Llamados y enviados - Acción Católica General

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Llamados y enviados
Llamados Y Enviados
... como Abraham
... como José
... como los Pastores
... como Moisés
... como David
... como Elías
... como Jeremías
... como María
Extraído de “Llamados por la Gracia de Cristo”
y “El apostolado seglar a 20 años de Christifideles Laici” (Mons. Atilano Rodríguez).
VER
Estamos iniciando un nuevo curso, y tras el paréntesis del verano, necesitamos detenernos y reflexionar, no qué vamos a hacer los próximos
meses, sino qué espera Dios de nosotros a lo largo de este curso. Porque si nuestra reflexión la enfocamos como en el primer caso nos ponemos “nosotros” en el centro; mientras que en el segundo caso nos
ponemos a la escucha de Dios, dejando que sea él quien nos indique
el camino a seguir.
Porque muchos que nos llamamos cristianos tenemos un sentido individualista de la vida y demasiadas veces somos cristianos de un modo
cómodo, egoísta, porque vivimos nuestra fe como algo “que nosotros
hacemos”, y que vamos variando y ajustando en función de nuestros
gustos y posibilidades.
La cultura actual nos lleva al individualismo y a la falta de compromiso
social. Esta cultura tiene su reflejo, como no podía ser menos, en el
modo de vivir la fe por parte de muchos cristianos. Se manifiesta en la
tendencia a ver la fe como algo privado o individual.
Sin embargo, una de nuestras convicciones más profundas es que Jesús, el Hijo único de Dios, se ha hecho hombre entre los hombres y
que se ha comprometido con nosotros y con la historia. Por ello, el seguimiento de Cristo nos ha de llevar a plantear la vocación cristiana, y
por tanto la del laico cristiano, como una forma de vida comprometida
con la realidad que nos rodea y que hacemos entre todos.
Nos falta la conciencia y la experiencia de que, previamente a nuestras
decisiones, hemos sido llamados por Dios a ser sus hijos y enviados
por Él a este mundo a vivir como tales. Tal vez, todo ello nos suene a
Y máxime cuando descubrimos que esa llamada personal de Dios no
es para encerrarnos en nosotros, ni menos aún para dominar y controlar nuestra vida, sino para dimensionarla, enriquecerla abriéndola a su
Proyecto de Salvación del mundo.
Quizá si entendemos la relación con Dios como una relación privada al
margen de la vida social, porque no hemos descubierto que la fe tiene
unas implicaciones que han de trasformar nuestras actitudes y comportamientos. Necesitamos convencernos de que Dios nos llama y nos envía a ser sujetos responsables y hacedores, con nuestra vida cotidiana,
de ese Proyecto de Salvación y de Liberación para todos los hombres.
Llamados y enviados
LLAMADOS Y ENVIADOS
algo muy sabido, pero en realidad lo tenemos poco sentido. Algo tan
oído que ha perdido el profundo significado que encierra, la fuerza dinamizadora y trasformadora que desencadena cuando nos dejamos invadir por esa realidad misteriosa, pero real, del Dios que nos llama.
En resumen, o somos cristianos en medio del mundo o no lo somos de
ninguna manera. El testimonio y el compromiso son el único modo posible de vivir la fe.
PARA LA REFLEXIÓN
z ¿Cómo he pasado este verano? ¿Qué destacaría de él? ¿De qué le doy
gracias a Dios? ¿De qué le pido perdón?
z Ante el inicio del nuevo curso, ¿qué pregunta me surge espontánea-
mente: qué voy a hacer, o qué espera Dios que haga? ¿Por qué?
z ¿Vivo la fe de un modo privado o tengo algún compromiso público?
z ¿Me siento llamado por Dios, siento que Él cuenta conmigo?
JUZGAR
Muchos somos conscientes de haber recibido la llamada personal que
Dios nos hace, de que no somos un simple número en la masa de los
cristianos, sino sujetos responsables, constructores, en nuestra vida y
en nuestra sociedad, del proyecto Liberador de Dios. Él necesita de todos y cada uno de nosotros en esa tarea. Aunque seamos libres de
cumplir o dejar de lado ese encargo, nadie podrá sustituimos y ocupar
el hueco vacante.
1
Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y
no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que
vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos
barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los
pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador».
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con
el, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba
a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.
Lc 5, 1-11
Como Pedro y sus compañeros, el laico cristiano es llamado personalmente al seguimiento de Cristo. Y es llamado a “ser pescador de hombres”, es decir, a evangelizar. Porque esa es la misión de quienes forman la Iglesia: anunciar con obras y palabras a Jesús y su evangelio, la
Buena Noticia del amor del Padre a todos, especialmente a los pobres.
Por tanto esa es también la misión de todo cristiano. De todo laico cristiano que quiera ser fiel a su vocación.
La vocación y misión del laico cristiano es «buscar el Reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales» (C. Vat. II. L.G.
31). El laico cristiano está llamado a evangelizar, a vivir su vocación en
medio del mundo. Es el campo que le pertenece por llamada de Dios.
Porque su vocación específica «los coloca en el corazón del mundo a la
guía de las más variadas tareas temporales» (Pablo VI, E.N.70). En el corazón del mundo, en sus actividades desarrollan su forma peculiar de
evangelización. El laico es la Iglesia misma tratando las cosas temporales. No es un delegado de otros, sino que es la Iglesia misma ordenando según Dios las realidades temporales. Es la Iglesia comprometida y
actuando en medio del mundo.
Concretando todo esto de un modo general, el laico cristiano vive su
vocación por medio del testimonio y del compromiso. El testimonio de
una vida personal coherente con el seguimiento de Cristo. El compromiso por la transformación del mundo desarrollando su actividad, cualquiera que esta sea (familiar, social, política, cultural...), según los planes y voluntad de Dios.
Esta vocación del laico cristiano no es sólo llamada y misión, es también gracia, fuerza, presencia de Dios. Al ser llamados son también fortalecidos para poder responder y vivir según la llamada recibida. La respuesta del laico cristiano no es principalmente fruto de su esfuerzo o
de su gusto, sino que es consecuencia de dejar que fructifique en él la
gracia, el don con que Cristo le ha regalado por medio del Espíritu Santo. Es, pues, una responsabilidad personal.
Llamados y enviados
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la
palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos
barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la
de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar».
Pero sobre todo, la llamada es un don que se recibe. El don recibido se
hace visible en la respuesta responsable. Y además, en la respuesta a
esa llamada, en la aceptación y cumplimiento de esa misión, va a encontrar el camino para avanzar en la propia santidad, porque todos
nosotros a lo que estamos llamados a ser santos. Y esta vocación a la
santidad debemos verla no como una obligación exigente, sino como
un signo del infinito amor del Padre, que quiere que compartamos su
misma vida de santidad.
Si somos miembros del Cuerpo de Cristo por el bautismo, participamos de la misma vida de santidad que la Cabeza de este Cuerpo. Por lo
tanto, los cristianos no pueden contentarse con una vida mediocre, vivida desde una religiosidad superficial. Cada bautizado es llamado por
el Señor a ser perfecto como el Padre celestial es perfecto [Mt 5, 48]. Introducidos en la santidad de Dios, estamos capacitados para manifestar
la santidad en nuestra vida y debemos asumir el compromiso mostrar
la santidad de los que somos en la santidad de lo que hacemos.
El Proyecto Cristiano de Vida: Ser seguidor de Jesús
Así pues, la respuesta a la pregunta inicial: ¿qué espera Dios de mí a lo
largo de este curso? tiene una respuesta clara: que le siga.
z JESÚS LLAMA A CADA UNO POR SU NOMBRE: Ser cristiano es la respuesta personal a una invitación personal. Jesús toma la iniciativa, no nosotros. Y llama a cada uno por su nombre. Nadie en toda la historia, ni
2
Si reflexionas un poco, podrás recordar cómo Jesús te ha provocado, te
ha atraído, te ha invitado a formar parte de su grupo. Él te ha llamado
por tu nombre, a través de diferentes personas y hechos: un compañero, un amigo, un cura, un militante, un grupo o su animador, un catequista, un día en casa, en aquel rato de oración, en aquella experiencia
de la parroquia, en la familia, en una acción que realizaste sólo o junto
a otros... Con toda seguridad te sigue llamando hoy.
z
PARA
CONSTRUIR CON
ÉL
EL
REINO
DE
DIOS: La propuesta de Jesús es
muy especial. No llamó a los discípulos para tener simplemente unos
amigos con los que convivir. Ni tampoco para montar algún negocio
rentable. Ni para crear un mero grupo de activistas políticos. Les invitó
a estar con Él y a anunciar el Reinado de Dios (Mc 3, 13-19). Les preguntó
si querían vivir haciendo la voluntad del Padre. Les invitó a implicarse
con toda el alma en la creación de un mundo de hijos y hermanos. Les
emplazó a sumarse al cambio social de raíz, que con Él, desde Nazaret,
había comenzado. Pasando del individualismo a la solidaridad, de la falsedad a la verdad, de la explotación a la justicia, de la alienación a la libertad, del egoísmo al servicio, de la muerte a la vida. Llamó a Pedro, a
Juan, a Andrés, a Magdalena y a los otros, precisamente para compartir
juntos la tarea evangelizadora y liberadora que Dios le había encargado
(Lc 4, 14-19). Y les prometió su compañía hasta el fin del mundo (Mt 28, 20).
Hoy Jesús nos sigue interpelando. La cruz no pudo con Él. Dios le resucitó. Esa es nuestra esperanza. El Espíritu de su presencia aletea por
aquí y por allá. Y no ha abandonado la tarea por la que se empeñó: el
Reino de Dios. Por eso invita a cada uno, a cada una, a convertirse en
activos trabajadores del Reino. Te pregunta un día y otro, en cada momento de tu vida: «¿con quién te pones?, ¿con el Reino o contra el Reino?, ¿conmigo o contra mí?» Su llamada es un aldabonazo que toca a
tu puerta, a la mía, a la de otros. Quiere sacamos de la indiferencia.
Quiere romper la rutina. Quiere hacemos salir de la mediocridad.
«Y ELLOS DEJÁNDOLO TODO LE SIGUIERON»: La respuesta a la llamada
de Jesús es el seguimiento. Pedro, Juan, Andrés... Magdalena, después
Pablo, dejaron todo lo que hacían y le siguieron. Fueron los primeros
seguidores.
z
El seguidor del Señor no es un borrego del rebaño. Tiene personalidad.
No es un imitador que sólo sabe copiar. Es un nuevo creador. Tampoco
es un simple admirador, pues el seguidor implica toda su persona y
compromete toda su vida. ¿Quién es seguidor de Jesús? Quien se ha
dejado seducir por la persona de Jesucristo y quien hace del proyecto
de Jesús su proyecto personal de vida.
- Es seguidor aquél que se ha dejado seducir por la persona de Jesucristo.
¿Recordáis la experiencia del enamoramiento? Una mujer o un hombre
se convierten en el centro de toda nuestra existencia. Nos ocupa todo,
por entero. Es una presencia que nos invade en el día, en la noche, en
casa y en el trabajo, en el rato libre. Todo cambia de valor. La persona
amada es el primer valor. El resto de cosas se tornan secundarias ante ella.
Pues bien con Jesús pasa algo parecido. No puede ser seguidor de Jesús una persona que no haya sido atraída, maravillada, encandilada por
la persona de Jesucristo.
Llamados y enviados
tampoco hoy, se hubiera planteado ser cristiano si Él no hubiera llamado primero.
Él toca el corazón y se planta en el centro de su vida. La persona del Señor se erige como centro de su atracción y de su amor. Toda la existencia es transformada. Ahora es Él el centro de todo. Todo cambia de valor. Él es el VALOR con mayúsculas, el único Señor que acepto en mi
vida. Lo demás: el dinero, la propia felicidad, el placer sexual, el amor a
la familia, el trabajo, el estatus social, la pasión por otros ideales, quedan ordenados desde la relación fundamental con la persona de Jesucristo que me ha seducido.
- Es seguidor aquél que convierte en proyecto personal propio el proyecto
de Jesucristo: el Reinado de Dios. Éste es un segundo rasgo esencial del
seguimiento de Jesús. No basta haber sentido la experiencia de la seducción del corazón. De hecho ésta puede ser fugaz. El seguidor, a partir de ella y bebiendo siempre de ella, abraza como propio el proyecto
de Jesús, el Reino de Dios. Lo asume desde su razón, desde su corazón
y desde su libertad, poniendo en juego la voluntad personal y la inteligencia. Toma la decisión de hacer del proyecto de vida de Jesús, su
proyecto personal de vida. No como una elección transitoria, sino
como una opción duradera, con determinación.
Es lo que ocurre entre un hombre y una mujer. No le basta el flechazo
inicial. Ha de proponerse un proyecto de amor, un compromiso mutuo
de quererse que se va a ir desarrollando y madurando a lo largo de
toda la vida. No sin dificultades. Es eso lo que convierte el enamoramiento inicial en verdadero y profundo amor.
EL SEGUIMIENTO: CAMINO DE CONVERSIÓN Y DE UNIDAD INTERIOR: El
camino del seguidor de Jesús es un camino de conversión a Él y al Reino de Dios. La seducción por la persona de Jesús y la determinación
z
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Por eso la determinación de seguir a Jesús es un camino de unificación
de nuestra persona. El seguidor de Jesús va percibiendo cómo crece en
coherencia y armonía, cómo va viviendo la maduración humana, la familia y la afectividad, el trabajo y los estudios y la dimensión socio-política, no como compartimentos estancos, sino unificados en su propia
persona en torno a la opción fundamental de ser cristiano.
Es un proceso personal que proporciona madurez, paz interior y equilibrio personal, es decir, nos hace crecer en santidad. Y, a su vez, esa experiencia de paz, equilibrio y madurez que proporciona la unidad interior
hace surgir la conciencia de ser enviados a anunciarla y compartirla, porque favorece la fecundidad de nuestra vida. Nos sabemos y sentimos llamados y enviados por el mismo Señor a ser “pescadores de hombres”
PARA LA REFLEXIÓN
z ¿Me siento llamado por el Señor? ¿Cómo llegué al grupo o grupos de
los que formo parte? ¿Qué personas fueron mediación del Señor?
z ¿En qué pienso que consiste “ser santo”?
z ¿Qué me atrae de Jesús, cuál es mi razón principal para seguirle?
z ¿Noto que voy creciendo en unidad interior? ¿Por qué?
zl ¿Dónde me pide el Señor que “eche las redes”?
ACTUAR
Todos los cristianos somos enviados al mundo por el único Señor: Padre, «no te pido que los saques del mundo sino que los preserves del
mal». Como el Padre me envió, así os envío yo: «Id al mundo entero y
haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre, del Hijo y del Espíritu Santo y enseñándoles a guardar todo lo
que yo os he enseñado».
Las dificultades para evangelizar el mundo no son nuevas. Siempre han
existido. Es necesario mirar cara a cara este mundo nuestro con sus valores y problemas, sus inquietudes y esperanzas, sus conquistas y derrotas; un mundo cuyas situaciones económicas, sociales, políticas y
culturales presentan graves problemas y dificultades.
Pero no basta mirar cara a cara esta nueva realidad, es necesario verla
como la viña a la que el Señor nos envía a todos. Esta, y no otra, es la
viña; éste, y no otro deseable, es el campo en el que los fieles laicos están llamados a vivir su misión. Aquí el Señor quiere que los laicos,
como los demás cristianos, sean sal de la tierra y luz del mundo [Mt 5].
Llamados y enviados
personal por asumir su proyecto de vida son las dos fuerzas que van
transformando poco a poco todas las facetas de la vida del seguidor de
Jesús. Así, mis actitudes personales, las relaciones de pareja, la familia,
el dinero, el tiempo libre y aficiones, los amigos, la formación... se van
orientando en una misma dirección: Jesucristo. Todas ellas van cobrando un nuevo sentido desde Dios. Y somos capaces de abandonar viejos
hábitos, costumbres, valores... para ir asumiendo aquéllos que son más
coherentes con el seguimiento del Señor, ayudándonos a seguir respondiendo a su llamada.
Esta nueva realidad nos obliga a salir, a estar en medio de la gente. No
es posible anunciar el Evangelio, si no estamos con las personas y nos
relacionamos con ellas, si no las conocemos y las amamos, si no nos
preocupamos de sus problemas y estamos dispuestos a ayudarles a
afrontarlos.
Esta fue la actitud de Jesús durante los años de su vida pública. El evangelio nos dice que recorría los pueblos y ciudades anunciando a todos
el Evangelio del Reino. Si es necesario por encargo del Señor llevar el
evangelio a todos los hombres, debemos hacerlo desde la compasión y
desde la presencia cercana y amorosa a cada uno. Jesús compadecido
de las gentes que le seguían, porque estaban como ovejas sin pastor, al
desembarcar se puso a instruirlos largamente [Mc 6, 34].
Esta presencia entre la gente es misión de toda la Iglesia, pero de un
modo especial corresponde a los laicos. Además de vuestra colaboración en la construcción de la comunidad cristiana, tenéis por vocación
una especial presencia en el mundo para llevar la Buena Noticia a todos los ambientes de la sociedad.
Ante las dificultades para evangelizar, los laicos, al igual que los sacerdotes, corren el peligro de refugiarse en un falso espiritualismo, celebrando la fe con los restantes miembros de la comunidad, pero olvidando que deben dar testimonio de ella en el mundo. La falta de frutos
pastorales puede llevarnos a todos a cerrarnos sobre nosotros mismos
o puede impulsarnos a la realización de un conjunto de actividades
pastorales al interior de la parroquia, olvidando que la vocación laical
fundamentalmente debe concretarse en el mundo.
Los laicos, si se refugian en el interior de la parroquia, pueden sentirse
bien y felices con el trabajo que realizan pero olvidan que la Iglesia
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En muchos casos seguimos empeñados en hacer las cosas como si todos fuesen verdaderamente creyentes. Debemos ponernos en camino,
pues conocemos la meta del camino, aunque no tengamos muy claros
los pasos que debemos dar. Como Jesús, tenemos que fiarnos sobre
todo y ante todo de Dios y de sus promesas.
tienen especiales dificultades para llevar las suyas.
PARA LA REFLEXIÓN
z ¿Soy capaz de amar el “campo” al que el Señor me ha enviado? ¿Por
qué?
z ¿Sé hacerme cercano a la gente? ¿Cuándo o con quiénes me siento
más cómodo y cuándo o con quiénes me cuesta más?
z ¿Pido al Señor que me indique el camino a seguir? ¿Cómo lo hago?
z ¿Qué cruz debo cargar para responder a la llamada y envío del Señor?
Llamados y enviados
fundamentalmente es misionera y que debe salir al mundo para estar
con los alejados, para hacer proyectos con ellos a favor de todos los
miembros de la sociedad y llegar así algún día a poder anunciarles el
Evangelio. En ocasiones, muchos cristianos y sacerdotes continuamos
actuando con los mismos métodos como si fuese una sociedad cristiana, olvidando el cambio de la realidad. Ante este cambio de la realidad
no podemos seguir repitiendo las mismas cosas y del mismo modo
que lo hacíamos cuando todos se consideraban creyentes.
z ¿Qué cruces ayudo a llevar?
Para evangelizar y para salir al mundo con ciertas garantías, es preciso
que le pidamos al Señor que nos aumente la fe y fortalezca la esperanza. Como creyentes nos apoyamos en Él y no en nuestros criterios y esfuerzos. Como llamados y enviados, debemos permitir que sea la Palabra de Dios la que guíe y juzgue nuestras actuaciones. Solamente desde esta luz podremos contemplar el mundo y la realidad de forma
distinta a quienes todo lo ven oscuro y problemático.
En el recorrido del camino, aunque existan dudas y oscuridades, también existen certezas y claridades. En primer lugar, existe una certeza
que no debemos olvidar nunca: Cristo vive y es Él quien nos llama y envía a todos a trabajar a su viña. No actuamos nunca por cuenta propia,
sino en nombre de quien nos llama y nos envía constantemente para
colaborar con Él en la extensión del Reino.
Esto quiere decir que Él camina con nosotros y nos lleva de la mano. Es
más, Él envía siempre su Espíritu Santo sobre nosotros y sobre el corazón del mundo para purificar y sanar nuestras heridas y nuestros cansancios. El Espíritu es siempre el primer evangelizador. Él nos precede
y acompaña siempre, iluminando la mente y purificando el corazón de
cada hermano, aunque no sea creyente.
En segundo lugar, tampoco debemos perder de vista en la acción evangelizadora que somos discípulos de un Maestro que no se echó atrás
cuando llegó el momento de entregar su vida por la salvación de la humanidad, cumpliendo en todo momento la voluntad del Padre. Si el
discípulo no es más que su Maestro, todos los cristianos debemos asumir con convicción que la cruz debe formar parte esencial del apostolado. No hay verdadero amor, sin sufrimiento y compasión. El amor verdadero nos impulsa siempre a cargar con las propias cruces y a acompañar también a todos aquellos que, por las circunstancias de la vida,
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ACTUAR
¿Dónde me pide el Señor que “eche las redes”?
¿Pido al Señor que me indique el camino a seguir?
¿Cómo lo hago?
z Ante el inicio del nuevo curso, ¿qué pregunta me
surge espontáneamente: qué voy a hacer, o qué espera Dios que haga? ¿Por qué?
¿Vivo la fe de un modo privado o tengo algún compromiso público?
JUZGAR
¿En qué pienso que consiste “ser santo”?
z ¿Qué me atrae de Jesús, cuál es mi razón principal
para seguirle?
z
z
¿Me siento llamado por el Señor? ¿Cómo llegué al
grupo o grupos de los que formo parte? ¿Qué personas fueron mediación del Señor?
Lc 5, 1-11
Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres». Ellos sacaron las barcas a tierra y,
dejándolo todo, lo siguieron.
Y es que el asombro se había apoderado de él y de los
que estaban con el, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan,
hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús
diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador».
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan
grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles
una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.
Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche
bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes».
En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de
Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas
del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban
junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado
y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de
tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar
adentro, y echad las redes para pescar».
z
¿Me siento llamado por Dios, siento que Él cuenta
conmigo?
z
z
z
¿Qué cruces ayudo a llevar?
¿Qué cruz debo cargar para responder a la llamada
y envío del Señor?
z
¿Sé hacerme cercano a la gente? ¿Cuándo o con
quiénes me siento más cómodo y cuándo o con
quiénes me cuesta más?
z
z
z ¿Soy capaz de amar el “campo” al que el Señor me
ha enviado? ¿Por qué?
z
¿Cómo he pasado este verano? ¿Qué destacaría de
él? ¿De qué le doy gracias a Dios? ¿De qué le pido
perdón?
VER
Llamados y Enviados
z ¿Noto que voy creciendo en unidad interior? ¿Por
qué?
PARA LA REFLEXIÓN
z ¿Me he parado a pensar y orar qué espera Dios de mí? ¿A qué conclu-
sión he llegado?
z Ante alguna decisión importante en mi vida, ¿he orado para pedir al
Señor que me ilumine, o me he guiado sobre todo por criterios “humanos”? (lo que yo pienso, lo que otros me aconsejan...)
Extraído de la revista ORAR, nº 123
z Si he tomado alguna opción errónea, ¿a qué creo que se debió?
VER
JUZGAR
En el anterior retiro, reflexionábamos acerca de que somos llamados
personalmente por el Señor (discípulos), y enviados por Él a evangelizar, (apóstoles).
En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán: «Sal de tu tierra y de la
casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré. Haré de ti un gran
pueblo, te bendeciré, haré famoso tu nombre y será una bendición».
Pero habitualmente surgen dos cuestiones: por una parte, nos cuesta
distinguir la voz de Dios, su llamada, su voz en medio de tantas “voces”; y por otra, aunque sintamos su llamada, nos preguntamos: ¿Y a
dónde me envía? ¿Qué espera de mí? ¿Cómo debo actuar?
Abrahán marchó como le había dicho el Señor.
La conciencia de ser llamados y enviados es el “pistoletazo de salida”
para ponernos en marcha... pero ponernos en marcha en la dirección
del Señor. Y esto requiere reflexión y oración, detenernos y dejar que
él nos ilumine, para no errar el camino.
En aquel tiempo, Dios puso a prueba a Abrahán llamándole:
«¡Abrahán!»
Para evangelizar y para salir al mundo con ciertas garantías, es preciso
que le pidamos al Señor que nos aumente la fe y fortalezca la esperanza. Como creyentes nos apoyamos en Él y no en nuestros criterios y esfuerzos. Como llamados y enviados, debemos permitir que sea la Palabra de Dios la que guíe y juzgue nuestras actuaciones. Solamente desde esta luz podremos contemplar el mundo y la realidad de forma
distinta a quienes todo lo ven oscuro y problemático.
Como también decíamos en el pasado retiro, en el recorrido del camino, aunque existan dudas y oscuridades, también existen certezas y
claridades, y existe una certeza que no debemos olvidar nunca: Cristo
vive y es Él quien nos llama y envía a todos a trabajar a su viña. No actuamos nunca por cuenta propia, sino en nombre de quien nos llama y
nos envía constantemente para colaborar con Él en la extensión del
Reino.
Llamados y enviados como Abraham
LLAMADOS Y ENVIADOS
COMO ABRAHAM
Gn 12, 1-4
Él respondió: «Aquí me tienes».
Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, la que quieres, a Isaac, y vete
al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los
montes que yo te indicaré».
Se levantó Abrahán de madrugada... tomó consigo a su hijo Isaac...
y se encaminó hacia el lugar que Dios le había indicado.
Gn 22, 1-3
En aquellos días, Abrahán se acercó y dijo a Dios: «¿Es que vas a
destruir al inocente con el culpable? Si hay cincuenta inocentes en
la ciudad, ¿los destruirás y no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que hay en él? ¡Lejos de ti!...
Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y ceniza. Si
faltan cinco para el número de cincuenta inocentes, ¿destruirás,
1
Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se encuentran
treinta?...
Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más, ¿y si se encuentran diez?»
Gn 18, 20-32
Para nuestra reflexión, vamos a contemplar a algunos personajes bíblicos que fueron también llamados y enviados por Dios. Hoy vamos a
contemplar a Abrahán.
Según el libro del Génesis, el clan de Abrahán llegó de Ur, en Caldea,
para establecerse en Harrán, en la región del Alto Eufrates, y de Harrán
partió el propio Abrahán.
La revelación de Dios a Abrahán no se produjo en el contexto de un vacío religioso. En aquella época todos los pueblos tenían sus dioses. En
Harrán, Abrahán adoraba a un Dios personal, protector de su clan. Tal
vez lo asociase a otros dioses de aquella región, pues la población autóctona de Harrán veneraba sobre todo a Sin, el dios-Luna.
Al llegar a Canaán, Abrahán encuentra el culto de El, dios supremo de
los semitas del oeste, conocido bajo diversos nombres que encontramos en la Biblia: El-Elyon, El-Olam, El-Shadday. Cuando le dice a Abrahán: «Yo soy El-Shadday» [Gn 17, 1], el Dios personal de Abrahán hace suyos los atributos de El, a quien se reconocía como creador del mundo
y fuente de la sabiduría.
A partir de entonces, Abrahán ya no tendrá otro Dios que el de su llamada, y todos los Patriarcas que vengan después servirán a ese dios
como el Dios de sus Padres, el mismo que mucho más tarde revelará a
Moisés su nombre de Yahvé.
Ese Dios, que Abrahán sólo conoce imperfectamente, será ya para él y
para los suyos el Dios que hace la Alianza. Todo arranca de la bondad
de Dios y del proyecto de salvación y felicidad que él concibe para
Abrahán y, a través de él, para toda la multitud de los creyentes. Pero
ese designio irá tomando cuerpo al ritmo de las etapas de un largo caminar con Dios.
De hecho, Abrahán viene presentado como el primer peregrino: él es
el primero que se pone en camino, por orden de Dios, para que se
cumpla ese plan de salvación. La historia de Abrahán es la historia de
ese cumplimiento, pero bajo el signo de la paradoja. Tanto si se trata de
la promesa de una tierra como de la promesa de una descendencia, a
Abrahán le espera la prueba.
Tenemos que subrayar que la orden de Dios: sal de tu tierra... deja a
Abrahán lleno de incertidumbre. Es una partida sin condiciones y sin
demora. Dios sabe, pero Abrahán no sabe nada. Abrahán se pone en
camino y sin embargo lo único que ha hecho es escuchar al Señor. Su
respuesta es caminar, un día y otro día, al paso del rebaño.
Atraviesa el país de Canaán, hasta la encina de Moré, sin saber aún qué
tierra le mostrará el Señor. Y entonces el Señor «se deja ver» y le dice
en cierto modo: «Acabas de ver la tierra, la has recorrido sin saberlo, la
has atravesado como una tierra ordinaria. Pero precisamente esa tierra
es la tierra prometida».
Pero de esa tierra prometida Abrahán no tomará posesión; Dios le hace
saber que sueños que la entrada en la Tierra prometida estará precedida por un largo tiempo de exilio. Y la promesa de una descendencia
tan numerosa como el polvo de la tierra o como las estrellas del cielo
parecerá reducida a la nada debido a la esterilidad de Sara. Más aún,
cuando Sara, contra toda esperanza, dé a luz un hijo, todo parecerá terminar de nuevo por la petición incomprensible de Dios: «Toma a tu
único hijo... y ofrécemelo en sacrificio».
Llamados y enviados como Abraham
por cinco, toda la ciudad?...
Una vez más, la fe de Abrahán es puesta a prueba, ya que otra promesa toma el relevo a la primera, aplazando aún más el horizonte y prolongando la incertidumbre: «A tu descendencia le daré esta tierra», es
decir, se la dará “más tarde”. Y la nueva respuesta de Abrahán será seguir caminando, esperando esa descendencia y recorriendo a lo largo
y a lo ancho ese país que se le acaba de indicar. Se acaba la incertidumbre, pero la vida errante continúa; la tierra que ha conocido seguirá
siendo tierra prometida, pero Abrahán vivirá en ella como nómada.
Pero sobre todo, Abrahán está disponible totalmente, su única aspiración será responder al deseo de Dios.
Una disponibilidad que se enraíza también en su propia forma de ser,
en su carácter. Por lo que respecta al hombre Abrahán, los relatos bíblicos nos han dejado una narración llena de contrastes, en la que no se
ocultan ciertos rasgos poco gloriosos. Por oportunismo hace pasar en
dos ocasiones a Sara como hermana suya; lo vemos gestionar con excesiva blandura el conflicto entre Sara y la esclava Hagar, casi desentendiéndose del mismo. Y a la vez muestra su grandeza de alma y generosidad cuando deja que su sobrino Lot elija las mejores tierras.
Pero sobre todo, el texto del Génesis subraya que la gran fe de Abrahán. Y desde esa fe, está pronto a obedecer a Dios, sobre todo cuando
2
Esta fe crea entre Dios y Abrahán una intimidad que Dios no puede
traicionar: ¿Puedo ocultarle a Abrahán lo que pienso hacer?; y Abrahán,
por su parte, se apoyará en esa intimidad para interceder en su oración
por las ciudades amenazadas con el castigo: Abrahán se atreve a ello
porque se sabe amigo de Dios.
PARA LA REFLEXIÓN:
z La vida de fe nunca será un recorrido señalizado de antemano, sino
una promesa de Dios. ¿Cómo reacciono ante esa indefinición? ¿Me fío
de Dios, como Abrahán? ¿Por qué?
z Abrahán se movía en una sociedad con multitud de dioses, él mismo
tenía un dios “personal”, de su clan, pero reconoce al Dios verdadero
que le llama. ¿Sé reconocer la voz de Dios? ¿Dónde y cómo puedo saber que es Él quien me habla?
z Abrahán se puso en camino sin saber adónde iba, pero aun sin saber-
lo ya estaba atravesando la tierra prometida. Desde la fe, ¿soy capaz
de considerar mi vida cotidiana, mi trabajo, mis relaciones... como esa
“tierra prometida” por Dios, aunque aún “no lo vea”?
z La vida personal de Abrahán está llena de paradojas, luces y sombras:
¿qué contrastes descubro en mi propia vida? Los presento humildemente en la oración a Dios.
z ¿Quién o qué sería, en mi vida, el “Isaac” que debo estar dispuesto a
sacrificar?
z ¿Estoy dispuesto a aceptar que quizá mi misión sea sembrar pero no
ver el fruto de esa siembra, que quizá sean otros, más adelante, los
que disfruten o se beneficien de lo que yo he aportado con mi seguimiento de Jesús?
z ¿Tengo intimidad con Dios, puedo decir que soy “amigo” suyo? Desde
esa intimidad y amistad, ¿me atrevo a presentarle mis inquietudes, mis
preocupaciones, lo que deseo o me gustaría para mí y para otros?
ACTUAR
Ante la llamada de Dios, Abrahán responde: «Aquí me tienes», unas palabras que resumen toda la espiritualidad de Abrahán. Para él, su verdadera vida comenzó con la llamada de Dios y el envío a ponerse en camino. La oración de Abrahán se arraiga en la aceptación de ese envío
de Dios.
Como Dios le ha ofrecido la Alianza, se atreve a dialogar con Él, en plan
de compañero, con el que promete y da. De hecho, Dios promete una
tierra a ese nómada al que ha lanzado a los caminos. Y a ese servidor
suyo, que ha envejecido sin tener hijos, no sólo le dará un hijo, sino
una descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo.
Abrahán tiene conciencia de no ser ante Dios más que “polvo y ceniza”, pero esto no supone para él una humillación, sino todo lo contrario, una confirmación de su propia dignidad como persona y una puerta abierta hacia Dios. Precisamente porque es consciente de su pequeñez y de sus limitaciones, Abrahán lo espera todo de Dios, pues sabe
que aun siendo poco importante, ha sido llamado por Dios, y que Dios
cuenta con él.
Llamados y enviados como Abraham
se dispone, sin rechazo ni murmuración, a sacrificar al hijo de la promesa. Más aún, cada encuentro con Dios lo considera un hito importante en su vida, algo que debe ser recordado y tenido presente, y por
eso deja un memorial de dicho encuentro: el altar que construye, o el
árbol que planta.
La convicción de que todo se lo debe a Dios le da a Abrahán una confianza inalterable. Capaz de esperar cuando no hay esperanza, se aferra
a la promesa hasta en el corazón mismo de la prueba.
Y esta fe heroica es lo que convierte a Abrahán en un hombre plenamente ajustado a Dios y a sus designios. Para él, creer es hablar como
hombre vivo al Dios vivo cuya alegría es dar vida. Con Abrahán, tan
solo estamos todavía en los albores de la fe, y sin embargo, su oración
es totalmente sencilla y familiar. Su intimidad con Dios es tan grande,
que en él ya no existe la menor distancia entre la oración y el don de sí
mismo: para él, escuchar es obedecer. La oración es el lugar donde él
descubre cada día con mayor claridad el verdadero rostro de Dios y su
propia vocación, lo que Dios espera de él y dónde quiere que lo lleve
a cabo.
Finalmente, Abrahán, reflejando lo que descubre en Dios, se hace a su
vez mediador por medio de la oración. Él, que por pura gracia conoce
a Dios, intercede por los que aún no le han encontrado, incluso por los
que lo niegan y por los pecadores. Como se sabe amigo de Dios, se
atreve con Él, discute, regatea, apelando desde la fe al corazón de Dios.
Abrahán es considerado “nuestro padre en la fe”, y en él podemos encontrar un modelo a seguir. Para Abrahán, partir de la propia tierra, pa-
3
Al estar él en referencia a Dios, Dios aparece en referencia a él como
bendición para uno y, por él, para todos. La llamada de Dios a Abrahán
y su posterior envío va a tener repercusiones universales.
PARA LA REFLEXIÓN:
z Ante la llamada de Dios, ¿soy capaz de responder: “Aquí me tienes”?
¿Por qué?
z Para Abrahán, la verdadera vida comenzó en el momento de ponerse
en camino. ¿Mi caminar diario “me da vida”, me hace experimentar la
vida de Dios?
z ¿Cómo vivo mi pequeñez ante Dios: con esperanza, con resignación,
con amargura...?
z ¿Me “ajusto” a Dios? ¿En qué necesito un mayor “ajuste”?
z Analizo mi oración: ¿es diálogo con Dios, o monólogo por mi parte?
Llamados y enviados como Abraham
tria y familia es abandonar seguridades para obtenerlo todo en esperanza. Pero no es un paso al vacío, sino hacia la plenitud. La grandeza
de Abrahán está en ser signo de Dios por la confianza y la obediencia.
¿Me ayuda a descubrir mi vocación? ¿Intercedo por alguien? ¿Soy
consciente de que mis actos tienen repercusiones para otros?
z Como compromiso de este retiro, pienso hacia dónde debería encami-
nar el rumbo de mi vida para responder a la llamada de Dios.
4
JUZGAR
Para Abrahán, la verdadera vida comenzó en el momento de ponerse en camino. ¿Mi caminar diario
“me da vida”, me hace experimentar la vida de Dios?
Él respondió: «Aquí me tienes».
z
Abrahán se movía en una sociedad con multitud
z La vida de fe nunca será un recorrido señalizado
de antemano, sino una promesa de Dios. ¿Cómo reacciono ante esa indefinición? ¿Me fío de Dios,
como Abrahán? ¿Por qué?
Gn 18, 20-32
Que no se enfade mi Señor si hablo una vez más, ¿y si
se encuentran diez?»
Que no se enfade mi Señor si sigo hablando. ¿Y si se
encuentran treinta?...
Me he atrevido a hablar a mi Señor, yo que soy polvo y
ceniza. Si faltan cinco para el número de cincuenta
inocentes, ¿destruirás, por cinco, toda la ciudad?...
En aquellos días, Abrahán se acercó y dijo a Dios:
«¿Es que vas a destruir al inocente con el culpable? Si
hay cincuenta inocentes en la ciudad, ¿los destruirás y
no perdonarás al lugar por los cincuenta inocentes que
hay en él? ¡Lejos de ti!...
Gn 22, 1-3
z ¿Me “ajusto” a Dios? ¿En qué necesito un mayor
“ajuste”?
Se levantó Abrahán de madrugada... tomó consigo a
su hijo Isaac... y se encaminó hacia el lugar que Dios
le había indicado.
z
Como compromiso de este retiro, pienso hacia
dónde debería encaminar el rumbo de mi vida para
responder a la llamada de Dios.
z
Analizo mi oración: ¿es diálogo con Dios, o monólogo por mi parte? ¿Me ayuda a descubrir mi vocación? ¿Intercedo por alguien? ¿Soy consciente de
que mis actos tienen repercusiones para otros?
¿Cómo vivo mi pequeñez ante Dios: con esperanza, con resignación, con amargura...?
z
Dios le dijo: «Toma a tu hijo único, la que quieres, a
Isaac, y vete al país de Moria y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré».
z
Ante la llamada de Dios, ¿soy capaz de responder:
“Aquí me tienes”? ¿Por qué?
ACTUAR
z
z
¿Tengo intimidad con Dios, puedo decir que soy
“amigo” suyo? Desde esa intimidad y amistad, ¿me
atrevo a presentarle mis inquietudes, mis preocupaciones, lo que deseo o me gustaría para mí y para
otros?
z
¿Estoy dispuesto a aceptar que quizá mi misión sea
sembrar pero no ver el fruto de esa siembra, que
quizá sean otros, más adelante, los que disfruten o
se beneficien de lo que yo he aportado con mi seguimiento de Jesús?
z ¿Quién o qué sería, en mi vida, el “Isaac” que debo
estar dispuesto a sacrificar?
z La vida personal de Abrahán está llena de paradojas, luces y sombras: ¿qué contrastes descubro en mi
propia vida? Los presento humildemente en la oración a Dios.
z
Abrahán se puso en camino sin saber adónde iba,
pero aun sin saberlo ya estaba atravesando la tierra
prometida. Desde la fe, ¿soy capaz de considerar mi
vida cotidiana, mi trabajo, mis relaciones... como esa
“tierra prometida” por Dios, aunque aún “no lo vea”?
de dioses, él mismo tenía un dios “personal”, de su
clan, pero reconoce al Dios verdadero que le llama.
¿Sé reconocer la voz de Dios? ¿Dónde y cómo puedo saber que es Él quien me habla?
En aquel tiempo, Dios puso a prueba a Abrahán llamándole: «¡Abrahán!»
Gn 12, 1-4
Abrahán marchó como le había dicho el Señor.
En aquellos días, el Señor dijo a Abrahán: «Sal de tu
tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te
mostraré. Haré de ti un gran pueblo, te bendeciré, haré
famoso tu nombre y será una bendición».
z
Si he tomado alguna opción errónea, ¿a qué creo
que se debió?
z
Ante alguna decisión importante en mi vida, ¿he
orado para pedir al Señor que me ilumine, o me he
guiado sobre todo por criterios “humanos”? (lo que
yo pienso, lo que otros me aconsejan...)
z
¿Me he parado a pensar y orar qué espera Dios de
mí? ¿A qué conclusión he llegado?
VER
Llamados y Enviados
como Abraham
VER
En este retiro vamos a continuar reflexionando acerca de la necesidad
de sentirnos llamados y enviados por el Señor para ser hoy sus apóstoles, para anunciar su Buena Noticia al mundo de hoy y para ir haciendo
cada vez más presente su Reinado.
Tenemos que sabernos y sentirnos llamados y enviados, como Abraham (tal como vimos el mes pasado anterior) y hoy como José. En el anterior retiro, contemplando la figura de Abraham, reflexionábamos
acerca de la “tierra prometida”: Abrahán se puso en camino sin saber
adónde iba, pero aun sin saberlo ya estaba atravesando la tierra prometida. Y nos preguntábamos si, desde la fe, somos capaces de considerar
nuestra vida cotidiana, nuestro trabajo, nuestras relaciones... como esa
“tierra prometida” por Dios, aunque “ahora” no la veamos como tal.
El cumplimiento de la promesa de Dios, como vimos entonces, se va
descubriendo en el caminar diario. Pero hay veces que, por distintas
circunstancias o por otras personas, parece que esa “tierra prometida”
se nos quita a la fuerza, nos vemos empujados fuera de “nuestra tierra”,
de nuestros proyectos, de nuestros esquemas, fuera de lo que hasta
ahora formaba “nuestra vida”.
De repente, todo se tuerce, todo parece venirse abajo, como le ocurrió
a José:
hermanos le tenían envidia pero su padre meditaba todo esto. Sus
hermanos trashumaron a Siquén con los rebaños de su padre.
Jacob dijo a José: “Tus hermanos deben estar con los rebaños en
Siquén; ven, que te voy a mandar donde están ellos”.
José fue tras sus hermanos y los encontró en Dotan. Ellos lo vieron
desde lejos. Antes de que se acercara, maquinaron su muerte. Se
decían unos a otros:
“Ahí viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en un aljibe; luego diremos que una fiera lo ha devorado; veremos en qué
paran sus sueños”.
Oyó esto Rubén, e intentando salvarlo de sus manos, dijo: “No le
quitemos la vida”. Y añadió: “No derraméis sangre; echadlo en este
aljibe, aquí en la estepa; pero no pongáis las manos en él”.
Lo decía para librarlo de sus manos y devolverlo a su padre. Cuando llegó José al lugar donde estaban sus hermanos, lo sujetaron, le
quitaron la túnica con mangas, lo cogieron y lo echaron en un pozo
vacío, sin agua. Y se sentaron a comer. Levantando la vista, vieron
una caravana de ismaelitas que transportaban en camellos goma,
bálsamo y resina de Galaad a Egipto.
Llamados y enviados como José
LLAMADOS Y ENVIADOS
COMO JOSÉ
Judá propuso a sus hermanos: “¿Qué sacaremos con matar a nuestro hermano y con tapar su sangre? Vamos a venderlo a los ismaelitas y no pondremos nuestras manos en él, que al fin es hermano
nuestro y carne nuestra”.
Los hermanos aceptaron. Al pasar unos comerciantes madianitas,
tiraron de su hermano, lo sacaron del pozo y se lo vendieron a los
ismaelitas por veinte monedas.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿He sufrido burlas o comentarios maliciosos por exponer mi experien-
José era el preferido de Jacob, porque le habla nacido en la vejez,
y le hizo una túnica con mangas. Al ver sus hermanos que su padre
lo prefería a los demás, empezaron a odiarlo y le negaban el saludo. Un día José tuvo un sueño y se lo contó a sus hermanos, haciendo crecer su odio hacia él. Les dijo: “Estábamos atando gavillas en el campo; mi gavilla se levantó y se tenía derecha, mientras
que las vuestras se ponían alrededor y se inclinaban ante la mía”.
Y le cobraron más odio debido a sus sueños y a sus palabras. Sus
cia de fe, por decir lo que entiendo lo que es la voluntad de Dios sobre algún tema?
z ¿Alguna vez mis palabras, mis acciones como cristiano, han sido moti-
vo de conflicto grave con personas de mi entorno? ¿Por qué?
zl ¿Me he sentido “vendido” por alguien? ¿Me he sentido “sacado a la
fuerza” de mi “tierra prometida”, de alguna faceta de mi vida? ¿Cómo
reaccioné, humana y cristianamente?
1
Los ismaelitas se llevaron a José a Egipto, donde fue vendido a Putifar, ministro y alto funcionario del faraón. El Señor estaba con
José y todo le salía bien. Su amo, viendo que el Señor estaba con él
y que hacía prosperar todo cuanto él emprendía, lo hizo su hombre
de confianza: lo puso a su servicio y lo nombró administrador de su
casa, confiándole todo cuanto tenía.
José era apuesto y bien parecido. Pasado cierto tiempo la mujer de
su amo se fijó en José y le propuso: “Acuéstate conmigo”.
Pero José se negó. Y por más que ella insistía todos los días, José
no consintió en acostarse y estar con ella. Pero un día José entró en
la casa para despachar sus asuntos y no había en casa ningún criado. La mujer lo agarró por el manto mas él, dejando el manto entre
sus manos, salió afuera y huyó. Viendo ella que había dejado el
manto entre sus manos y que había salido huyendo, retuvo junto a
sí el manto de José hasta que su marido volvió a casa y le dijo: “El
hebreo que nos has traído quiso abusar de mí, pero al ver que yo
gritaba y llamaba, dejó su manto junto a mí y huyó afuera”.
Cuando el marido oyó de labios de su mujer cómo se había comportado su siervo con ella, montó en cólera, mandó prenderlo y lo
metió en la cárcel, donde estaban los presos del rey. De esta manera José fue a parar a la cárcel.
Pero el Señor estaba con José y le favoreció, haciendo que se ganase la confianza del jefe de la prisión. Este confió a José el cuidado
de los presos y la dirección de todo lo que allí se hacía, porque el
Señor estaba con él y hacía prosperar todo cuanto emprendía.
Pasado cierto tiempo, el copero y el pandero del rey de Egipto
ofendieron a su señor. El faraón se enojó y los encarceló en la cárcel donde José se hallaba recluido. El capitán de la guardia encargó a José que los sirviera. El copero mayor contó a José el sueño
que había tenido. José le dijo:
“Esta es la interpretación: al cabo de tres días el faraón te sacará de
la cárcel y te repondrá en tu cargo. Sólo te pido que te acuerdes de
mí cuando te vaya bien; hazme el favor de hablar de mí al faraón,
para que me saque de esta prisión”.
Pero el copero no se volvió a acordar de José, sino que se olvidó de
él.
Comienza a narrarse la estancia de José en Egipto: ha sido vendido
como esclavo, pero su situación es favorable. El Señor hacía prosperar
todo cuanto él emprendía, y Putifar lo hizo su hombre de confianza.
Todo parece ir bien, pero por culpa de la mujer de Putifar, las cosas se
tuercen y aún más que antes: José fue a parar a la cárcel. José, aunque
joven y apuesto, prefiere ser condenado antes que traicionar su concepto de la lealtad y de la moral.
Sin embargo, aun en esa situación, José en todo momento se pone en manos de Dios, convirtiéndose en ejemplo de quienes confían en Dios a pesar de todo. El Señor impide que José muera, para que su plan siga adelante. Por eso continuaba estando con José y le favoreció, haciendo que se
ganase la confianza del jefe de la prisión y del resto de presidiarios.
Pero aunque la situación es mejor de lo esperable, José continúa siendo un presidiario, y desea salir de su situación actual.
José interpreta el sueño del copero, pero no se atribuye a sí mismo el
mérito, sino a Dios. Pide al copero que interceda por él ante el faraón,
pero el copero no se volvió a acordar de José, sino que se olvidó de él.
Es la única ocasión en que José le falla a Dios: nunca debió confiar en un
hombre. Pero Dios se acordará de él y fijará le momento de la liberación.
Llamados y enviados como José
JUZGAR
Es verdad que Dios no habla con José como lo hacía con Abrahán, Isaac
y Jacob. Pero está con José en todo momento: cuando es vendido
como una mercancía, cuando, con el porvenir resuelto, es acusado injustamente y encarcelado indefinidamente...
PARA LA REFLEXIÓN:
z Traigo a la oración las ocasiones en que, sintiéndome seguro, tranqui-
lo, todo dio un vuelco haciéndome sentir en peligro, en zozobra. ¿Alguna persona fue la causante de dicha situación, como lo fue la mujer
de Putifar?
z ¿Cómo viví esas crisis, cómo me sentí? ¿Fui capaz, como José, de
mantener mis principios y valores?
z ¿Alguna persona a la que he pedido ayuda “me ha olvidado”, como el
copero olvidó a José? ¿Pongo mi confianza ante todo en Dios? ¿Me
creo que me acompaña en todo momento?
Dos años después, el faraón tuvo este sueño: se encontraba de pie
junto al Nilo, y vio que del Nilo subían siete vacas hermosas y gordas, que se pusieron a pacer entre los juncos de la orilla. Detrás de
2
A la mañana siguiente, muy preocupado, mandó llamar a todos los
adivinos y a todos los sabios de Egipto y les contó sus sueños, pero
nadie pudo explicárselos. Entonces el copero mayor se dirigió al faraón y le dijo: “Ahora me acuerdo de mi falta”.
sufrimiento manifestándosele en distintas oportunidades.
PARA LA REFLEXIÓN:
z José tuvo que esperar dos años a que surgiera su oportunidad. ¿Sé vi-
vir en la espera a que se vayan cumpliendo los tiempos de Dios? ¿Me
desespero?
El faraón mandó llamar a José y se presentó al faraón. El faraón dijo
a José: “He tenido un sueño y nadie ha podido interpretarlo. Pero he
oído decir, que si oyes un sueño eres capaz de interpretarlo”.
z Traigo a la oración las ocasiones en las que he visto “la luz al final del
José respondió: “No soy yo, sino Dios, quien dará al faraón una
respuesta favorable”.
z Mirando las crisis desde la perspectiva del tiempo, ¿descubro que tam-
Al faraón y a su corte les pareció acertada esta interpretación, y
dijo a José: “Puesto que Dios te ha hecho saber todo esto, tú serás
quien gobierne mi casa y todo mi pueblo te obedecerá; sólo yo estaré por encima de ti. Mira, yo te pongo al frente de todo el país de
Egipto”.
Han pasado dos años. El faraón tiene un sueño y nadie es capaz de interpretárselo. Esto hace que el copero recuerde arrepentido a José. Y
ante el faraón, José vuelve a repetir que sólo Dios puede aclarar ese
sueño premonitorio.
Este episodio narrado marca un cambio en la vida de José: el fin de las
pruebas y el comienzo de su grandeza. La historia de José nos enseña
cómo Dios es capaz de redimir al hombre desde, y a pesar, de sus pecados. Los hermanos de José lo venden como esclavo, y Dios se vale de
esa situación de pecado, para salvar a su pueblo del hambre.
La narración pone de relieve, una vez más, la misteriosa pedagogía divina: Dios escoge a los “pequeños”, lo cual suscita odio y celos, hasta
provocar el alejamiento, casi la eliminación del predilecto. Pero en realidad actúa la invisible providencia de Dios, que conduce a su elegido
por caminos aparentemente de muerte, para salvar a todos. Y José, aun
en sus tribulaciones, está atento a los signos de la voluntad de Dios
para cumplirla.
Gracias a José, que no se vuelve rencoroso, sino que va descubriendo
su plan, Dios cuida a su pueblo. Dios utiliza caminos desconocidos
para el hombre, se vale de aquello que los hombres despreciamos. Redime la envidia de los hermanos de José, porque «gracias» a ella, puede preparar un lugar en Egipto para su pueblo. Acompaña a José en su
túnel”. ¿Cómo viví esos momentos? ¿Descubrí la mano de Dios? ¿Le di
gracias? ¿He guardado algún tipo de rencor?
bién ahí ha actuado la pedagogía divina? ¿Me he seguido sintiendo llamado y enviado por Dios?
ACTUAR
Llamados y enviados como José
ellas subieron del Nilo otras siete vacas birriosas y flacas, y se pusieron junto a las primeras. Las siete vacas flacas devoraron a las
siete gordas. Entonces el faraón se despertó.
Cuando se acabaron los siete años de abundancia en Egipto, comenzaron los siete años de hambre, como José había predicho. Llegó el hambre a todo Egipto, y el pueblo reclamaba pan al Faraón;
el Faraón decía a los egipcios: “Dirigíos a José y haced lo que él os
diga”.
José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios, mientras
arreciaba el hambre en Egipto. Y de todos los países venían a Egipto a comprarle a José, porque el hambre arreciaba en toda la tierra.
Los hijos de Jacob fueron entre otros a comprar grano, pues había
hambre en Canaán y se postraron ante él, rostro en tierra.
Al ver a sus hermanos José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente y los hizo detener durante tres
días.
Al tercer día les dijo: Si sois gente honrada, uno de vosotros quedará aquí encarcelado, y los demás irán a llevar víveres a vuestras
familias hambrientas; después me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis.
Ellos aceptaron, y se decían: “Estamos pagando el delito contra
nuestro hermano, cuando le veíamos suplicarnos angustiado y no le
hicimos caso; por eso nos sucede esta desgracia”.
3
José hace una lectura creyente de la historia de su vida, de la traición
de los hermanos, de su prosperidad en Egipto, del reencuentro con sus
hermanos y su padre. Del mal trata de hacer el mayor bien posible.
José dijo a sus Hermanos: “Yo soy José; ¿vive todavía mi padre?”
Sus hermanos, perplejos, se quedaron sin respuesta.
José no paga la afrenta sufrida con la moneda de la venganza. Su actitud es de perdón y acogida.
José dijo a sus Hermanos: “Acercaos a mí”. Se acercaron, y les repitió: “Yo soy José vuestro hermano, el que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis, ni os pese el haberme vendido
aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros. Dios me ha
enviado delante de vosotros para que vuestra descendencia se perpetúe en esta tierra y para salvaros de modo admirable. Así, pues,
no fuisteis vosotros quienes me enviasteis a este lugar, sino Dios.
Subid aprisa adonde está mi padre y decidle: Así dice tu hijo José: ven
a mi lado sin tardar. Vivirás en la región de Gosen y estarás cerca de mí.
Yo cuidaré allí de tu subsistencia, para que no caigas en la miseria”.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Sé perdonar las ofensas? ¿Sigo considerando “hermano” a aquél que
en un momento dado me ha ofendido? ¿Soy vengativo?
z Echando una mirada atrás, y desde la fe, ¿puedo entender los aconte-
cimientos difíciles de mi vida como momentos en los que Dios ha desarrollado su plan de salvación? ¿Ha surgido algún bien de aquellos males?
Los hermanos de José van pasando de una sorpresa a otra. A pesar de
los años transcurridos, la verdadera culpa que pesa sobre ellos es la
que cometieron contra el hermano desaparecido.
Jacob con todo lo suyo se puso en camino. José mandó preparar la
carroza y se dirigió a Gosén a recibir a su padre. Al verlo se le echó
al cuello y lloró abrazado a él. Jacob dijo a José: “Ahora puedo morir, después de haber visto tu rostro, y que vives”.
Pero José es vencido por la emoción y deja que lo reconozcan. ¡Yo soy
José, vuestro hermano! No os preocupéis, ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros
Jacob vivió diecisiete años en Egipto. Al ver los hermanos de José
que había muerto su padre, se dijeron: “A ver si José nos guarda
rencor y quiere pagarnos el mal que le hicimos”.
José, con un amable acercaos a mí, trató de serenar a sus hermanos y
de introducirlos, al mismo tiempo, en la comprensión profunda de la
acción de Dios en toda esta historia: Dios lo había enviado a Egipto con
el fin de asegurar la supervivencia de ellos y hacerlos vivir para una
gran liberación.
Entonces vinieron los hermanos, se echaron al suelo ante él, y le dijeron: “Aquí nos tienes, somos tus siervos”. Pero José les respondió: “No tengáis miedo, ¿soy yo acaso Dios? Vosotros intentasteis
hacerme mal, pero Dios intentaba hacer bien, para dar vida a un
pueblo numeroso, como hoy somos. Por tanto, no temáis; yo os
mantendré a vosotros y a vuestros hijos.
Aunque humanamente podríamos tener otra idea acerca de lo ocurrido, en realidad ha actuado y actúa la invisible providencia de Dios, que
conduce a su elegido por caminos aparentemente de muerte, para salvar a todos. José está atento a los signos de la voluntad de Dios y por
eso, a pesar de la lo que hicieron con él, José continúa llamándoles y
considerándolos sus hermanos. Desde su apertura a Dios, José ha entendido que ellos fueron los instrumentos de los que Dios se sirvió
para desarrollar su plan de salvación.
De este modo José, vendido como esclavo a los egipcios llegó a ser el
primer visir del Faraón. Se dio a conocer a sus hermanos, venidos a mendigar trigo en unos años de hambre. Se lo perdonó todo y les pidió incluso que su padre Jacob se instalara en Egipto con toda su familia.
Llamados y enviados como José
Ellos no sabían que José les entendía, pues había usado intérprete.
Él se retiró y lloró. Rompió a llorar fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron y la noticia llegó a casa del Faraón.
Y los consoló hablándoles al corazón.
José no sólo perdona a sus hermanos, sino que les encarga que traigan
a su padre a Egipto.
La escena es significativa: Jacob, con sus hijos y nietos, y con sus posesione., emigra a Egipto. Es el inicio de una estancia del pueblo elegido
en tierra extraña, que tendrá su viaje de vuelta en el éxodo, cuatro siglos después, cuando, guiados por Moisés, salgan de Egipto y peregrinen hacia la tierra prometida.
4
Ojalá tuviéramos la seguridad, como Jacob y José, de que Dios está
siempre con nosotros, igual que José interpretaba que era Dios el que
había permitido que él pasara por la amarga experiencia de ser vendido como esclavo, para sacar también de eso un gran bien para todos.
Pase lo que pase a cada persona, y también a la humanidad y a la Iglesia, Dios sigue con sus planes: «yo te convertiré en pueblo numeroso»,
como prometió a Abrahán.
La historia de José termina bien, pero sabemos que no todo será color
de rosa en esa aventura que empieza hoy. Pasados algunos siglos el
viento de la historia habrá cambiado de rumbo y los descendientes de
Jacob clamarán desde el fondo de su esclavitud. Entonces será preciso
que Dios vuelva a intervenir, esta vez por medio de Moisés, para sacar
a su pueblo de la esclavitud, como veremos en un próximo retiro.
La historia de José, entre otras cosas, nos mueve a dar gracias a Dios.
Damos gracias a Dios Padre, porque está siempre a nuestro lado. Porque no se olvida de los que sufren, porque podemos descubrirlo ayudando al hombre. Le damos gracias porque nos quiere como somos y
quiere que a pesar de nuestras faltas estemos siempre a su lado. Por
eso, se vale de distintos medios, hasta de nuestros errores, para ayudarnos a crecer.
Quizá la historia de José suena demasiado blanda en nuestra competitiva y reivindicadora sociedad de hoy. José hubiera pasado por un tonto que no sabe hacer valer sus derechos al amparo de la ley. Hoy se nos
invita a reclamar daños y perjuicios por todo.
PARA LA REFLEXIÓN:
Hoy hubiéramos dicho de los hermanos de José: “Que se pudran en la
cárcel hasta que paguen su delito”, “Que les exija una compensación
económica”. Son frases que tipifican la mentalidad social dominante.
Representan, sin duda, un paso con respecto a las sociedades en las
que la injusticia queda impune, en las que los fuertes se imponen a los
débiles. Pero, al mismo tiempo, alimentan una forma de entender la
justicia que es, en sí misma, insaciable. Y, aunque cueste reconocerlo,
algo vengativa.
z Por hacer caso al Evangelio, ¿he pasado por “tonto”, por “blando” en
Por eso, necesitamos modelos éticos que nos ayuden a descubrir maneras más profundas (y, por tanto, más eficaces) de restablecer el equilibrio roto por el crimen y, sobre todo, de abrirnos a una nueva experiencia de la “paz”. José es uno de estos modelos aportados por la tradición judeocristiana.
z En mi vida, ¿qué caminos inesperados he tenido que recorrer? ¿Me he
sentido acompañado y guiado por Dios?
Llamados y enviados como José
En nuestra vida, hay muchos viajes de ida y vuelta. Como Abrahán, que
sale de su tierra de Ur, como José que es llevado contra su voluntad a
Egipto, como Jacob y su familia que emigran buscando mejores condiciones de vida, todos podemos ser un poco peregrinos en la vida y
emigrantes, viajeros de éxodos que no esperábamos. La vida da muchas vueltas y, a veces, nos hace madurar por caminos que, a primera
vista, no nos parecen muy agradables.
alguna situación? ¿Sé hablar al corazón de las personas?
z Teniendo todo presente todo lo que he ido meditando hasta ahora,
¿de qué le doy gracias a Dios? ¿Soy capaz de darle gracias también
por las etapas de dificultad?
z ¿Me siento llamado y enviado, como José, a colaborar en el cumpli-
miento del plan de Dios, también a través de las etapas difíciles que la
vida me presenta?
Más aún, La historia de José nos recuerda la de Jesús, que también es
vendido por los suyos y llevado a la cruz; que muere pidiendo a Dios
que perdone a sus verdugos; que parece haber fracasado en la misión
encomendada, pero que nos muestra cómo Dios consigue sus propósitos de salvación también a través del mal y del pecado de las personas.
José fue llamado y enviado de un modo peculiar, a través de situaciones aparentemente sin salida para él, pero desde su confianza y apertura a Dios supo llevar adelante su papel en la historia de salvación de
su pueblo.
5
Traigo a la oración las ocasiones en que, sintiéndome seguro, tranquilo, todo dio un vuelco haciéndome sentir en peligro, en zozobra. ¿Alguna persona
fue la causante de dicha situación, como lo fue la
mujer de Putifar?
¿He sufrido burlas o comentarios maliciosos por exponer mi experiencia de fe, por decir lo que entiendo
lo que es la voluntad de Dios sobre algún tema?
z ¿Me he sentido “vendido” por alguien? ¿Me he
sentido “sacado a la fuerza” de mi “tierra prometida”, de alguna faceta de mi vida? ¿Cómo reaccioné,
z
¿Alguna vez mis palabras, mis acciones como cristiano, han sido motivo de conflicto grave con personas de mi entorno? ¿Por qué?
z
Dos años después, el faraón tuvo este sueño:
se encontraba de pie junto al Nilo, y vio que
¿Alguna persona a la que he pedido ayuda “me ha
olvidado”, como el copero olvidó a José? ¿Pongo mi
confianza ante todo en Dios? ¿Me creo que me
acompaña en todo momento?
z
z
¿Cómo viví esas crisis, cómo me sentí? ¿Fui capaz,
como José, de mantener mis principios y valores?
z
Los hermanos aceptaron. Al pasar unos comerciantes
madianitas, tiraron de su hermano, lo sacaron del pozo
y se lo vendieron a los ismaelitas por veinte monedas.
Levantando la vista, vieron una caravana de ismaelitas
que transportaban en camellos goma, bálsamo y resina
de Galaad a Egipto. Judá propuso a sus hermanos:
“¿Qué sacaremos con matar a nuestro hermano y con tapar su sangre? Vamos a venderlo a los ismaelitas y no
pondremos nuestras manos en él, que al fin es hermano
nuestro y carne nuestra”.
Pasado cierto tiempo, el copero y el pandero del rey de
Egipto ofendieron a su señor. El faraón se enojó y los
encarceló en la cárcel donde José se hallaba recluido. El
capitán de la guardia encargó a José que los sirviera. El
copero mayor contó a José el sueño que había tenido.
José le dijo: “Esta es la interpretación: al cabo de tres
días el faraón te sacará de la cárcel y te repondrá en tu
cargo. Sólo te pido que te acuerdes de mí cuando te vaya
bien; hazme el favor de hablar de mí al faraón, para que
me saque de esta prisión”. Pero el copero no se volvió a
acordar de José, sino que se olvidó de él.
Pero el Señor estaba con José y le favoreció, haciendo
que se ganase la confianza del jefe de la prisión. Este
confió a José el cuidado de los presos y la dirección de
todo lo que allí se hacía, porque el Señor estaba con él
y hacía prosperar todo cuanto emprendía.
Cuando el marido oyó de labios de su mujer cómo se
había comportado su siervo con ella, montó en cólera,
mandó prenderlo y lo metió en la cárcel, donde estaban los presos del rey. De esta manera José fue a parar a la cárcel.
Pero José se negó. Y por más que ella insistía todos los
días, José no consintió en acostarse y estar con ella.
Pero un día José entró en la casa para despachar sus
asuntos y no había en casa ningún criado. La mujer lo
agarró por el manto mas él, dejando el manto entre sus
manos, salió afuera y huyó. Viendo ella que había dejado el manto entre sus manos y que había salido huyendo, retuvo junto a sí el manto de José hasta que su marido volvió a casa y le dijo: “El hebreo que nos has traído quiso abusar de mí, pero al ver que yo gritaba y
llamaba, dejó su manto junto a mí y huyó afuera”.
José era apuesto y bien parecido. Pasado cierto tiempo la mujer de su amo se fijó en José y le propuso:
“Acuéstate conmigo”.
Éstos se llevaron a José a Egipto, donde fue vendido a
Putifar, ministro y alto funcionario del faraón. El Señor estaba con José y todo le salía bien. Su amo, viendo que el señor estaba con él y que hacía prosperar
todo cuanto él emprendía, lo hizo su hombre de confianza: lo puso a su servicio y lo nombró administrador de su casa, confiándole todo cuanto tenía.
JUZGAR
humana y cristianamente?
Lo decía para librarlo de sus manos y devolverlo a su
padre. Cuando llegó José al lugar donde estaban sus
hermanos, lo sujetaron, le quitaron la túnica con
mangas, lo cogieron y lo echaron en un pozo vacío, sin
agua. Y se sentaron a comer.
Oyó esto Rubén, e intentando salvarlo de sus manos,
dijo: “No le quitemos la vida”. Y añadió: “No derraméis sangre; echadlo en este aljibe, aquí en la estepa;
pero no pongáis las manos en él”.
José fue tras sus hermanos y los encontró en Dotan.
Ellos lo vieron desde lejos. Antes de que se acercara,
maquinaron su muerte. Se decían unos a otros: “Ahí
viene el de los sueños. Vamos a matarlo y a echarlo en
un aljibe; luego diremos que una fiera lo ha devorado;
veremos en qué paran sus sueños”.
Sus hermanos trashumaron a Siquén con los rebaños
de su padre. Jacob dijo a José: “Tus hermanos deben
estar con los rebaños en Siquén; ven, que te voy a mandar donde están ellos”.
Y le cobraron más odio debido a sus sueños y a sus
palabras. Sus hermanos le tenían envidia pero su padre meditaba todo esto.
José era el preferido de Jacob, porque le habla nacido
en la vejez, y le hizo una túnica con mangas. Al ver sus
hermanos que su padre lo prefería a los demás, empezaron a odiarlo y le negaban el saludo. Un día José
tuvo un sueño y se lo contó a sus hermanos, haciendo
crecer su odio hacia él. Les dijo: “Estábamos atando gavillas en el campo; mi gavilla se levantó y se tenía derecha, mientras que las vuestras se ponían alrededor y se
inclinaban ante la mía”.
VER
Llamados y Enviados
como José
ACTUAR
Ellos aceptaron, y se decían: “Estamos pagando el delito
contra nuestro hermano, cuando le veíamos suplicarnos
angustiado y no le hicimos caso; por eso nos sucede esta
desgracia”.
Al tercer día les dijo: “Si sois gente honrada, uno de
vosotros quedará aquí encarcelado, y los demás irán a
llevar víveres a vuestras familias hambrientas; después
me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis
que habéis dicho la verdad y no moriréis”.
José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios, mientras arreciaba el hambre en Egipto. Y de todos los países venían a Egipto a comprarle a José,
porque el hambre arreciaba en toda la tierra. Los hijos de Jacob fueron entre otros a comprar grano, pues
había hambre en Canaán y se postraron ante él, rostro en tierra. Al ver a sus hermanos José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente y los hizo detener durante tres días.
Cuando se acabaron los siete años de abundancia en
Egipto, comenzaron los siete años de hambre, como
José había predicho. Llegó el hambre a todo Egipto, y el
pueblo reclamaba pan al Faraón; el Faraón decía a los
egipcios: “Dirigíos a José y haced lo que él os diga”.
z
Mirando las crisis desde la perspectiva del tiempo,
¿descubro que también ahí ha actuado la pedagogía divina? ¿Me sigo sintiendo llamado y enviado por Dios?
z Traigo a la oración las ocasiones en las que he visto “la luz al final del túnel”. ¿Cómo viví esos momentos? ¿Descubrí la mano de Dios? ¿Le di gracias? ¿He
guardado algún tipo de rencor?
z
José tuvo que esperar dos años a que surgiera su
oportunidad. ¿Sé vivir en la espera a que se vayan
cumpliendo los tiempos de Dios? ¿Me desespero?
Al faraón y a su corte les pareció acertada esta interpretación, y dijo a José: “Puesto que Dios te ha hecho
saber todo esto, tú serás quien gobierne mi casa y todo
mi pueblo te obedecerá; sólo yo estaré por encima de ti.
Mira, yo te pongo al frente de todo el país de Egipto”.
José respondió: “No soy yo, sino Dios, quien dará al
faraón una respuesta favorable”.
El faraón mandó llamar a José y se presentó al faraón. El faraón dijo a José: “He tenido un sueño y nadie ha podido interpretarlo. Pero he oído decir, que si
oyes un sueño eres capaz de interpretarlo”.
A la mañana siguiente, muy preocupado, mandó llamar a todos los adivinos y a todos los sabios de Egipto y les contó sus sueños, pero nadie pudo explicárselos. Entonces el copero mayor se dirigió al faraón y le
dijo: “Ahora me acuerdo de mi falta”.
del Nilo subían siete vacas hermosas y gordas, que se
pusieron a pacer entre los juncos de la orilla. Detrás de
ellas subieron del Nilo otras siete vacas birriosas y flacas, y se pusieron junto a las primeras. Las siete vacas
flacas devoraron a las siete gordas. Entonces el faraón
se despertó.
¿Me siento llamado y enviado, como José, a colaborar en el cumplimiento del plan de Dios,
también a través de las etapas difíciles que la
vida me presenta?
z
z
Teniendo todo presente todo lo que he ido meditando hasta ahora, ¿de qué le doy gracias a Dios?
¿Soy capaz de darle gracias también por las etapas
de dificultad?
z
Por hacer caso al Evangelio, ¿he pasado por “tonto”, por “blando” en alguna situación? ¿Sé hablar al
corazón de las personas?
z
En mi vida, ¿qué caminos inesperados he tenido
que recorrer? ¿Me he sentido acompañado y guiado
por Dios?
Pero José les respondió: “No tengáis miedo, ¿soy yo
acaso Dios? Vosotros intentasteis hacerme mal, pero
Dios intentaba hacer bien, para dar vida a un pueblo
numeroso, como hoy somos. Por tanto, no temáis; yo os
mantendré a vosotros y a vuestros hijos”. Y los consoló
hablándoles al corazón.
Entonces vinieron los hermanos, se echaron al suelo
ante él, y le dijeron: “Aquí nos tienes, somos tus siervos”.
Jacob vivió diecisiete años en Egipto. Al ver los hermanos de José que había muerto su padre, se dijeron:
“A ver si José nos guarda rencor y quiere pagarnos el
mal que le hicimos”.
Jacob con todo lo suyo se puso en camino. José mandó preparar la carroza y se dirigió a Gosén a recibir a
su padre. Al verlo se le echó al cuello y lloró abrazado
a él. Jacob dijo a José: “Ahora puedo morir, después
de haber visto tu rostro, y que vives”.
z
Echando una mirada atrás, y desde la fe, ¿puedo entender los acontecimientos difíciles de mi vida como
momentos en los que Dios ha desarrollado su plan de
salvación? ¿Ha surgido algún bien de aquellos males?
z ¿Sé perdonar las ofensas? ¿Sigo considerando
“hermano” a aquél que en un momento dado me ha
ofendido? ¿Soy vengativo?
Subid aprisa adonde está mi padre y decidle: Así dice tu
hijo José: ven a mi lado sin tardar. Vivirás en la región
de Gosen y estarás cerca de mí. Yo cuidaré allí de tu
subsistencia, para que no caigas en la miseria”.
José dijo a sus Hermanos: “Yo soy José; ¿vive todavía mi
padre?” Sus hermanos, perplejos, se quedaron sin respuesta. José dijo a sus Hermanos: “Acercaos a mí”. Se
acercaron, y les repitió: “Yo soy José vuestro hermano, el
que vendisteis a los egipcios. Pero ahora no os preocupéis,
ni os pese el haberme vendido aquí; para salvación me envió Dios delante de vosotros. Dios me ha enviado delante de
vosotros para que vuestra descendencia se perpetúe en esta
tierra y para salvaros de modo admirable. Así, pues, no fuisteis vosotros quienes me enviasteis a este lugar, sino Dios.
Ellos no sabían que José les entendía, pues había usado intérprete. Él se retiró y lloró. Rompió a llorar
fuerte, de modo que los egipcios lo oyeron y la noticia
llegó a casa del Faraón.
[NAVIDAD]
Extraído de las publicaciones DABAR y EUCARISTÍA, y Revista ORAR
VER
Como en retiros anteriores de este curso, vamos a continuar reflexionando acerca de la importancia y la necesidad de sentirnos llamados y
enviados por el Señor a ser sus testigos. Tal como somos, con nuestras
cosas buenas y con nuestras cosas mejorables, para ir santificándonos.
Estamos a punto de celebrar la Navidad, y estamos ya rodeados de bolas de cristal, campanitas, árboles de Navidad, papanoeles en los balcones, felicitaciones con imágenes de casitas nórdicas, cubiertas de nieve
en la noche, belenes, turrones y otros artículos y elementos más o menos típicos y tópicos en estas fechas.
La Nochebuena se reunirá la familia, o al menos se hará un gran esfuerzo por reunirla, se telefoneará a los miembros que están lejos, y se procurará cenar todos a la misma hora -al menos una vez al año-, como un
rito propio de Navidad. Quizá se canten villancicos, quizá se vaya a la
Misa del Gallo...
verdadera Navidad, con el nacimiento de Jesús? Porque Jesús no aparece por ningún sitio. ¿Qué queda de verdadero en nuestra Navidad, si
los elementos que la identifican actualmente son accesorios, ficticios e
incluso algunos antievangélicos? ¿Qué hay que específicamente cristiano en nuestra Navidad? ¿Dónde está la Navidad cristiana? ¿Dónde y
cómo nace Jesús en “estas navidades”?
Si nos dejamos llevar por el ambiente, es fácil que nos quedemos sin
Navidad. Pero también, si pretendemos celebrar la Navidad, es fácil
que nos sintamos o nos hagan sentir desplazados, fuera de lugar, buscando algo arcaico que hoy en día carece de sentido.
Por eso, en un primer momento de nuestra reflexión ante el Señor,
preguntémonos:
PARA LA REFLEXIÓN
z ¿Cómo voy a celebrar la Navidad? Repaso el “programa” de estos días
que se acercan.
z ¿Qué aspectos de esas “otras navidades” me veo más o menos forza-
do a asumir?
z ¿Qué hago para celebrar la verdadera Navidad, en cristiano, el naci-
Llamados y enviados como los Pastores
LLAMADOS Y ENVIADOS
COMO LOS PASTORES
miento de Jesús?
JUZGAR
Pero es fácil que junto con todo eso, tengamos también una sensación
de “esto no debería ser así”, porque cualquier persona con un mínimo
de sensibilidad descubrirá detrás de todo esto un enorme tinglado
económico y publicitario, con el fin de que “las navidades” (así, en plural) sean una campaña comercial más, que deje abundantes beneficios.
Está claro que quienes nos hemos reunido hoy aquí queremos celebrar
la verdadera Navidad, y dejarnos atrapar lo menos posible por las
“otras navidades”. Para ello, vamos a situarnos en el papel de los pastores a quienes se anunció el nacimiento del Mesías.
Para colmo, el anuncio de la Lotería Nacional para este año dice lo siguiente: “Hay muchas navidades”, y empieza a nombrar diferentes tipos: “la familiar, la nevada, la afortunada, la viajera, la sonada, la soñada,
la de cine...”. Y termina diciendo: “Hay muchas navidades, pero todas
están aquí. Sorteo Extraordinario de Navidad. Lotería Nacional: la nuestra”.
Contemplándolos a ellos, vamos a tratar de recuperar la capacidad de
asombro, de sorpresa, de adoración de este Misterio del Amor de Dios
que, un año más, nos disponemos a celebrar. Y lo celebramos para vivirlo y para anunciarlo, porque como los pastores, también nosotros,
tras la Navidad, debemos volver a nuestra vida ordinaria dando gloria a
Dios por lo que hemos contemplado estos días.
Así pues, teniendo presente el anuncio publicitario de la Lotería, preguntémonos: ¿qué Navidad? ¿Qué tiene que ver todo lo anterior con la
Primero, vamos a ponernos a la escucha de la Palabra, para recordar y
renovar lo que nos disponemos a celebrar:
1
El ángel les dijo: «No temáis, os traigo una buena noticia, una
gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha
nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en
la tierra paz a los hombres que ama el Señor».
Lc 2, 8-14
Los pastores están en sus quehaceres, en sus tareas. Los pastores son
gente sin importancia, tan poca que, al parecer, ni siquiera se les inscribe en el censo ordenado por el emperador Augusto. Pero, a pesar de
su poca importancia, o precisamente por ello, reciben una llamada especial, el anuncio de la Buena Noticia, de la alegría para todo el pueblo:
el Mesías durante tantos años esperado ha nacido.
Un Mesías que nace de un modo inesperado: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. Lo nunca visto, lo nunca
imaginado. Y son llamados a contemplar ese hecho inaudito, ese Misterio.
Navidad es esto: es la celebración de que Dios no ha querido quedarse encerrado en un cielo lejano e inaccesible, sino que ha querido
acercarse al hombre. Ha querido mezclarse en nuestro camino, hacerse compañero de viaje. Se ha acercado tanto que se ha identificado con
los pobres, los últimos, los que no cuentan. Se ha confundido con
ellos. Ha pasado por uno de tantos, hasta el punto de no encontrar sitio en la posada y tener que nacer en un establo.
Y eso, aunque en ese momento los pastores no lo entiendan, aunque a
nosotros nos cueste entender, da un sentido nuevo a la vida, a la historia, al futuro. Porque este hecho muestra que Dios confía en el ser humano, que Dios nos ama de forma apasionada, fiel y gratuita. El Hijo de
Dios se hace persona, se hace hombre, se encarna. Un gesto elocuente con consecuencias esperanzadoras.
En Navidad celebramos que ya no podemos hablar de lejanía y olvido
por parte de Dios. Su misericordia se hace cercanía total. Quiere salvar
a la humanidad desde dentro, desde su entraña más profunda. En Jesu-
cristo, naciendo como uno de nosotros, pequeño y pobre, Dios entra
de lleno en nuestra historia, en nuestra vida personal y social.
Esto es nuestra fiesta, esto celebraremos en Navidad: la venida de Dios
a los hombres para que nosotros nos acerquemos a Dios, o más propiamente, para que volvamos a Él, para que despojados del hombre
viejo nos revistamos del nuevo.
Éste es el Misterio de Amor que estamos llamados a contemplar:
Contemplamos que ya no estamos solos ante la vida... Ahora hay Alguien que trae respuestas y tiene planes para nosotros...
Contemplamos que ya no estamos solos, porque Dios está con nosotros, porque así ha querido que se llame ese Niño: Emmanuel, “Dioscon-nosotros”.
Contemplamos que Dios ya no es el lejano, casi indiferente ante lo
que nos pasa y a cómo vivimos. Contemplamos que Dios forma ya
parte de nosotros; de nuestra propia vida, de nuestra propia humanidad.
Contemplamos que tampoco es el Dios del miedo, el innombrable...
pues se ofrece a nosotros desde la fragilidad y pequeñez, y al mismo
tiempo ternura, que supone la presencia de un Niño que nace.
Llamados y enviados como los Pastores
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire
libre, velando por turno su rebaño. Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de
gran temor.
Contemplamos la novedad que este nacimiento sorprendente nos
trae: otra forma muy distinta de vivir... donde se vive la vida como un
servicio a los demás, donde está presente el amor, el perdón y el compartir.
PARA LA REFLEXIÓN:
z A pesar de ser una persona “común”, sin apenas importancia social,
¿me considero llamada personalmente a celebrar la Navidad? ¿Qué
sentimiento despierta en mí esa llamada?
z De todo lo que contiene el Misterio de la Navidad, ¿qué es lo que más
me llama la atención, qué es lo que más me atrae para contemplarlo?
¿Por qué?
z ¿Qué cambios en el modo de vivir personal y social reclama la contem-
plación del Misterio de Navidad?
Vamos a seguir poniéndonos a la escucha de la Palabra. Porque el Misterio de la Navidad requiere que la contemplación se vea complemen-
2
Porque “adorar” significa reverenciar con sumo honor o respeto a un
ser, considerándolo como cosa divina, pero también amar con extremo. Vamos pues a seguir fijándonos en los pastores, porque estamos
llamados, como ellos, a contemplar y a adorar el Misterio del Dios hecho hombre.
Cuando los ángeles los dejaron y subieron al cielo, los pastores se
decían unos a otros: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el Señor».
Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de
aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores.
Y María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Lc 2, 15-19
Los pastores lo dejan todo y van hacia el Portal. Los pastores, esa gente
sin importancia que veíamos antes, salen de noche y dejan el rebaño,
fiándose del anuncio que han recibido, para aventurarse en la luz del
Portal.
De ser gente sin importancia pasan a ser invitados de Dios. Al ponerse
en camino, han sido elevados de rango.
miento, sino también el contenido de nuestro testimonio y la raíz de
nuestra vida cristiana. Y durante el tiempo de Navidad no sólo debemos, sino que necesitamos contemplar y adorar este Misterio.
Navidad es nacimiento, venida de alguien esperado y deseado, del que
se esperan muchas cosas. Los cristianos celebramos el nacimiento de
Quien es la figura central de la historia humana. Pero su importancia
no está en lo que fue externamente. Como hemos escuchado, ni en su
nacimiento se distinguió por lo que solemos valorar los seres humanos
en nuestra vida social. Más bien sus signos fueron de una sencillez apabullante.
Su importancia está más en lo que significó para quienes se encontraron con Él, y después, para quienes hemos descubierto, sentido, y creído en Él, y hemos experimentado su impacto en la vida de la humanidad y de los creyentes.
Si esto es lo que estamos llamados a contemplar y a adorar, si esto es la
Navidad, no podemos dejarnos seducir por los reclamos de la propaganda y de la publicidad que sólo apuntan a la satisfacción inmediata,
al consumo. No podemos huir de ello, pero sí que podemos evitar que
nos atrape y nos absorba sin dejar espacio a lo único importante.
Tampoco podemos reducir la Navidad a una fiesta de familia, hasta el
punto de que las “obligaciones familiares” nos priven del tiempo necesario para encontrarnos con tranquilidad con el Niño. Tendremos que
atender estas “obligaciones”, pero siempre dejando tiempo y priorizando lo que, como seguidores del Señor, debemos cuidar.
Y al llegar comprueban por sí mismos que el anuncio era cierto: encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
Ni siquiera la comunidad cristiana puede reducir estas fiestas a una serie de “celebraciones”, preocupándonos por preparar una liturgia esplendorosa para la noche santa, y ensayando villancicos, pero dejando
en segundo o tercer plano lo principal: el encuentro silencioso y personal con el Señor que nace, para poder adorarle de corazón.
Su acto de fe, su confianza en el anuncio, su disponibilidad a dejarlo
todo y a salir de noche, les lleva a encontrarse con el Misterio; y la primera actitud que surge ante el Misterio es la adoración: se dan cuenta
de que se hallan frente a la divinidad, pero no les causa terror, sino que
brota en ellos el amor.
Y sobre todo, no podemos reducir la Navidad a unos días, y quedarnos
en la simple venida del Señor. Tenemos que ser conscientes de que su
venida marca el principio del fin, del cambio radical, de un mundo nuevo, de una fraternidad universal, de una solidaridad sin fronteras. Y actuar en consecuencia.
Ante el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios nuestra primera actitud debe ser de adoración: la Palabra “ha venido a los suyos” y la hemos recibido por la fe. El gozo, la gratitud y el amor son reacciones a la
acción de Dios en nosotros.
Hemos sido llamados a salvar el mundo, a hacer posible un futuro común para todos, y esperamos conseguirlo siguiendo al Señor. Estamos
en ese empeño y no podemos cruzarnos de brazos. La celebración de
la Navidad es la llamada a la responsabilidad de hacer posible la familia
humana hasta la vuelta gloriosa del Señor para celebrar la gran fiesta
de la familia de Dios en la tierra y en el cielo.
Jesucristo “nace” de nuevo en Navidad para fortalecer nuestra fe, para
que podamos acogerle, y hacer de Él, no sólo la meta de nuestro segui-
Llamados y enviados como los Pastores
tada con la adoración.
3
o de lejos, que Él pone en nuestra vida.
z ¿Qué “rebaños” (ocupaciones, obligaciones) voy a tener que posponer
para poder encontrarme con el Misterio?
z ¿Sé “adorar”? ¿Qué necesitaría para mejorar esta dimensión de mi fe?
z ¿Qué tipo de “navidades” suelen atraparme más: la comercial, la fami-
liar, la litúrgica...? ¿Qué puedo hacer para vivir la verdadera Navidad
como contemplación y adoración?
z ¿Cómo puedo dar continuidad a la Navidad?
Por eso, como los pastores, todos nosotros, grandes o pequeños, hemos sido elevados a una función privilegiada: la de ser también nosotros ahora, ángeles anunciadores, testigos de la Navidad, pues cada
uno de nosotros está llamado y enviado a ser un revelador de Dios, a
repartir en la vida de todos la esperanza, el consuelo y la luz que vienen del Señor. A pregonar su proyecto de felicidad para todos.
Una función que no está reservada a los especialistas. Es una función
común a todos, pues cada uno de los creyentes está encargado de ejercerla, en todos los lugares comunes y corrientes en los que se desarrolla la vida de los hombres.
Quienes formamos la Iglesia debemos seguir proclamando con nuestra vida, a través de la caridad, la liturgia y el anuncio de la Palabra, el
mensaje actual y lleno de la vida de Dios.
ACTUAR
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que
habían visto y oído; todo como les habían dicho.
Lc 2, 20
Por su contemplación y adoración, los pastores se convierten en los
testigos de la Navidad, unos testigos creíbles: Todos los que lo oían se
admiraban de lo que les decían los pastores.
Y cuando terminan su contemplación y adoración, los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído.
Es urgente una revisión y tratar de recuperar lo cristiano de la Navidad,
o lo que es lo mismo, la Navidad cristiana.
Si la Navidad no nos lleva a celebrar el hecho de que Dios se ha hecho
compañero nuestro de viaje; si la Navidad no nos lleva a vivir estas celebraciones con un sentido de expresión y celebración de la fe, la fe explícita de la Navidad, será una Navidad privada de lo más esencial suyo.
Y, desde luego, será una navidad pagana, no será la Navidad de Jesús.
Si la Navidad no nos lleva a vivir con convencimiento una austeridad y
un compromiso por los pobres, con quienes Jesús ha querido identificarse, será que no nos hemos encontrado en verdad con Él.
La celebración de la Navidad nos debe conducir a contemplar y adorar
el Misterio de su presencia entre nosotros, y nos debe motivar y empujar a servirle desinteresadamente, sólo por amor, en la gente, de cerca
Tenemos el encargo de no ocultar, arrinconar o apagar la salvación que
Jesucristo, Palabra encarnada del Padre, nos trae.
Diariamente tenemos oportunidades de transparentar con nuestras palabras, sentimientos y acciones a Jesús, Salvador y esperanza cierta del
hombre, a quien estos días estamos llamados a contemplar y adorar, y
enviados como los pastores a anunciarle.
Llamados y enviados como los Pastores
PARA LA REFLEXIÓN:
Que, como María, guardemos estas cosas en nuestro corazón para ir
reflexionándolas y haciéndolas vida a lo largo de todo el año, como
una perenne Navidad.
Damos gracias a Dios con esta oración:
Te damos gracias, Padre misericordioso, por Jesucristo, tu Hijo amado.
Por medio de Él, que es tu Palabra,
has entrado con tu salvación y tu paz en nuestra historia humana.
Tú no has defraudado nuestra espera.
Tú has colmado de tu misma Vida nuestra esperanza.
Padre nuestro, estamos gozosos porque nos ha nacido el Salvador,
Jesús, el Señor.
Ayúdanos a celebrar, contemplar,
adorar y vivir con fe este misterio de amor.
No permitas, Señor, que apaguemos con ruidos,
indiferencias y superficialidades
4
Cristo, tu Hijo, nos hace hijos tuyos; nos muestra tu corazón de Padre.
Haz que nos abramos al gozo de tu presencia, Señor.
Que te descubramos como el Dios-con-nosotros
en toda persona humana.
Que la contemplación del nacimiento de tu Hijo nos lleve a adorarte
y servirte en todos los hermanos nuestros,
sobre todo en los que viven en el dolor y la desesperanza.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Cómo puedo ser testigo creíble de la Navidad?
z ¿En qué aspectos quisiera cambiar a partir de Navidad?
zl ¿Dónde o con quién, en mi vida ordinaria, puedo ser “ángel anuncia-
dor” de la Buena Noticia de Jesús?
Llamados y enviados como los Pastores
el eco de tu Palabra, el resplandor de Cristo, la Luz que nos ilumina.
5
Lc 2, 15-19
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les decían los pastores. Y María conservaba todas estas cosas,
meditándolas en su corazón.
Fueron corriendo y encontraron a María y a José, y al
niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que
les habían dicho de aquel niño.
Cuando los ángeles los dejaron y subieron al cielo, los
pastores se decían unos a otros: «Vamos derechos a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comunicado el
Señor».
z
¿Qué cambios en el modo de vivir personal y social
reclama la contemplación del Misterio de Navidad?
z
De todo lo que contiene el Misterio de la Navidad,
¿qué es lo que más me llama la atención, qué es lo
que más me atrae para contemplarlo? ¿Por qué?
z
A pesar de ser una persona “común”, sin apenas
importancia social, ¿me considero llamada personalmente a celebrar la Navidad? ¿Qué sentimiento despierta en mí esa llamada?
Lc 2, 8-14
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del
ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo: «Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres
que ama el Señor».
El ángel les dijo: «No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la
ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías,
el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño
envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
En aquella región había unos pastores que pasaban la
noche al aire libre, velando por turno su rebaño. Y un
ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los
envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.
JUZGAR
z ¿Qué hago para celebrar la verdadera Navidad, en
cristiano, el nacimiento de Jesús?
z
¿Qué aspectos de esas “otras navidades” me veo
más o menos forzado a asumir?
z
¿Cómo voy a celebrar la Navidad? Repaso el “programa” de estos días que se acercan.
VER
Llamados y Enviados
como los Pastores
ACTUAR
¿Cómo puedo dar continuidad a la Navidad?
¿Cómo puedo ser testigo creíble de la Navidad?
Que la contemplación del nacimiento
de tu Hijo nos lleve a adorarte
y servirte en todos los hermanos nuestros,
sobre todo en los que viven
en el dolor y la desesperanza.
Que te descubramos como el Dios-con-nosotros
en toda persona humana.
Cristo, tu Hijo, nos hace hijos tuyos;
nos muestra tu corazón de Padre.
Haz que nos abramos al gozo de tu presencia, Señor.
No permitas, Señor, que apaguemos con ruidos,
indiferencias y superficialidades
el eco de tu Palabra, el resplandor de Cristo,
la Luz que nos ilumina.
Padre nuestro, estamos gozosos
porque nos ha nacido el Salvador,
Jesús, el Señor.
Ayúdanos a celebrar, contemplar,
adorar y vivir con fe este misterio de amor.
Tú no has defraudado nuestra espera.
Tú has colmado de tu misma Vida nuestra esperanza.
Te damos gracias, Padre misericordioso,
por Jesucristo, tu Hijo amado.
Por medio de Él, que es tu Palabra,
has entrado con tu salvación y tu paz
en nuestra historia humana.
ORACIÓN COMUNITARIA
z ¿Dónde o con quién, en mi vida ordinaria, puedo
ser “ángel anunciador” de la Buena Noticia de Jesús?
z ¿En qué aspectos quisiera cambiar a partir de Navidad?
z
Lc 2, 20
Los pastores se volvieron dando gloria y alabanza a
Dios por lo que habían visto y oído; todo como les habían dicho.
z
z ¿Qué tipo de “navidades” suelen atraparme más: la
comercial, la familiar, la litúrgica...? ¿Qué puedo hacer para vivir la verdadera Navidad como contemplación y adoración?
z ¿Sé “adorar”? ¿Qué necesitaría para mejorar esta
dimensión de mi fe?
z ¿Qué “rebaños” (ocupaciones, obligaciones) voy a
tener que posponer para poder encontrarme con el
Misterio?
VER
Murió José así como sus hermanos y toda aquella generación. Los
israelitas eran muy fecundos y se multiplicaron mucho; aumentaba
progresivamente y llegaron a ser tan numerosos que llenaron toda
aquella región... Entonces pusieron sobre ellos capataces que los
oprimiesen con duros trabajos... los egipcios los sometieron a una
dura esclavitud y les hicieron la vida imposible, obligándolos a hacer trabajos extenuantes... El faraón dio esta orden a todo su pueblo: “Arrojad al río a todos los niños que nazcan; a las niñas, dejadlas vivir.”
Un hombre de la familia de Leví se casó con la hija de otro levita.
Ella concibió y dio a luz un hijo y al ver que era muy hermoso lo
tuvo escondido durante tres meses. No pudiendo ocultarlo más,
tomó una cesta de papiro, la calafateó con betún y pez, puso dentro
de ella al niño y la dejó entre los juncos de la orilla del río.
Entonces la hija del faraón bajó a bañarse al río y vio la cesta en
medio de los juncos. Cuando la abrió y vio al niño, que estaba llorando, se sintió conmovida. La hermana del pequeño fue a buscar a
la madre del niño, a quien la hija del faraón encargó: “Toma este
niño y críamelo; yo te lo pagaré.” La mujer tomó al niño y lo crió.
Cuando se hizo grandecito, se lo llevó a la hija del faraón, la cual
lo adoptó y le dio el nombre de Moisés.
Ex 1, 6-2, 10
Continuamos reflexionando acerca de la necesidad de sentirnos llamados y enviados por el Señor para ser hoy sus apóstoles, para anunciar
su Buena Noticia al mundo de hoy y para ir haciendo cada vez más presente su Reinado.
Tenemos que sabernos y sentirnos llamados y enviados, como Abraham, como José, y como los pastores (tal como vimos en el último reti-
La historia de José terminaba bien, pero no todo será color de rosa en
esa aventura que empezaba. Hoy vemos que, pasados algunos siglos, la
historia ha cambiado de rumbo y los descendientes de Jacob claman
desde el fondo de su esclavitud. Entonces será preciso que Dios vuelva a intervenir, esta vez por medio de Moisés, para sacar a su pueblo de
la esclavitud.
Moisés fue el gran amigo de Dios, el mediador entre Dios y su pueblo,
incesantemente “en la brecha” para interceder por sus hermanos. Fue el
legislador del monoteísmo y el creador del pueblo judío. En Egipto no
tenía en torno suyo más que un conglomerado mal organizado de algunos grupos semitas, sometidos a esclavitud y a trabajos forzados. Él fue
quien los sacó de la esclavitud y quien comenzó a hacer de ellos una nación, unificada por la Ley y por el convencimiento de la elección divina.
Llamados y enviados como Moisés
ro). Hoy continuamos nuestra contemplación de quienes han sido llamados y enviados por Él a lo largo de la historia. En un retiro anterior
veíamos que José fue llamado y enviado de un modo peculiar, a través
de situaciones aparentemente sin salida para él, pero desde su confianza y apertura a Dios supo llevar adelante su papel en la historia de salvación de su pueblo.
LLAMADOS Y ENVIADOS
COMO MOISÉS
El texto bíblico nos indica que Moisés creció en la corte del Faraón; la
educación que allí recibió le permitirá, más tarde, ser un jefe.
¿Cuál es la característica del primer periodo de la vida de Moisés? Moisés es objeto de una providencia especial de Dios que lo salva: he aquí
el significado de la historia de Moisés niño. Tendría que haber sido asesinado, pero en cambio se salva y recibe una educación refinada: la sabiduría política de un imperio muy bien organizado; la sabiduría económica de una grande estructura social y comercial; la sabiduría técnica que permitía construir pirámides, templos, edificios...
Pero Moisés, a la vez que se promocionaba personalmente, no renegaba de su ambiente ni de la gente de su pueblo. Un día se escapa del palacio del Faraón y va a las obras donde trabajan los esclavos sus hermanos de raza. Es testigo de las cargas y de los azotes. Se le revuelve la
sangre y mata a un egipcio que maltrata a un hebreo. Luego, previendo
que va a ser denunciado, huye al desierto donde intenta comenzar una
nueva vida, casándose y teniendo hijos...
El desierto será el segundo lugar de la formación de Moisés en que se
capacitará para ser un jefe, capaz de conducir a todo un pueblo a través del desierto.
En todo este proceso vital de Moisés podemos ver que Dios prepara
desde lejos lo que tiene intención de realizar un día.
1
z Moisés fue objeto de una providencia especial de Dios. ¿Puedo yo de-
cir algo semejante? ¿He gozado de una buena familia, he recibido una
buena educación? ¿Qué circunstancias, experiencias... he vivido que
me han servido de mucho luego como persona cristiana adulta?
z Si me detengo a pensar, ¿en dónde estaría si el Señor no me hubiera
tendido su mano? Por lo que puedo intuir, ¿en qué habría sido diferente mi vida?
z Moisés pasa un periodo de tiempo en el desierto: ¿he tenido yo alguna
época de “desierto”? ¿Qué experiencias aprendí durante ese periodo?
JUZGAR
Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Trashumando por el desierto llegó al Horeb, el monte de
Dios, y allí se le apareció un ángel del Señor, como una llama que
ardía en medio de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.
Entonces Moisés se dijo: «Voy a acercarme para contemplar esta
maravillosa visión, y ver por qué no se consume la zarza».
Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, le llamó desde la
zarza: «¡Moisés! ¡Moisés!»
Él respondió: «Aquí estoy».
Dios le dijo: «No te acerques; quítate las sandalias, porque el lugar que pisas es sagrado».
Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios
de Isaac y el Dios de Jacob».
Moisés se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios.
El Señor siguió diciendo: «He visto la aflicción de mi pueblo en
Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco
sus angustias. Voy a bajar para liberarlo del poder de los egipcios.
Lo sacaré de este país y lo llevaré a una tierra nueva y espaciosa,
a una tierra que mana leche y miel, a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos, pereceos, heveos y jebuseos. El clamor de los israelitas ha llegado hasta mí. He visto también la opresión a que los
egipcios los someten. Ve, pues; yo te envío al faraón para saques
de Egipto a mi pueblo, a los israelitas».
Moisés dijo al Señor: «¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de
Egipto a los Israelitas?»
Dios le respondió: «Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo
te he enviado: cuando hayas sacado al pueblo de Egipto, me daréis
culto en este monte».
Moisés replicó a Dios: «Bien, yo me presentaré a los israelitas y
les diré: El Dios de vuestros antepasados me envía a vosotros.
Pero si ellos me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé?»
Dios contestó a Moisés: «Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: “Yo soy” me envía a vosotros».
Y añadió: «Así dirás a los israelitas: el Señor, el Dios de vuestros
antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi nombre para siempre, así me
recordarán de generación en generación.
Llamados y enviados como Moisés
PARA LA REFLEXIÓN:
Ellos te escucharán. Entonces irás con los ancianos de Israel al rey
de Egipto y le diréis: “El Señor, el Dios de los hebreos, se nos ha
manifestado; permítenos hacer una peregrinación de tres días por
el desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios”».
Ex 3, 1-18
El texto de la zarza ardiente marca el momento del descubrimiento de
la iniciativa divina en la vida de Moisés. La zarza ardiente es una escena de vocación. Dios lo llama por su nombre. Le va a revelar su proyecto de liberación y le confía la misión de realizarlo. Moisés comienza a
comprender que hay un plan para su vida.
Moisés se encuentra en el desierto guardando un rebaño. No está delante de un tabernáculo sagrado, sino delante de una zarza, algo común y corriente. ¡Ningún lugar de la tierra está vacío! Dios está allí. El
desierto, lugar de chacales, de desolación, de aridez, es una tierra santa, lugar de la presencia de Dios, lugar donde Dios se revela.
Ante la zarza que arde sin consumirse, lo primero que hace Moisés es
maravillarse. Podría haber huido, pero en cambio se acercó para ver,
para intentar comprender; quiere entender, quiere ver de qué se trata.
Moisés se hace preguntas que necesitan una respuesta. Moisés quiere
saber y por eso hace un esfuerzo: abandona la comodidad de la llanu-
2
Moisés escucha su nombre; podemos imaginar la sensación de miedo
y al mismo tiempo de maravilla cuando oye que lo llaman en el desierto, en donde no hay absolutamente nadie. Moisés se da cuenta de que
hay alguien que sabe su nombre, alguien que se interesa por él.
Yahvé vio que Moisés se acercaba a mirar y lo llamó desde la zarza. Y
Moisés responde a la llamada. Moisés se siente atraído por Dios, y sin
embargo intentará repetidamente eludir su misión; pero Yahvé mantiene su llamada.
La experiencia de Dios en el monte divino será revolucionaria. Moisés
descubre a Dios en la zarza y Dios le sale al encuentro por medio de su
palabra. El encuentro con Dios es un acontecimiento salvador que convoca a un nuevo tipo de existencia. El Dios paterno, ligado a una historia de amor, va a rescatar a los suyos.
Moisés va entendiendo la iniciativa divina: no es él quien busca a Dios,
es Dios quien busca a Moisés y lo busca en donde se encuentra en ese
momento. Y el lugar en donde se encuentra Moisés, cualquiera que sea,
aunque miserable, abandonado, sin recursos... ese lugar es la tierra santa, allí está la presencia de Dios, allí se manifiesta la gloria de Dios.
En el diálogo resalta el contraste entre la resistencia humana y la insistencia del Señor que está decidido a actuar y promete su eficaz ayuda.
Dios siempre lleva a cabo sus planes por medio de intermediarios humanos, hombres y mujeres. Dios necesita de los hombres.
Si contemplamos toda la Historia de la Salvación, vemos como la mirada de Dios la atraviesa completamente. “He visto la opresión de mi
pueblo, he oído sus quejas, me he fijado en sus sufrimientos...” (Ex 3, 118) En el relato aparece la mirada de Yahvé sobre su pueblo. No es una
mirada superficial sino que brota desde dentro. He visto... he oído...
me he fijado... conozco... es lo que hace que Dios intervenga a favor de
su pueblo. Aparece una acción amorosa de Dios en la Historia de la
Salvación: la misericordia, la compasión. Se le conmueven las entrañas.
Desde ese momento ya no es sólo el sufrimiento del pueblo sino también el sufrimiento de Dios. Dios hace suyo el sufrimiento del pueblo de
Israel esclavo en Egipto. Dios no aparece como un Dios distante, alejado,
indiferente, extraño. Dios toma partido, decide intervenir a favor del
pueblo oprimido, esclavo, contra el poder explotador del Faraón.
La acción amorosa de Dios se describe como un movimiento liberador:
desde su mirada ve, conoce, siente, y se decide a intervenir, enviando a
Moisés a liberar el pueblo de Israel. La misericordia y la compasión de
Dios que brotan desde el fondo de su corazón se concretan en un movimiento liberador: Dios hace una opción por los pobres, los oprimidos, los explotados, es decir por los empobrecidos de la tierra. Así lo
podemos ver a lo largo del AT.
Nuestro Dios es un Dios que escucha y que mira. Los pobres son sus
preferidos. Es un Dios que se compadece de todo sufrimiento. Sufre
con los que padecen. Dios se manifiesta como liberador de gente de
poca categoría, oprimida, explotada, sin derechos. No es el Dios que
está en su cielo, impasible, lejano. El grito de quien sufre llega hasta Él.
Pero cuando Dios decide intervenir en la historia de los hombres, manda a alguno. En un primer momento da a entender: “Me preocupo yo.
Es cosa mía”. Pero luego concluye como diciendo: “Adelante, te toca”.
Dios trata de que Moisés comparta su proyecto. Nuestro Dios es un
Dios activo, que toma partido, que se compromete y pide que nos
comprometamos con Él.
Moisés se sabe incapaz, pero el Señor le exige que se abandone en sus
manos, prometiéndole que allí, en aquel monte, se formará una comunidad de fe. Pero Moisés pide conocer el nombre del Dios que lo envía. Conocer el nombre es la clave, porque el nombre lo es todo en el
mundo semita antiguo; indica “el ser” profundo, sólo existe lo que tiene nombre, y éste indica la naturaleza o realidad de quien lo lleva.
Llamados y enviados como Moisés
ra y comienza la subida fatigosa de la montaña; también deja las ovejas,
con tal de llegar hasta allá y saber.
El nombre de Dios significa: Yo soy el que estaré, Yo soy, yo existo. Dios
es el ser que posee su existencia en sí mismo, el único que existe verdaderamente. Así Dios no es una realidad imprecisa, impersonal...
como suelen imaginarse muchos hombres. Dios no es una cosa vaga.
Tiene un nombre, es alguien vivo. El Señor es alguien real, que estará
cerca con poder y misericordia. Este nombre recuerda que es un Dios
salvador.
Las intervenciones de Dios en la historia de los hombres forman la Historia de la Salvación. Revelan poco a poco el santo Nombre de Dios. La
revelación será plena y definitiva cuando aparezca Jesús de Nazaret en
la tierra. Jesús, como el Dios del Sinaí, viene a librar y a salvar del pecado y de la muerte.
El evangelista Juan pone repetidas veces en boca de Jesús la expresión
“yo soy” como una alusión a la afirmación solemne de Dios sobre sí
mismo. Jesús nos dice su nombre como Dios había dicho su Nombre a
Moisés. Jesús es Dios, que ha venido y está presente, que ha bajado y
actúa para salvar. A Dios nadie lo ha visto nunca. Su nombre verdadero, aprensible, visible, el sólo nombre definitivo es Jesús de Nazaret.
3
z Moisés se encuentra con Dios en el desierto: ¿en qué “desiertos” de
mi vida debo descubrir también la presencia de Dios?
z Moisés, la zarza ardiente, siente curiosidad, intenta comprender, bus-
ca respuestas: ¿Cuál es mi actitud ante el Misterio de Dios? ¿En qué
temas necesito buscar respuestas? ¿Cómo las busco?
z ¿Qué “terrenos sagrados” piso habitualmente? ¿Voy con cuidado?
z Dios llama a Moisés por su nombre: ¿En alguna ocasión me he senti-
do llamado personalmente por Dios?
z He visto... he oído... conozco: ¿Tengo experiencia de la cercanía de
Dios en situaciones de sufrimiento? ¿Puedo decir que “ve, escucha y
conoce” a las personas en dicha situación?
z Dios revela a Moisés su nombre: ¿Qué nombre doy yo a Dios? ¿Qué
significa para mí que Dios sea “el que existe”?
ACTUAR
Moisés respondió: «No me creerán, ni me escucharán; dirán que
no se me ha aparecido el Señor».
El Señor le dijo: «¿Qué tienes en tu mano?» Él respondió: «Un cayado». El Señor le dijo: «Tíralo al suelo». Él lo tiró y se convirtió
en una serpiente. Al verlo, Moisés se echó hacia atrás. Pero el señor le dijo: «Échale mano y agárrala por la cola». Al echarle mano
y agarrarla por la cola la serpiente se convirtió de nuevo en cayado.
«Así creerán que me he aparecido a ti, yo, el Señor, el Dios de tus
antepasados, el Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob».
Moisés dijo al Señor: «Pero, Señor, yo no soy un hombre de palabra fácil. No lo era antes, ni tampoco lo soy desde que tú me hablas; soy tardo en el hablar y torpe de lengua».
El Señor le replicó: «¿Quién ha dado al hombre la boca?, ¿quién
hace al sordo y al mudo, al que ve y al ciego? ¿No soy yo, el Señor? Así que, vete; yo estaré en tu boca y te enseñaré lo que has de
decir».
Moisés replicó: «Ay, Señor, envía a cualquier otro».
El Señor se irritó contra Moisés y le dijo: «Ahí tienes a tu hermano
Aarón, el levita; yo sé que él tiene facilidad de palabra. Saldrá a tu
encuentro y al verte se alegrará. Tú le dirás lo que debe decir; yo
estaré en tu boca y en la suya, y os mostraré lo que tenéis que hacer. Él hablará por ti al pueblo, él será tu portavoz. Lleva este cayado en la mano, porque con él realizarás los prodigios».
Ex 4, 1-17
Llamada, revelación y misión están inseparablemente unidas. Dios nos
llama y nos revela su misterio para que nosotros lo comuniquemos a
los demás. El nombre de Dios está unido a la liberación de su pueblo.
En la vocación y misión de Moisés el autor bíblico ha dejado trazado el
esquema permanente de toda “vocación”. Parte de un acto absolutamente libre por parte de Dios, porque Dios tiene siempre la iniciativa y
llama a quien quiere y cuando quiere.
Por su parte, Moisés aparece como quien se niega a hacerse cargo de
una difícil misión. Para no hacerse cargo de la misión Moisés pone toda
clase de dificultades. La llamada de Dios exige mucho y produce en el
hombre una reacción de miedo. Esto fue lo que sucedió con Moisés; él
busca huir de la misión que acaba de recibir y presenta varias excusas:
Llamados y enviados como Moisés
PARA LA REFLEXIÓN:
En primer lugar se siente incapaz: ¿Quién soy yo para ir al faraón y sacar de Egipto a los Israelitas? Piensa que no sirve para la misión que le
encomienda Dios.
En segundo lugar alega falta de conocimientos y dice: si ellos me preguntan cuál es su nombre, ¿qué les responderé?
Después pone como pretexto la falta de fe de parte del pueblo: No me
creerán, ni me escucharán; dirán que no se me ha aparecido el Señor.
A continuación vuelve a insistir diciendo que no sabe hablar: yo no soy
un hombre de palabra fácil... soy tardo en el hablar y torpe de lengua.
Todos estos pretextos, en el fondo, escondían el miedo de Moisés y su
poca voluntad de comprometerse en serio. Pero cada vez, Dios le contesta rebatiendo sus excusas. Y la respuesta de Dios deja bien claro que
no había motivo para tener miedo: yo estaré en tu boca y te enseñaré
lo que has de decir.
Al final, Moisés habla claro y dice: Ay, Señor, envía a cualquier otro. O
sea: manda a quien quieras, ¡pero no a mí!
Pero el autor refleja que Dios se irrita con Moisés y también habla cla-
4
Este diálogo representa el camino, a veces largo y difícil, por el que la
persona humana va descubriendo, poco a poco, a través de la realidad,
cuál es la voluntad de Dios para con ella. Y cómo se produce la respuesta a la llamada y envío de Dios.
En ese proceso de discernimiento-diálogo, el autor nos muestra que,
hasta ahora, Dios era para Moisés uno por el cual había que hacer mucho. Ahora Moisés empieza a entender; Dios es distinto: hasta ahora lo
había conocido como una especie de patrón exigente, más que el faraón; ahora comienza a entender que es un Dios de misericordia y de
amor, que se ocupa de él y del pueblo.
Y una vez Moisés hace ese descubrimiento, Dios lo envía, le da su confianza: Ve, pues; yo te envío al faraón para saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas. Moisés se siente enviado no para una obra suya,
sino para la obra de Dios.
La fuerza de aquél que ha recibido la misión no le viene de sí mismo,
es una fuerza de Dios: Yo estaré contigo. Unas palabras que Dios repetirá a sus amigos al enviarlos a una misión.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿He descubierto cuál es mi vocación, qué espera Dios de mí?
z Como Moisés, ¿pongo impedimentos, excusas... para no responder a
la llamada de Dios? ¿Cuáles? ¿Qué me responde Dios a las dificultades
que planteo?
z ¿Dónde y con quién hago presente o podría hacer presente a Dios,
siendo instrumento suyo?
z ¿Qué eco tienen en mi interior las palabras de Dios: Yo estaré conti-
go?
Llamados y enviados como Moisés
ro: Tú le dirás lo que debe decir; yo estaré en tu boca y en la suya, y os
mostraré lo que tenéis que hacer. Moisés tiene que ir, no hay excusa
que valga. Lo decisivo no es la capacidad del enviado sino la palabra
que Dios le entrega, aunque sea Aarón quien la pronuncie.
Dios quiere tener necesidad de los hombres. Él está presente en el
mundo, más aún si nosotros no estamos ausentes. Él se hace especialmente cercano al hombre cuando nosotros nos hacemos “próximos”.
Moisés se acercó a la zarza ardiente movido por la curiosidad, y se encontró llamado por su nombre por Dios, y conoció el nombre de Dios.
Pero toda experiencia auténtica de Dios no puede quedar simplemente en un gozo extático: de ese encuentro con Dios Moisés sale sabiéndose enviado por Dios, siendo colaborador, instrumento suyo en la liberación del pueblo.
Cuando Dios se nos muestra no lo hace para satisfacer nuestra curiosidad o para facilitarnos informaciones gratuitas, sino para informarnos
de lo que pretende de nosotros. Moisés va a ver y se encuentra con
algo que hacer. Su vocación se traduce en una misión. La llamada hace
de él un enviado.
Oración, contemplación, significan fundamentalmente estar a la escucha pero poniéndose a disposición. Si llegamos a decir, como Moisés,
“Aquí estoy”, Dios se aprovecha inmediatamente. Y nos confía un encargo que hay que llevar a cabo.
Y como Moisés, ninguno estamos a la altura para salir con éxito de las
obras de Dios. Ante la magnitud de la tarea, nos sentimos siempre muy
pequeños. Es un buen signo.
5
Dios llama a Moisés por su nombre: ¿En alguna ocasión me he sentido llamado personalmente por Dios?
z Dios revela a Moisés su nombre: ¿Qué
nombre doy yo a Dios? ¿Qué significa para
mí que Dios sea “el que existe”?
Entonces Moisés se dijo: «Voy a acercarme para contemplar esta maravillosa visión, y ver por qué no se
consume la zarza».
z
z He visto... he oído... conozco: ¿Tengo experiencia
de la cercanía de Dios en situaciones de sufrimiento? ¿Puedo decir que “ve, escucha y conoce” a las
personas en dicha situación?
JUZGAR
z
Moisés, la zarza ardiente, siente curiosidad, intenta
comprender, busca respuestas: ¿Cuál es mi actitud
ante el Misterio de Dios? ¿En qué temas necesito
buscar respuestas? ¿Cómo las busco?
z Moisés se encuentra con Dios en el desierto: ¿en
qué “desiertos” de mi vida debo descubrir también
la presencia de Dios?
Ex 3, 1-18
Ellos te escucharán. Entonces irás con los ancianos de
Israel al rey de Egipto y le diréis: “El Señor, el Dios de
los hebreos, se nos ha manifestado; permítenos hacer
una peregrinación de tres días por el desierto para ofrecer sacrificios al Señor, nuestro Dios”».
Y añadió: «Así dirás a los israelitas: el Señor, el Dios
de vuestros antepasados, el Dios de Abrahán, el Dios de
Isaac, el Dios de Jacob, me envía a vosotros. Éste es mi
nombre para siempre, así me recordarán de generación
en generación.
Dios contestó a Moisés: «Yo soy el que soy. Explícaselo
así a los israelitas: “Yo soy” me envía a vosotros».
Moisés replicó a Dios: «Bien, yo me presentaré a los israelitas y les diré: El Dios de vuestros antepasados me
envía a vosotros. Pero si ellos me preguntan cuál es su
nombre, ¿qué les responderé?»
Moisés pastoreaba el rebaño de Jetró, su suegro, sacerdote de Madián. Trashumando por el desierto llegó al Horeb, el monte de Dios, y allí se le apareció un
ángel del Señor, como una llama que ardía en medio
de una zarza. Al fijarse, vio que la zarza estaba ardiendo pero no se consumía.
z
Moisés pasa un periodo de tiempo en el desierto:
¿he tenido yo alguna época de “desierto”? ¿Qué experiencias aprendí durante ese periodo?
z
Si me detengo a pensar, ¿en dónde estaría si el Señor no me hubiera tendido su mano? Por lo que
puedo intuir, ¿en qué habría sido diferente mi vida?
z Moisés fue objeto de una providencia especial de
Dios. ¿Puedo yo decir algo semejante? ¿He gozado
de una buena familia, he recibido una buena educación? ¿Qué circunstancias, experiencias... he vivido
que me han servido de mucho luego como persona
cristiana adulta?
Ex 1, 6-2, 10
Entonces la hija del faraón bajó a bañarse al río y vio la
cesta en medio de los juncos. Cuando la abrió y vio al
niño, que estaba llorando, se sintió conmovida. La hermana del pequeño fue a buscar a la madre del niño, a
quien la hija del faraón encargó: “Toma este niño y críamelo; yo te lo pagaré”. La mujer tomó al niño y lo crió.
Cuando se hizo grandecito, se lo llevó a la hija del faraón, la cual lo adoptó y le dio el nombre de Moisés.
Moisés dijo al Señor: «¿Quién soy yo para ir al faraón
y sacar de Egipto a los Israelitas?»
Un hombre de la familia de Leví se casó con la hija de
otro levita. Ella concibió y dio a luz un hijo y al ver que
era muy hermoso lo tuvo escondido durante tres meses.
No pudiendo ocultarlo más, tomó una cesta de papiro,
la calafateó con betún y pez, puso dentro de ella al niño
y la dejó entre los juncos de la orilla del río.
Dios le respondió: «Yo estaré contigo y ésta será la señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado al
pueblo de Egipto, me daréis culto en este monte».
El Señor siguió diciendo: «He visto la aflicción de mi pueblo en Egipto, he oído el clamor que le arrancan sus opresores y conozco sus angustias. Voy a bajar para liberarlo
del poder de los egipcios. Lo sacaré de este país y lo llevaré a una tierra nueva y espaciosa, a una tierra que mana
leche y miel, a la tierra de los cananeos, hititas, amorreos,
pereceos, heveos y jebuseos. El clamor de los israelitas ha
llegado hasta mí. He visto también la opresión a que los
egipcios los someten. Ve, pues; yo te envío al faraón para
saques de Egipto a mi pueblo, a los israelitas».
Moisés se cubrió el rostro, porque temía mirar a Dios.
Y añadió: «Yo soy el Dios de tu padre, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob».
Dios le dijo: «No te acerques; quítate las sandalias,
porque el lugar que pisas es sagrado».
Él respondió: «Aquí estoy».
Cuando el Señor vio que se acercaba para mirar, le
llamó desde la zarza: «¡Moisés! ¡Moisés!»
Murió José así como sus hermanos y toda aquella generación. Los israelitas eran muy fecundos y se multiplicaron mucho; aumentaba progresivamente y llegaron a ser tan numerosos que llenaron toda aquella región... Entonces pusieron sobre ellos capataces que los
oprimiesen con duros trabajos... los egipcios los sometieron a una dura esclavitud y les hicieron la vida imposible, obligándolos a hacer trabajos extenuantes... El
faraón dio esta orden a todo su pueblo: “Arrojad al río
a todos los niños que nazcan; a las niñas, dejadlas vivir”.
VER
Llamados y Enviados
como Moisés
z
¿Qué eco tienen en mi interior las palabras de
Dios: Yo estaré contigo?
z
¿Dónde y con quién hago presente o podría hacer
presente a Dios, siendo instrumento suyo?
z Como Moisés, ¿pongo impedimentos, excusas...
para no responder a la llamada de Dios? ¿Cuáles?
¿Qué me responde Dios a las dificultades que planteo?
z ¿He descubierto cuál es mi vocación, qué espera
Dios de mí?
Ex 4, 1-17
El Señor se irritó contra Moisés y le dijo: «Ahí tienes
a tu hermano Aarón, el levita; yo sé que él tiene facilidad de palabra. Saldrá a tu encuentro y al verte se alegrará. Tú le dirás lo que debe decir; yo estaré en tu
boca y en la suya, y os mostraré lo que tenéis que hacer.
Él hablará por ti al pueblo, él será tu portavoz. Lleva
este cayado en la mano, porque con él realizarás los
prodigios».
Moisés replicó: «Ay, Señor, envía a cualquier otro».
El Señor le replicó: «¿Quién ha dado al hombre la
boca?, ¿quién hace al sordo y al mudo, al que ve y al
ciego? ¿No soy yo, el Señor? Así que, vete; yo estaré en
tu boca y te enseñaré lo que has de decir».
Moisés dijo al Señor: «Pero, Señor, yo no soy un hombre de palabra fácil. No lo era antes, ni tampoco lo soy
desde que tú me hablas; soy tardo en el hablar y torpe
de lengua».
El Señor le dijo: «¿Qué tienes en tu mano?» Él respondió: «Un cayado». El Señor le dijo: «Tíralo al suelo». Él lo tiró y se convirtió en una serpiente. Al verlo,
Moisés se echó hacia atrás. Pero el señor le dijo:
«Échale mano y agárrala por la cola». Al echarle
mano y agarrarla por la cola la serpiente se convirtió
de nuevo en cayado. «Así creerán que me he aparecido
a ti, yo, el Señor, el Dios de tus antepasados, el Dios de
Abrahán, de Isaac y de Jacob».
Moisés respondió: «No me creerán, ni me escucharán;
dirán que no se me ha aparecido el Señor».
ACTUAR
Una elección que se produjo del siguiente modo:
En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: Voy a enviarte a Jesé, de
Belén, porque he visto entre sus hijos un rey para mí.
Purificó a Jesé y a sus hijos y los convidó al sacrificio. Cuando llegaron, vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está ante el Señor su ungido».
Extraído de la revista Orar nº 123
VER
Continuamos reflexionando acerca de la necesidad de sentirnos llamados y enviados por el Señor para ser hoy sus apóstoles, para anunciar
su Buena Noticia al mundo de hoy y para ir haciendo cada vez más presente su Reinado, para ir santificándonos en el día a día.
Tenemos que sabernos y sentirnos llamados y enviados, como Abraham, como José, como los pastores, como Moisés (tal como vimos en
el último retiro). Hoy continuamos nuestra contemplación de quienes
han sido llamados, para estar con Él (discípulos) y enviados por Él
(apóstoles) a lo largo de la historia, fijándonos en el rey David, en su camino de ser cada día mejor (santo).
David probablemente significa “amado”, y por encima de las numerosas vicisitudes históricas de su vida, su vida espiritual y su oración nos
muestran una plena conciencia de ese amor de Dios.
Aunque era el más pequeño de los hijos de Jesé, de Belén, David reinará sobre Judá e Israel durante cuarenta años. A pesar de sus profundas
debilidades humanas, el colmo de las cuales fue el cínico asesinato de
Urías, David pervive en el recuerdo de Israel como un hombre al gusto
de Dios y que encuentra fuerzas y valor en el Señor.
En sus relaciones con Dios nunca usó dobleces, y caminó en su presencia en verdad y rectitud de corazón. Ante sus propios errores, respeta el veredicto del Señor, y para no oponerse a la voluntad divina llega incluso a aceptar la humillación de ser destronado.
En una palabra, David se mostró obediente a los planes de Dios y, a pesar de sus ardides de conquistador y de político, siempre se puso en
las manos de Dios, reconociendo que sólo de Él dependió su elección.
Pero el Señor dilo a Samuel: No mires su apariencia ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la
mirada del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el
Señor mira el corazón.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: A
ninguno de éstos ha elegido el Señor.
Preguntó entonces Samuel a Jesé: ¿No quedan ya más muchachos?
El respondió: Todavía falta el más pequeño, que está guardando el
rebaño.
Llamados y enviados como David
LLAMADOS Y ENVIADOS
COMO DAVID
Dijo entonces Samuel a Jesé: Manda que lo traigan, porque no comeremos hasta que haya venido.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos ojos y hermosa
presencia.
Dijo el Señor: Levántate y úngelo, porque éste es.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio de sus hermanos.
En aquel momento invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo
con él en adelante.
Samuel debe encontrar un sucesor para el rey Saúl, que había sido rechazado por Dios. Humanamente se esperaría una elección racional y
segura: un hombre maduro, fuerte y experimentado.
Pero Dios envía a su profeta a casa de Jesé, un sencillo campesino de
Belén, una pequeña población. Allí hace que desfilen ante el profeta
los siete hijos mayores, los más altos y más fuertes, los que parecerían
designados por adelantado. Pero no son éstos los que Dios ha elegido,
porque “la mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el
hombre mira las apariencias”.
Dios ha elegido al más pequeño, al que sólo es capaz de guardar el re-
1
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Sé mirar el corazón de las personas, o me dejo llevar por las aparien-
cias?
z ¿Tengo ideas preconcebidas acerca de qué tipo de personas son las
más capacitadas para asumir alguna responsabilidad evangelizadora?
z ¿Me siento elegido por Dios a pesar de mi pequeñez e insignificancia,
o no me siento llamado porque me veo “incapaz” para asumir yo alguna responsabilidad en la misión evangelizadora? ¿Por qué?
JUZGAR
En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra del Señor: Ve y
dile a mi siervo David: Así dice el Señor: «¿Eres tú quien me va a
construir una casa para que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel.
Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos,
te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Te pondré en paz
con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía.
Cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses con tus padres, estableceré después de ti a un descendiente tuyo, un hijo de
tus entrañas, y consolidaré su reino. Tu casa y tu reino durarán por
siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre».
Después que Natán habló a David, el rey David fue a presentarse
ante el Señor y dijo: ¿Quién soy yo, mi Señor, y qué es mi familia,
para que me hayas hecho llegar hasta aquí? ¡Y por si fuera poco
para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para
el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! Has establecido a tu
pueblo Israel como pueblo tuyo para siempre, y tú, Señor, eres su
Dios. Ahora, pues, Señor Dios, mantén siempre la promesa que has
hecho a tu siervo y su familia, cumple tu palabra. Que tu Nombre
sea siempre famoso.
En la larga historia de David se pueden distinguir dos momentos. El
que va desde su ascensión al trono hasta la conquista de Jerusalén, caracterizado por un gran valor pero también por la falta de escrúpulos,
el cálculo y la ambición política; y el que corresponde a su evolución
personal: partiendo precisamente de sus debilidades, se hace penitente y disponible ante el plan de Dios que supera todos los planes de los
hombres.
David fue un hombre de Dios según el modelo de su época, pero también de una forma personal y original. Deseando sinceramente conocer
la voluntad de Dios, recurre a los consejos de hombres de oración,
como Gad y Natán. Le preocupa que el Arca no tenga una morada digna. Al proyecto de David de construir una casa para el Señor, Natán le
opone el anuncio imprevisto de que el mismo Dios se compromete a
asegurarle a David que su descendencia (su “casa”) durará por siempre,
y David acepta esta gran promesa en actitud de humildad y de oración.
En su intención de levantar un santuario, David deja traslucir una convicción: lo que le impulsa, más que ninguna otra cosa, es la necesidad
de expresar su gratitud al Dios protector que lo ha puesto en el trono
y de asegurarse su protección para sí mismo y para sus sucesores, una
ideología religioso de tipo mítico-mágico que lo lleva a realizar un acto
sacro para asegurarse una participación estable en el poder del Dios
protector.
Llamados y enviados como David
baño, porque “el Señor mira el corazón”. David es ungido en medio de
sus hermanos y “el espíritu del Señor estuvo con él en adelante”.
Pero el Señor no quiere una casa. La renuncia que Dios pide a David
por medio de Natán busca precisamente hacerle abandonar un proyecto mítico-religioso para apoyarse única y exclusivamente en la decisión
de Dios, un Dios que quiere ser conocido como absolutamente distinto de los dioses protectores. Por eso no quiere que le construyan una
casa ni que lo encierren en un templo de cedro.
Y precisamente ante esta negativa, la espiritualidad personal del rey da
un salto cualitativo que, a pesar de sus muchos pecados, lo convierten
en amigo de Dios. Renuncia a comportarse como el poderoso fundador de una dinastía para aceptar haber sido elegido para esa misión
por Dios.
El mensaje que Dios le transmite por medio de Natán le recuerda que
toda su gloria depende de la libre decisión de Dios, que lo ha elegido
y amado sin que él tuviera el menor mérito para ello: “Yo te saqué de
los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo
Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas”.
El futuro de David y de su descendencia se apoyan únicamente en la
promesa de Dios: “Te haré grande y te daré una dinastía” (te construiré
2
David un día, a eso del atardecer, se levantó de la cama y se puso a
pasear por la azotea del palacio, y desde la azotea vio a una mujer
bañándose, una mujer muy bella.
Tras las palabras de la promesa, la reacción de David es sumamente aleccionadora. Ante esta gran promesa, que supera cualquier pretensión humana y hasta sus propias ambiciones personales, ¿qué hace David?
David mandó a preguntar por la mujer, y le dijeron: Es Betsabé,
hija de Alián, esposa de Urías, el hitita.
Tomando la actitud esencial de la oración, va a presentarse ante Dios.
Esta es la primera enseñanza que tenemos que sacar, porque ¿qué es
orar sino ir al Señor con la misma confianza con que vamos a la casa de
un amigo y nos sentamos a su lado para abrirle el corazón y contarle
las propias alegrías y temores?
David mandó a unos para que se la trajesen. Después Betsabé volvió a su casa; quedó encinta y mandó este aviso a David: Estoy encinta.
Entonces David mandó esta orden a Joab: Mándame a Urías, el hitita. Joab se lo mandó.
David comprendió que él no es nada, pero si el Señor quiere hacerle
fuerte, Él sabrá cómo hacerlo. En la oración de David, ante todo, hay
humildad. Dios ha hecho ya mucho por la vida de David, y éste no puede entender que Dios quiera garantizarle también el futuro.
Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el ejército y la
guerra. Luego le dijo: Anda a casa a lavarte los pies. Pero Urías
durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue
a su casa. Avisaron a David que Urías no había ido a su casa.
La astucia y los cálculos puramente humanos que habían guiado su ascenso al trono dejan paso a una plena acogida de lo que es puro don
de Dios y a un total abandono en sus manos. El mero hecho de estar
ante el Señor y de poder abrirle su corazón hace que en David se produzca un cambio: de caudillo de ejércitos victoriosos pasa a ser un
hombre de Dios que se deja acaudillar.
Al día siguiente David lo convidó a un banquete y lo emborrachó.
Al atardecer, Urías salió para acostarse con los guardias de su señor
y no fue a su casa.
David comprenderá que los designios de Dios pasan misteriosamente
por las marañas de las vicisitudes humanas y consiguen su objetivo. La
astucia de David no desaparecerá por completo, pero la actitud de su
corazón es ya distinta.
PARA LA REFLEXIÓN:
A la mañana siguiente David escribió una carta a Joab y se la mandó por medio de Urías.
El texto de la carta era: «Pon a Urías en primera línea, donde sea
más recia la lucha; y retiraos dejándolo solo, para que lo hieran y
muera».
Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y
hubo bajas en el ejército entre los oficiales de David; murió también Urías, el hitita.
z David pretende “asegurarse” la protección de Dios construyéndole una
En aquellos días, el Señor envió a Natán donde David. Entró Natán
ante el rey y le dijo: Había dos hombres en un pueblo: uno rico y
otro pobre.
z ¿En algún momento la acción de Dios en mi vida ha superado mis pla-
El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la iba criando, y ella crecía
con él y sus hijos, comiendo de su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo: era como una hija.
casa. ¿Hago yo tratos con Dios, pretendo asegurarme su protección a
cambio de actos de piedad, limosnas, etc.?
nes, mis expectativas? Hago memoria de esos momentos y doy gracias
al Señor por ellos.
z David se presenta ante el Señor con humildad y confianza. ¿En mi ora-
Llegó una visita a casa del rico; y, no queriendo perder una oveja o
un buey para invitar a su huésped, cogió la cordera del pobre y convidó a su huésped.
z ¿Sé reconocer que todo en mi vida es don de Dios? ¿Me atrevo a
David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a Natán: ¡Vive
Dios, que el que ha hecho eso es reo de muerte! No quiso respetar
ción también me dirijo al Señor con humildad y confianza, y le digo
“quién soy yo… para que me hayas hecho llegar hasta aquí?
abandonarme en sus manos?
Llamados y enviados como David
una casa). Si su casa no conocerá el declive, eso se deberá únicamente
a que el Señor así lo ha decidido. Y ni siquiera los pecados de sus descendientes anularán esa bendición.
3
Entonces Natán dijo a David: ¡Eres tú! Pues bien, la espada no se
apartará nunca de tu casa; por haberme despreciado, quedándote
con la mujer de Urías, el hitita.
David respondió a Natán: He pecado contra el Señor.
Y Natán le dijo: Pues el Señor perdona tu pecado. No morirás.
Hemos visto antes la fe de David y la calidad de su oración. Pero eso no
impide que sea un “pobre hombre”, y un gran pecador. David ve a una
mujer que se está bañando, la desea y la seduce, pero es la mujer de
otro, es un adulterio.
David, hipócritamente, pretende descargarse de su responsabilidad endosando el embarazo al marido legítimo, pero no lo logra. Urías tiene
unos principios y los respeta: existía entonces la norma de la abstención de relaciones sexuales durante una guerra. David emborracha a
Urías para hacerle perder la cabeza, pero Urías, incluso estando borracho, recuerda la norma.
David trama un homicidio premeditado, y de este modo comete otra
infidelidad hacia ese Dios que tanto le ha favorecido y que tan grandes
promesas le ha hecho. Pero aun entonces Dios mantiene su fidelidad,
y de nuevo envía al profeta Natán, que cuenta una parábola para que el
rey tome conciencia por sí mismo de su pecado: ¡Eres tú!
El episodio del arrepentimiento después del asesinato de Urías debe
leerse a la misma luz de la conversión del corazón que encontrábamos
en el pasaje anterior. Más aún, desde el punto de vista personal, puede
ser que ese encuentro con su propia miseria haya sido precisamente lo
que llevó a David a convencerse de que la astucia que de manera tan
innoble utilizó con Urías tenía que cesar para dar paso a la búsqueda
de la compasión y de la misericordia de Dios
le pasa por la cabeza que él se ha manchado con un crimen todavía mayor, pero la palabra de Dios es implacable: ¡Ese hombre eres tú!
Lo que está en juego es la confesión de David, su oración de arrepentimiento, y para lograrlo David ha de asentarse en la verdad. Ante todo,
en la verdad de su pecado, y luego en la verdad del perdón. Sólo así
podremos caminar en la presencia de Dios, a pesar del pecado. Porque
orar es también, y ante todo, asentarnos en la vedad delante de Dios;
sólo así puede llegarnos la curación que, cuando viene de Dios, se llama perdón.
El reproche del profeta es duro y detallado; sin embargo, esa denuncia
tan dura sólo tiene un objetivo: que David pronuncie las palabras de
arrepentimiento, y eso es lo que sucede: ¡He pecado contra el Señor!
David descubre que, al suprimir a Urías, no sólo cometió un “error” o
una “imprudencia”, de lo que, por ser rey, no habría tenido que pasar
ni siquiera por la vergüenza; ofendió al mismo amor de Dios que lo había colmado de todos los bienes, y así lo reconoce.
El objeto de cualquier confesión del propio pecado es precisamente
ese reconocimiento de la justicia de Dios. Tan sólo cuando aceptamos
el juicio de Dios sobre nuestra realidad nos abrimos a su misericordia,
que entonces nos llega sin falta.
Llamados y enviados como David
lo del otro, pues pagará cuatro veces el valor de la cordera.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Pretendo, como David, enmascarar u ocultar mi propio pecado para
no tener que reconocerlo?
z ¿Veo mi pecado personal ante todo como una infidelidad al amor de Dios?
¿Qué me afecta más, haberle ofendido o el miedo al posible castigo?
z Natán dice a David: ¡Eres tú! ¿Soy capaz de reconocer y aceptar mi
propia verdad, que incluye también el pecado? ¿Me sirve de “puerta”
para abrirme a la misericordia de Dios?
Es importante señalar que el momento en que David se convierte finalmente y de verdad en alguien responsable de sus actos coincide una
vez más con un diálogo en clave de oración. A partir de esos momentos de verdad es cuando pasa a la historia como el rey que ha sabido
caminar por las sendas del Señor.
ACTUAR
La parábola que le cuenta Natán, y que provoca su indignación contra
una injusticia perpetrada aparentemente en su reino, le hace descubrir
toda su miseria y mezquindad. A David, como a todo le mundo, le resulta muy fácil reconocer la injusticia que cometen los otros. A David no se
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
4
En la sentencia tendrás razón, en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre.
Te gusta un corazón sincero, y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo, quedaré limpio; lávame, quedaré más blanco
que la nieve.
Hazme oír el gozo y la alegría, que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista, borra en mí toda culpa.
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
No me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu.
Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos, los pecadores volverán a ti.
Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza.
Los sacrificios no te satisfacen,
si te ofreciera un holocausto no lo querrías:
mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado tú no lo desprecias.
Salmo 50
La verdadera santidad de David es haber sabido reconocer su falta, que
expresa en el Salmo 50. A diferencia de la oración por la promesa, tan
sumamente rica en exclamaciones sobre la grandeza de las obras del
Señor, el salmo 50 encierra todo un arrepentimiento y deseo de conversión, explicitando los sentimientos que en aquella ocasión pudieron
brotar del corazón de David.
El salmo resume toda la culpa de David en un pecado contra el Señor:
“Contra ti, contra ti sólo pequé, cometí la maldad que aborreces”. Todo
pecado es ante todo un acto contra el Señor; por eso David, puesto
ante la responsabilidad de su crimen, confiesa su culpa como una
ofensa a Dios. Todo pecado es ante todo un pecado contra Dios, y re-
conocerlo así es glorificar al Señor.
El verdadero sentido del pecado no es solamente un sentimiento de
culpabilidad moral, no es sólo haber transgredido una ley. El pecado no
se entiende en profundidad más que en le marco de las relaciones personales entre el pecador y Dios.
Por esa relación personal que mantiene con Dios, David, tras la confesión de su pecado, descubre que, ante el Señor, sólo hay salvación y liberación. El penitente del salmo 50 pide que le devuelvan la alegría de
la salvación para poder anunciar a otros extraviados los caminos del Señor y para que otros pecadores vuelvan a él.
Situado ante la verdad de la palabra de Dios, David se ve por fin liberado. Es altamente significativo el contraste entre lo que David quería hacer con el presunto culpable de la parábola que le cuenta Natán (“Es
reo de muerte”) y lo que Dios hace con él: “El Señor ha perdonado ya
tu pecado.” El Señor no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta a él y que entre así, por la verdad, en la verdadera vida.
Esto es ya como un avance del sacramento de la Reconciliación, en
donde el penitente reconoce su pecado y el confesor le transmite el
perdón divino. Sólo Dios cambia el corazón del pecador, pero ha sido
necesaria la mediación de un diálogo, de una conversación con Natán,
enviado por Dios, para que David “se vea a sí mismo” y su verdad
Llamados y enviados como David
Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces.
Del rey David la Biblia nos lega con gran fidelidad sus luces y sus sombras: David, cabecilla audaz de una banda, político sagaz, por una pasión
llegó hasta el crimen; pero era capaz de ser generoso con sus enemigos
y de una gran nobleza en la adversidad. La Biblia sigue su rastro desde su
juventud, cuando en Belén cuidaba el rebaño, hasta sus últimos años,
ensombrecidos por una serie de dramas familiares y por la rebelión de
su hijo Absalón. Un hombre de grandes debilidades y, sin embargo, un
hombre que realizó la obra de Dios porque, aun con sus luces y sombras, en todo momento se sintió llamado y enviado por Dios.
Por eso el rey David es un pobre de espíritu, porque vive profundamente convencido de que todo se lo debe a Dios. Y por eso en todo
momento deja siempre abierta la puerta a Dios, con la esperanza puesta en su fidelidad y en su misericordia.
PARA LA REFLEXIÓN:
z Una vez consciente de mi pecado, ¿siento verdadero deseo de conver-
sión? ¿Cómo lo expreso?
5
ción? ¿Cómo me siento después de haberlo recibido? ¿Por qué?
z Elijo uno o varios versículos del Salmo 50 que expresen mejor mi de-
seo de conversión.
z Con mis luces y sombras, ¿me siento llamado y enviado, como David,
a realizar la obra de Dios?
Llamados y enviados como David
z ¿Me acerco a recibir periódicamente el sacramento de la Reconcilia-
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JUZGAR
En aquellos días, recibió Natán la siguiente palabra
del Señor: «Ve y dile a mi siervo David: Así dice el Señor: “¿Eres tú quien me va a construir una casa para
que habite en ella? Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo
Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré
con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía.
z
¿Me siento elegido por Dios a pesar de mi pequeñez e insignificancia, o no me siento llamado porque
me veo “incapaz” para asumir yo alguna responsabilidad en la misión evangelizadora? ¿Por qué?
z
¿Tengo ideas preconcebidas acerca de qué tipo de
personas son las más capacitadas para asumir alguna
responsabilidad evangelizadora?
z
¿Sé mirar el corazón de las personas, o me dejo llevar por las apariencias?
En aquel momento invadió a David el espíritu del Señor, y estuvo con él en adelante.
Tomó Samuel el cuerno de aceite y lo ungió en medio
de sus hermanos.
Dijo el Señor: “Levántate y úngelo, porque éste es”.
Mandó, pues, que lo trajeran; era rubio, de bellos
ojos y hermosa presencia.
Dijo entonces Samuel a Jesé: “Manda que lo traigan,
porque no comeremos hasta que haya venido”.
Preguntó entonces Samuel a Jesé: “¿No quedan ya
más muchachos?” El respondió: “Todavía falta el más
pequeño, que está guardando el rebaño”.
Hizo pasar Jesé a sus siete hijos ante Samuel, pero Samuel dijo: “A ninguno de éstos ha elegido el Señor”.
Pero el Señor dijo a Samuel: “No mires su apariencia
ni su gran estatura, pues yo le he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada del hombre, pues el
hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”.
Purificó a Jesé y a sus hijos y los convidó al sacrificio.
Cuando llegaron, vio a Eliab y se dijo: «Sin duda está
ante el Señor su ungido».
En aquellos días, el Señor dijo a Samuel: “Voy a enviarte a Jesé, de Belén, porque he visto entre sus hijos
un rey para mí”.
VER
Llamados y Enviados
como David
Los de la ciudad hicieron una salida, trabaron combate con Joab y hubo bajas en el
ejército entre los oficiales de David; murió
A la mañana siguiente David escribió una carta a
Joab y se la mandó por medio de Urías. El texto de la
carta era: «Pon a Urías en primera línea, donde sea
más recia la lucha; y retiraos dejándolo solo, para que
lo hieran y muera».
Al día siguiente David lo convidó a un banquete y lo
emborrachó. Al atardecer, Urías salió para acostarse
con los guardias de su señor y no fue a su casa.
Cuando llegó Urías, David le preguntó por Joab, el
ejército y la guerra. Luego le dijo: “Anda a casa a lavarte los pies”. Pero Urías durmió a la puerta del palacio, con los guardias de su señor; no fue a su casa.
Avisaron a David que Urías no había ido a su casa.
Entonces David mandó esta orden a Joab: “Mándame
a Urías, el hitita”. Joab se lo mandó.
David mandó a unos para que se la trajesen. Después
Betsabé volvió a su casa; quedó encinta y mandó este
aviso a David: “Estoy encinta”.
David mandó a preguntar por la mujer, y le dijeron:
“Es Betsabé, hija de Alián, esposa de Urías, el hitita”.
David un día, a eso del atardecer, se levantó de la
cama y se puso a pasear por la azotea del palacio, y
desde la azotea vio a una mujer bañándose, una mujer muy bella.
¿Sé reconocer que todo en mi vida es don de
Dios? ¿Me atrevo a abandonarme en sus manos?
z
z David se presenta ante el Señor con humildad y
confianza. ¿En mi oración también me dirijo al Señor
con humildad y confianza, y le digo “quién soy yo...
para que me hayas hecho llegar hasta aquí”?
z ¿En algún momento la acción de Dios en mi vida
ha superado mis planes, mis expectativas? Hago memoria de esos momentos y doy gracias al Señor por
ellos.
z David pretende “asegurarse” la protección de Dios
construyéndole una casa. ¿Hago yo tratos con Dios,
pretendo asegurarme su protección a cambio de actos de piedad, limosnas...?
Después que Natán habló a David, el rey David fue a
presentarse ante el Señor y dijo: «¿Quién soy yo, mi
Señor, y qué es mi familia, para que me hayas hecho
llegar hasta aquí? ¡Y por si fuera poco para ti, mi Señor, has hecho a la casa de tu siervo una promesa para
el futuro, mientras existan hombres, mi Señor! Has establecido a tu pueblo Israel como pueblo tuyo para
siempre, y tú, Señor, eres su Dios. Ahora, pues, Señor
Dios, mantén siempre la promesa que has hecho a tu
siervo y su familia, cumple tu palabra. Que tu Nombre
sea siempre famoso».
Cuando hayas llegado al término de tu vida y descanses
con tus padres, estableceré después de ti a un descendiente tuyo, un hijo de tus entrañas, y consolidaré su
reino. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi
presencia y tu trono durará por siempre”».
z Con mis luces y sombras, ¿me siento llamado y enviado, como David, a realizar la obra de Dios?
¿Veo mi pecado personal ante todo como una infidelidad al amor de Dios? ¿Qué me afecta más, haberle ofendido o el miedo al posible castigo?
z
Oh Dios, crea en mí un corazón puro,
renuévame por dentro con espíritu firme.
Hazme oír el gozo y la alegría,
que se alegren los huesos quebrantados.
Aparta de mi pecado tu vista,
borra en mí toda culpa.
Te gusta un corazón sincero,
y en mi interior me inculcas sabiduría.
Rocíame con el hisopo, quedaré limpio;
lávame, quedaré más blanco que la nieve.
En la sentencia tendrás razón,
en el juicio resultarás inocente.
Mira, en la culpa nací,
pecador me concibió mi madre.
Misericordia, Dios mío, por tu bondad,
por tu inmensa compasión borra mi culpa,
lava del todo mi delito, limpia mi pecado.
Pues yo reconozco mi culpa,
tengo siempre presente mi pecado.
Contra ti, contra ti solo pequé,
cometí la maldad que aborreces.
ACTUAR
Natán dice a David: ¡Eres tú! ¿Soy capaz de reconocer y aceptar mi propia verdad, que incluye también
el pecado? ¿Me sirve de “puerta” para abrirme a la
misericordia de Dios?
z
Elijo uno o varios versículos del Salmo 50 que expresen mejor mi deseo de conversión.
z
z
¿Me acerco a recibir periódicamente el sacramento
de la Reconciliación? ¿Cómo me siento después de
haberlo recibido? ¿Por qué?
z Una vez consciente de mi pecado, ¿siento verdadero deseo de conversión? ¿Cómo lo expreso?
Salmo 50
Los sacrificios no te satisfacen,
si te ofreciera un holocausto no lo querrías:
mi sacrificio es un espíritu quebrantado,
un corazón quebrantado y humillado
tú no lo desprecias.
Líbrame de la sangre, oh Dios, Dios salvador mío,
y cantará mi lengua tu justicia.
Señor, me abrirás los labios,
y mi boca proclamará tu alabanza.
Devuélveme la alegría de tu salvación,
afiánzame con espíritu generoso.
Enseñaré a los malvados tus caminos,
los pecadores volverán a ti.
No me arrojes lejos de tu rostro,
no me quites tu santo espíritu.
z ¿Pretendo, como David, enmascarar u ocultar mi
propio pecado para no tener que reconocerlo?
Y Natán le dijo: “Pues el Señor perdona tu pecado. No
morirás”.
David respondió a Natán: “He pecado contra el Señor”.
Entonces Natán dijo a David: “¡Eres tú! Pues bien, la
espada no se apartará nunca de tu casa; por haberme
despreciado, quedándote con la mujer de Urías, el hitita”.
David se puso furioso contra aquel hombre y dijo a
Natán: “¡Vive Dios, que el que ha hecho eso es reo de
muerte! No quiso respetar lo del otro, pues pagará cuatro veces el valor de la cordera”.
Llegó una visita a casa del rico; y, no queriendo perder
una oveja o un buey para invitar a su huésped, cogió la
cordera del pobre y convidó a su huésped”.
El rico tenía muchos rebaños de ovejas y bueyes; el pobre sólo tenía una corderilla que había comprado; la
iba criando, y ella crecía con él y sus hijos, comiendo de
su pan, bebiendo de su vaso, durmiendo en su regazo:
era como una hija.
En aquellos días, el Señor envió a Natán donde David.
Entró Natán ante el rey y le dijo: “Había dos hombres
en un pueblo: uno rico y otro pobre.
también Urías, el hitita.
Extraído de: Revista ORAR, DABAR y otras
desde la mañana hasta mediodía: ¡Baal, respóndenos! Pero no se
oía una voz, ni una respuesta.
Entonces Elías dijo a la gente: ¡Acercaos! Se acercaron todos, y reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido; el profeta Elías
se acercó y oró: ¡Señor Dios de Abrahán, de Isaac, de Israel! Que
se vea hoy que tú eres el Dios de Israel y yo tu siervo, y que he hecho esto por orden tuya.
Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa esta gente que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres tú quien les cambiará el corazón.
Lectura del primer libro de los Reyes
VER
Continuando nuestra reflexión sobre la necesidad de sentirnos llamados y enviados por el Señor para ser discípulos, apóstoles y santos en
nuestro mundo, en nuestros ambientes. En este retiro vamos a centrar
nuestra reflexión en el profeta Elías que ejerció su ministerio en el norte del país bajo el reinado de Ajab (875-854 a. C.), quien, para agradar a
su esposa fenicia Jezabel, toleraba en Israel el culto a Baal. El profeta
entra en escena y desaparece de manera inesperada y misteriosa,
como si, enviado directamente por Dios, que lo arrebatará luego en un
carro de fuego, no tuviese otra misión que la de decir lo que su mismo
nombre significa: “Mi Dios es Yahvé”.
En la memoria de su pueblo, Elías ha quedado tanto como alguien que
surgió de improviso como alguien que, arrebatado en un torbellino,
está siempre a punto de volver. Y esto, hasta los umbrales del Nuevo
Testamento, en que pasará la antorcha a Juan Bautista.
El “ciclo de Elías”, breve pero incisivo, pone de relieve su grandeza sobre todo por su celo por defender la fe en Yahvé contra el culto de
Baal, que había sido introducido y promovido por Jezabel. Elías exige al
pueblo una elección decisiva, y desafía a los profetas de Baal a someterse al juicio de Dios en el Monte Carmelo.
Llamados y enviados como Elías
LLAMADOS Y ENVIADOS
COMO ELÍAS
Elías lucha por una vuelta al corazón de Israel, que estaba ya vuelto hacia los ídolos. Elías quiere que el pueblo sepa quién es el Dios verdadero y que, al saberlo, se vuelva hacia Él. Pero una vuelta no simplemente ritual, sino en profundidad, como la que el mismo Elías vivirá en el
camino del desierto que lo llevará al Horeb.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Vivo mi fe desde la soledad, me siento aislado en medio de una masa
de no creyentes?
z ¿Cómo doy a conocer al Dios verdadero a los demás?
En aquellos días, los profetas de Baal se reunieron en el monte Carmelo. Elías se acercó a la gente y dijo: ¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; si lo es
Baal, seguid a Baal.
JUZGAR
La gente no respondió una palabra. Entonces Elías les dijo: He quedado yo solo como profeta del Señor, mientras que los profetas de
Baal son cuatrocientos cincuenta. Vosotros invocaréis a vuestro
dios y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego, ése es el Dios verdadero.
En aquellos días, Elías continuó por el desierto una jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: «¡Basta,
Señor! ¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis padres!»
Toda la gente asintió: ¡Buena idea! Estuvieron invocando a Baal
Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y
le dijo: «¡Levántate, come!»
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Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de
Dios.
Del monte Carmelo al monte Horeb hay un largo camino de desierto.
Y en ese camino al que Elías se lanza y se tiende, totalmente agotado,
bajo una retama y se duerme. En lenguaje místico, podría decirse que
se encuentra en plena noche del sentido y del espíritu.
Elías recorre un camino purificador frente al miedo que le atenaza precisamente por ser consecuente con su fe. Elías, que ya ha luchado denodadamente contra los ídolos, se desanima pero no se revuelve contra el Señor. Acepta resignado, incluso fatalista, la suerte que como
profeta le aguarda. El Señor, por el contrario, lo pone en pie y se deja
sentir cercano al profeta.
Elías se siente solo, con su vida amenazada y con una misión que le resulta insoportable, porque siente que le está aplastando su vida y que así no
vale la pena vivir. Esta fatiga espiritual es la clave. Si se tratara de un cansancio físico, de hambre y sed, bastaría un alimento normal. Elías acepta
la escueta cena, como una última cena de condenado voluntario a muerte, y se echa a dormir para empalmar el sueño con la muerte.
La crisis de ánimo ha bloqueado a Elías y le ha hecho desearse la muerte. Es bastante frecuente la tentación del cansancio:
Está el peso del camino, que se deja sentir en el cuerpo y, sobre todo,
“dentro”.
gana con hablar claro? No merece la pena luchar, mejor quedarse tranquilos. Ya no puedo más.
Cada uno de nosotros tiene a su disposición una retama bajo la que puede recostar la propia extenuación y dormirse: la retama de la resignación, de la mediocridad, de la facilidad, de la indiferencia, de la frialdad.
Pero Dios no está de acuerdo, porque la misión de Elías no ha concluido. Lo que parecía una fuga, es en realidad una cita que Dios tiene con
el profeta. Por eso el ángel vuelve a despertarlo y lo invita de nuevo a
comer, no tanto para reparar las fuerzas físicas, cuanto para devolverle
el ánimo y el brío de la misión. Así podrá Eías recomenzar la marcha,
atravesar el desierto, subir a la montaña, hasta enfrentarse con Dios.
Pero, ¿cuál es la respuesta que el Señor da al cansancio de Elías? No es
una respuesta consoladora, sino la paterna preocupación de Dios por
su profeta, poniéndole a su disposición un pan cocido y una jarra de
agua. Y también hay una propuesta: ha de recorrer un largo camino, excesivo. El profeta, que se muere de sueño, no puede dormir en paz.
Llamados y enviados como Elías
Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le dijo: «¡Levántate, come!, que el camino
es superior a tus fuerzas.»
“Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas”: Dios nos libra de la tentación del cansancio adoptando una cura insólita. Ante
todo, nos revela la causa de nuestro cansancio: no estás cansado por lo
que has hecho, sino por lo mucho que no has hecho. No estás cansado a causa del camino recorrido, sino por el mucho camino que te
queda por recorrer.
Tu cansancio está provocado no por el peso del trabajo; el cansancio
no lo llevas dentro, sino delante... No se debe al pasado, sino al futuro
que rechazas, a la esperanza que has dejado apagar. Estás cansado porque no tienes el coraje de tus sueños, estás cansado porque te mueves
mucho, pero no caminas.
El peso de las desilusiones, de las incomprensiones... El peso de los fallos... El peso de ciertas personas... El peso de un ambiente mezquino...
El peso de la injusticia, de la hipocresía, de la falsedad.
Y junto con esta reprensión, el pan: el pan que restablece es el propio
camino. “Yo soy el camino”, dice Jesús; y también “Yo soy el pan vivo
bajado del cielo”. Así pues, comiéndole a él, nos alimentamos con
nuestro camino. El camino se convierte en nuestro alimento. El camino
se hace remedio de nuestro cansancio.
Todo esto, y más todavía, se acumula, se encostra y entorpece y nubla
la vista, seca las energías. El camino, entonces, pierde todo el interés. El
único interés que puede presentarse ya no es sino el de encontrar un
lugar, un refugio, donde recostar el propio cansancio.
“Levántate, come, que el camino es superior a tus fuerzas”: camina,
pues, cuanto más largo sea el camino que pretendes recorrer, más a
disposición tendrás un espacio en el que dejar atrás el cansancio y caer
en la cuenta de sus dones.
Se está como apagado, ya no se tiene ganas de nada, salvo el deseo de
“dejarse llevar”. Basta ya, no vale la pena, no es cosa de insistir, para lo
que se consigue después... ¿Tiene algún sentido todo esto? ¿Qué se
Para la Iglesia, para la comunidad cristiana y para cada uno de sus
miembros, la Eucaristía tiene que recobrar ese sentido esperanzador.
Es un alimento para seguir realizando una misión histórica, cada gene-
2
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Siento una crisis de ánimo, de cansancio, similar a la de Elías? ¿Qué
la provoca?
z ¿Qué pienso de la respuesta del Señor a Elías? ¿Qué pienso del cami-
no que me queda por delante? ¿Lo acepto o lo rechazo?
z ¿Es la Eucaristía para mí el alimento para continuar realizando mi mi-
sión? ¿Por qué?
En aquellos días, al llegar Elías al monte de Dios, al Horeb, se refugió en una gruta.
El Señor le dijo: Sal y aguarda al Señor en el monte, que el Señor
va a pasar.
Pasó antes del Señor un viento huracanado, que agrietaba los montes y rompía los peñascos: en el viento no estaba el Señor.
Vino después un terremoto, y en el terremoto no estaba el Señor.
Después vino un fuego, y en el fuego no estaba el Señor.
Después se escuchó un susurro.
Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada
de la gruta.
presentaciones religiosas más sublimes. Pues sólo conociendo a Dios se
conocerá a sí mismo, y viceversa. Pero hay algo que llama la atención:
hay que salir de uno mismo para entrar en el Misterio.
El Señor no pasa en el viento impetuoso, ni en el terremoto, ni en el
fuego, sino en el susurro de una tenue brisa. Entonces Elías se tapa el
rostro con el manto, pues nadie puede ver a Dios cara a cara, pero sobre todo porque ese silencio de Dios le perturba mucho más de lo que
le habían asustado el terremoto y el fuego, signos de aquel poder del
que Elías fue el vengador en su desafío del monte Carmelo. Ahora el
Señor, en cuanto Dios del silencio tenso, se opone ciertamente al Baal
de las tormentas, pero también a la forma en que el profeta lo concibe.
Invitado a salir de la cueva (su refugio) y a ponerse de pie en el monte
del Señor, Elías comprende que Yahvé no es como el dios fenicio del
huracán, del fuego y del terremoto, como la misma revelación de Israel
se lo había representado y como el propio Elías se lo había imaginado
hasta entonces. Todo lo contario, es el Dios que, con la suavidad de
una brisa tenue y tonificante, sopla para la salvación de todos.
Llamados y enviados como Elías
ración en su etapa histórica. No dejándose llevar, empujados por los
acontecimientos, sino sintiéndose atraídos por la gran cita que tenemos con Dios.
El Señor se suele revelar en la dulce brisa del quehacer cotidiano, de la
historia ordinaria, en el esfuerzo continuo, prolongado, en hacer un
mundo más justo y más humano.
PARA LA REFLEXIÓN:
z Elías es un contemplativo, busca un lugar tranquilo en el que poder
adentrarse en sí mismo para escuchar la voz de Dios. ¿Tengo yo alguna “cueva”, un lugar de retiro, un sitio, un momento en el que más
particularmente puedo ponerme a la escucha de Dios?
z ¿Necesito también “salir de mí mismo”, de mis problemas, intereses...
y escuchar a Dios?
En el Horeb, Elías es testigo de una teofanía que recuerda la que antiguamente vivió Moisés. Cuando Elías llegó a la cueva donde la tradición sitúa la hendidura donde se metió Moisés, lo sorprendió una voz:
¿Qué haces aquí, Elías? El Señor, con esta pregunta que provoca en el
profeta una toma de conciencia, quiere sacarlo del desconcierto en
que se encuentra.
El Señor sabe muy bien lo que está haciendo Elías en la cueva del Horeb;
pero quiere que Elías sepa lo que ha venido a buscar en el desierto. Yahvé lo invita a salir (¿de sí mismo?) y a estar listo: Sal y ponte de pie en el
monte ante el Señor. Es una invitación a un conocimiento íntimo y personal de Dios, el único conocimiento verdadero, muy superior a las re-
z ¿Sé reconocer la presencia de Dios en la “suave brisa” de mi queha-
cer cotidiano? ¿Por qué?
ACTUAR
Una voz le preguntó: ¿Qué te trae por aquí, Elías?
Contestó: Mi pasión por el Señor Dios de los Ejércitos. Porque los
3
El Señor le dijo: Desanda el camino
Una vez que el profeta hubo reconocido al Señor en el silencio, Yahvé
le repite la pregunta: ¿Qué haces aquí, Elías? Este aún no ha comprendido bien, y su respuesta es idéntica a la primera, pero el encuentro
con Dios sólo puede tener una consecuencia: el retorno.
Desanda tu camino, le dice el Señor. La salvación no está en la huida, ni
siquiera en la huida junto al Señor. Después de estar en su presencia,
el camino a recorrer es el del hombre y el de la propia misión, pues el
Señor tiene ante sus ojos la multitud de sus hijos.
Al igual que Pedro cuando quería instalarse en el monte de la Transfiguración, también Elías se ve invitado a bajar al encuentro de los hermanos para llevarles la riqueza que el encuentro personal con Dios le
ha metido en el alma.
as vuelve del Horeb con una energía y una confianza en sí mismo totalmente nuevas.
¿Qué buscáis? preguntó Jesús a los dos primeros discípulos, que, intrigados, lo seguían tímidamente. Venid y veréis, respondió Jesús cuando
le preguntaron dónde vivía. Y sólo después de haber pasado con él
todo aquel día pudieron decir a sus hermanos: Hemos encontrado al
Mesías. Esa es la experiencia que está llamado a hacer todo verdadero
apóstol: ser para ir, saberse llamado por el Señor y enviado por Él al
mundo.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Qué me sugieren las palabras de Dios a Elías: “Desanda el camino”?
z El encuentro con Dios no cambia las circunstancias personales: ¿pido
a Dios el ánimo para afrontarlas, o le pido que las cambie?
z Como Elías, ¿me siento llamado y enviado por el Señor? ¿Cómo llevo a
Llamados y enviados como Elías
israelitas han abandonado tu alianza, han derribado tus altares y
han pasado a cuchillo a tus profetas. He quedado yo solo, y ahora
me persiguen para matarme.
los demás lo que descubro de Dios en mi tiempo de encuentro con Él?
Tras ese encuentro, Elías será realmente testigo de Dios, pues ya no
sólo irá a defender la religión nacional sino a dar testimonio de su fe y
de su conversión. El camino hacia la verdadera fe y el verdadero testimonio ha de pasar por esa experiencia de intimidad. Sólo ahora podrá
Elías, al encontrar a Eliseo, llamarlo a la misma misión profética y transmitirle su espíritu en herencia.
El profeta retornará “por el mismo camino”. Ni el pan ni la visión de
Dios han cambiado su situación, pero Elías retornará a su tarea con el
ánimo cambiado, sintiéndose una vez más llamado y enviado por Dios
a una misión, lleno de confianza en el Señor y de esperanza en el futuro. ¡Cuantas veces nosotros pedimos a Dios que cambie las circunstancias en vez de cambiarnos el ánimo a nosotros para afrontar las mismas
circunstancias!
Dios envía a Elías de nuevo al mundo, a la humanidad. Elías debe dejar
su desierto y volver a la gran ciudad. Éste es el ritmo de la contemplación y de la acción: entrar en contacto con Dios para después llevar a
Dios a los hombres.
En este monte el profeta se sentirá llamado a un encuentro tan profundo que, tras el desaliento total, se verá puesto de nuevo en el camino
del anuncio. Un encuentro que lo convertirá definitivamente en el profeta que habla en nombre de Dios y en el auténtico contemplativo que
baja del monte para llevar a los demás lo que él “sabe” ya de Dios. Elí-
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JUZGAR
doy a conocer al Dios verdadero a los demás?
z
¿Siento una crisis de ánimo, de cansancio, similar a
la de Elías? ¿Qué la provoca?
Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de
aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios.
Miró Elías, y vio a su cabecera un pan cocido sobre
piedras y un jarro de agua. Comió, bebió y se volvió a
echar. Pero el ángel del Señor le volvió a tocar y le
dijo: «¡Levántate, come!, que el camino es superior a
tus fuerzas».
Se echó bajo la retama y se durmió. De pronto un ángel lo tocó y le dijo: «¡Levántate, come!»
En aquellos días, Elías continuó por el desierto una
jornada de camino, y, al final, se sentó bajo una retama y se deseó la muerte: «¡Basta, Señor! ¡Quítame la
vida, que yo no valgo más que mis padres!»
z ¿Cómo
z
¿Vivo mi fe desde la soledad, me siento aislado en
medio de una masa de no creyentes?
Lectura del primer libro de los Reyes
Respóndeme, Señor, respóndeme, para que sepa esta
gente que tú, Señor, eres el Dios verdadero, y que eres
tú quien les cambiará el corazón”.
Entonces Elías dijo a la gente: “¡Acercaos!” Se acercaron todos, y reconstruyó el altar del Señor, que estaba demolido; el profeta Elías se acercó y oró: “¡Señor Dios de Abrahán, de Isaac, de Israel! Que se vea
hoy que tú eres el Dios de Israel y yo tu siervo, y que he
hecho esto por orden tuya.
Toda la gente asintió: “¡Buena idea!” Estuvieron invocando a Baal desde la mañana hasta mediodía: “¡Baal,
respóndenos!” Pero no se oía una voz, ni una respuesta.
La gente no respondió una palabra. Entonces Elías les
dijo: “He quedado yo solo como profeta del Señor,
mientras que los profetas de Baal son cuatrocientos
cincuenta. Vosotros invocaréis a vuestro dios y yo invocaré al Señor; y el dios que responda enviando fuego,
ése es el Dios verdadero”.
En aquellos días, los profetas de Baal se reunieron en
el monte Carmelo. Elías se acercó a la gente y dijo:
“¿Hasta cuándo vais a caminar con muletas? Si el Señor es el verdadero Dios, seguidlo; si lo es Baal, seguid
a Baal”.
VER
Llamados y Enviados
como Elías
¿Qué pienso de la respuesta del Señor a Elías?
¿Qué pienso del camino que me queda por delante?
¿Lo acepto o lo rechazo?
z Como Elías, ¿me siento llamado y enviado por el
Señor? ¿Cómo llevo a los demás lo que descubro de
Dios en mi tiempo de encuentro con Él?
z El encuentro con Dios no cambia las circunstancias
personales: ¿pido a Dios el ánimo para afrontarlas, o
le pido que las cambie?
¿Qué me sugieren las palabras de Dios a Elías:
“Desanda el camino”?
z
El Señor le dijo: “Desanda el camino”.
Contestó: “Mi pasión por el Señor Dios de los Ejércitos. Porque los israelitas han abandonado tu alianza,
han derribado tus altares y han pasado a cuchillo a tus
profetas. He quedado yo solo, y ahora me persiguen
para matarme”.
Una voz le preguntó: “¿Qué te trae por aquí, Elías?”
ACTUAR
z ¿Sé reconocer la presencia de Dios en la “suave
brisa” de mi quehacer cotidiano? ¿Por qué?
z
¿Necesito también “salir de mí mismo”, de mis
problemas, intereses... y escuchar a Dios?
z Elías es un contemplativo, busca un lugar tranquilo
en el que poder adentrarse en sí mismo para escuchar la voz de Dios. ¿Tengo yo alguna “cueva”, un lugar de retiro, un sitio, un momento en el que más
particularmente puedo ponerme a la escucha de
Dios?
Elías, al oírlo, se cubrió el rostro con el manto y salió
a la entrada de la gruta.
Vino después un terremoto, y en el terremoto no estaba el Señor. Después vino un fuego, y en el fuego no
estaba el Señor. Después se escuchó un susurro.
Pasó antes del Señor un viento huracanado, que
agrietaba los montes y rompía los peñascos: en el
viento no estaba el Señor.
El Señor le dijo: “Sal y aguarda al Señor en el monte,
que el Señor va a pasar”.
En aquellos días, al llegar Elías al monte de Dios, al
Horeb, se refugió en una gruta.
z
¿Es la Eucaristía para mí el alimento para continuar
realizando mi misión? ¿Por qué?
z
Extraído de DABAR, Revista Orar, y A. Pronzato
esperanza que alimentan sus contemporáneos. Para ellos, Dios está
obligado a defender su santa morada, que está en Jerusalén; para el
profeta del Señor, la actuación del Dios de la Alianza está condicionada
al comportamiento moral del pueblo y a su fidelidad al decálogo. La
observancia de las exigencias morales de la Alianza condiciona en concreto la presencia personal de Dios en el Templo y la permanencia del
pueblo en la ciudad santa.
Jeremías nos acerca a la verdadera dimensión de la vocación profética,
a sus abismos de soledad y abandono, a sus riesgos y desafíos, y a esa
fidelidad última a una palabra encendida en sus entrañas que pugnará
por salir, venciendo todas las decepciones y resistencias.
VER
PARA LA REFLEXIÓN:
Continuando nuestra reflexión sobre la necesidad de sentirnos llamados y enviados por el Señor para ser discípulos, apóstoles y santos en
nuestro mundo, en nuestros ambientes. En este retiro vamos a centrar
nuestra reflexión en el profeta Jeremías.
z Jeremías vive en una época convulsa, de crisis, pero participa de los
Pocos profetas han sido tan activos como él, y ninguno de ellos ha vivido
tan vinculado como él a la tragedia de su pueblo. Jeremías nace hacia el
año 650 a.C. En el 627 es nombrado por Dios “profeta de los gentiles”,
pero empieza rechazando esa misión. Cinco años más tarde, el rey Josías
inicia su reforma política y religiosa; Jeremías da su apoyo al rey y a la reforma, pero sin hacerse ilusiones sobre la fidelidad real del pueblo.
yo esa misma lectura creyente, llevo a la oración la realidad y busco la
luz de Dios sobre la misma?
Más tarde, bajo el reinado de Joaquín, los políticos y los sacerdotes
exacerban el nacionalismo judío y preconizan la rebelión contra Babilonia. Jeremías va a la guerra y anuncia la caída de Judá, lo que le acarrea la fama de derrotista y traidor. Pero pronto los hechos dan la razón
al profeta. Esto se repetirá en diferentes ocasiones a lo largo de esos
años, en los que Jeremías aparece como el único que ha sabido tener
visión de futuro ante los signos de los tiempos.
Durante los cuarenta años de su ministerio profético, Jeremías vivirá en
el ojo del huracán. En medio de trágicos acontecimientos, se mantiene
firme en primera línea, interpretando el drama en el que él mismo vive
implicado a la luz del plan que Dios le va revelando.
Esta lectura creyente de los acontecimientos lo lleva a estar con frecuencia en conflicto con el poder establecido, los sacerdotes y los falsos profetas, hasta el punto de ponerlo a veces en peligro de muerte.
Jeremías es, ante todo, un profeta que denuncia valientemente la falsa
acontecimientos. En la actual realidad social, política, económica, eclesial... ¿me involucro, o busco huir, escaparme?
z Jeremías hace una lectura creyente de los acontecimientos: ¿sé hacer
Llamados y enviados como Jeremías
LLAMADOS Y ENVIADOS
COMO JEREMÍAS
z Jeremías sufrió rechazo por decir lo que debía: ¿acepto yo ese recha-
zo por mi fidelidad a Dios?
JUZGAR
En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles.»
Yo dije: «¡Ay, Señor, mira que no sé hablar, que soy un muchacho!»
Y el Señor me respondió: «No digas “Soy un muchacho”, porque
irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. No les tengas miedo, pues yo estoy contigo para librarte.»
Entonces el Señor alargó su mano, tocó mi boca y me dijo: «Mira,
pongo mis palabras en tu boca: en este día te doy autoridad sobre
naciones y reinos, para arrancar y arrasar, para destruir y derribar,
para edificar y plantar. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo
1
Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en
muralla de bronce, frente a todo el país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los sacerdotes y la gente del campo. Lucharán
contra ti, pero no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte.»
Jr 7, 1-15
Jeremías era natural de Anatot, pequeña ciudad de Benjamín, cercana a
Jerusalén, y procedía de una familia sacerdotal. Recibió la vocación profética siendo aún joven. El Señor también le exigió no casarse, como signo
para sus conciudadanos de que el desastre final estaba a las puertas.
Como Moisés, también Jeremías se asusta ante la tarea encomendada,
pero frente a su grito de angustia, el Señor le garantiza su auxilio: “yo
estoy contigo para librarte”. Su palabra es la de Dios, lo que va a decir
no es suyo, sino de parte de Dios. Por eso Jeremías debe aceptar su ministerio sin miedos, con prontitud.
A Jeremías no le agradaba el mensaje que debía predicar, ya que provocaba la burla de sus contemporáneos, y además le acarreó persecuciones por parte de otros profetas, sacerdotes, ministros, reyes y parte
de la población. Esto provocó más tarde en él una prolongada crisis vocacional, que queda reflejada en sus conocidas “confesiones”. Son
quejas al Señor en un tono entre confidencia y jurídico, por llegar a
creer que carecía de la asistencia prometida en su vocación.
En este debate interno que vive entre querer decir lo agradable y tener
que comunicar lo que le repugna no le está permitido refugiarse en su
timidez: “No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos”.
Si no dice lo que debe decir, el Señor “le meterá miedo de ellos”; pero
por el contrario, si es fiel a la palabra divina, el Señor hará que su debilidad de torne en “plaza fuerte y muralla de bronce”, símbolos de fortaleza y de resistencia en la lucha.
Esta es la gran paradoja de Jeremías, de esa palabra que transmite. Muy
poderosa al ser palabra de Dios, pero como no puede forzar a nadie a
la fe y a la obediencia, es al mismo tiempo impotente. En la promesa divina sólo se le garantiza la asistencia y el triunfo final, nada se habla de
triunfalismos ni éxitos inmediatos y rotundos. Su camino será arduo,
difícil, lleno de espinas...
A Jeremías le tocó vivir la caída inexorable de su pueblo en la ruina, y
su voz se perdió en la soledad y el desprecio. Llamado, como profeta,
a ser la conciencia viva de su pueblo, será ignorado y rechazado; y el
tema que tantas veces repetía en sus anuncios proféticos: “¡Terror por
doquier!” se volverá contra él. Ésta será también la suerte de todo
mensajero de la palabra de Dios.
Jeremías, que era un hombre tímido, tiene que afrontar la oposición de
las autoridades; él, que era tan sensible y vulnerable, vive con desesperación una misión imposible; profundamente bueno y abierto a los demás, se ve marginado como un solitario y un excéntrico.
Él, que ama apasionadamente a su patria y al Templo, se ve perseguido
por sus conciudadanos, denunciado por sus parientes y amigos, y obligado a denunciar la destrucción del santuario. Jeremías amenaza a Jerusalén que el Señor la tratará igual que trató antaño al templo de Siló.
Esta amenaza, proferida en el mismo Templo, impresiona a los sacerdotes, profetas y a todo el pueblo, hasta el punto de que amenazan de
muerte a Jeremías, en vez de convertirse ante sus palabras.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿En qué ocasiones, cuando me han pedido colaboración o me he sen-
Llamados y enviados como Jeremías
que yo te mando. No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos.
tido llamado a algo, he respondido, como Jeremías: «¡Ay, Señor, mira
que no sé hablar, que soy un muchacho!»? ¿Qué era lo que me daba
miedo, lo que me frenaba?
z ¿Tengo experiencia de que a pesar de mis miedos pude llevar adelan-
te lo que me proponían, pude experimentar que se cumplía que “yo
estoy contigo para librarte”? ¿En algún momento me he sentido “fuerte” a pesar de las luchas y dificultades? Recuerdo ocasiones concretas.
z “No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de ellos”: ¿he te-
nido esta experiencia alguna vez, me puede más el miedo que la confianza en Dios? Recuerdo también ocasiones concretas.
z Jeremías sufre interiormente por el contraste entre lo que a él le gus-
taría hacer y decir, y lo que debe hacer y decir de parte de Dios: ¿vivo
yo también esa tensión interior? ¿Qué hago para superarla?
ACTUAR
Jeremías, fiel a la vocación recibida, desarrollará su misión en contraste con los propios paisanos de Anatot y de Jerusalén. Al principio igno-
2
Querrían sentirse asegurados por su palabra. Jeremías, por el contrario,
no hace sino sembrar inquietudes y previsiones oscuras. De su boca no
salen discursos tranquilizadores, sino anuncios de catástrofes. Querrían
que garantizara que todo va bien, y él se obstina en predicar que se está
caminando hacia la ruina. Querrían obtener una especie de bendición sobre las elecciones y alianzas políticas, y el profeta les advierte brutalmente que la historia camina en una dirección totalmente diferente.
Pero en lo más duro de la catástrofe, cuando el pueblo se hunde en
una desesperación que lo aleja de Yavé, Jeremías hace oír su palabra de
consolación. Dios, por boca de su profeta, afirma a la nación pecadora
su voluntad de salvación. Yavé demostrará que es padre, pastor y esposo, y ofrecerá a Israel una alianza nueva.
Los protagonistas seguirán siendo los mismos, la Ley no cambiará, pero la
alianza será nueva ya que estará interiorizada. La centralización del culto
en Jerusalén y la restauración del ritual no ha llevado a una verdadera
conversión. La nueva alianza renovará lo hondo de los corazones.
Jeremías sufre hasta el hastío por la corrupción moral de su pueblo; él,
que vive intensamente su relación con Dios y con una gran fidelidad,
se pasará toda la vida luchando por llevar a su pueblo a una religión interiorizada, por hacerles descubrir la Ley como la voluntad de un Dios
de amor.
Jeremías anunció la salvación. No sólo predicó la salvación a los desterrados, sino también a los habitantes del país. Pero la salvación no es
automática, sino consecuencia de la obediencia.
Porque como hemos visto en el relato de su vocación, el profeta debe
orientar su misión en dos direcciones: “para arrancar y arrasar, para
destruir y derribar... para edificar y plantar”. Se trata, pues, de un mensaje con dos vertientes, expresado en oráculos de denuncia y castigo, y
en anuncios de salvación y esperanza.
“Para arrancar y arrasar...”: Como el mismo profeta lamentaba en sus
confesiones, buena parte de su mensaje se concentra en la denuncia
de los pecados del pueblo y en el anuncio del castigo. El pecado queda definido en términos de infidelidad, desobediencia y rebeldía, y se
manifiesta en el rechazo de los verdaderos profetas, en el culto hipócrita y la falsa seguridad religiosa, en la idolatría, en las injusticias sociales y en las falsas confianzas humanas: todo eso hay que arrasarlo y de-
rribarlo. Aunque sus denuncias se dirigen a todo el pueblo, los principales responsables son las autoridades.
“Para edificar y plantar”: Pero la denuncia y el castigo no son la única ni
la última palabra de Jeremías. Su objetivo último es provocar la conversión, la vuelta al Señor. Es lo que el profeta pretende y por lo que solidariamente intercede. Por eso anuncia la conversión y la salvación a los
deportados del norte. Por su propia vida, nos dice que es posible guardar la fe en Dios cuando todo parece venirse abajo, que hay que guardar la esperanza en que Dios es más grande y más fiel que todo. Y esa
actitud es la que debe edificar y plantar sobre lo arrasado y destruido.
El libro de Jeremías nos pone en contacto con la persona de un profeta a corazón abierto, y nos transparenta su grandeza y su tragedia. Jeremías desempeña su misión con todos sus miedos, dudas y debilidades
a cuestas; pero también con la firme confianza de que sólo Dios puede
sostener y dar sentido a una existencia como la suya, aparentemente
marcada por la incomprensión y el fracaso.
PARA LA REFLEXIÓN:
Llamados y enviados como Jeremías
rado, después escarnecido, aislado, perseguido, amenazado, golpeado,
insultado, denunciado incluso por parientes y amigos, flagelado. Y
todo porque querrían hacerle decir lo que ellos desean oír y que él no
puede decir.
z Los paisanos de Jeremías querrían hacerle decir lo que ellos desean oír
y que él no puede decir. ¿He tenido esta experiencia, mi actuar en la
familia, trabajo, parroquia, comunidad, Movimiento... ¿choca con las
expectativas que los otros tienen hacia mí?
z Dios llama y envía a Jeremías “para arrancar y arrasar, para destruir y
derribar, para edificar y plantar”. ¿Entiendo así también mi actuar
como seguidor de Jesús? Como Iglesia, ¿llevamos adelante las dos dimensiones? Concreto ejemplos.
z Si pienso en mí, individualmente, ¿qué debo “arrancar y arrasar, destruir
y derribar”, y qué debo “edificar y plantar”? ¿Cómo lo voy a hacer?
z Voy trasladando esta misma reflexión a mi ambiente habitual, el más cer-
cano y el social en general. ¿Estoy llevando a cabo ya esta doble vertiente de la misión, arrancar y plantar? ¿Cómo lo hago o podría hacerlo?
z Jeremías desempeña su misión con todos sus miedos, dudas y debili-
dades a cuestas; pero también con la firme confianza de que sólo Dios
puede sostener y dar sentido a una existencia como la suya. ¿Me siento también llamado y enviado por el Señor, como Jeremías? ¿Creo que
Dios también me dice: «Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta
de los gentiles.»?
3
JUZGAR
z
“No les tengas miedo, que si no, yo te meteré mie-
z ¿Tengo experiencia de que a pesar de mis miedos
pude llevar adelante lo que me proponían, pude experimentar que se cumplía que “yo estoy contigo
para librarte”? ¿En algún momento me he sentido
“fuerte” a pesar de las luchas y dificultades? Recuerdo ocasiones concretas.
z ¿En qué ocasiones, cuando me han pedido colaboración o me he sentido llamado a algo, he respondido, como Jeremías: «¡Ay, Señor, mira que no sé hablar, que soy un muchacho!»? ¿Qué era lo que me
daba miedo, lo que me frenaba?
Jr 7, 1-15
No les tengas miedo, que si no, yo te meteré miedo de
ellos. Mira; yo te convierto hoy en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce, frente a todo el
país: frente a los reyes y príncipes de Judá, frente a los
sacerdotes y la gente del campo. Lucharán contra ti, pero
no te podrán, porque yo estoy contigo para librarte».
Entonces el Señor alargó su mano, tocó mi boca y me
dijo: «Mira, pongo mis palabras en tu boca: en este día
te doy autoridad sobre naciones y reinos, para arrancar
y arrasar, para destruir y derribar, para edificar y plantar. Tú cíñete los lomos, ponte en pie y diles lo que yo te
mando.
Y el Señor me respondió: «No digas “Soy un muchacho”, porque irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que
yo te ordene. No les tengas miedo, pues yo estoy contigo para librarte».
Yo dije: «¡Ay, Señor, mira que no sé hablar, que soy un
muchacho!»
En los días de Josías, recibí esta palabra del Señor:
«Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de que
salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles».
z
Jeremías sufrió rechazo por decir lo que debía:
¿acepto yo ese rechazo por mi fidelidad a Dios?
z
Jeremías hace una lectura creyente de los acontecimientos: ¿sé hacer yo esa misma lectura creyente,
llevo a la oración la realidad y busco la luz de Dios
sobre la misma?
z
Jeremías vive en una época convulsa, de crisis,
pero participa de los acontecimientos. En la actual
realidad social, política, económica, eclesial... ¿me
involucro, o busco huir, escaparme?
VER
Llamados y Enviados
como Jeremías
z Jeremías desempeña su misión con todos sus miedos, dudas y debilidades a cuestas; pero también
con la firme confianza de que sólo Dios puede sostener y dar sentido a una existencia como la suya.
¿Me siento también llamado y enviado por el Señor,
como Jeremías? ¿Creo que Dios también me dice:
«Antes de formarte en el vientre, te escogí; antes de
que salieras del seno materno, te consagré: te nombré profeta de los gentiles»?
z Voy trasladando esta misma reflexión a mi ambiente habitual, el más cercano y el social en general. ¿Estoy llevando a cabo ya esta doble vertiente de la misión, arrancar y plantar? ¿Cómo lo hago o podría hacerlo?
z Si pienso en mí, individualmente, ¿qué debo
“arrancar y arrasar, destruir y derribar”, y qué debo
“edificar y plantar”? ¿Cómo lo voy a hacer?
z
Dios llama y envía a Jeremías “para arrancar y arrasar, para destruir y derribar, para edificar y plantar”.
¿Entiendo así también mi actuar como seguidor de
Jesús? Como Iglesia, ¿llevamos adelante las dos dimensiones? Concreto ejemplos.
z Los paisanos de Jeremías querrían hacerle decir lo
que ellos desean oír y que él no puede decir. ¿He tenido esta experiencia, mi actuar en la familia, trabajo,
parroquia, comunidad, Movimiento... ¿choca con las
expectativas que los otros tienen hacia mí?
ACTUAR
z Jeremías sufre interiormente por el contraste entre
lo que a él le gustaría hacer y decir, y lo que debe hacer y decir de parte de Dios: ¿vivo yo también esa
tensión interior? ¿Qué hago para superarla?
do de ellos”: ¿he tenido esta experiencia alguna vez,
me puede más el miedo que la confianza en Dios?
Recuerdo también ocasiones concretas.
liares y de trabajo, estaba constantemente unida a su Hijo y cooperó de
modo singular a la obra del Salvador.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Cómo me imagino a María, hay alguna advocación a la que tenga es-
pecial devoción? ¿Por qué?
Extraído de la Revista Orar, nº 143
z ¿Qué sé de la Virgen María? ¿Qué diría de ella a alguien que me pre-
guntase?
z ¿Qué es lo que más me llama la atención de su vida? ¿Por qué?
VER
Continuando nuestra reflexión sobre la necesidad de sentirnos llamados y enviados por el Señor para ser discípulos, apóstoles y santos en
nuestro mundo, en nuestros ambientes, en este mes de mayo vamos a
centrar nuestra reflexión en la Virgen María, porque ella vivió como nadie el saberse llamada por el Señor, el saberse humilde discípula suya,
y también el saberse enviada a colaborar en la obra redentora de su
Hijo dando testimonio de fe, de escucha y de oración.
Desde hace unos días en un periódico local están entregando unas medallas de la Virgen. La colección se llama “Devociones de la Virgen en
el mundo”. Recoge unas cuantas de las advocaciones de la Virgen, y
ésta aparece con diferentes nombres, caras, vestidos... etc. Sin embargo, la Virgen María es la misma.
Por encima de tantas devociones, conviene recordar que María era una
muchacha que vivía en un pueblo de Galilea llamado Nazaret. Su padre
se llamaba Joaquín y su madre Ana. Era una familia humilde y sencilla
de aquella época.
Siendo muy joven se prometió en matrimonio, como era costumbre,
con un carpintero llamado José.
Dios se fijó en ella para ser la madre de su Hijo y ella aceptó generosamente su voluntad, sin pensar en las consecuencias que este hecho le
acarrearía. Su marido, José, permaneció a su lado y juntos superaron
las dificultades de un camino que no fue fácil.
Como ya dijo el Vaticano II, A.A.4: El modelo perfecto de la espiritualidad apostólica es la Santísima Virgen María, que mientras vivió en este
mundo una vida igual a la de los demás, llena de preocupaciones fami-
JUZGAR
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un
hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba
María. El ángel, entrando a su presencia, dijo: «Alégrate, llena de
gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres».
Llamados y enviados como María
LLAMADOS Y ENVIADOS
COMO MARÍA
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era
aquél. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado
gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y
le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará
sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?»
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza
del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el santo que va a
nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí tienes a tu pariente Isabel que,
a pesar de su vejez, ha concebido un hijo, y ya está de seis meses
la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
La Anunciación - Lucas 1, 26-38
1
z En el día a día del seguimiento del Señor, ¿qué me hace preguntar
La Anunciación es la revelación del misterio de la Encarnación, la donación salvífica que Dios hace de sí mismo. María, mujer de fe y de una
generosidad sin límites, se entrega a la voluntad del Padre y acoge sus
deseos con total disponibilidad.
z ¿Me siento “agraciado” por el Señor, soy consciente de que su Gracia
El papel de María es insustituible, ya que si el anuncio del nacimiento
del Mesías se tradujo efectivamente en su encarnación, fue porque ese
anuncio encontró eco en la disponibilidad de esta joven de Nazaret
desposada con José.
Además, aunque siempre se subraye la disponibilidad de María, no hay
que olvidar también que la Anunciación la sorprende, y que no sabe en
absoluto cómo conciliar las palabras del ángel con el sentimiento de
no saber en qué consiste lo que le propone.
El ángel viene a visitar a esta joven en un pueblo perdido del que nadie
espera que salga nada bueno, y a ella ha dirigido y seguirán dirigiendo
los ojos generaciones y generaciones de cristianos. Para felicitarla,
pero también para aprender ella, que aceptó entrar tan íntimamente en
el misterio de los misterios, como mujer de oración completamente
dócil, pero que no renuncia a entender cómo puede ocurrir en ella lo
que le garantiza el ángel.
El “sí” de María a la voluntad de Dios marca el final de todo el diálogo,
que recuerda a todos los hombres y mujeres “seducidos” por Dios, llamados y enviados para implicarse en su obra. Se trata de admitir, por la
fe, que “nada es imposible para Dios”. La respuesta de María: “Aquí está
la esclava del Señor”, no es tanto un acto de humildad cuanto un acto
de fe, y un acto que expresa su voluntad de cooperar a la gloria de
Dios.
Una vez que se fue el ángel, María se queda sola, pero a la vez “llena
de gracia” y segura de que Dios la ha convertido en objeto de su amor,
y que sobre ella descansa la sombra de su poder. Por eso, sale de su
encuentro extraordinario con Dios deseosa de ser su esclava.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿He tenido alguna experiencia de “anunciación”, alguna vez me han
propuesto colaborar en alguna tarea eclesial? ¿Cómo me sentí? ¿Me
creo que Dios también me llama, como a María?
«Cómo será eso...»? ¿Qué hago para buscar respuesta? ¿Me fío de
Dios, como María, aunque no acabe de entender?
puede actuar en mí y a través de mí? ¿Qué siento al respecto?
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su
vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi
vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el
Señor se cumplirá».
La visita de María a su prima Isabel - Lucas 1, 39-45
Llamados y enviados como María
Ante el saludo del ángel, María se turbó y se preguntaba qué significarían aquellas extraordinarias palabras y, en concreto, la expresión “llena de gracia”.
Después de la narración de la Anunciación, el evangelista Lucas nos
guía tras los pasos de la Virgen de Nazaret hacia una ciudad de Judá.
María llegó con prontitud para visitar a Isabel, su parienta, que también
esperaba un hijo por el poder de Dios.
¿Por qué tiene Lucas tanto interés en señalar que María se puso en camino “de prisa”? Ciertamente para subrayar su caridad (Isabel ya estaba en el sexto mes de embarazo), pero también porque María, la llena
de gracia, se siente impulsada por la fe a ir al encuentro de la señal del
ángel, y sobre todo porque quiere compartir su alegría.
Saliendo del encuentro con el Señor en la Anunciación, María enseña
cómo tiene que ser todo auténtico viaje misionero: ponerse en camino
para llevar al Señor, a quien se lleva dentro, y con la fuerza que Él nos
da, acercarnos al otro en sus necesidades para luego alabar juntos a
Dios.
Más allá del mensaje cristológico (la salvación que se acerca a Israel,
representado por Isabel, a través de María, nueva Arca de la Alianza
que lleva al Señor) el episodio de la Visitación en que dos mujeres corren a abrazarse, es rico en importancia para la oración.
Lo que en él se vive es un dar-recibir contemplativo en el poder del Espíritu, que después de bajar sobre María llena ahora a Isabel. María, saludada por el ángel, saluda a su vez a Isabel. Y lo mismo que el saludo
2
El encuentro entre las dos primas visitadas por el Espíritu, cada una a su
manera, se convierte en oración para cantar las maravillas de la salvación operadas no sólo en María, sino también a su alrededor. Una oración en que la alegría y la exultación provocadas por el Espíritu se tornan en compartir y en caridad recíprocos.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Siento “prisa” por el Señor, me siento movido a comunicar y compar-
tir mi experiencia de fe con otros? ¿Es para mí una alegría compartir
con otros creyentes mi experiencia de fe?
z ¿Soy consciente de que mi experiencia de fe puede ayudar a que otros
también vivan esa experiencia y se llenen del Espíritu?
z En la Visitación encontramos un dar-recibir en la fe por el Espíritu San-
to. ¿He descubierto la necesidad de vivir la fe en comunidad, como
Iglesia, en un Movimiento o Institución? ¿Me doy cuenta de que en
ese compartir mutuo yo enriquezco a otros y también soy enriquecido
por el testimonio de fe de otros?
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley de Moisés,
los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén, para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación,
como dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”».
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre
justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu
Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo:
que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor. Impulsado
por el Espíritu, fue al templo.
Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con él
lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios.
Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del
niño.
Simeón los bendijo, diciendo a María, su madre: «Mira, éste está
puesto para que muchos en Israel caigan y se levanten; será como
una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
Presentación de Jesús en el templo - Lucas 2, 22-40
En el episodio de la presentación de Jesús en el Templo aparece claro
que María no es una simple espectadora del misterio de su Hijo. Aunque en silencio, está activamente presente en la ofrenda y acepta implicarse en el destino de su Hijo.
El episodio de la presentación sólo atañe directamente a Jesús, pero
una vez más Lucas ha querido introducir en él a la madre de Jesús y hacerla participar en él estrechamente. María y José, al ofrecer su hijo a
Señor, no sólo cumplen la ley de Moisés referente a todos los primogénitos de Israel, sino que, sin saberlo, anticipan la ofrenda única de Cristo.
Aparentemente María y José cumplen las simples prescripciones de la
Ley, pero Simeón subraya el alcance mesiánico de esa ofrenda. Se trata
del Hijo, pero la Madre está llamada también, como ningún otro, a jugar un papel de primer orden: “Y a ti una espada te atravesará el alma”.
Aquí el corazón designa toda la persona de María; y en el lenguaje bíblico, la espada simboliza con frecuencia la Palabra de Dios, una Palabra que se hará definitiva con el Mesías, “luz para alumbrar”, pero también “bandera discutida”.
Llamados y enviados como María
del ángel había llevado a María primero a turbarse y luego a una total
disponibilidad, su saludo hace saltar de alegría el seno de su prima y
que llegue a ella la plenitud del Espíritu: Isabel, gracias al Espíritu, reconoce en María la bendición de Dios y por eso puede llamarla dichosa.
El silencio de María ante la dura profecía que le dirige Simeón pone de
manifiesto su plena aceptación. Al ofrecer a su Hijo como mandaba la
ley del Señor, María reconoció que no era suyo, sino que pertenecía a
Dios, y en las palabras de Simeón comprendió que tendría que participar de manera personal en una misión que se anunciaba dolorosa. Y
esta ofrenda personal tendrá que renovarla a lo largo de toda su vida,
cerca o lejos de su Hijo.
PARA LA REFLEXIÓN:
z Como Simeón, ¿sé reconocer la presencia de Dios en lo cotidiano de
la vida?
z ¿Sé presentar con humildad a Jesús, como lo hicieron María y José?
z Como María, ¿Estoy dispuesto a aceptar que la Palabra de Dios sea
“una espada que atravesará mi corazón”? ¿Asumo los dolores y sinsabores del seguimiento del Señor?
3
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea, y la madre de
Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos estaban también invitados a
la boda. Faltó el vino, y la madre de Jesús le dijo: «No les queda
vino».
Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora».
Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él diga...».
Las bodas de Caná - Juan 2, 1-11
María aparece aquí como madre de Jesús al comienzo de su vida pública. De modo significativo, María contribuye al comienzo de las señales
que revelan el poder mesiánico de su Hijo. Aunque la respuesta de Jesús a su made parezca un rechazo, María se dirige a los criados y les
dice: “Haced lo que Él os diga.”
Jesús, en un primer momento, parece rechazar la intervención de su
madre. Jesús toma distancias respecto a su madre para mostrarle, lo
mismo que a todos, que va a comenzar ese cambio radical (como el
agua en vino) pero cuando sea “su hora”, no la que le digan los demás.
Y en esta perspectiva es donde Juan ha querido situar a María, que es
la primera de todos los discípulos que manifiesta su fe en Jesús. Su oración, más que de intercesión, es una oración de abandono total en la
voluntad de Dios que va a manifestarse en su Hijo. Sin saber cuáles son
las intenciones reales de Jesús, se rinde por completo a lo que Él quiera hacer.
Sumamente cercana a Él como madre, sabe sin embargo hacerse a un
lado y dice a los sirvientes: “Haced lo que Él os diga.” De madre de Jesús se convierte en su esclava, esperando en la fe únicamente lo que él
quiera hacer. Su relación con su Hijo se convierte de física en completamente espiritual, en el mismo plano que cualquiera de los otros discípulos.
“Haced lo que él os diga” son las últimas palabras que el Nuevo Testamento nos transmite de María, y señalan a ésta como el modelo de los
creyentes. María no es alguien que lleva a su Hijo a cambiar de opinión, como si tuviese necesidad de que se le recuerde la misericordia,
sino alguien que acepta en todo su voluntad y enseña a los demás a hacer otro tanto.
“Haced lo que él os diga”, más que un consejo, es la actitud del corazón fiel y orante de María. Ésta es la orientación de toda oración que,
aunque nazca de una necesidad concreta (“no les queda vino”), debe
someterse siempre a la voluntad sabia de Dios. No oramos para ser escuchados, sino para escuchar a Dios, es decir, para dejar que sea él
quien decida qué es lo mejor para el proyecto que él tiene sobre nosotros.
Jesús, al escuchar la oración de María, la hace participar en su camino,
que empieza a manifestarse con el primero de sus signos que revela su
gloria a los suyos y al mundo. Y con ello la convierte en el modelo de
los discípulos. Ellos creyeron en él, pero tendrán que seguirlo hasta el
cumplimiento pleno de los signos en la realidad de la cruz.
PARA LA REFLEXIÓN
z ¿Soy sensible a las situaciones de carencia o necesidad de las perso-
nas de alrededor? ¿Las llevo a la oración, las presento a Jesús?
Llamados y enviados como María
ACTUAR
z ¿Acepto esperar a que llegue “la hora” de Jesús, esperando en la fe a
que Él actúe?
z ¿Soy capaz de decir “Haced lo que Él os diga”? ¿Hago yo lo que Él
dice, acepto la voluntad de Dios?
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a
su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo».
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella
hora, el discípulo la recibió en su casa.
María al pie de la cruz - Juan 19, 25-27
El arco de la manifestación de la “gloria” de Jesús, que se abre en el signo de Caná, se cierra en la cruz. Más aún, tanto en Caná como en el
Calvario, a María se la presenta como Madre de Jesús y éste se dirige a
ella llamándola “mujer”.
María, que en el resto del cuarto evangelio permanece escondida entre
los discípulos más desconocidos, vuelve a aparecer en el momento en
que la hora alcanza su cénit y en que Jesús tiene conciencia de que
todo ha terminado.
4
Este papel trasciende la misma persona de la Virgen, como la trasciende también su papel de Madre de Dios; pero junto a esta función materna que sólo puede provenir del poder del Altísimo, no podemos olvidar su desgarramiento interior y su reacción personal. Con razón la
devoción milenaria de los fieles la ha venerado como la Dolorosa.
¿Qué ocurre en su interior al pie de la cruz de su Hijo? María acepta
ser “mujer de dolores”, acepta que la grandeza de su Hijo, que el ángel
le anunció en Nazaret, se manifieste en esa reducción de Jesús a la situación de desprecio del pueblo.
Sin duda María oró en esos momentos, uniéndose al grito y al abandono de su Hijo, sostenida por las mismas palabras de los Salmos. Pero su
oración coincide, sobre todo, con su presencia, de pie, “junto a la cruz
de Jesús”.
Sorprende que en el cuarto evangelio se hable tan poco de María, hasta el punto de que ni siquiera se menciona su nombre. Pero precisamente esa sobriedad refleja el realismo de la presencia de María al lado
de un Hijo que no vino a que lo sirvieran sino a servir. Tras las huellas
de Jesús, y sobre todo al pie de su cruz, ella aprendió que las grandes
cosas del Todopoderoso, que había proclamado en el Magnificat, sólo
suceden en esa entrega total de uno mismo.
En eso María imita a su Hijo, que da su vida libremente y que enseña
que si el grano de trigo no cae en tierra no muere ni da frutos. La exaltación de los humildes y la humillación de los soberbios no se produce necesariamente con una inversión de las situaciones sociales, sino
cuando renunciemos a nosotros mismos y carguemos con la cruz siguiendo a Jesús. Esto vale para todos, y en primer lugar para María, su
Madre. Su oración al pie de la cruz consiste en acoger el dolor de su
Hijo y de todos los demás hijos en los que está llamada a reconocerlo
a él, ella más que cualquier otro discípulo.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Acepto la cruz, como camino de salvación, porque manifiesta la glo-
ria de Dios?
z ¿Acompaño “al pie de la cruz” a alguien? ¿Cómo lo hago?
z ¿Veo en María un modelo para aguantar los “dolores” de la cruz, pro-
pia o ajena, manteniendo la esperanza?
Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres,
con María, la madre de Jesús... Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De repente, un ruido del
cielo, como de un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se
repartían, posándose encima de cada uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron a hablar en lenguas extranjeras, cada uno
en la lengua que el Espíritu le sugería.
Pentecostés - Hechos de los apóstoles 1, 14.2, 1-11
Llamados y enviados como María
Los sinópticos mencionan la presencia a distancia de varias mujeres en
el Calvario, entre ellas María la Magdalena, pero no la de María. En
Juan, al contrario, están cerca y entre ellas se destaca la Madre de Jesús. Jesús, poco antes de inclinar la cabeza y expirar, le confía al discípulo y la confía a ella al discípulo. De esa manera convierte a su madre
en Madre de cuantos crean en él, cuyo representante es el discípulo a
quien tanto quería. Jesús abre una dimensión que va mucho más allá
de la preocupación de un hijo por su madre viuda y sola: Jesús constituye a María en Madre de todos sus discípulos, presentes allí en la persona de Juan, y por tanto en “Madre de la Iglesia”.
La última mención que se hace de María en el Nuevo Testamento la fija
en medio de la Iglesia en oración, con el grupo de los discípulos que
esperaban al Espíritu que Jesús les había prometido. Aunque María, en
virtud de su misión excepcional y única, haya sido inundada desde el
principio por el Espíritu Santo, no queda separada del resto de Iglesia
que va a nacer por el mismo poder el Espíritu que engendró en ella al
Mesías, Hijo de Dios. La Iglesia aprende de ella la constancia en la espera y la actitud de un corazón abierto a la gracia.
Mientras estaban todos reunidos, se llenaron todos de Espíritu Santo.
Ese “todos” incluye también a María, que definitivamente iluminada
acerca de lo que ya había experimentado y creído de su Hijo, se convierte ahora en testigo, silencioso pero único, en medio de sus discípulos.
Los Doce podrán decir cosas en razón de su experiencia al lado del
Maestro, pero hay cosas que ni siquiera ellos conocen y que sólo María, en virtud de su relación única con su Hijo y desde su fe, puede
contar a toda la Iglesia.
Ella ha creído antes que ellos y, en su calidad de Madre de Jesús, los
precede y los guía en ese camino de la espera que ella conoce tan
bien. María tiene también en la fe, una experiencia del Espíritu que ni
siquiera los apóstoles conocen. La Iglesia va a ser introducida en la ex-
5
María, modelo de oración, nos enseña, pues, a pedir con asiduidad y
constancia la única cosa que el Padre no puede ni quiere negar a los
suyos cuando le piden: el Espíritu Santo, ese Espíritu que puede convertirnos a todos en madres, hermanos y hermanas de Cristo, capaces
de hacer que él crezca en nuestros corazones, de guardar sus palabras
y de ser testigos suyos.
PARA LA REFLEXIÓN:
z ¿Puedo afirmar que persevero en la oración, tanto individual como co-
munitariamente?
z
“Los Doce podrán decir cosas en razón de su experiencia al lado del
Maestro, pero hay cosas que ni siquiera ellos conocen y que sólo María, en virtud de su relación única con su Hijo y desde su fe, puede
contar a toda la Iglesia”. ¿Qué descubro en María que me ayuda a conocer mejor a Jesús?
Llamados y enviados como María
periencia que María vivió ya en su intimidad y al lado de su Hijo.
z ¿Qué lugar ocupa María dentro de mi vida de fe? Como María, ¿me
siento también llamado y enviado, con la fuerza del Espíritu Santo, a
ser testigo de Jesús Resucitado?
6
JUZGAR
z
¿Me siento “agraciado” por el Señor, soy consciente de que su Gracia puede actuar en mí y a través de
mí? ¿Qué siento al respecto?
z En el día a día del seguimiento del Señor, ¿qué me
hace preguntar «Cómo será eso...»? ¿Qué hago para
buscar respuesta? ¿Me fío de Dios, como María, aunque no acabe de entender?
z
¿He tenido alguna experiencia de “anunciación”,
alguna vez me han propuesto colaborar en alguna
tarea eclesial? ¿Cómo me sentí? ¿Me creo que Dios
también me llama, como a María?
La Anunciación - Lucas 1, 26-38
María contestó: «Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra».
El ángel le contestó: «El Espíritu Santo vendrá sobre
ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá con su sombra; por
eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios. Ahí
tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha
concebido un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible».
Y María dijo al ángel: «¿Cómo será eso, pues no conozco varón?»
El ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás
a luz un hijo y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará
el trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin».
Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué
saludo era aquél.
A los seis meses, el ángel Gabriel fue enviado por Dios
a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la estirpe de David; la virgen se llamaba María. El ángel,
entrando a su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las mujeres».
z
¿Qué es lo que más me llama la atención de su
vida? ¿Por qué?
z ¿Qué sé de la Virgen María? ¿Qué diría de ella a alguien que me preguntase?
z
¿Cómo me imagino a María, hay alguna advocación
a la que tenga especial devoción? ¿Por qué?
VER
Llamados y Enviados
como María
z Como María, ¿Estoy dispuesto a aceptar que la Palabra de Dios sea “una espada que atravesará mi corazón”? ¿Asumo los dolores y sinsabores del seguimiento del Señor?
z ¿Sé presentar con humildad a Jesús, como lo hicieron María y José?
z Como Simeón, ¿sé reconocer la presencia de Dios
en lo cotidiano de la vida?
Presentación de Jesús en el templo - Lucas 2, 22-40
Vivía entonces en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso, que aguardaba el consuelo de Israel; y el Espíritu Santo moraba en él. Había recibido un oráculo del Espíritu Santo: que no vería la muerte antes de ver al Mesías del Señor.
Impulsado por el Espíritu, fue al templo. Cuando entraban con el niño Jesús sus padres para cumplir con
él lo previsto por la ley, Simeón lo tomó en brazos y
bendijo a Dios. Su padre y su madre estaban admirados por lo que se decía del niño. Simeón los bendijo,
diciendo a María, su madre: «Mira, éste está puesto
para que muchos en Israel caigan y se levanten; será
como una bandera discutida: así quedará clara la actitud de muchos corazones. Y a ti, una espada te traspasará el alma».
Cuando llegó el tiempo de la purificación, según la ley
de Moisés, los padres de Jesús lo llevaron a Jerusalén,
para presentarlo al Señor, de acuerdo con lo escrito
en la ley del Señor: «Todo primogénito varón será consagrado al Señor», y para entregar la oblación, como
dice la ley del Señor: “un par de tórtolas o dos pichones”».
z
En la Visitación encontramos un dar-recibir en la fe
por el Espíritu Santo. ¿He descubierto la necesidad de
vivir la fe en comunidad, como Iglesia, en un Movimiento o Institución? ¿Me doy cuenta de que en ese
compartir mutuo yo enriquezco a otros y también soy
enriquecido por el testimonio de fe de otros?
z ¿Soy consciente de que mi experiencia de fe puede ayudar a que otros también vivan esa experiencia
y se llenen del Espíritu?
¿Siento “prisa” por el Señor, me siento movido a
comunicar y compartir mi experiencia de fe con
otros? ¿Es para mí una alegría compartir con otros
creyentes mi experiencia de fe?
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La visita de María a su prima Isabel - Lucas 1, 39-45
En aquellos días, María se puso en camino y fue aprisa
a la montaña, a un pueblo de Judá; entró en casa de
Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó
Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?
En cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó
de alegría en mi vientre. Dichosa tú, que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá».
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“Los Doce podrán decir cosas en razón de su experiencia al lado del Maestro, pero hay cosas que ni siquiera ellos conocen y que sólo María, en virtud de
su relación única con su Hijo y desde su fe, puede
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¿Puedo afirmar que persevero en la oración, tanto
individual como comunitariamente?
Pentecostés - Hechos de los apóstoles 1, 14.2, 1-11
Todos perseveraban unánimes en la oración con algunas mujeres, con María, la madre de Jesús... Al llegar
el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el
mismo lugar. De repente, un ruido del cielo, como de
un viento recio, resonó en toda la casa donde se encontraban. Vieron aparecer unas lenguas, como llamaradas, que se repartían, posándose encima de cada
uno. Se llenaron todos de Espíritu Santo y empezaron
a hablar en lenguas extranjeras, cada uno en la lengua que el Espíritu le sugería.
z ¿Veo en María un modelo para aguantar los “dolores” de la cruz, propia o ajena, manteniendo la esperanza?
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¿Acompaño “al pie de la cruz” a alguien? ¿Cómo lo
hago?
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¿Acepto la cruz, como camino de salvación, porque
manifiesta la gloria de Dios?
María al pie de la cruz - Juan 19, 25-27
Luego, dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y
desde aquella hora, el discípulo la recibió en su casa.
En aquel tiempo, junto a la cruz de Jesús estaban su
madre, la hermana de su madre, María, la de Cleofás,
y María, la Magdalena. Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre:
«Mujer, ahí tienes a tu hijo».
z ¿Soy capaz de decir “Haced lo que Él os diga”?
¿Hago yo lo que Él dice, acepto la voluntad de Dios?
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¿Acepto esperar a que llegue “la hora” de Jesús, esperando en la fe a que Él actúe?
z ¿Soy sensible a las situaciones de carencia o necesidad de las personas de alrededor? ¿Las llevo a la
oración, las presento a Jesús?
Las bodas de Caná - Juan 2, 1-11
Su madre dijo a los sirvientes: «Haced lo que él
diga...».
Jesús le contestó: «Mujer, déjame, todavía no ha llegado mi hora».
En aquel tiempo, había una boda en Caná de Galilea,
y la madre de Jesús estaba allí. Jesús y sus discípulos
estaban también invitados a la boda. Faltó el vino, y la
madre de Jesús le dijo: «No les queda vino».
ACTUAR
z ¿Qué lugar ocupa María dentro de mi vida de fe?
Como María, ¿me siento también llamado y enviado,
con la fuerza del Espíritu Santo, a ser testigo de Jesús
Resucitado?
contar a toda la Iglesia”. ¿Qué descubro en María
que me ayuda a conocer mejor a Jesús?
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