Camino a Sushufindi - Una Especie en Peligro

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Cartas desde la Amazonía Ecuatoriana
“Camino a Sushufindi”
Por: Omelio Borroto Leiseca, periodista de Mundo Latino.
A las cuatro de la madrugada comenzaba nuestro viaje hacia la Amazonía,
desde unos 3000 metros sobre el nivel del mar, en la fría ciudad de Tulcán,
donde radica la Universidad Politécnica del Carchi (UPEC), nombre que
toma de la provincia, una de las menos desarrolladas del Ecuador. Con las
coordinaciones de Cristina Álvarez y el apoyo de esa universidad, de la
cancillería ecuatoriana y del Embajador de Ecuador en Cuba Edgar Ponce,
la productora cubana de televisión Mundo Latino se suma a los empeños
por descubrir la verdad sobre una de las catástrofes ambientales más graves
de estos tiempos: la contaminación de la Amazonía generada por la
trasnacional Texaco, devenida luego en Chevron.
Acostumbrado a las asombrosas carreteras de este país -entre las mejores
de América Latina, tal y como comenta frecuentemente su presidente
Rafael Correa-, me llama la atención que penetremos en un estrecho
sendero sin asfaltar. Pienso es una maniobra para acortar camino de
Gustavito, el diestro chofer que el rector de la UPEC Dr. Hugo Ruiz nos
recomendó para este viaje. Pero pronto me explica que se trata de la vía
Bonita, la más corta para llegar a la provincia nororiental de Sucumbíos, un
nombre que ignoraba hasta que las noticias sobre la tragedia de la
contaminación del pulmón del planeta empezaron a ocupar espacios en los
medios de comunicación.
Paisaje parecido a la Sierra Maestra
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Las luces del jeep todo terreno dibujan en la noche un trayecto sinuoso y
empinado. Vamos descubriendo a lo largo del camino casas aisladas, unas
mejores que otras, en todos los casos con acceso a la electricidad. Muchas
de madera, y por ventanas tienen solo telas, cortinas y a veces nada. Pienso
en el frío que deben soportar sus moradores. No puedo fotografiarlas, ni a
los reiterados llamados a votar por un alcalde o prefecto siempre sonriente,
imágenes que adornan algunas de sus paredes.
Numerosos ríos a lo largo del camino
La tenue luz del amanecer nos va descubriendo un hermoso paisaje
montañoso, que conquista toda mi atención y hace recordarme mis
andanzas por la Sierra Maestra. Cuando el camino se hace especialmente
estrecho y se descubre un precipicio sin fin, viene a mi mente aquella
travesía del año 1998 entre las laderas sur y norte de la Sierra Maestra,
guiados por el amigo Otto Hernández Garcini, historiador y conocedor,
como pocos, de la geografía del mayor sistema montañoso de Cuba y de la
lucha de liberación que tuvo lugar en él. Aquella aventura fue con un
chofer nacido en la propia Sierra Maestra, aunque a juzgar por sus pocas
habilidades para manejar entre lomas, parecía haberse mudado para la
capital con la propia Caravana de la Victoria con la que llegó Fidel Castro a
La Habana el 8 de enero de 1959. Por suerte, esta vez quedaba muy claro
que andábamos en manos seguras.
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Frecuentes helechos, elevada humedad y pequeños ríos que atraviesan el
camino parecen transportarme por mis habituales paisajes; pero esta
sensación pronto adquiriría el carácter de pasajera, al descubrirse
imponentes elevaciones, capaces de proteger a una vegetación prístina que
ha burlado por siglos al leñador que ha deforestado buena parte de América
Latina, movido por la necesidad, pero más por la codicia.
Helechos parecidos a los de la Sierra Maestra
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Un pequeño valle entre montañas sirve de asiento a la primera comunidad
que se muestra en el trayecto, con el familiar nombre de “Santa Bárbara”.
Me río al pensar que en este lejano paraje haya tantas cosas que me
conecten con Cuba. Al final de la comunidad nos espera un control militar.
Un joven bien armado nos pregunta a dónde vamos. Gustavito responde:
“Hacia Sucumbíos”. Es la pregunta de rutina, en una zona limítrofe con
Colombia, donde es frecuente el contrabando de combustible, más barato
en Ecuador, entre otros “intercambios”.
Descubro las huellas de impresionantes deslizamientos, un evento con el
que me he familiarizado gracias al profesor Manuel Iturralde Vinent, cuyas
explicaciones geológicas extraño en este momento para comprender el
lenguaje de las rocas y de los paisajes que nos rodean. Algunos de esos
deslizamientos caen sobre el camino y reducen el espacio para maniobrar.
Pronto aparece un puente y máquinas que anteceden a un ambiente
constructivo, tan habitual por estos días en el Ecuador, y una valla que
afirma que “Revolución es obras”.
Bordeamos ríos majestuosos a lo largo del camino
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80 kilómetros de terraplén parecen alejarnos de Sushufindi, donde nos
espera Alejandro Soto, coordinador en esa ciudad de la Unión de Afectados
y Afectadas por las Operaciones Petroleras de Texaco (UDAPT). Él nos
servirá de guía, y nos llevará a conocer a personas que viven en la
Amazonía ecuatoriana desde hace décadas y conocen la triste historia que
motiva este viaje. Pero ahora el camino nos ofrece un imponente río, cuyas
dimensiones parecen conformadas con el propósito de separar distancia de
todas mis experiencias anteriores. Estos sí son ríos, con aguas veloces,
torbellinos frecuentes y una belleza que motiva mis exclamaciones,
seguidas de la risa de mis acompañantes.
Fuertes torrentes de aguas bajan desde las montañas
Se suceden otras pequeñas comunidades, con escuelas dotadas de
instalaciones iluminadas para la práctica deportiva en horarios nocturnos.
Finalmente llegamos al asfalto, y con él aparece un gran puente sobre otro
imponente río, custodiado por un oleoducto. En una de sus márgenes,
aparece una valla que hace mención a la contribución del petróleo al
desarrollo del país, unas veces para propiciar la instalación de redes
eléctricas en las comunidades, otras para construir una escuela: es algo que
nos acompaña a lo largo del trayecto. Sin embargo, nuestra historia con el
petróleo, tiene otro carácter: no deviene en escuelas, ni en obras; es un
símbolo de muerte, de tragedias humanas, de daños irreparables a un
ecosistema, cuyos bienes y servicios ambientales son cada vez más
necesarios para el planeta ante las evidencias e impactos del cambio
climático.
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Los oleoductos son parte del paisaje hacia Sushufindi
El asfalto reduce la distancia a Sushufindi, un sitio que no había
descubierto ni siquiera en las noticias sobre el caso Chevron-Texaco, ni en
la explicación del canciller Ricardo Patiño aquella noche durante la
Segunda Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y
Caribeños (CELAC) en La Habana, en su conferencia al grupo de
solidaridad con Ecuador convocado por la Asociación Cubana de Naciones
Unidas; tampoco en la reciente entrevista que le hiciera durante el viaje que
realizó a Cuba acompañando al vicepresidente ecuatoriano Jorge Glas. Pero
pronto descubriría que Sushufindi está en el mismo centro de esta historia.
Llegamos a esa ciudad con la muerte de su alcalde, preguntamos la causa y
por respuesta aparece una palabra que se convertiría en habitual en nuestro
recorrido por estos parajes: cáncer.
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Alejandro Soto nos espera en un lugar bien céntrico. Un hombre de baja
estatura y rasgos que evocan a los pobladores aborígenes de nuestra
América, nos saluda con cariño. No es frecuente que desde Cuba venga
alguien a esta intrincada geografía. Sin haber estudiado nunca en una
universidad, y con muy modestos recursos económicos, Alejandro habla
con seguridad y, sobre todo, con mucha convicción. Él comenzó su propia
batalla contra Texaco hace muchos años, y el petróleo sólo lo asocia a
tragedia, dependencia, división entre familias, y muerte. Su padre y
hermano fallecieron de cáncer. Aun cuando le preguntó a cuanto médico
pudo atender a sus familiares, sólo supo el diagnóstico de la enfermedad al
leer sus hojas de defunción: leucemia.
Alejandro nos muestra uno de los documentos utilizados en el juicio
Alejandro ha tenido que llevar su verdad a muchos lugares como parte de
su contribución a la lucha por la remediación de su tierra. Con ese
propósito, incluso, acompañó recientemente al presidente Correa en una
gira por el exterior, que lo llevó hasta Rusia y otros países. A lo largo de
esta historia, ha tenido que enfrentar amenazas de muerte y, junto a sus
compañeros de causa, ha promovido la venta de gallinas, o de cualquier
otro producto, y así recolectar fondos para sostener un juicio por casi 20
años contra la sexta empresa petrolera del mundo, una transnacional que no
conoce fronteras, ni escrúpulos, y cuyo nombre se asocia cada vez más a
genocidio. Acompañados por él, descubriremos insólitas evidencias e
historias humanas, que también nos marcarán a nosotros. Pero ese será el
motivo de nuevas cartas desde la Amazonía ecuatoriana, donde fluye el
petróleo y sangra la selva.
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