JESUCRISTO NUESTRA FE 1 Tomado en gran parte de A. GESCHÉ, Jesucristo, Sígueme, Salamanca 2002. 1 LOS ORÍGENES… Todo el mundo está de acuerdo en afirmar que entre la muerte de Jesús y la constitución de la primera comunidad cristiana “algo” ocurrió; lo cual explicaría el sorprendente cambio producido al pasar de una situación a la otra. La muerte de Jesús en la cruz coloca al grupo de sus seguidores en una situación de desconcierto y hasta les hace, quizás, abandonar la esperanza que habían puesto en él. Algún tiempo después asistimos al nacimiento de algunas comunidades en las que la fe en Jesús salvador y el convencimiento de una misión sorprenden por su entusiasmo y por su seguridad. Es el punto de arranque de la grandiosa aventura cristiana, histórica y espiritual, que conocemos. ¿Qué es lo que ocurrió? Los apóstoles se sobrepusieron seguramente y, aplicándose a la reflexión, a releer los años pasados con Jesús, llegaron a la convicción de que por encima del fracaso de la muerte de Jesús, la experiencia que habían llevado a cabo no debía desfondarse y que la intención, las palabras y las obras de Jesús debían ser continuadas. En definitiva se trató de un proceso intelectual. ¿O fue más bien una revelación interior como las de Abrahán o Moisés? En última instancia, se trataría de un proceso espiritual. ¿O se trató, en definitiva, de un acontecimiento, sea cual fuere que les descubrió el nuevo destino de Jesús y que a partir de ese momento ellos debían anunciar? Un hecho histórico y, en cierto sentido, exteriormente perceptible. Todas estas hipótesis (y otras muchas) se han manejado a lo largo de la historia para tratar de dar explicación y sentido a lo que allí pasó en el S. I y al surgimiento novedoso de esta nueva comunidad de “cristianos”. Vamos a tratar de pensar y explicar lo que esté a la base de todo ello, lo que de cierto podamos conocer, que no son tan pocas cosas como a veces nos imaginamos. UNA PALABRA ¿Fue un trabajo de reflexión? ¿Una obra de revelación? ¿Desprendida de un acontecimiento? De momento, nosotros no sabemos nada. Lo que sí sabemos es que, para describir este interrogante desconocido, las Escrituras pronuncian una palabra: “resurrección”. Respecto al significado de esa palabra, de momento, tampoco sabemos mucho más. Sí sabemos, en cambio, que ésta es la palabra que fue pronunciada y extendida para dar nombre a lo que había ocurrido. Del mismo modo, incluso los autores más racionalistas nunca pensaron que fuera posible proceder de otro modo, sea cual fuere el contenido o la ausencia de él que ellos creyeran tener que dar a la palabra “resurrección”. Citemos, aunque sólo sea uno, de los casos más representativos: el alemán D.F. Strauss en 1864, pleno periodo racionalista, escribió la “Nouvelle vie de Jesus” en ella nos decía: “La fe en la resurrección de Jesús es de una importancia histórica capital, en el sentido de que no se ve cómo, prescindiendo de ella, hubiera sido posible formar jamás una comunidad cristiana”. 2 Si, cuando oímos esta palabra, creemos saber de antemano de qué se trata, dejándonos guiar por nuestras ideas y por nuestros prejuicios, erraremos seguramente nuestro camino, como ha ocurrido tantas veces. Porque si creemos que ya sabemos lo que esa palabra es no partiremos a la búsqueda de nada, sino a la verificación de algo que ya conocemos. No buscaremos así lo que allí ocurrió o lo que en ella se nos ha querido significar. Lo que nosotros sabemos, de momento, es solamente esto: escondida entre dos acontecimientos, localizados ellos y localizables (la muerte de Jesús y el nacimiento de una comunidad cristiana), tenemos la existencia de una desconocida llamada resurrección. PARA EMPEZAR BIEN…LAS PALABRAS La resurrección de Jesús tiene para nosotros, ante todo, una existencia lingüística y es por ahí precisamente por donde debemos empezar. ¿Qué es lo que se ha dicho y qué es lo que se quiso decir? Porque, si lo pensamos bien, no tenemos nada que no haya sido nombrado previamente (1 Cor 14, 10). Después de todo, al igual que la palabra “Dios”, la expresión “resurrección” existe. Tiene pues, al menos, una existencia lingüística, lo que significa que por lo menos una vez ha querido decir algo. El lenguaje es como el lugar natal de la experiencia y desde ahí se comprende lo arriesgado que resulta querer atraparlo fuera de ese lugar donde ha nacido. Queremos decir con esto, que no hay para nosotros acontecimientos puros, hechos desnudos. Podríamos decir que sólo nos encontramos con acontecimientos narrados e interpretados y que fuera de ellos no será posible captar la situación en cuestión. Por ello las palabras que usemos para expresarnos son siempre muy importantes ya que, no sólo expresan el hecho, sino que a la vez definen su significado. ANTE TODO, UN ANUNCIO El “texto de la resurrección”, tal como se nos ofrece en la Escritura, se abre no a la relación de un hecho, sino a una palabra. Cuando las mujeres llegan a la tumba con intención de ungir el cadáver, no se produce ningún acontecimiento sino un puro anuncio: “Ha resucitado” (Mc 16, 6). El acontecimiento que viven las mujeres, y que las mantiene en suspenso (pasmo, duda, sorpresa, una cosa tras otra y todo al mismo tiempo), se apoya en el simple anuncio de un mensaje. Porque, si bien es cierto que quien hace el anuncio (el ángel) les muestra seguidamente la tumba vacía, todos los exegetas están de acuerdo en no ver ahí un gesto de prueba, sino una invitación viva y expresa a abandonar ese lugar que les distrae de la búsqueda de Jesús, y una invitación también a no perder el tiempo inútilmente buscando a Jesús, justamente en el sitio donde no se le debe buscar (cf. Lc 24, 5-6). El ángel de nuestro texto continúa enseguida con una “misión de palabra”, propone a las mujeres que anuncien a los otros discípulos que Jesús había resucitado. Cuando el texto nos habla de “un joven vestido de blanco” está trasmitiendo la idea, no de un ser humano ordinario, sino de un “personaje celeste”. Aquí, se trata tal y como lo expresa la escritura de una revelación y no precisamente de una constatación empírica. Cuando la biblia quiere dejar patente la presencia de Dios, su manifestación o el envío de un mensaje de su parte lo hace indicando la presencia de ángeles (seres no de este mundo). 3 Con este texto de Marcos es como si hubiera dicho: Dad un paso adelante, dejad atrás las preocupaciones piadosas que os han conducido hasta aquí y corred a decir mi mensaje a los apóstoles. Es allí donde ellos están, no aquí, donde ellos se darán cuenta de que el Señor está en medio de ellos. El peso de las palabras está por encima del peso de los hechos. No nos preocupa tanto lo que pudo pasar objetiva y materialmente sino el sentido que le dieron aquellos que seguían a Jesús. Su experiencia de fe y la expresión de ésta en cuya dinámica nos vemos envueltos también nosotros hoy como creyentes. Con esto no estamos queriendo decir que todo haya sido una creación de la imaginación de los discípulos y un poner palabras a algo que nunca fue, sólo estamos constatando, una vez más, que hay hechos, sobre todo, cuando estamos hablando de Dios, a los que sólo se accede por fe. La razón lógica o nuestros sentidos no nos llevan de por sí a confesar la fe en la resurrección de Jesucristo. Precisamente por eso, porque este acontecimiento lingüístico se reserva para aquellos que tienen fe, los demás pronuncian esta palabra en vacío, sin saber bien lo que quieren decir, la usan como sinónima de otras distintas: “revivificación”, “inmortalidad”, “despertar de muertos” “zombies” o como una alternativa igual de válida que la reencarnación, nada más lejos de la verdad que intentaremos descubrir en el ámbito de la fe. UNA FIESTA Y UN ENVÍO Asistimos, en este tema, a una celebración, a una especie de fiesta de la resurrección en el lenguaje. Se tiene la impresión, casi física, de asistir a una increíble explosión de lenguaje, a un intercambio de contraseñas, si se puede hablar de este modo: de las mujeres a los discípulos, de estos a los apóstoles, de estos otros entre sí y de ellos mismos a nosotros, lectores, invitados a compartir lo mismo: “¡El Señor ha resucitado!”. Veamos esta fiesta del lenguaje: “En aquel mismo instante se pusieron en camino y regresaron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once y a todos los demás, que les dijeron: Es verdad, el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón. Y ellos contaban lo que les había ocurrido de camino”, que fue justamente un intercambio de palabras con el resucitado. “Empezando por Moisés y siguiendo por los profetas, les explicó lo que decían de él las Escrituras” (Lc 24, 33-35). Así, los beneficiarios del mensaje de la resurrección se transformaron en testigos, enviados a anunciar aquello que han escuchado y vivido. Imaginaos la suerte que hubiera corrido la resurrección si no hubiera sido transportada a través del lenguaje. Un prestigioso biblista protestante llamado Bultmann dice que “Jesús resucitó en el kerigma”, es decir, que Jesús resucitó cuando alguien se preocupó de transmitir ese mensaje fundamental que nos dan los evangelios, el de “su muerte y resurrección por nosotros, por nuestra salvación”. Pero hay que matizar esta afirmación: la resurrección de Jesús no es completamente ella misma y sólo entra 4 verdaderamente en la historia cuando es comunicada en el testimonio y la responsabilidad de la palabra. La comunidad cristiana ha hecho siempre memoria viva de este acontecimiento fundante para nuestra fe. Los primeros cristianos tuvieron claro lo que había pasado y se esforzaron porque nos llegara el mensaje. De esto no nos cabe duda porque conservamos todavía los documentos que lo fijaron por escrito desde muy temprano: las cartas paulinas a las primeras comunidades cristianas y los evangelios. Que la comunidad primitiva haya sido constituida mediante un intercambio de palabras es lo que da carácter propio a los comienzos apostólicos, en los que “lo real es justamente lo que se dice por la palabra del hombre”. EL TEXTO MÁS ANTIGUO QUE DA FE DE ELLO A san Pablo le dio por escribir una carta a la comunidad de los corintios en el año 51 d. C. y en ella les habla de la transmisión de la fe, de que él mismo les transmite lo que a su vez ha recibido. Con ella nos remontamos a la primera enseñanza recibida por Pablo, y está escrita con una terminología que todavía no es la paulina y mezclada con elementos muy primitivos que nos permiten contextualizar el pensamiento que refleja esta carta en la instrucción de Pablo después de su conversión (años 36-37 d.C.). Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os prediqué, que habéis recibido y en el cual permanecéis firmes, [2]por el cual también sois salvados, si lo guardáis tal como os lo prediqué... Si no, ¡habríais creído en vano! [3]Porque os transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; [4] que fue sepultado y que resucitó al tercer día, según las Escrituras; [5] que se apareció a Cefas y luego a los Doce; [6] después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los cuales todavía la mayor parte viven y otros murieron. [7]Luego se apareció a Santiago; más tarde, a todos los apóstoles. [8]Y en último término se me apareció también a mí, como a un abortivo. [1Cor 15, 1-8] “Cristo murió por nuestros pecados”. La declaración kerigmática, la verdad central de nuestra fe, comienza por la muerte de Cristo. Pero incluye una interpretación de salvación y de intercesión: “POR NOSOTROS” o “en lugar nuestro”. Lo que Pablo hace en este fragmento es, por un lado, confesión personal de su fe en Jesucristo [3b-4], y por otro testimonio de que lo ha visto, él junto con otros, resucitado, las llamadas apariciones del resucitado [5-8]. “Fue sepultado”, con esto Pablo quiere indicar el carácter real y no aparente de la muerte de Cristo, que fue verdaderamente sepultado en una tumba. Él no se preocupa de mencionar el hecho del sepulcro vacío, sólo le interesa afirmar la resurrección de Cristo. “Resucitó” esto lo formula Pablo con un verbo griego “egeiro”, que significa: despertar, estimular, levantar, erigir o alzarse, moverse. Y lo usa además en un tiempo verbal que indica una acción realizada en el pasado, pero cuyo efecto se mantiene en el presente (perfecto pasivo): Ej. “me han aprobado Inglés y sigo aprobado”. 5 “Al tercer día”. La resurrección tuvo lugar al tercer día. No se trata de una indicación cronológica, sino teológica. Los relatos de las apariciones de los evangelios hablarán de “el primer día de la semana”. Ahí reside toda su intencionalidad teológica. Pues la creación duró una semana. Jesucristo muere un viernes, que es, para los judíos el sexto día de la semana, donde inicia el descanso sabático para ellos (recordamos que a los otros dos ladrones les partieron las piernas para acelerar su muerte, ya que había que guardar el shabat judío de Pascua; y que al llegar a Jesús no hicieron nada porque ya estaba muerto). Pues bien, Jesús permanece muerto el día sexto (viernes) y el séptimo (sábado); por eso los evangelios nos dicen que “al tercer día” de estar muerto, es decir, el día primero: el domingo, resucitó. Por eso se le llamó “día del Señor” o dies Domine y se convirtió en el día de fiesta de todos los cristianos. ALGUNAS PALABREJAS DE RESURRECCIÓN En el Nuevo Testamento encontramos dos maneras de hablar de la resurrección: Una con el verbo griego “egeíro” que ya hemos comentado antes, y que significaba: despertar, estimular, excitar, levantar, erigir (transitivo), o despertarse, moverse, alzarse, levantarse (intransitivo). Otra con el verbo “anístemi”, que significa: levantar, alzar, erigir, despertar (transitivo) o levantarse (intransitivo). Éste, junto con su sustantivo derivado, “anástasis” aparecen con frecuencia en los evangelios. El verbo aparece 108 veces en el NT; de ellas 35 ocasiones con el significado técnico de “levantar de entre los muertos (transitivo) o de resucitar uno mismo de entre los muertos (intransitivo)”. El sustantivo anástasis aparece 41 veces en el NT, de ellas, a excepción de una (Lc 2, 34) siempre tiene el significado técnico de resucitar. Se puede percibir con claridad la especialización de este sustantivo para la resurrección. Se usaba para eso, y no hay mucho lugar a dudas de que pudieran querer expresar otra cosa. Nos hallamos ante un vocabulario muy antiguo de la tradición cristiana, prepaulino. Lo cual significa que estamos ante una comprensión muy primitiva de lo que había ocurrido con Jesús: fue levantado por Dios del reino de la muerte (ver Hch 2, 24). Al hacerlo, rompió las ataduras o ligaduras de la muerte, de tal forma que la muerte ya no tiene más poder sobre la humanidad. Pues la humanidad de Cristo Jesús ha descendido hasta los abismos (el “Sheol” judío, era el “lugar de los muertos” y estaba “abajo” con nuestro “inferos” o infierno) y ha hecho saltar en pedazos la fuerza antihumana de la muerte. De ahí que la muerte de Jesús tenga efectos salvíficos universales, aplicables en primer grado a los justos del AT, que se salvan en Cristo, más allá de quienes explícitamente se adhieren por el bautismo al Señor Jesús. La concepción central del NT implica que Jesús vive, pero vive de otra forma diferente a la habitual y conocida por nosotros. La resurrección de Jesús se distingue de todos los otros casos de resurrecciones del AT y del NT. La de Jesús se acompaña de la fórmula “de los muertos” o “de entre los muertos”. La nueva vida de Jesús es plenamente real y, al mismo tiempo, radicalmente 6 distinta de la nuestra. Tiene cuerpo, pues come y bebe, pero también se nos dice que entra en lugares cerrados y que desaparece de repente igual que apareció. Conserva las heridas de la pasión que muestran que es Él, pero también resulta siempre increíble y difícil de reconocer a los discípulos, que con facilidad lo confundirán con otro (hortelano, un judío más…). UNA ÚNICA PERSONA Y MUCHAS HISTORIAS DISTINTAS El problema, aunque quizás pueda ser una virtud, de querer conocer más profundamente a Jesucristo es que no existe una única versión oficial, ni de consenso en la que todos estemos de acuerdo sobre su vida. De hecho, en la llamada “Tercera búsqueda de Jesús” (tuvo lugar en los años 80) todos los expertos que trataron de arrojar alguna luz sobre su figura y fueron muchos (teólogos, filósofos, exegetas, sociólogos, historiadores…) y de muy diversas posturas de fe (había católicos, protestantes, anglicanos, judíos e incluso agnósticos y ateos) pusieron de manifiesto una cosa en su búsqueda plurirreligiosa: cada uno llegó a la imagen de Jesús que antes tenía en su cabeza. Así surgieron al menos siete modelos diferentes de “Jesuses históricos”. Unos lo vieron como profeta, otros como revolucionario político, otros como maestro de sabiduría… En lugar de prescindir de sus prejuicios, muchas veces, partían a la demostración de que sus tesis eran ciertas, de que ellos ya tenían la verdad y lo sabían antes; y esto, a pesar de que realizaran investigaciones muy serias y profesionales… No hay nadie neutral, y eso es algo que debemos tener claro. Nadie es más apto o está más cualificado para hablar de Jesucristo a priori. Un agnóstico o un ateo no hablan más imparcialmente de Jesucristo que una vieja beata, sólo tienen adhesiones y convicciones muy diferentes, pero están igualmente ligados de pies y manos. La única manera de desligarse de las propias ataduras, o al menos, hacer que se sienta menos su presión, es si las hacemos conscientes y nos damos cuenta de nuestras convicciones previas, de los prejuicios que nos hemos hecho sobre las cosas. Sólo si conocemos nuestro prejuicio y lo dejamos de lado, podremos, algún día, seguir madurando y formarnos un juicio más ajustado a la realidad que lo que nosotros pensábamos previamente. Esto es igual que los medios de comunicación (periódicos, radios o TV) nos gusta un canal o un tipo de prensa porque nos agrada más lo que nos dice o estamos más de acuerdo con ella, pero si no nos hacemos conscientes de su ideología y de la ideología diversa que existe en los otros canales, prensa, etc. estaremos siendo manipulados por nuestra propia inclinación o ideología. Tres consejos que te doy: conoce primero ¿Quién es el que escribe o dice esto? ¿Qué autoridad (no poder) o cualificación tiene para hacerlo? (no daré igual peso o valor a todas las afirmaciones religiosas que pueda escuchar), y por último: ¿Qué busca o gana esta persona con lo que me está diciendo? (¿acaso vende libros, o es el espectáculo rock más famoso de la historia?). Es bueno saber qué premisas tiene aquél a quien leo, porque así podré leerlo críticamente y sacar algo en claro. No será igual una novela histórica sobre la vida de Jesús que un artículo teológico de un prestigioso investigador, o, al menos, no habrían de ser igualmente valorados. 7 ¿CÓMO MIRAR A JESÚS? ¿Cómo acercarnos a conocer a Jesús? ¿Cómo podemos tratar de mirarle y deformar lo menos posible su imagen? Pues, como no podemos mirarle “cara a cara”, de igual a igual ya que él es el Hijo de Dios, y nosotros todavía humanos; caben dos maneras de mirarle o acercarnos a Él: una “desde arriba” (llamada cristología descendente) y otra “desde abajo” (llamada cristología ascendente). Veamos cuál es la diferencia: la ascendente o “desde abajo” sería a la que más habituados estamos, es la que hace el mismo camino humano que los primeros discípulos hicieron con Jesús, descubrirlo hombre, humano al igual que ellos, descubrir una personalidad fascinante y atractiva que les hizo seguirlo, descubrir su singularidad en sus enseñanzas y en su vida para luego, en la cruz, en su pasión, muerte y sobre todo en su resurrección, descubrir que era verdaderamente el Mesías, el Hijo de Dios vivo, venido para salvarles. Sería el esquema histórico o el más lógico, por ello es el más usado. La descendente o “desde arriba” hace el proceso a la inversa. Contempla como el Hijo, que es Dios, Hijo eterno del Padre desde siempre (como Él mismo nos reveló en la Tierra y recogieron las Escrituras), se abaja hasta hacerse hombre, para ser uno más entre nosotros, y se convierte así en la mayor y más clara revelación posible del Dios único y vivo. Parte de la Trinidad, de Dios en sí mismo, para terminar elevando la condición humana, pues Dios mismo “se hizo hombre y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14). [Ver también Filipenses 2, 5-11]. Se me olvidó comentártelo pero llevamos casi ocho folios siguiendo la segunda de las perspectivas, la descendente, partiendo de la divinidad, y no de la humanidad de Jesús. Y lo hemos hecho por iniciativa metodológica mía y por cambiar un poco la perspectiva. Pero sobre todo lo hemos hecho porque nosotros no somos discípulos del S. I que caminan con Jesús por Palestina con los pies llenos de polvo; sino que nosotros somos discípulos del S. XXI que han recibido el mensaje de su muerte y resurrección, y han creído, y se han convertido a su vez en testigos de esta Buena Noticia que trasforma (¿o deberíamos decir “resucita”?) la vida. LOS EVANGELIOS NO NOS MIENTEN Por si alguien lo dudaba los evangelios, que son la principal fuente cristiana junto con las epístolas, los Hechos y el Apocalipsis, no nos mienten. Ni están tan manipulados como algunos creen; aunque obviamente tienen la impronta natural de la comunidad donde nacieron, pero esas ligaduras, al igual que nuestras limitaciones humanas, se pueden superar haciéndolas conscientes. Los evangelios canónicos tienen una tesis fundamental en común: “Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo, el Mesías venido para nuestra salvación, que vivió y murió en la cruz injustamente entregándose por nosotros y al tercer día resucitó y sigue vivo en medio de nosotros que os damos testimonio para que creáis, porque lo hemos visto y oído de una manera nueva, y ya no podemos dejar de seguirle”. [Mc 1,1; Mt 1,16; Lc 2, 11; Jn 6,69]. Los evangelios dejan bien clarita su postura desde el principio y no engañan a nadie, pero es que, además; la prueba de que lo que dicen es verdad y contienen hechos históricos es que nos narran cosas que irían de por sí contra su propia tesis. Aparentemente se contradicen o se restan credibilidad y así se demuestran que no ocultan nada, ni tan siquiera los hechos más indignos y vergonzosos de la historia real de Jesús. ¿Cómo reconocer que el Hijo de Dios recibe de otro un bautismo que es para perdonar pecados y defender que Jesús no tuvo pecado? ¿Cómo defender su medianidad, su ser Rey, contando luego un final de muerte humillante en la cruz? ¿Cómo defender su ser divino y a la vez relacionarlo en su vida con la escoria social de la época, con “los impuros”? VÍCTOR CHACÓN HUERTAS, CSSR 8