la antigua poesía lírica de Safo y Alceo, poesía cantada con el

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la antigua poesía lírica de Safo y Alceo, poesía cantada con el acompañamiento de la lira. Que de los dos
epitalamios -nombre de la tradición griega para la canción de boda- de Catulo, el LXI está compuesto en estrofa
de cuatro glicónicos y un ferecracio, estrofa propia de la métrica eólica, mientras que el verso del LXII es el
hexámetro dactílico. Que, por otra parte, el tipo de composición conocida como epilio o epopeya en miniatura y
que versa generalmente sobre asuntos mitológicos aparece en el LXIV en hexámetros, verso tradicional de la
épica; en tanto que asuntos de características similares están compuestos en el LXIII en galiambos (versos de
ritmo acelerado en su final, como acelerado es el tema del poema), y en la parte del LXVIII que narra la historia
de Laodamía y Protesilao en dísticos elegíacos. Que quien constituyó el centro de la pasión amorosa del poeta,
Lesbia, aparece en las tres partes de la señalada y habitual división: en poemas de composición ocasional (como
el del gorrión, el II) o de tono profundo (elegía LXVIII); vilipendiada e insultada (XXXVII, LVIII) o elevada a
la altura de los dioses, como en el famoso LI, pero también en uno de los largos, el LXVIII, en el que Catulo la
llama mi blanca diosa y de ella llega a decir: por delante de todos la que me es más querida que yo mismo, mi
lucero, que, porque ella vive, me es dulce vivir.
En resumen: no puede establecerse en la colección de Catulo ni un orden cronológico, ni un orden temático, ni
siquiera muy probablemente una unidad de obra (pues la apariencia del corpus conservado es la de una
yuxtaposición o mezcla de varios libros, haya hecho ésta quien la haya hecho). Pero hay algo fundamental que
sirve de nexo a esta colección y que pieza a pieza, como en un rompecabezas, consigue que se recomponga y
asome la figura de este poeta y ese algo nos permite atisbarla más certeramente que todos los datos y noticias
que pudiéramos tener de él: es la continua manifestación del 'yo' en el espejo del 'tú', espejo que refleja una
galería de variopintos personajes, fuente indispensable del poeta y que a nosotros, lectores lejanos a aquel
mundo, nos dan una idea más cabal de costumbres, relaciones sociales y políticas, vida diaria, que muchos
sesudos manuales. Y a una buena parte de esos personajes vamos a referirnos agrupándolos por temas que son
claves en la poesía de Catulo: el amor/el odio (con toda la variedad de manifestaciones y sentimientos que
acarrean: la ternura, el cariño, el desbordamiento y las ansias de la pasión, el desdén, el desprecio, el asco),
especialmente aquilatados en los personajes de Lesbia y de Juvencio; la amistad/la enemistad, marcadas en sus
versos por la delicadeza, la consideración, el tacto, frutos del aprecio y el afecto por sus amigos, frente a la ironía,
el sarcasmo, la antipatía, la virulencia mostrados en sus odios particulares; el ataque directo o indirecto a
personajes capitales en la política de su tiempo: a Pompeyo, pero especialmente a César, contra quien lanza sus
envenenados dardos de invectiva directa a su persona o a través de la de Mamurra; la querencia por los lugares, y
el cariño a las pequeñas cosas; el desdoblamiento de sí mismo para hacerse personaje de su poesía, personaje al
que se dirige en tono de crítica, de lamento, de ánimo.
En ese fundamental aspecto de la poesía de Catulo que aquí, a modo de título doble, hemos llamado amor/odio,
nada más definitivo que las palabras del poeta en su conocidísimo poema LXXXV: Odio y amo. Por qué hago
eso acaso preguntas. No sé, pero siento que ocurre y me atormento. El 'tú' que ahí aparece, quienquiera que
sea -alguno de sus amantes, el genérico lector o, especialmente, todo el que haya sentido el doble sentimiento-,
se materializa en Lesbia y en Juvencio. A Juvencio destina la dulcísima declaración de amor del XLVIII: Esos
ojos tuyos de miel, Juvencio, ¡quién me diera besarlos sin parar!...; por él muestra en XXIV y LXXXI un
cierto desprecio mezclado con indiferencia -recursos que quizá utiliza Catulo para ocultar su verdadero dolor-,
por haberse dejado el joven querer por otros; y, al fin, el adiós con que el poeta lo despacha en XCIX, después
de haber sufrido los desdenes del muchacho y de aceptar que la pasión de su amante se ha acabado, diciéndole
concluyente: nunca ya en adelante te robaré besos. Pero, en cuanto nos acercamos a los poemas a Lesbia,
vemos cómo aumentan extraordinariamente los grados y matices de los sentimientos del poeta: la exaltación que
Catulo hace llegar a su amada a través de ese Vivamos, Lesbia mía, y amemos... del poema V o a través de la
promesa de besos eternos del VII; las declaraciones -hechas en forma narrativa, sin que aparezca la segunda
persona- en el LXXXVI de la belleza sin parangón de su amada o, en el LXXXVII, del amor incomparable que
el poeta siente por ella, amor que halla respuesta y confirmación en las promesas de la amada, según proclama
Catulo en el CIX: Gozoso, vida mía, me haces ver que será este amor nuestro e imperecedero; la sublime
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