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Dia: 21/05/2000 - Hora: 02:12
60 . POLICIA . CLARIN . Domingo 21 de mayo de 2000
MEMORIA
UN ASESINO SERIAL
EL FINAL DEL VAMPIRO DE DUSSELDORF
El día en que un maniático
criminal dejó de matar
Hace 70 años, Peter Kurten, que aterrorizó a la ciudad de Dusseldorf, se entregó detrás de una iglesia
ARCHIVO CLARIN
Por
RICARDO V.
CANALETTI
De la Redacción
de Clarín
Una película
En 1931, el mismo año de la ejecución de Kurten, en Alemania se estrenaba la película “M”, considerada
la obra maestra del director Fritz
Lang, con el actor Peter Lorre como
el maniático asesino de chicos.
Lang toma como eje de su argumento una versión que corrió en
Dusseldorf antes de que Kurten cayera: que la policía estaba dispuesta
a aliarse con los hombres del bajo
mundo para atrapar al Vampiro. Finalmente, los hampones lo atrapan
y lo juzgan en un sótano.
Fritz Lang, como tantos otros que
pudieron hacerlo, escaparon de Alemania en el período que precedió el
ascenso de Adolfo Hitler.
El nombre de Peter Kurten se fue
olvidando. Con los años, sus crímenes hasta quedaron desteñidos frente al intenso carmesí de los que se
cometieron bajo el ala del nacionalsocialismo.
Peter usó los cosméticos habituales para
colorear sus mejillas y cubrir su piel amarillenta. Se peinó meticulosamente el cabello corto, con una raya en el medio. Después lustró sus zapatos hasta sacarles brillo y por último se perfumó con agua de
Colonia. Se vio en el espejo. Estaba orgulloso de su aspecto y se hubiese quedado
largo rato admirándose, como hacía habitualmente. Pero los acontecimientos de
los últimos días lo habían llevado a tomar
una decisión trascendente y no podía perder tiempo. Esa mañana de mayo de 1930
le diría a su esposa que él era la personificación del mal, la Bestia de Dusseldorf.
Se encontró con ella en el comedor y
ambos se sentaron a la mesa. Peter, con
su espalda erguida y su aspecto ascético, le
contó del placer que sentía al apuñalar o
apretar la garganta de jovencitas, una práctica que recordaba vivamente al menos
desde 1913, cuando entró a la casa de
Khristine Klein, de 10 años. “Oí la sangre
brotar y gotear sobre el felpudo, al lado de
la cama; salió a chorro formando un arco
sobre mi mano.” Al día siguiente fue a un
bar frente a la casa de Khristine, pidió una
jarra de cerveza y se quedó escuchando los
comentarios de los vecinos sobre el homicidio. Podía contar nueve crímenes parecidos y siete intentos.
Cuchillo o tijeras
Su esposa creyó que era una broma y
amagó levantarse con una sonrisa para
continuar con sus quehaceres. Peter la
contuvo con un ademán de su mano y
continuó; le dijo que mataba con cuchillo
o tijeras, que llevaba en el bolsillo de su saco. Ella, a medida que escuchaba de salvajismos, se quedó quieta y unió sus manos. “Mis relaciones con mi esposa fueron
excelentes –contará Peter–. No la quería
con un sentimiento sexual, sino por la admiración que despertaba su fino carácter.”
A la esposa de Peter le era difícil concebir el mal en la apariencia común de su
marido, modesto empleado, amable con
sus vecinos y de tierna atracción para los
chicos. En un momento se sintió demasiado aturdida para pensar con sensatez.
Le propuso un pacto de sangre, pero Peter cambió esa propuesta por una mejor.
Debido a que la información sobre el
Vampiro o la Bestia de Dusseldorf tenía
un precio muy alto, le pidió que lo entregase. La recompensa serviría para atenuar
el sufrimiento al que él la sometía con esta
revelación. Ella aceptó. Lamentablemente
no hay registro ni memoria del nombre de
esta mujer. En los documentos oficiales se
la nombra sólo “frau (señora) Kurten”.
Peter Kurten nació en 1883 en la ciudad
de Colonia. Al final de sus días le contó al
LA BESTIA. Peter Kurten fue guillotinado en la prisión el 2 de julio de 1931.
psiquiatra forense Karl Berg, que lo atendió en la prisión, que sus padres, granjeros, lo golpeaban, que su mamá se había
acostado con él frecuentemente y que su
padre, alcohólico, violaba a su mamá. Que
amaba a los animales y que antes de los 9
años descubrió que sentía más placer degollándolos. De hecho, parecía obtenerlo
de todo cuanto supusiese destrucción.
“No es el acto sexual lo que me interesa,
sino el asesinato”, reveló. Solía provocar
incendios para llegar al clímax y lo obtuvo
un día cuando vio involuntariamente un
accidente en la carretera. Pero lo que realmente lo excitaba era la sangre, beberla.
Peter no había vuelto a matar desde el
episodio con la niña Klein, ocurrido en
Colonia. En 1925 se mudó a Dusseldorf,
una rica ciudad con fábricas de acero al
norte de Alemania. Allí vivió normalmente, hasta que mató sin freno de febrero a
noviembre de 1929. Los habitantes de
Dusseldorf estaban muertos de miedo.
Para Kurten todo se precipitó el 14 de
mayo de 1930. Ese día llegó a Dusseldorf
una chica, empleada doméstica, llamada
María Budlick. En la estación comenzó a
revisar sus ropas en busca de la dirección
del albergue de señoritas al que pensaba
ir. La había perdido. Un hombre se le
acercó al verla en problemas y le ofreció
ayuda. María, que había oído hablar del
Vampiro, se asustó. Otro hombre apareció
entonces. Le preguntó si había sido molestada. María le dijo que sí y confió en él.
Peter le ofreció ayuda.
La llevó primero a su casa, donde le dio
un vaso de leche y pan. Luego, con la excusa de ir al albergue, caminaron hacia un
bosque cercano.
Peter la atacó. Abrazó a María y los dos
cayeron. Las manos de él aferraron rápidamente el cuello de la jovencita. Ella ya no
podía respirar. Pero la singularidad de
aquel momento dejó pasmado a Peter
rápidamente y aflojó la mano que atenazaba la garganta de María. El había logrado
el goce cuando la chica se desvanecía. Pero ella no había muerto.
El Vampiro se incorporó. Comenzó a
arreglarse las ropas con esmero mientras
María tosía y gemía semiasfixiada en el
suelo. La ayudó a levantarse y le ofreció
acompañarla hasta la salida del bosque.
Ella se negó. Peter dio media vuelta y,
según María, murmuró: “Así es el amor”.
María logró finalmente ubicar el albergue de señoritas pero tardó algunos días
en hacer la denuncia. Tenía miedo.
Además, sólo recordaba la calle donde
vivía Peter, Mettmanner Strasse, pero
había olvidado que era en el número 71.
Ahora Peter y su esposa tenían un plan
para cuando se presentasen los agentes.
La mañana del 24 de mayo de 1930, hace
70 años, frau Kurten atendió a una patrulla. Les dijo que sabía a quién estaban buscando y que a cambio de la recompensa
los llevaría hasta él. Los policías estuvieron
de acuerdo y a las tres de la tarde de ese
día, la señora Kurten acompañó a la partida policial hasta la parte posterior de la
iglesia de Saint Rochus. Allí estaba Peter.
“No tienen por qué temer”, dijo en esa circunstancia. Y se entregó. Le faltaban dos
días para cumplir 47 años.
Peter fue la atracción de médicos forenses, que se encontraron ante el caso documentado de un hombre que mataba para
alcanzar placer sexual. Polémica mediante, en los tribunales no pensaron que se
tratase de un loco de atar. Kurten, que provocó un pavor casi tan alto como Jack el
Destripador, fue guillotinado en la prisión
de Klingelputz el 2 de julio de 1931.
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