Ellis Peter Bean y su memoria mexicana

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ELLIS PETER BEAN Y SU MEMORIA MEXICANA
Ellis Peter Bean y su memoria mexicana
Felipe Gálvez Cancino
RESUMEN. La memoria, señora del tiempo, nos impele a lanzar guiños al presente, el pasado
y el porvenir para descubrir en ellos y con los ojos del cuerpo lo que ya antes han visto los ojos
del alma: la magnificencia del hombre. El texto que sigue es la apretada sinopsis de una vida
evocada por su propio protagonista, un amigo y correligionario estadunidense de connotadas
figuras insurgentes mexicanas de la talla de José María Morelos y Guadalupe Victoria que ha
puesto anzuelo a la atención de connotados escritores como los mexicanos Victoriano Salado
Álvarez y Eduardo Enrique Ríos, así como al francés Jean Delalande. Prestémosle oídos:
dejémonos refrescar por las límpidas aguas que antes a él le bañaron.
2 DE NOVIEMBRE DE 1846. Isaac Bean tiró de la rienda, se alzó sobre los estribos y
oteó por entre el verde horizonte: un blanco caserío cubierto de rojas tejas brillaba
a lo lejos.
Era Jalapa, risueña ciudad metida entre nubes, célebre por sus ocho templos y
por el colorido de sus jardines.
—Ya debo estar cerca –musitó entre dientes.
Y lo estaba. Frente a él se tendió de pronto La Banderilla, la enorme finca de
Magdalena Falfán de Godos, la esposa mexicana de su padre, el coronel insurgente
Ellis Peter Bean.
Magdalena, a quien un criado la había puesto al tanto de su arribo, salió a su
encuentro y lo envolvió con una dulce mirada.
La otoñal pariente del gran José María Morelos y Pavón, aunque de talla breve,
lucía imponente en su vestido negro que contrastaba con lo blanco de su cabellera
recogida con discreta gracia sobre la nuca.
En respuesta a un ademán de Magdalena, Isaac echó pie a tierra y se encaminó
con ella hasta un punto donde, bajo un enorme ramo de flores de cempasúchil, se
adivinaba apenas un túmulo de reciente fábrica. La mujer, con la voz entrecortada
por la emoción, musitó entonces:
ANUARIO 2002 • UAM-X • MÉXICO • 2003 • PP. 131-142
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—Aquí yace tu padre. Falleció hace un mes, el 3 de octubre...
Luego de larga, envolvente plática, ambos retornaron a la entrada de la finca y
pese a que Magdalena le repitió una y otra vez: “Mi casa es la tuya”, el veinteañero
Isaac prefirió apresurar la despedida.
Magdalena no contrarió a su visitante, y a cambio de la montura en que había
llegado le hizo entrega del caballo preferido de su padre ensillado con una montura
incrustada de plata y un recio bastón de mando con la inscripción: Regalo de James
Bowie a Ellis Peter Bean.
Llovía y algunas nubes bajas cubrían las montañas más próximas cuando Isaac
retomó en sentido inverso la senda que lo trajo.
El joven apeló a las espuelas y tras corto y acelerado galope detuvo la marcha en
imponente punto de la ruta. Ante sus ojos se abría un horizonte espléndido, en
medio del cual, macizo y solemne, sobresalía el Cofre de Perote, pétreo edificio
donde tres años atrás, “con el alma comprimida en vista del estado de la patria”,
había perecido el primer presidente de México, el valiente y firme general duranguense
Guadalupe Victoria, amigo y correligionario de su padre.
Su mirada se posó enseguida en las incontables montañas que a lo lejos, semejando
negros corderos, unas contra otras se agolpaban. Recorrió con los ojos la inmensa
llanura y, por último, fijó los zarcos ojos en el azul distante del mar.
Al vadear un río le asaltó el recuerdo de aquel cuyos restos dejaba en La Banderilla.
Y tuvo que reconocer que la de Ellis Peter Bean (EPB) había sido una vida brillante y
nada chata. De algo estaba cierto ahora Isaac: EPB había ardido intensa,
deslumbradoramente durante sus 63 largos años de vida.
Un rasgo en particular hizo que una blanca y franca sonrisa reventara entre sus
apretados labios: la singular suerte de EPB con las mujeres.
Devoradores fuegos encendió Ellis Peter en el alma de varias mujeres que le
conocieron o trataron. Prueba de lo anterior era aquel manuscrito salido del puño de
EPB que Isaac leyera, quince meses atrás, a hurtadillas de Candance, su madre.
Isaac evocaba gratamente aquel fragmento de las Memorias de EPB que atesoraba
su madre, entre otros muchos objetos del finado, en su casa de Moud Praire, Tejas.
E imaginó de pronto el rostro de la salmantina María Baldona, aquella matrona
que al despuntar el siglo, prendada del inquieto combatiente de indios y españoles,
dispuesta estuvo a perder fortuna y posición a cambio de la libertad y el amor de
Bean, quien, por aventurero, cruzaba casualmente tierra guanajuatense, camino al
penal de Acapulco, entre los integrantes de una cuerda de reos de la corona española.
Las facciones de la oaxaqueña Joaquina se superpusieron a la faz de la anterior en
un intento de darle rasgos a aquella otra que, además de obsequiarle con su amor, se
atrevió a insinuarle un día que la causa que había abrazado —la insurgente—, carecía
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de futuro y que lo mejor que podía hacer era someterse, sin condiciones, al déspota
hispano y a su lecho...
A continuación, evocó la faz de cada una de sus viudas. Y la cara de Candance
Midkiff, su madre, la esposa tejana de EPB, vino primero a su mente. Seguida por el
rostro de Magdalena, la mujer de mirar cálido y perturbador, dueña y señora de La
Banderilla.
Aquella noche, al calor del vivac, Isaac hubiese querido dar todo a cambio con tal
de haber convivido con su padre en momentos de riesgo y aventura entre indios,
negros y blancos carceleros españoles. Uno resaltaba de entre los episodios vividos
por su padre. Era aquel en el que, estando entre rejas, EPB jugó su vida en los dados.
Otro, tierno y misterioso, era aquel de su amistad entre muros con la lagartija
Bill. Animalillo cuya presencia impidió que EPB se hundiera en la demencia, encerrado
como estaba en el insalubre e inclemente penal virreinal de Acapulco.
Con la luz de la alborada, Isaac reanudó la marcha. Entonces recordó que su
padre intentó en dos ocasiones escapar de aquella fortaleza, y que falló en las dos.
Pero finalmente, en 1811 alcanzó la libertad con motivo de la guerra de independencia
de México.
Para ganar la calle primero se sumó a las fuerzas realistas, y a continuación y sin
mediar trámite, se incorporó a los efectivos insurgentes.
Intenso y rico en episodios bélicos fue su estreno entre los soldados de José María
Morelos. En breve y fulgurante campaña Bean pasó a ser hombre clave de aquel
ejército naciente, a cuyo frente se adueñó de la antigua fortaleza y de su principal
carcelero, a quien sin remordimiento alguno llevó a morir entre rejas.
Varios eran los testimonios de época que Isaac conocía acerca de la eficaz ayuda
que el capitán EPB, su padre, prestó a la causa republicana, al dirigir y organizar
entre los insurgentes los procesos de fabricación de pólvora, así como los servicios
sanitarios destinados a acompañar, atender y curara heridos en combate.
No menos eficientes fueron sus trabajos en el polvorín y las cocinas de las fuerzas
insurgentes en Chilpancingo, lugares en donde las mujeres y sus metates prestaron
enorme apoyo a los combatientes, pues con ellos molieron lo mismo salitre y azufre
para fabricar pólvora, que granos y chiles para producir las municiones de boca que
los guerreros reclamaban en los campos de batalla.
Su accionar en la retaguardia fue determinante a la hora de facilitar a Morelos y
sus seguidores la ruptura del cerco realista que soportaban en Cuautla Amilpas. Más
de mil kilos de pólvora, así como numerosos fusiles recién reparados por hombres y
mujeres a sus órdenes, fueron de enorme utilidad para las fuerzas de Morelos, quien
al abandonar Cuautla en manos del enemigo, se vio en la necesidad de sacrificar
numerosas piezas de artillería y una considerable cantidad de pertrechos.
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LOS DISCURSOS DE CLÍO
La huella de Bean fue patente también en los campos de guerra de Huajuapan,
Tehuacán, y Orizaba. Cerca de la última conoció el sabor de la derrota y se vio
obligado a huir. Nuevamente tocó Tehuacan y no paró sino hasta Oaxaca, en cuya
tersa llanura venció al ejército colonial. Sus dotes de organizador quedaron
nuevamente de manifiesto cuando puso a funcionar una vez más un nuevo polvorín
para las fuerzas insurgentes y dar vida a un centro destinado a fomentar y aprovechar
el uso de un recurso abundante de la zona: la cochinilla.
Acapulco, sin embargo, encabezaba su lista de pendientes. Allá le encaminó el
gran Morelos con una orden terminante: tomar la fortaleza de esa población. Bean
cumplió con la encomienda y al hacerse de esa guarnición, su fama creció entre los
seguidores del caudillo insurgente.
Su renombre le permitió ganar un sitio —3 de agosto de 1813— en la catedral
de Oaxaca, templo donde se llevó a cabo la elección de un quinto delegado a la
Suprema Junta Nacional Americana, congreso compuesto por ocho miembros, que
debía reunirse en Chilpancingo.
La firma del mayor Bean aparece por ello en el acta correspondiente a dicha
elección, precedida de su grado militar de comandante y su título de ingeniero.
El dos de noviembre de 1813 el Congreso de Chilpancingo proclamó la
Independencia de México, República gobernada por la voluntad de la Nación, y se
declaró a favor de la igualdad de razas y contrario a los privilegios clericales y militares,
al tiempo en que acordó la confiscación y repartición de las grandes haciendas entre
los campesinos, así como el aseguramiento de los bienes de los poderosos, cuya
mitad debía ser distribuida entre los pobres y el resto destinado a cubrir los gastos
del naciente gobierno.
Cuando esto ocurrió, Morelos le extendió el grado de coronel del ejército insurgente
y le ordenó partir de inmediato para sumarse a las fuerzas encabezadas por don
Ignacio López Rayón, de quien pronto se habría de separar con gran alivio, no sin
antes acordar que más tarde se reunirían en los llanos de Apan. Lo que nunca ocurrió,
pues una orden suprema se lo impidió.
Un apremiante despacho de Morelos le puso en camino hacia los Estados
Unidos. Morelos le pedía que partiera rumbo a la nación vecina con la clara
encomienda de proveerse de armas y meter en cintura a un grupo de extranjeros
que hacían tareas de zapa en suelo de la provincia mexicana de Tejas.
Isaac recordó que para cumplir con su cometido Bean salió de Oaxaca con dos
mil dólares, y que en Tehuacan se hizo de diez mil más que le fueron proporcionados
por los hombres de más haberes en esa población.
Pedro Elías Bean tocó en esa vez Huatusco y, durante su trayecto rumbo a
Nautla, tocó Puente del Rey, sitió donde tuvo un encuentro cordial con su viejo
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ELLIS PETER BEAN Y SU MEMORIA MEXICANA
amigo Guadalupe Victoria, quien era acompañado en esos momentos por un oficial
de apellido Anzures.
Ya en la costa, y luego de adueñarse de una goleta que se convirtió de hecho en la
primera unidad de la así naciente fuerza naval mexicana, Bean puso proa en dirección
a Nueva Orleáns en compañía de efectivos del pirata Laffite que se le sumaron en la
costa, y a cuyo jefe, antes de pisar territorio estadunidense, Ellis Peter Bean le expidió
—1814— carta patente para combatir a los navíos españoles enemigos de la naciente
República Mexicana.
EPB únicamente solidaridad encontró en tierras de Nueva Orleáns. En concreto,
nada. Vamos, ni siquiera una carta. Nada... Y es que sus correligionarios estadunidenses
tenían preocupaciones inmediatas que encarar. Estaban en guerra con los británicos,
y Bean volvió a los campos de guerra.
Deslumbrante fue la campaña bélica de Bean al lado de sus coterráneos, pero
debía retornar al territorio insurgente de México. Así que se embarcó en una nueva
goleta de la que se apoderó en nombre de la frágil república que representaba.
El recibimiento que Morelos le brindó no fue, empero, el que Bean esperaba. El
caudillo insurgente, quien únicamente malas noticias le tenía, tuvo que apurar el
trago amargo de las malas nuevas que Bean traía en su cartapacio. Le mortificaba
sobremanera el hecho de no poder esperar nada material de parte de sus amigos
estadunidenses.
Morelos, quien por aquellas horas acababa de ser investido presidente de la joven
república constituida en Chilpancingo, decidió nombrar y enviar un embajador
ante el gobierno de Estados Unidos.
Sobre los hombros de don Manuel Herrera recayó tan importante designación,
y encima de los del inquieto y emprendedor Ellis Peter Bean la doble encomienda
de recabar primero 25 mil dólares para tal fin y enseguida reembarcarse con destino
a Nueva Orleáns en compañía de Herrera y de un hijo Morelos, el joven Juan
Nepomuceno Almonte, en cuya formación de excelencia estaba particularmente
interesado el cura guerrero, quien así se convertía, sin proponérselo, en precursor de
las clases herodianas mexicanas empeñadas en formar ciudadanos útiles no para la
nación mexicana sino para los fines de las hegemonías de ese y todos los tiempos.*
Cuando Bean, Herrera y Almonte pisaron suelo de Nueva Orleáns, de inmediato
se dieron cuenta de que los poderes estadunidenses no reconocerían a la representación
de los independentistas mexicanos hasta en tanto éstos no hubiesen logrado
desembarazarse del yugo de la vieja España.
* Recuérdese que tiempo después Almonte y Narciso Mendoza, el famoso infante astillero,
terminaron subordinados a Maximiliano de Austria, durante su malograda aventura mexicana.
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LOS DISCURSOS DE CLÍO
En ese entendido Herrera y Almonte permanecieron en suelo de Nueva Orleáns
y EPB retornó una vez más a México en 1816, país donde le esperaban los más
terribles vuelcos sufridos por la causa independentista. El más grave de todos, que
Morelos había sido capturado, juzgado y fusilado —22 de diciembre de 1815—
por los españoles.
La situación de los republicanos mexicanos era particularmente desesperada y
Bean volvió los ojos al único reducto donde podía posarlos sin temor. A Veracruz,
donde su amigo Guadalupe Victoria permanecía en pie de guerra.
Iba en compañía de Magdalena Falfán de Godos, mujer con quien acababa de
casarse. La joven estaba en la ruina, pero aún era propietaria de La Banderilla, una
finca próxima a la ciudad de Jalapa.
La familia Falfán de Godos había arriesgado su fortuna en la revolución y estaba
emparentada con el cura Morelos. Así que EPB necesitaba recursos y en compañía de
Magdalena visitó Huatulco, población a donde recogieron un dinero que meses
atrás EPB dejara en depósito con amigos del lugar.
Los mulos en que llegaron estaban agotados y esa noche pernoctaron en una
hacienda que se alzaba a la vera del camino. Lugar en donde se presentaron de
pronto don Guadalupe Victoria y sus cuatro últimos acompañantes. El caudillo
estaba prácticamente en derrota y EPB consideró que debía proponerle reanudar la
lucha con los recursos que él acababa de rescatar.
Don Guadalupe le agradeció el gesto y le dijo que el momento no era oportuno.
Que no valía la pena arriesgar los pocos haberes con que Bean contaba y que lo
mejor, por ahora, sería buscar un refugio seguro y reorganizar sus efectivos. Él,
agregó, encaminaría su marcha en dirección a la serranía cercana a la ciudad de
Córdoba, Veracruz.
EPB —recordó Isaac, su hijo— fue atacado sorpresivamente por los realistas y, en
medio de la confusión, separado de su mujer y despojado de sus pertenencias. Para
su fortuna no cayó preso y sí pudo levantar enseguida un cuerpo armado de doscientos
hombres con quienes persiguió al enemigo hasta sus mismas líneas de abastecimiento,
sin poder darles alcance.
Entonces partió en busca de Magdalena. Pronto se reunió con ella y reanudó sus
ataques en contra del enemigo, pero éste era fuerte y había retomado la iniciativa.
Una mañana de tantas Peter y Magdalena estuvieron en un tris de caer en poder
de sus adversarios. Y Magdalena, quien cabalgaba en un corcel fresco, decidió
intercambiar montura con su cónyuge. La mujer le cedió la cabalgadura porque
pensó que por ser mexicana corría menos riesgos que su compañero y le rogó que se
pusiera lejos del alcance de sus posibles captores.
La abnegación de Magdalena permitió a Bean llegar a Jonesboro, Tenesí, tierra
sobre cuyo suelo había transcurrido su infancia, y de donde había salido hacia dieciséis
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ELLIS PETER BEAN Y SU MEMORIA MEXICANA
años. Se enteró entonces de que su padre había muerto ya y que su madre se había
desposado una vez más, ahora con un señor Shaw.
Las noticias provenientes del sur tampoco eran reconfortantes. Un hombre que le
conocía desde hacía mucho tiempo se presentó y le dijo que los ejércitos republicanos
de México estaban irremediablemente perdidos y le informó de un fuerte rumor que
corría: Magdalena, su esposa, estaba muerta. Había sido fusilada por el poderoso
ejército realista.
Con el dolor de aquella noticia oprimiéndole el pecho dejó el pueblo en que
creció y se mudó a vivir con un medio hermano que residía a 270 kilómetros de esa
población.
Bean no tardó en encontrar consuelo para superar su viudez. Ese mismo año
conoció a Candance Midkiff con quien de inmediato se casó.
Ignoraba el coronel insurgente de los ejércitos de Morelos que por ese solo hecho
se había convertido en bígamo, pues la Falfán de Godos estaba viva, muy viva, pues
él ni siquiera se había tomado el trabajo de confirmar el rumor de la noticia de su
aprehensión y ulterior fusilamiento.
En los siguientes cinco años Bean y su familia vivieron en las ásperas, duras tierras
de Arkansas. Se estableció como ganadero en suelo de Union Country, lugar hasta
donde le alcanzó —1821— una espléndida noticia: México era por fin libre.
La hora de las recompensas ha sonado, la gloria y la fortuna no tardarán en llamar
a la puerta, pensó el veterano excompañero de Morelos. Y sin pensarlo dos veces
liquidó su finca ganadera y emigró a Tejas con todo y familia.
Los Bean se instalaron en Mound Praire, un sitio próximo al río Nechez, donde
el coronel fue recompensado con un predio de poco más de media hectárea. Pero a
éste, considerando sus servicios en pro de la independencia mexicana, le pareció una
recompensa mezquina. Además, su familia había crecido e iba en aumento. Primero
habían venido al mundo Isaac y Ellis, sus hijos varones, y en 1825 nacería su pequeña
y adorable Susana.
La tarde en que EPB tuvo a ésta por primera vez entre sus brazos se dijo y repitió,
una y otra vez, que era tiempo ya de reclamar aquello a lo que tenía derecho y viajó una
vez más hasta la capital de México.
Isaac trajo a la memoria la tarde aquella de 1826 en que su padre, de visita una
vez más en México, comió, bebió y charló largo, tendido y en firme, con viejos
compañeros de armas como el general Guadalupe Victoria, quien convertido en el
primer presidente de la República Mexicana, estaba ya en el segundo año de su
mandato.
EPB había llegado el 18 de octubre de 1825 a la capital de la joven República en
donde las autoridades le dieron muestras fehacientes de su generosidad y reconocimiento.
El presidente Guadalupe Victoria le confirmó el grado de coronel que Morelos le
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LOS DISCURSOS DE CLÍO
otorgara un día y le recordó que en Mound Prairé contaba ya igualmente con un
predio y una finca que le habían sido cedidos por la nación mexicana.
Pese a ello Bean retornó a Tejas con un raro sabor de boca: el de la insatisfacción.
Lo que coincidió con un hecho desagradable por más de un motivo: empresarios
estadunidenses se habían adueñado de vastas regiones de la provincia mexicana de
Tejas y habían iniciado un vigoroso proceso de poblamiento que dejaba a los nacionales
en las márgenes. Así que Bean volvió a la carga para reclamar que le fuese otorgada
una superficie de tierra igual o mayor a la que en esos momentos recibían los nuevos
inmigrantes.
Además Ellis Peter Bean tuvo el candor de asentar por escrito, delante de Candance
y sus tres vástagos:
Yo, abajo firmante, Pedro Elías Bean, ciudadano mexicano residente en este país,
casado con doña Magdalena Falfán de Godos, nacida en Jalapa, declaro haber
establecido mi residencia en la provincia de Tejas y me propongo poner en valor
esas vastas regiones inhabitadas, haciéndolas colonizar por familias laboriosas.
En realidad —y ahora Isaac lo sabía luego de larga, pormenorizada e interesante
charla con Magdalena Falfán de Godos, la viuda mexicana de su padre— por aquella
época a EPB la vida le sonreía como nunca antes, pues el presidente Victoria no sólo
atenciones personales le había corrido en reconocimiento justo a su infatigable bregar
en pro de México, pues incluso había ordenado que le fuesen cubiertos los sueldos
atrasados que el país le adeudaba.
Por si esto no bastara, en los días de ese viaje EPB se había hecho el aparecido por
los rumbos de La Banderilla, donde inclusive permaneció el tiempo suficiente para
convencer a su primera cónyuge de que nuevamente se veía impelido a ausentarse de
México para regresar cuanto antes a Tejas.
Todo parece indicar que no le fue difícil lograrlo. Y es que la Falfán de Godos no
tardó en tener noticias de su accionar. Fue así como, sin abandonar nunca suelo de
Tejas en esos difíciles momentos, en breve Magdalena se enteró de que a su retorno
a Tejas Bean encaró nuevas y más complejas complicaciones. Y es que como coronel
leal a la bandera y la causa mexicanas logró atraer a la posición mexicana a los indios
rebeldes que se habían aliado con los efectivos fredonianos encabezados por Hyden
Edwards.
De modo que al triturar —1827— a una parte considerable de los enemigos de
México EPB vivió sus últimos días de gloria y éxito sobre suelo de Tejas, pues gruesos
nubarrones tendían ya entonces un oscuro manto sobre su testa.
Así, en mala hora en 1828 puso los ojos sobre tierras otrora propiedad de Hyden
Edwards, y las cuales reclamaba para sí un hábil político yucateco, Lorenzo de Zavala,
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ELLIS PETER BEAN Y SU MEMORIA MEXICANA
gobernador entonces del Estado de México. La proximidad con el centro favoreció al
funcionario mexiquense, porque la petición de Bean presentaba —textual— “ciertas
dificultades”.
Por si esto no bastara, agrandada y con fuerza llegaba hasta Tejas la onda de los
acontecimientos suscitados en la capital mexicana. Las constantes diferencias y disputas
entre federalistas y centralistas estaban en el núcleo de un fenómeno político que
cada hora que pasaba se tornaba más grave.
1834 se anunció ante Bean con agradables auspicios. Hasta Nacodgoches
—región donde el comandate Bean se desempeñaba con acierto desde hacía un par
de años— llegó repentinamente Juan Nepomuceno Almonte, el hijo de Morelos, a
quien 18 años antes Bean llevara hasta Nueva Orleáns, para que emprendiera estudios
superiores e inaugurara así una vieja prolongada costumbre de los gobernantes
mexicanos empeñados en formar a sus hijos en planteles de educación militar y
universitaria de cuño estadunidense.
Enviado por las autoridades políticas del país, Almonte estaba ahí para indagar
cuál era puntualmente la situación imperante entonces en tan distantes regiones de
la República.
Almonte encontró a Tejas en el más absurdo y triste de los abandonos, y así lo
puso por escrito al manifestarse asombrado por el hecho de que “los especuladores
de terrenos no hubiesen logrado realizar aún su proyecto de independizarse de
México.”
La ocasión para ello la daría Antonio López de Santana al expedir —3 de octubre
de 1835— un decreto mediante el cual liquidó la Constitución de 1824, pues al
poner a los estados en condiciones de desventaja, abrió el cofre de las ambiciones
tejanas contenidas a lo largo de los tres últimos lustros.
Preso de su lealtad, Bean quedó en el centro mismo de un complejo entramado
de intrigas que no tardó tomarle en rehenes y anularle en caso de que intentara,
mediante maniobras similares a las que desplegara diez años atrás frente a los
fredonianos, obstruir y desarticular el accionar de los “independentistas” tejanos.
El 21 de abril de 1836, diez minutos de batalla y una siesta inoportuna bastaron
para que los tejanos hundieran a Santa Anna y su esforzado pero cansado ejército en
el fangal del ridículo. La batalla de San Jacinto puso fin a la guerra en Tejas, estado
que en los diez años siguientes gozó de vida independiente.
En su reflujo la ola abatida sobre Tejas dejaba a Bean solo y al garete. Para él, el
porvenir carecía ahora de sentido. Y como los vencidos no merecían paga en suelo
ajeno, Bean pasó a ser extranjero en su propia tierra. La independencia tejana había
acarreado para él la ruina moral y material fruto de la derrota.
Las penalidades de Bean se agravaron siete años más tarde, cuando falleció el
único ser sobre la tierra a quien Bean amara sin condiciones, su adorada hija Susana.
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LOS DISCURSOS DE CLÍO
Por si fuera poco, Tejas jamás le había regateado amarguras y ahora nada le retenía en
esa inhóspita tierra.
Isaac, quien ya estaba próximo a la costa, tuvo que convenir de pronto en EPB
había actuado con discreción maestra el día de 1844 en que, luego de formular y
firmar su testamento, embrazó su escopeta y muy de mañana partió de caza, a
caballo, y la naturaleza literalmente lo devoró, pues nunca nadie supo donde habría
terminado sus días.
Al recordar y meditar en lo anterior, frente a los ojos de Isaac el hijo de Bean, en
la lejanía cruzó por el mar un buque estadunidense de guerra. Se trataba tal vez de
aquella nave que desde abril de 1846 había puesto cerco al Puerto de Veracruz.
Su país buscaba afanosamente la guerra con México y una vez más Isaac terminó
por convenir en que tal vez ese hecho también había precipitado el deceso de su
inquieto padre.
Cuando Isaac subió hasta la cubierta del barco que le llevaría de retorno a casa,
miró una vez más en dirección a La Banderilla y no consiguió refrenar una sonrisa
más al reconstruir de memoria lo ocurrido aquella mañana de agosto en que un
viajero precedente de México detuvo su marcha frente a Mound Pariré, la vieja
plantación de los Bean, y quien mientras hacía recuento de sus andanzas, no le
quitaba los ojos de encima, pues —y así lo manifestó— “había caído en la cuenta
de que quien le escuchaba tenía una enorme, asombrosa semejanza con un coronel
a quien había saludado durante su más reciente viaje por México, y quien por
coincidencia llevaba también su apellido.”
—Pero mi asociación es absurda. Aquel Bean estaba a su vez en compañía de su
esposa, una rica mexicana propietaria de una finca localizada en los alrededores de la
ciudad de Jalapa, en el estado de Veracruz –agregó.
En Isaac ya no cabía la menor duda: Si ese hombre no se apersona aquel día en
Mound Parire, el enigma derivado de la inesperada desaparición de su padre jamás
se habría sido develado.
Regreso pues a Mound Pariré; vuelvo tranquilo a casa: ¡Ya sé dónde reposa el viejo!,
exclamó.
Y al volver de nueva cuenta la vista en dirección a las montañas, por el rumbo
donde alzaba La Banderilla, Isaac sintió como si una dulce y cálida mirada desde allá
le alcanzara. Y una vez más su alegre y blanca sonrisa iluminó su faz.
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ELLIS PETER BEAN Y SU MEMORIA MEXICANA
El Coronel Ellis Peter Bean
El General Morelos
Acapulco y su antigua fortaleza
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LOS DISCURSOS DE CLÍO
Bibliohemerografía
Delalande, Jean (1959), Aventuras en México y Tejas del coronel Ellis Peter Bean, Patria,
México.
Ríos, Eduardo Enrique (1934), “El insurgente don Pedro Elías Bean, 1783-1846”, en
Anales del Museo Nacional de Antropología e Historia, México, pp. 489-526.
—— (1937), “Los piratas de Lafitte en la Nueva España”, revista Hoy, núm. 19, 3 de
julio, p. 36.
Salado Álvarez, Victoriano (1990), “La novela de un filibustero”, en Cuentos y narraciones,
Porrúa, México, pp. 298-316.
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