La Suerte siempre anda mirando a ver qué surge y el Trabajo

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La Suerte siempre anda mirando a ver qué surge y el Trabajo, siempre con el ojo
listo y el ánimo fuerte, hace que surja algo. La Suerte se está en la cama, deseando que
el cartero le traiga la noticia de una herencia; mientras que el Trabajo se levanta a las
seis, y con la pluma o el martillo pone los cimientos de un seguro bienestar. La Suerte
siempre anda plañendo; el Trabajo silba. La Suerte se atiene al acaso; el Trabajo a la
buena conducta.—¿Qué os gusta más, la Suerte o el Trabajo?
Hay en Nueva York un sacerdote que, a semejanza de otros pastores que han
abandonado sus puestos en iglesias ricas para buscar modo de hacer iglesias a los
pobres, predica a estos los domingos en las calles, desde las escalinatas de las casas de
Gobierno, o en las plazas públicas, donde muchos perezosos y hambrientos merodean
por los contornos de las casas de bebida, y se lanzan, como fieras sobre su presa, sobre
los residuos espumosos de los barriles de cerveza que los cerveceros sacan a las aceras:
porque con ser Nueva York ciudad tan culta, las inmundicias de las casas se exhiben en
miserables barriles, colocados frente a la puerta de cada vecino, en espera del barril que
en pleno día pasa a recogerlas. Este predicador de los pobres es el Dr. Kennion, que no
los trata mal, ni les habla rudamente, ni entiende de hacer vibrar en su alma cuerdas que
la cultura no ha afinado, sino que dirige sus esfuerzos a hacer vibrar esas cuerdas
sonoras esenciales que llevan en sí, háyase cultivado o no, toda alma de hombre. Lo
cierto es que el pueblo pobre va a oír al Dr. Kennion, y que ya este ha logrado formar
una congregación estable, recogida de entre estos vagabundos y sedientos. El día de
Pascuas obsequió el pastor a sus pobres con una suculenta comida. Estaba él en la
puerta de la casa del festín, y recibía y despedía con apretones de manos y palabras
cariñosas a los hombres cubiertos de harapos y enrojecidos de frío que venían a buscar
asiento en el banquete. “Esta buena gente, decía el pastor, tiene hambre y frío. Mi
sermón no les calentaría, ni acallaría su hambre. Más hambrientos, y más trémulos
estarán si les predico antes de comer. Si les predico después de comer, les evito de
seguro que vayan a malgastar sus pobres centavos en una taberna donde puedan hallar
un poco de calor.” Un hombre de fisonomía abierta y levantada, ya entrado en años,
llamó la atención del Dr. Kennion. Era un hombre de letras, que de ruina en ruina, había
venido a dar en la plaza pública. Al día siguiente ya le había dado empleo el buen
pastor, que cuenta a veces por millares a sus oyentes, de quienes es amado y respetado.
En París excita siempre gran curiosidad y empeñadas disputas la venta de
autógrafos o memorias de personajes célebres. Alfred de Musset, amado por sus versos
y por sus desventuras, tiene el privilegio de apasionar con todo lo que fue suyo, o salió
de su elegante mano, a los parisienses que le aman cada día con más apasionado afecto;
y como ahora se anuncia la venta de los autógrafos de Alfred de Musset, y de Pablo, que
fue también escritor excelente y lealísimo hermano de Alfred, la curiosidad de los
parisienses ha subido de punto. Hay empeño especial en impedir que salga a luz todo lo
que se refiere al verdadero carácter y reales peripecias de los históricos amores de
George Sand y Alfred de Musset. Poco tiempo hace, Mauricio Sand, el hijo de la
novelista, que es un escritor celebrado, se opuso a la publicación de la correspondencia
de su madre con el poeta: ahora, aunque parece que sin fruto, ha habido nuevas
tentativas para impedir la venta de los autógrafos del desembarazado cantor de
“Namouna”, del admirable y desesperado creador de “Rolla”. Entre los autógrafos,
figurará en la venta un álbum de dibujos, hechos durante el viaje de Jorge Sand y
Musset a Italia, que está largamente cantado, y de muy distinta manera por cierto, en el
libro Ella y él, que Pablo escribió por indicación de Alfred, y el libro Él y ella, con que
Jorge Sand le contestó en defensa propia: ¡dos libros tristísimos!
Un viajero que acaba de estar en el Japón se hace lenguas de la delicadeza y
cortesía del trato de los japoneses. Dice que, aunque muchas de sus numerosas prácticas
sociales sean complicadas y enojosas, no está en ellas la urbanidad japonesa, sino en la
suavidad con que se tratan, en la presteza con que obligan, en la discreción con que
hablan, en la bondad con que permiten al extranjero que manifieste sus ideas
extravagantes sobre el país, y en el cuidado con que evitan toda alusión desagradable a
la patria del extranjero. Hemos oído decir a un caballero que hace frecuentes viajes
entre América y Europa, que no recuerda haber hallado en todos sus viajes un amigo
más comedido, delicado y urbano que un japonés. Y el viajero de quien tomamos estas
observaciones dice que no conoce modelo más perfecto de gentil hombre que el de un
hombre bien educado del Japón.
La Opinión Nacional. Caracas, 4 de febrero de 1882
[Mf. en CEM]
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