LA NOVELA Y EL CUENTO HISPANOAMERICANOS DE LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX. Desde el punto de vista histórico-social de la segunda mitad del siglo XX, los acontecimientos más destacados en Hispanoamérica son la Revolución cubana e 1959, que en su inicio inspiran sueños de igualdad, y los golpes de Estado en los años 7o en Chile y Argentina, que dan pie a dictaduras basadas en el terror. En general, se puede afirmar que las claves de la política social y económica de Hispanoamérica se resumen en la explotación social, la pobreza, la desigualdad económica y la inseguridad política. A partir del Modernismo, Hispanoamérica crea una rica literatura a lo largo del siglo XX. Al hacer referencia a la literatura hispanoamericana, se realiza una forzosa simplificación, puesto que incluye la literatura de cada país del continente. Lo que está claro es que la literatura hispanoamericana tiene una enorme importancia en todo el mundo, así como muchísima influencia en España. Los antecedentes más destacados son los siguientes: la novela de la tierra o novela regionalista (la búsqueda de una identidad nacional lleva a buscar las esencias de lo americano en el folklore y las costumbres; las tres grandes novelas son La vorágine (1924), situada en el Amazonas, del colombiano José Eustasio Rivera; Don Segundo Sombra (1926), que viene a ser en prosa gauchesca lo que el Martín Fierro en poesía, del argentino Ricardo Güiraldes; y Doña Bárbara símbolo de la selva venezolana- (1929), del venezolano Rómulo Gallegos) y la novela social o indigenista (ciclo que refleja la revolución mexicana en 1910, con obras como Los de abajo (1916), de Mariano Azuela, además de referirse a la opresión y explotación del indio, el gaucho, el negro o el mestizo, inscritos en un marco geográfico rural como la pampa, la sierra o la selva: Huasipungo, del ecuatoriano Jorge Icaza, que consigue elevar la narración del indio por los blancos y por el capitalismo exterior hasta un tono épico; ¡Ecué-Yamba-Ó! (1933), del cubano Alejo Carpentier; y las novelas del peruano Ciro Alegría, como El mundo es ancho y ajeno (1941), que penetran en las creencias del indio sin considerarlas supersticiones, con lo que la narrativa queda abierta a un mundo mágico y maravilloso). En las décadas de 1940 y 1950 se produce una renovación en la narrativa hispanoamericana que rompe con el realismo tradicional por medio de la aparición en las narraciones de elementos míticos, legendarios, mágicos o fantásticos junto a una trama verosímil. Se asimilan los procedimientos formales de los escritores europeos y norteamericanos (Kafka, Joyce, Faulkner...: multiplicidad de perspectivas del narrador, monólogo interior, estilo indirecto libre, desorden temporal, historias paralelas o intercaladas...) de una manera muy particular. Aparecen preocupaciones existenciales y sigue habiendo una denuncia crítica, pero el realismo se funde con elementos fantásticos: es el llamado "realismo mágico" o "lo real maravilloso". Hay una mayor preocupación formal en la construcción de las novelas y cuentos. Lo real maravilloso es la forma privilegiada en la que la literatura hispanoamericana encuentra su identidad propia y con la que consigue exportar sus técnicas a Europa. Sus representantes más destacados son el guatemalteco Miguel Ángel Asturias (El señor Presidente es una novela de dictador y una denuncia política esperpéntica de la arbitraria utilización del poder), Alejo Carpentier (El reino de este mundo, que trata sobre las sublevaciones negras en Haití, o El siglo de las luces, que recrea la Revolución francesa en Las Antillas), los argentinos Jorge Luis Borges (que renueva el cuento en libros como Historia universal de la infamia, Ficciones, El Aleph, El informe de Brodie o El libro de arena, con una narrativa metafísica caracterizada por la preocupación por problemas trascendentes y la entrada de elementos fantásticos que se cuestionan la realidad misma. Aparecen mitos clásicos, referencias literarias, uso de símbolos -el libro y la biblioteca, por ejemplo, son metáforas del mundo-, temas como el mundo como laberinto, el destino incierto, la muerte y el tiempo, todo ello aderezado de humor e ironía, paradojas y juegos con la historia de la literatura) y Ernesto Sábato (su obra profundiza en la realidad, en la política, en los problemas del hombre en las fronteras entre la locura y el mar: El túnel, sobre el amor como locura y la persecución de lo inalcanzable, o Abaddón el exterminador), el mexicano Juan Rulfo, que con solo el libro de cuentos El llano en llamas, 15 narraciones que se sitúan en un mundo hostil y desolado, con personajes violentos que viven la miseria, llenos de culpa; y la novela corta Pedro Páramo, de composición fragmentaria y dividida en secuencias, donde Juan Preciado busca por el desolado paisaje de Comala, un espacio mítico donde los muertos dialogan entre sí, al padre que abandonó a su madre y a él, ha sido de los autores más influyentes en la generación posterior), el uruguayo Juan Carlos Onetti (cuyas novelas y cuentos deja traslucir una visión pesimista de la existencia, con personajes solitarios, desorientados, sin esperanza, con una vida gris, desarrolladas en una ciudad mítica llamada Santa María, como en El astillero), el paraguayo Augusto Roa Bastos (Yo, el supremo, novela de dictador), el cubano José Lezama Lima (Paradiso)... Entre 1960 y 1980 puede hablarse de un florecimiento espectacular de la narrativa hispanoamericana que se denomina como el "boom de la novela hispanoamericana". Llamamos “boom” a la definitiva internacionalización de la “nueva novela” hispanoamericana, que creó un gran número de lectores dentro y fuera de América y cuyo éxito fue aprovechado y propiciado en España por editoriales españolas como Seix-Barral. Hay un mayor interés por el medio urbano, prosigue la mezcla de realidad y fantasía, se intensifica la renovación técnica y la experimentación formal (ruptura de la línea argumental, cambios de punto de vista, de la linealidad temporal, estructura caleidoscópica, contrapunto)... El “boom” no tiene un carácter generacional, lo forman escritores de diferentes edades (algunos de ellos incluidos en la etapa anterior, algo difícil de delimitar) y frecuentemente con escasa relación entre ellos. Cuatro son las figuras claves: Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa: El argentino Julio Cortázar es considerado junto con Borges el maestro de la narrativa breve. En su obra lo fantástico se incluye en lo cotidiano para mostrar la complejidad de la existencia: son fuente inagotable de interpretaciones sus libros de relatos Bestiario, Final del juego, Armas secretas, Historias de cronopios y famas, 62 Modelo para armar y su novela Rayuela, que experimenta con una doble lectura: la convencional y otra que propone ir saltando determinados capítulos. Entre las obras más importantes del mexicano Carlos Fuentes, tal vez el más experimentalista de todos, podemos citar La región más transparente (1958) o La muerte de Artemio Cruz (1962), que es un hito para la narrativa hispanoamericana. En ella emplea las tres personas del discurso para representar tres perspectivas de un hombre que reconstruye su vida antes de morir (la 1ª persona aborda la agonía de Artemio Cruz; mediante la 2ª, Artemio parece dirigirse a sí mismo con una especie de voz de la conciencia, reflexionando sobre diversos temas relacionados con su vida; la 3ª persona presenta directamente lo sucedido en un determinado día). Observamos además pluralidad de puntos de vista, dislocación temporal, juegos narrativos diversos, a través de los cuales narra el largo proceso de la revolución mexicana con espíritu crítico. El peruano Mario Vargas Llosa (reciente Premio Nobel), con La ciudad y los perros (1962), es prácticamente la novela inicial del llamado boom de la literatura hispanoamericana. Ya emplea técnicas como el monólogo interior, la ruptura del orden cronológico o la multiplicidad de puntos de vista. La casa verde tiene mayor complicación porque se cuentan historias que se desarrollan en dos espacios diferentes (la selva de Perú y un burdel). En Conversación en la catedral (1969) muestra el Perú contemporáneo por medio de los diálogos entre los personajes en un bar llamado la Catedral. Otras novelas importantes: Pantaleón y las visitadoras, La tía Julia y el escribidor, La fiesta del chivo... El colombiano Gabriel García Márquez es un escritor que se caracteriza por la imaginación y la fusión de lo real, lo imaginario, el mito y la historia. En Cien años de soledad (1967) .Además de esta obra, ha escrito otras como Relato de un náufrago, Crónica de una muerte anunciada (novela corta en la que se mezclan elementos de crónica periodística y de la novela policiaca), El coronel no tiene quien le escriba, El amor en los tiempos del cólera o libros de cuentos como Los funerales de la Mamá Grande. La nómina adscrita al denominado “boom” es inmensa. Podemos señalar otros autores destacados: los peruanos Julio Ramón Ribeyro (La palabra del mudo) y Alfredo Bryce Echenique (Un mundo para Julius), el guatemalteco Augusto Monterroso (microrrelatos), los chilenos José Donoso y Jorge Edwards; el cubano Guillermo Cabrera Infante (Tres tristes tigres), el uruguayo Mario Benedetti (La tregua), los argentinos Manuel Mújica Laínez (Bomarzo) y Manuel Puig (El beso de la mujer araña), la mexicana Elena Poniatovska, etc. La riqueza y variedad de la narrativa hispanoamericana no se ha detenido en los últimos años. Los autores mencionados y muchos otros son autores con una obra amplia y de gran calidad que, en muchos casos, continúa desarrollándose. La narrativa hispanoamericana posterior al boom se caracteriza, como en el resto de Occidente, por una diversa variedad de tendencias. Eso sí, decrece la opción experimentalista y la complejidad estructural, y se eligen discursos narrativos más transparentes. Asimismo, cabe destacar el auge del microcuento o microrrelato, a partir del magisterio de Augusto Monterroso (Andrés Neuman, Juan José Arreola…). La lista de autores y títulos fundamentales de este período también es larga, así que nombramos algunos de los más conocidos: los chilenos Isabel Allende (La casa de los espíritus, 1985 y Cuentos de Eva Luna, 1987), Antonio Skármeta (El cartero de Neruda, 1985), Luis Sepúlveda (Un viejo que leía novelas de amor, 1989) o Roberto Bolaño (Los detectives salvajes, 1998); las mexicanas Laura Esquivel (Como agua para chocolate, 1989) o Ángela Mastretta (Árrancame la vida, 1985); el colombiano Álvaro Mutis (La nieve del almirante); los argentinos Ricardo Piglia (Plata quemada, 1997), Martín Kohán (Ciencias morales (2007) o Andrés Neuman (Hacerse el muerto, 2011)...