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Bodas en Caná de Galilea
“Nuptiæ factæ sunt in Cana Galilææ” (Jn 2, 1)... Celebráronse unas bodas en Caná de
Galilea. San Juan es el único evangelista que narra el primer signo de Jesús, realizado
durante aquella celebración en Caná: a petición de la Virgen, convirtió el agua en vino; y
también sitúa en esta población de Galilea el segundo de sus milagros: la curación del hijo
de un funcionario real, que estaba enfermo en Cafarnaún (Cfr. Jn 4, 46-54). El relato de
Caná asombra por la sencillez con que está redactado, sin perder a la vez riqueza de matices:
Mosaico de la Iglesia de San Salvador en Chora, Estambul.
“Al tercer día se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y estaba allí la madre de
Jesús. También fueron invitados a la boda Jesús y sus discípulos. Y, como faltó vino, la
madre de Jesús le dijo: —No tienen vino. Jesús le respondió: -Mujer, ¿qué nos importa a ti y
a mí? Todavía no ha llegado mi hora. Dijo su madre a los sirvientes: -Haced lo que él os
diga. Había allí seis tinajas de piedra preparadas para las purificaciones de los judíos, cada
una con capacidad de unas dos o tres metretas. Jesús les dijo: -Llenad de agua las tinajas. Y
las llenaron hasta arriba. Entonces les dijo: -Sacadlas ahora y llevadlas al maestresala. Así lo
hicieron. Cuando el maestresala probó el agua convertida en vino, sin saber de dónde
provenía -aunque los sirvientes que sacaron el agua lo sabían- llamó al esposo y le dijo: -
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Todos sirven primero el mejor vino, y cuando ya han bebido bien, el peor; tú, al contrario,
has reservado el vino bueno hasta ahora. Así, en Caná de Galilea hizo Jesús el primero de
los signos con el que manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en él” (Jn 2, 1-11).
Los relatos cristianos más antiguos que presentan Caná de Galilea como meta de
peregrinación, la sitúan cerca de Nazaret: “no lejos de allí divisaremos Caná, en que fue
convertida el agua en vino” San Jerónimo, Epistola XLVI. Paulae et Eustochiae ad
Marcellam, 13), afirma san Jerónimo en una carta escrita entre los años 386 y 392. Y en otro
documento posterior, da a entender que la ciudad se hallaba en el camino hacia el mar de
Genesaret: “a buen paso se recorrió Nazaret, la nutricia del Señor; Caná y Cafarnaún,
testigos de sus milagros; el lago de Tiberíades, santificado por las travesías del Señor, y el
desierto en que varios miles de personas se hartaron con unos cuantos panes y de las sobras
de los que comieron se llenaron tantos canastos como son las tribus de Israel”( San
Jerónimo, Epistola CVIII. Epitaphium Sanctae Paulae, 13).
Numerosos testimonios nos hablan de un santuario edificado por los cristianos en
memoria de aquel primer milagro realizado por Jesús; también afirman que se conservaban
una o dos tinajas y que existía una fuente en el pueblo. Una de las pruebas más remotas
pertenece al relato de un peregrino anónimo del siglo VI, que había partido desde SéforisDiocesarea: “después de tres millas de camino, llegamos a Caná, donde el Señor estuvo
presente en las bodas, y nos sentamos en el mismo lugar, allí yo indignamente escribí el
nombre de mis padres. Quedan todavía allí dos vasijas, llené una de agua y vertí vino de esa;
me la puse llena sobre los hombros y la posé sobre el altar. Después nos lavamos en la
fuente para las bendiciones” (Itinerarium Antonini Piacentini, 4).
Dos lugares
Aunque estos testimonios que han llegado hasta nosotros tienen un valor indudable, no
aportan datos definitivos para situar Caná, pues podrían referirse a dos lugares con ese
nombre que existen al norte de Nazaret: las ruinas de Khirbet Qana, una aldea despoblada
desde hace siete siglos; y la ciudad de Kefer Kenna, que actualmente cuenta con diecisiete
mil habitantes, de los que una cuarta parte son cristianos.
Iglesia edificada en Kefer Kenna.
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Khirbet Qana ocupaba la cima de una colina sobre el valle de Netufa, cerca del camino
que unía Acre con el mar de Genesaret. Se hallaba a nueve kilómetros de Séforis y a catorce
de Nazaret. Las investigaciones arqueológicas han sacado a la luz los restos de una pequeña
aldea que sobrevivió hasta los siglos XIII o XIV, donde hay una gruta con vestigios de culto
cristiano de época bizantina y numerosas cisternas excavadas en la roca para almacenar el
agua de lluvia, pues no existían fuentes en la zona.
Kefer Kenna está a seis kilómetros de Nazaret, en el camino que baja hacia Tiberias. El
asentamiento, abastecido por un manantial, se remonta al menos hasta el siglo II antes de
Cristo. Parece ser que en el siglo XVI, sus habitantes, que eran en su mayoría musulmanes,
conservaban la tradición del lugar donde Jesús había realizado el milagro. Los peregrinos
encontraron allí una habitación subterránea a la que se accedía desde las ruinas de una
supuesta iglesia, cuya construcción atribuyeron al emperador Constantino y a su madre santa
Elena. En 1641, algunos franciscanos se asentaron en la población y empezaron las
gestiones para recuperar aquellos restos, que no pudieron poseerse hasta 1879. En 1880 se
edificó una pequeña iglesia y posteriormente se fue agrandando, entre los años 1897 y 1906.
También se levantó en 1885, a unos cien metros, una capilla en honor de san Bartolomé –
Natanael-, que era oriundo de Caná (Cfr. Jn 21, 2).
Interior de la Iglesia de Kefer Kenna.
Con ocasión del Jubileo de 2000, se llevó a cabo una restructuración del santuario, y se
aprovechó para realizar antes una investigación arqueológica que completase otro estudio de
1969. Las excavaciones han sacado a la luz, además de la iglesia medieval, lo que podría ser
una sinagoga de los siglos III-IV construida sobre los restos de habitaciones precedentes,
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que se remontan al siglo I. Esta sinagoga tenía un atrio con pavimento a base de mosaicos, y
un vestíbulo porticado con una gran cisterna en el centro, que se conserva en el subsuelo del
templo actual; también las columnas y los capiteles del pórtico se reutilizaron en la nave. En
el ábside septentrional de la iglesia, se encontró un ábside aún más antiguo que contenía una
sepultura de los siglos V-VI. El tipo de tumba parece indicar la presencia cristiana sobre el
lugar durante la época bizantina.
Al igual que los testimonios históricos, la arqueología no ha ofrecido pruebas
concluyentes para situar Caná de Galilea: el lugar donde Jesús convirtió el agua en vino.
Signos
Desde los tiempos más antiguos, la riqueza y densidad del relato de san Juan sobre los
primeros pasos del Señor en su vida pública han alimentado la reflexión cristiana. A través
de una narración llena de gran riqueza teológica -que será imposible agotar en estas páginasel milagro de Caná señala el principio de los signos mesiánicos, anuncia ya la Hora de la
glorificación de Cristo y manifiesta la fe de los apóstoles en Él. Por eso, es significativo que
san Juan haya recogido la presencia y la actuación de Nuestra Señora en aquel momento.
En medio de aquella fiesta de bodas, Santa María advierte que falta el vino y acude a
Jesús para que remedie la necesidad de los esposos. “A primera vista -observa Benedicto
XVI-, el milagro de Caná parece que se separa un poco de los otros signos empleados por
Jesús. ¿Qué sentido puede tener que Jesús proporcione una gran cantidad de vino -unos 520
litros- para una fiesta privada?” (Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde
el Bautismo a la Transfiguración, p. 296). Para el Santo Padre, es una señal de la magnitud
del amor que encontramos en el centro de la historia de la salvación: Dios “que se derrocha a
sí mismo por la mísera criatura que es el hombre (...). La sobreabundancia de Caná es, por
ello, un signo de que ha comenzado la fiesta de Dios con la humanidad, su entregarse a sí
mismo por los hombres” (Joseph Ratzinger/Benedicto XVI, Jesús de Nazaret. Desde el
Bautismo a la Transfiguración, p. 296). De esta forma, el marco del episodio -un banquete
de bodas- se convierte a su vez en imagen “de otro banquete, el de las bodas del Cordero que
da su Cuerpo y su Sangre a petición de la Iglesia, su Esposa” (Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 2618).
La entrega del Señor
La entrega del Señor por los hombres tiene su hora, que en Caná todavía no ha llegado.
Sin embargo, Jesús la anticipa gracias a la intercesión de la Santísima Virgen: “María se
pone entre su Hijo y los hombres en la realidad de sus privaciones, indigencias y
sufrimientos. Se pone "en medio", o sea hace de mediadora no como una persona extraña,
sino en su papel de madre, consciente de que como tal puede -más bien "tiene el derecho
de"- hacer presente al Hijo las necesidades de los hombres” (Juan Pablo II, Litt. enc.
Redemptoris Mater, 25-III-1987, n. 21).
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Con razón, muchos autores han visto un paralelismo entre el milagro de Caná, donde
Nuestra Señora se ocupa con solicitud maternal de aquellos que están a su lado, y el
momento del Calvario, donde san Juan la recibe como madre de todos los hombres.
Apoyado en esta realidad, san Josemaría la llamaba frecuentemente Madre de Dios y Madre
nuestra, y sugería tratarla como hijos: “María quiere ciertamente que la invoquemos, que nos
acerquemos a Ella con confianza, que apelemos a su maternidad, pidiéndole que se
manifieste como Madre. Pero es una madre que no se hace rogar, que incluso se adelanta a
nuestras súplicas, porque conoce nuestras necesidades y viene prontamente en nuestra
ayuda, demostrando con obras que se acuerda constantemente de sus hijos” (Es Cristo que
pasa, n. 141).
Y al mismo tiempo, otro elemento esencial de su maternidad se manifiesta en las
palabras que dirige a los criados: “haced lo que él os diga” (Jn 2, 5).
“Nuestra Señora, sin dejar de comportarse como Madre, sabe colocar a sus hijos
delante de sus precisas responsabilidades. María, a quienes se acercan a Ella y contemplan
su vida, les hace siempre el inmenso favor de llevarlos a la Cruz, de ponerlos frente a frente
al ejemplo del Hijo de Dios. Y en ese enfrentamiento, donde se decide la vida cristiana,
María intercede para que nuestra conducta culmine con una reconciliación del hermano
menor -tú y yo- con el Hijo primogénito del Padre.
Muchas conversiones, muchas decisiones de entrega al servicio de Dios han sido
precedidas de un encuentro con María. Nuestra Señora ha fomentado los deseos de
búsqueda, ha activado maternalmente las inquietudes del alma, ha hecho aspirar a un
cambio, a una vida nueva. Y así el haced lo que Él os dirá se ha convertido en realidades de
amoroso entregamiento, en vocación cristiana que ilumina desde entonces toda nuestra vida
personal” (Es Cristo que pasa, n. 149).
J. Gil
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