UNCIÓN DE ENFERMOS1 Uno de los rasgos más característicos de Jesús en el evangelio es que curaba a los enfermos, les dedicaba su tiempo, les animaba. Este ministerio curativo de Jesús tenía un sentido mesiánico: era símbolo y sacramento del poder liberador integral que tenía como Mesías. Asumiendo nuestras debilidades en sí mismo («cargó con nuestras enfermedades» Mt 8, 17), curaba los males corporales y comunicaba el perdón y la reconciliación con Dios. La comunidad cristiana recibió el encargo de continuar con este ministerio: «curad a los enfermos y decidles: el Reino de Dios está cerca de vosotros» (10,.9), y en efecto «ellos se fueron a predicar, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban» (Mc 6,12s). El ministerio curativo, hecho de cercanía y asistencia humana, tenía también desde el principio una versión sacramental. La carta de Santiago tiene un pasaje que se ha interpretado como el origen del sacramento de la Unción de los enfermos: « ¿Sufre alguno de vosotros? Que rece. ¿Hay alguno enfermo? Llame a los responsables (los «presbíteros») de la comunidad, que recen por él y lo unjan con aceite invocando al Señor. La oración hecha con fe dará la salud al enfermo y el Señor hará que se levantes. Si, además tiene pecados, se le perdonarán» (Sant 5,13-15). Durante dos mil años la Iglesia ha seguido cuidando de los enfermos en todas las dimensiones, y también celebrando con ellos este sacramento de la Unción, dándoles la fuerza y la gracia en su debilidad. En siglos sucesivos, sobre todo a partir del siglo IX, se desplazó el sentido de este sacramento: en vez de ser la gracia curativa y aliviadora para los enfermos, empezó a considerarse como el sacramento de los moribundos, y se pasó a llamar «Extrema-Unción». El Concilio Vaticano II quiso que se vuelva a llamar «Unción de los enfermos» con más propiedad (SC 73), y encargó una reflexión y una reforma en la celebración del sacramento (SC 74-75). Siguiendo sus consignas, apareció el nuevo Ritual en 1972 (edición castellana 1974), precedido de la Constitución Apostólica de Pablo VI «Sacram Unctionem Infirmorum», de los Prenotandos y de las orientaciones doctrinales y pastorales del Episcopado Español (Cf E 2832-2936). La Unción es el sacramento específico para los cristianos enfermos. Los textos de la celebración lo presentan como el encuentro sacramental con Cristo médico y pastor, que está cercano y sigue curando, aliviando y liberando el mal. «Con la sagrada Unción de los enfermos y la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda los enfermos al Señor paciente y glorioso para que los alivie y los salve e incluso les exhorte a que, asociándose voluntariamente a la pasión y a la muerte de Cristo, contribuyan así al bien del Pueblo de Dios» (LG 11). El sujeto de este sacramento no son sólo los que encuentran en los últimos momentos de su vida, sino también los que ya empiezan a estar en peligro de muerte por enfermedad o vejez (SC 73), o como dice el Ritual, «los seriamente afectados por la enfermedad» (n. 47), incluidos los ancianos «cuyas fuerzas se debilitan seriamente, aún cuando no padezcan una enfermedad grave» (n. 11). El ministro de la Unción es sólo el presbítero, aunque en la historia de los primeros siglos también la administraban los laicos. Los efectos del sacramento los describen bien los mismos textos. Mientras le unge, el ministro le dice al enfermo: «por esta santa unción y por su bondadosa misericordia, te ayude el Señor con la gracia del Espíritu Santo. Para que, libre de tus pecados, te conceda la salvación y te confronte en tu enfermedad». El efecto se identifica con la «gracia del Espíritu»: «te rogamos, Redentor nuestro, que por la gracia del Espíritu Santo, cures…sanes…perdones…ahuyentes…devuelvas la salud espiritual y corporal» (Ritual 144). 1 José Aldazábal, Vocabulario Básico de Liturgia, biblioteca litúrgica 3, Barcelona 2002, pág. 401-402. Una novedad del Ritual postconciliar ha sido la posibilidad de la celebración colectiva de la Unción de enfermos (Ritual 157-166), por ejemplo en uno de los domingos de Pascua.