Homilía para la Misa de inicio del Instituto Cardenal Pironio Corrientes, 18 de marzo de 2014 Celebrar la Eucaristía al inicio de las actividades del Instituto Pironio nos coloca en el corazón de aquello que pretendemos con este espacio de formación de los agentes de pastoral y servidores de la comunidad. Si decimos que la Misa es la fuente y la cumbre de toda la vida cristiana, también lo debemos decir de toda la acción que desarrolla este Instituto. Por consiguiente, la finalidad del mismo es introducir a los fieles que concurren al Instituto a una comprensión y vivencia cada vez mayor del Misterio pascual. En otras palabras, el alumno del Pironio, se dispone a entrar en un proceso de conocimiento y experiencia que lo familiariza cada vez más con la presencia de Jesús resucitado en su propia vida, en la Iglesia y en la historia de los hombres. No es casual que iniciemos nuestra tarea en el tiempo de la Cuaresma. Sabemos que este tiempo nos propone un itinerario espiritual, en el que debemos darle más tiempo a la oración, al trato solidario con nuestro prójimo, y a la disciplina personal. En este tiempo, estamos llamados a “volver a Dios de todo corazón”. La palabra clave de este tiempo es ‘conversión’. Conversión significa cambiar de rumbo y abandonar el camino andado. Estar dispuesto a convertirse, es darse cuenta de que no todo está bien y de que no se puede seguir así. Hoy se nos pide conversión personal, conversión pastoral y misionera, y conversión eclesial. Hasta el Papa Francisco habló de la urgente conversión del papado. Pero, ¿de qué conversión se trata? ¿En qué dirección debemos orientar esa conversión? La primera conversión del hombre es a Dios, su Creador y Padre. “Vuelvan a mí de todo corazón”, es el llamado apremiante que Dios dirige a cada uno. Pero para que esa ‘vuelta’ a Dios se realice, es indispensable descubrir que él nos ama, nos ama antes de que empecemos el camino de regreso hacia él. Ese amor de Dios es la fuerza de atracción que orienta toda nuestra vida hacia él. La segunda conversión mira al prójimo. Porque el que ama a Dios y lo coloca en el centro de su vida, debe amar también a su hermano (1Jn 4,21). Con todos debemos cultivar sentimientos y actitudes que se parezcan cada vez más a Jesús. Hay un estilo cristiano de tratar a los demás, un estilo que se esfuerza por reflejar el modo en que Jesús trataba a las personas. Esa es la conversión pastoral y misionera que nos pide la Iglesia. A esa conversión podemos añadir también la conversión social, que es el cambio de mentalidad y de conducta que necesitamos para hacernos cargo efectivamente de nuestros hermanos y hermanas, y en primer lugar de los que están más desprotegidos. El Papa Francisco nos convoca a una profunda reforma de la Iglesia: “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación”. Esa reforma no viene desde afuera, sino desde adentro, desde el corazón de la Iglesia, que desea ser fiel al Evangelio. Por eso, el último capítulo de la Evangelii Gaudium es una fuerte interpelación a cada fiel cristiano para que nos convirtamos en “evangelizadores con espíritu”. La fuente de esa mística, de ese nuevo fervor evangelizador, proviene de Jesús resucitado, que está vivo y presente en medio de nosotros. Con él estamos llamados a reencontrarnos y dejarnos conducir por el Espíritu del Resucitado. En esa parte de la Exhortación, el Santo Padre nos advierte con firmeza que “No se puede perseverar en una evangelización fervorosa si uno no sigue convencido, por experiencia propia, de que no es lo mismo haber conocido a Jesús que no conocerlo, no es lo mismo caminar con Él que caminar a tientas, no es lo mismo poder escucharlo que ignorar su Palabra, no es lo mismo poder contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. No es lo mismo tratar de construir el mundo con su Evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. Sabemos bien que la vida con Él se vuelve mucho más plena y que con Él es más fácil encontrarle un sentido a todo. Por eso evangelizamos. El verdadero misionero, que nunca deja de ser discípulo, sabe que Jesús camina con él, habla con él, respira con él, trabaja con él. Percibe a Jesús vivo con él en medio de la tarea misionera. Si uno no lo descubre a Él presente en el corazón mismo de la entrega misionera, pronto pierde el entusiasmo y deja de estar seguro de lo que transmite, le falta fuerza y pasión. Y una persona que no está convencida, entusiasmada, segura, enamorada, no convence a nadie. Unidos a Jesús, buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama. En definitiva, lo que buscamos es la gloria del Padre, vivimos y actuamos «para alabanza de la gloria de su gracia» (Ef 1,6).” El Instituto debe ser un instrumento que ilumine con la luz de la fe nuestra mente. Para eso son necesarios la reflexión y el estudio, pero de nada nos serviría saber mucho, si esa luz no enciende nuestros corazones y nos apasiona por la maravillosa persona de Jesús, por la Iglesia en la que profesamos, celebramos y transmitimos esa fe, y por los hombres, nuestros hermanos, a quienes queremos comunicar la alegría y la belleza de creer. Que María Santísima, Madre Tierna de Itatí, acompañe el inicio de las actividades de este Instituto, y nos alcance la gracia de una sincera conversión para preparar un corazón bien dispuesto para celebrar la alegría de la Pascua. Así sea. Mons. Andrés Stanovnik Arzobispo de Corrientes