ORQUESTA Y CORO DE LA UNIVERSIDAD DE MADRID CORAL 'MAESTRO BARBIERI' Director: Enrique Muñoz Guiseppe Verdi REQUIEM Solistas: Carmen Gurriarán, Soprano Paz Martínez, Contralto Fernando Cobo, Tenor Fernando Rubio, Bajo PROGRAMA Giuseppe Verdi (1813-1901) Misa de Réquiem (1869) I Parte Réquiem Kyrie Dies irae II Parte Offertorium Sanctus Agnus Dei Lux aeterna Libera me Notas al programa: El compositor italiano Guiseppe Verdi (1813-1901) es ampliamente conocido dentro de la historia de la música como uno de los referentes de la ópera del siglo XIX. Son pocas las obras escritas por Verdi que se salen de este repertorio, y que además gocen de gran aceptación en las salas de conciertos. Una de estas excepciones es, sin duda alguna, su Misa de Requiem. Cuando Giacomo Rossini muere, Verdi promueve una composición colectiva donde diferentes compositores italianos debían escribir un movimiento de la misa de Requiem en su honor; en este caso, Verdi elige el texto del Libera me. Por distintos motivos, el proyecto no prospera. Verdi se siente decepcionado por la experiencia, pero ante la pérdida de Manzone decide rescatar el Libera me, y concretar él mismo una Misa de Requiem. La Misa de Requiem fue compuesta hacia el año 1873 en memoria de Alessandro Manzone, quien fuera uno de los intelectuales más importantes de la Italia del Risorgimento, y a quien Verdi admiraba profundamente. El estreno se llevó a cabo el 22 de mayo de 1874, en Iglesia de San Marcos de la ciudad de Milán, cuando se cumplía el primer aniversario de la muerte de Manzone. No obstante, rasgos del estilo compositivo de Verdi en esta obra se puede encontrar en periodos anteriores; cuando Verdi compone esta monumental obra aún resuenan en su cabeza melodías de las óperas Don Carlos (1867) y Aida (1871). En este sentido, debe destacarse que la Misa de Requiem supone un momento culminante de la evolución estilística del autor. Este hecho, junto a su efectiva capacidad de usar los recursos musicales para la descripción escénica, le permite conseguir una secuencia articulada de pasajes de una gran intensidad emotiva y, apoyándose en el texto litúrgico, Verdi nos ofrece una no menos profunda reflexión sobre la vida y la muerte que trasciende los contenidos del propio texto litúrgico. La obra está estructurada en siete números, destacando el numero dos (Dies Irae) por su extensión y complejidad compositva e interpretativa, que incluye, a su vez nueve secciones que concluyen con el “Amen” del Lacrymosa. Por otro lado, se ha especulado mucho sobre el significado de que, contra la costumbre litúrgica, el autor no concluya esta obra con el “Amen” que es habitual. Podemos encontrar en este hecho una de las claves que confirman que, en efecto, esta Misa de Requiem contiene el resultado de una compleja reflexión (quizás no confesionalmente religiosa) sobre la muerte que, en palabras del propio Verdi, forma parte de la propia vida (“¿No es todo muerte en la vida?”, se preguntó cuando le hicieron notar que en una de sus óperas, Il Trovatore, había demasiadas muertes). En esta ocasión, su extraordinaria capacidad compositiva le permite, sin decirlo, detallar algunos de los contenidos expresivos que dan idea de su visión del mundo y de la muerte en el mundo. Como se ha dicho, Verdi utiliza la música para dibujar un complejo fresco sonoro, casi secuencial y, desde luego, poco convencional, lleno de claroscuros, que enlazan una rica trama de sentimientos y emociones. Sin pretender hacer un análisis musical de la obra, podemos recurrir a cinco ejemplos que pueden ayudarnos a entender (y sentir mejor) esta valiosa creación. El primero es el propio comienzo de la obra. Puede decirse que empieza, casi sigilosamente (con los violonchelos y el resto de la cuerda con sordina para introducir la frase del coro “requiem aeternam”) para, a través de un cambio de tonalidad a La Mayor, dar entrada a un movimiento melódico de la cuerda que envuelve el texto del “lux perpetua”. El miedo al silencio, al casi vacío del retóricamente llamado “descanso eterno”, frente al encanto y el sueño deseado de la “luz perpetua”. Puede decirse que Verdi está atravesado por esta intensa contradicción entre reflejar la profunda desolación frente a un divertimento íntimo, pausado y luminoso. El segundo ejemplo tiene como referencia el tema inicial del “Dies irae” que, con variaciones, aparece en varias ocasiones a lo largo de la obra. Este tema ha sido descrito como un ejemplo de verdadera convulsión sonora que, apoyado en los cuatro acordes de Sol menor que anuncian su inicio, recuerdan musicalmente la mezcla pictórica del “Juicio final” de Miguel Angel. Nunca sabremos si este intenso grito del coro y de la orquesta es de terror y pánico o de rebeldía y lucha. Pero es, ciertamente, reflejo de la intensa convulsión que, una vez más, es contrapuesta al momento en el que se rompe, primero con el sotto voce pianísmo del coro (“quantus tremor es futurus…”) y, posteriormente, con la sobrecogedora y vacilante entrada del bajo solista en el fragmento de “mors sutpebit et natura” (muerte y naturaleza quedarán asombradas…). El tercer ejemplo lo encontramos en el “Rex tremendae”, en particular, el fragmento musical que se apoya en el texto de “salvame fons pietatis”, donde el autor parece querer recoger el grito de piedad y noble compasión provocado por la contemplación de la dureza del sufrimiento humano, de todos los tiempos, que parece revivirse con ocasión de la muerte de cada persona. La conmoción de la muerte hace reivindicar al autor el valor de la piedad que, hoy llamaríamos empatía, y que nos gustaría que fuera un sentimiento más extendido y no sólo reservado al dramático momento de la muerte. El cuarto ejemplo podemos encontrarlo en el conocido pasaje del “Lacrymosa” (“Oh día lleno de lágrimas…”), en el que Verdi pretende reflejar una vez más el sentimiento de profunda desolación y angustia, casi haciendo llorar a la solista mezzosoprano, que después de haber introducido la sección, acompaña el solo del bajo con una melodía ascendente que evoca un llanto desgarrador. Este momento de angustia se ve contrapuesto con otros de íntima ternura al invocar el perdón y la piedad (“pie Jesu”). El último ejemplo al que nos queremos referir es el último número de la obra, Libera me. Como es bien conocido, Verdi incorpora a este número material que había preparado para el frustrado proyecto de una composición colectiva con motivo de la muerte de Rossini. Partiendo de un recitativo de la soprano solista, Verdi utiliza una estructura de fuga con una melodía que oscila entre un contenido expresivo cargado de teatralidad, no exento de burla, marcando casi un paso de fuerte zapateo (a “tutta forza”, escribe en la partitura el compositor), en oposición al destino dramático que siempre acompaña a la muerte. Al momento de reexponer el tema inicial, lo hace en contraposición de un contratema con una imitación en estrecho, que denota un gran dominio del contrapunto por parte de nuestro compositor. El final de la obra es, una vez más, un claro ejemplo de la visión llena de dudas, y se convierte en el reflejo de una profunda incertidumbre sobre el sentido de la muerte y, posiblemente, también de la vida. Concluye la obra con la soprano solista casi musitando angustiosamente la frase “liberame, Domine, de morte aeterna, in die ill tremenda”, siendo envuelta tiernamente por el cada vez más piano canto del coro que se extingue pretendiendo dejar una sensación de infinito vacío. En este último instante, no es casual que la obra se esfume en un profundo y luminoso acorde de Do Mayor, que es el relativo mayor de la tonalidad de La menor, con la que esta Misa de Requiem comienza. Esta obra es, sin duda, uno de los iconos de la música clásica, pero ¿lo es de la música sacra? Hay quien define a este Requiem como la mejor ópera de Verdi. Aunque de más está decir que dicha afirmación es exagerada, es injusto desacreditar los méritos religiosos de la obra, especialmente si sólo se antepone la idea dramática y popular que existen dentro del Requiem, y que son parte esencial del lenguaje de Verdi. A pesar de que el uso de formulas rítmicas complejas e intensas, melodías amplias, y claros contrastes dramáticos que también son esenciales dentro de sus óperas, no se puede dejar de reconocer el hecho de que su propuesta sonora representa las emociones generadas por el texto religioso. Verdi dota a este último de un sentido humano de la muerte, del ser y del estar sólo frente a un hecho que significativamente, más que ningún otro, iguala y resigna a todos los seres vivos por igual. Nos ofrece una obra llena de fuerza expresiva que es fruto, a la vez, de su capacidad compositiva y de la madurez de su reflexión. El resultado es una compleja trama de contrastes sonoros de fuerza y ternura, de rebeldía y piedad, de protesta y de compasión. La intensidad emotiva que produce la obra, si no consuela, al menos, ayuda a mitigar el miedo a vacío, en el deseo íntimo de que todo lo que sentimos, todo lo que hayamos sentido a lo largo de nuestra vida, trascenderá a nuestro propio final. José Antonio Corraliza – Nicolás Oviedo Universidad Autónoma de Madrid