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DOSSIER DE PRENSA
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Dpto. Comunicación: Mercedes Pacheco ([email protected])
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DOSSIER DE PRENSA
La trepidante acción de El primer naufragio, entre la ejecución de Luis XVI y el triunfo del golpe de
Estado jacobino, transcurre en menos de cuatro meses y medio plagados de motines urbanos,
reveses militares y trifulcas parlamentarias. Su tesis se proyecta, sin embargo, sobre más de dos
siglos de conflictos entre la democracia y los proyectos totalitarios que han pretendido o logrado
destruirla.
Es por tanto un libro de Historia –a la vez académico y periodístico– pero también una advertencia
de plena actualidad sobre los riesgos que para la causa de la libertad entraña una dinámica política
dictada desde la calle, cuando una minoría organizada trata de imponer su ley a una mayoría
desvertebrada y acomodaticia.
En medio del abigarrado retablo de personajes de la Revolución Francesa se van sucediendo
escenas y situaciones que hemos visto reproducirse una y otra vez hasta nuestros días: la
deslegitimación de las instituciones representativas, el recurso a la coacción y la violencia, la
explotación de la crisis económica por la vanguardia revolucionaria, el influjo del miedo en la vida
cotidiana y el deslizamiento hacia el conformismo del mal menor que desemboca en la toma del
poder por la fuerza.
Este libro rompe con la historiografía tradicional que ha venido presentando lo ocurrido en la
primavera de 1793 en París como la pugna entre dos partidos homologables –Jacobinos y
«Girondinos»– que terminó con el triunfo de la izquierda sobre la derecha. La minuciosa
reconstrucción de los hechos demuestra que sólo los primeros constituyeron un partido digno de
tal nombre y que fue, precisamente, la incapacidad de los líderes moderados de organizarse para
defender la democracia lo que les llevó a ellos al patíbulo y a Francia a la dictadura del Terror.
FICHA TÉCNICA:
Título: El primer naufragio
Subtítulo: El golpe de Estado de Robespierre,
Danton y Marat contra el primer parlamento
elegido por sufragio universal masculino
Autor: Pedro J. Ramírez
Colección: Historia
Precio: 39,90 €
Páginas: 1. 332
Fecha de publicación:
20 de septiembre de 2011
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LA REVOLUCIÓN FRANCESA EN TREINTA ACONTECIMIENTOS
5 de mayo de 1789.
APERTURA DE LOS ESTADOS GENERALES.
21 de septiembre de 1792.
INSTAURACIÓN DE LA REPÚBLICA.
20 de junio de 1789.
JURAMENTO DEL JEU DE PAUME.
21 de enero de 1793.
EJECUCIÓN DE LUIS XVI.
14 de julio de 1789.
TOMA DE LA BASTILLA.
25 de febrero de 1793.
PILLAJES EN COMERCIOS.
26 de agosto de 1789.
DECLARACIÓN DE LOS DERECHOS DEL HOMBRE Y
DEL CIUDADANO.
10 de marzo de 1793.
CREACIÓN DEL TRIBUNAL REVOLUCIONARIO.
5 de octubre de 1789.
MARCHA SOBRE VERSALLES.
14 de julio de 1790.
FIESTA DE LA FEDERACIÓN.
31 de agosto de 1790.
MASACRE DE NANCY.
6 de abril de 1793.
CREACIÓN DEL COMITÉ DE SALUD PÚBLICA.
31 de mayo a 2 junio de 1793.
GOLPE DE ESTADO JACOBINO.
13 de julio de 1793.
ASESINATO DE MARAT.
21 de junio de 1791.
HUIDA DEL REY ABORTADA EN VARENNES.
27 de julio de 1793.
ROBESPIERRE ENTRA EN EL
COMITÉ DE SALUD PÚBLICA.
17 de julio de 1791.
MASACRE DEL CAMPO DE MARTE.
16 de octubre de 1793.
EJECUCIÓN DE MARÍA ANTONIETA.
14 de septiembre de 1791.
EL REY JURA LA CONSTITUCIÓN.
31 de octubre de 1793.
EJECUCIÓN DE LOS «GIRONDINOS».
20 de abril de 1792.
FRANCIA DECLARA LA GUERRA A AUSTRIA.
24 de marzo de 1794.
EJECUCIÓN DE LOS HEBERTISTAS.
20 de junio de 1792.
PRIMERA INVASIÓN DE LAS TULLERÍAS.
5 de abril de 1794.
EJECUCIÓN DE LOS DANTONISTAS.
10 de agosto de 1792.
DERROCAMIENTO DE LA MONARQUÍA.
8 de junio de 1794.
FIESTA DEL SER SUPREMO.
2 y 3 de septiembre de 1792.
MASACRES EN LAS PRISIONES.
27 de julio de 1794.
GOLPE DE ESTADO DE THERMIDOR.
20 de septiembre de 1792.
VICTORIA DE VALMY.
9 de noviembre de 1799.
NAPOLEÓN TOMA EL PODER.
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PRIMAVERA DE 1973
Marat responde a los girondinos que claman contra la dictadura que la libertad ha de ser establecida por la
violencia. Luis XVI acababa de ser guillotinado y comenzaba un período negro de la Revolución francesa,
cuando hablar de paz era hacerse sospechoso de contrarrevolucionario. Éste es el tiempo histórico –
concretamente los meses de enero, febrero, marzo, abril y mayo de 1793– del que habla Pedro J. Ramírez
en El primer naufragio. La tesis que propone el autor es que, durante esos meses, la izquierda triunfó sobre
la derecha, haciendo palpable la incapacidad de los líderes moderados –los girondinos– de organizarse para
defender la democracia, lo que les llevó a ellos al patíbulo y a Francia a la dictadura del Terror.
En cinco capítulos –Sangre de enero, Pillaje en febrero, Ensayo general en marzo, Girondinos desde abril y
Las furias de mayo–, Ramírez hace un relato exhaustivo y detallado de aquella “primavera trágica”. Meses
en que el campo se alzó contra las ciudades, los pobres se levantaron contra los ricos, y el Gobierno
revolucionario mantuvo un clima de motín permanente, con el enfrentamiento a muerte entre la facción
montañesa y la girondina. Todo lo cual desembocará, entre el 31 de mayo y 2 de junio de 1793, en el golpe
de Estado jacobino que puso a la Convención en manos de Robespierre y de la minoría montañesa.
En esa primavera, los girondinos eran sobrepasados por la minoría jacobina, con la que en el fondo tenían
tantos puntos en común, ya que ambos pertenecían en su mayoría a la burguesía media e intelectualmente
se hallaban movidos casi todos por un mismo desprecio de la religión y de sus sacerdotes.
La leva de 300.000 hombres ordenada por la Convención provocó la sublevación de la Vendée, al tiempo
que la carestía de los alimentos dio nueva fuerza amenazadora a los sans-culottes. Todo ello hizo que,
mientras la Llanura votaba en contra de ellos una serie de medidas revolucionarias presentadas por los
montañeses, los girondinos se hicieron más impopulares. Y al final, en sólo tres días, el brillante papel de
los girondinos terminaba con el arresto de 29 de sus más señalados diputados por parte de la Convención.
De esta forma, amenazados por una insurrección sans-culotte preparada arteramente por Robespierre y
Marat, los girondinos fueron víctimas tanto de su vanidad como de su incapacidad.
La minuciosa reconstrucción de los hechos demuestra que en la primavera de 1793 se decidió el destino de
la democracia en Francia con la victoria de los líderes de la izquierda sobre los moderados. Porque lo que
en verdad supuso el golpe de Estado de Robespierre, Danton y Marat contra el primer parlamento elegido
por sufragio universal fue el “primer naufragio” de la democracia.
LOS ARTÍFICES DEL GOLPE: LOS JACOBINOS
Entre las principales figuras, perfectamente caracterizadas, que presenta el libro destacan los jacobinos
Robespierre, Marat y Danton; y por parte girondina el gran orador Vergniaud, Guadet, Gensonné, Ducos o
Condorcet.
Danton, el demagogo. «Es pragmático, hedonista y venal. Ama el sexo, el poder y el dinero, sin distinción
de orden. Es “el corazón en la mano y el derroche fácil”. Se ha puesto al frente de la Revolución como
hombre de acción y enseguida ha demostrado que ese papel de agitador y conductor de masas encaja
como un guante en su figura impactante, su rapidez mental, su facilidad oratoria, su audacia sin límites y su
voz gutural y atronadora, como salida de las entrañas de la Tierra. Más que decir que está hecho para la
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demagogia, casi cabría alegar que la demagogia ha sido inventada para él. En lo bueno y en lo malo ha sido
«el hombre de septiembre»: el político providencial capaz de desencadenar la leva en masa de los parisinos
para hacer frente al invasor y obtener a su costa una victoria milagrosa y seminal en Valmy; pero también el
hombre sin escrúpulos y el jurista sin principios dispuesto a consentir una inmisericorde degollina que ha
ensuciado ya la Revolución con oprobio imperecedero. Danton es una moneda de dos caras».
Robespierre, el incorruptible. «Es frío, atildado, frugal, instruido, obsesivo, pulcro, meticuloso, casto,
enigmático, insobornable, abnegado, moralista, intelectual y puritano. Ni uno sólo de estos catorce
adjetivos cuadraría con la clase de tropa que en estos momentos se está sublevando en París. (…) Pero es
un detalle sin importancia porque hace tiempo que Robespierre ha construido un mundo paralelo a la
realidad y lo que no tiene cabida en ella sucede, cómoda y armónicamente, en su imaginación. Una
imaginación que es contagiosa, pues ha logrado transmitir a buena parte de quienes le rodean las fantasías
que emanan de una visión maniquea del mundo y la sociedad, según la cual la Revolución no es otra cosa
sino el catalizador de la eterna lucha entre el bien y el mal. (…) Robespierre es un místico encadenado a la
acción. Por sus venas sólo circula ideología. Cree que en el pueblo ha quedado depositada de forma
inmanente la virtud y que, al margen de cuáles sean sus normas y pautas de conducta, «a resultas de una
no especificada alquimia, la democracia seguirá a la virtud». Alterando así el orden de los factores, él se
siente un mesías enviado por el Creador o, como dirá pronto, por el Ser Supremo, con la misión de
defender ese depósito del que emanan los derechos de los más desvalidos en el entorno hostil de los
complots contrarrevolucionarios. (…) Incluso en un entorno tan propenso al melodrama, esa disposición
grandilocuente al holocausto, esa entrega a la causa por la causa, esa apariencia de falta de ambición
personal, ha logrado subyugar tanto a sus partidarios como a sus detractores, pues cada vez son más
quienes ven en este abogado de Arras de pluma aburrida, voz aflautada y escasas dotes oratorias la
encarnación misma de la Revolución».
Marat, el apólogo de la violencia. «No le basta con neutralizar políticamente a sus adversarios. Él lo que
quiere es liquidar físicamente a sus enemigos. Lo que tantos piensan, lo que pocos dicen. Por el bien del
pueblo y de la Revolución. Para él “la Revolución es violencia”. O más exactamente, precisa de constantes
“sacudidas violentas” que impidan la “cristalización” de los elementos dispersados por el anterior espasmo.
Así de sencillo: en la política, como en la mineralogía. Él es un científico social. (…) Marat decía al comienzo
de la Revolución que para evitar “los ríos de sangre” era preciso verter “algunas gotas”. Pero si en 1789
creía que bastaría que rodaran “quinientas o seiscientas cabezas”, en 1790 ya reclamaba diez mil; en 1791
pedía que se levantaran ochocientas horcas para colgar a todos los diputados de la Asamblea
Constituyente, mientras pronosticaba que en 1792 los patriotas cortarían cien mil cuellos –“y eso será una
maravilla”–; y su más reciente estimación en 1793 era la de “quinientas o seiscientas mil” víctimas. ¿Hasta
dónde llegaría la progresión geométrica? Puesto que la última “sacudida violenta” digna de tal nombre han
sido las masacres de septiembre, Marat cree que ya toca repetir la experiencia. Pero esta vez no busca la
cantidad, sino la calidad. (…) Quiere acabar con dos o tres docenas de diputados de la Convención.
¿Compañeros de fatigas parlamentarias? No, enemigos irreconciliables desde el mismo día que
comenzaron las sesiones. Además de desalojarlos de sus escaños, Marat busca despojarles de sus vidas. Le
mueve un doble impulso antropófago en el que el “hambre” es la inercia de su retórica terrorista y las
“ganas de comer” un feroz ojo por ojo, un implacable diente por diente: ya que vosotros intentasteis
guillotinarme a mí y no lo conseguisteis, ahora yo intentaré guillotinaros a vosotros [...] Siente que el
tiempo se le escapa: su dermatitis inflamatoria le obliga a pasar buena parte de la jornada inmovilizado en
la bañera. Marat tiene prisa por acabar de una vez, mucha prisa».
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EL AUTOR
Tras más de treinta años al frente de diarios nacionales, Pedro J. Ramírez (Logroño,
1952) aparece en todos los sondeos como el periodista más influyente de España.
El fundador y director de El Mundo ha obtenido prestigiosos galardones
internacionales, como el Premio Montaigne concedido por la Universidad de
Tubinga o el Isaiah Berlin por su trayectoria liberal. Es doctor honoris causa por la
Universidad San Ignacio de Loyola de Lima y el Lebanon Valley College de
Pennsylvania, donde fue profesor de literatura.
Tras haber publicado una docena de libros sobre la actualidad política –entre los que destacan los éxitos
Amarga victoria y El desquite, ambos publicados por esta editorial–, El primer naufragio es su primer libro
de historia, fruto de sus muchos años de interés, estudio e investigación en torno a la Revolución Francesa.
UNAS PALABRAS DEL AUTOR
Extracto de la entrevista con Asunción Domenech para La Aventura de la Historia, octubre de 2011
«Para un periodista, para un historiador, el atractivo de la Revolución francesa no sólo proviene de la
importancia de los asuntos que se debatieron y de la riqueza de los personajes que intervinieron, sino de la
abundancia de fuentes primarias. Todo lo dicho quedó escrito en los periódicos de la época, en las
memorias de buena parte de los protagonistas y, especialmente, en los libros de actas de las sesiones,
tanto del Parlamento como del Club de los Jacobinos o de la Comuna de París. Es imposible encontrar
materiales tan ricos en la imaginación de los escritores como los que se encuentran en la realidad cuando
llegas a un período tan importante como éste. A mí me interesa la vida y la he encontrado a borbotones en
la Revolución francesa».
«El período que va desde la ejecución del Rey hasta el golpe de Estado de los jacobinos es exactamente el
tiempo en que se fragua y se desencadena el primer fracaso de la democracia, el primer naufragio. Y en ese
fracaso están las explicaciones de muchos otros fracasos posteriores, en los que el totalitarismo, la
tentación de imponer una idea monolítica en la sociedad ha podido con las proclamaciones democráticas,
liberales y en defensa de proyectos progresistas. La tentación totalitaria de la revolución, desde que los
jacobinos cayeron en ella, ha sido un fantasma que ha pesado permanentemente sobre casi cualquier
experiencia política de la Edad Contemporánea. Lo que empezó siendo una gran utopía de aplicar los
principios de las luces y de la razón desembocó en la carnicería del Terror y en sucesivas experiencias
totalitarias. Eso es indiscutible, pero me rebelo contra la pretensión de gran parte de la historiografía oficial
francesa que sostiene que la Revolución es un todo, que hay que cogerla por completo y no se pueden
separar los aspectos positivos –el legado de un Estado en el que las leyes sean la base del gobierno y los
principios racionalistas hayan sustituido a los principios religiosos y el clericalismo del Antiguo Régimen– y
que el precio ineludible fuera lo que ocurrió. Creo que las cosas pudieron suceder de otra manera y, de
hecho, otras experiencias revolucionarias no terminaron así, y el ejemplo más claro es el de la Revolución
americana».
«No es un libro que tome partido, sino que busca la documentación de lo que ocurrió. Es verdad que todo
el mundo sabe cuáles son mis ideas en materia económica, que soy un liberal y, por tanto, estoy más de
acuerdo con las ideas que defendieron hasta el final los moderados, porque dicho sea de paso son las
mismas que al comienzo de la acción del libro también defienden Robespierre y Danton y casi Marat. Ellos,
los jacobinos, cambian de posición y abandonan la defensa del libre comercio y de la libertad económica
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cuando se dan cuenta de que hay un movimiento popular que no entiende el porqué de la escasez, de la
carestía de la vida y no hay nadie que se lo explique, no hay nadie que les diga que el origen de todos sus
males –un asunto que acerca el libro a la actualidad– está en el desequilibrio fiscal, en la incapacidad,
primero del Antiguo Régimen y después de la Revolución, de cuadrar mínimamente sus ingresos con sus
gastos. Las autoridades revolucionarias, al tirar por la calle de enmedio de fabricar los asignados, papel
moneda, están generando inmediatamente el mecanismo de la inflación, de la carestía y del desastre. Pero
la mayoría de la población, ignorante, sin educación y analfabeta, no puede entender cuál es el
funcionamiento del mercado y los mecanismos de la formación de los precios, de ahí que los sans-culottes
busquen a los responsables de sus males con las picas en la mano y hay algunos demagogos que les señalan
a los banqueros, a los ricos, a los comerciantes y a los acaparadores».
«Durante un tiempo, los jacobinos, que desde el punto de vista de su origen social eran tan burgueses
como los moderados, se mantienen firmes. Llega un momento en que Robespierre y otros dirigentes de los
jacobinos se dan cuenta de que los sans-culottes son la fuerza de choque que ellos necesitan para eliminar
a sus rivales políticos en la Convención y para cambiar la correlación de fuerzas parlamentarias mediante la
coacción. Entonces los jacobinos abandonan las posiciones liberales que han compartido durante todo el
período anterior con los propios moderados. Una minoría cohesionada, que se autoproclama depositaria
de las esencias de la Revolución, genera un proyecto totalizador que terminará provocando exactamente lo
contrario de lo que predican».
«El concepto de Guardianes de la Revolución lo utiliza literalmente Varlet, el colega de Guzmán, uno de los
que hacen sonar el tocsín, el toque de campanas que llama a la sublevación, el 31 de mayo de 1793.
Sostiene que la democracia no puede ser representada, que tiene que ser ejercida directamente por el
pueblo y que los diputados sólo deben ser correa de transmisión de la voluntad que exprese el pueblo en
cada momento y tiene que haber un cuerpo de guardianes que vigile las desviaciones de los diputados
respecto al mandato del pueblo. Este es un concepto que luego se ha ido repitiendo una y otra vez con los
comisarios políticos, las SS, los cuerpos de élite encargados por velar por la pureza revolucionaria tanto en
el partido como en el ejército, etcétera».
«Es el propio lenguaje el que establece los paralelismos. ¿Cómo traduciríamos enragés? Indignados ¿no?,
aunque también podría ser cabreados, airados, enrabietados… Y ¿qué decían los enragés?, pues que “los
diputados no nos representan”. Esa era su principal argumentación y por eso, en un momento dado, fueron
contra toda la Convención, no sólo contra los moderados, y ese es otro de los motivos que lleva a Danton, a
Robespierre y a Marat a ponerse en cabeza de esa manifestación, a pactar con los enragés y las secciones
de París más o menos coordinadas por la Comuna, la Montaña y el Club de los Jacobinos para hacer una
acumulación de fuerzas que liquidara a los moderados. Sin embargo, en el momento de escribir el libro no
tenía nada de esto en la cabeza, porque el 15-M surgió después de acabarlo, en las Navidades de 2010».
«Mi conclusión: en el momento en que emerge una élite, que se apropia y monopoliza la interpretación de
la Revolución, necesita crear mediante un efecto espejo un enemigo al que proporciona una identidad
ficticiamente cohesionada para tener el pretexto de utilizar la fuerza, tomar medidas de excepción y
amedrentar a los demás, para que vean lo que les pasa a los que se enfrentan a los únicos que están
legitimados para ejercer el poder. Esto es lo que hizo el estalinismo en los procesos de Moscú, es lo que
hizo el maoísmo en distintos momentos y en la revolución cultural y esto es lo que hacía Franco cuando
inventaba la conspiración judeomasónica».
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