subsidio para el te deum

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Como pueblo creyente, convocados para
agradecer a Dios por el Don de nuestra Patria.
Su significado
Te Deum (en latín: „A ti, Dios‟, primeras palabras del cántico) es uno de los primeros himnos
cristianos, tradicional de acción de gracias. Cuando no se cita como título de la obra sino como nombre
común, se ha de emplear en minúscula y en una única palabra: tedeum.[1]
Se suele denominar también como Himno ambrosiano, pues se atribuye a san Ambrosio de
Milán (340-397), aunque una leyenda indica que lo compuso en común con san Agustín de Hipona
(354-430). Cuando, en el año 387, san Agustín recibió el sacramento del bautismo de manos de san
Ambrosio —sigue diciendo la leyenda—, Ambrosio entonó este himno y Agustín iba respondiendo a
sus versos.
“A ti, oh Dios te alabamos y te bendecimos”, así reza esta celebración religiosa, con la que
manifestamos todos los años nuestra gratitud a Dios por el don de nuestra Patria. Como ciudadanos
argentinos creyentes, nos convocamos para agradecer a Dios porque somos pueblo y porque tenemos
Patria, y porque felizmente reconocemos como don de él lo que somos y tenemos. La expresión
“patria” se relaciona con “padre”, con patrimonio, con herencia, es decir, con los bienes que hemos
recibido de nuestros antepasados, tanto materiales como espirituales. En cierto sentido, Dios es
“nuestra patria”, porque “en él vivimos, nos movemos y existimos” (Hech 17,28), de allí la
trascendental importancia en la participación de todos aquellos habitantes que se comprometen a vivir
como ciudadanos, poniendo de sí para que de la mano de Dios podamos hacer un proyecto de país
mejor para todos.
Su origen
Su origen se remonta posiblemente a la primera mitad del siglo IV (antes del nacimiento de san
Ambrosio). En su forma actual se encuentra por primera vez en Irlanda del Norte, que se debe fechar
alrededor del año 690. Desde el siglo IX se conocen también diversas traducciones.
En Argentina, se enmarca en nuestra historia a los Te Deum en celebraciones como las que
marcaron la derrota del invasor inglés y, a las pocas horas de instalarse el primer Gobierno Patrio, sus
integrantes determinaron celebrar este gran acontecimiento con un solemne Te Deum, en acción de
gracias, y así lo notificó la Junta al Cabildo Eclesiástico. Este se llevó a cabo el 30 de mayo de 1810,
que tuvo como orador al presbítero Dr. Diego Estanislao de Zavaleta. A la Primera Junta corresponde
también el honor de haber documentado la primera profesión de Fe católica en nuestra historia
independiente. En la célebre proclama emitida al día siguiente de la Revolución, y en la cual el primer
gobierno patrio daba a conocer sus propósitos exponiendo el ideal de mayo, la religión aparece como
el primer cuidado del gobierno provisional.
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Se continuaron celebrando luego, en momentos tan trascendentes como la instalación de los
Congresos de Tucumán (1816) y Santa Fe (1852), el que dio origen al admirable Sermón de la
Constitución, y el que, en la Catedral de Buenos Aires, ante el presidente Figueroa Alcorta, la infanta
Isabel y el presidente chileno Montt, realzó el primer Centenario. Hasta nuestros días, con pocas
excepciones, el Te Deum se celebra en las fiestas patrias desde la capital de la República a ciudades y
pueblos del país.
Nuestra participación y su espíritu
Este antiguo himno hunde sus raíces en una antigua tradición de la Iglesia y de los pueblos
cristianos. Utilizado en las solemnidades litúrgicas y en innumerables acontecimientos civiles, fue
compañero singular de la vida de la Iglesia y de los pueblos cristianos a lo largo de los siglos, como
también de nuestra propia historia.
Los principales acontecimientos de la Patria han sido siempre ennoblecidos por el rezo o el
canto del Te Deum. En nuestra historia, fueron memorables —entre muchos— antes de los sucesos de
Mayo de 1810, los entonados la tarde del 14 de agosto de 1806, dando gracias al Señor por la
Reconquista de Buenos Aires, y el proclamado el 19 de julio de 1807 luego de la exitosa Defensa
contra el invasor extranjero.
Hace doscientos años, la Junta de Mayo, que asumió la soberanía del pueblo ante la invasión
napoleónica, ordenó que se rezara el Te Deum, con la mayor solemnidad posible; fue uno de sus
primeros actos de gobierno y se concretó en la catedral de Buenos Aires, en ceremonia presidida por el
Obispo.
De este modo, este “cántico de alabanza y de acción de gracias que se eleva a Aquel que,
siendo eterno, nos acompaña en el tiempo sin abandonarnos nunca y que siempre vela por la
humanidad con la fidelidad de su amor misericordioso”, ha marcado los hitos fundamentales de
nuestra historia como Nación y ha expresado el sentir común de los argentinos en momentos claves de
nuestra vida política.
Por eso, es muy importante, la participación de todos los ciudadanos del país, en primer lugar,
aquellos hombres y mujeres que tienen la tarea de servir al país en la función pública, las fuerzas
armadas y de seguridad y todos aquellos ciudadanos que quiera comprometerse en la construcción
activa de un país mejor. No podemos dejar de lado nuestra idiosincrasia como pueblo argentino, en
este camino del Bicentenario, debemos recuperar con fuerza y solemnidad aquellos valores que
nuestros primeros gobernantes patrios han establecido, en los ideales de mayo de 1810 para nuestra
Nación, dando gracias en primer lugar a Dios por los acontecimientos históricos y comprometiéndonos
a resguardar los intereses públicos, entre ellos, la religión.
Cada uno de nosotros está llamado a participar activamente de esta celebración religiosa, con
un espíritu agradecido y dispuesto a dar testimonio público de su fe en nuestra sociedad actual. En la
carta “Hacia un Bicentenario en justicia y solidaridad”, los obispos de Argentina recordaron que “el 25
de mayo de 1810, el Cabildo abierto de Buenos Aires expresó el primer grito de libertad para nuestra
patria (…) Estamos agradecidos por nuestro país y por las personas que lo forjaron, y recordamos la
presencia de la Iglesia en aquellos momentos fundacionales”.
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Como pueblo correntino
En nuestra provincia, la Cruz de urunday, plantada en los orígenes de nuestra historia allá por el
año 1588, en las cercanías de la séptima punta característica del Litoral de la Ciudad, es el símbolo
más alto de los valores cristianos que modelaron nuestra identidad local. Aún antes de la
emancipación, esos valores impregnaron la vida familiar y la convivencia social, se enriquecieron con
la sabiduría del pueblo guaraní y con el aporte de las sucesivas inmigraciones. Por eso, como
correntinos hoy queremos congregarnos para celebrar juntos, honrar nuestros orígenes y agradecer a
Dios por nuestra existencia como pueblo, no para quedarnos anclados en el pasado, sino para valorar el
presente y construir el futuro. Especialmente este año que celebramos nuestro cincuentenario, como
Iglesia arquidiocesana.
Tenemos la certeza de que la oración de la comunidad fortalece el espíritu del que gobierna,
para que no pierda su orientación fundamental al bien común de todos los ciudadanos, “para que
podamos disfrutar de paz, y de tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna”. De allí el sentido de
nuestra comunión eclesial, celebrar el don de la Patria y comprometernos con un nuevo ardor en la
misión de construir una Nación para todos. Pero sabemos que la oración es beneficiosa también para
todo el pueblo, porque el ciudadano que reza bien se hace más responsable de sus obligaciones y más
consciente de sus derechos.
Junto a la Santísima Cruz de los Milagros y al amparo de la tiernísima Madre de Dios y de los
hombres, suplicamos confiados para que nos proteja de visiones fragmentadas y parciales sobre
nosotros mismos; nos haga ver que somos un solo pueblo de hermanos, donde todos tengan vida digna
y una esperanza para dejar a las generaciones futuras. Con ella queremos expresar hoy nuestra
profunda gratitud por tener Patria y por habernos dado vida como pueblo correntino en esta hermosa
tierra del Taragüí.
La oración
A ti, oh Dios, te alabamos,
a ti, Señor, te reconocemos.
A ti, eterno Padre,
te venera toda la creación.
Los ángeles todos, los cielos
y todas las potestades te honran.
Los querubines y serafines
te cantan sin cesar:
Santo, Santo, Santo es el Señor,
Dios de los ejércitos.
Los cielos y la tierra
están llenos de la majestad de tu
gloria.
A ti te ensalza el glorioso coro de los
apóstoles,
la multitud admirable de los profetas,
el blanco ejército de los mártires.
A ti la Iglesia santa,
extendida por toda la tierra,te aclama:
Padre de inmensa majestad,
Hijo único y verdadero, digno de
adoración,
Espíritu Santo, defensor.
Tú eres el Rey de la gloria, Cristo.
Tú eres el Hijo único del Padre.
Tú, para liberar al hombre,
aceptaste la condición humana sin
desdeñar el seno de la Virgen.
Tú, rotas las cadenas de la muerte,
abriste a los creyentes el Reino de los
Cielos.
Tú sentado a la derecha de Dios
en la gloria del Padre.
Creemos que un día has de venir como
juez.
Te rogamos, pues, que vengas en
ayuda de tus siervos,
a quienes redimiste con tu preciosa
sangre.
Haz que en la gloria eterna
nos asociemos a tus santos.
Salva a tu pueblo, Señor,
y bendice tu heredad.
Sé su pastor
y ensálzalo eternamente.
Día tras día te bendecimos
y alabamos tu nombre para siempre,
por eternidad de eternidades.
Dígnate, Señor, en este día
guardarnos del pecado.
Ten piedad de nosotros, Señor,
ten piedad de nosotros.
Que tu misericordia, Señor, venga
sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
En ti, Señor, confié,
no me veré defraudado para siempre.
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