PANORÁMICA DE LA FILOSOFÍA MODERNA: RACIONALISMO, EMPIRISMO E ILUSTRACIÓN La segunda etapa de la filosofía moderna, iniciada en el siglo XVII con la obra de Descartes, se caracterizó principalmente por la autonomía que adquirió la razón, que se constituyó como principio supremo del conocimiento. El final de esta época vino con la Revolución Francesa del siglo XVIII, pero sus consecuencias, tanto políticas como culturales y filosóficas se extendieron más allá del final de la modernidad. Además, el pensamiento moderno trajo, además de la autonomía de la razón, una nueva manera de ver el mundo y de interpretar las aspiraciones del ser humano, que, en relación con la ciencia, llevó a cabo nuevos proyectos como el análisis de la propia razón, en su función teórica y práctica. Las corrientes en las que se divide el pensamiento filosófico de esta etapa son el racionalismo y el empirismo. Más tarde apareció el movimiento de la Ilustración, de carácter no sólo filosófico, sino también cultural. El racionalismo, corriente filosófica del siglo XVII que fue inaugurada por René Descartes –y continuada, entre otros, por Spinoza y Leibniz– tomó las matemáticas como modelo de saber, aspecto del que se derivaron sus dos rasgos principales: su ideal de ciencia deductiva (es decir, la convicción de que a partir de ciertos principios evidentes se podía deducir todo el sistema de conocimiento) y su certeza de que los ámbitos del pensamiento y de la realidad coincidían. Así, según esta última idea los conceptos o principios primitivos (conceptos o axiomas tales como “sustancia” o “materia”) existían porque podían ser pensados, y, además, el racionalismo dijo de ellos que eran ideas innatas, es decir, que existían de forma anterior a la experiencia, y por tanto, no se extraían y generaban a partir de ella. Por tanto, una pieza clave de la filosofía racionalista fue su noción de sustancia, que se basó en el segundo principio de que los ámbitos de la realidad y el pensamiento coincidían. Los racionalistas, sin embargo, no se pusieron de acuerdo en cuántos tipos de sustancias existían, y así, Descartes distinguió tres tipos: res infinita (Dios), res extensa (el mundo o el cuerpo) y res pensante o res cogitans (el alma o el yo). Spinoza defendió sin embargo que sólo existía una, la sustancia infinita (Dios), que podía existir y ser conocida por sí misma. El desarrollo de la ciencia moderna, además, planteó la necesidad de reflexionar sobre el método. Los filósofos achacaron al uso de métodos inadecuados la a veces incapacidad de la razón para llegar a soluciones válidas. Se desarrollaron varios métodos distintos: el deductivo, el analítico, y el utilizado por Kant, el método trascendental. El método utilizado por el racionalismo fue el deductivo, basado en las matemáticas. El empirismo, corriente filosófica contraria al racionalismo, se caracterizó por su rechazo de las ideas innatas. Afirmaba, por tanto, que todo nuestro conocimiento procedía de la experiencia, y que ésta era, también, su límite, que no podía ser superado de ninguna forma. Hay que tener en cuenta, sin embargo, que el racionalismo y el empirismo tenían ideas comunes, debido a que eran corrientes filosóficas que se desarrollaron en la misma época, y, de esta forma, compartían, por ejemplo, su preocupación por el conocimiento, por su origen y por sus límites. Con respecto al origen del conocimiento, los empiristas investigaron cómo era éste posible a partir de la experiencia, y para ello recurrieron al método que ellos empleaban: el analítico, que consistía en descomponer las ideas complejas hasta encontrar ideas más simples que pudieran ser estudiadas y resueltas, para así, resolver también las ideas complejas. De esta forma, hacían un análisis psicológico de estas ideas, hecho que les llevó a criticar al conocimiento y a la metafísica, usando para ello la experiencia. Esto se radicalizó en Hume, que sostuvo una posición escéptica con respecto al conocimiento. Kant, más tarde, hizo una síntesis del racionalismo y del empirismo, en lo que se denominó como idealismo trascendental. El movimiento cultural y filosófico conocido como Ilustración, muy característico del siglo XVIII, puede definirse de este modo desde el punto de vista filosófico: la exigencia de confiar en la razón y de servirse de ella de forma independiente. Kant dijo, en su obra “Qué es la Ilustración”: «Sapere aude: ten el valor de servirte de tu propio entendimiento. He aquí el lema de la Ilustración» . La Ilustración, desde el punto de vista político, defendía unos valores y derechos fundamentales que se correspondían con las demandas sociales de la burguesía. De la Ilustración francesa, por ejemplo, podemos destacar a la Enciclopedia, obra representativa no sólo de la Ilustración de ese país, sino de toda ella en conjunto. La definición kantiana de la Ilustración estaba muy relacionada con los caracteres de la razón ilustrada: en primer lugar estaba el carácter crítico de la razón, propio de su utilización como arma para rechazar y examinar todo aquello que es contrario a su uso independiente y libre (como las tradiciones, los prejuicios o la autoridad externa); en segundo lugar, estaba el carácter analítico de la razón, es decir, a través de su conexión con la experiencia la razón era una capacidad para adquirir conocimiento. Igualmente, el carácter analítico de la razón implicaba su capacidad para analizar también lo empírico y entender así las leyes generales. Por último, el carácter secular de la razón conllevaba el rechazo de las ideas provenientes de la teología y de la religión: frente al teocentrismo, se apoyaba al fisiocentrismo (de physis, naturaleza en griego), frente al “Dios proveerá” de la religión se tenía fe en el progreso de la ciencia y de la humanidad, y en oposición al sometimiento religioso, la razón impulsaba la liberación total del ser humano. Desde esta perspectiva de una razón secularizada, la Ilustración también criticó a la religión. La concepción ilustrada de la naturaleza era la misma que la de Newton, y de este modo se rechazó la intervención divina, con lo que la naturaleza estaba regida únicamente por las leyes científicas. Vinculado con esta idea, el deísmo afirmó la existencia de un Dios del que se desconoce su verdadera esencia, sus atributos y características, un Dios que creó el mundo pero que luego se desentendió de él, y que, por tanto, no es responsable de la realidad del mal. En este punto, Hume se distanció del resto de ilustrados, afirmando que el origen de la religión estaba en los sentimientos, en vez de en la razón. c Belén Cebrián Sánchez