La Caza en Teruel según los Fueros La provincia de Teruel estaba poblada por abundante monte bajo, enebrales, sabinares, carrascales y por arboles como olmos, chopos, especies coníferas, situándose en las zonas más altas de la sierra, lo que propiciaba abundante caza mayor y menor. Los Fueros de Teruel y las cartas pueblas son precisas al delimitar los términos, y el objeto de donación, aguas, montes, pastos, bosques con la expresa mención de los carrascales. Por estos testimonios escritos sabemos que entre las especies animales figuraban los ciervos, corzos, cabras monteses, jabalíes y osos. En la versión latina del Fuero de Teruel se cita al “ONAGER O ENCEBRO” (asno salvaje), fácilmente domesticable y comestible. Esta especie era común en todo Aragon y Península: “..Yeguas cenizosas de color de pelo de rata un poco mochinas que relinchaban como yeguas y corrían mejor que el mejor caballo...” (Les Murciens du Bas Moyen-Age en la Chasse, D. Menjot, Relación de Chinchilla, Montería de Alfonso XI) Era muy apreciado su cuero y carne pues se decía que era tonificante y muy proteica que se comía por “quitar pereza” (Arte Cisoria, E. de Villena, Corominas y Pascual 1984) Dimas Fernández Galiano en su libro El “Encebro” o asno salvaje establece que la extinción del “Encebro” en las zonas de Teruel, Albarracín y Cuenca se dio a finales del siglo XIII. Para su afirmación se basa en que las versiones romanceadas de los fueros otorgados a estas ciudades no se mencionan al “Encebro” en los mismos pasajes que lo hacen en las versiones latinas o bien han sido sustituidos por otro animal el “Cabrón Montes”. Igualmente se informa sobre los conejos, liebres, perdices y palomas silvestres. Junto a la caza de las especies comestibles estaba la defensa de las personas y bienes que exigía perseguir los animales peligrosos tales como el lobo, principal depredador de los rebaños, por lo que se requería la organización de batidas, protegiendo la ley a los perros adiestrados para este fin,: “...Al que mataba can villano que lobo matare o carne segudiere a lobo...” (Fuero latino de Teruel, edición preparada por J. Caruana, Gomez de Barreda, Teruel 1974, Capitulo 647) Se le imponía una multa de 20 sueldos, por capturar Águilas se ofrecía compensaciones a los cazadores locales, con el requisito de presentar como prueba la cabeza o cuerpo del animal. (A.C.A. registro 393, folio 42 rº, documento expedido en 1327 por el Infante Alfonso, hijo de Jaime II de Aragon) Los documentos también no informan de la importancia de la caza en la zona del maestrazgo donde varios fueros y cartas de población hacen referencia “….Ballestero de monte que vive de su ballesta...” (Fuero de Aliaga, Fuero de Alcalá de la Selva, Fuero de Alfambra y sus aldeas, etc.) Los Fueros de Teruel y Albarracín tienen muchas disposiciones sobre la propiedad de las piezas cazadas, las prohibiciones de determinadas prácticas, las multas a las infracciones y una información acerca de las actividades cinegéticas , de las gentes que Vivian por aquel entonces, las técnicas empleadas, instrumentos de caza, trampas y artilugios así como las especies capturadas. Algunas especies se capturaban con redes o cepos, con cuerdas fijas o movibles que servían para atrapar pájaros o pequeños animales. Otras veces se utilizaban losas basculantes, mallas o ramajes que cubrian fosas para piezas más grandes. La caza del venado, el ciervo o jabalí se realizaba con ballesta o lanza, en el caso de la ballesta era de gran precisión y había varios tipos desde el arco simple al más complejo de mayor alcance de tiro, los cazadores llevaban colgado del cinto el gancho o gafa para atraer con fuerza la cuerda y garfios para el arrastre de este tipo de armas el códice del Fuero de Teruel en su versión romance así como el artesonado de la catedral turolense nos muestran representaciones graficas. Los perros eran de suma importancia para buscar la caza, levantarla o para atraer al animal, otras para ayudar a las aves de cetrería a dominar las piezas grandes. El can Español fue adoptado en los siglos medievales en toda Europa por su destreza, si una persona mataba un sabueso se le imponía una multa de 30 sueldos en Teruel. La Caza mayor en la Edad Media está asociada a los reyes y caballeros, con capacidad económica y organizativa para dispones de caballos, perros, armas y además como un entrenamiento físico con finalidades bélicas, el arte de la cetrería se consideraba entre las damas de la nobleza como un deporte elegante de caza y su práctica era habitual también entre ellas. Los monarcas venían mucho a las sierras de esta zona debido a la importante reserva de caza mayor lo que también determino que dictasen leyes para proteger determinadas especies. Hay que tener en cuenta en esta zona la orden del Temple y del Hospital tenía muchas propiedades, aquellos que integraban estas comunidades contaban la obligación de mantener caballo y armas a partir de una determinada posesión de bienes. Los pobladores de estas tierras eran iguales jurídicamente en muchos aspectos, esta “caballería villana” también acostumbran a cazar en el bosque, había una ley que fijaba los derechos de propiedad de las piezas cobradas y el reparto de las distintas partes del animal, según se tratara del jabalí, del ciervo o del encebro. “….El primero que hería al ciervo recibía la piel, el que hería al jabalí recibía la cabeza, del encebro se le daba la túrdiga de los lomos y su parte de carne, el resto del animal quedaba para el que movía el venado...” (Fueros de Teruel) También se les daba una compensación económica el concejo de la localidad si era herido o muerto su caballo en “apellido” pero no tenía derecho a nada si el animal moría persiguiendo venado. (Fuero de Teruel) Existían también compañías organizadas de cazadores profesionales, que actuaban en equipo y se llamaban “reclovas” que eran reglamentadas en los Fueros. En otoño abundaba la caza y se levantaba la veda desde Carnestolendas a San Miguel era entonces cuando la reclovas venatorum se instalaba en el bosque donde construían refugios provisionales. Los “sculca” o caballería de la sierra habían sido creados para proteger la riqueza forestal y la importante cabaña ganadera de la zona. Estos monteros obligaban a los tramperos a retirar los cepos y trampas para que no se dañase a los caballos y jaurías propiedad de la reclovas. Estas cuadrillas cinegéticas tenían sus propios alcaldes que velaban por la buena marcha del equipo y juzgaban los derechos de las piezas cobradas, las reclamaciones que pudieran surgir entre los participantes, aplicándose penas a quien no aceptaba. Todas las reclamaciones debían hacerse en el momento pues una vez regresados los alcaldes a la villa no tenían obligación de escucharlos ni de poner multa alguna. Con estas leyes de derechos de propiedad se evitaba los abusos de algunos cazadores. Por ejemplo si tras perseguir un animal con sus perros se “levantaba venado” por otro cazador y le daba muerte se imponían 30 sueldos de caloña, mas una cantidad proporcional a la pieza, un jabalí 20 sueldos, un ciervo 10 sueldos, un cabrón montes 5 sueldos. Si la caza era menor o de aves, se devolvería duplicada la pieza abonando además la correspondiente multa de 30 sueldos. Si un venado caía en trampa ajena debía repartirse la pieza mitad seria para el dueño de la trampa y la otra para el que persigue al animal, pero si se había ocasionado daños en la trampa este ultimo debía abonar los daños. Se penalizaba por robar la presa al can o a las aves de otro cazador, 10 sueldos de multa y restituir la pieza doblada. Si alguien se encontraba un venado cansado sin ser perseguido ya por los canes de otro cazador se le reconocía su derecho de propiedad. Se reglamentaba también todo lo concerniente al uso y conservación de cepos y trampas, entre las que se contaban las destinadas a cazar encebro. La proximidad del bosque y la abundancia de especies animales, propiciaba que a veces los animales errantes llegasen a un poblado, como se consideraba un bien común se repartía la carne entre todos los vecinos, teniendo preferencia las mujeres gestantes que recibían dos partes. Si un venado era perseguido por la jauría y llegaba al poblado sin la presencia del cazador los vecinos tenían que contener a los perros y cuidar del venado tres días, si el cazador no aparecía podían repartirse la carne pero reservando la piel para el cazador si llegaba a al poblado. Los fueros eran tajantes y también castigaban a aquellos que comerciaban con la caza ilícitamente, al que vendía liebres conejos y perdices en sus casas, debían pagar 5 sueldos. Si podían vender en la plaza del pueblo. Hay que tener en cuenta que tanto la carne como la piel y el cuero se utilizaban para varios usos, por eso los cazadores y peleteros tenían que atenerse a unas normas con unos precios establecidos por las autoridades concejiles, y si esto no se cumplía se imponía una pena y dependiendo del delito se les podía prohibir cazar durante un año. Los mercaderes y revendedores tenían que ajustarse al precio establecido para cada producto. Las multas que se obtenían de la caza se destinaban a la reparación de torres y murallas de las villas en la mayoría de los casos. Aunque había excepciones algunas muy curiosas, en Alcalá de la Selva la multa se utilizaba para rescatar cautivos cristianos. (Mª Luisa Ledesma) Dependiendo de quién era el dueño del pueblo, cualquier vecino que tuviese una casa habitada en la zona podía cazar en su término municipal para consumo, pero aquellos que Vivian del oficio tenían que pagar un tributo anual cada año en la fiesta de San Miguel debían entregar la cuarta parte de un ciervo desollado, los templarios en Mirambel retenían el decimo de todo el producto de la caza que tuviera lugar en las localidades de su propiedad, a los San Juanistas en Aliaga se les debía abonar cuatro sueldos como tributo por el ejercicio de su oficio. Todas estas normas sobre la práctica de la caza son de los primeros fueros y ordenanzas locales, hacen referencia a una primera etapa, subsiguiente a la colonización y puesta a punto de la vida comunitaria. No tardaron las autoridades en regular la propiedad y explotación de las masas forestales, de donde se obtendrían productos como la madera para la construcción, surgiendo los “montes Vetatos” vigilados por vedaleros, acotando los lugares ricos en fauna silvestre. Dicha medidas se habían adoptado ya en las tierras señoriales, que reservaban sus cotos a los vecinos del lugar excluyendo a los “extraños”. Por el contrario en el concejo Turolense y el de Albarracín ambos con extensos alfoces, aparecía reglamentada por los fueros la práctica de la caza sin limitaciones de acotación: “..Que ninguno tuviera dehesa de conejos, ni de pastos, ni de caza...” (Fuero de Teruel) • Sin embargo desde finales del siglo XIII una serie de disposiciones reales vinieron a vulnerar el espíritu de la normativa foral. En 1294 el rey Jaime II mando a Pedro Ortiz de Santa Maria que prohibiera la caza mayor en los montes de Cabroncillo, Ademuz, Arcos de las Salinas y Camarena encomendándole la guardia de dichos lugares. En 1301 el mismo monarca prohibió la caza de jabalís y ciervos en todos los términos de Teruel y sus aldeas imponiendo al contraventor de esta orden la multa de 20 sueldos (A.C.A. Cartas reales de Jaime II, Nº 1324), Dos años después expedía una disposición similar a la villa de Mosqueruela en este caso la multa a los infractores ascendía a 60 sueldos para quien cazara jabalís, ciervos y osos y 40 sueldos si se trataba de corzos o de cabrón montes.(Nº 1867) • El poder central trataba de velar por las especies animales, aunque en algunos lugares constituían venaderos favoritos para la realeza aragonesa. La libertad de cazar y la existencia en las comarcas meridionales de Aragón de una nutrida caballería villana, habituada a la práctica de la montería amenazaba quizá con la extinción de la fauna salvaje de estas tierras. • Al margen de las disposiciones forales, también se registraron una serie de ordenanzas sobre la caza menor, particularmente en relación sobre los conejos, y liebres especie de gran consumo entre las clases populares, en 1282 el infante Alfonso, primogénito de Pedro III de Aragón, mandaba al juez de Teruel que prohibiera la caza de conejos con lazos y otras artes en los términos de Teruel y sus aldeas imponiéndoles el contraventor de esta orden la multa de l0 sueldos (A.C.A., registro 59, folio 1 rº). • Junto a estas medidas de protección comenzaron a acotarse desde el siglo XVI amplios espacios, se legalizo el cercar con tapial las dehesas de los grandes terratenientes para preservar los pastos para la ganadería, pero indirectamente les otorgaban cotos privados de caza. Surgieron además enormes reservas forestales, se fue produciendo una privatización del medio en contraposición con la normativa de la legislación foral, a pesar de que en su conjunto, se produjo un fuerte arraigo y larga vigencia de la misma en las tierras turolenses.