Deporte y violencia (a propósito del enfrentamiento

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Deporte y violencia (a propósito
del enfrentamiento entre
hinchas tras un partido de
fútbol en Port Said, Egipto)
Rosario de Vicente Martínez
Catedrática de Derecho Penal
Universidad de Castilla-La Mancha
(España)
Sumario
Desde hace unos años la violencia se ha convertido en un hecho demasiado habitual, mostrando
la parte más negativa de la práctica deportiva y alcanzando proporciones dramáticas. La reciente
tragedia que tiñó de sangre el estadio de fútbol del Masry es otra más de una larga lista. La
violencia en los acontecimientos deportivos ha propiciado la pérdida de los valores que el deporte
promueve, de ahí la necesidad de atajar con todo tipo de medidas, administrativas y penales, este
fenómeno que sacude al deporte en cualquier país del mundo.
Temas relacionados
Violencia; deporte; derecho penal; derecho administrativo.
1. Introducción
El aumento de las conductas incivilizadas y de la violencia que soporta la sociedad en su
conjunto no escapa al deporte que sirve, en numerosas ocasiones, de apoyo a la expresión de
comportamientos agresivos y violentos poniendo en peligro el papel del deporte como una
herramienta para transmitir valores positivos.
La violencia existe en el deporte como un mal difícil de atajar y especialmente en los campos de
fútbol. Pero cuando se habla en términos generales de violencia en el deporte se debe hacer
referencia a dos aspectos bien distintos. Por un lado, la violencia en el deporte o violencia endógena
que es la que surge entre los propios protagonistas de la competición deportiva, es decir, la
violencia producida en la práctica deportiva cuyo control y represión quedan relegados, en
principio, a los regímenes disciplinarios generales y federativos, sin perjuicio de la responsabilidad
civil o penal que, en cada caso, pueda derivarse del hecho violento.
Nadie pone en tela de juicio que en el curso de una competición deportiva pueden causarse
lesiones e incluso la muerte. Ejemplos los hay. A lo largo del tiempo se han dado muchas anécdotas
oscuras que pasaron a la historia. Golpes intencionados y entradas a destiempo como, por ejemplo,
la famosa agresión durante el partido de la final de la Copa del Mundo de fútbol de Zinédine Zidane
a Materrazi. Fuera del fútbol también existen oscuras anécdotas. Así, en el ámbito del boxeo,
cualquier aficionado recordará el día en que Mike Tyson, en pleno combate, seccionó de un
mordisco el lóbulo de una oreja de su contrincante Evander Hollyfield(1).
Por otro lado, se encuentra la violencia en torno al deporte o violencia exógena que es la
violencia cometida fuera de la práctica deportiva aunque con ocasión de ella y que constituye un
fenómeno de mayor complejidad que la violencia ejercida en el desarrollo del deporte, al abarcar
todos los hechos violentos que, surgidos bajo la excusa de la competición deportiva, tienen lugar al
margen de esta. La violencia exógena es la violencia que traspasa los límites del ámbito deportivo y
se convierte en un hecho que se observa en las gradas y lugares aledaños a los campos de juego
donde el principal protagonista es el propio aficionado.
Como modalidades de violencia exógena se distingue entre una violencia personal, una violencia
real y una perturbación violenta en el correcto desarrollo de las competiciones deportivas. La
violencia personal se produce cuando está dirigida a personas, normalmente aficionados del equipo
rival, aunque también puede ir dirigida a los propios jugadores o las fuerzas de seguridad(2). Esta
violencia personal puede consistir en agresiones cuerpo a cuerpo o bien en la utilización o
lanzamiento de objetos aptos para lesionar. La violencia real va dirigida, por el contrario, a cosas,
ya sea daños en las instalaciones deportivas, si la violencia se ejecuta dentro del lugar donde se
desarrolla el espectáculo deportivo, o sobre bienes de los particulares —automóviles, lunas de
establecimientos comerciales, etc.—, o sobre bienes de organismos públicos —monumentos de la
ciudad, mobiliario urbano, autobuses públicos, etc.—, si la violencia tiene lugar fuera del recinto
deportivo. En último lugar, se encuentra la violencia que pretende perturbar el desarrollo de los
acontecimientos deportivos, como por ejemplo una invasión del terreno de juego.
Como señala Millán Garrido, esta violencia, que incluye ante todo, la violencia acontecida en las
instalaciones o recintos deportivos, pero también la que surge fuera de ellos, antes, durante o
después del encuentro o de la prueba, excede del estricto ámbito federativo, de manera que su
control y represión sólo parcialmente se encomienda a los regímenes disciplinarios deportivos y a
las propias federaciones, correspondiendo a los poderes públicos afrontar este riesgo asociado a la
práctica deportiva(3).
La violencia en el deporte en su vertiente exógena, aparece en los años sesenta con los
hooligans ingleses que auparon al Reino Unido al primer puesto del ranking de países que más
violencia en el fútbol soporta seguido de Holanda. En ambos países existen auténticas guerrillas
de fanáticos que preparan con antelación, no solamente el viaje para apoyar a su equipo, sino
también las batallas o los puntos de ataque contra hinchas del club adversario. En una de esas
situaciones, en marzo de 1999, y con ocasión de un partido entre el Ajax de Amsterdam y el
Feyenoord de Rotterdam, las dos ciudades y los dos clubes más enfrentados del país, un
aficionado murió cerca de la villa de Bewerwijk. Por este hecho varias personas fueron
condenadas por homicidio, tanto en primera instancia como en la apelación. Uno de los
condenados llevó el caso hasta el Tribunal Supremo holandés argumentando, de manera insólita,
la culpa compartida con el hincha fallecido. La idea era que este, al acudir al partido y al estar
involucrado en el duelo entre hooligans, era consciente de lo que podía esperarse, esto es,
“violencia extrema” y que, “razonablemente”, podía ser culpable de los hechos que llevaron a su
muerte. El Tribunal Supremo dictaminó en su sentencia del 23 de marzo de 1999, que “si bien la
víctima podía esperar que, posiblemente, en la batalla campal hubiese lesiones, incluso con
resultado de muerte, ciertamente no consintió en ser sujeto de la violencia extrema ni de su
propia muerte” y rechazo el recurso del condenado.
Los hooligans ingleses, imitados por aficionados italianos, franceses o españoles, instauran un
ámbito de gamberrismo, básicamente futbolístico, que deja al descubierto la dimensión real de este
problema social y político, cuyo alcance sustancial se traduce en 1.500 fallecidos en estadios de
fútbol durante los últimos 30 años y más de 6.000 heridos de gravedad.
Ante estos datos no es de extrañar que el estudio de la violencia en espectáculos deportivos se
haya convertido en uno de los temas que más interés ha despertado en los investigadores del deporte
como fenómeno social. Desde el punto de vista de la sociología y de la psicología de masas, la
violencia que gira en torno a las manifestaciones deportivas es un fenómeno que actualmente se
presenta aún como de lectura compleja y que da origen a interpretaciones distintas y en ocasiones
contrapuestas(4). Pero de lo que nadie duda es que desde hace unos años la violencia se ha
convertido en un hecho demasiado habitual, que muestra la parte más negativa de la práctica
deportiva y alcanza proporciones dramáticas. Por eso, acabar con el creciente número de víctimas
que arroja la violencia exógena constituye una prioridad en los Estados civilizados(5).
2. Algunas tragedias deportivas
El ser humano ha sido testigo de un gran número de tragedias deportivas debidas a
comportamientos violentos que terminaron con varios cientos de espectadores muertos o heridos en
los últimos años. Ante este brutal hecho, en un principio, fueron las propias organizaciones
deportivas quienes arbitraron una serie de medidas; medidas que no impidieron que en la década de
los ochenta se produjera un importante aumento de la violencia en los eventos deportivos(6). Basta
recordar la conocida como “tragedia de Heysel”. Los hechos tuvieron lugar el día 29 de mayo de
1985 en el Estadio de Heysel de Bruselas, en Bélgica, donde murieron 39 aficionados —34 italianos
seguidores de la Juventus FC, dos belgas, dos franceses y un británico—, a causa de una avalancha
de aficionados en los prolegómenos de la final de la Copa de Europa de Fútbol entre el Liverpool
FC y la Juventus FC. Además de los 39 muertos hubo 600 heridos. Solo hasta 1989 y tras cinco
meses de juicio, apenas 14 aficionados del Liverpool FC fueron condenados, por la “tragedia de
Heysel”, a tres años de prisión por la justicia belga. No obstante, cuando llevaban cumplida media
condena la sentencia fue suspendida tras el recurso de la defensa al entender que el homicidio fue
involuntario. Asimismo fueron sancionados por la UEFA el Liverpool FC y los clubes ingleses en
general. El primero fue sancionado con diez años de exclusión en competiciones europeas, aunque
posteriormente la sanción fue rebajada a seis años. Los clubes ingleses fueron sancionados a no
poder disputar competiciones europeas durante cinco años, además se les conminó a tomar medidas
severas para frenar la violencia generada por sus aficionados radicales, los “hooligans”.
Aunque la “tragedia de Heysel” no es la mayor catástrofe provocada en un estadio de fútbol, sí
es la de mayor impacto mediático al producirse en una final de la Copa de Europa. Antes se habían
producido mayores tragedias, como la sucedida en 1982 en el estadio Lenin de Moscú, en Rusia,
donde fallecieron 340 aficionados a causa de una avalancha en el transcurso del partido entre el
Spartak de Moscú y el Haarlem neerlandés correspondiente a la Copa de la UEFA; o también la
sucedida casi 20 años antes, en 1964 en el Estadio Nacional de Lima, Perú, donde fallecieron 318
aficionados cuando la multitud se agolpó sobre las puertas cerradas del recinto huyendo de una
carga policial durante el transcurso del partido internacional entre las selecciones de Perú y
Argentina.
España, como cualquier otro país, no es ajena a la violencia deportiva. Así, en el 2008, durante el
encuentro entre el Espanyol y Barcelona hinchas radicales de este último, conocidos como Boixos
Nois, lanzaron bengalas sobre los seguidores del Espanyol en las gradas de Montjuic, lo que
provocó que algunos seguidores de este equipo rompieran las vallas de seguridad y saltaran al
terreno de juego. La agresión se saldó con una treintena de heridos, cinco detenidos —que
permanecieron cuarenta días en la cárcel— y una multa al club blanquiazul(7).
El año 2009 comenzó también con violencia en los estadios españoles de fútbol. El sábado 10 de
enero del 2009, el balance del encuentro entre Bada Bing, equipo de fútbol aficionado
supuestamente formado por integrantes de los Boixos Nois y el Club Atlético Rosario Central de
Cataluña, integrado por una mayoría de jugadores sudamericanos fue escalofriante: orejas
desprendidas, costillas fracturadas, etc.
Fuera de España, en marzo del 2009, a tres meses de la Copa FIFA Confederaciones y poco más
de un año antes del Mundial de Sudáfrica, la muerte por aplastamiento de al menos 19 personas en
Abiyán antes del partido clasificatorio entre Costa de Marfil y Malaui, hizo volver todos los ojos del
fútbol al continente africano, continente cuyas últimas tragedias han dejado demasiados muertos: en
el 2001, los gases lacrimógenos de la policía contra las gradas, durante el Heartsof Oak-Asante
Kotoko, provocaron una desbandada que desembocó en la peor tragedia sufrida en un estadio
africano con 123 muertos; en el 2004, una estampida en un partido para el mundial de fútbol, entre
Togo y Malí, acabó con 4 muertos; en el 2007, al concluir el juego entre Zambia y Congo, de la
Copa de África, cuando el público salía del estadio, una avalancha humana dejo un saldo de 12
muertos, y en el 2008, de nuevo la misma causa, esta vez en un estadio durante un partido de
clasificación para el mundial del 2010, cobró la vida de 8 aficionados en Liberia.
Y para terminar tan triste relato, el 2 de febrero del 2012 al término de un partido de fútbol de la
liga egipcia tenía lugar el mayor desastre de la historia del fútbol en Egipto. Los graves disturbios
elevaron a 74 el número provisional de fallecidos junto con centenares de heridos. En la ciudad de
Port Said, al noreste de Egipto, tras el partido entre el Al Ahly de El Cairo y el Al Masri, el equipo
local, los aficionados ultras de este último equipo saltaron al césped y corrieron por las gradas
persiguiendo a jugadores y aficionados del equipo contrario, arrojando piedras y botellas. El partido
ya había concluido con la victoria del Al Masri por 3 a 1. Muchos espectadores habían accedido al
recinto portando cuchillos y armas. La violenta batalla campal entre los aficionados de ambos
equipos, rivales acérrimos, sacudió un país que en esos días celebraba el primer aniversario de la
caída de Hosni Mubarak.
Como señala Morillas Cueva, de coloridos nombres, Frente Atlético, Ultras Sur o Boixos Nois,
entre otros muchos, su seña de identidad es precisamente una forma tremendamente equivocada de
defensa de “los colores” mediante la violencia(8).
3. La reacción institucional a la violencia deportiva
Se cita a la “tragedia de Heysel” como el principal detonante de múltiples iniciativas nacionales
e internacionales, políticas y deportivas, que desde entonces se han adoptado en Europa occidental.
La violencia desatada en el deporte, y en particular en el fútbol, abocó a los poderes públicos y a las
organizaciones y entidades deportivas, tanto en los ámbitos internos como en el orden
supranacional, a intervenir activamente en este campo mediante la previsión de disposiciones
específicas, tanto en prevención como en represión.
Europa, por tanto, no ha permanecido pasiva ante esta violencia sino que ha reaccionado en base
al papel social, cultural y educativo que desempeña el deporte. La respuesta inmediata partió del
Parlamento Europeo mediante las resoluciones de 1985, sobre las medidas necesarias para la
represión del vandalismo y la violencia en los encuentros deportivos del 11 de julio de 1985(9) y la
de 1987, sobre vandalismo y violencia en el deporte(10). En ambas resoluciones el Parlamento
Europeo expone que la violencia en el deporte no se manifiesta tan solo en el gamberrismo por
parte del público, sino que es un fenómeno más complejo debido a una yuxtaposición de elementos,
entre los que no hay que ignorar la importancia de las declaraciones y comportamientos de
directivos, técnicos y deportistas, así como de los medios de comunicación. Con el fin de atajar este
mal insta a la adopción de una Directiva Marco Europea con el objeto de apoyar, reforzar y
completar el Convenio Europeo de 1985. Posteriormente, en resolución del 21 de mayo de 1996, el
Parlamento destaca la dimensión transfronteriza de la violencia y pide a los Estados miembros que
aún no lo hayan hecho que ratifiquen y apliquen el Convenio de 19 de agosto de 1985 y al Consejo
que elabore un Convenio en el marco del título VI del Tratado de la Unión(11).
Más recientemente, el 1.º de febrero del 2012 comenzó un debate en el Parlamento Europeo
sobre la política común para combatir la violencia, el dopaje y la corrupción en el deporte.
También el Consejo de Europa ha desarrollado un papel fundamental en el ámbito de la
prevención de la violencia en los espectáculos deportivos. La lucha contra la violencia en el deporte
constituye el segundo de los ejes fundamentales de la política deportiva del Consejo de Europa.
En el seno del Consejo de Europa ha sido aprobado el principal instrumento de derecho
internacional en este campo: el Convenio Europeo sobre la violencia e irrupciones de espectadores
con ocasión de manifestaciones deportivas y especialmente de partidos de fútbol, concluido en
Estrasburgo el 19 de agosto de 1985 y ratificado por España el 22 de junio de 1987(12).
El objetivo del convenio, definido en su artículo 1.º, es la prevención y sofocación de la
violencia y las invasiones masivas de campo por parte del público asistente a espectáculos
deportivos.
El convenio ha sido complementado mediante disposiciones de diversa naturaleza como la
Resolución del Consejo de la Unión Europea del 17 de noviembre del 2003, sobre la adopción en
los Estados miembros de la prohibición de acceso a las instalaciones donde tienen lugar los partidos
de fútbol de dimensión internacional(13) o las dos recomendaciones de su Comité Permanente sobre
el papel de las medidas sociales y educativas en la prevención de la violencia en el deporte(14).
Asimismo y pese a carecer de competencias en materia de deporte, las instituciones comunitarias
han dispensado atención específica a una serie de aspectos que plantea la violencia en el deporte.
Tanto el Parlamento Europeo como la comisión han incidido en los aspectos sociales y educativos
que coadyuvan en la prevención de este fenómeno, así como en la problemática jurídica que plantea
la articulación de las medidas proyectadas por el Consejo y aplicadas por los Estados.
A la necesidad del refuerzo de la prevención y la lucha contra el racismo y la violencia insiste el
Libro Blanco sobre el deporte presentado en Bruselas el 11 de julio del 2007 por la Comisión
Europea al Consejo, al Parlamento Europeo, al Comité de las Regiones y al Comité Económico y
Social Europeo.
La imperiosa necesidad de erradicar los disturbios y brutalidades que se desatan con ocasión de la
celebración de espectáculos deportivos y la necesidad de luchar contra la violencia en el deporte,
constituyen también motivos de creciente preocupación en todos los ordenamientos jurídicos.
Mediante normativas legales todos los países pretenden reprimir y, sobre todo, prevenir los
fenómenos de violencia en espectáculos deportivos. Así, por ejemplo, en Portugal, en el 2004 se
aprobó la Ley 16/2004 del 11 de mayo, que contenía medidas preventivas y punitivas para adoptar en
caso de manifestaciones de violencia asociadas al deporte. La preocupación en Portugal por erradicar
la violencia en el deporte nace en 1980, año en que el país ha tratado de conformar un modelo eficaz
en la lucha contra la violencia en el deporte que provocó incluso que en el año 1989 se modificara la
Constitución portuguesa para añadir un inciso al apartado segundo del artículo 79, en cuya virtud se
asigna al Estado la competencia para la prevención de la violencia en el deporte(15).
La Ley portuguesa del 2004 presentaba una factura técnico-jurídica sumamente depurada,
situándose a un nivel comparable, y en algunos aspectos incluso superior, a los tres ordenamientos
más avanzados en esta materia: el italiano, el británico y el español. Esta ley, sin embargo, ha sido
derogada tras la aprobación de la Ley 32/2009, del 30 de julio, que establece el régimen jurídico
para combatir la violencia, el racismo, la xenofobia y la intolerancia en los espectáculos deportivos
con el fin de posibilitar su realización con seguridad(16).
Hay que mencionar que no solo en Portugal, también en Francia se han aprobado normas
específicas en materia de violencia en los espectáculos deportivos, tales como la Ley 1282/1993, del
6 de diciembre, conocida como Ley Ailior Marie, relativa a la seguridad de las manifestaciones
deportivas, que contempla multas económicas y sanciones privativas de libertad, con carácter
general con un plazo máximo de un año ampliables a tres años, si la infracción cometida es la
introducción de bengalas, proyectiles o fuegos de artificio. Esta norma fue el punto de partida de las
disposiciones existentes en el país galo. Tras ella han seguido otras disposiciones, como la Ley
146/1998, del 6 de marzo de 1998, relativa a la seguridad y a la promoción de actividades
deportivas, que establece la obligación de dotar a los recintos deportivos de localidades de asiento,
creándose, para velar por el cumplimiento de las exigencias sobre los recintos deportivos, la
Comisión Nacional de Homologación de Estadios. Asimismo la Ley de 1998 establece la
posibilidad de acordar la prohibición de acceso al recinto deportivo como consecuencia de la
comisión de delitos en el exterior de los estadios o recintos deportivos.
En Grecia, donde la violencia en el deporte ha cobrado la vida de varias personas desde 1982,
dos de ellas acuchilladas en enfrentamientos entre hinchadas, el Gobierno aprobó una ley contra la
violencia en el deporte que prevé el encarcelamiento inmediato de los responsables de la violencia,
sin posibilidad de libertad bajo fianza.
El fenómeno de la violencia también salpica a Italia donde el deporte se ha visto obligado a
enfrentarse con demasiada frecuencia a fenómenos de vandalismo y violencia relacionados con el
comportamiento del público que acude a los eventos deportivos. El aumento de la frecuencia y
gravedad de estos hechos ha llevado a que en los últimos años el legislador italiano haya intervenido
expresamente con normas ad hoc. La norma originaria fue la Ley 401, del 13 de diciembre de 1989,
sobre la intervención en el sector del juego y de las apuestas clandestinas y la tutela de la corrección
en el desarrollo de las competiciones deportivas, cuyo contenido ha sido objeto de numerosas
modificaciones por los numerosos y graves episodios de violencia que despertaron la alarma y
preocupación en la opinión pública(17), hasta llegar al decreto-ley del 8 de febrero del 2007, conocido
como “Decreto Amato”, convertido en la Ley 41 del 4 de abril del 2007, sobre medidas urgentes para
la prevención y represión del fenómeno de la violencia cometida en competiciones deportivas. Esta
nueva modificación tiene su origen en los graves episodios de violencia que desembocaron en la
muerte, en febrero del 2007, del inspector de policía Filippo Raciti en incidentes previos al partido
Catania-Palermo y que llevaron al Ministerio del Interior, dentro del conjunto de medidas adoptadas
para frenar la violencia en el fútbol, a crear el Osservatorio per le Manifestazioni Sportive en Italia.
Este organismo competente en materia de seguridad y orden público en los eventos deportivos reúne
a representantes políticos y deportivos, principalmente del mundo del fútbol, tiene entre otras
funciones la de impedir a todos los tifosi acompañar a sus respectivos equipos en los partidos que
disputen a domicilio, tanto en las competiciones nacionales como en las internacionales.
En Alemania, donde la violencia en competiciones deportivas se ha incrementado en los últimos
años, de manera particular en partidos de fútbol y de hockey sobre hielo, el derecho penal no
conoce una regulación especial al considerar que los tipos penales tradicionales son válidos y
satisfactorios, aplicándose el delito de desórdenes públicos contemplado en el parágrafo 125 del
Código Penal que penaliza el tomar parte o promover la disposición de actos violentos contra las
personas o las cosas que se realizan por una multitud y con la unión de fuerzas, y el parágrafo 113
que sanciona el resistirse a la autoridad.
En el continente americano y en concreto en Argentina, donde a raíz de la irrupción de la
violencia en los espectáculos deportivos la cifra de fallecidos se aproxima a los 150, se han
sucedido diversas iniciativas parlamentarias en busca de la erradicación o, al menos, de la drástica
reducción de esta. En la actualidad, en Argentina está vigente la Ley 24.192, de prevención y
represión de la violencia en espectáculos deportivos, publicada en el B.O. el 26 de marzo de 1993.
No obstante, las leyes aprobadas no han frenado la violencia sino que esta continúa, por ello no
es de extrañar que el Consejo Iberoamericano del Deporte, a través de su comisión de control de la
violencia en el deporte, haya establecido que: “Los países miembros deben adoptar una posición
conjunta para enfrentar este problema social con una normativa que siendo similar en lo posible
impida la impunidad de quienes cometan actos violentos. Adicionalmente se impulsará el
intercambio de información, experiencias, bases de datos sobre los violentos, métodos de
investigación y políticas de seguridad. Se recomienda el estudio de la fenomenología y enfrentar el
problema de acuerdo con su propia realidad sin postergar su tratamiento.
Crear de acuerdo con la idiosincrasia de cada Nación, una comisión que haga conciencia,
eduque, y que no solo reprima sino que prevenga la violencia en los estadios preservando los
principios de la ética deportiva y el juego limpio. Se debe puntualizar en que el disfrute del juego es
una vivencia”(18).
4. La respuesta del legislador español al fenómeno de la violencia
deportiva
4.1. La respuesta administrativa
En un principio la única reacción prevista por el ordenamiento jurídico español para actuar
contra el fenómeno de la violencia en el deporte era la imposición de sanciones disciplinarias por la
propia organización federativa conforme a sus reglas internas. Más tarde, a comienzos de los años
ochenta la situación en España empeoró al aumentar el número y gravedad de los incidentes en los
estadios(19) dejando al descubierto las carencias estructurales de muchas instalaciones deportivas y
las deficiencias en la organización de eventos masivos. En concreto, se apuntaron como causas
fundamentales de los incidentes ocurridos, la escasa seguridad de los recintos deportivos y la venta
de localidades en número superior a la capacidad de los estadios.
En esa década, el 22 de junio de 1987, España ratificaba el Convenio Europeo sobre la violencia e
irrupciones de espectadores con motivo de manifestaciones deportivas y, especialmente, de partidos
de fútbol. Al año siguiente, el 13 de abril de 1988, por acuerdo del pleno del Senado se creaba la
Comisión Especial de Investigación de la violencia en los espectáculos deportivos, con especial
referencia al fútbol. A la vista de los graves acontecimientos que se estaban produciendo en los
espectáculos deportivos, con especial incidencia en el fútbol, el Senado español consideró la
necesidad de estudiar las causas y, por tanto, las formas de intervención que se debían realizar para
intentar disminuir la incidencia de comportamientos violentos en el deporte. Se trataba, según el
dictamen emitido, “de comprobar el grado de cumplimiento en España de las medidas establecidas en
el Convenio Europeo y determinar las adaptaciones normativas y los instrumentos de aplicación que
era necesario realizar en nuestro país”.
La preocupación del legislador español por el fenómeno de la violencia en los espectáculos
deportivos se plasma finalmente en la Ley 10/1990 del Deporte, del 15 de octubre, que adopta las
disposiciones del Convenio Europeo de 1985 e incorpora casi todas las recomendaciones y medidas
propuestas en el dictamen elaborado por la Comisión Especial del Senado sobre la violencia en los
espectáculos deportivos, aprobado por unanimidad por el pleno de la Cámara Alta el 14 de
noviembre de 1990.
La Ley del Deporte de 1990 introdujo en el ordenamiento jurídico de la seguridad pública un
conjunto de normas que tenían por objeto la previsión y represión de determinadas conductas que se
realizaban, o podían realizarse, con ocasión de la actividad deportiva. No obstante, esta misma
norma dentro del régimen sancionador puramente deportivo, también contiene referencias a los
comportamientos violentos que se producen dentro de la práctica deportiva(20).
El segundo paso fue la aprobación de una ley contra la violencia, el racismo, la xenofobia y la
intolerancia en el ámbito del deporte. Esta ley es la reacción del Gobierno español a las situaciones
que se estaban produciendo en el ámbito del deporte profesional a lo largo de los últimos años en los
que el deporte se estaba convirtiendo, sin querer, en el foro para aflorar algunas de las peores
percepciones de la sociedad española sobre la presencia y el trabajo en España de personas
procedentes de otras razas y otros continentes(21). Con su aprobación se daba cumplimiento al
programa de acción aprobado por la Conferencia Mundial contra el racismo, la discriminación racial,
la xenofobia y las formas conexas de intolerancia, celebrada en Sudáfrica en el 2001 y convocada por
Naciones Unidas bajo los auspicios del Comité Olímpico Internacional.
La aprobación de la Ley 19/2007, del 11 de julio, contra la violencia, el racismo, la xenofobia y
la intolerancia en el deporte, supone un paso muy importante en el intento de erradicar la violencia
de nuestros estadios. En el preámbulo de la ley se justifica este nuevo instrumento legal en los
siguientes términos: “Con la aprobación de esta ley, las Cortes Generales refuerzan la cobertura
legal sancionadora y la idoneidad social de una iniciativa como el mencionado protocolo(22), que
hace visible y operativo el compromiso existente entre todos los sectores del fútbol español para
actuar unidos en defensa del juego limpio y en contra de la violencia, el racismo, la xenofobia y la
intolerancia”.
4.2. La intervención del derecho penal: los delitos de desórdenes públicos
Ante la violencia generada alrededor del espectáculo deportivo por grupos generalmente
minoritarios, que amparados en el anonimato y la cohesión utilizan el acceso a los partidos como
excusa para desplegar sus actitudes violentas causando daños, arrojando objetos al campo o, en los
casos más graves, mediante directas agresiones físicas, no siempre las sanciones disciplinarias se
han mostrado suficientes e idóneas para dar una respuesta satisfactoria a la vulneración del bien
jurídico afectado, ya se trate del patrimonio, integridad física e incluso la vida. De ahí que haya
entrado en escena el derecho penal.
La violencia que se desarrolla en torno a los acontecimientos deportivos pertenece a las nuevas
fuentes de peligro características de la actual “sociedad del riesgo”. Este fenómeno, como señala
Foffani, determina una atención creciente por parte del legislador, que a su vez manifiesta una
tendencia cada vez más clara a recurrir al derecho penal para buscar soluciones a este problema(23).
En efecto, la violencia en el deporte y, en concreto, en espectáculos deportivos constituye un
hecho de tal gravedad como para que sea afrontado por todos los sectores del derecho. La
trascendencia de este lamentable y vergonzoso fenómeno permite fundamentar una mesurada
intervención penal que debe respetar lógicamente los principios limitadores del derecho penal de un
Estado social y democrático de derecho.
En España, la ocasión para que el derecho penal interviniera nace con el documento del 24 de
julio del 2002, sobre compromiso contra la violencia en el deporte suscrito por el Ministerio del
Interior, el Consejo Superior de Deportes, la Real Federación Española de Fútbol, la Liga Nacional
de Fútbol Profesional y la Asociación de Futbolistas Españoles, donde figura el compromiso de
poner en marcha el Programa de Actuaciones y Medidas contra la Violencia en el Deporte. Este
programa establece dos conjuntos de medidas que pasan, en primer lugar por la promoción de
actuaciones pedagógicas y preventivas y, en segundo lugar, por propuestas legislativas tendentes a
agravar en el Código Penal los hechos violentos en espectáculos deportivos así como, por ejemplo,
la prohibición de la tenencia y consumo de todo tipo de drogas y alcohol en recintos deportivos, la
utilización de instrumentos arrojadizos, armas, bengalas o simbología terrorista y racista. El
Programa de Actuaciones y Medidas contra la Violencia en el Deporte contemplaba una propuesta
concreta de modificación del Código Penal. Se trataba de añadir un apartado segundo al artículo
557, que tipifica el delito de desórdenes públicos, que contemplase la agravación de la pena
cuando los hechos fueran cometidos coincidiendo con espectáculos multitudinarios o en el interior
de recintos deportivos.
Finalmente, fruto del Programa de Actuaciones y Medidas contra la Violencia en el Deporte
sería la reforma desarrollada por la Ley Orgánica 15/2003, del 25 de noviembre, por la que se
modifica la Ley Orgánica 10/1995, del 23 de noviembre, del Código Penal. La reforma respondía a
la alarma social generada como consecuencia de diferentes altercados producidos en espectáculos
deportivos en España.
La ley del 2003 introduce dos modalidades agravadas en el artículo 557 a través de un nuevo
apartado segundo, con la finalidad de tipificar la violencia ejercida por los grupos de espectadores
que alteren el orden en escenarios deportivos.
Esta medida del parlamento español coincidió en el tiempo con la resolución del Consejo de
Europa del 17 de noviembre del 2003, sobre la adopción en los Estados miembros de la prohibición
de acceso a las instalaciones donde tienen lugar partidos de fútbol de dimensión internacional(24),
que recordando la Decisión 2002/348/JAI del Consejo, del 25 de abril del 2002, relativa a la
seguridad en los partidos de fútbol de dimensión internacional y teniendo en cuenta las resoluciones
del Consejo del 9 de junio de 1997 y 6 de diciembre del 2001, sobre la prevención y el control del
gamberrismo en los partidos de fútbol, invita a los Estados miembros a estudiar la posibilidad de
adoptar disposiciones que establezcan un mecanismo para impedir el acceso a los estadios en donde
estén programadas competiciones futbolísticas a quienes ya hayan sido responsables de actos de
violencia con ocasión de anteriores competiciones futbolísticas.
La reforma del 2003 además de incorporar dos modalidades agravadas en el numeral 2.º del
artículo 557, procede a modificar la pena del artículo 558 tras la desaparición del arresto de fin de
semana y a introducir con carácter facultativo la pena de privación de acudir a los lugares, eventos o
espectáculos. Asimismo también modifica la pena prevista para la falta del artículo 633 del Código
Penal.
La exposición de motivos de la Ley Orgánica 15/2003, del 25 de noviembre, justifica en su
apartado III, letra j) la reforma en los siguientes términos: “las alteraciones del orden con ocasión de
la celebración de eventos o espectáculos con asistencia de un gran número de personas son objeto
de una especial atención, estableciéndose tipos específicos y previéndose la imposición de la pena
de privación de acudir a eventos o espectáculos de la misma naturaleza de aquellos en los que
hubiera intervenido el condenado, por un tiempo superior hasta tres años a la pena de prisión
impuesta”.
4.2.1.
El tipo de desórdenes públicos del artículo 557.1 del Código Penal
El tipo más característico de los que se incluyen bajo la rúbrica de “desórdenes públicos” es el
previsto en el artículo 557 del Código Penal cuyo primer apartado dispone: “1. Serán castigados con
la pena de prisión de seis meses a tres años los que, actuando en grupo, y con el fin de atentar contra
la paz pública, alteren el orden público causando lesiones a las personas, produciendo daños en las
propiedades, obstaculizando las vías públicas o los accesos a las mismas de manera peligrosa para
los que por ellas circulen, o invadiendo instalaciones o edificios, sin perjuicio de las penas que les
puedan corresponder conforme a otros preceptos de este código”.
El delito previsto en el apartado 1.º del artículo 557 constituye el tipo por excelencia de
desórdenes públicos al sancionar a quienes, en actuación conjunta y pretendiendo alterar
gravemente el normal desarrollo de la vida ciudadana, realizan acciones que coloquialmente se
podrían calificar de vandalismo y que suelen concretarse en la rotura de escaparates, cabinas de
teléfonos o mobiliario urbano en general, comprendiendo asimismo los supuestos de causación de
lesiones a las personas; en definitiva, se trata de genuinos actos de violencia callejera que persiguen
la creación de un clima de alarma social(25).
A nadie escapa que la redacción de este precepto respondió al propósito de reaccionar
penalmente contra determinadas formas de delincuencia de finalidad subversiva —primero del
régimen autoritario anterior y luego del democrático vigente— que fueron incluso calificadas por la
jurisprudencia interpretativa del precepto original como “terrorismo menor o de segundo grado”.
Esta figura delictiva exige los tres elementos típicos siguientes:
Primero: un sujeto activo plural recogido con la expresión “actuando en grupo”, lo que subraya
el carácter plurisubjetivo del delito.
El precepto, pese a referirse expresamente a “los que actuando en grupo”, guarda silencio sobre
lo que debe entenderse por el término “grupo”. Ello ha planteado el problema del número de
personas que deben de intervenir para estimar que existe el “grupo” al que alude el artículo 557 del
Código Penal. Parece que no hay inconveniente alguno en afirmar que el grupo pueden configurarlo
dos personas y ello porque la propia jurisprudencia del Tribunal Supremo ha considerado que
pueden ser grupo, a los efectos de este delito, desde la simple pareja criminal hasta la
muchedumbre.
Por otro lado, la jurisprudencia entiende que el hecho de que el sujeto del delito sea colectivo,
esto es, un grupo, no significa que sea precisa la identificación de todos los miembros de este.
Lógicamente, cada grupo responderá del conjunto de acciones realizadas por ellos y no por su
comportamiento individual. Tampoco se puede atribuir automáticamente la autoría de los delitos
concretos que alguno de los miembros del comando haya realizado a todos los demás por el hecho
mismo de la pertenencia al grupo o de tener alguna función directora de este sin mayores pruebas de
efectivo dominio funcional del hecho, cooperación necesaria, inducción o complicidad.
Segundo: un modo de comisión específico consistente en alterar el orden de alguna de las cuatro
formas que, numerus clausus, se concretan: a) causando lesiones a las personas; b) produciendo
daños en las propiedades; c) obstaculizando las vías públicas o los accesos a estas de manera
peligrosa para los que por ellas circulen, y d) invadiendo instalaciones o edificios. Se trata además
de un tipo mixto alternativo, ya que basta con que se realice una de las conductas a que se refiere el
precepto para su apreciación.
Tercero: un especial elemento subjetivo del injusto, cuando se requiere que tal comportamiento
de dicho sujeto plural debe realizarse con el fin de atentar contra la paz pública. No basta, por tanto,
con la simple producción del desorden sino que es preciso que a este se sobreañada la finalidad de
atentar contra la paz pública.
La mayor parte de la doctrina considera, acertadamente, que la expresión “con el fin de atentar
contra la paz pública” es un elemento subjetivo del tipo(26) cuya presencia ha permitido definir este
tipo como un delito de “tendencia interna intensificada” o “elemento tendencial interno
trascendente”. También la jurisprudencia ha avalado este criterio, de forma que calificado así, el
delito se caracteriza porque la conducta de quienes actúan está investida de una finalidad distinta y
adicional a la realización del tipo, finalidad que trasciende a la comisión del delito.
Como en el tipo subjetivo, la finalidad de atentar contra la paz pública acota y define el campo
de la antijuricidad penal, la inexistencia de dicho elemento teleológico, hace desaparecer la
antijuricidad misma de la conducta. De esta manera al no apreciarse el elemento subjetivo de alterar
la paz pública en la sentencia del Juzgado de lo Penal número 20 de Madrid, del 5 de diciembre del
2008, que juzgó el “caso Santos Mirasierra” y los incidentes que tuvieron lugar en el estadio de
fútbol Vicente Calderón el día 1.º de octubre de 2008, durante el partido de la Liga de Campeones
entre el Atlético de Madrid y el Olympique de Marsella, el Juzgado absolvió al acusado Santos
Mirasierra del delito de desórdenes públicos por no resultar acreditada la voluntad de alterar la paz
pública y tranquilidad general.
4.2.2.
Los tipos agravados del artículo 557.2 del Código Penal
La violencia en espectáculos deportivos no puede ser minimizada ni ser considerada como
enfrentamientos “normales”, por ejemplo, entre aficiones de equipos de fútbol rivales. Por ello la
reforma penal del 2003(27) fue la encargada de introducir en el artículo 557 un nuevo apartado
segundo que contiene dos tipos agravados. El primer tipo agravado es una cualificación del delito
previsto en el artículo 557.1, cuando las lesiones, daños, obstáculos o invasión allí previstos se
produzcan con ocasión de la celebración de eventos o espectáculos que congreguen a gran número
de personas. Este primer tipo agravado se refiere a las alteraciones del orden público del tipo básico
cuando tuvieren lugar en eventos o espectáculos al aire libre o en espacios abiertos o cerrados a los
que concurre un gran número de personas. El segundo tipo agravado, sin embargo, referido a la
alteración del orden público en los recintos cerrados donde se celebren dichos eventos deportivos
que provoquen o puedan provocar avalanchas y otras reacciones similares que pongan en peligro a
los asistentes, es más bien una cualificación de las conductas previstas en el artículo 558 del Código
Penal.
Tales cualificaciones no han sido excesivamente bien acogidas por un sector de la doctrina que
entiende que estas, en principio sin olvidar las diferencias existentes, parecen reduplicar, sin necesidad
normativa alguna, al hecho típico descrito en el artículo 558 del propio Código Penal de perturbar
gravemente el orden con motivo de la celebración de espectáculos deportivos o culturales. Por tanto, a
pesar de tratarse de una reforma bienintencionada, es de escaso acierto técnico al poner a disposición
de los jueces un instrumento tosco, plagado de conceptos jurídicos absolutamente indeterminados, por
lo que no cabe sino seguir esperando soluciones jurisprudenciales divergentes en supuestos
sustancialmente idénticos, que es precisamente lo que ha venido pasando hasta ahora(28). Por el
contrario, la Reforma del 2003 ha sido valorada de forma positiva por Morillas Cueva y Suárez
López, si bien detectan ciertas disfunciones técnicas y sistemáticas que consideran sería razonable
corregir de lege ferenda(29).
A pesar de las criticas que pueda recibir la decisión del legislador y las disfunciones que sería
necesario corregir, lo cierto es que ambas cualificaciones denotan una loable mayor preocupación
del legislador ante la creciente violencia en espectáculos o eventos que congregan a un gran número
de personas entre los que, lógicamente, se encuentran los deportivos. Preocupación que, por otro
lado, se enmarca dentro de la respuesta internacional que pretende reprimir, y sobre todo, prevenir,
los fenómenos de violencia sobre las personas y sobre las cosas ocasionados en el marco de grandes
acontecimientos deportivos. Los dos supuestos pretenden en inicio agravar, para estos aspectos
concretos, el contenido del tradicional numeral 1.º del artículo 557 del Código Penal.
El apartado segundo del artículo 557 dispone: “2. Se impondrá la pena superior en grado a las
previstas en el apartado precedente a los autores de los actos allí citados cuando estos se produjeren
con ocasión de la celebración de eventos o espectáculos que congreguen a gran número de personas.
Con idéntica pena serán castigados quienes en el interior de los recintos donde se celebren estos
eventos alteren el orden público mediante comportamientos que provoquen o sean susceptibles de
provocar avalanchas u otras reacciones en el público que pusieren en situación de peligro a parte o a
la totalidad de los asistentes. En estos casos se podrá imponer también la pena de privación de
acudir a eventos o espectáculos de la misma naturaleza por un tiempo superior hasta tres años a la
pena de prisión impuesta”.
4.2.2.1. El tipo agravado del artículo 557.2, primer inciso, del Código Penal:
desórdenes públicos cometidos por un grupo de personas con ocasión de eventos
deportivos que congreguen a un gran número de asistentes
El tipo agravado previsto en el primer inciso del apartado segundo del artículo 557 castiga a los
autores de los desórdenes públicos cuando estos se realizan con ocasión de la celebración de
eventos o espectáculos que congreguen a un gran número de personas. Esta agravación encuentra su
fundamento en el mayor peligro o riesgo que representan los desórdenes para el público asistente o
que va a asistir, al evento o espectáculo, o para quienes, tras asistir a este, regresan a sus casas.
Como apunta Baucells Lladós, el contenido de este tipo agravado reside en el mayor desvalor de
resultado de la conducta(30).
En la redacción del tipo agravado, el legislador alude expresamente a “los actos allí citados”, en
referencia al artículo 557.1, con lo que deja claro que para la aplicación de este tipo agravado será
necesario que la conducta comprenda todos los elementos objetivos y subjetivos del tipo básico,
siendo por tanto requisitos ineludibles los siguientes:
Primero: la exigencia inicial de que se actúe en grupo, es decir, que haya un sujeto activo plural.
Se está en consecuencia ante un delito plurisubjetivo que se proyecta como un delito de los
denominados de convergencia que no exige la preexistencia de una estructura asociativa.
La violencia con ocasión del deporte es, en la inmensa mayoría de los casos, una violencia
colectiva, que se ejerce no por personas individualmente consideradas, sino por varios sujetos
reunidos. Los autores de la violencia en el deporte, y más concretamente en el fútbol, se identifican
generalmente con los seguidores ultras conocidos como hooligans en Inglaterra, “barras bravas” en
Latinoamérica, tifosi en Italia o simplemente “hinchas radicales”.
Segundo: como su tipo tutor del apartado 1.º se configura como un delito de resultado
determinado por la propia estructura del tipo. Éste únicamente se perfeccionará cuando se altere el
orden público con uno de los resultados que con enumeración cerrada describe el numeral 1.º del
artículo 557: causando lesiones a las personas, produciendo daños en las propiedades,
obstaculizando las vías públicas o los accesos a estas de manera peligrosa para los que por ella
circulen, o invadiendo instalaciones o edificios.
Tercero: además el tipo penal exige una especie de ánimo tendencial concretado en que la
finalidad perseguida para la comisión del delito sea la de atentar contra la paz pública, elemento
definido como de tendencia interna intensificada.
Hasta aquí los elementos comunes entre la figura agravada del primer inciso y el tipo rector del
numeral 1.º del artículo 557. Como criterios diferenciadores que se añaden a aquella para su mayor
punición, se sitúa el que dichos actos se produjeren con ocasión de la celebración de eventos o
espectáculos que congreguen a un gran número de personas.
El empleo de los términos “eventos” y “espectáculos” es, a juicio de Morillas Cueva, una
innecesaria repetición ya que si se estima por aquel “acto de todo tipo que pueda convocar a una
generalidad de personas se verifique o no en recinto cerrado” y por este “función o actuación de
cualquier tipo que se realiza para divertimento del público”, el primero atrae al segundo sin grandes
dificultades(31). Pero, como advierte García Albero con la mención a “eventos”, el legislador trata de
cubrir la amplia gama de acontecimientos de toda índole que pueden convocar a una generalidad de
personas, se verifiquen o no en recinto cerrado. Por lo mismo, cualquier clase de espectáculo que
reúna las meritadas notas ingresa en el ámbito de previsión del tipo(32).
Siendo el evento por antonomasia los partidos de fútbol, la sentencia de la Audiencia Provincial
de Barcelona del 11 de marzo del 2008 dice: “es evidente que por razón del inciso primero de ese
número 2, procede la aplicación de este subtipo agravado dado que se sanciona con mayor rigor la
conducta de que se trata por el hecho de cometerse “con ocasión de la celebración de eventos o
espectáculos que congreguen a gran número de personas”. Y un partido de fútbol del Campeonato
Nacional de Liga entre el Espanyol y el Barça, o viceversa, es sin género de duda evento de estas
características”.
Además, es imprescindible que los actos allí citados se produjeren con ocasión. El legislador
utiliza una fórmula muy flexible para la concreción de los eventos o espectáculos “con ocasión de la
celebración”, lo que integra no solo el momento real de su desarrollo sino también el antes y
después del evento. Se incluyen, por tanto, los actos realizados antes, durante y después del evento
deportivo bastando para la realización del tipo que se pueda demostrar la vinculación entre el
desorden producido y el evento o espectáculo deportivo. Asimismo, la citada expresión permite
sancionar dichas conductas con independencia de su celebración al aire libre o en recintos cerrados,
siendo igualmente indiferente que los desórdenes tengan lugar en el mismo o en distinto espacio
que el correspondiente al evento, por tanto, la violencia puede ser ejercida, desde el punto de vista
espacial, tanto dentro de los lugares donde se desarrollan los acontecimientos deportivos como en
sus inmediaciones.
En todo caso deben ser eventos que congreguen a un número elevado de personas para que
estemos en presencia de este delito. A este respecto, y ante el silencio del legislador, puede ser
problemático concretar el número exacto de personas a partir de las cuales puede aplicarse esta
agravación. Señala Queralt Jiménez que de nuevo el legislador, huyendo de sus responsabilidades,
recurre a una cláusula valorativa muy abierta que contradice el principio de legalidad. Para el autor
citado, un gran número de personas es una expresión doblemente ambigua; lo es tanto por lo que se
refiere a números absolutos como lo que se refiere a números relativos(33).
No obstante, la expresión “gran número de personas” debe ser interpretada de forma muy
restrictiva. Partiendo del hecho de que no puede establecerse una cifra exacta, la interpretación debe
depender de las circunstancias de cada caso, especialmente de la capacidad del local en el que se
celebre el evento o espectáculo. Así, y puesto que no genera el mismo peligro un altercado en un
local de tres mil plazas con tres mil espectadores que si ese mismo disturbio se produce en un
estadio con capacidad para cien mil personas pero al que solo han asistido tres mil, es lógico que en
este segundo supuesto no pueda aplicarse el tipo agravado. Aunque lo decisivo al tratarse de un
delito de peligro abstracto debe ser la idoneidad de las conductas para poner en peligro la integridad
de los asistentes.
En esta línea se pronuncia la sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona del 11 de marzo
del 2008: “sin que se precise al respecto la concurrencia de determinados miles de personas en el
estadio pues basta “un gran número” de ellas, que en un partido de esta clase se supera siempre con
creces, lo que es hecho notorio que conoce incluso el ciudadano que no es aficionado al fútbol. Por
tanto, aplicación correcta del subtipo agravado del 557.2 C.P”.
4.2.2.2. El tipo agravado del artículo 557.2, segundo inciso, del Código Penal:
desórdenes públicos cometidos por una o más personas que provoquen
avalanchas u otras reacciones en el público que pongan en situación de peligro a
parte o a la totalidad de los asistentes
Si bien la reforma penal del 2003 crea un tipo perfectamente relacionado con el apartado 1.º del
artículo 557, “a los autores de los actos allí citados cuando estos se produjeren con ocasión de la
celebración de eventos (...)”, la segunda de las modalidades agravadas es más discutible en cuanto a
su relación con el número primero, por estar más cercana de las previsiones del artículo 558 que de
las del artículo 557. En este sentido se manifiesta la casi totalidad de la doctrina(34) que afirma que
lo que se ha pretendido, con más o menos acierto, ha sido sancionar bajo un mismo precepto con
idéntica pena las dos concretas manifestaciones de esta forma de violencia: una desde una posición
más estricta; otra, la segunda, menos rigurosa desde una perspectiva legal y que se asienta en
parámetros distintos, más relacionados con el artículo 558.
Obviamente, la mayor vinculación con el artículo 558 es evidente, ya que, al contrario de la
primera hipótesis, en este caso no se exigen:
Primero: ni sujeto activo plural. La actuación no ha de producirse necesariamente en grupo sino
que puede llevarse a cabo por un individuo aislado.
Segundo: ni medios determinados. Se configura, al contrario, como delito de medios
indeterminados ya que cualquier comportamiento con aptitud para provocar avalanchas o
reacciones peligrosas para el público ingresa en el ámbito de previsión del precepto.
Tercero: ni elemento subjetivo del injusto. Más bien el precepto se contenta con recabar el dolo
de peligro que reclama la estructura típica: conciencia de la aptitud de la conducta generada para
producir el peligro.
La conducta típica de este segundo tipo agravado consiste en alterar el orden público mediante
comportamientos que provoquen o sean susceptibles de provocar avalanchas u otras reacciones en
el público que pusieren en situación de peligro a parte o a la totalidad de los asistentes. El contenido
de esta modalidad agravada reside en el mayor desvalor de acción de la conducta.
El término “avalanchas” puede presentar problemas en su interpretación, pues como alude la
sentencia de la Audiencia Provincial de Barcelona del 11 marzo del 2008, dicho término es “algo
más complejo técnicamente”. Además del peligro de avalancha, también se incrimina la producción
de “otras reacciones en el público que pusieren en situación de peligro a parte o la totalidad de los
asistentes”. El legislador equipara las “avalanchas” con “otras reacciones”, entre las que podrían
incluirse, por ejemplo, hacer correr el pánico entre los asistentes a estos eventos.
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