“El plazo se ha cumplido. El Reino de Dios está llegando. Conviértanse y crean en el Evangelio” Mc 1, 15 IV. DIMENSIÓN MISIONERA DE NUESTRA IGLESIA LOCAL 1. El II Sínodo Diocesano, inicio de una Misión El II Sínodo Diocesano ha constituido un arranque para la gran misión Arquidiocesana del 2000. Y, en ese camino de intensificar la pastoral, el Sr. Arzobispo vuelve a notar "la urgente necesidad de un verdadero proceso de reevangelización" (PP 98, n° 37) en nuestra Ciudad. La nueva evangelización es necesaria cuando el primer amor y la fe primera se han apagado; nuestro pueblo quedó bautizado, "católico de nombre", pero está sediento de ser evangelizado, ansioso de encontrar el sentido de su ser católico. No es tarea fácil evangelizar la Ciudad más poblada del mundo; pero "nada es imposible para Dios" (Lc 1, 37), siempre y cuando haya testigos dispuestos a poner lo mejor de sí, en tan importante empresa. La tarea urgente de la nueva evangelización, no es algo opcional, es el gran mandamiento de Jesús a los suyos, la gran misión, que por desgracia se convirtió en gran omisión; pero que hoy retornarnos con nuevos bríos. Nuestra Ciudad requiere de la escucha explícita del primer anuncio (PP 98, no. 41-42). Una Ciudad en la cual se vierten diariamente todo tipo de noticias e informaciones, necesita escuchar la noticia más importante y auténticamente transformadora de su realidad. La Buena Nueva de salvación, cuyo anuncio, posee en sí mismo, una fuerza mayor que la de los mismos medios masivos de comunicación, porque es una verdad que salva. Mensaje que requiere ser directo y personalizado, puesto que posee la fuerza transformadora del Espíritu Santo. Pero, ¿cómo creerán si nadie les predica? ¿cómo predicarán si no son enviados? (Cf. Rom 10, 14-15). El reclamo del Etíope hacia Felipe, es muy valedero para nuestro tiempo “¿Cómo lo voy a entender si nadie me lo explica?" (Hch 8, 31). El kerygma es el cimiento de la construcción, la catequesis no suple ni antecede al kerigma, el cual es, ante todo, vida. Después, y sólo después vendrá lo demás: devociones, tradiciones, doctrina, moral, etc., todo edificado sobre el cimiento de Jesús. La finalidad de esta nueva evangelización es perseverar con Jesús en la Comunidad al servicio del Reino. El cúlmen de la evangelización se da cuando al participar de la iniciación cristiana, se llega a la participación del memorial de la muerte y resurrección de Jesús, en la celebración de la Cena del Señor. Pero, para llegar al cúlmen, hay que iniciar por el primer anuncio. 2. La Gran Misión en la Arquidiócesis de México ”El punto focal de nuestro plan debe ser el sentido misionero” (PP 98, n° 75). A este respecto el Documento de Santo Domingo nos recuerda: “La Iglesia de la Ciudad debe reorganizar sus estructuras pastorales. La parroquia urbana debe estar más abierta, ser más flexible y misionera, que permita una acción interparroquial y supraparroquial. Además, la estructura de la Ciudad exige una pastoral especialmente pensada para esta realidad” (DSD 257; Cf. ECUCIM 4617). Debemos ser capaces de modificar esquemas tradicionales, que en algunos casos, son ya obsoletos, dentro de la realidad desbordante de nuestra mega ciudad. Estar atentos, a los signos de los tiempos, tiempos del tercer milenio, que exigen una auténtica renovación de estructuras, cuando las pasadas ya no son funcionales, ni 28 responden a las necesidades reales de los habitantes de esta megaciudad. La nueva evangelización, requiere de un nuevo Pentecostés, necesita de sacerdotes dóciles al Espíritu, "que sepan dar respuesta a las necesidades pastorales del pueblo de Dios". Pueblo que está naciendo como sociedad civil; pueblo que está naciendo a la democracia; pueblo que reclama y se levanta ante la injusticia; pueblo que exige de sus pastores sean luz con su palabra y guía con su testimonio, ante la corrupción, la mentira y el engaño. Un nuevo Pentecostés que nos haga salir de nosotros mismos; salir en algunos casos, del comodismo oficinista, no esperando a que los necesitados vengan, sino yendo a buscarlos, a comunicarles la Buena Nueva y a comprometerse con su realidad concreta. Predicar implica no callar. El sacerdote de nuestra Ciudad requiere pronunciarse por el bien, la verdad y la justicia, pronunciarse por Jesús. 3. La Misión de forjar Cultura Dios nos ha dado la misión de "forjar cultura". El hombre es hacedor de cultura y es a través de esta realización como se hace más hombre. Así pues, la humanidad forja la cultura y la cultura forja la humanidad. La cultura sin embargo, no tiene un fin en sí misma. Siendo misión del hombre ella tiene otra finalidad que la trasciende, que le da sentido, que la vivifica y hacia la cual se encamina. Esta finalidad no se puede explicitar únicamente considerando los contenidos de la cultura. La Revelación proyecta un rayo de luz sobre la cultura para descubrirla como camino del hombre hacia el Reino de Dios. El Reino, don de Dios Amor, proyecto del Padre para el hombre, vocación de toda la humanidad, nuevo orden introducido por el Espíritu de Dios en el mundo, es la finalidad de la cultura. La cultura en su acepción más alta y más completa prepara al hombre para recibir el Reino de Dios. Por lo tanto, los destinatarios de la Gran Misión del año 2000, son el hombre como tal y la cultura de nuestra Ciudad. Basta con recordar que Juan Pablo II, cuando escribió su carta conmemorativa de los grandes misioneros Cirilo y Metodio, habló de la inculturación para decir de ella que era el nuevo nombre de la misión (Cf. SA n° 21). Inculturación significa encarnación de la vida y del mensaje cristiano en una concreta área cultural, de tal forma que esta experiencia no sólo logre expresarse con los elementos propios de dicha cultura, sino que llegue a ser el principio inspirador, normativo y unificante, que transforma y recrea esta cultura, dando origen así a una nueva creación. 4. El Sacerdote, Agente vital para la Misión El Sacerdote de nuestra Arquidiócesis de México debe ser el primer testigo y misionero de esta Buena Noticia de salvación. En la vida de todo Presbítero y consagrado existen dos cimientos fundantes y fundamentales para el nacimiento, desarrollo y plena culminación de su vocación. Se trata de dos experiencias: la de sentirse amado y la de sentirse enviado. Por tanto, son también dos miradas, las que vivifican su ministerio, a saber: a. La mirada amorosa de Jesús, Buen Pastor, sobre el sacerdote, y b. La mirada, llena de caridad pastoral, del sacerdote sobre los hombres a quienes es enviado. En síntesis, dejarse mirar con amor y mirar amando. Esta es la dinámica de Jesús sobre sus apóstoles, los vio, los amó y los envió a ser pescadores de hombres (Cf. Mc 1, 16-20). En Cristo verán a Dios, para ver como Dios a los pecadores (Cf. Mt 9, 9.13). Jesús cuando llama a Natanael, le dice: "Antes que Felipe te llamara, te vi yo" (Jn 1, 48). El llamado nace por la mirada de Jesús y, sólo esta mirada, es capaz de renovar el llamado, para reavivar el fervor del envío. El arranque de la misión es la mirada de Jesús, una mirada que nos revela los mismos ojos del Padre. Pero, debemos hacer a un lado lo que estorbe entre esa mirada y nosotros. Este fue, precisamente, el problema del hermano mayor, en la parábola del "hijo pródigo" (Cf. Lc 15, 11-32). Su dificultad consistía en que él no se sentía hijo, sino siervo, trabajador, administrador, oficinista, campesino, servidor público; todo, menos hijo. Es la razón por la que dice: "pero llega ese hijo tuyo, que ha gastado tus bienes" (Lc 15,30), no dijo: "ese mi hermano". Deja al descubierto que había desgastado su vida por la obra de su padre, pero no vivía como su hijo, sino como su siervo. Por eso, el padre le acentúa: "Hijo, tú estás siempre conmigo" (v.31). A pesar de ser el "mayor", necesita convertirse de siervo a hijo. En cambio, el "menor" experimenta toda la paternidad, que se expresa en la fiesta. La parábola ya no dice si el hermano mayor accedió a entrar o permaneció fuera de aquella celebración en que podía recobrar su filiación. La Misión es la fiesta donde el Padre reconoce y recibe a sus hijos, y les pide que mantengan la casa paterna abierta a todos. 5. Actualizar la dimensión misionera del Sacerdote Todo sacerdote por ser tal, está al servicio de la Iglesia universal misionera. La naturaleza del sacerdocio ministerial es estrictamente misionera. "Recuerden, pues, los Presbíteros, que deben llevar atravesada en su corazón la solicitud por todas las Iglesias" (PO 10). Por esto, la misma formación de los candidatos al sacerdocio debe tender a darles "un espíritu genuinamente católico que les habitúe a mirar más allá de los límites de la propia diócesis, nación, rito, y lanzarse en ayuda de las necesidades de toda la Iglesia con ánimo dispuesto para predicar el Evangelio en todas partes" (Vat II OT 20). Además, la dimensión misionera del sacerdocio se concreta en hacer misionera a toda la comunidad. Todos los sacerdotes deben tener corazón y mentalidad misioneras, estar abiertos a las necesidades de la Iglesia y del mundo, atentos a los más alejados y, sobre todo, a los grupos no cristianos del propio ambiente. Que en la oración y, particularmente en el sacrificio eucarístico sientan la solicitud de toda la Iglesia por la humanidad entera. Si con la gracia de Dios renace el espíritu misionero en el corazón de los sacerdotes, la Misión del Año 2000 no sólo impulsará la evangelización en la Ciudad de México, sino que provocará que se multipliquen las vocaciones misioneras de nuestra Iglesia Local para la Iglesia Universal. PARA PROFUNDIZAR “El misionero es el hombre de la caridad: para poder anunciar a todo hombre que es amado por Dios y que él mismo puede amar, debe dar testimonio de caridad para con todos, gastando la vida por el prójimo. El misionero es el «hermano universal»; lleva consigo el espíritu de la Iglesia...es signo del amor de Dios en el mundo, que es amor sin exclusión ni preferencia" (RM 89) 1. ¿ Cuáles son tus expectativas hacia la Misión del Año 2000? 2. ¿Qué luces da a tu apostolado la Misión?