Not in This Lifetime... Tour, la catarsis de Guns N` Roses que

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Suplemento Cultural Mensual de La Jornada Veracruz ✒ Domingo 29 de mayo de 2016 ✒ Número 5 ✒ Coordinador: José Armando Preciado Vargas
◗ Not in This Lifetime... Tour,
la catarsis de Guns N’ Roses
que demoró 23 años
CATARSIS / FOTO DE RICKY MARSHALL
Ginger Ragazzo
Crónica-reseña del concierto de Guns n' Roses
◗ La Feria
Juan A. Morales
Relato de costumbres
◗ Regreso a Maikh’ Sikh
y otros cuentos
Francisco Morales Hoil
Tercera entrega del libro de cuentos (Yebel Oda)
Not in This Lifetime... Tour, la catarsis de Guns N’ Roses que demoró 23 años
BROKEN DREAMS
Desde que tengo uso de razón, o más bien,
desde que tengo memoria lúcida, recuerdo
melodías que fueron “cinceladas” en alguna parte de mi cerebro, vibraciones que
se expandieron desde mis tímpanos hasta
los más profundos recovecos de mi ser; a
temprana edad ya sentía la emoción que,
de un modo u otro, hacía una implosión
en mis entrañas para obligarme luego a
menear la cabeza de lado a lado y a pegar
de brinquitos por toda la casa.
Esa “emoción” o sentimiento poseía
un nombre: “Guns N’ Roses”. Pero llegué
a saberlo cuando yo andaba por allí, casi
en pañales, conviviendo con mi hermano
y mis hermanas, recordando cómo era
‘being in the jungle’ aún en los 80’s.
Viene a mi memoria postrera Van
Halen, The Goonies, T2: Judgment Day,
Cyndi Lauper y Kurt Cobain, los colores
que se quedaron atrás y “una actitud” de
la juventud en la que yo nací y me fue heredada, pero me parece todavía más nítida
la indumentaria de la época, los jeans y
shorts, y las ‘camisas Grunge’ de franela
a cuadros, algunas de ellas sobrevivieron
para serme ‘traspasadas’ hasta entrado
el siglo actual, para ser olvidadas por lo
avant-garde o rematadas como bicocas en
mercados de ropa de segunda mano, lo
que ahora cualquier petimetre consideraría basura (…)
Y escarbando en mis recuerdos, me
veo a mí misma sola en la sala, repantigada sobre un sillón y enajenada con las
G INGER R AGAZZO
noticias de ‘espectáculos’ en un televisor
de 14 pulgadas. El 9 de agosto de 1992
se reportaba el Montreal Riot y la prensa
refería con gestos desaprobatorios los sucesos previos del Riverport Riot, aunado
al comportamiento peculiar que distinguía
a los personajes de la banda.
«Es impresionante» debí pensar sobre lo acaecido, en tanto que mis rasgos pueriles se expandían y yo quedaba
boquiabierta, con los cabellos castaños
revueltos en una mañana que se pinta ya
borrosa y de la cual no tengo más reminiscencias, aunque sólo un año más tarde, con
una conciencia un poco más desarrollada,
vi un comercial del que sería el tour del
último concierto previo a su separación
de ‘Los Guns’–como les llamamos en
México–y que incluía el que hasta ahora
había sido su último show en el River Plate
Stadium, Argentina, el 17 de julio del 93.
El día en que vi ese anuncio nació
en mí el sueño de verlos en vivo y, tras
los aciagos acontecimientos cuyo advenimiento vaticinó The Spaghetti incident?,
se marchitaron mis esperanzas poco a
poco y al pasar de los años, mientras
crecía escuchando sus discos y envolviéndome en otros géneros musicales derivados del Rock.
Al saber que las disputas y resentimientos entre los miembros se acrecentaban con el paso del tiempo y después
de incidentes ‘crueles’ que sobrevinieron
durante más de dos décadas, entre los que
enlisto como más dolorosos la colaboración de Slash en Nada Puede Cambiarme
de Paulina Rubio –golpe bajo del que no
me recobro hasta el día de hoy– o la negativa de Izzy yAxl de acudir a The Rock
And Roll Hall Of Fame, aunque su acto
fue justificado, seguir en la industria y no
hacerlo aporreó severamente los anhelos
de los fanáticos.
Fue así como dejé atrás Use Your
Illusion II y enterré cada vez más en el
vacío mis anhelos, hasta el punto en que
en noviembre de hace ocho años salió el
Chinese Democracy –álbum que me encantó aunque considero lejano al espíritu
que posee Appetite for Destruction, si
bien claramente esa no era la intención–
y, tras leer la entrevista de Axl con Del
James, en la que Rose asegura que había
“cero posibilidades de que tuviera algo
que ver con Slash de nuevo, de no ser por
una emboscada”, sentí una nueva estocada
(…) entonces perdí la fe, pese a que en
los años posteriores resurgieron rumores
de una posible reunión, con todo y las especulaciones en 2015 yo sólo ya no creía.
Así, no fue fácil reconstruir de un
día para otro la extraña amargura del
castillo demolido sobre las negras nubes
de mis pensamientos, allí ya ni siquiera
atravesaba un rayo de luz. La infamia
A Mauricio Ballesteros, in memoriam
llegó a tal grado de que al enterarme de
Not in This Lifetime... Tour escupí un acre
y despechado: “¿Qué, se les acabó el dinero para las drogas?”, a quien me avisó
por teléfono que Guns (classic lineup)
venía a México. Ni siquiera por ser una
fuente de confianza le creí, autodestruida
por la ironía y abyectas ideas germinadas
casi toda mi vida, debía cerciorarme de
propia mano.
Lo hice. Era verdad. Ante las abrumadoras noticias ni siquiera tuve el tiempo
de emocionarme, habría de conseguir dinero para las entradas a toda costa, prever
las diligencias menesterosas para estar en
ese concierto y faltaba menos de una semana para la preventa en línea. Ignoraba
si sería necesario vender mi alma al mejor
postor para tales efectos, afortunadamente
no lo fue.
El 8 de febrero, a las 11:35 a.m.
–minutos ulteriores a una concentrada
compra por Internet y un intento fallido
por la saturación de la página web– apareció la cinta verde con la leyenda “Tu
compra está completa. Ginger, ¡Asistirás
a Guns N’ Roses”. ¡Victoria!, no pude
más que hacer el gesto de Snake en VRTraining de Metal Gear Solid al llegar al
checkpoint «Excellent Ginger» Incluso
me pareció escuchar las fanfarrias del
Final Fantasy VIII, todos suben de nivel,
obtengo “Uña de dragón”, etcétera.
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Domingo 29 de mayo de 2016
NOT IN THIS LIFETIME... TOUR
CIUDAD DE MÉXICO, MARTES19/04/2016.- El tan esperado día llegó, previamente plagado por
noticias que aumentaban la incertidumbre
sobre el evento donde estarían los “semidioses” del Hard rock: “la prensa especializada dice que la reunión es un error”;
“No Steven, no Izzy, no Matt (…) en la
ambigüedad”; “Axl se rompió ‘la pata’ en
el show de Troubadour” (…)
Una animada, pero sorprendentemente ordenada compañía, se agrupaba
en la periferia del Foro Sol el 19 de Abril
2016, «todo tiene que salir bien» debió
cundir en el imaginario colectivo, en esta
ocasión saldrían puntuales, no habría que
aguardar a que Axl esperara a que se
alinearan las constelaciones en el cielo y
después aparecer on stage.
La concurrencia andaba en las inmediaciones excitada. Unos a paso veloz
iban hacia la puerta correcta de su acceso,
otros calmados, mirando ya los puestos
de souvenirs. Aquí y más allá comitivas
bajaban de autobuses desentumiendo los
miembros, con una resolana que se alternaba con lluvia ligera, según los comerciantes todo el día había estado así, pero
la venta de impermeables, tazas y demás
ya empezaba.
Por fuera del recinto ya se escuchaba el bullicio de los que habían acampado para obtener los mejores lugares
de su zona, las pruebas de sonido y el
intempestivo escándalo remoto, creando
una atmósfera que encendía aun más los
sentidos.
Una vez dentro y, tras pasar varios
puntos de seguridad en donde las chicas
fueron despojadas de sus cosméticos –no
fueran a preparar un coctel explosivo– y a
los que llevaban cualquier suerte de gorro
o cachucha les hacían levantarlos a distancia, esperabas con libertad en tanto que
disfrutabas de una cerveza, conversabas
sentado o acostado sobre el asfalto, saciabas tu hambre con una hamburguesa o
jocho, o bien ibas a expulsar de tu cuerpo
cualquier fluido que pudiese ponerse imprudente.
(…) A las siete de la noche los abigarrados asistentes empezaban a poblar
las gradas. La espera seguía y gruesos
nubarrones se extendían en el cielo para
mal augurio de los presentes. Claramente
GN’R ha marcado generaciones, se apiñaban familias enteras, desde el sesentón
hasta el niño de 10 años que daba un
paseo con su mamá evaluando el terreno.
Casi a las ocho relámpagos alumbraban el ya desfalleciente celaje vespertino, mientras pesados goterones golpeaban el asfalto y una lluvia torrencial
amagaba con estropear quizá, el mejor
concierto del año –tal vez de mi vida–
pero para cuando se desató el aguacero
con un poco de granizo la muchedumbre
se aguerría, aferrada a su lugar por el que
pelearon duro, al tiempo en que otros
tantos afortunados se refugiaban junto al
área de comida.
Cuando tocó The Cult los ánimos
caían, la fría precipitación acometía contra la muchedumbre y fue sorprendente
Director: Tulio Moreno Alvarado
Subdirector: Leopoldo Gavito Nanson
Coordinador: José Armando Preciado Vargas
Diseño Editorial: Mayra Licona Aguilar
[email protected]
ver cómo cada vez más el tropel, antes
agitado, se entumía poco a poco pese a
los esfuerzos y la buena empapada de Ian
Astbury con la bandera mexicana, que
brincaba y agitaba los cabellos, al punto
en el que la franca desilusión se iba generalizando. Si bien la desesperación allanaba con agigantados pasos, fue el anuncio de lo que sobrevendría y, así, como en
milagro misericordioso, simplemente dejó
de llover, “justo a tiempo”.
Saqué la mano desde el sitio en el
que me albergaba y sonreí «Nothing last
forever, even cold November Rain» pensé
al darme cuenta de que corría maquinalmente hacia el escenario y, después de
que el Staff escurrió el agua sobre éste
a marchas forzadas, el aliento volvió en
oleadas por todo el foro.
De la nada la aglomeración se compactaba; al echar una mirada atrás, se
distinguía un lleno total que ardía ya en
griterío por todos lados. Un sonido eléctrico rompió la expectativa. En las pantallas apareció el logo clásico de bala de
los Guns, parpadeando, como lámpara de
neón verde en falla; The Merrie Melodies
(Looney toons intro) suena vaticinando la
locura, seguido de The Equalizer, el sitio
se oscurece.
Axl arriba a su trono y saluda. Se
escapan chillidos de alegría a hombres y
mujeres. It’s So Easy estalla con la energía
de Ferrer en la batería y Slash comienza
en el centro-izquierda rasguñando su Les
Paul Starburst mostaza, “Fear” se lee en
su camiseta negra. Duff se luce frente Axl
que lanza una patada de entusiasmo con la
pierna no lastimada, también Richard Fortus, despeinado, hace gala de presencia.
Inmediato Mr. Brownstone pone a
bailar a todos, las luces se elevan sobre
sus ejes y uno disfruta ya los solos de
Slash, “the great one”, vituperado a veces de sobrevaluado virtuosismo, fue a
cerrar bocas para demostrar qué es ser un
verdadero rey en el escenario; ese modo
de cuadrarse, colocar la guitarra sobre
sí mismo y tocar recargado sobre un pie
marcando el tempo con el otro es única,
además dicho séase que algo evidente es
su fortaleza física, luce macizo y en buena
forma para su edad, ciertamente se nota
que le ha bajado a las drogas, contrario a
Duff McKagan que, pese a verse delgado
y enjuto, es el único que puede hacer que
el bajo suene bien en esta rola.
Fue genial ver a Slash ejecutando
Chinese Democracy entre las luces rojas
fulgurantes y la pirotecnia; hacía pensar
en un universo paralelo en el que Guns N’
Roses se desarrollaba como otras bandas
que envejecen juntas, pero era imposible
sobrevivir al mundo en el que sólo ellos
vivieron sin algunas tragedias, sin peleas,
sin excesos; lo que pasó, llegué a la conclusión, fue una necesaria catarsis de 23
años.
“You know where you are? You are
in the jungle Mexico!” –dijo Axl acicateando a sus fans– “you’re gonna dieee”.
En Welcome to the Jungle todos cantaban
y el frío previo desaparecía saltando y con
los puños arriba para culminar en un “Oh,
yeah!”.
En Double Talkin' Jive Axl parecía
querer caer del trono con tanto pataleo
y de perfil, gesticulando, semejaba el
mismo chico ebrio de antaño. Slash tuvo
tiempo para encumbrar con habilidad sus
manos. ¡Qué increíble es en vivo!
He de confesar que a mitad de Estranged me descubrí a mí misma llorando.
La temperatura bajó, los californianos se
pudieron las leather jackets. Nunca antes
había sentido con tanta fuerza el significado de esta canción y he de reconocer
el increíble trabajo que hicieron Reese y
Ferrer aquí. Pensaba en lo poderoso del
género musical, en la fuerza que proyecta,
Slash y Axl ■ Fotos de Noiser
en las masas que mueve, «por eso los
quieren muertos» divagué sobre Lennon
y demás, “el espíritu del Rock mismo es
el de seguir adelante, sin importar nada
más”, aunque algunos mueran en el intento.
Live and Let Die se explica por sí
misma, es el zeitgeist que se extendió en
llamaradas innecesarias, la interpretación
de esta pieza y más adelante Civil War
recordó por qué la voz de Axl Rose es extraordinaria en todos sus sentidos, en cada
matiz, su mejor instrumento; digan lo que
digan nunca habrá un timbre argentino
equiparable ni quien entone hablando sin
perder la profusión del sentimiento, ni el
sentido, a menos claro que esté dopado, lo
que en esta ocasión no aparentaba.
Pero en Rocket Queen, la apología
a la diosa, aparecieron las chicas en el
fondo que en vano esforzaban su danza
sensual pues no bastaron para arrancarle
las miradas al solo de Slash que sacudía
cabeza y melena lenta y cadenciosamente,
con las piernas abiertas; Axl pugnaba
por contener el baile y marcar el compás
sobre el enorme sitial, Duff se encorvaba
y torcía. Durante You could be mine las
chicas se desgarraban la garganta por sus
ídolos, los chicos coreaban y triscaban.
“Buenas noches motherfuckers!”,
lanzó Axl y cedió el micrófono a McKagan que empezó a cantar frente a la eufórica gente; se cruzaban las arrugas en su
boca vociferando Attitude, cover de Misfits, ataviado con camisa negra de bolitas
blancas. Axl estaba de vuelta, atravesado
por un mar de luces, dio paso a sus tonos
más emotivos en las notas del sintetizador
de Melissa Reese en This I love.
Nubarrones ■ Foto de Ginger Ragazzo
La angustiosa visión de un monitor
de electrocardiograma marcaba la actividad alterada del corazón de un hombre al
borde de la muerte. Coma arrancó alaridos
en “I never really wanted to live”, pese a
algunos errores, Coma se elevó como un
himno en el aire, entre la batería y portentosos guitarrazos de Slash.
Subsiguiente Axl dijo algo inentendible en español para presentar a Slash
“En la guitarra”, a lo cual este respondió
deleitando a un público superior a 65 mil
almas con el tema de El Padrino, cuyos
riffs dieron paso a Sweet Child o’ Mine
que encendió de nuevo el espíritu de la audiencia. Axl mudó su atuendo a uno estilo
country. Cuando los vi más de cerca, entre
los múltiples celulares que no querían dejar de grabar pensé: «¡Son reales, de carne
y hueso, se ven como de plastilina!» y era
genial ver a los dedos de Slash pisando los
trastes de su Gibson, cómo los cabellos
de Duff y la ropa de Axl vibraban con el
sonido y el viento; no sólo los reflectores
te hacen un ídolo –consideré– ellos representaban el ideal de la juventud, el éxito
fuera del establishment.
En ese momento el flujo en las
extremidades de Slash comenzó a hipnotizarme, de algún modo la magia de la
prestidigitación en sus manos me llevó al
ensimismamiento, como cuando él mismo
parecía estar absorto por instantes al tocar
su guitarra; entonces, de algún modo
Slash se convirtió en una cigarra gigante
que se alimentaba ávidamente de una
vaina blanca, sí, un grillo con enorme
cabeza, anchos y profundos ojos negros,
sus mandíbulas eran el movimiento de los
dedos (…) me pregunté si estaba teniendo
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Domingo 29 de mayo de 2016
una epifanía o la mariguana circundante
estaba haciendo de las suyas.
Cualquiera que fuese el caso, al
terminar estos espejismos no pude más
que notar que a este número le siguieron
Civil War y Better, dando por sentado que
las condiciones de Axl para el evento eran
claras, GN’R jamás dejó de ser GN’R en
la ausencia de los demás elementos, sólo
se ensanchó hacia la vertiente creativa que
él fundó en sus entrañas y que ha sido, en
ocasiones, injustamente desdeñada, de allí
que en muchos conciertos corriera a los
imbéciles que adjudicaban a sólo alguno
de los miembros la agrupación. GN’R no
es sólo un hombre, GN’R es una banda
que sigue, le pese a quien le pese.
A continuación de deleitar a la multitud con el cover de Pink Floyd Wish You
Were Here en el dueto de guitarras Slash y
Fortus, el piano había sido colocado, Axl
se acomodó en el banquillo adaptado y se
cambió el sombrero. November Rain fue
la balada más acompañada con el eco de
aullidos desmedidos de miles de personas.
Slash no se subió al piano aunque recon-
fortó ver el aporreo felino de Axl sobre
las teclas.
Knockin’ on Heaven’s Door, el cover
de Bob Dylan que hicieron suyo, fue una
vez más poseso y tomó sólo unos minutos
de silencio para que el sonido de una locomotora inundara el ambiente en Nightrain
y todos parecieron recobrar las energías en
el proscenio, inclusive Duff corría ya en
camiseta negra, su musculatura magra se
marcaba bajo los tatuajes, Slash improvisó
unos solos cuando Axl pidió a sus fans
ayudarle y cantar más fuerte.
Y, en el encore, precedido por muchas porras, Patience hizo mella entre
los presentes. Creo que muchos fanáticos
estarán de acuerdo en haber reemplazado
The Seeker, cover de The Who, por algunas que quedaron a deber, Don’t Cry,
Yesterdays, Since I Don’t Have You, Used
to Love Her, You’re Crazy o So Fine,
cualquiera, hubiera sido ad hoc para esta
ocasión especial.
Aunque al principio algo desencajado, Ferrer pudo agarrar el paso al avanzar la rola, Paradise City fue un gran cie-
rre, con las luces coordinadas en el sitial
de Axl, pirotecnia, humo, fuegos artificiales en el cielo y confetti al mismo tiempo.
Slash tocaba manos detrás del cuello, para
arrojar posteriormente con Duff las espigas, entre el sincero aplauso y bullicio de
una audiencia satisfecha de haber vivido
un sueño que parecía imposible.
EPILOGUE
Sin importar lo lucrativo del evento que,
se ha sido dicho, dio lugar a la reunión de
los miembros clásicos de Guns, cumplir
el anhelo más profundo de miles de fanáticos no tuvo precio, especialmente para
los mexicanos. Escuché al salir a algunos
coetáneos que perjuraban que “ya podían
morir en paz”.
Cuando Axl vino a México en
años previos, durante la gira del Chinese
Democracy, la percepción que daba era
distinta, en octubre del 2011 desahogué
las ganas de verlo, pero sin desdeñar a
su séquito entre los que destacan Ashba,
Buckethead, Mantia y demás –excep-
La Feria
JUAN A. MORALES
Durante el año el pueblo se adormece. En febrero la
tolvanera corre por el Valle, silba entre las pencas secas
de las nopaleras, agrieta la tierra y el polvo se anida en la
nariz y los dientes. En mayo el calor nos tuesta el cuero
y los aguaceros de agosto bajan furiosos de la montaña,
escaldan el Valle y arrastran al llano ramas, basura y
hasta gallinas. Las heladas no respetan el calendario,
queman las plántulas, resecan la milpa o acaban con la
papa. En el llano cada temporada nos impone su ritmo,
pero yo me rijo por el almanaque de la fe: Navidad, los
Reyes Magos, la cuaresma, Corpus Cristi y San Miguel
Arcángel. La gente espera esa fecha porque la feria se
empata con las fiestas patrias y nos olvidamos tantito de
las penas, pues de no ser por la feria, no habría ni dónde
refugiar el tedio, pero esta vez presiento que algo va a
ocurrir. Mi má dice que soy ave de mal agüero.
En plena cosecha llegan los juegos mecánicos.
El pueblo bulle. La boruca baja de las rancherías para
congregarse en el llano. Los comerciantes se instalan
en los portales. La Posada es una algarabía y Don Nicolás, el dueño del Mesón, cuelga de los postes hilos
con papel picado. Bajo el Portal las marchantas aposentan sus tinacales para vender pulque en jícaras. El
cura cierra las calles y las piadosas mujeres de la “Vela
perpetua” arman sus tenderetes para vender antojitos,
escapularios y estampitas. Los rancheros compran ceras, milagritos de azogue y latas de aceite de oliva para
la lámpara del Santísimo. Cada año, la venta costea las
festividades y para agenciarse recursos, por la noche, a
los acólitos nos ordenan empaquetar las latas de aceite
y llevarlas a los puestos para venderlas otra vez.
En la nave mayor de la Parroquia suben en andas
la estatua alada del Arcángel. Diez hombres la pasean
por las polvorientas calles, el sol refulge en su armadura
azul cobalto y, bajo el metal, se le ve un fino coleto de
cuero, mandado a hacer en las tenerías de Coatepec, el
faldón de satén azul deja al descubierto sus lechosos
muslos. Por debajo de las botas se encuentra derrotado
el demonio y San Miguel Arcángel lo amenaza con la
toledana, la espada que doña Edelmira –la dueña de
la fábrica de embutidos– trajo desde España, para que
luzca mejor armado el Santo varón.
La procesión enfila por las calles laicas de Benito Juárez, dobla en Leyes de Reforma, continúa por
Juan Álvarez y regresa por Constitución de 1857. Las
rancheras que acompañan la estatua del arcángel lucen
sus faldas zanconas de vivos colores, rebozos terciados
y trenzas atadas con listones tricolores. La orquesta de
San Juan Xiutetelco marcha al frente de los caballeros
de la “Espada Flamígera”, quienes hacen turnos para
cargar la efigie. El cura ornamentado en amarillo y oro,
parte plaza seguido de nosotros –los monaguillos– y yo
atizo el sahumerio del que escapa una nube de copal
que baña a las damas de la nocturna Adoración.
En un descanso para relevar a los cargadores
aparece una niña güera, con sus once años brillándole
en los cabellos de elote. Sin mediar palabra se mete a la
columna, entre los Caballeros de la Espada Flamígera
y las beatas. Reparte volantes. Me ve de frente, me
entrega un panfleto y aprieta mis dedos –¿Irás? –Pregunta y me deja lelo. No sé qué hacer con el papel.
Trato de levantar mi alba almidonada y la roja sotana;
pero el cíngulo me lo impide, mientras lucho contra el
faldón me ve, divertida, le entrego la cadena cobriza
del sahumerio y con toda calma arremango la enagua,
guardo el impreso en la bolsa trasera de mi pantalón y
doña Emerenciana, devota de la Congregación de San
Francisco, me reprende y me sorraja un cocotazo al que
respondo humilde: “paz y bien, hermana”.
Termina la función y voy al parque. Una tras otra,
las carpas están recién pintadas y ordenadas. En la primera presentan a la mujer pulpo y el gritón de la entrada
dice que fue castigada por desobedecer a sus padres. Ella
vive en una enorme pecera y las truchas nadan en torno
suyo. Con un tentáculo, la guapísima muchacha quiere
atrapar un camarón seco que el Capitán “Escualo” le
arroja al estanque, pero no puede atraparlo y las beatas
se persignan y rezan la magnífica “Glorifica mi alma
señor…”. En tan sólo cinco minutos termina la función
y nos echan de la carpa. En el pabellón más grande un letrero reza “La rubia que todos quieren”. Me asomo. Los
hombres, cerveza en mano, se arremolinan y las gordas
mujeres de cabello pintado lucen sus minifaldas y bailan
“A go-go”. Nunca había visto señoras en tales fachas;
entro medroso, atento a sus movimientos y una bailarina
me clava su inquisidora mirada y golpea mi espalda para
sacarme a empellones “¡Vieja fodonga!” –pienso.
En una carpa medina veo en un letrero desvencijado “Títeres Herrera”, y a todo pulmón anuncia un
viejo “Pásele, pásele, dos tandas por un boleto”. Pago y
entro. Cuatro chamacos y yo constituimos el “respetable”. Tomo lugar a media sala, a pocos minutos dan la
tercera llamada y como no entra ni un alma más, inicia
la función. Entonces descubro que los gritos de horror,
las risas y la música que me animaron a entrar es una
grabación. No hay orquesta ni actores, solamente muñecos con hilos que aparecen dirigidos por una batuta
invisible, y la trama me atrapa de inmediato.
Al tañer de la flauta vuelan los pájaros, el pato
obedece al oboe, el gato al clarinete, el Lobo se mueve
al tronar de las trompetas y Pedro sale a escena con el
murmullo de los violines. Salen los cazadores y sus
armas son los golpes de tambor. La música lo envuelve
todo e incorpora los graznidos de los tordos que viven
en el parque, lo mismo que el chirriar herrumbroso de
los juegos mecánicos, que ya piden clemencia. “Pedro
–dice el abuelo enojado–, la pradera es un lugar peligroso”. Algo no está bien, Pedro se escucha como si
fuera una niña y su voz se acomoda graciosa al rasgueo
de los violines. Termina el cuadro y en el intermedio,
fuera del local, gritan los vendedores de loza “Va esa
cacerola, échale otra, que no se note la pobreza”, y en
alguna otra parte cantan la lotería “El que despertó a
San Pedro: el gallo. La cobija de los pobres: el sol, el
tuando a “Bumblefoot”, que actuó como
douchebag en aquella ocasión– ningún
miembro de GN’R es reemplazable para
provocar a la audiencia en su más pura
esencia.
Indudablemente en Not in This Lifetime... Tour hubo varios errores en la
puesta en acción y no fue un show que
calificaría de abrumadora calidad técnica, sin embargo sí fueron notables los
movimientos e indicaciones bien premeditados, que claramente mejoraron las
disposiciones que se requerían para lograr
un buen concierto, dadas las condiciones
adversas.
Aunque a muchos se enfermaron
por la mojada de esa noche, la mayoría
eran caras sonrientes al salir del sitio y los
nefastos vaticinios de que Axl y Slash ni
siquiera se parpadearían en el escenario
fueron enterrados al verlos sonreírse con
franqueza, o, al menos, algunos tuvimos
el placer de contemplarlo en vivo. ¡Enhorabuena, que vengan muchos conciertos
más!
[email protected]
caso que te hago es poco: el cazo”.
Comienza el segundo cuadro. Se apagan las luces, retumba la música y al clamor de unas trompetas
aparece la Bella Durmiente. Inmediatamente reconozco
en ella, a la voz de “Pedro”. Los diez minutos vuelan y
cuando salgo anuncian “Blanca Nieves”. Los chiquillos
del público, que estaban conmigo, corren a los juegos
mecánicos; pero la música ya prepara la atmósfera de la
otra función y me quedo. Lo avanzado de la tarde atrae
más público y el salón se llena en un santiamén. Poco
antes de la tercera llamada, de entre las cortinas de terciopelo rojo asoma el rostro de la niña de los cabellos de
elote. Trae una charola de madera con dulces, muéganos
y cacahuates garapiñados. Llega a mi lugar, el rostro se
me enciende y me pregunta por el sahumerio. No sé qué
contestar y sonrío como tonto. Me ofrece una paleta de
malvavisco, le indico con la mano que no tengo dinero.
“Tómala –dice–, no te la estoy cobrando”. Apenado
quiero salir de la carpa pero señala imperiosa una silla
en el rincón, me dispongo a ver el cuadro y adivino de
inmediato que ella es Blanca Nieves, su voz es preciosa.
Cuando termina la tanda ya está en la puerta ofreciendo
sus dulces. Me ve salir y me llama “En el parque, en el
hueco del árbol viejo, dejé unos boletos –dice–, entrega
sólo uno en cada función, que si mi papá se da cuenta,
me mata”. Le agradezco y durante un angustioso y largo
momento solamente nos miramos, por fin me dice “Soy
Helena. Oye. ¿Eres cura?”. –Me da miedo que nos vea
su padre o mi má, y sé que ella, la más bella niña que
he visto, se irá del pueblo y no volveré a verla “Román
Castillo –le digo– y soy acólito, no cura”.
Inmediatamente me hago conocido en la feria.
Don Macario, el hombre que cuida la entrada de la carpa
me invita a trabajar repartiendo volantes y me paga con
boletos para subir a los juegos mecánicos. Salgo de la
escuela, corro a la carpa, los reparto y Helena me acompaña. El siguiente domingo me dice que debe regresará
a Guadalajara. Me da tristeza y pienso, cómo es que
siendo una niña ya conoce el mundo, mientras yo, en
sexto de primaria, “Lo único interesante que conozco es
el Rancho Ocopila y al Padre Manuel –le digo e imito al
cura– Pater Noster, qui es in caelis”, ella ríe y se le dibujan dos hoyuelos. La invito a misa de la noche porque
hay una boda. Cuando la gente sale, me separo de los
acólitos y la busco. Está en la última banca, con su rollo
de volantes, corro hacia ella y nos metemos en la puerta
de la escalera de caracol que sube al coro. Los novios
ya salen y les cantan el “Ave María”, Helena toma mi
mano, la oprime con fuerza, besa mi mejilla “Así nos
van a cantar –dice– cuando nos casen”. Me pierdo en su
verde mirada y afirmo –Así será. –Se aproxima, apenas
roza mis labios con los suyos y sale corriendo.
Al día siguiente, lunes, me levanto temprano. Mi
má me ordena dar de comer a las gallinas, lo hago tan rápido como puedo. Corro y corro. Las beatas ya salen de
misa de seis “Paz y bien, Romancito”. Llego al parque
y no hay nada, ni rastro de la carpa. Voy al viejo árbol,
espanto a la ardilla impertinente que ahí vive y meto la
mano. Saco un papel “Manila” amarillo y arrugado en el
que me promete “Volveré por ti”. Las Atracciones Nava
regresan cada año, pero los Títeres Herrera, jamás.
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Domingo 29 de mayo de 2016
Regreso a Maikh’ Sikh y otros cuentos
Yebel Oda
Mi vida en el desierto comenzó cuando fui desterrado de
Maikh’ Sikh. Desperté en este lado del mundo sin posesión
alguna, además de mis tristes vestiduras y mi cimitarra. En
Maikh’ Sikh yo pertenecía a una de las familias más antiguas y mejor acomodadas; en ese momento, sin embargo, yo
estaba a punto de perecer en el desierto sin tener siquiera un
compañero que rezara por mi alma, y con una sed terrible,
una sed imposible de describir, una sed de años enteros, de
una vida sin haber bebido agua, de la que los guardianes del
Templo, quienes me habían ahí abandonado, me dejaron un
solo tonel, con un grabado en un idioma extraño; una sentencia mágica que hacía que el agua se enturbiara
cada vez que me incliné a beberla, no obstante el
que no soplara ni un poco de viento. Estaba seguro
de que iba a perecer. No tenía idea alguna de dónde
me encontraba, por lo que caminar hacia cualquier
lado hubiera sido una necedad. El primer día fuera
de mi lugar de origen estuvo plagado de pesadillas
que me atormentaron cuando intenté dormir, y de
largas e inútiles reflexiones sobre lo estúpido de
mi proceder, la razón de mi expulsión de la ciudad,
de que me despojaran de mi nombre. La primera
noche, me sobrecogió una tristeza profunda, una
congoja que se adueñó de mi cuerpo entero y me
oprimía el pecho: Fue entonces cuando, por primera vez, no vi en el cielo nocturno una luna llena.
Pasé un día completo sin moverme, por la
pena, por la tristeza. La noche fue peor. Al tercer
día, el implacable sol del desierto comenzó a formar ampollas en mi piel. Intenté calmar el escozor
y el fuego que sentía en mi cuerpo mojándolo entero, pero en lugar de apaciguarse, el ardor crecía.
Así, estuve sumido en el sufrimiento más terrible
que nunca sentí hasta que cayó la noche, con su
luna incompleta y, con ellas, la infinita tristeza de
las noches anteriores. El agua estaba a punto de
terminarse y yo supe que no alcanzaría para sobrevivir una jornada más. El miedo me arredraba, me
rodeaba como una manada de fieras desconocidas,
pero el cansancio y la enfermedad fueron invencibles, y me llevaron, poco a poco, a un sueño
profundo, que yo confundí entonces con la muerte.
Al despertar, estaba en la carpa de un hombre con tidjelmoust que dijo llamarse Abdul Ibn
Abu Al Qasim Khalaf Ibn Al Abbas Al Zaharawi,
y ser médico personal de Harramin Ibn Shukbu,
quien con magnanimidad me había mandado a recoger del camino a su paso. El médico dijo que me
encontraba en la caravana principal de la tribu Kel
Tademaket, de la que su señor era líder, me contó
también que su señor Ibn Shukbu era descendiente
directo de Shukbu Sheik Hamet, señor del Sahara
Verde, a quien todo el Ehén rindió tributo en su tiempo, y
que tenía suerte de estar ahí, aunque fuese como un esclavo,
y que diera las gracias a su señor y a los dioses. Cuando le
pregunté por qué me habían recogido, él señaló y tocó mi
frente, y me dijo que debía descansar. No habló más por ese
día. En ese momento no entendí qué quería decir con eso,
pero lo recuerdo como el hito que fue para mi vida. A partir
de entonces, la señal que llevo como desterrado de Maikh’
Sikh ha sido fundamental para determinar el sentido que mi
suerte adopta.
Cuando estuve repuesto de las heridas —de la sed
nunca he podido reponerme—, hice uso de mis habilidades
para hacerme un inaden de la cáfila, en la que, en no mucho tiempo, me hice de buena fama. En un par de meses,
reservaban para mí la mejor materia prima; en menos de un
año, me hice el líder e instructor de los demás inaden. Hubo
hombres ricos que llegaron a pagar a mi señor un elefante
por alguna de mis estatuillas, dos diamantes por una de
mis no mejores espadas... Poco después, conocí al mismo
Harramin Ibn Shukbu. Me sorprendió que un hombre de
su edad (por lo que se veía de sus manos y su cara, no le
calculé más de cuarenta años, apenas el doble de mi edad)
fuera tan respetado por tantas personas. Me llamó para hacerme su herrero y artesano particular. Empecé entonces a
trabajar exclusivamente para él. Yo hacía sólo las cosas que
él me pidiera, casi siempre, regalos que hacía a los jefes de
otras tribus o de las ciudades que visitábamos. Él, a cambio,
me otorgó la libertad, además de los mejores alimentos,
bellísimas mujeres y riquezas increíbles. La caravana de
(parte 3)
Kel Tademaket se fue haciendo famosa por los espléndidos
regalos que ofrecía. Me hice amigo personal de Harramin
Ibn Shukbu. Llegamos a ser casi como padre e hijo, lo que
debe parecer sobrenatural, puesto que él nunca conoció mi
nombre, y yo sólo conocí su cara cuando él murió.
Tres décadas enteras pasé en el desierto con Harramin
Ibn Shukbu y la tribu Kel Tademaket. Lo que viví entonces
con mis compañeros debe ser lo más increíble que haya
acontecido a cualquiera desde el inicio de los tiempos hasta
hoy. Estuvimos en Sión, a la que llaman también Yerushalaim, en Siria, Tlön y Egipto, en la fatua Palestina y en
Constantinopla. Conocimos Europa también e intercambiamos especias, piedras y brujerías con los gitanos de los
Cárpatos y con los marinos del mar Caspio. Vimos al mundo
en su totalidad, y éramos dueños de él. Todo eso me hizo lo
La Danza ■ Ilustración de Pavel Santa Rosa
que ahora soy; me forjó. Pero siempre mantuve la secreta
esperanza de que el término feliz de alguno de esos largos
viajes fuera mi adorada Maikh’ Sikh.
Hace veinte años ya que Harramin, mi salvador, mi
amigo, murió durante una epidemia de locura en el desierto,
suicidándose al volver su cordura poco después de matar a
su primogénito y al médico Abdul, eliminando así sus dos
fuentes de inmortalidad. Cuando descubrimos su cara para
honrarlo, lo comprendí: en la frente llevaba la señal de exilio
de Maikh’ Sikh. En un manuscrito que se descubrió poco
tiempo después en su tienda, escrito en un extraño tifinagh,
daba cuenta, entre otras cosas, de su longevidad (su diario se
remontaba a fechas de hacía casi dos siglos; se le calcularon
entonces ciento setenta años de vida —y doscientos veintiocho a Abdul, el médico—) y de su árbol genealógico, que
manifestaba que su antepasado que había sido desterrado
de Maikh’ Sikh era Shukbu Sheik Hamet, iniciador de la
más larga descendencia de que se tiene conocimiento en la
historia de la humanidad.
Yo estaba destrozado y no podía seguir. Mi hermano
de pena y compañero de alma estaba ya muerto y sería
enterrado en la siguiente ciudad que visitáramos. Yo había
viajado durante la mayor parte de mi vida, y el no haber encontrado la muerte no me libraba de la esperanza de la vida
sedentaria. No podía, sin embargo, seguir buscando Maikh’
Sikh. Ya no creía en la esperanza de volver a encontrarme
en ella. Así, decidí que me quedaría a vivir en donde enterráramos a Harramin.
El lugar al que llegamos fue un pueblo hermano
FRANCISCO MORALES HOIL
gadamese, de raíces amazigh, ubicado en las colinas del
Yebel Nefusa. La arquitectura me impresionó sobremanera;
las primeras casas que vi ahí, las que están al descubierto,
fueron talladas en la piedra caliza de la montaña, dotándole
de una apariencia mágica, de espejismo, y que incitaba,
sin embargo, a reparar en la artificialidad de la obra, en
la capacidad humana. Lo que siguió a ello, aunque no tan
impresionante por lo burdo de su factura, me causó un
asombro casi comparable con el que manifiesta quien mira
por primera vez a Maikh’ Sikh; me regresó el sueño, la vida,
al sugerirme la idea que le daría algo de sentido. Desde la
cima hasta la base del Yebel Nefusa fue tallado un gran
agujero que permite el paso de la luz a algunas habitaciones
que fueron talladas alrededor de éste en la piedra. El lugar
me intrigó por algún tiempo y fue la inspiración para mi
proyecto. Cuando estuve listo, me despedí de la tumba
de Harramin Ibn Shukbu Ibn Ahmad Ibn Muhammad
Al—Muhalid Ibn Raschid Sheik Hamet y partí al
Cairo para contratar a los arquitectos y la mano de
obra capaz de ayudarme a construir mi sueño: ésta, su
amada ciudad, tallada en las entrañas del Yebel Oda,
con profundas horadaciones alrededor de los cuales
se crearan complejas redes de galerías con plazas,
terrazas, lugares para el comercio, calles enteras,
fuentes, parques, lagunas incluso. Una gran ciudad en
el corazón de una montaña en donde finalmente me
asenté para tener una familia.
La ciudad no tardó en habitarse; rápidamente
—primero por el Cairo, desperdigándose desde ahí
hacia el resto del orbe— se corrió el rumor de que se
había construido una magnífica ciudad en Yebel Oda.
De todos los lugares que en algún momento vi, generaciones enteras en busca de la majestad y la magnificencia que sus propias ciudades habían perdido vinieron a refugiarse aquí, a Yebel Oda, haciendo de ella en
muy poco tiempo una utópica metrópoli multilingüe,
ocupada por varios miles de habitantes conducidos
según el sistema de gobierno de los amazigh, de la que
yo soy el líder. Yo mismo soy Yebel Oda.
Ha ya veinte años de esto. Mi ciudad se extiende muy adentro en las entrañas de la tierra. La
gente está feliz y nada hace falta a ninguno de sus
habitantes. Pero a mí…
No puedo negar que mis vidas —itinerante al
principio y sedentaria ahora: no deben, no pueden ser
la misma— me han dado buenos momentos. Adoro
a mi familia y estoy orgulloso de mi pueblo, de mi
gente, pero todas las noches que no veo la luna llena
elevándose en el cielo, cada vez que tomo un poco de
agua para mitigar esta sed insaciable, siento un vacío
terrible que nada sino Maikh’ Sikh puede llenar. Pero
soy ya un viejo y no tengo las fuerzas para emprender
un viaje largo, aunque la voluntad sigue indiferente al
paso del tiempo, al cambio del curso de los ríos y de
las vidas que se agitan como mariposas que baten sus
alas alrededor de mí. Ni siquiera esta ciudad por mí
fundada, que prácticamente tallé de la roca con mis propias
manos, me ha logrado quitar de la cabeza a mi lugar de
origen.
Mis amados hijos, mis más queridos, les hago ahora
entrega de lo que soy, de lo que he sido. Ustedes, a partir
de ahora, se convertirán en lo que seré. Confío a ustedes mi
suerte, mi inmortalidad. En este cofre guardo nuestro verdadero nombre. Deben prometer que no lo abrirán sino hasta
encontrarse con nuestro destino.
Harramin Ibn Yebel Oda, hijo mío; a ti hago entrega
del gobierno de ésta, nuestra amada ciudad. Eres joven aún,
y tienes mucho que aprender. Debes saber que todo puedes
aprenderlo en los libros, y eso te suplico: No viajes nunca,
Harramin. Haz de Yebel Oda la más grande de las naciones
del mundo. No cejes en tu esfuerzo para lograrlo. Tienes
toda la confianza de tu padre en que lo harás. Te amo, joven
Harramin.
Jhebedel Ibn Yebel Oda, mi hijo, mi primogénito; te
di la vida y te doy ahora mi nombre, mi cimitarra y todos
los medios necesarios para que partas en busca de la ciudad
en que nací. Al terminar este día saldrá la luna nueva. Yo me
colgaré de la viga que está sobre nuestras cabezas para dejar
de existir y así tengas no sólo mi nombre, sino mi propia
vida y mi misma identidad. A partir de mañana, contarás
mi historia como si fuera la tuya. Vuélvete Yebel Oda, encuentra tu ciudad, y recupera tu nombre. Sé impetuoso y no
pierdas nunca de vista tu objetivo. Ve con Dios, hijo mío, y
pide a los djinns que te favorezcan, pues sólo ellos podrán
mostrarte el camino hacia Maikh’ Sikh.
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