FE QUE DA AUTORIDAD Dios me anima a llegar a ser un creyente de firme confianza en él, y a crecer tan sólido en la disciplina, que él me podrá confiar funciones de responsabilidad en su gran plan eterno. El tercer nivel de fe, después de la fe débil y la fe confirmada es la fe que da autoridad. Ese nivel de fe, fuertemente relacionada a la oración intercesora, es la fe por medio de la cual Dios se pone a nuestra disposición, por decirlo así. En las palabras de Rees Howells, fundador del Colegio Bíblico de Gales, es la clase de fe que entiende cuando el objetivo está «asegurado» y ya no se necesita ofrecer más oración. Al ganar esa posición, Dios nos da una especie de carta blanca en la que podemos pedirle cualquier cosa que deseemos dentro del área de nuestra victoria. Ejemplo de ese tipo de fe es Moisés cuando intercedió por Israel (Éxodo 32.7?14). Debido al pecado de Israel de hacer un becerro de oro para adorarlo, Dios determinó destruir al pueblo y formar una nueva nación utilizando solamente a Moisés. Sólo hombres de confianza reciben tal autoridad, y esta es dada sólo en un área específica. Pero Moisés oró angustiadamente por su pueblo y alcanzó el lugar en donde Dios, en un sentido, se puso a su disposición para hacer cualquier cosa que pidiera. La posición fue ganada, la autoridad fue alcanzada, y la llave fue dada. Entonces Moisés, utilizando su nueva autoridad, le pidió a Dios que restaurara a Israel en su favor y gracia, lo que Dios hizo por causa de Moisés. Los ejemplos abundan: la autoridad de Pedro para con los gentiles, la autoridad de los discípulos sobre los demonios, la autoridad de Pablo para con los gobernantes y la autoridad de Elías sobre sus enemigos. Sólo hombres de confianza reciben tal autoridad, y esta es dada sólo en un área específica. Tales personas son los dedos y manos de Dios, extendidos en la tierra. Encontramos en la base de la escalera de la fe las palabras «sube lo más alto que puedas». Dios me anima a llegar a ser un creyente de firme confianza en él, y a crecer tan sólido en la disciplina, que él me podrá confiar funciones de responsabilidad en su gran plan eterno. Ojalá que cuando lance una mirada a su ejército para encontrar gente responsable, me encuentre a mí como a Abraham, «fortalecido en su fe, dando gloria a Dios» (Romanos 4.20).