Validez y vigencia del psicoanálisis de Freud

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ARTÍCULOS ESPECIALES
Validez y vigencia del psicoanálisis de Freud
182.679
Rogeli Armengol Millans
Servicio de Psiquiatría. Hospital Universitario Vall d‘Hebron. Barcelona. España.
El psicoanálisis nació como una forma de psicoterapia, pero
Sigmund Freud (1856-1939) propuso que además fuera
una teoría explicativa del funcionamiento de la mente humana, normal y patológica, y un procedimiento de estudio e
investigación. Ahora bien, los supuestos teóricos del psicoanálisis no se pueden mantener porque están basados en
unos principios que chocan fuertemente con el saber que
aportan las ciencias. Freud parte de una idea que constituye el eje en el que se fundamenta el psicoanálisis originario,
actualmente llamado por algunos autores clásico o tradicional. Esta idea eje postula que la mente está en conflicto
consigo misma para acallar unas pulsiones, deseos o fantasías que no puede tolerar. Frente a unos deseos o pulsiones
eróticos y de destrucción, entendidos como muy poderosos
y operativos, se levantaría una instancia o agencia mental,
la defensa o represión, que trasladaría dichos deseos o fantasías de la consciencia a la inconsciencia. «En psicoanálisis se habla de conflicto cuando, en el sujeto, se oponen
exigencias internas contrarias. […] El psicoanálisis considera el conflicto como constitutivo del ser humano. […] El psicoanálisis descubrió el conflicto psíquico y rápidamente
hizo de éste el concepto central de la teoría de las
neurosis»1, se lee en el Diccionario de psicoanálisis de Laplanche y Pontalis, recomendado en los centros de formación psicoanalítica. El psicoanálisis freudiano y sus variantes
tradicionales –psicología del Yo, Lacan, Klein– proponen
como fundamental la teoría del conflicto inconsciente.
Siguiendo con la explicación clásica, lo reprimido volvería a
la consciencia en forma de síntomas mentales y, además,
como sentimiento inconsciente de culpa o necesidad de
castigo. En consecuencia, según el psicoanálisis originario o
tradicional, los síntomas mentales –angustia patológica, depresión, fobias, ideas obsesivas, trastornos disociativos y
conversivos, etc.– serían susceptibles de interpretación, podrían ser traducidos, para que el paciente pudiera tomar
consciencia del origen de sus síntomas y malestar, y que
éstos pudieran desaparecer o disminuir. Sin embargo, la
creencia de que los síntomas mentales tienen sentido o significado y pueden interpretarse sitúa al psicoanálisis clásico
en el ámbito de la ideología o la doctrina, lo cual ya no sucede en el estudio de la medicina. Además, pienso que es
muy evidente que se trata de una ideología de carácter moral, porque es moralismo relacionar los trastornos mentales
con formulaciones referidas a la sexualidad y a la destructividad. Con independencia del agrado o desagrado que nos
pueda suscitar esta propuesta, resulta muy dudoso que habiendo explicaciones como las que se descubren en las enfermedades del cuerpo mantengamos criterios morales
cuando se trata de trastornos de la mente. Tomemos el
caso de los tics. El tic es una vocalización o un movimiento
involuntarios sin finalidad, que se observa en la enfermedad
de Gilles de la Tourette. Por otra parte, se observan tics en
el 30% de las personas que tienen un trastorno obsesivocompulsivo. La enfermedad de Gilles de la Tourette está catalogada como un trastorno neurológico que tiene un gran
componente hereditario. ¿Cómo puede ser que el tic en este
caso se entienda como un síntoma sin sentido o significado
y se pretenda que lo tenga cuando se trata del síntoma de
una neurosis obsesiva? Seguramente, para el psicoanálisis
tradicional, en el primer caso el tic sería la expresión de un
trastorno neurológico, y en el segundo, un síntoma que expresa y a la vez oculta un conflicto mental que puede ser interpretado. La enfermedad de Gilles de la Tourette se debería a una alteración del funcionamiento nervioso, mientras
que, para el psicoanálisis, en el trastorno obsesivo, la sexualidad y la destructividad reprimidas serían las causas de su
presentación. ¿Puede mantenerse esta disociación conceptual? Cuando Freud en 1896 escribe que, contrariamente a
lo que pensaban Charcot y otros neurólogos con los que él
estudió, los fenómenos histéricos o disociativos y conversivos no estaban relacionados con la herencia sino con la sexualidad, se produjo una fractura en el estudio de los trastornos mentales que no se ha cerrado todavía. Dice Freud en
ese trabajo inicial, en el que, por cierto, por primera vez en
su obra aparece el término psicoanálisis: «Experiencia sexual
pasiva antes de la pubertad: tal es, pues, la etiología de la
histeria […]; para Charcot la herencia nerviosa ocupaba el
lugar que yo reclamo para la experiencia sexual precoz»2.
La medicina, de un modo progresivo desde el Renacimiento,
cuando se extendió el conocimiento de la anatomía y de la fisiología, dejó de ser una disciplina basada en teorías y se
guió por el método científico, que sólo admite un saber basado en pruebas: la medicina experimental. Los trastornos y
los síntomas debían comprenderse y explicarse sin el concurso de ninguna teoría o especulación de carácter filosófico. Los trastornos o enfermedades ya no podían ser interpretados de acuerdo con doctrinas, sino explicados de acuerdo
con el saber previamente conseguido. En otra época también se creyó que los trastornos y síntomas corporales provenían de la acción de fuerzas y voluntades, como se hizo hasta que Hipócrates lo criticó en el caso de la epilepsia, que se
originaría, según teorías de carácter mágico, por el concurso
de una voluntad divina. Actualmente, excepto en el ámbito
del psicoanálisis clásico, se considera que los trastornos
mentales tienen una explicación biológica, de la misma forma que los trastornos corporales. Los trastornos están sujetos a una explicación cuando la haya, pero no pueden interpretarse de acuerdo con doctrinas o teorías. Algún día
seguramente sabremos explicar el mecanismo de los tics y
otros síntomas, pero lo que no es aceptable es que éstos
tengan una etiología de carácter sexual mezclado con la supuesta acción de una pulsión de destrucción o de muerte.
El platonismo de Freud, ¿ciencia o filosofía?
Correspondencia: Dr. R. Armengol Millans.
Servicio de Psiquiatría. Hospital Universitario Vall d’Hebron.
Barcelona. España.
Correo electrónico: [email protected]
Recibido el 24-10-2006; aceptado para su publicación el 17-11-2006.
Aunque no se hable de ello, me parece que la teoría psicoanalítica de la mente procede muy directamente de Platón.
Se suele relacionar a Freud con Schopenhauer y Nietzsche,
pero no con el filósofo griego.
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ARMENGOL MILLANS R. VALIDEZ Y VIGENCIA DEL PSICOANÁLISIS DE FREUD
Según mi opinión, uno de los errores graves de Freud fue
no tener una idea acertada sobre el amor, porque lo entiende como un derivado de la sexualidad, y ello quizá se deba
a la adhesión al pensamiento de Platón. Este filósofo no desarrolla una explicación satisfactoria sobre el amor porque
no trata el aspecto transitivo de éste: me refiero a la capacidad de dar algo de lo propio para el bien de los demás. Platón iguala en exceso amor y éros, el deseo, como también
hace Freud. Si este último hubiera reflexionado sobre el
concepto de philía, la estima, cuidado y amistad, desarrollado por Aristóteles, discípulo de Platón, tal vez hubiera aceptado y propuesto que el amor no debe quedar reducido al
deseo de tener o poseer aquello de lo que se carece. Platón
parte de una concepción parcial o simple del amor, cuando
debería ser compuesta, y a partir de su concepción unilateral no puede hacer otra cosa que derivar de ella lo demás.
De eros se puede, según él, remontar a la búsqueda y posesión de lo que puede significar un bien para el alma, y esboza la doctrina de la sublimación, que desarrollará Freud
más tarde.
El médico vienés cita a menudo a Platón, sobre todo su diálogo el Banquete, donde se discute sobre éros o deseo, que
puede definirse como una inclinación de la voluntad hacia
la consecución de algo. Platón lo refiere, en gran medida, al
apetito sexual, pero a la vez, de un modo que prefigura lo
que Freud llamará sublimación, éros, el deseo, estaría relacionado con la posesión o consecución de la sabiduría, el
bien, la belleza y cosas parecidas. «Empezando por las cosas bellas de aquí y sirviéndose de ellas como peldaños ir
ascendiendo […] de los cuerpos bellos a las bellas normas
de conducta, y de las normas de conducta a los bellos conocimientos. […] Ver la belleza en sí, pura, limpia, sin mezcla y no infectada de carnes humanas» (211c-e)3.
En lo relativo a la sexualidad y al amor, Freud, como Platón,
no admite que el amor pueda proceder de alguna fuente
distinta de la sexualidad o del erotismo primigenio; lo ve
como algo que se desprende de ellos. La meta de la pulsión
erótica o pulsión de vida, según el psicoanálisis tradicional,
es la satisfacción del deseo sexual, deseo sexual parcial,
oral, anal y, finalmente, el genital dirigido a la fecundación.
«El primer objeto erótico del niño es el pecho materno nutricio»4, dice textualmente Freud, o «la pulsión sexual tenía un
objeto fuera del cuerpo propio: el pecho materno»5, y añade
que las pulsiones parciales de la vida sexual están en el origen de los fenómenos patológicos; «los síntomas de las
neurosis son de cabo a rabo, se diría, una satisfacción sustitutiva de algún querer-alcanzar sexual o bien unas medidas
para estorbarlas, por lo general unos compromisos entre
ambas cosas»6, sentencia en su Esquema del psicoanálisis.
Además, según explica desde 1905, se trataría de una sexualidad pregenital, por él considerada perversa. Según el
fundador del psicoanálisis, las perversiones son transgresiones anatómicas o demoras en relación con la unión sexual
procreadora7 y, de este modo, «todos los psiconeuróticos
son personas con inclinaciones perversas muy marcadas,
pero reprimidas y devenidas inconscientes en el curso del
desarrollo»8.
Freud propone que la pulsión sexual, toda ella en conjunto,
se transformaría en parte y daría paso a la ternura, que para
él es un sinónimo de amor. Dice así sobre este particular:
«La satisfacción sexual directa, como en su modificación, la
ternura de meta inhibida. […] Es que el amor de meta inhibida fue en su origen un amor plenamente sensual, y lo sigue siendo en el inconsciente de los seres humanos»9. Sin
embargo, hacer del amor, como sucede también con Platón, un epifenómeno, un derivado de lo erótico, no parece
aceptable. El amor es un programa primario de raigambre
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biológica que nos permite cuidar y dar a los seres allegados
o queridos aquello de lo que carecen. No sería un derivado
o sublimado de éros o del narcisismo, sino algo diferente y
compuesto. Si se quiere, se puede decir que habría 2 tipos
de amor: el que persigue lo que nos falta, un amor narcisístico, y el que permite dar lo que a los otros les falta, la cara
altruista del amor. Son 2 programas diferentes, programas
de raíz biológica, pero no procede uno del otro, como pretende Freud. Para éste, además, los deseos sexuales de carácter parcial, como dijo que sucedería en todos los niños,
se califican de perversos y, si no se modifican, serían la
causa de los síntomas mentales. De este modo, los deseos
sexuales tenidos por perversos estarían determinando la
psicopatía como se acaba de citar.
Platón, a diferencia de otros filósofos de su época, propuso
que la mente humana tiene una constitución dividida, en lucha consigo misma, con una relativa independencia del ambiente o de la relación con los otros, dado que la mente podría acceder por sí misma al conocimiento y contemplación
de las ideas o formas, entidades eternas e inmutables, que
no estarían sujetas a los vaivenes de la realidad fáctica. La
mente estaría tripartita, compuesta de partes o instancias,
de las cuales la apetitiva, «amiga de algunas satisfacciones
sensuales y de los placeres en general»10, pondría siempre
en dificultades el acceso de la parte racional a lo mejor. Estaría formada por partes que se oponen las unas a las otras
para dominar y vencer la concupiscencia y todo cuanto impidiera, según Platón, conseguir el acceso al bien, la virtud,
la sabiduría o la belleza. En la República explica: «Me parece que de los placeres y deseos no necesarios, una parte
son contrarios a toda norma; probablemente se encuentran
en todos nosotros, pero reprimidos por las leyes y por los
mejores deseos, juntamente con la razón, en algunos hombres son extirpados por completo o quedan sólo en poco
número y sin fuerza, pero en otros hombres, por el contrario, se mantienen más fuertes y en mayor cantidad […]. Me
refiero a los deseos que se despiertan durante el sueño,
cuando duerme la parte racional, dulce y dominante del
alma, y la parte bestial y salvaje, llena de alimentos y de
vino, rechaza el sueño, salta y trata de abrirse paso y satisfacer sus instintos. Sabes que en este caso el alma se atreve a todo […] y no titubea en intentar en su imaginación
acostarse con su madre» (571b-c)11.
Podemos ver ahora lo que escribe Platón en su Fedro, donde aparece el hermoso mito de los 2 caballos gobernados
por el conductor, el auriga. He aquí un resumen del mito:
«Tal como hicimos al principio de este mito, en el que dividimos cada alma en tres partes, y dos de ellas tenían forma
de caballo y una tercera de auriga, sigamos utilizando también ahora este símil. Decíamos, pues, que de los dos caballos uno es bueno y el otro no […] el que ocupa el lugar preferente es de erguida planta […] blanco de color, de negros
ojos, amante de la gloria con moderación y pundonor [moderado y con conciencia moral]. En cambio, el otro es contrahecho, grande, de toscas articulaciones, […] negro, ojos
grises, sangre ardiente, compañero de excesos y petulancias […]. Al presenciarlo el auriga, transporta su recuerdo a
la naturaleza de lo bello, y de nuevo la ve alzada en su sacro trono y en compañía de la sensatez. […] al mismo tiempo, no puede por menos de tirar hacia atrás de las riendas,
tan violentamente que hace sentar a ambos caballos sobre
sus ancas, al uno de buen grado, al no ofrecer resistencia,
al indómito muy a su pesar» (253c-254c)12.
¿No recuerda este pasaje a la división freudiana de la psique en 3 instancias: Ello, Yo y Superyó? Caballo negro como
Ello; el caballo blanco, con sus ideales, sería el Superyó;
nos queda el conductor, que representa el Yo.
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ARMENGOL MILLANS R. VALIDEZ Y VIGENCIA DEL PSICOANÁLISIS DE FREUD
Aunque Freud sólo menciona el Banquete, la lectura de
otras obras del filósofo, como las que a modo de muestra
se han citado, no deja de sugerir que Freud tomó de Platón
mucho más de lo que reconoce. Por supuesto que Freud y
sus seguidores, como cualquiera, tienen derecho a ser platónicos si es eso lo que quieren. No es esto lo que se discute. De lo que se trata es de lo siguiente: una propuesta
de carácter filosófico y muy especulativa como la platónica,
y la freudiana, en lo referente a la patología, no es congruente con el saber que proporciona el conocimiento
científico.
Platón, como otros después de él, tiene una concepción
ominosa del humano. Según estos pensadores (Platón,
Hobbes y otros como Freud, cada uno con sus propios límites y matices), en todo ser humano hay algo salvaje, demoníaco o infernal, difícilmente controlable, que puede desear matar, apropiarse de la mujer del padre y cosas
parecidas, pero el ser humano no es así de modo general.
Para que no se me pueda interpretar de forma inadecuada,
reproduciré lo que Freud pensaba del humano y escribió
en El porvenir de una ilusión en 1927, cuando tenía expuesto lo central de su doctrina. No puede decirse que
fuera un autor descuidado en lo fundamental o que no dijera lo que pensaba, y no cabe interpretar o suavizar su
pensamiento porque textualmente escribió: «Los deseos
pulsionales que padecen bajo su peso [el de la cultura] nacen de nuevo en cada niño; hay una clase de hombres, los
neuróticos, que ya reaccionan con asociabilidad frente a
esas frustraciones. Tales deseos pulsionales son los del incesto, el canibalismo y el gusto de matar»13. No creo que
éstos sean los pecados capitales que deba refrenar el humano, pero Platón y Freud parecería que concuerdan en
esto. Estos deseos no se observan como algo que realmente guíe el pensamiento y la conducta de la mayoría de los
humanos. Tal vez la codicia sea un motor más relevante y
operativo que el deseo incestuoso o las ganas de matar.
Por cierto que Freud no advierte que la codicia, entendida
como el deseo excesivo de bienes o riquezas, sea un apetito muy determinante. Sin embargo, ¿alguien duda de que
la codicia es un motor más relevante y poderoso en la relación de unos humanos con los otros que la sexualidad incestuosa, el canibalismo o el afán de matar y destruir? En
oposición a Freud, pienso que la codicia, en conjunción
con algunas ideas e ideologías y con el ánimo vengativo, es
la fuente de la confrontación y de la discordia.
La mente, contrariamente a lo que sostuvieron Platón y
Freud, está programada para funcionar de forma unitaria
y en equilibrio consigo misma; sin conflicto importante en la
mayoría de las ocasiones. Cuando la crianza va suficientemente bien y no hay graves problemas con el entorno social
humano, unas veces mejor y otras no tanto, el ser humano
se comporta y vive de forma adecuada, sin duda que con
conflictos, pero éstos se dan con el ambiente y muchas veces no son graves. El conflicto de la mente consigo misma
no es primario, como pretenden el psicoanálisis tradicional
y Platón, sino algo derivado y secundario. No habría un conflicto de carácter inconsciente que surge de la lucha con las
pulsiones sexuales, caníbales o de muerte, sino un conflicto
del individuo con su ambiente en las situaciones en que los
deseos de éste no se pueden satisfacer cuando son excesivos o inadecuados. El conflicto se origina cuando alguien
desea seducir a la pareja del vecino, pero para nada de desear a la madre de un modo carnal, como Freud propone
de forma explícita. Lo primero puede ser incorrecto y conflictivo, pero lo segundo no se observa. Que el niño tenga
curiosidad por el cuerpo de su padre o de su madre parece
algo natural, propio del desarrollo normal, pero hacer de
esta curiosidad e interés un complejo nuclear, el de Edipo,
del que va a surgir el trastorno mental es increíble para la
mayoría de los pensadores ilustrados.
El psicoanálisis clásico y la psicoterapia psicoanalítica
actual
El psicoanálisis clásico pretendió tratar y curar buena parte
de los trastornos mentales, pero este intento fracasó. Las diferentes formas de psicoterapia pueden contribuir a la remisión de algunos síntomas, pero el trastorno mental, como la
diabetes u otras enfermedades, no se podrá curar o todavía
no podemos curar. Por otra parte, los trastornos mentales,
sobre todo los que cabe diagnosticar como menos graves,
evolucionan con mejorías y con agravaciones, de manera
que se observan remisiones espontáneas que no se debe
imputar, necesariamente, al tratamiento. Cuando alguien es
propenso a la depresión o a la fobia, la psicoterapia puede
pretender contribuir a la remisión de estos trastornos, pero
si alguien cree que va a extirpar la dolencia en la mayoría
de los casos y para siempre, yerra. Hay personas que propenden a la depresión, otras serán proclives a la ansiedad
excesiva, mientras que otras más serán presas de un temperamento fóbico. Los niños a los pocos días de nacer ya
exhiben conductas diferenciadas, y no pocas veces se puede vaticinar que tal bebé, con gran probabilidad, será ansioso; aquel otro, tranquilo y apacible; los habrá conflictivos y
exigentes, y alguno podrá ser obsesivo. Salvando todas las
distancias que haya que salvar, es lo que se observa con el
carácter de los perros. Los hay tranquilos y los hay fieros,
unos son curiosos e inquietos y otros son bonachones y
quietos; algunos, malhumorados; unos, temerarios, y otros,
asustadizos. Esta manera de ser, cuando se trata del carácter de los perros, la enjuiciamos como natural, fisiológica y
debida, en una gran parte, a una diferenciación y constitución de su sistema nervioso. No conocemos qué hace que
unos animales sean de un modo u otro, pero no nos llama
la atención, y decimos «este perro es nervioso y agresivo,
así son los de esta raza», aunque el término raza no sea el
adecuado hablando de las diferentes constituciones morfológicas y de temperamento. No es adecuado ni hablando de
los animales. Mucho menos, claro está, cuando nos referimos a los humanos. Pero lo anterior no nos puede hacer
perder de vista que los humanos, en tanto que animales, tenemos temperamentos diferentes. No se puede dudar de
que los seres humanos somos seres culturales y que el ambiente, hasta cierto punto, forja el carácter o la personalidad, pero el ambiente, o la psicogenia, no puede determinar que uno vaya a ser un obsesivo con rituales y tics y otro
a presentar un trastorno bipolar. El ambiente no puede dictar que este humano tenga un cáncer de mama, de colon o
de pulmón, aunque si se fuma habrá más posibilidades de
desarrollar un cáncer de pulmón o uno vesical. El carácter o
personalidad es importante y hasta cierto punto modificable, pero según qué rasgos temperamentales no se modificarán nunca. Me parece que el psicoanálisis clásico no
quiere aceptar para la mente lo que acepta para el cuerpo,
pero esto no le beneficia.
Creo además que, como psicoterapia, el método o técnica
psicoanalítica debe ser podada de la gran contaminación
producida por la teoría que defendió Freud, porque lo condiciona en demasía. A la hora de la práctica, las ideas que
tenemos en nuestra mente, quiérase o no, determinan
nuestro ejercicio profesional y por ello, como yo creo que
ocurre con el psicoanálisis clásico, si las teorías o doctrinas
que se defiende son erróneas, perjudicarán la aplicación del
método o procedimiento terapéutico.
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ARMENGOL MILLANS R. VALIDEZ Y VIGENCIA DEL PSICOANÁLISIS DE FREUD
La técnica psicoanalítica psicoterápica proviene de unos
principios bien sencillos: se permite y fomenta que el paciente exprese todo cuanto pueda albergar en su mente,
mientras que el terapeuta se abstiene de violentar la narración en nombre de concepciones propias. Este proceder
provenía, en el origen, de una psicoterapia que Josef Breuer
llevó a cabo con una paciente que luego fue llamada Ana O.
J. Breuer era un médico generalista muy apreciado en la
ciudad de Viena cuando Freud comenzó a interesarse por el
tratamiento de los trastornos mentales. Freud publicó conjuntamente con él los trabajos iniciales sobre psicoanálisis
en 1893 y 1895, pero Breuer enseguida se separó de Freud
debido a la importancia que éste iba otorgando a la sexualidad. Ambos propusieron el nombre de método catártico a la
psicoterapia que propugnaron. Esta primitiva forma de tratamiento, que según mi parecer debería mantenerse, se complicó innecesariamente por la introducción de lo que sería la
teoría psicoanalítica tradicional basada en la sexualidad y su
represión, que Breuer ya no pudo aceptar.
Una confusión que se originó bien pronto en los ambientes
psicoanalíticos y que todavía perdura fue igualar en demasía trastorno mental con malestar o malvivir. Es evidente
que ambas situaciones pueden relacionarse, pero es un
error pensar que se las pueda identificar. Muchas personas
se organizan mal la vida, viven mal y, no obstante, no tienen
ningún trastorno mental catalogado, mientras que otras que
pueden tener algún trastorno mental de poca importancia
–pongamos, por ejemplo, una fobia leve o un trastorno obsesivo mientras no sea grave– pueden disfrutar de una buena vida. Si lo anterior se tiene claro, pienso que pueden y
deben modificarse las indicaciones del tratamiento psicoanalítico. Donde éste puede aportar un gran beneficio es en
los casos de las personas que pudieran tener una buena
vida, pero que, guiadas por convicciones erróneas, se la estropean o menoscaban. El psicoanálisis debería limitarse al
tratamiento de personas y abandonar su primitiva ilusión de
que podía tratar el trastorno o el síntoma mental. Además,
cabe decir que lo que causa mala vida no es el conflicto inconsciente, sino equivocarnos acerca de nosotros mismos y
acerca de lo que deseamos y esperamos para poder vivir
bien. En general esperamos demasiado de la vida, nos parece que debemos ser amados y reconocidos por los demás
de manera desmesurada, y esto es un error, un error muy
grave que puede corregirse, al menos en parte, en muchos
casos. Normalmente con el concurso de una psicoterapia
psicoanalítica que no sea interpretativa, sino sólo dialogante
y, por consiguiente, reflexiva, se puede enmendar el error y
el paciente puede recuperar el equilibrio y la armonía perdidos. Para mí sigue teniendo un gran valor el antiguo apotegma griego: conócete a ti mismo. Cuando nos desconocemos
y desconocemos lo que puede ser elemental, nos hundimos
en el error y entramos en un laberinto del que no suele ser
fácil salir y que nos mantiene en una vida desdichada. Según propuse en alguna medida en mi libro El pensamiento
de Sócrates y el psicoanálisis de Freud14, el mejor método
para salir del laberinto de la infelicidad es un procedimiento
denominado mayéutico por Sócrates y que consiste en un
diálogo libre en el que el terapeuta no pone nada propio en
la mente del paciente. Se hace evidente que la mayéutica
es un diálogo reflexivo que debe excluir expresamente la interpretación. La interpretación supone la preexistencia de
una ideología o doctrina sobre cuya base se propone una
explicación de lo que sucede. Así es como el psicoanálisis
clásico pretende explicar el trastorno, el síntoma o el malestar. El síntoma o el malestar, según este psicoanálisis, tendrían un sentido que sería inconsciente para el paciente y
dependerían de un conflicto que por definición debe ser
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asimismo inconsciente y que sólo se resolvería con la acción de la interpretación. El terapeuta sabría que tal síntoma
o tal malestar tendrían que ver con la sexualidad y la destructividad, y así lo propone al paciente. Si éste no comprende o no acepta la interpretación, se dice que está sometido a una resistencia. Así fue como Freud se refirió a la
resistencia de una paciente de 18 años cuando él, convencido de sus teorías, le comunicó a Dora que seguía enamorada de su padre. Dora hizo bien dejando aquel tratamiento
que le complicaba la vida innecesariamente. Mi propuesta
es más sencilla: se trata de desenredar y no complicar todavía más la vida de las personas que puedan estar dominadas por el error. Conocernos a nosotros mismos debe querer decir que, si pedimos demasiado a la vida y a los
demás, hay que deshacer el error para poder vivir mejor.
Puesto que casi siempre las equivocaciones nos comportan
transitar por terrenos que nos ocasionan disgusto y malestar, de lo que se trata es de reflexionar. Ayudar de manera
empática a las personas excluye la interpretación. Se trata
de reflexionar con ellas en una atmósfera de libertad acerca
de los problemas reales y conscientes, y abandonar la interpretación sobre la base de doctrinas. De ahí que haya propuesto en diferentes ocasiones que, en la relación humana
terapéutica, empatía e interpretación se excluyen entre sí. Si
hay interpretación no hay empatía, porque el paciente no se
siente aceptado y comprendido y piensa, con razón, que
debe amoldarse y someterse a una doctrina.
La propuesta tradicional establece que el método psicoanalítico sería un procedimiento eficaz para el tratamiento de
los trastornos mentales en su conjunto: trastornos de ansiedad, trastornos disociativos y conversivos, trastornos de personalidad, depresión mayor, manía y, en algunas escuelas
psicoanalíticas, incluso la esquizofrenia. Estas indicaciones
deben modificarse porque el psicoanálisis no puede seguir
manteniendo que es un procedimiento eficiente para el tratamiento de los trastornos mentales graves.
El psicoanálisis debe renunciar al tratamiento de las enfermedades mentales graves, debe conformarse con tratar el
malestar y el malvivir y, en algunos casos, con ser un tratamiento complementario del medicamentoso. En lugar de
pretender tratar los trastornos mentales de las personas,
debe tratar a las personas que se han complicado o dañado
la vida a consecuencia del error. Sólo procediendo de este
modo se podrá detener la crisis en la que está sujeto sin remedio el psicoanálisis.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
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Vol. 3. Buenos Aires: Amorrortu Editores; 1981. p. 151 y 154.
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5. Freud S. Tres ensayos de teoría sexual. En: Obras completas. Vol. 7.
Buenos Aires: Amorrortu Editores; 1978. p. 202.
6. Freud S. Esquema del psicoanálisis. En: Obras completas. Vol. 23. Buenos Aires: Amorrortu Editores; 1980. p. 186.
7. Freud S. Tres ensayos de teoría sexual. En: Obras completas. Vol. 7.
Buenos Aires: Amorrortu Editores; 1978. p. 136.
8. Freud S. Fragmento de análisis de un caso de histeria (Dora). En: Obras
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10. Platón. República. En: Diálogos. Vol. 4. Madrid: Gredos; 1986. p. 234.
11. Platón. República. En: Diálogos. Vol. 4. Madrid: Gredos; 1986. p. 421-2.
12. Platón. Fedro. En: Diálogos. Vol. 3. Madrid: Gredos; 1988. p. 360-1.
13. Freud S. El porvenir de una ilusión. En: Obras completas. Vol. 21. Buenos Aires: Amorrortu Editores; 1979. p. 10.
14. Armengol R. El pensamiento de Sócrates y el psicoanálisis de Freud.
Barcelona: Paidós; 1994.
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