo que la arquitectura románica significa, y para descubrir su lenguaje artístico y su aportación espiritual, hemos empezado descubriendo globalmente sus volúmenes y sus espacios, y señalando el sentido expresivo de esas formas generales. Con ello nos situamos en el marco del mensaje; pero no penetramos en su profundidad. No, porque, con ser todo ello muy característico y esencial, lo más enjundioso de la expresión románica no está ni en la situación y desarrollo de sus muros, ni en la relación de sus volúmenes, ni siquiera en la disposición, tamaño y forma general de sus huecos y de sus molduras, sino en las calidades que adquieren las superficies por la decoración texturial de arquivoltas, fustes, impostas y cornisas; por los impresionantes murales, y por las figuraciones escultóricas, que no son algo añadido como adorno a la construcción, sino elementos intrínsecos y esenciales de la arquitectura románica. Los gustos nórdicos que habían cristalizado de la manera más pura en el arte irlandés, pero cuya influencia se había dejado sentir con mayor o menor eficacia en las distintas modalidades prerrománicas se hacen patentes ostensiblemente en la ornamentación intelectualizada, de abigarradas geometrías y de caprichosas estilizaciones, del estilo románico. En el repertorio de formas geométricas con que decoran las molduras son muy abundantes el ajedrezado, los tacos cilíndricos alternados, los dientes de sierra, los baquetones en zigzag, las bandas tachonadas, etc. Esa misma sen145 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE sibilidad nórdica, matizada pero también avivada por influencias bizantinas e incluso islámicas, les lleva a enriquecer algunas superficies y elementos constructivos con abstracciones zoomórficas y vegetales entretejidas en una maraña de formas que se retuercen en geometrías dinámicas elaboradas muy intelectualmente. El espíritu románico es anticlásico, aunque en las plantas de los templos podamos descubrir una filiación de la basílica romana, y aunque se adopten (a veces con bastante fidelidad formal, pero con un sentido artístico totalmente diverso) el capitel corintio, la basa ática y otros elementos heredados de Roma. La expresión de fuerza en los muros a la que tan proclive es la arquitectura románica, pone su sello también en el carácter de toda la ornamentación que se hace ostensiblemente pétrea. La decoración de gusto germánico, aunque se hiciera en piedra, conservaba en el arte irlandés y en el de otras escuelas prerrománicas un cierto carácter de talla en madera o de repujado en metal. Ese carácter se pierde totalmente en las obras románicas, cuya labra está siempre expresando vigorosamente la calidad propia del material. Lo mismo ocurre cuando las influencias bizantinas o incluso hispanoárabes, cristalizan en arquitectura románica: todo se convierte en piedra. Y el capitel corintio, que siempre había tenido -desde su origen helénico- el aire de un trabajo en bronce, en sus interpretaciones románicas, adquiere un carácter rotundamente pétreo. El claustro Además de los templos, los claustros son las construcciones más características de la arquitectura románica. La vida del monasterio tiene en ellos su núcleo ambiental: constan de una amplia galería (que une las distintas dependencias) rodeando a un gran patio normalmente cuadrado, al que se abre en todo su perímetro. La idea no parece ser ninguna novedad. Encontramos muchos antecedentes históricos: la sala hípetra de los templos egipcios, los patios a los que se abrían los grandes palacios mesopotámicos, el peristilo de las viviendas helénicas y latinas, el atrio de las basílicas paleocristianas. Casi podemos afirmar que hay algo en la idea de claustro, que responde a una constante de la arquitectura. Sin embargo, el claustro románico tiene un carácter propio, sin precedentes, y una acusadísima personalidad. Ese carácter radica en aquella peculiaridad que habíamos encontrado en el estilo románico, a la que habíamos llamado (por expresarla de una manera gráfica) “protagonismo del muro”. Este protagonis146 EL ROMÁNICO mo del muro, en principio, lo habíamos subrayado tanto en el interior como en el exterior de las iglesias; pero es todavía más notable en los claustros, en donde, por su propia naturaleza abierta, debe destacarse el vano, es decir, la negación del muro. Comparando el claustro románico con los claustros o patios de otras épocas y estilos, vemos que en las salas hípetras y en los peristilos griegos o romanos, eran las columnas las que imponían su ley. Hay también muchos patios que están caracterizados por la gracilidad de unos arcos. A veces son los huecos mismos los que definen la personalidad del claustro, por su proporción y por la calidad de su enmarcamiento (arcos o pilastras) como viene a ocurrir en muchas obras renacentistas, o por el encaje de piedra que enriquece su transparencia como es frecuente en los claustros góticos. En el claustro románico, en cambio, es el muro, con toda su reciedumbre, quien manda: es el muro que queda partido para que nos asomemos por el hueco, y se nos muestra abierto, cabalgando sobre una arquería, y apoyándose en unas patas enjutas que lo sostienen y lo levantan sobre su propio zócalo. Otras construcciones románicas Además de las iglesias y de los claustros, dentro de los monasterios, destacan por su valor arquitectónico las salas capitulares y los refectorios. Son espacios amplios y nobles, generalmente rectangulares, de muros macizos- a veces con columnas- cubiertos con cualquiera de los tipos de bóveda que se emplean en el románico. En su misma línea se construyen, fuera ya de los monasterios, todos los más representativos recintos de la arquitectura civil: desde el salón del trono, hasta las caballerizas. La fuerza y pesadez de los muros cerrados, unida a la atracción que toda la arquitectura románica tiene por las formas cilíndricas, se extiende a multitud de castillos y de ciudades fortificadas. Cabe citar, por ser un ejemplo que todos tenemos en la mente, las murallas de Ávila. La arquitectura esculpida La ancestral sensibilidad nórdica de los artistas románicos, avivada quizá por las enseñanzas de marfiles hispanoárabes y bizantinos y de telas y decoraciones orientales, lleva -más allá de las abstracciones geométricas- a una ornamentación arquitectónica muy intelectualizada y simbólica, pero también escultórica y figurativa en la que se entretejen formas vegetales con representaciones animales o humanas llenas de vida, estilizadas para acoplarse en su configuración y 147 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE proporciones a las exigencias de los elementos arquitectónicos que constituyen. Todas esas figuras, retorcidas, estiradas o abultadas intelectualmente, no tienen nada que ver ni con los cánones clásicos ni con los dictados de una preceptiva naturalista: pero responden a unas leyes compositivas y expresivas originales, se someten a una ordenación anticlásica, pero profundamente arquitectónica, viva, vigorosa y transida de tensiones espirituales. La piedra, forcejeando consigo misma, va dando vida a seres fantásticos o personajes que, con sus actitudes, configuran las formas arquitectónicas y les dan una vibración humana transmitiéndonos lo más enjundioso de sus historias personales. Algunas veces no son sino elementos constructivos -canecillos, ménsulas o remates- que se ponen a vivir para compartir vivamente con nosotros la arquitectura que configuran, y para enriquecer nuestras vidas vivificando nuestros espacios. Otras muchas veces hay, bajo esas representaciones, una voluntad consciente de comunicarnos un mensaje concreto, de recordarnos un misterio o evocarnos un pasaje de la historia de la salvación. Y vemos así, esculpidas en la arquitectura, escenas del Nuevo o del Antiguo Testamento representadas (despreciando todo naturalismo) de manera esquemática con sólo los elementos imprescindibles para que se capte el asunto desde el primer momento con la mayor intensidad expresiva. En virtud de ese expresionismo románico (me gusta llamarlo así), las partes más dicientes y expresivas de las figuras humanas se presentan con frecuencia proporcionalmente mayores (aumentan su escala para hacerse patentes); así suele ocurrir con las cabezas (principalmente los rostros) a veces, también, con las manos, y dentro de los rostros frecuentemente los ojos son muy grandes y de una gran vivacidad. Frecuentemente, para juzgar toda esa escultura románica que configura los elementos arquitectónicos, se aplican los mismos criterios de valoración que suelen aplicarse a diversos tipos de obras estatuarias o grupos escultóricos de otros estilos y de circunstancias diferentes. Se habla entonces de desproporciones, de deformación, de tosquedad y hasta de torpeza. Para huir de esos criterios inadecuados y evitar los errores que de ellos se desprenden, he preferido que este apartado no tenga como titulo “escultura románica” (aunque sería lícito que lo tuviera), sino que se desarrolle bajo el epigrafe “arquitectura esculpida “, porque con él se expresa mejor su espíritu y sus valores positivos. Efectivamente, un capitel románico historiado no es (aunque lo sea) un grupo escultórico, sino un capitel. Sus valores escultóricos -volumétricos, ritmicos, simbólicos, expresivos- están determinados por su condición de capitel, y no 148 EL ROMÁNICO podremos juzgarlos al margen de su significación arquitectónica. Cada una de las partes del capitel no se configura autónomamente, sino con relación a las demás partes y en función del conjunto. Si en ese capitel está representado un personaje, éste adoptará la postura y las proporciones exigidas por la arquitectura y por el asunto, las cuales no tienen porqué coincidir con las que exigen las leyes de la anatomía humana o los cánones de Polícleto. El hecho de que una figura no responda ni en su proporción ni en su morfología a esas leyes o cánones, no quiere decir que sea deforme o que esté deformada, sino que está conformada según unas exigencias estéticas diferentes: las que impone la composición arquitectónica y la intensidad expresiva. Si para juzgar la belleza artística de una mesa la miramos como lo que es -como una mesa-, y no le aplicamos los criterios que aplicaríamos para juzgar al grupo de Laocoonte, es absurdo que juzguemos un capitel románico aunque sea historiado y figurativo- con el mismo criterio (más o menos) con que juzgaríamos al David de Miguel Angel. Para apreciar su belleza, para captar su mensaje específico, lo primero que tenemos que hacer es mirarlo como capitel: entonces, veremos cómo cada parte individual se configura con precisión acoplándose a las demás partes de manera armónica, equilibrando masas y estableciendo ritmos para constituir la unidad recia y vibrante del conjunto. La figuración se esquematiza para evocar con la máxima eficacia e intensidad el misterio que encierra la escena representada. Al mirarlo como capitel no veremos una serie de monigotes toscos y deformes (como ven los que no han sabido mirarlo con propiedad), sino que veremos un capitel bello, que cumple cabalmente su función estética y constructiva y que nos habla con un lenguaje vigoroso y directo para hacernos vivir unas realidades sobrenaturales. Si he hablado de los capiteles, es porque eran, precisamente, capiteles los elementos arquitectónicos que yo tenía presentes en la memoria y en la imaginación al escribir esas líneas; pero todo lo dicho de ellos se puede decirhaciendo la debida traslación- de los demás elementos arquitectónicos historiados con narraciones o con figuraciones esculpidas. Tanto o más que los capiteles, son muy característicos los tímpanos semicirculares de las sobrepuertas; a veces también, las arquivoltas escenificadas radialmente; algunos frisos, ménsulas y entrepaños de muros, y los personajes que acompañan a las columnas empotradas en las jambas de los arcos. Todo esto es lo que constituye el grueso de la escultura románica; pero a esa multitud de obras escultóricas yo prefiero considerarlas como arquitectura: como uno de los aspectos más enjundiosos de la arquitectura. Son elementos constructivos; pero no se limitan a sostener y a configurar los recintos, sino que hablan, explican, 149 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE presencializan lo santo y constituyen los ambientes humanos y religiosos: lo más profundo de los ambientes arquitectónicos. La fuerza expresiva, ornamental y simbólica no necesita del naturalismo en la figuración, y por eso, en principio, está al margen de él. Pero eso no quiere decir que el naturalismo sea necesariamente incompatible con aquellos valores esenciales. Por este motivo, la escultura románica, poco a poco, va presentando progresivamente un cierto naturalismo, sobre todo en aquellos elementos arquitectónicos cuya ornamentación viene menos forzada morfológicamente, como los frisos, los tímpanos y las jambas de los pórticos (pienso ahora -como ejemplo que todo el mundo conoce- en el Pórtico de la Gloria de Santiago de Compostela). El muro que habla Los elementos de engranaje y valoración de la arquitectura (capiteles, basas, canecillos, impostas, retallos, arquivoltas...) tienen, pues, con frecuencia un lenguaje escultórico, y con su elocuencia enmarcan o subrayan la pétrea solidez del muro. Pero el muro románico no es un protagonista pasivo en la expresión arquitectónica. No lo es ni siquiera en sus caras exteriores, ya que con la textura de sus aparejos de piedra, y, más aún con el juego de sus paramentos verticales, en los que se conjugan las superficies planas y las cilíndricas, definen los volúmenes rotundos y signan los paisajes en que se asientan. Pero, sobre todo, no lo es en sus paramentos interiores que abrazan los recintos con las concavidades de sus ábsides y de sus bóvedas, y los llenan de vida al verter en ellos el mensaje directo y expresivo de sus impresionantes pinturas. La gran importancia que el muro tiene en la arquitectura románica determina el carácter de sus pinturas murales. También la tenía en la arquitectura egipcia, y también los murales egipcios venían signados por esa importancia del muro; pero la importancia -el “protagonismo” le habíamos llamado del muro románico tiene unas peculiaridades muy diferentes a las que presentaba el del antiguo Egipto. Para los egipcios, con su obsesión de eternidad, el muro era expresivo en sí mismo por lo que tiene de estable y duradero, de algo firme, pleno, rotundo y sin fisuras; la pintura que lo decora es plana y está en la pared; se nos presenta como pared, y, en su figuración, actúa siempre sin salirse del paramento: todo su esfuerzo expresivo se dirige a potenciar el muro. En el románico, toda la fuerza del muro está en el muro, sí; pero se dirige a crear un ambiente al que el muro abraza y envuelve. La pintura del muro es, como la egipcia, 150 EL ROMÁNICO plana, y adapta sus formas y sus ritmos a la composición del lienzo que decora porque se presenta también como pared; pero actúa hacia el recinto, y su figuración dirige su mirada y su expresión al ambiente envuelto por el paramento. La pintura románica está concebida arquitectónicamente para hacer más bello el muro, y para enriquecer con su vivacidad cromática y su claridad compositiva, pero sobre todo con sus valores simbólicos y figurativos, los ambientes humanos que constituye. Con consideraciones análogas a las que hemos hecho al hablar de la arquitectura esculpida, podríamos decir que estos murales no son sino el muro (el elemento constructivo) que habla para comunicar un mensaje divino o para hacer presente un misterio. Es importante que consideremos la pintura románica no como un adorno que se superpone, sino como parte integrante del muro. Al ser muro, no puede tener perspectiva: toda sensación de lejanía o de diversidad de términos desvirtuaría su condición plenamente mural. Las figuras se configuran y distribuyen buscando un acoplamiento armónico en la totalidad de la superficie, con una composición decorativa, sencilla y evidente, y definen sus perfiles con unas gruesas líneas negras, que, a su vez, realzan lo plano del colorido y acusan los intensos contrastes cromáticos. Las escenas están representadas sin naturalismo (no interesa la narración pormenorizada) pero con la máxima claridad expositiva, de manera que salte a la vista el mensaje que encierran. Toda la atención debe concentrarse en los personajes (sólo los justos y necesarios) que protagonizan el tema. Nada supérfluo que pueda distraer. Los fondos, lisos. si acaso aparece un árbol, una mesa, una puerta, un objeto cualquiera, es porque está exigido para la fácil comprensión del asunto. Las formas simples y rotundas, la ordenación simétrica y rítmica de los elementos, la brillantez de colorido y la ostentosa muralidad de la concepción (paramental y plana) da a esta pintura románica una evidente monumentalidad. En todo ello, los murales románicos están muy emparentados con los que, desde el tiempo de Justiniano, venía haciendo el arte bizantino. Tanto, que de algunas pinturas románicas podríamos decir que son bizantinas, y viceversa. La disposición general en los muros, de las imágenes y de las escenas suele obedecer también, en el arte románico y en el bizantino, a las mismas reglas: el Pantocrator y la Virgen Reina en la bóveda o en el del abside, centrados entre rítmicas series de santos o de apóstoles: en las paredes laterales, pasajes de la Sagrada Escritura o de las vidas de los santos. Entre unos y otros murales, sin embargo, hay importantes diferencias de fondo; y la diferencia más profunda radica, paradójicamente, en la mera superficie. Sí, porque aunque alguna vez pueda hacerse simplemente pintado, el material propio del mural bizantino es el mosaico: es un mural 151 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE concebido con esa opulencia aparencial que responde plenamente al espíritu de Bizancio. En cambio, el material propio del mural románico es siempre la pintura. En la arquitectura bizantina, el modesto muro de ladrillo se ennoblece y enriquece en su cara vista, para magnificar el recinto. En la arquitectura románica, el potente muro de piedra se humaniza en la superficie para acariciar el ambiente. El mural bizantino tiene toda su fuerza en el paramento mismo, en la riqueza y brillantez de la superficie, en la vibrante calidad de las teselas, y todas las figuras están alli en la actitud pasiva de recibir la admiración, el respeto o la veneración de los fieles. El mural románico establece el diálogo, se vierte sobre el ambiente. Sus personajes miran, penetran, inquieren: arrancan de los fieles el respeto o la veneración y, si es el caso (en representaciones historiadas), la simpatía o la condena hacia sus actitudes. El colorido bizantino está valorado y realzado por la textura misma del mosaico, mientras que la pintura románica, al no tener esa riqueza texturial, acusa sus contrastes cromáticos con las líneas negras que perfilan las formas y refuerzan la expresión de las figuras. Así pues, en las figuras bizantinas hay más solemnidad, y en las románicas, mayor dramatismo. 152 EL ROMÁNICO Sentido religioso de las imágenes románicas Dijimos que, entre las imágenes religiosas cristianas, hay unas, singulares, que son objeto de devoción en sí mismas: actúan como signos visibles de lo invisible, para que, a través de ellas, adoremos a Dios o veneremos a los santos. Hay también un segundo grupo más amplio, cuyo valor devocional consiste no tanto en ser mediadoras de la veneración, cuanto en evocar unos misterios con la representación de escenas o símbolos. Dentro de la pintura mural románica pueden pertenecer al primer grupo el Pantocrátor y la Virgen Reina que, desde el ábside, presiden la nave y acogen la oración de los fieles. Los cortejos de santos o de ángeles que componen el ábside tienen un valor ilustrativo y no hacen normalmente sino subrayar con su presencia la sublimidad de las imágenes centrales. La puerta del templo tiene una iconografía esculpida; pero paralela en su disposición a las pinturas del ábside: el Pantocrátor o la Virgen Reina en el centro, rodeados de otros personajes celestiales que están distribuidos rítmicamente (en las jambas o en las arquivoltas). Sin embargo, estas imágenes esculpidas no tienen el mismo sentido religioso que sus homólogas pintadas en el interior: Cristo o la Virgen no están allí para acoger la oración, sino para acoger a los fieles: con su presencia y sus cortejos de santos están divinizando la entrada. En el resto de la arquitectura que habla pictórica o escultóricamente (muros laterales, capiteles, frisos...), las imágenes religiosas pertenecen al segundo grupo, es decir que actúan en la devoción ilustrativamente evocando misterios mediante la representación de escenas o la aportación de símbolos. Interesa el mensaje que encierran los hechos que se narran; pero no, la descripción pormenorizada de esos hechos. De ahí, su total desprecio por la fidelidad naturalista, y, de ahí también, su expresionismo estremecedor con el deseo de dejar constancia de la bondad o maldad de los personajes representados y de sus acciones Además de la pintura mural que hemos considerado como arquitectura parlante, encontramos otras muestras muy expresivas de la pintura románica en los frontales de los altares y, por otra parte, en las ilustraciones de los manuscritos. Los frontales son también, en cierta manera, elementos arquitectónicos que hablan con sus superficies figurativas. Las pinturas de los frontales tienen la misma disposición y características expresivas y formales que las del ábside; pero su misión iconográfica es muy diversa: aquí las imágenes no están para recibir una veneración, sino para subrayar el carácter sagrado del altar. 153 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE La misión religiosa de las imágenes que ilustran los manuscritos es amenizar la lectura y, a la vez, recordar unos misterios. Consecuentemente, salvando las necesarias diferencias de material y de escala, mantienen el mismo estilo que las pinturas murales: carácter plano, formas decorativas, colores brillantes, y dibujo acusado, elemental y expresivo. El grueso de la escultura románica está integrada en los elementos arquitectónicos, constituyendo la arquitectura; pero hay también otras imágenes que actúan como objeto directo de veneración, esculpidas en bulto redondo. Estas imágenes de escultura exenta tienen un carácter de símbolo y se presentan frontales, estáticas, solemnes y deshumanizadas (están por encima de lo humano). De ellas, las más importantes son el Cristo crucificado y la Virgen con el Niño. El Crucificado tiene el cuerpo derecho, rígido, los brazos horizontales, las palmas de las manos abiertas, los pies clavados separadamente. Impasible al dolor, tiene una mirada profunda que se clava en la eternidad. Adopta dos tipos: el Cristo en Majestad, como Rey de reyes, vestido con larga túnica de mangas y corona real, y el Cristo desnudo que se cubre desde la cintura hasta las rodillas con una pequeña falda que cae verticalmente. La Virgen, sentada, rígida y frontal -entronizada-, nos presenta, sentado en sus piernas -entronizado en Ella mismarígido y frontal también, a su Hijo en actitud de bendecir. La humanidad se relega a un segundo plano: más que una mujer -por encima de ser una mujer- es el trono de Dios. La imagen subraya la majestad de ese Trono; pero no quiere complacerse en la belleza de la Mujer. No quiere complacerse en ella, pero la significa con unos ojos muy grandes y hermosos de penetrante mirada. Peculiaridades locales Aunque la gestación del estilo románico va haciéndose trabajosamente durante varios siglos en diversos países, el nacimiento -las primeras obras a las que se ha convenido en llamarlas “románicas”- suele datarse en la segunda mitad del siglo X, en la Marca Hispánica, a uno y otro lado de los Pirineos. Adquirió su máximo desarrollo en Francia y, desde Francia, se extendió por todos los países de occidente. Hemos hablado de las características generales del románico pero dentro del estilo podemos descubrir, en cada país, unas notas distintivas: la geografía hace que el acento recaiga sobre unos elementos u otros y que en algunos sitios aparezcan formas peculiares. Así, la abundancia de espadañas en Castilla contrasta con las esbeltas torres pirenaicas. 154 EL ROMÁNICO En Alemania, siguiendo una tradición carolingia, la nave central termina en ábside no sólo por el testero, sino también por los pies. A uno y otro lado unas torres cilíndricas pareadas rodean el volumen de la iglesia. Es frecuente sustituir la piedra por el ladrillo, lo que representa un cambio en el carácter. En los volúmenes germánicos se acusa una verticalidad en las proporciones que se contrapone a la robustez achaparrada de casi todo el románico español. En el románico normando, que se extiende también por toda Inglaterra, desaparece la bóveda de cañón en las naves altas, y es sustituida por cubierta de madera. En el conjunto del edificio dominan las formas cúbicas, y, en la decoración, los temas rectilíneos. En Italia, con el arte románico se dan maravillosas obras arquitectónicas; pero, así como las construcciones en Lombardía tienen la máxima pureza y están en el cogollo mismo del estilo, en la Italia peninsular, con la persistencia de las tradiciones romanas y la influencia bizantina, el románico adquiere una personalidad diferente: el muro pétreo pierde ese protagonismo tan característico, al recubrirse de placas de mármoles de colores (como en Florencia), o al desaparecer tras un encaje de arquerías superpuestas (como en Pisa). se hacen obras bellisimas, magníficas; péro muy poco románicas. 155 XII. ESTILO GÓTICO El fenómeno constructivo El paso del románico al gótico, o mejor, la invención del estilo gótico constituye la revolución más grande que ha habido en la historia de la construcción: consiste en eliminar los milenarios muros de carga sobre los que la humanidad había levantado siempre sus más importantes edificios, y sustituirlos por un esqueleto sustentante. Esta revolución constructiva lleva consigo un cambio radical en el sentido de los espacios y en la significación de todos los elementos arquitectónicos. Las paredes son ahora meras separaciones: ya no sostienen nada; por tanto no necesitan su robustez carguera, y, en ocasiones, pueden sustituirse por vidrieras o por celosías. Todo pierde cuerpo. Los cerramientos se aligeran. Desde los tiempos más remotos se habían empleado en la construcción esqueletos de madera para obras de pequeño volumen (la choza) o para elementos particulares de una edificación (la cercha). La gran novedad del gótico consiste en que toda la arquitectura venga sostenida y caracterizada por el esqueleto estructural y, sobre todo, porque esa osamenta sea de piedra y no de madera. La madera, en construcción, trabaja principalmente a flexión y a tracción. Las piezas de madera, en función de vigas o de tirantes y ensamblándose entre sí, dan cohesión a toda la armadura. En cambio la piedra trabaja casi exclusivamente a compresión: sus piezas deben sostenerse descansando unas en otras y absorbiendo los empujes a los que, en todos los apoyos, va dando lugar la fuerza de la gravedad. El esqueleto debe equilibrar los esfuerzos, dirigirlos, y situarse en las líneas de las tensiones. El estilo gótico es una verdadera filigrana constructiva. Después, el renacimiento, constructivamente, dio un paso atrás. Sólo, ya en el siglo XIX, con los hallazgos estructurales del hierro y del hormigón armado, se volvieron a descubrir las virtudes arquitectónicas del esqueleto sustentante, pero con materiales mucho más adecuados. 157 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE 158 ESTILO GÓTICO 159 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE De la construcción románica a la gótica Un arco de medio punto produce en sus apoyos unos empujes hacia fuera. Una bóveda de cañón es como una sucesión continua de arcos de medio punto. Sus empujes Actúan en toda la longitud de los apoyos. Si cubrimos una planta rectangular ABCD con unsa bóveda de cañón, necesitaremos en los apoyos AB y CD unos fuertes muros para absorver los empujes. La bóveda de cañón sobre fuertes muros es lo más característico de la construcción románica. Si para cubrir un rectángulo ABCD queremos prescindir de esos muros sustentantes deberemos eliminar los empujes sobre los lados AB y CD, y concentrar todos los esfuerzos en los vértices. Para ello construiremos dos arcos de medio punto cruzados según las diagonales AC y BD. Otros cuatro arcos unirán dos a dos los vértices sobre los cuatro lados AB, BC, CD, y DA. Cómo los lados son más cortos que las diagonales, sus arcos correspondientes no podrán ser de medio punto si queremos que tengan la misma alturas que los que se cortan en el centro. Los hacemos, pues, más apuntados, y así alcanzaran la altura debida. (Esta es la razón de ser formal y constructiva de los arcos apuntados en la arquitectura gótica). Sobre el esqueleto formado por esos seis arcos, descansará toda la plementería de la bóveda (bóveda de cruceria, se llama). Los empujes se concentrarán en los vértices, y sus resultados actuarán en la dirección de las diagonales. Con una sucesión lineal de bóvedas de crucería adosadas, podemos cubrir una nave. Los resultantes de los empujes serán (excepto en los dos extremos que permanecerán diagonales) perpendiculares al eje de la nave; pero no en toda al extensión longitudinal continua, sino concentrados puntualmente. La nave tenderá a abrirse en unos puntos. Y las sostendremos, precisamente en esos puntos. Esta es la misión de lso arbotantes en la arquitectura gótica: constituyen un elemento sustentante exterior. La cabecera de la nave suele cerrarse con un ábside, cuya bóveda descansa sobre unos nervios radiales. Radiales serán también sus empujes, y los correspondientes arbotantes Los empujes en fachada pueden ser absorvidos por unas pesadas torres. 160 ESTILO GÓTICO Puntualizaciones terminológicas, geométricas y constructivas Gótico significa perteneciente o relativo a los godos. Cuando se estudiaba la arquitectura del renacimiento italiano, se empleo el adjetivo gótico para designar el arte inmediatamente anterior. Era una denominación despectiva (con ella se quería significar arte bárbaro, arte de godos) que se contrapone al arte clásico de los antiguos romanos. La denominación me parece muy desafortunada; pero ha caído con tanta fortuna entre los historiadores del arte, que hoy día es el nombre aceptado y acreditado universalmente como propio del estilo. Cuando se habla de gótico normalmente nadie piensa en algo perteneciente a los godos, sino en unas características artísticas. Si nosotros empleamos esa denominación es porque es la única que podemos emplear de manera que todos nos entiendan, y ni remotamente asoma en nuestro corazón aquel desprecio que dio origen a la palabra. Algo parecido ocurrió con Cicerón. Cicerón fue llamado así porque alguien de su familia tenía una verruga como un garbanzo (cicero), y con ese apodo -ciceron- ha pasado a la posteridad. Ahora, al llamarle por lo que ya es su nombre, nadie tiene ánimo de burlarse de su antepasado el verrugón. Otra alternativa sería llamar al estilo que nos ocupa “arte ojival”. Hay quién le llama así; pero esta denominación todavía dificulta más las cosas, porque al utilizar la palabra gótico podemos olvidarnos por completo de su turbio origen, y darle además el sentido pleno, el sentido que más conviene; mientras la palabra ojival alude a unos elementos constructivos y formales, que son propios del estilo; pero que ni se encuentran necesariamente en todas las manifestaciones góticas, ni son exclusivas de lo gótico por lo que se prestan a las confusiones que de hecho se dan. No sin intención, al explicar el fundamento elemental de la construcción gótica, he omitido las expresiones “arcos ojivos”, “ojivas” y “arcos ojivales”, así como otros nombres técnicos (arcos perpiaños o fajones, arcos formeros...) porque me interesa no que se sepan nombres (a los que podrían dárseles sentidos incorrectos) sino que se entienda plenamente el funcionamiento del sistema, la forma de trabajo de los elementos y las figuras geométricas que se conjugan. Una vez que sepamos con claridad cómo y qué son las cosas, aprenderemos sus nombres, y sólo entonces podremos usarlos con propiedad. Arcos ojivos son Ios que se cortan en el centro siguiendo las diagonales de la planta (arcos cruceros o de crucería, se llaman también). Tienen un trazado de medio punto, es decir que no son apuntados. Para evitar confusiones es interesante subrayar este aspecto de que los arcos ojivos o cru161 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE ceros no son apuntados, sino que son, sencillamente, semicircunferencias. La palabra ojivo proviene de la voz hispano-árabe aljive que significa recinto, clausura, encierro; a veces se le da el sentido de cisterna (encierro de agua), pero en Portugal y Castilla tiene el valor de mazmorra. En esta acección fue tomada por el francés. Así, en francés se designaba con la expresión croix o croissé d’angive (cruz de mazmorra) a los arcos cruzados que acusaban la intersección de dos bóvedas cilíndricas con este sentido volvió al castellano en la expresión de arcos ojivos. Sin embargo, es importante señalar que en las bóvedas de arista (si los cilindros tienen, como es el caso común, directriz semicircular) las aristas no forman semicircunferencias, sino semielipses (el corte oblicuo del cilindro da una elipse). En una bóveda de aristas reforzadas, los arcos cruceros no serán pues de medio punto, sino elípticos. Por consiguiente, cuando hacemos arcos ojivos de medio punto, estos arcos no vienen determinados por la forma de las bóvedas cilíndricas (como algunos autores erróneamente afirman) sino que se construyen con autonomía, y su forma viene a determinar la de las bóvedas y la de los demás arcos, los cuales, obligados por los arcos ojivos a tener una altura superior a la mitad de su luz, se hacen apuntados. Estos arcos apuntados, que vienen condicionados en su forma por los arcos ojivos, se llaman (así se ha dado en llamarles) ojivales. Y. por ser llamados ojivales, su forma (dos arcos de circunferencia que se cortan en la cúspide) ha sido denominada ojiva. La palabra ojiva aplicada a una figura geométrica (forma de ojiva) ha adquirido con el tiempo carta de naturaleza, y como voz sustantiva y medular ha sido reconocida por el Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, que la define diciendo que es “la figura formada por dos arcos de círculo que se cortan en uno de sus extremos y volvíendo la concavidad el uno al otro”. Ojival, según el Diccionario es “de figura de ojiva”, y “aplicase al estilo arquitectónico (...) cuyo fundamento consistía en el empleo de la ojiva para toda clase de arcos”. Esto es lo que dice el Diccionario. La cita no es una aclaración (ya que más bien confunde), sino una curiosidad. Otra curiosidad es considerar que (a la vista de las definiciones dadas y contradiciendo algunas) los arcos ojivos son los únicos arcos del gótico que no son ojivales. La ojiva es la forma que tienen todos los arcos góticos menos los ojivos, y son precisamente éstos (los que no son ojivales) los determinantes del llamado estilo ojival. Los arcos ojivos (arcos cruceros o diagonales, semicirculares) marcan la pauta geométrica (flecha y luz) de todos los demás. Los arcos fajones o perpiaños (que son los que a modo de cinchos o costillas fajan la nave tendiéndose perpendiculares al eje longitudinal) y los arcos formeros (que se alinean longitudinalmente a ambos lados de la nave) son 162 ESTILO GÓTICO todos ellos -en el gótico- apuntados, y están condicionados en su trazado geométrico por los arcos ojivos. Pero si en lo geométrico los arcos mandan y definen la forma de las bóvedas, es en lo constructivo donde ese imperio de los arcos cobra mayor importancia. El armazón constituido por la cruz de los arcos ojivos con los fajones y formeros, forma una nervatura esquelética que es toda la sustentación estructural. La plementería recibe su forma al dictado del esqueleto sobre el que descansa,y no tiene ninguna misión sustentante. Es un mero cerramiento a manera de la membrana interdigital de las palmípedas. Esto no quiere decir que, una vez construida, no constituya una unidad con los nervios y que, de alguna manera, no trabaje solidariamente con ellos. Por eso, cuando durante la guerra, la artillería arruinó muchas bóvedas góticas, quedaron algunos nervios, rotos, sostenidos por la plementería. Esto sembró el desconcierto entre algunos observadores que habían aprendido más o menos lo que es el sistema constructivo gótico, pero que se habían formado de él una idea demasiado simplista. No comprendían que en todo trabajo constructivo hay una cierta solidaridad de todos los elementos que intervienen. Si a una palmípeda se le rompe un dedo, ese dedo puede permanecer sujeto por la membrana interdigital y no caerse, lo cual no es obstáculo para que, en la estructura de la pata, los dedos sean los que sostienen la membrana y no al revés. Soluciones formales diversas y típicas de la construcción gótica Hemos hecho una serie de precisiones para definir lo que es esencial en la construcción gótica. Las bóvedas nervadas (especialmente las de crucería) y los arbotantes son los elementos constructivos más característicos; pero van adoptando formas variadas e introduciendo diversos artificios para dar soluciones diferentes a los múltiples problemas que se plantean cuando la construcción, en lugar de tener una sola nave, se compone de tres o de cinco naves paralelas que pueden ser de diversas alturas y algunas de las cuales pueden prolongarse alrededor del ábside formando una girola. Es habitual que se establezca una nave transversal como crucero. Y, en ocasiones, la planta que se quiere cubrir tiene formas variadas que es necesario geometrizar adecuadamente. Todo esto hace que las formas esenciales adopten modalidades muy diversas, de las que pondremos algunos ejemplos. Una modalidad muy típica de la bóveda rectangular nervada gótica es la llamada bóveda sexpartita , que se forma situando un arco fajón, igual y normales que tienen su apoyo en el arranque de los arcos, pero cuya cúspide coincide con la clave de los arcos cruceros. De esta manera en el centro del rectángulo concurren tres arcos (dos cruceros, de medio punto, y uno fajón, apuntado). La plementería que 163 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE descansa sobre estos tres arcos (y sobre los fajones y formeros perimetrales) constituye seis fragmentos triangulares -seis bóvedas- que convergen en la clave. La luz de los arcos formeros, que es precisamente la distancia entre los arcos fajones, se reduce a la mitad, lo que permite jugar adecuadamente con el módulo estructural de las naves laterales que suelen ser más estrechas. A veces, en una bóveda de crucería, para reducir la superficie de la plementería que se apoya en los arcos ojivos, cada uno de los cuatro triángulos se divide con tres nervios apoyados entre sí y que se asientan, a manera de trípode, sobre los arranques de los arcos ojivos y sobre la clave. A este trío de nervios se le llama tercelete. El fraccionamiento de la plementería mediante juegos de nervios lleva algunas veces a enriquecer la bóveda con jugosísimas geometrías, y, en la fase más avanzada del gótico, las nervaduras de las bóvedas constituyen en muchas ocasiones una decoración de caprichoso encaje, con nervios frecuentemente curvilíneos. La nave que rodea al ábside, llamada girola , se ciñe necesariamente a una línea poligonal y debe encontrar una forma apta y unos artificios constructivos adecuados para cubrirse con bóvedas nervadas. El sistema más habitual consiste en dividirla en una serie de trapecios iguales y cubrir cada uno de ellos con independencia. Sin embargo, para el trapecio no sirve la solución primaria de los arcos ojivos diagonales, porque las diagonales de un trapecio no se cortan en el punto medio, y por tanto, la intersección de los arcos no se daría en la clave, o, dicho de otra manera, no habría una clave común a los dos arcos. La solución que se adopta es construir cuatro nervios iguales, cuadrantes de circunferencia (trazados con el radio de la circunferencia circunscrita en el trapecio) que arrancan en los cuatro vértices y que convergen en el punto equidistante de ellos, en el cual se establece la clave. 164 ESTILO GÓTICO En este ejemplo, los contrafuertes de los arbotantes que sostienen la nave central, sirven así mismo de contrafuertes a la nave central. Sin embargo, las naves laterales pueden tener arcos laterales propios. Según el número de naves, existencia o no de capillas laterales, y altura de estos elementos, el juego de arbotantes puede enriquecerse y variar muchísimo. Para resolver la girola, además de este sistema de los módulos trapezoides, hay una gran variedad de soluciones geométricas, sobre todo cuando la girola es doble o cuando está enriquecida con capillas laterales. Los nervios radiales del ábside producen unos empujes que deben equilibrarse entre sí, si su centro de convergencia fuese la clave del último arco fajón este arco fajón recibirla un empuje en la dirección de la nave y habría que apuntalarlo con un nervio longitudinal o con nervios concurrentes que actúen en sentido contrario. Solución de girola con elementos rectangulares (cubiertos de crucería) alternados con triángulos (con terceletes). Esta solución se da -por ejemplo- en la girola interior de la catedral de Toledo. 165 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE 166 ESTILO GÓTICO El nacimiento del estilo gótico Hemos empezado hablando del gótico como fenómeno constructivo, porque este aspecto es quizá el que con más eficacia nos introduce en las apariencias góticas y porque determina o condiciona las características del estilo. Pero el estilo gótico es mucho más que un simple hallazgo constructivo por importante que éste sea, y constituye, en su conjunto, uno de los más asombrosos y brillantes capítulos de la historia del arte. Los arcos apuntados y las bóvedas nervadas son elementos constitutivos del gótico; pero su sola existencia no nos autoriza a hablar de estilo gótico, hasta que no se da un empleo sistemático de la estructura esquelética, con toda una gramática arquitectónica, y con un acerbo perfectamente coherente de elementos formales y soluciones técnicas en todas las artes. Todo ello envuelto por un mismo espiritu integrador. Algún optimista ha querido ver un antecedente del gótico en las romanas Termas de Diocleciano, cuyas bóvedas de arista están reforzadas con nervios en la intersección de las superficies cilíndricas. Las bóvedas nervadas son frecuentes entre los musulmanes, y ya en el siglo XI aparecen en Armenia bóvedas que podemos llamar ojivales, en cualquiera de los matices de interpretación que tiene la palabra. Por otra parte, dentro del estilo románico aparecen con cierta frecuencia (pienso en el románico borgoñón, por ejemplo) formas apuntadas en arcos y en bóvedas cilíndricas. También en el románico se dan alguna vez las bóvedas de aristas reforzadas. A finales del siglo XI, la catedral de Durham (que podríamos clasificar como obra del románico normando) tiene unas bóvedas decididamente ojivales. Sin embargo, podemos considerar que el estilo gótico nace en la cuenca de París (la isla de Francia) en la primera mitad del siglo XII, y desde allí se extiende, con una impresionante rapidez, por todo el mundo occidental. En su gestación apenas tiene balbuceos. Para llegar a su plenitud necesita inventar una gramática totalmente nueva, y la inventa en todos los órdenes artísticos: en la decoración y en la cantería, en la orfebrería, en los retablos y en las vidrieras, en la tapicería, en la talla escultórica, en el diseño de objetos litúrgicos y hasta en la caligrafía. Así, el estilo gótico, con su radical originalidad, con su novedad deslumbrante, adquiere su plena madurez técnica y expresiva en menos de cincuenta años. Uno de los factores que con más eficacia intervienen en la formación del estilo gótico, en su perfeccionamiento y en su difusión, es el creciente desarrollo de las ciudades con todas las consiguientes implicaciones humanas y sociales. La 167 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE ciudad significa libertad y franquicias, y, sobre todo, capacidad de asociación para el trabajo. En ella surgen talleres donde los artesanos y artistas trabajan y enseñan la profesión se asocian por gremios y por logias (sindicatos horizontales y verticales) que permiten una eficaz organización del trabajo. Los mercados y ferias facilitan el intercambio regional o internacional. La artesanía se enriquece y se perfecciona; y se inventan nuevas técnicas. En la época románica el monasterio había llegado a ser el corazón de todas las manifestaciones culturales y artísticas del pueblo. Con la reforma del cister, San Bernardo reafirma la austeridad de los monjes y su apartamiento del mundo: ahora los nuevos monasterios se edifican lejos de las ciudades. Y las ciudades que se desarrollan, lo hacen al margen de los monasterios. Pero si la reforma cisterciense está en el cogollo mismo de la explosión gótica, no es sólo porque subraya la autonomía del desarrollo urbano; sino, sobre todo, porque al condenar la riqueza ornamental, la pesadez en la construcción, el volumen edificatorio y la profusión decorativa de los monasterios, pone la construcción ojival como modelo arquitectónico por su ligereza y sencillez. De esa manera, la orden de San Bernardo, al extender por toda Europa la multitud de sus nuevas fundaciones, es un factor importantísimo de la difusión del estilo gótico. De la difusión, sí; pero no -al menos directamente- del explendor, porque debido a la misma austeridad que predica, las construcciones cistercienses tienen una altura moderada, líneas sencillas y decoración sobria: carecen de la magnificencia ambiental y de derroche de verticalidad de las grandes catedrales urbanas. Los monasterios cistercienses que fueron surgiendo con rapidez, repartidos por todo el occidente, daban unas pautas constructivas lógicas, aquilatadas y sencillas; que permitían, con una mayor elevación en las bóvedas y más ligereza en los soportes, una construcción sumamente esbelta. Esta esbeltez se prestaba a una magnificiencia ambiental nueva y deslumbrante; y, así, las ciudades, que en su pujante desarrollo rivalizaban levantando sus grandes catedrales, adoptaron el nuevo estilo, embelesadas por su modernidad y sus posibilidades. La nueva arquitectura cogió en marcha la evolución de la escultura románica hacia un mayor naturalismo, y la hizo plenamente suya. Al cambiar el concepto de muro, la pintura adoptó muy diferentes formas expresivas que se integraron todas ellas con propiedad en el nuevo estilo. Y todos los oficios artísticos, vigorizados por el florecimiento de la artesanía burguesa, vendrían a enriquecer sus técnicas y repertorios, aportando elementos muy valiosos e innovadores a la arquitectura. 168 ESTILO GÓTICO Habían surgido unos espacios religiosos totalmente nuevos, y pedían una música religiosa -nueva también- para llenarlos...Con el gótico nació la música polifónica. Morfología general y expresión del templo gótico. Si las características morfológicas específicas del templo románico se desprendían del uso sistemático de la bóveda de cañón, el templo gótico se configura bajo el imperio de las bóvedas nervadas. Así, siguiendo la pauta de las bóvedas, las ventanas, las portadas y la generalidad de los arcos tienen forma de ojiva. Los nervios de la bóveda del ábside, en planta, definen los vértices de un polígono, con lo que ese ábside no es ya de planta semicircular, sino poligonal. La superficie cilíndrica, a la que tan proclive era el muro románico, desaparece con la arquitectura gótica tanto en las bóvedas como en los ábsides. Se acusan las aristas y se fraccionan los paramentos. La línea domina sobre la masa. El muro pierde el protagonismo, y lo asume el esqueleto. Los volúmenes exteriores se rompen cortados por los arbotantes, los cuales, para dar fuerza a su apoyo, necesitan poderosos contrafuertes que se afirman verticalmente con los pináculos. Cuando hay varias naves de distintas alturas, los arcos botareles se extienden a diversos niveles y distancias para apuntalar los puntos críticos de la construcción. La cara anterior del templo es la única en que no hay arbotantes, y allí aparecen las torres que actúan como imponentes contrafuertes para absorber los esfuerzos, y sus volúmenes verticales se integran plenamente en la fachada. En los templos de varias naves, los soportes que separan entre sí las naves y las constituyen, no suelen ser ni las simples columnas de las basílicas romanas, ni las pilastras -más o menos complejas pero rotundamente definidas- de los templos románicos, sino unos pilares a manera de apretados haces de baquetones verticales. Era habitual en el románico que los resaltos de los arcos fajones y formeros tuvieran su continuación vertical en unas columnas adosadas a las pilastras, con sus capiteles propios y sus basas. En el gótico, de alguna manera, sucede lo mismo; pero los arcos que concurren en cada vértice se multiplican con los distintos nervios que constituyen la bóveda, y, al reunirse en el pilar con toda la rica molduración, su continuación vertical, más que unas columnas adosadas a una pilastra, es un fajo de esbeltísimas columnitas y baquetones que conforman un soporte de acusada verticalidad y de muy compleja sección. En estas condiciones, los capiteles se funden en un elemento contínuo que ata, como cinchándolo, el abanico de nervios de la bóveda, y forma con ellos el haz de molduras verticales. Las columnas de este haz descansan sobre basas individuales a 169 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE distintas alturas (parece que en el gótico hay una cierta tendencia a romper las horizontales), cuyos plintos van configurando el zócalo del pilar y regularizando su planta. Las paredes, al no tener ninguna misión sustentante, pierden su robustez. En ellas, las ventanas pueden hacerse tan grandes como se quiera y suelen cerrarse con vidrieras gigantestas vidrieras, a veces- de riquísimo cromatismo. Para sostener el vidrio, colocarlo en pequeños fragmentos y valorar su luminosidad y colorido, los grandes ventanales se cubren con enrejados de piedra de fantásticos encajes. Si los ventanales de las catedrales góticas representan un rompimiento total con sus precedentes ventanucos románicos e incluso con todas las ventanas y lucernarios que se habían hecho en la historia de la arquitectura, en cambio la puerta gótica tiene una evidente continuidad con la románica, de la que hereda la monumentalidad de las arquivoltas escalonadas y la riqueza decorativa e iconográfica. Es una herencia formal y simbólica, pero no constructiva ya que los sucesivos arcos románicos -aunque a veces respondieran sólo a razones estéticas y expresivas o incluso consuetudinarias- en principio tenían su razón de ser en que iban horadando gradualmente el grueso muro para sostener el abrumador peso de piedra que gravita sobre la entrada, mientras que la puerta gótica no tiene ningún grueso muro que horadar, y, por tanto, tampoco se justifican sus arcos porque descarguen el hueco de un peso mural que no existe. Todo ese progresivo abrazo, toda esa amable concavidad, todo ese embudo monumental y acogedor, esta delante de la pared de la fachada y ajeno a ella. Se justifica ya (no necesitaría más justificación) por su actitud cordial y por la confortadora bienvenida con que recibe al que llega; pero constructivamente no es un elemento postizo, no es un añadido inútil, aunque su función mecánica sea diferente a la del portal romanico: sus progresivas arquivoltas no sostienen el peso del muro (ya que no hay muro), no son pues arcos de descarga; sino que, por el contrario, son ellas las que cargan, afirmando con su peso y con sus empujes los contrafuertes de fachada en los que se apoyan. Es decir, que la herencia románica tomada con bastante fidelidad en lo morfológico- cambia radicalmente de sentido constructivo en la nueva arquitectura y se hace plenamente congruente con el espíritu de la construcción gótica cuajada de tensiones activas que se equilibran. Desde el punto de vista formal, naturalmente, el arco de medio punto de la puerta románica es sustituido por la ojiva, lo cual lleva consigo también un cambio de expresión: el abrazo se debilita en su actitud protectora; pero adquiere un impulso de elevación. Cuando en las arquivoltas de las puertas románicas se distribuían series de figuras acompasadas, se colocaban radialmente acusando el centro de la 170 ESTILO GÓTICO entrada. En cambio, las figuras que pueblan las arquivoltas góticas se sitúan unas sobre otras, con las cabezas hacia la clave, con lo que se acentúa el sentido ascendente. Las características morfológicas y la expresividad de cada uno de todos estos elementos de la arquitectura gótica concurren a dar la expresión propia, acusadísima y original, de las grandes catedrales: la mole de piedra se desintegra en contrafuertes escalonados y en arbotantes rampantes de vibrante verticalidad; las líneas horizontales se rompen; toda la silueta se eriza en agujas y pináculos. Parece que el templo entero quiere arrancarse de la tierra y levantarse al cielo. Las torres, integradas en el volumen dinámico del conjunto, no son (como lo eran en el románico) meros elementos de llamada, sino índice ascensional. El pueblo románico se recogía agrupado por la atracción del monasterio. La ciudad gótica se eleva a Dios por su catedral: la catedral es la oración de la ciudad, hecha piedra. Y es, a la vez, la piedra, hecha oración. De la puerta ya hemos hablado con espacio. Es, como era la puerta románica, a la vez acogedora y monumental. Es, también, una invitación a entrar. Pero es, además, una invitación a subir. Hay en ella como un adelanto de lo que va a encontrarse en el interior. Porque es en el interior, efectivamente, donde la arquitectura gótica se expresa con más elocuencia. Hablar de la espiritualidad de las catedrales góticas es un lugar común; pero es una manera de expresar esa sensación que nos producen de que la piedra deja de ser piedra pesada y terrenal, y la materia pierde su masa y se hace etérea. Los paramentos -ingrávidos- configuran un ambiente alto, enhiesto, que horada el cielo. El cielo infinito y la inmensa orquestación del cosmos se convierten en luz y en color en las vidrieras, y entran al mundo interior para enriquecerlo, para henchirlo. Todo, entre ojivas que apuntan hacia arriba, dirige la atención hacia lo alto. Y, en lo alto, las bóvedas tejen el encaje de sus nervaduras, en las que está la esencia de la construcción gótica. Así como podría decirse que la arquitectura románica es una expresión de la lucha ascética, podríamos considerar que la arquitectura gótica expresa la unión mística. La ornamentación escultórica. Esta descripción global de la arquitectura gótica nos permite situarnos en la línea del estilo, comprender algo que es esencial en él, y captar a grandes rasgos la expresión de su lenguaje. Pero el carácter expresivo del gótico se da, no sólo por esa relación general de formas y espacios, volúme171 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE nes y huecos, sino también -muy importantemente- por la riqueza texturial de las superficies, por el valor y calidad artesanal que adquieren los materiales, y, sobre todo, por la perfecta integración de todas las artes plásticas en el hecho arquitectónico. El carácter de la ornamentación y el tratamiento parcial de elementos y superficies es muy peculiar; pero es una consecuencia lógica de los principios globales constructivos y expresivos del estilo arquitectónico. El muro, que no necesita ya su robustez sustentante, se abre en grandes ventanales o se transforma en livianas tracerías. Las aristas dejan de ser meras intersecciones de grandes superficies definidoras de volúmenes, y pasan a convertirse en elementos sustantivos que se apoyan y se superponen mutuamente y constituyen la enjundia de la trama arquitectónica. Se debilita el valor de la línea como límite y se refuerza el valor de la línea como dirección. Al perder el muro su rotundidad, surgen varillas, nervios, calados, pináculos y multitud de elementos varios que se van configurando en piedra; con lo que la piedra pierde su carácter pétreo y adquiere calidades de metal: las obras del cantero parecen en muchas ocasiones obras de orfebrería o de cerrajería. Toda la ornamentación busca formas más gráciles: las geometrías rotundas que los románicos buscaban tanto en sus motivos decorativos abstractos (ajedrezados, dientes de sierra, etc.) como en sus intelectualizadas estilizaciones vegetales o figurativas, dan paso a una movilidad mucho más ligera de formas ingrávidas: por una parte, juegos lineales de curvas que se cortan y se enlazan en sugestivos y complicados encajes, y, por otra, recreaciones vegetales con una fidelísima representación de la riqueza y jugosidad de las formas naturales. En ellas, la piedra labrada vibra y se agita constituyéndose en cardos, vides, acebos, tréboles y otras frondas diferentes que la botánica brinda. La ornamentación escultórica, figurativa e historiada de la arquitectura, asume la evolución, iniciada ya en el arte románico, hacia un mayor naturalismo; abandona los convencionalismos románicos, y, sin que haya ningún rompimiento drástico, la transformación es total, el acoplamiento al nuevo estilo es perfecto y, ya desde el principio, constituye una decoración plenamente congruente, en su expresión y en su carácter, con la arquitectura gótica. Conforme la arquitectura se hace más liviana, la escultura se presenta con menor frecuencia en los elementos sustentantes (capiteles, ménsulas) y frecuenta más las coronaciones (aleros, pináculos) y también los tímpanos de las puertas e incluso los lienzos de fachada en los que las figuras se individualizan distribuyéndose a veces sobre ménsulas. Es decir, que la ornamentación escultórica pierde su función sustentante, con lo que se aligera. Además, abunda más en aquellos elementos arquitectónicos sin función constructiva 172 ESTILO GÓTICO de soporte, que, al ser precisamente los menos obligantes en la forma, facilitan el naturalismo, la libertad y la viveza de la figuración. En el arte románico, el ámbito de las escenas escultóricas era un elemento constructivo concreto que, al concentrarse en él toda la narración, adquiría una gran densidad argumental. En el gótico puede ocurrir lo mismo; pero hay una cierta tendencia a que las figuras se liberen más del corsé constructivo, a que se individúen y a que la narración no se concentre localizada en un punto. Así, por ejemplo, puede estar el arcángel San Gabriel en un lienzo de pared, y la Virgen María recibiendo su anuncio, en otro lienzo de pared relacionado visualmente con él. De esta manera, la arquitectura se constituye en ámbito de la escena de la Anunciación. Es decir que no sólo la arquitectura es decorada, vivificada y enriquecida por la escultura, sino que, también, se constituye ella misma en escenario que viene a enriquecer y valorar la escultura. Un ejemplo, no único pero muy expresivo, es el que se da en la catedral de Reims: la escena de la coronación de la Virgen está situada en la cúspide de la puerta principal coronando todas las arquivoltas, ángeles, santos y líneas arquitectónicas que en ella concurren. Detrás, centrado, el gran rosetón le sirve de fondo y de inmensa aureola. Toda la fachada se erige en marco de la escena: la arquitectura entera es un himno a la Coronación de la Virgen. La integración de la escultura y la arquitectura se da no sólo porque la escultura cumple una misión arquitectónica, sino también porque la arquitectura tiene un papel de valoración de la escultura y de escenario de sus narraciones. Pero, además, la arquitectura y la escultura, con ser dos manifestaciones artísticas diferentes, se integran en un mismo sentido. Podemos hablar de que integran un mismo estilo, ya que coinciden, si no en la materialidad de las técnicas, sí, en lo más enjundioso de lo que constituye las técnicas y en el espíritu que las anima. La arquitectura pierde su cuerpo pesante y se convierte en espíritu: en aire. Aire estructurado, vibrante, empapado de luz y de color. De igual manera, la escultura no representa tampoco cuerpos, sino espíritus que se manifiestan en rostros expresivos y en manos expresivas. El cuerpo humano desaparece entre jugosísimos ropajes. Los ropajes góticos expresan el aire del cuerpo, el movimiento. Como el de la arquitectura, es un aire estructurado y vibrante en el que palpita el espíritu de la materia que ha desaparecido. La escultura gótica se desarrolla y vibra con el mismo espíritu con el que se erige la arquitectura; como ella, espiritualiza y sublima su corporeidad -se desmaterializa -, y, además, interviene siempre, como uno de los elementos mas efi173 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE caces, en la consecución de los ambientes arquitectónicos góticos. sin embargo, esta perfecta integración en la arquitectura no impide que la escultura gótica sea susceptible de ser juzgada autónomamente, por sus valores estrictamente escultóricos. Los elementos arquitectónicos historiados, figurativos y parlantes que constituían el grueso de la escultura románica pasan a ser en la arquitectura gótica, obras escultóricas con valor propio -verdaderas esculturas o grupos escultóricos- aunque cumplan una misión arquitectónica. Además, las imágenes exentas singulares hechas para ser objeto de culto directo, amplían y enriquecen notablemente su repertorio temático y formal. Y, más aún, los grupos escultóricos que constituyen monumentos (frecuentemente sepulcrales) y sobre todo escenas de retablos en los que se llega a veces -en su línea- a cotas escultóricas insuperables. La mejor escultura gótica puede darse tanto en imágenes de dimensiones generosas, como en figurillas menudas; pero hay siempre, en su escala, una relación con el hombre en cuya vida se integra, logrando así los mejores efectos de viveza expresiva. Por eso huyen del colosalismo. Si muchas veces hay grandiosidad en la escultura gótica, está lograda mediante la riqueza compositiva o el acierto del marco arquitectónico, pero nunca desorbitando el tamaño. En piedra o en mármol, en madera o en marfil, en bronce y en todos los materiales encontramos obras maestras elaboradas muchas veces con exquisita sensibilidad y hasta con genio; pero sobre todo, siempre, con un dominio total de los oficios y una perfecta adecuación para aprovechar al máximo las posibilidades expresivas de cada técnica: la labra o el pulimento, la talla, el repujado, la fundición, el modelado, la policromía, el esmalte, etc., se emplean del modo y en el grado en que mejoran la expresión y la belleza de la obra. El sentido religioso marca las directrices de toda la escultura gótica; pero de ello hablaremos especialmente cuando abordemos el espíritu de la imaginería. Esa desmaterialización de la que habíamos hablado se manifiesta en que, tanto en los grupos escultóricos complejos, como en las imágenes singulares, los juegos de volúmenes tienen menos importancia aparencial y expresiva que los juegos lineales: no nos hablan las masas, sino las curvas y los ritmos. Aunque la escultura es siempre, por su misma naturaleza, eminentemente corpórea, toda la figuración gótica huye en lo posible de representar los cuerpos y parece querer quedarse sólo con el espíritu -con “el aire del cuerpo”, habíamos dicho-. Las figuras se curvan, y ese movimiento elegante del cuerpo se manifiesta en los ropajes amplios que 174 ESTILO GÓTICO todo lo cubren. En un principio, estos ropajes estilizan su caída con graciosa simplicidad. Después, van formando pliegues más menudos que se recogen y se extienden en curvas rítmicas, acentuando más, así, el movimiento lineal de la figura. Ya avanzado el siglo XIV se impone en la expresión de los ropajes una manera opulenta también y muy elaborada; pero con una estilización geométrica muy angulosa. Como únicos elementos que se asoman entre las telas, los rostros y las manos, con la viveza de su expresión, asumen todo el espíritu de los personajes. La expresividad se da al principio en unos rostros idealizados y abstractos y después, en un realismo proclive al retrato personal que se transforma a veces en un duro patetismo. MANIFESTACIONES PICTÓRICAS DEL ARTE GÓTICO La pintura gótica sigue con seguridad y con garbo los derroteros señalados por la arquitectura; o, mejor aún, traza sus propios derroteros al compás y en perfecta consonancia con los derroteros de la arquitectura. Podemos afirmar que toda la pintura románica era fundamentalmente mural. Al desaparecer el protagonismo que el muro tenía en la arquitectura románica, desaparece la importancia de los murales. Así, podríamos afirmar también que en el arte gótico casi no existe la pintura mural. El paramento que limita el espacio se convierte, a veces, en un gran ventanal. La pintura mural se transforma, entonces, en una gran vidriera. La vidriera es una de las manifestaciones pictóricas más importantes plásticamente, más características de lo gótico, y más caracterizadoras de su arquitectura. Pero otras muchas veces, en la arquitectura gótica, la pared permanece. Permanece sin misión estructural, sin especial valor expresivo, más o menos fragmentada, pero plana, sirviendo simplemente de pantalla, de separación, o, a veces, de dosel. En estos caso, la manera más propia de decorarla es vestirla. Aparecen así los tapices (suntuosas vestimentas de las paredes) como otra de las manifestaciones pictóricas que en el gótico adquieren más desarrollo, propiedad expresiva y caracter. Cuando se pretende centrar la atención en la superficie, o dar importancia y dignificar un punto del recinto arquitectónico, el recubrimiento de la pared debe tener una mayor singularidad. No será ya un mero vestido cuyo valor hace referencia a la pared vestida por él; sino que reclamará un protagonismo y adquirirá su propio valor. Con este sentido aparecen y se prodigan en el arte gótico las tablas pin175 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE tadas. Y, con las tablas pintadas, los retablos (retro-tabulum) que ofrecen un fondo enriquecedor y un marco al altar al que sirven de dosel y con el que forman una unidad, centro de atencion del recinto. De estas tres manifestaciones pictóricas que surgen y se desarrollan al son de la arquitectura gótica, en las vidrieras y en los tapices la coloración viene dada por los propios materiales que constituyen el paramento, y su calidad, textura y carácter está precisamente en ellos. En cambio, en las tablas (así como en las ilustraciones de códices, miniaturas, etc.) la pigmentación es algo añadido sobre una superficie previa: esta, la de las tablas pintadas, es la expresión pictórica más autónoma y la que reclama para sí con más propiedad el nombre de pintura. Las vidrieras La vidriera es -como es la pintura mural- la pigmentación de un paramento. Simultáneamente, cumple otras dos funciones arquitectónicas que se superponen: iluminar el recinto y empapar de color el aire del ambiente. Pero en su primera y pictórica función es, prácticamente, un mural (podemos considerarlo así aunque propiamente no haya muro). Es un mural en cuanto que es una pared que habla y que nos dice cosas con el cromatismo de su superficie; pero su lenguaje es muy diferente del que tenían los murales románicos. El mensaje de la vidriera se plasma en el plano del paramento; pero viene, hecho luz, desde fuera: en la superficie paramental están hablando el cielo y la inmensidad del universo exterior; por consiguiente, la enjundia de su expresión no estará tanto en la fuerza y viveza de sus figuras, cuando en la peculiar transparencia, limpieza y vibración con que el vidrio interprete esa voz del infinito, y la traduzca a palabras que nuestros ojos puedan captar. En estas condiciones, los personajes o las escenas están representados como simples alusiones a esos asuntos meramente anecdóticas, y no son esenciales en la fuerza expresiva y en el valor artístico de las vidrieras. No interesa un naturalismo en el dibujo de las figuras, sino una expresividad y belleza en la composición cromática y en la fragmentación de los vidrios. Se dice que en el arte gótico hay una acusada tendencia general hacia el naturalismo de las representaciones. Aunque esa afirmación sea cierta, habría que matizarla; porque ese naturalismo no es esencial de lo gótico, sino una consecuencia de su deseo de viveza en la expresión. El arte gótico busca siempre, ante todo, utilizar cada técnica con la mayor propiedad, y sacándole el máximo rendimiento expresivo; por tanto, sería absurdo aplicar a la vidriería (como lo harán más tarde los vidrieros renacentistas) unos efectos pictóricos concebidos para lograr una fidelidad naturalista en la pintura de caballete, pero que son totalmente improcedentes en un arte cuya razón de ser no es la figuración naturalista y cuya 176 ESTILO GÓTICO técnica y materiales son totalmente inadecuados para ella. El mundo exterior se presenta a nuestros ojos como luces recibidas por los objetos, y sombras; y es un contrasentido el buscar un naturalismo trabajando con luces emanadas de la superficie y con una fragmentación de color obligadamente acusada con elementos opacos. La variación de colores en las vidrieras viene dada por la diferente coloración de los vidrios que las componen y no por efectos de pigmentación posterior: el pintar sobre el vidrio pretendiendo inútilmente un naturalismo (como es frecuente hacer en vidrieras modernas a partir del renacimiento) da opacidad al color y ensucia la luz. En los vitrales góticos el color es el propio del vidrio empleado (se emplean grisallas sólo para definir o reforzar el dibujo), con lo que la luz será siempre nítida, incluso cuando la iluminación sea muy tenue porque se utilicen colores oscuros. Los tapices. Los tapices, cuya fabricación adquiere un notable desarrollo en el arte gótico, tienen la misión arquitectónica de vestir las paredes, de “abrigar” los recintos. Su valor pictórico va necesariamente unido a su calidad como textura, y es precisamente en la textura de los tejidos donde reside lo más propio de su expresión plástica. De ella emana la peculiar vibración del colorido y es un condicionante, junto con su misión mural, de la trama compositiva propia para lograr un conjunto total unitario y adecuado a su función arquitectónica. En la composición del tapiz, en general, no hay un centro de atención: el interés se reparte homogéneamente por toda la superficie a la que viste, de manera que si delante de él situamos un elemento ajeno, superpuesto y tapándolo en parte (un mueble, una escultura o incluso un cuadro pintado) no se acusa el rompimiento de la composición: el tapiz actúa entonces como un fondo noble del objeto antepuesto. En cuanto al tema de la composición y a los motivos ornamentales empleados, los tapices góticos figuran frecuentemente escenas con una gran riqueza y complejidad argumental (pueden ser grandes batallas o reuniones multitudinarias) cuyos valores anecdóticos se reparten equilibradamente en toda su extensión; y, a veces, representando en diversos compartimentos enlazados entre sí, pasajes sucesivos de una misma historia, a la manera de las mansiones en que se compartimentaba la escena en el teatro medieval. Si en el arte gótico se busca el naturalismo, se hace sólo como medio eficaz para lograr una vivacidad expresiva. En los tapices, concretamente, (como ocurría en las vidrieras) el naturalismo está supeditado a la expresión propia del material (calidad y textura) y a la función que cumple en la pared (homogeneidad de interés en la composición) y se 177 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE prescinde de crear una ilusión de verismo. Su valor artístico se halla en todos los rigores que lleva consigo el ser un tapiz, y no podemos juzgarlo aplicándole los criterios valorativos con que juzgaríamos una pintura de caballete. A partir del renacimiento (pero pienso especialmente en el siglo XVIII) los más cotizados pintores pintaron con maestría cuadros -inmensos cuadros, a veces- de indudable valor decorativo, para ser traducidos a tapices. Goya pintó con este fin unos cartones maravillosos, muchísimo más bellos y de mucha mayor calidad pictórica y decorativa que los tapices para los que fueron hechos. Cuando admiramos un tapiz gótico, lo admiramos por su calidad de tapiz, no por el cuadro previo que lo hizo posible. Es un ejemplo más de ese espíritu gótico que busca siempre, para cada técnica, el lenguaje más adecuado y logra así la máxima expresión. Ilustraciones miniadas Es, quizás, este trabajo de los “iluminadores” la manifestación pictórica que tiene menos significación arquitectónica (al menos constructiva y funcionalmente) aunque también en sus formas recibe el influjo -más o menos directo, más o menos lejano- tanto de la nueva estética de los espacios arquitectónicos, cuanto del desarrollo de las técnicas artesanales. Como en todos los campos del arte (lo mismo en la arquitectura que en las más humildes artesanías), también en las ilustraciones está patente ese espíritu del estilo gótico de dar a cada manifestación artística su expresión más adecuada. Los valores pictóricos de una vidriera gótica, son los específicos de su naturaleza y función de vidriera, y no los de un cuadro. Paralelamente ocurre -como hemos visto- con los tapices góticos. Así tambien las ilustraciones se adecúan plenamente a lo que son, y sus valores pictóricos son los que se desprenden de ilustrar con propiedad y primor un libro. Esos valores pictóricos arrancan del libro en sí, con la ordenación de sus textos y la dimensión de sus páginas, y de la escritura misma con su peculiar caligrafía. La pluma empleada para escribir, al darle un corte adecuado, produce unas líneas muy finas cuando se desliza en una determinada dirección, que se convierten en trazos macizos al cambiarla. Este juego de grosores, adecuándose a los movimientos más normales de la mano del amanuense y respondiendo a una definida intención estética, produce un tipo de letra absolutamente nuevo, con una geometría peculiar que acusa vigorosamente los ritmos y ayuda notablemente a la composición ordenada y estructurada de los textos. En la caligrafía de todos los tiempos, los tipos góticos señalan quiza la línea de más acusada personalidad, la más clara definición de un estilo caligráfico. 178 ESTILO GÓTICO Los elementos decorativos -cenefas, capitales- que amenizan los textos y componen las páginas, se constituyen en góticos, siguiendo, a partir de lo románico, una evolución paralela a la que tuvo la ornamentación arquitectónica: las geometrías pierden su rotundidad, los juegos de líneas se van imponiendo a los juegos de masas: curvas y contracurvas se cortan y se enlazan complicada y sugestivamente, mientras que las formas vegetales adquieren más vida en su creciente naturalismo. El naturalismo y la delectación de los juegos lineales aparecen, también, en los ropajes de las figuras que pueblan las viñetas, ropajes que, paralelamente a lo que ocurre en la escultura, asumen el aire, el movimiento y gran parte de la expresión de los personajes, cuyo cuerpo desaparece, para dejar en ellos su graciosa curvatura y su elegancia. El colorido -vivo- no es rotundo como el de los murales, sino vibrante, como el de las vidrieras. Salvando las naturales variaciones que se desprenden de la diferencia de escala y de técnica, las miniaturas de los códices, tienen unas características análogas a las pinturas sobre tabla de las que hablaremos más despacio. Cabe sin embargo distinguir que, siendo aquéllas unas ilustraciones (hechas para ser vistas pasajeramente) y éstas unos cuadros (hechos para ser contemplados establemente), se da en las primeras algunas veces un cierto movimiento dinámico (en acción), mientras que las segundas son siempre estáticas (su movimiento es meramente potencial y rítmico). PINTURA GÓTICA: LAS TABLAS PINTADAS Entre las manifestaciones pictóricas del arte gótico, destaco con epígrafe aparte las tablas pintadas, porque ellas responden con toda propiedad al concepto de pintura en su más estricto sentido , y además porque por su volumen, concepción plástica y técnica empleada definen con la máxima autoridad las características del estilo. De igual manera que cuando se habla de la pintura románica normalmente se está haciendo referencia a los frescos, cuando nos hablan de la pintura gótica sin hacer ninguna puntualización, pensamos en las pinturas de tablas. Son cuadros: no son murales. De aquí se desprenden las más importantes diferencias de concepción pictórica con las obras románicas, y surgen muchas de las peculiaridades de la pintura gótica. El pintor románico se enfrenta con una pared entera e inmueble. El pintor gótico se enfrenta con un cuadro limitado y portátil. 179 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE La pared es el límite de un espacio arquitectónico fijo y definido por ella, en función del cual se hará la pintura. El cuadro tiene una autonomía. El paramento de una pared -en cuanto paramento- pide presentarse plano, como una superficie rotunda. El cuadro, por su carácter de objeto, permite efectos de relieve e incluso de perspectiva. La representación mural de una escena exige una relación plástica con otras representaciones que, con ella, comparten y componen la pared.Una escena representada en un cuadro constituye una unidad independiente. En una pintura mural las figuras deben llamar la atención de una manera clara y terminante sobre el tema que es objeto de la representación. La expresión, intensa, se sirve exclusivamente de los elementos esenciales necesarios para definir el asunto y prescinde de todo lo supérfluo que distraería. Por el contrario, un cuadro es ya un objeto de atención. En él, los elementos anecdóticos pueden enriquecer la expresión y ayudar a la mejor comprensión del asunto. Todos estos rigores hacen que la pintura gótica se nos presente, en general, como mucho más naturalista que la románica; pero no porque busque la copia fiel de la naturaleza como fin del arte, sino porque tales presupuestos sitúan el naturalismo (o, mejor, algún grado de naturalismo) como un medio adecuado para lograr la expresión específica; y, así, los pintores góticos son naturalistas sólo en tanto en cuanto el naturalismo hace más expresiva su pintura. Pero la expresión requerida, en función de la cual se adoptan los formalismos y las maneras más adecuadas, no es una expresión cualquiera, en abstracto, sino que es, precisamente, la expresión concreta y específica que corresponde a ese espíritu que anima todas las manifestaciones (arquitectónicas, escultóricas y también pictóricas, claro) del arte gótico y que constituye el nervio del estilo. Si en la arquitectura y en la escultura que son artes esencialmente corpóreas, la materia pierde cuerpo, de manera que buscan la expresión plástica no tanto en el juego de volúmenes cuanto en el juego de curvas y ritmos lineales, en la pintura, con mucho más motivo por su propia naturaleza, se sigue también este rumbo estilístico. En las representaciones humanas se acusa siempre el predominio del espíritu sobre el cuerpo. Por eso importa tanto el gesto de la cara -espejo del alma- y también el ademán de las manos. En cambio, el naturalismo gótico no lleva nunca a la complacencia en la belleza física del cuerpo. El cuerpo, generalmente, no se ve. No se ve, a no ser que el tema lo exija. Pero aunque no se vea, se siente su vibración 180 ESTILO GÓTICO en el movimiento de los amplios ropajes que lo cubren. Los pliegues generosos rítmicos y estudiados sugieren con elegancia el cuerpo esbelto que bajo ellos se curva graciosamente, y nos hablan de la actitud y postura de sus miembros. En la pintura gótica, lo mismo que en la escultura, el aire del cuerpo -el espíritu- cristaliza en los ropajes. Esas figuras, al agruparse para constituir la escena de la que son actores, componen plásticamente el cuadro enlazando sus líneas directrices, axiales o direccionales en curvas ordenadoras de toda la superficie: marcan ritmos, equilibran planos. Huyen de hacer una composición volumétrica. En los personajes de una misma escena no hay grados de lejanía: están acoplados a un plano. con mucha frecuencia la densidad de las figuras, o su actividad en la narración, obliga a superponerlas: hay entonces superposición de figuras; pero no hay gradación de planos. Unas figuras se sitúan delante de otras, se insinúan perspectivas; pero sus volúmenes no se segregan para componer un mundo de tres dimensiones, sino que se encaraman unos sobre otros para distribuirse en la superficie. Puede haber paisaje, pueden representarse lejanías; pero, aunque las haya, estas lejanías actúan como un simple telón de fondo. Puede ser, inclusive, un fondo próximo en el que se distribuyen las figuras (un recinto interior, por ejemplo); pero no hay integración tridimensional: los personajes y las cosas representadas pueden llegar a tener un gran naturalismo; pero no se sumergen en el ambiente. Son como concreciones materiales, muy concretas, muy definidas, pero abstraidas del mundo material, asépticas, espiritualizadas. Pertenecen siempre a un mundo ideal e ingrávido, lleno de tensiones espirituales. Esas tensiones espirituales se agudizan por los gestos de los personajes y por sus miradas que nos manifiestan -y se comunican entre sí- sus sentimientos -su amor, su odio, su dolor, su alegría...-. La situación, forma y posición de las figuras vienen determinadas siempre por la línea y el color: nunca por el claroscuro. La luz se emplea para definir relieves y describir los objetos pero no, para segregar volúmenes. Y nunca se buscan efectos pictóricos de luz. La descripción pormenorizada de los objetos, el enriquecimiento del suceso que se relata mediante anécdotas o explicaciones marginales, la ambientación intelectualizada llena de convencionalismos, son también características constantes de toda la pintura gótica, que dirigen y limitan la línea de su naturalismo. Épocas, escuelas y artistas de la pintura gótica En la cuna del arte gótico, en Francia, no aparecen tablas pintadas hasta el siglo XIV. Sin embargo, la pintura gótica francesa, con todas las características definitorias del 181 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE estilo que luego pasarían a la pintura de tabla, se había ido formando en las ilustraciones de los manuscritos; y ya en 1250, con obras verdaderamente maestras, había llegado a su plena madurez técnica y estilística. Su influencia se extendió por los diversos países (en los que adoptó peculiaridades locales) y duró hasta mediado el siglo XIV. El arte de la vidriería que se había desarrollado con una rapidez sorprendente, y que por su belleza mágica maravillaba al pueblo y a los artistas, influye no poco en esta pintura de códices con la brillantez del colorido y también con la composición compartimentada mediante baquetones y arcos con lóbulos, etc. La iconografía, con graciosas curvas y amplios ropajes, y con rostros expresivos de rasgos finos y boca pequeña, adopta los mismos tipos que la escultura. El empleo del oro (en detalles aislados o en fondos enteros) junto a los vivos azules y rojos, así como la compartimentación arquitectónica y enmarcamiento de la escena con arcos, gabletes, etc. se prodigan en estas pinturas miniadas francesas, se mantienen en cuadros y retablos,y adquieren carta de naturaleza como elementos típicos de toda la pintura gótica. En Italia, fruto del estrecho contacto secular con la civilización bizantina, se habían mantenido vivas las pintura sobre madera, el mosaico y la pintura mural. A principios del siglo XIII, tras la conquista de Constantinopla por los cruzados, precisamente cuando el auge de las vidrieras estaba marcardo los rumbos de la pintura en Francia, la moda bizantina resurgió con nuevo vigor en la pintura italiana: la “maniera grecca” (así era llamada) se impuso en la forma de pintar, en la que destacó el florentino Cimabue, quien -quizá por su apartamiento de lo góticoha sido considerado por algunos como un precursor del renacimiento italiano. Partiendo de esta moda, pero saliéndose de ella, Duccio infunde una expresión viva y cálida en los rostros y en las miradas, que pierden el hieratismo bizantino; da fluidez y movimiento a los rígidos ropajes; y las manos y las posturas y los objetos adquieren cierto naturalismo y naturalidad: en la pintura de Duccio se puede hablar de gótico con mucha más propiedad que en la bizantinista de sus colegas. Una importancia notable en la historia de la pintura, tiene el Giotto: Innovador y audazmente original, constituye un caso atípico y singular dentro de la pintura gótica. Es primordialmente un pintor mural, lo cual ya le separa de las características generales: su muralismo le lleva a no detenerse tanto en los detalles como en el sentido masivo, de bloque, de las figuras, y a prescindir de todo elemento meramente adjetivo; también, a despreciar por completo los paisajes y las lejanías. sin embargo, es profundamente gótico por el predominio ostensivo de los valores espirituales sobre los corporales en la representación de los personajes: las almas se hacen tangibles en los rostros fuertemente expresivos y hasta patéticos, y en las actitudes (violentas, a veces) 182 ESTILO GÓTICO de los cuerpos, aunque no en los cuerpos en sí, cuya belleza física nunca aparece. En el Giotto, como en toda la pintura gótica, la actitud y la vida de los cuerpos se muestra bajo los ropajes. Para lograr esta expresión de los cuerpos bajo los ropajes, el Giotto no utiliza los típicos juegos lineales con las rítmicas curvas de los pliegues, sino que se vale de bloques compactos que definen masivamente y monumentalmente las figuras. Estas figuras forman la escena, que (como es habitual en la pintura gótica) se compone toda en un primer plano; pero en lugar de encaramarse unas sobre otras sugiriendo perspectivas (como era frecuente) se distribuyen al nivel del espectador con lo que éste participa más intensamente de la escena. El dominio del bloque sobre la línea, la composición a base de masas, y también la utilización de personajes prototípicos, abstrayendo la anécdota individuante, son características que constrastan con la generalidad del arte gótico, y que sitúan al Giotto, con mucha más propiedad que a Cimabue, como un precursor lejano de la pintura renacentista italiana. El pintor más representativo de la pintura gótica sienesa de principios del siglo XIV, en cuanto que asume lo más genuinamente gótico y lo más específicamente italiano de su época, es Simone Martini. Su acusado expresionismo en rostros y actitudes se apoya en multitud de elementos y detalles anecdóticos de usos y vestidos, sacados de la realidad cotidiana, de la vida misma; y está reforzado con atrevidas estilizaciones lineales, y convencionalismos en la distribución de los personajes; personajes que, a veces, se encaraman unos sobre otros para situarse en un plano paralelo al del cuadro, como es frecuente en la pintura gótica. El traslado de la sede pontificia a Avignon es uno de los hechos que propicia la integración de la pintura que se venía haciendo en Italia con la que se había ido desarrollando en Francia, de manera que, en la segunda mitad del siglo XIV, se constituye, y prevalece en toda Europa hasta mediado el siglo XV, el llamado “estilo internacional”. En Italia, la construcción gótica, y el estilo y el espíritu artístico que la acompañan, no había arraigado con tanta fuerza, ni había alcanzado tanto esplendor como al otro lado de los Alpes. En cambio, el arte de la pintura tenía una solera mayor porque se había mantenido viva la tradición de pintar en tabla, y no se había abandonado nunca la pintura mural. El espíritu gótico era algo que, en Italia, se iba recibiendo como un soplo que venía impuesto por el secreto anhelo de los tiempos, y que se infundía sobre unas técnicas perfectamente maduras haciendo evolucionar la concepción plástica. En Francia, el espíritu gótico era una realidad enraizada en la vida de los hombres y cristalizada en piedra, cuyas 183 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE vibraciones pictóricas -color, luz, forma, línea- adoptaron diversas manifestaciones y tuvieron que crear unas técnicas para constituirse en pintura. Por una parte las vidrieras, y por otra las esculturas (con la expresión de sus figuras y el movimiento de sus ropajes) fueron definiendo las formas pictóricas que se plasmarían primeramente en los códices miniados, y, más adelante en las tablas y retablos que, al ser conformados con maneras sienesas vinieron a constituir el estilo internacional. Todas las características generales, definitorias de la pintura gótica, matizándolas debidamente, son aplicables a cada una de las diversas escuelas, épocas y pintores góticos, y, especialmente, lo son a este estilo internacional que toma de la pintura italiana el gusto por la estilización de las figuras e incluso por la riqueza de la textura de los ropajes, ante el cual se reduce al mínimo el estudio de volumen y de espacio. Del otro lado de los Alpes recibe un particular sentido realista con la introducción de retratos muy cuidados, multitud de detalles anecdóticos, prolijamente pormenorizados, y, a veces, una tendencia a lo caricaturesco en personajes y gestos. Paréntesis de situación panorámica En el siglo XV, la pintura gótica, saliéndose de esa uniformidad estilística internacional amasada en el siglo XIV, constituye escuelas diversas con características peculiares y en ellas establece cotas cimeras, insuperables cumbres. Pero para poder analizar en sus valores más genuinos esos variados caminos de la pintura gótica del siglo XV, vamos a alejarnos de ella y verla con su proyección en el tiempo. Para ello contemplaremos el panorama global de la pintura de Occidente no ya en el siglo XV, sino también y sobre todo, en los siglos sucesivos, cuando los pintores -renacentistas o barrocos- alcanzan nuevas cumbres que nada tienen que ver con el espíritu gótico. Si atendemos a unas ciertas analogías que existen entre la multitud de escuelas diversas que florecen en Europa a partir del siglo XV para constituir primero los albores del renacimiento y evolucionar más tarde hacia las variadísimas formas de lo barroco, se me antoja que toda la pintura occidental -lo más glorioso de ella puede reducirse a tres direcciones principales: la italiana, la flamenca y la española-. En esta simplificación que puede parecer excesivamente simplista, bajo la denominación de “flamencos” designaríamos también, convencionalmente, tanto a los pintores alemanes como a los holandeses, y en la pintura italiana no consideramos las notables diferencias que se establecerán entre las escuelas florentina y veneciana. 184 ESTILO GÓTICO Estas tres direcciones de la pintura se corresponden con tres maneras diferentes de enfrentarse con la realidad para representarla. Estas tres maneras no se dan excluyentemente, sino predominantemente, y, en este sentido, podemos afirmar (si la audacia de la afirmación se recibe con cautela) que la pintura italiana busca, en general, la representación de una realidad platónica, de prototipos ideales, abstrayendo de ellos, en cierto modo, las circunstancias individuantes. La pintura flamenca, por el contrario, busca la personificación de los individuos concretos definiéndolos con una descripción pormenorizada de los atributos que los caracterizan y de cuantos elementos anecdóticos fijan sus accidentales circunstancias; pero abstrayendo de ellos toda realidad que los trascienda: son personajes de un sorprendente realismo, y, sin embargo, totalmente fuera -segregados- del mundo real. Podríamos decir que su naturalismo carece de naturalidad. La pintura española huye también de las idealizaciones platónicas; pero sus individuos, tremendamente personales y concretos, tienen siempre una humanidad que los trasciende: los detalles anecdóticos no llevan tanto a un lirismo descriptivo como a la expresión de una realidad tangible y viva. La pintura gótica del siglo XV La pintura gótica alcanza sus más altas cumbres, su soberano esplendor, ya en el siglo XV, y, en él, es la escuela flamenca la que tiene el más brillante desarrollo y mayor influencia. Esta escuela flamenca del siglo XV, con sus artistas singulares cimeros en la historia de la pintura, tiene -llevadas a su plenitud- todas las notas que hemos señalado como características generales distintivas del arte gótico: dominio del espíritu sobre la materia, que se traduce en una predilección de la línea sobre el volumen. Ese predominio lleva consigo no complacerse nunca en la belleza de los cuerpos; pero sí en sus gestos y posturas (el espíritu de los cuerpos) que vibran frecuentemente bajo los opulentos y movidos ropajes que los ocultan. Y en la expresión de los rostros. Y de las manos. El juego lineal de cuerpos que se curvan y de ropas que se quiebran geométricamente, es, en la escuela flamenca, especialmente plano y caligráfico; y, en la composición plana del cuadro se integran también las perspectivas arquitectónicas y los paisajes cuando los hubiere. Las figuras tienen siempre su debido relieve, pueden presentarse, incluso, lejanías; de hecho, algunas veces, se representan planos 185 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE distintos y fondos lejanos con propiedad; pero, a pesar de ello, la composición plástica no es tridimensional, sino que mueve sus ritmos y distribuye sus caligrafías en la superficie del cuadro, y en ella establece el equilibrio de las formas. Todos los elementos figurados en la pintura están descritos prolijamente: cada uno -considerado aisladamentepuede ser el centro de atención: los detalles anecdóticos más insignificantes, pintados con cuidadosa delectación, se objetivan al recibir un tratamiento de protagonismo. Es verdad que está, cada uno, en el lugar preciso que le corresponde en el concierto del cuadro; pero adquiere en él una realidad objetual propia e independiente. El colorido vivo y variado -en el que se puede descubrir una cierta predilección hacia los azules- reparte su brillantez homogéneamente por todos los elementos compositivos y por toda la trama argumental. Todo, cualquier pormenor (el bordado de un manto, un ropaje que se quiebra, una flor que se desmaya, una lágrima que cae...) es importante. Todo se individúa y hace su aportación particular a la totalidad, que se constituye así por simple adición (aunque perfectamente ordenada) de partes elementales cada una con su valor unitario. Podemos considerar como los iniciadores del gran esplendor de la escuela flamenca gótica a los hermanos Hubert y Jan Van Eyck cuya pintura (que empieza con el siglo) responde con plenitud a todas las características generales que hemos enunciado. Su estilo detallista y prólijo, de brillante colorido se ve muy favorecido por la introducción de la técnica del óleo, que por sus condiciones de secado, intensidad de color, riqueza de matices, facilidad de veladuras, posibilidad de variación en la densidad de la materia, etc., fue adoptada universalmente desde entonces hasta nuestros días como la técnica pictórica por excelencia. También en esta primera mitad del siglo XV, Roger Van der Weyden es una primera figura de la historia de la pintura universal. Centra todo el interés de sus tablas en los personajes patéticamente pintados, amorosamente detallados y rítmicamente distribuidos en el primer plano del cuadro, con un dibujo profundamente sentido y meditado. Para no mermar la impresionante fuerza expresiva de sus figuras, se desinteresa por la representación de lejanías o perspectivas, de las que frecuentemente prescinde y las sustituye por un fondo liso. Ya muy mediado el siglo, florece su discípulo Hans Memling que cuida -tanto como el maestro- la composición rítmica de las líneas que definen las posturas de sus personajes, los cuales adquieren una deliciosa delicadeza, lindante con el amaneramiento. Su finura le aparta de toda nota trágica, aun cuando el tema la pida. 186 ESTILO GÓTICO Contrastando con él, Van der Goes se nos presenta dramático y torturado en la manera de enfrentarse con los temas; y sus composiciones, vivas y dinámicas, rompen el característico estatismo de los anteriores flamencos. A finales de siglo aparece el lírico Gerard David, gran pintor enamorado de los prados floridos. Y, contemporáneo suyo, el holandés Jerónimo Bosch -”el Bosco”- que, con una imaginación calenturienta, compone sus pinturas representando en la superficie plana del cuadro un paisaje onírico sobre el cual distribuye multitud de personajes caricaturescos y figuras fantásticas, con agudeza humorística e intención moralizante. Comenzado ya el siglo XVI, brilla la pintura de Patinir, cuyos maravillosos paisajes constituyen un jugoso telón de fondo a las figuras, graciosamente rítmicas, que al destacarse sobre él, adquieren su propia vida. Contemporáneo suyo, el alemán Matías Grünewald es el último pintor plenamente gótico de lo que convencionalmente habíamos llamado línea flamenca. Su dibujo y sus composiciones atormentadas tienen un patetismo estremecedor. Como ejemplo de esta pintura flamenca del siglo XV podemos elegir el Descendimiento de Van der Weyden (Museo del Prado) por ser una obra cumbre de la pintura universal y que reune en grado sumo y con una gran pureza y perfección las características más peculiares de la escuela gótica de Flandes. La composición resuelta bidimensionalmente, como es habitual y característico de la escuela, se hace más ostentosa al situar las figuras que llenan toda la superficie, distribuidas en un solo plano, sobre un fondo liso, sin lejanías ni perspectivas de ninguna especie. Todo el dibujo, profundamente sentido y meditado, se resuelve en un juego lineal de curvas que se enlazan rítmicamente y quedan sentido y expresión a los personajes. Estos personajes son escrupulosamente naturalistas; pero están como arrancados de la naturaleza. Cada uno tiene su personalidad individual y concreta -conmovedoramente concreta- pero está fuera, abstraido de nuestra realidad tangible. La mayor importancia jerárquica de determinadas figuras viene señalada por su situación en el cuadro y por su papel argumental; pero no porque tengan un especial tratamiento, ya que todos los puntos del cuadro están tratados con la misma atención y con la misma delectación en los prolijos detalles anecdóticos profusamente repartidos. Tampoco hay ningún acento particular en el colorido, que es brillante, homogéneamente brillante en toda la superficie. 187 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE Aunque los pintores españoles del siglo XV -góticosson en general seguidores de la escuela flamenca, está presente en ellos el germen de lo que constituye el nervio y principal característica de esa gran pintura española que sigue desarrollándose en el siglo XVI y que alcanza sus grandes cumbres en la época barroca. Las figuras que pintan estos pintores góticos españoles del XV, son concretas y pormenorizadas (como las flamencas) pero transidas de humanidad. Existe en ellos el detalle anecdótico y prolijo (aunque en general se da con menos profusión que en los flamencos); pero esa anécdota pierde su protagonismo y va dirigida a acentuar el realismo y fuerza expresiva. El juego lineal no busca tanto la delectación en la composición caligráfica, como la simplicidad y claridad de la descripción. El interés por los personajes se logra a veces a costa del interés por la composición del plano. El colorido suele ser mucho más sobrio, menos brillante, pero en general es más cálido y muy raramente emplean los tonos azules que solían ser los predilectos de los flamencos. Todo ello hace que, aunque la Pintura española del siglo XV suela considerarse como una parcela de la flamenca, aun cuando, efectivamente, los pintores españoles pinten mirando a Flandes e imitando sus modas y maneras, lo hacen con un espíritu propio. Son menos decorativos: más duros. Menos atractivos; pero, quizá, más vigorosos y profundos. Podemos descubrir estas características enunciadas, con más o menos claridad y con los matices personales de cada uno, en los catalanes Dalmau, Martorell y Huguet, y en el castellano Fernando Gallegos; pero quiero detenerme especialmente en Bartolomé Bermejo y, más concretamente, en su Piedad que se conserva en el Museo de Barcelona, que es una obra maestra de la pintura universal y paradigmática de la pintura gótica española: -Colorido oscuro y sin brillantez; pero cálido y profundo -dramático-. La multitud de pormenores anecdóticos y la descripción prolija y detallada de todos los elementos adjetivos, no sólo no disgregan la atención ni crean un protagonismo accidental, sino que concurren a lograr un realismo estremecedor y una mayor fuerza expresiva en las figuras, cuya emoción humana importa mucho más que la gracia caligráfica de la composición, por la cual Bermejo no muestra ningún interés La escuela flamenca del siglo XV deja su sello en toda la pintura europea desde España al Báltico, aunque con notas propias de cada geografía, que en algunas ocasiones -es el caso de la pintura española e incluso de las de las distintas regiones ibéricas definen personalidades locales autónomas. 188 ESTILO GÓTICO Sólo en Italia la pintura se desarrolla por su cuenta, al margen de las corrientes flamencas. En Francia la pintura es fundamentalmente flamenca, aunque algunas veces (como en Jean Fouquet) muestre influencias italianas. Hay, sin embargo, en la Provenza una obra singular que, tanto por su valor pictórico, como por su estilo peculiar no entra plenamente en ninguna de las líneas definidas, merece ser citada particularmente. Me refiero a la Piedad de Avignón. Su autor anónimo muestra un conocimiento de los flamencos y sobre todo de Van der Weyden al que recuerda en el dibujo dramático y cuidadosamente lineal; pero no se deleita como él en la orquestación caligráfica y homogénea de todo el cuadro, sino que se centra en unas líneas simples fundamentales que no buscan la gracia compositiva, sino la claridad y la expresión directa. Quizá la proximidad a Italia le dió una manera de componer que no es flamenca. Quizá de la proximidad a España recibió la sobriedad de color, la fuerza y la profundidad... Pero la Piedad de Avignon no es española, ni italiana, ni flamenca. Y. sin embargo, es acusadamente gótica del siglo XV. En Italia, la pintura del siglo XV -el quattro- 189 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE cento italiano- suele estudiarse siempre dentro del renacimiento, porque es precisamente en este siglo cuando se ponen las bases de todo el arte renacentista y cuando se levantan las primeras de sus grandes cumbres. Hay, sin embargo, en el quattrocento, magníficas obras góticas (algunas, plenamente góticas, y otras, en que lo gótico aparece mistificado con búsquedas renacentistas) que merecen ser consideradas como lo que son: como culminación de un estilo, como obras cimeras dentro de una manera enjundiosa y fecunda de concebir el arte, y no sólo como antesala para otros rumbos, que, aunque son luminosos también y fructíferos, no es justo considerarlos como exclusivos y excluyentes y mucho menos el adoptarlos como criterio supremo y único de valoración artística. Al establecer como punto de referencia absoluto la pintura del renacimiento, surge esa desafortunada denominación de “primitivos” para los más geniales pintores góticos. No es el momento de analizar el fenómeno artístico del renacimiento en toda su extensión, ni la multiplicidad de sus causas y de sus consecuencias, ni su íntima relación con el momento crítico de la historia universal en el que se ubica cronológicamente y con el que se identifica. Quiero sólo señalar aquí los aspectos aparenciales y de raiz más característicos y definitorios del estilo gótico y de la pintura renacentista, los que nos permiten comparar y distinguir ambas maneras de concebir la pintura, aún cuando una y otra puedan superponerse en el tiempo e incluso darse unidas en una misma obra. Todo lo gótico se caracteriza por una primacía de lo espiritual sobre lo corpóreo. De los personajes representados en la pintura gótica interesa, sobre todo, su espíritu. En ellos, el cuerpo no tiene valor por sí mismo, sino por cuanto con su gesto y su postura refleja una personalidad interior y una actitud espiritual. Los pintores góticos son muy parcos en la representación de cuerpos desnudos, y cuando por necesidades expresivas lo hacen, podrán pintarlos con corrección; pero jamas se detienen ni se complacen en su belleza corporal. Todo el arte renacentista, en cambio, se caracteriza por una búsqueda apasionada de la belleza material, por una racionalización de la belleza. De los personajes representados en la pintura renacentista interesa sobre todo su perfección física y anatómica. En ellos el espíritu no tiene más valor que el de dar vida a un cuerpo bello. Los pintores renacentistas juegan con la luz recibida por los objetos y las sombras propias y arrojadas, como elementos esenciales de la pintura que construyen la corporeidad. Los pintores góticos, en cambio, sólo emplean el claroscuro en la medida en que lo necesitan para definir sus figuras, y, en sus cuadros, más que acusar con sombras vigorosas 190 ESTILO GÓTICO la luz que reciben los objetos, nos hacen sentir muchas veces como una cierta emanación de luz. Con esta aclaración podemos hablar de la pintura gótica del quattrocento italiano apreciándola en todo su valor, dándole su auténtica significación, sin empequeñecerla al considerarla como un rezago medieval en medio del renacimiento o, lo que es peor, como un arte premioso (primitivo) que no pudo alcanzar las cumbres renacentistas. Esta pintura gótica italiana del siglo XV, en lugar de representar unos individuos estremecedoramente concretos, describiendo con delectación sus circunstancias particulares, como sus contemporáneos flamencos y españoles, suelen plasmar unos personajes idealizados, despojados de las peculiaridades individuantes, que viven en un ambiente poético sobre una escenografía imaginaria. Sin embargo, no se pueden fijar unas características generales de toda esta pintura gótica quattrocentista, sin el peligro de una excesiva simplificación, porque mientras la escuela flamenca, salvando la personalidad de cada autor, se nos presenta con una gran homogeneidad estilística, en Italia el fervor por muchas líneas variadísimas arraigadas en la tradición, superpuesto a la búsqueda apasionada de nuevas formas de expresión producto del renacimiento, hace que se abra notablemente el abanico de las maneras e incluso de las concepciones artísticas, de forma que unos artistas se diferencian mucho de otros y a la hora de encontrar entre ellos algunas analogías que nos permitan agruparlos para establecer sus mútuas relaciones, pueden surgir criterios muy diversos y, sin embargo, válidos. Los grandes maestros italianos del siglo XV empiezan con Lorenzo Monaco en Florencia y Gentile Fabriano en la Umbría. Ambos se mantienen dentro del gótico internacional, del que son muy destacados representantes. Al empezar el siglo, aparece Fra Angélico que es una de las cumbres más importantes de la pintura gótica, con una personalidad muy peculiar y acusadísima; pero que asume plenamente las notas que habíamos dado como características generales de la pintura italiana. El Angélico, concretamente, pinta un mundo espiritual, sin casi ningún asidero en lo corpóreo: figuras ingrávidas, idealizadas y amorosamente sentidas envueltas en una atmósfera celestial. Oros, rosas y azules, colores limpios y transparentes, jugosos y tiernos crean un clima de una luminosidad irreal que brota de la pintura. Con personalidades diferentes, plenamente góticos, y siguiendo de alguna manera la línea de Fra Angélico aunque con mucho menos nervio espiritual que él, podemos citar 191 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE como ejemplos de delicadeza y sentimiento a Masolino y a Fra Filippo Lippi. Piero della Francesca es una figura singular de una extraordinaria originalidad y fuerza, que se aparta de todos los formalismos góticos; pero, pese a ello, es quizá un peculiar espíritu gótico su principal virtud pictórica. Por su amor a la geometría y a los volúmenes rotundos se le puede clasificar como renacentista. Pero no se deleita, como es característico del arte del renacimiento, en la belleza y perfección anatómica de los cuerpos, sino en su estilización y en su apostura. Hay una idealización de los cuerpos, un estatismo, un sentido masivo, de bloque, trabajado no con la fuerza de un claroscuro que construye las formas, sino con una misteriosa luz sobrenatural que emana de las formas construidas. Todo ello le confiere un espíritu monumental y una intensidad expresiva mayestática que es su más notable valor artístico. Botticelli sumergido en el mundo del renacimiento, contempla la antigüedad clásica, aborda temas paganos y cultiva con delectación el cuerpo humano; pero su concepción plástica y el sentido de su manera de pintar son típicamente góticos. Del cuerpo humano no le interesa tanto la perfección anatómica y la belleza estática de las proporciones, como la elegancia de su movimiento. Se complace en la línea; no, en el volumen. Huye de las sombras y de los juegos de claroscuro como elementos que son constructores de una corporeidad que es ajena a su ideal estético. En cambio, la línea, amorosamente acariciada, describe formas y organiza ritmos caligráficos de un delicioso lirismo, con gran viveza y expresividad Sentido religioso de la iconografía gótica En el arte románico, las imágenes singulares que se levantaban como objeto directo de devoción, atrayendo de una manera sensible la adoración o la veneración que se dirige a Dios o a los Santos, eran, frecuentemente, monumentales pinturas que presidían los muros. En el arte gótico, al desaparecer prácticamente la pintura mural, las imágenes pintadas cambian de sentido religioso, se enriquecen mucho en su valor narrativo, descriptivo y evocador; pero no suelen ser nunca esos centros de atención que se constituyen por sí mismos en objetos singulares de devoción. Esta misión religiosa -al ser desplazadas de ella las imágenes pintadas- es asumida casi totalmente por la iconografía esculpida, que extiende notablemente su repertorio y da un giro expresivo y un nuevo sentido espiritual a los rumbos seguidos por los escultores románicos. 192 ESTILO GÓTICO Las imágenes exentas románicas se reducían -casi exclusivamente- al Cristo crucificado y a la Virgen Reina, Trono de Dios. El campo de las góticas se amplia notablemente con el culto escultórico a los santos y con advocaciones diversas. Por otra parte, estas imágenes góticas no están nunca en esa actitud estática y distante de recibir pasivamente el homenaje de veneración que arrancan de los fieles con el misterio de su majestad; sino que reciben el homenaje de veneración vivificando con su expresión de vida la devoción de quienes las veneran. Las imágenes singulares que son objeto central de culto se aproximan formal y expresivamente a aquellas cuya misión es narrar un suceso o evocar una escena. El santo que se erige sobre su peana para atraer singularmente la veneración de los fieles, puede ser de madera o de alabastro, pero, aparte del carácter propio del material y quizá de la escala, no tiene diferencias escultóricas con las estatuas de piedra que escoltan la puerta monumental, ni con las figurillas de plata que montan su guardia en los ostensorios o en las custodias procesionales. En las imágenes románicas de la Virgen se destacaba, con fuerza, la realeza (estaban solemnemente coronadas y entronizadas), y, sobre la realeza, se acusaba su dignidad de Trono de Dios. En las Virgenes góticas el aspecto que más se acentúa es la maternidad. No sólo como Madre de Dios, sino como Madre de la humanidad y, especialmente, como Madre del Niño con el que mantiene frecuentemente un diálogo expresivo y vital. Estas imágenes suelen seguir significando la realeza con una corona regia y un manto opulento; pero con frecuencia la Reina abandona su trono para presentársenos de pie, y su actitud es siempre no tanto solemne y mayestática, cuanto amable y maternal. Tiene un gesto circunstancial y humano que se mueve en la vida fluyente; no es un gesto eterno y atemporal. Si comparamos el Cristo crucificado románico -rigido e impasible, reinando desde la cruz- con los Crucificados góticos -mucho más variados-, observamos un cambio profundo, totalmente paralelo al cambio que experimenta la Virgen con el Niño, y que corresponde exactamente a las diferencias que se dan entre las características del espíritu románico y el espíritu gótico. En esta comparación podemos empezar por un detalle que, aunque parezca irrelevante, tiene un claro valor expresivo: - El Cristo románico, estático y frontal, tiene los pies clava dos separadamente, con dos clavos. - En el Cristo gótico, un sólo clavo atraviesa los dos pies 193 NOTAS DE HISTORIA DEL ARTE y los fija en la cruz. Esta circunstancia hace que se rompa la simetría de las piernas y que el cuerpo adquiera un movimiento, se combe, con lo que pierde su sentido mayestático. La línea adquiere así, como en todo el arte gótico, una primacía expresiva sobre el volumen. Esa expresión de la línea se basa en la actitud del cuerpo; pero no en el cuerpo en sí, cuya belleza y fidelidad anatómica se desprecia. La figura adquiere un patetismo cuyo centro expresivo se traslada al gesto del rostro. El crucificado románico es un símbolo estremecedor de Cristo reinando desde la cruz por encima de todas las contingencias humanas. El crucificado gótico es una representación -estremecedora también, aunque en otro sentido- de la escena del Calvario, con todo su dramatismo trascendental. Al ser la representación de la escena, pueden aparecer junto a Cristo, y de hecho aparecen frecuentemente, otras figuras o elementos ligados argumentalmente con el suceso que se representa. En este sentido es habitual la presencia de la Virgen y de San Juan. Es decir, que las imágenes góticas singulares de la Virgen o de Cristo, como las de los santos, no tienen sensibles diferencias artísticas (ni formales ni expresivas) con aquellas cuyo papel es narrar o evocar escenas o sacralizar una decoración. En este sentido, a la pintura y a la escultura se les encomiendan, desde el punto de vista religioso, las mismas funciones descriptivas. El arte gótico, como representación de pasajes religiosos, tiene un gran desarrollo, tanto en pintura como en escultura, en los retablos, que constituyen un importante enriquecimiento del escenario litúrgico: sirven de fondo y dosel para enmarcar y valorar el altar. 194