A. M. ROQUET LA PRESENCIA ACTIVA DE CRISTO EN LA PALABRA DE DIOS La présence active du Christ dans la Parole de Dieu, La Maison-Dieu, 82 (1965) 8-28 Un primer elemento a destacar en la Constitución conciliar es el papel preponderante que la Palabra de Dios tiene en la Liturgia: la mayor parte de sus textos los toma literalmente de la Escritura, los demás están inspirados en ella y, por último, sus ritos y símbolos no se explican sino por la Biblia (n. 24). La Biblia será, pues, un criterio seguro con vistas a la futura reforma de la Liturgia. Un rito que arranque de un medió cultural determinado pertenece a lo mudable de la liturgia y será susceptible de una nueva adaptación a las circunstancias de lugar y tiempo; un rito, por otra parte, que tenga su origen en la Biblia tiene muchas probabilidades de pertenecer a "la parte inmutable de institución divina" n. 21, a). Presencia de Cristo en la Palabra En el n. 7, cuando la Constitución habla de la presencia de Cristo en la Misa, citando casi a la letra lo que nos dice la Mediator Dei, señala su presencia en la persona del ministro, en las sagradas especies (máxime), en los sacramentos, en los que El actúa por sí mismo, y en la asamblea orante. Pero la Constitución intercala en penúltimo lugar que "Él está presente en la Palabra, pues es Él mismo quien habla mientras se leen en la Iglesia las Escrituras Sagradas". Debemos notar que no se trata de una presencia vaga o muerta, sino personal y viva; Él mismo habla aunque no se trate de los pasajes en que aparecen sus palabras históricas; todas las partes de la Escritura hablan de Él y Él habla en todas ellas (Lc, 24, 27.44), con la condición de que se lea en la Iglesia, porque la lectura incluida en la celebración eucarística tiene de alguna manera valor sacramental. Más adelante (n. 33) nos dice que aunque la liturgia sea principalmente culto a la divina Majestad, tiene también un gran valor pedagógico. En la liturgia Dios habla a su Pueblo -Cristo anuncia todavía el Evangelio- y el Pueblo responde a Dios por los cantos y la plegarla. La liturgia está en función de la economía de la salvación. Decimos economía en el sentido bíblico de "economía del Misterio" (Ef 3, 9; 1 Tim 1, 4), término consagrado por la Constitución "De Ecclesia" (n. 55, 62: "nueva economía", "economía de la gracia"), que por cierto no figura en la Constitución que comentamos, apareciendo en su lugar "obra de la salud" o "historia de la salvación". La liturgia es luz y alimento de la vida del pueblo cristiano que está en marcha hacia la Parusla, como había manifestado ya la Mediator Dei. Debe rechazarse la concepción simplista de la liturgia que separa los ritos de la Palabra, dando sólo a los ritos toda la eficacia (magia) y sólo a la Palabra toda la inteligibilidad (sin contenido activo). La Palabra es activa y eficaz, y el rito es significativo por su unión íntima con la Palabra en la liturgia (n. 35). El último texto, a este respecto (n. 35, 2), nos habla del ministerio de la predicación: "que se alimentará principalmente de la Sagrada Escritura y de la liturgia ya que es la proclamación de las maravillosas obras de Dios en la historia de la salvación, el Misterio de Cristo, que siempre obra y está presente en nosotros, principalmente en las celebraciones litúrgicas." A. M. ROQUET La Palabra realiza la Eucaristía La explicación teológica, omitida en la Constitución, podemos darla siguiendo dos caminos: uno ascendente, de la palabra a la Eucaristía, y otro descendente, partiendo de la Consagración. El primero, que podría partir de Jn 6, es difícil e inseguro, pues en este texto es casi imposible dilucidar lo que se refiere a la palabra y lo que se refiere a la Eucaristía, y se corre el riesgo de incurrir en petición de principio al incluir ya en la palabra lo que pertenece al realismo de la Eucaristía. Seguimos el segundo, ya que el punto de partida es conocido y está mucho mejor estudiado que la teología de la palabra. El centro de la Misa es la Consagración. La parte que le precede, la prepara, y la que sigue, la explícita y saca consecuencias. Es un acto religioso de gran riqueza en su simplicidad: si bien es verdad que hace presente el Cuerpo y la Sangre de Cristo bajo las sagradas especies, hace también presente, al mismo tiempo, el sacrificio, ofrecimiento e inmolación, y como es el Sacrificio de la Nueva Alianza, hace presente el Cuerpo de Cristo como el elemento operante de la unidad que aúna los cristianos y que será explicitado y aplicado a cada uno por la Comunión. La palabra es la que obra la Consagración. El Oficio del Santísimo Sacramento nos dice: "el Verbo hecho carne, por su palabra hace de su carne nuestro pan verdadero". Quedan excluidas, pues, las viejas prácticas, de índole semimágica o a lo menos materialista, que admitían una Consagración por contacto. Es de fe que son las palabras de Cristo en la Cena la s que consagran. Pío XII, a los congresistas de Asís, hablando de la concelebración decía: "No es suficiente tener y manifestar la intención de hacer propias las palabras y acciones del Celebrante. Los concelebrantes deben por sí mismos decir, sobre el Pan y el Vino: "Esto es mi Cuerpo, "Esto es mi Sangre"; de lo contrario su concelebración no es más que una mera ceremonia". Cabe preguntarse si las palabras consagran en cuanto que se recitan a la manera de un narrador (en lenguaje escolástico: materialiter pronunciadas), o bien haciéndolas propias (formaliter). De hecho, las palabras consagratorias, están insertadas en una narración: Qui pridie... Podrá discutirse teóricamente si ello es indispensable o no para la validez; pero en la práctica, si se da el caso de tener que reparar un omisión o un error, la Iglesia, desde muy antiguo, obliga al Sacerdote a empezar otra vez desde el Qui pridie... Por otro lado el sacerdote en la Eucaristía parece que no se nombra como en otros Sacramentos, -por Ej. "lo te bautizo, yo te absuelvo"- , en los que se comporta como Ministro que realiza una acción personal, aunque instrumental, y se contenta con repetir las palabras de Cristo sin que parezca apropiárselas, lo cual es verdad, pero insuficiente. En efecto, un fiel no sacerdote si repitiera con fidelidad substancial las palabras de Cristo no realizaría la Consagración. Hace falta, pues, que sea sacerdote y que además las repita aplicándolas a una materia que él designa actualmente (cogiendo en sus manos la Hostia o el Cáliz, o en la concelebración señalándolas con un ademán) y que tenga intención de consagrar, de lo cual vemos que el sacerdote actúa en lugar de Cristo (in persona Christi), él es entonces Cristo sacramentalmente: en él está presente Cristo según dice la Mediator Dei y la Constitución (n. 7). A. M. ROQUET Memorial y celebración Al mismo resultado llegamos siguiendo un camino menos escolástico y más positivo. Con Dom Casel podemos ver que para la tradición bíblica litúrgica y patrística, conmemorar la Pascua es celebrarla. Narración y acción, lejos de oponerse, se identifican. El sacerdote que narra la Cena, la realiza, la renueva aquí y ahora; es la mentalidad semítica, diversa de la mentalidad lógica de los grecolatinos. La noción bíblica de Memorial no es una noción sicológica o noética, sino concreta y activa de una realidad viva y actual. La Pascua conmemorada se hace presente, actual, viva. Ello nos lleva a la noción hebrea de palabra (dabar). Para los grecolatinos la palabra, logos, designa una idea, una representación más o menos abstracta y estática, puramente cognoscitiva o informativa. Para los hebreos dabar es una palabra motriz que actúa, que interpela, que pone en situación, que en muchos casos puede traducirse por "acontecimiento" (événement). En este sentido, santo Tomás pudo decir que en la Eucaristía, Cristo en verdad es inmolado porque en ella se conmemora la Pasión. Esta concepción encuentra su fundamentación teológica en que la palabra de Dios es activa, eficaz (Heb 4, 12), creadora (Gén 1,3; Jn 1,3), que no se contenta con decir sino que obra. Por ello los sacramentos obran lo que significan. Bajo ropaje escolástico este último enunciado recoge las intuiciones bíblicas fundamentales. El sacerdote de la Nueva Alianza se hace profeta: "He aquí que yo pongo mis palabras en tu boca" (Jer 1, 9). El sacramento que él realiza es, al mismo tiempo, anuncio y proclamación de las maravillas de Dios: "Cuantas veces coméis este Pan y bebéis este Cáliz anunciáis la Muerte del Señor hasta que venga" (1 Cor 11, 26). Explicitación del memorial Pero debido al modo discursivo del hombre no podemos abarcar de un golpe todo el misterio pascual de la consagración. De ahí el despliegue a lo largo del año litúrgico, sobre todo en la parte variable de la Misa. No hay que tomar sus lecturas como simples enunciados, recitados o adoctrinamientos a modo de lecciones o enseñanzas que preceden a la acción litúrgica propiamente tal. Forman parte de ella, participan de su actualidad, de su plenitud mistérica. La presencia del Misterio se realiza ya en las lecturas: "Cristo está ya presente en su Palabra, pues Él mismo habla cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura". Los salmos que la encuadran es la respuesta de la Iglesia. Los fieles manifiestan su deseó, adentrarse en el Misterio y penetrar en él radicalmente. El mismo Espíritu Santo, que opera en la Consagración, ha inspirado la Escritura y dispone a la Iglesia para que sepa recibir el Misterio siempre vivo que las Escrituras anuncian, para que lo comprenda y lo lleve a realización. La predicación está entre la lectura y la Consagración porque tiene por fin subrayar la actualización de la Palabra, para que la Asamblea, aquí y ahora, la asimile; para enseñar a la Asamblea cómo debe ofrecerse con toda su vida a la luz de la Palabra y del Sacrificio eucarístico que se aproxima. Por la oración universal, en fin, los fieles deben ejercer el sacerdocio común, y realizar activamente su función de mediación comunitaria en orden a la expansión del Reino de Dios. A. M. ROQUET Eficacia de la Palabra ¿La Palabra tiene aficacia sacramental, es decir; ex opere operato, o más bien exclusivamente por la disposiciones del que la recibe, es decir ex opere operantis, o a la manera; de un sacramental, por la eficacia de la intercesión ante Dios de la Iglesia, ex opere operantis Ecclessiae? Puede decirse que opera ex opere operato. Pero entendiéndolo bien. Ello no significa "automáticamente", sino "en virtud de la acción realizada", o mejor "en virtud de la acción de Cristo", el Verbo creador y el testigo fiel. Indudablemente en presencia de un obstáculo y sobre un sujeto incapaz de reacción personal, el Sacramento obra infaliblemente y de modo total (bautismo de un niño con su cooperación asegurada por la fe de la Iglesia). En. otros casos puede ser infalible pero no total en la Eucaristía las palabras operan la Transustanciación y la presencia sacrificar de Cristo infaliblemente (res et Sacramentum); pero sus efectos de unidad y de paz para la Iglesia y de purificación y vivificación de los comulgantes (res), no se producen infaliblemente, hace falta que los fieles participen con fe viva, se comprometan y se ofrezcan. Análogamente en el Bautismo de adultos se da el carácter infaliblemente; pero para la incorporación invisible a Cristo, para nacer a la vida de los resucitados hace falta la conversión y la adhesión a la fe del bautizado. Pero estos efectos, que requieren disposiciones del sujeto, son producidos por el mismo Cristo que actúa en los sacramentos con una comunicación real del Misterio pascual, y sobrepasan en mucho el valor de las disposiciones subjetivas reales aportadas por el fiel. Se pueden hacer consideraciones del mismo tipo para la presencia real de Cristo en el sacerdote, en la acción sacramental, en la. misma Palabra, y en la asamblea. No está presente de modo metafórico, sino real, es decir, independientemente de las condiciones subjetivas de los fieles. Añadamos, sin embargo, que su presencia reviste en cada caso un carácter distinto, p. Ej. adoramos la Hostia consagrada, y no adoramos al sacerdote, ni a la Palabra de Dios, ni a la asamblea. Cristo actúa ex opere operato, pero de distinta manera, en los Sacramentos y en el- gran sacramento universal que es la Palabra de Dios, ya sea proclamada auténticamente, ya comentada; por el Ministro. Este actuará a un tiempo, como sacerdote, consagrando, y como sacerdote y profeta repartiendo el pan de la Palabra de Dios. Tenemos, pues, que en ambos se da una analogía, es decir: por un lado, la misma Palabra de Dios; por otro lado, diversidad radical: en la lectura de la Sagrada Escritura, se proclama la Palabra de Dios en su texto inspirado; en el comentario, la Palabra de Dios es meditada y dirigida a una comunidad concreta por un hombre de hoy con su idiosincrasia; "he aquí que yo pongo mis palabras en tu boca." Las celebraciones de la Palabra Cuando tienen lugar fuera de la Misa no pueden llamarse litúrgicas en sentido estricto, pero sin embargo tienen una ordenación a la Eucaristía, sobre todo cuando se celebran en localidades desprovistas de sacerdotes, o cuando se orientan a preparar grandes festividades, o cuando en funciones de la tarde se tienen como prolongación de la Misa. La Eucaristía es la cumbre de toda la liturgia adonde confluyen, y de donde emanan los sacramentos, así como todas las actividades de la Iglesia (n. 10). La Constitución (nn. 35 y 13) y la instrucción Inter Oecumenici (mi. 37-39) invitan a estructurar estas paraliturgias, según la liturgia de la Palabra de la Misa, con lo cual quedan referidas orgánicamente a ella y por tanto, se les puede aplicar, de un modo análogo pero real, lo que la Constitución afirma de la presencia de Cristo en la Palabra anunciada en la A. M. ROQUET Iglesia y en la Asamblea que la escucha y responde con sus aclamaciones y con su plegaria. Condiciones de eficacia Si Cris to actúa en la Palabra, si ésta obra ex opere operato, hay que ver en qué condiciones será acogida, "no como palabra de hombre, sino como la Palabra de Dios que es realmente", para que "ejerza su eficacia en los creyentes" (Tim 2, 13). Hace falta primero que sea Palabra de Dios; esto es tarea de los traductores. No pueden adulterarla con glosas, interpretaciones, hipótesis, etc., que no cuentan jamás con la garantía de la inspiración. Deben ser fieles aun a los giros de expresión, a sus dificultades y obscuridades que parezcan inherentes a la Palabra de Dios. Sin duda esta Palabra es difícil, pero como el pan eucarístico, sólo es asimilable pagando el precio de la fe; "mis pensamientos no son vuestros pensamientos y mis caminos no son vuestros caminos, Palabra del Señor" (Is 55, 8). Por otra parte, esta fidelidad no debe ser servil, de modo que mantenga aquellas dificultades de expresión que no pertenecen al mensaje de la Palabra. Hace falta que sea proclamada en la Iglesia .y exige obediencia en cuanto a su interpretación y a la selección que la Iglesia crea más oportuna, según las necesidades de los fieles. Por fin, las lecturas deben hacerse de tal modo, que el lector, tratándose aun de seglares, tenga conciencia de que no es un mero ayudante, sino verdadero oficiante que proclama la Palabra de Dios. Debe acompañar a la misma toda la dignidad que le corresponde. La Institución Inter Oecumenici pide que se atienda a "la dignidad de los libros que se utilizarán para leer al pueblo el texto litúrgico en la lengua del país" (n. 40, e). Comprende, pues, dignidad material del libro y dignidad, incluso, en el modo de tratarlo: Cuando se hagan moniciones introductorias deben hacerse de tal manera, que se distingan de la misma lectura las Sagradas Escrituras y estén orientadas a abrir el espíritu para recibir comunitariamente, en la fe, la Palabra de Dios actualmente viva. La predicación como Palabra de Dios No solamente por su origen e inspiración en el texto sagrado (ex textu sacro), sino también en sí misma es un acto profético, pues consiste fundamentalmente en anunciar la verdad e iluminarla bajo el influjo del Espíritu. Es un acto eucarístico, por `cuanto el predicador, además de maestro, es el portador de la Palabra y su intérprete. Predicar es, no solamente exponer o demostrar, es orar. Es un acto pastoral, pues principalmente por ella el sacerdote conduce a su rebaño a los verdes pastos y a las aguas refrigerantes. Es un acto apostólico en cuanto que el predicador, enviado por Cristo, actúa con su cooperación "sinérgicamente" (Me 16,20). La palabra del Sacerdote es, como la Palabra de Cristo, una palabra eficaz, un elemento de la economía de la salvación que se despliega en la liturgia y en la vida de los fieles. A. M. ROQUET Corolarios espirituales Concebida así, la Palabra de Dios es exigente para el sacerdote. Puede marcar toda una espiritualidad sacerdotal. El sacerdote ve que debe colocar en la base de su predicación la fe, no una fe vaga, sino la fe en cuanto es confianza en la Palabra de Dios, adhesión y docilidad a ella y certeza de su eficacia. La fe en esta Palabra no puede permanecer en el plano de los principios, ni reducirse a una confianza ciega; exige el estudio asiduo e incesante del sacerdote. Pero no un estudio escolar. Hace falta "conocer"; en sentido juaneo, la Palabra, conocimiento que implica una comunión de amor para lo que. hay de más profundo en nosotros. Si esta fe es luz, también es oscuridad. Exige obediencia y renuncia. Para ser en verdad portador de la palabra de Cristo hace falta la renuncia para ceder el sitio a Cristo. Cuando consagra, el sacerdote desaparece, Cristo habla por su boca: "Este es mi Cuerpo". La Palabra de Cristo es entonces omnipotente. La Palabra predicada y proclamada, siendo algo personal; exige, sin embargo, el olvido del que la profiere, de modo que, parodiando a san Pablo, "Yo hablo, mas no soy yo, sino Cristo quien habla en mí". Pide el abandono de toda búsqueda de efecto, de toda pasión personal, de todo sectarismo, de presentar nuestras opiniones propias bajo el ropaje de la Palabra de Dios. Pero esta kénosis del predicador no es de ningún modo algo solamente negativo. El que habla -al celebrar, al orar, al predicar- no se olvida de que lo hace para ceder el sitio a Cristo y también a los fieles, para identificarse con sus miserias, con sus necesidades y con el fervor que debe suscitar y dar satisfacción en ellos. Tal ideal apostólico y sacerdotal es difícil de realizar. Pero es necesario tender a él con todas las fuerzas, pues sólo entonces el sacerdote podrá esperar que, al pasar por su boca la Palabra de Cristo, permanezca viva y eficaz para los creyentes de hoy. Tradujo y extractó: MAURICIO BACARDIT