La Rivera - Fuente del Maestre

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La Rivera
Guía para naturalistas sobre los espacios forestales riparios de Fuente del Maestre
Francisco José Jáuregui Blanca
El Puente de Cigarrito La Rivera de Zafra muestra a lo largo de casi todo su recorrido una estampa semejante a la de La Boca del Infierno. La transformación del paisaje para el aprovechamiento agrario o ganadero no permite más que la instalación de delgadas líneas de adelfas (Nerium oleander) y fresnos (Fraxinus angustifolia) con azoferfios (Crataegus monogyna) dispersos, que hunden sus raíces en las mismas aguas, y de cuyas ramas cuelgan pronto zarzas (Rubus ulmifolius) con rosales bravíos (Rosa sp.) Siguiendo los flujos de agua, las flores de la adelfa cruzan los campos calcinados del estío. Rosal bravío: flores Frutos del rosal bravío: tapaculos o revientabarras Azoferfias, frutos del tilero o azoferfio En sombra cerrada, sólo Oenanthe croccata o Rumex pulcher se acercan aún más a la corriente. Puesto que estas franjas entre el monte y el agua esconden rincones muy sencidos, aparecen también a trechos individuos de las especies más exigentes. Salix alba. En alguna de las hojas del fondo se entrevé el tomento blanco del envés. Esporádicamente, aparecen zauces (S. alba) y retoños de álamos negros (Ulmus minor) muertos por la grafiosis. El álamo negro parece soportar estiajes más prolongados que el fresno, y acompañaba a los arroyos en su discurrir por terrenos carbonatados Todavía la primavera viste de hojas las ramas de algún álamo negro, después de que el último embate de la grafiosis, el más violento de los conocidos, arrasara sus poblaciones. La pureza genética de la descendencia de éstos que aparecen en la foto se ve amenazada por una repoblación con olmo de parque. Probablemente, tanto olmos introducidos como autóctonos sucumban bajo las aguas del pantano de Villalba. Las hojas del álamo negro se caracterizan por su asimetría (un lado de la lámina arranca del rabillo antes que el opuesto) Los brimbes o brimberas (Salix fragilis,izquierda) se diferencian fácilmente de los fresnos en que sus hojas son simples, mientras que en los fresnos (a la derecha) son compuestas (todas la hojitas que arrancan del rabillo en la imagen de la derecha, salen y caen en bloque junto al rabillo). No faltan las choperas, pero “Flora iberica” considera el chopo (Populus nigra) introducido por pueblos de la Antigüedad. Los suelos compactados por pisoteo, removidos o descarnados por la pendiente y el agua, favorecen el desarrollo de ciertas yerbas, permitiendo incluso la entrada de aquellas del exterior ‐más robustas‐ capaces de soportar la sombra. Así, muchas veces resulta difícil diferenciar una especie típicamente forestal de otra propia de oquedades, pastos húmedos o ruderal, pudiendo encontrar árnica, yerba ferré, borujo o achicoria en cunetas; ciguta, espigocha, malvones o arvejacas en prados húmedos; la capa de la reina o conejina en antiguos muros invadidos por la vegetación; cerrajinas, lechuguinos, carretones, juncos, cenizos, orquídeas, pimienta o lastón en espesuras... Espigocha (Bromus diandrus) Arvejaca (Vicia sativa subsp. nigra) Avena barbata (avena loca) Lolium perenne (yerbajoyo) Ortiga (Urtica dioica) Lavatera cretica Althaea cannabina Ijones de burro (Scandix pecten‐veneris) Avena barbata Termino con Cichorium intybus, pero la lista podría prolongarse sin cuento. Con todo, el otoño alfombra las sombras más densas del bosque con un puñado de herbáceas vivaces muy constantes, entretejidas en invierno por el terófito Gallium aparine: Arum italicum, Ranunculus ficaria, Smyrnium olusatrum, Piptatherum milliaceum (achicoria, que conserva la parte aérea todo el año), Allium neapolitanum, A. roseum, A. ampeloprasum, A. oleraceum, A. vineale, Poa trivialis, Gladiolus italicus, Melissa officinalis… Arum italicum Ranunculus ficaria Allium neapolitanum (arriba). Al menos a nivel local, las anteras (cabecitas de los estambres) verdes ayudan a distinguirlo de Allium roseum (debajo), con anteras amarillas. Ajo porro (Allium ampeloprasum) Smyrnium olusatrum Gladiolus italicus Poa trivialis Allium oleraceum. Al fondo, Agrostis nebulosa. Toronjil (Melissa officinalis) A medida que nos acercamos a la orla, todas empiezan a verse ahogadas por anuales: Torilis arvensis, Aristolochia paucinervis, Rhagadiolus edulis, Fumaria capreolata, Lamium purpureum, Geranium dissectum, Veronica persica, Stellaria media (“Borujo”, similar a Cerastium glomeratum, también forestal, aunque éste último siempre lo he visto en bosques climatófilos), Vicia sativa subsp. nigra, Sonchus tenerrimus, Hypochoeris radicata, Hedypnois cretica, Andryala integrifolia, Cynoglossum creticum, Cynosurus sp... Orla de una arboleda sobre suelos húmedos Aristolochia paucinervis Fumaria capreolata Veronica persica (flor azul), Euphorbia peplus (flores en ciatos). Las florecitas blancas son de los amores (Gallium sp.) Rhagadiolus edulis Geranium dissectum Gallium aparine (amores) Lamium purpureum Torilis arvensis Stachys germanica, Saponaria officinalis o Hypericum perforatum, aun perennes, prosperan así mismo preferentemente en los bordes. Stachys germanica Árnica (hypericum perfoliatum) Saponaria officinalis Sólo en unas pocas vegas la banda de fresnos y adelfas desborda en impresionantes alamedas que levantan una bóveda blanca a más de 20 metros del suelo. Bajo ella quedan enclaustrados fresnos y álamos negros. La adelfa se ve desplazada a menudo incluso en la misma caja, llegando a refugiarse sólo en estaciones rupestres y partes secas del lecho. Tormenta en la alameda de Cigarrito. Poco después de la confluencia del cauce principal con la Rivera de Robladillo (donde se criaba la rarísima Biarum arundanum en un terreno hoy ampliamente roturado no sé si para “repoblar”), aparece la alameda más madura y de mayores proporciones. Es La Alameda Ladrón. Si bien fresnos y álamos negros apenas admiten a su sombra rosales bravíos y azoferfios salpicados, los álamos permiten a las zarzas (Rubus ulmifolius) invadir el corazón del bosque, donde Carex divulsa y Festuca arundinacea enriquecen con profusión el elenco de herbáceas. Crece aisladamente Carex cuprina y, junto a los veneros, Agrostis nebulosa, mientras Vinca difformis o Iris foetidissima vienen a embellecer notablemente la floración primaveral. El blanco, tanto en el follaje (arriba) como en el tronco (debajo), delata al álamo. Carex divulsa Iris foetidissima Vinca difformis Festuca arundinacea Thapsia garganica. Debajo: la simiente Siempre quedan especies sin identificar… Ésta estaba en una cañada honda entre La Boca del Infierno y la carretera de Zafra a La Lapa. Parecía demasiado lustrosa como para ser Iris foetidissima. El Vertedero, presa construída para abastecer a un antiguo molino en Los Diez Ojos. Confluyen en este paraje las riveras de Zafra y Feria (río Guadajira). Aparecen allí plantas difíciles de ver, como el brimbe (Salix fragilis, muchísimo menos abundante que su congénere S. alba), Osyris quadripartita (propia de ambientes menos fríos), o Parietaria mauritanica (que sólo se cría en riscos sombreados con tierra serriza atrapada en las grietas y encuentra su último refugio local bajo la gran encina que hace esquina con los olivos) Pocos kilómetros aguas abajo, La Rivera de Zafra entrega su caudal permanente al río Guadajira, cuyo régimen fuertemente torrencial queda reflejado en la práctica ausencia del género Populus en sus orillas. Sólo algunas pozas que conservan agua en verano se rodean del arbolado más alto. La adelfa impone su hegemonía en las márgenes, mientras que se forman atarfales de Tamarix africana, eneales de Thypha sp. y, en menor medida, carrizales de Phragmites australis y juncales de Scirpus lacustris (más propios estos últimos de flujos constantes) en las abundantes partes de la cama que emergen sobre el manto primaveral de flores y lentejas de agua (Ranunculus sp. y Lemna sp.). Atarfe (Tamarix africana) Los atarfales de Tamarix africana adquieren gran envergadura, acogiendo en su interior espigochas (las identifiqué con una clave vasca y salieron adscribibles a Vulpia bromoides, aunque están pendientes de revisión) o aquellas yerbas propias de las estaciones más encharcadas que soportan la sombra y, en algunos casos, la fuerte desecación estival, en especial Oenanthe crocata, Rumex pulcher y Atriplex prostrata. A la luz de los claros y orlas prosperan especies de los géneros Scrophularia, Alisma, Phalaris… Oenanthe crocata Vulpia bromoides Atriplex prostrata Las grandes hojas de la romaza (Rumex pulcher) destacan entre las de todas sus acompañantes El Puente Llorente Remontando el río Guadajira desde su confluencia con la Rivera de Zafra en Los Diez Ojos, las márgenes van ganando en especies más exigentes en humedad ambiental y menos tolerantes a las altas temperaturas (submediterráneas, supramediterráneas e incluso oceánicas). La razón podría encontrarse en el incremento de la altitud, que reduce las temperaturas y eleva la pluviometría, el encajamiento que sufre la arteria en hondas cañadas como la de La Huerta del Recuero y, principalmente, por influencia del corito Valle de Las Viñas, donde agalleros o "argolleros" (Quercus faginea) se apiñan por las lindes de las fincas. Vitis sylvestris, el ancestro silvestre de la vid del vino. Dada su resistencia a la filoxera, quizá podría haberse empleado como bravío para injertar las variedades viníferas en lugar de especies foráneas, cuya importación desoló las viñas europeas a finales del siglo XIX y amenaza hoy día seriamente la supervivencia de las parras bravías autóctonas. Las parras soteñas macho se distinguen en seguida de las cultivadas por lo incisivo de los senos foliares y la ausencia de pistilo en la flor. El porte, la densidad y la variedad específica de las enredaderas sellan la impronta del paisaje. Los fresnos quedan envueltos hasta las últimas hojas por parras soteñas (Vitis vinifera var. sylvestris) o zarzaparrillas (Smilax aspera). La mariselva (Lonicera periclymenum subsp. hispanica), que no cuenta con individuos añosos, y el rosal bravío (Rosa canina) alcanzan alturas semejantes, pero no diámetros tan notables. El vuelo del bosque se llena de zarzas (Rubus ulmifolius), amores (Rubia peregrina), esparragueras negras (Asparagus acutifolius, A. aphyllus), blancas (A. albus), cañeras (Tamus communis) y mocosas (Bryonia dioica). Solanum dulcamara (más asíduo en caudales regulares, al igual que la siguiente especie) tiñe de azul violáceo las orlas forestales más húmedas y sombrías, mientras Calystegia sepium derrama sus campanillas sobre las charcas desde los tallos de juncias (Cyperus longus), juncos gigantes (Scirpus lacustris) o adelfillas (Epilobium hirsutum) que crían los afloramientos rocosos y fangosos algo soleados. Zarzaparrilla (Smilax aspera) Lonicera periclymenum subsp. hispanica Solanum dulcamara Calystegia sepium En lo más umbrío, se vuelven cada vez más frecuentes Brachypodium sylvaticum, Carex pendula, Clinopodium vulgare (Satureja vulgaris) y Elymus caninus, tan habituales en las alisedas, así como Viola suavis. Espigas de Elymus caninus enredándose en un ejemplar de Satureja vulgaris.
Viola suavis
Brachypodium sylvaticum Carex pendula Si bien siempre surgen problemas a la hora de distinguir un suelo húmedo con inundaciones periódicas de otro simplemente fresco, lo efímero del caudal y lo abrupto del cauce agranda la dificultad en este curso, proliferando herbáceas más propias de bosques climácicos (Mercurialis ambigua, Centranthus calcitrapae, Geranium lucidum, G. purpureum, Cardamine hirsuta, Origanum sp…). Entre ellas se dan cita, al igual que ocurría con las estrictamente higrófilas, especies más exigentes que las de La Tierra de Barros: Silene latifolia, Anthriscus caucalis, Calamintha nepeta, Clinopodium vulgare… En este sentido, llama la atención la ausencia de Parietaria mauritanica, presente en cambio en Los Diez Ojos, bajo la descomunal encina de la entrada, que crea por sí misma un suelo y un ambiente comparable al de los mejores bosques climatófilos pacenses. Silene latifolia Anthriscus caucalis De niño, los hombres venían por las calles vendiendo pececinos de la rivera. Hace mucho que se empezaron a usar los ríos como cloaca, exterminando toda
vida de ellos. El cangrejo americano parece soportar altos niveles de contaminación, sirviendo de base, a costa del autóctono, en la nutrición de las aves
acuáticas que aún subsisten.
En caudales más abundantes, que aún admiten vida, los peces mutan por todo tipo de resíduos, se vuelven estériles por los anticonceptivos disueltos en la
orina, o salen flotando en masa al entrar en contacto con un vertido industrial.
En la foto, tomada en el Río Guadajira, se puede apreciar el estado del agua que bebemos, con la que nos duchamos y que riega nuestras huertas...
Las orillas no muestran un aspecto mucho mejor…
Cuando la razón crea situaciones absurdas, no faltan quienes prestan oídos a los que viven en las regiones confinadas por esa misma razón en las sombras,
ya sean las sombras de la locura (recuérdese a don Quijote, por ejemplo), las de una cueva o monasterio (los místicos y los profetas) o las de la selva (el
hombre natural de Rousseau):
Así escribía un profeta del siglo VI antes de Cristo:
“El hombre (adam)…modelado de la tierra (adama) y vivificado por el mismo aliento divino que anima a todos los vivientes…” (Extractos
del Génesis, Luis María Armendáriz)
Así sentenciaba un pensador muerto con el siglo XIX en un manicomio por echarse llorando al cuello de de una mula apaleada:
“Permaneced fieles a la tierra” (Friedrich W. Nietzsche)
Y así escribía una pluma salvaje de la América septentrional:
“El Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras(…)¿Cómo podéis comprar o vender el cielo, el calor de la
tierra? Esta idea nos parece extraña. No somos dueños de la frescura del aire ni del centelleo del agua. ¿Cómo podríais comprárnoslos? Lo
decimos oportunamente. Habéis de saber que cada partícula de esta tierra es sagrada para mi pueblo. Cada hoja resplandeciente, cada playa
arenosa, cada neblina en el oscuro bosque, cada claro y cada insecto con su zumbido son sagrados en la memoria y la experiencia de mi
pueblo. La savia que circula en los árboles porta las memorias del hombre de piel roja.
Los muertos del hombre blanco se olvidan de su tierra natal cuando se van a caminar por entre las estrellas. Nuestros muertos jamás olvidan
esta hermosa tierra porque ella es la madre del hombre de piel roja. Somos parte de la tierra y ella es parte de nosotros. Las fragantes flores
son nuestras hermanas; el venado, el caballo, el águila majestuosa son nuestros hermanos. Las praderas, el calor corporal del potrillo y el
hombre, todos pertenecen a la misma familia. "Por eso, cuando el Gran Jefe de Washington manda decir que desea comprar nuestras tierras,
es mucho lo que pide. El Gran Jefe manda decir que nos reservará un lugar para que podamos vivir cómodamente entre nosotros. El será
nuestro padre y nosotros seremos sus hijos. Por eso consideraremos su oferta de comprar nuestras tierras. Mas ello no será fácil porque estas
tierras son sagradas para nosotros. El agua centelleante que corre por los ríos y esteros no es meramente agua sino la sangre de nuestros
mayores. Si os vendemos estas tierras, tendréis que recordar que son sagradas y deberéis enseñar a vuestros hijos que lo son y que cada
reflejo fantasmal en las aguas claras de los lagos habla de acontecimientos y recuerdos de la vida de mi pueblo. El murmullo del agua es la
voz del padre de mi padre.
Los ríos son nuestros hermanos, calman nuestra sed, llevan nuestras canoas y alimentan a nuestros hijos. Si os vendemos nuestras tierras,
deberéis recordar y enseñar a vuestros hijos que los ríos son nuestros hermanos y hermanos de vosotros; deberéis en adelante dar a los ríos el
trato bondadoso que daréis a cualquier hermano.
Sabemos que el hombre blanco no comprende nuestra manera de ser. Le da lo mismo un pedazo de tierra que el otro porque él es un extraño
que llega en la noche a sacar de la tierra lo que necesita. La tierra no es su hermano sino su enemigo. Cuando la ha conquistado la
abandona y sigue su camino. Deja detrás de él las sepulturas de sus padres sin que le importe. Despoja de la tierra a sus hijos sin que le
importe. Olvida la sepultura de su padre y los derechos de sus hijos. Trata a su madre, la tierra, y a su hermano el cielo, como si fuesen cosas
que se pueden comprar, saquear y vender, como si fuesen corderos y cuentas de vidrio. Su insaciable apetito devorará la tierra y dejará tras sí
sólo un desierto.
No lo comprendo. Nuestra manera de ser es diferente a la vuestra. La vista de vuestras ciudades hace doler los ojos al hombre de piel roja.
Pero quizá sea así porque el hombre de piel roja es un salvaje y no comprende las cosas. No hay ningún lugar tranquilo en las ciudades del
hombre blanco, ningún lugar donde pueda escucharse el desplegarse de las hojas en primavera o el orzar de las alas de un insecto. Pero
quizá sea así porque soy un salvaje y no puedo comprender las cosas. El ruido de la ciudad parece insultar los oídos. ¿Y qué clase de vida es
cuando el hombre no es capaz de escuchar el solitario grito de la garza o la discusión nocturna de las ranas alrededor de la laguna? Soy un
hombre de piel roja y no lo comprendo. Los indios preferimos el suave sonido del viento que acaricia la cala del lago y el olor del mismo
viento purificado por la lluvia del mediodía o perfumado por la fragancia de los pinos.
El aire es algo precioso para el hombre de piel roja porque todas las cosas comparten el mismo aliento: el animal, el árbol y el hombre. El
hombre blanco parece no sentir el aire que respira. Al igual que un hombre muchos días agonizante, se ha vuelto insensible al hedor. Mas, si
os vendemos nuestras tierras, debéis recordar que el aire es precioso para nosotros, que el aire comparte su espíritu con toda la vida que
sustenta. Y, si os vendemos nuestras tierras, debéis dejarlas aparte y mantenerlas sagradas como un lugar al cual podrá llegar incluso el
hombre blanco a saborear el viento dulcificado por las flores de la pradera.
Consideraremos vuestra oferta de comprar nuestras tierras. Si decidimos aceptarla, pondré una condición: que el hombre blanco deberá
tratar a los animales de estas tierras como hermanos. Soy un salvaje y no comprendo otro modo de conducta. He visto miles de búfalos
pudriéndose sobre las praderas, abandonados allí por el hombre blanco que les disparó desde un tren en marcha. Soy un salvaje y no
comprendo como el humeante caballo de vapor puede ser más importante que el búfalo al que sólo matamos para poder vivir. ¿Qué es el
hombre sin los animales? Si todos los animales hubiesen desaparecido, el hombre moriría de una gran soledad de espíritu. Porque todo lo
que ocurre a los animales pronto habrá de ocurrir también al hombre. Todas las cosas están relacionadas ente sí.
Vosotros debéis enseñar a vuestros hijos que el suelo bajo sus pies es la ceniza de sus abuelos. Para que respeten la tierra, debéis decir a
vuestros hijos que la tierra está plena de vida de nuestros mayores. Debéis enseñar a vuestros hijos lo que nosotros hemos enseñados a los
nuestros: que la tierra es nuestra madre. Todo lo que afecta a la tierra afecta a los hijos de la tierra. Cuando los hombres escupen el suelo se
escupen a sí mismos.
Esto lo sabemos: la tierra no pertenece al hombre, sino que el hombre pertenece a la tierra. El hombre no ha tejido la red de la vida: es sólo
una hebra de ella. Todo lo que haga a la red se lo hará a sí mismo. Lo que ocurre a la tierra ocurrirá a los hijos de la tierra. Lo sabemos.
Todas las cosas están relacionadas como la sangre que une a una familia.
Aún el hombre blanco, cuyo Dios se pasea con él y conversa con el -de amigo a amigo no puede estar exento del destino común-. Quizá
seamos hermanos, después de todo. Lo veremos. Sabemos algo que el hombre blanco descubrirá algún día: que nuestro Dios es su mismo
Dios. Ahora pensáis quizá que sois dueño de nuestras tierras; pero no podéis serlo. El es el Dios de la humanidad y Su compasión es igual
para el hombre blanco. Esta tierra es preciosa para El y el causarle daño significa mostrar desprecio hacia su Creador. Los hombres blancos
también pasarán, tal vez antes que las demás tribus. Si contamináis vuestra cama, moriréis alguna noche sofocados por vuestros propios
desperdicios. Pero aún en vuestra hora final os sentiréis iluminados por la idea de que Dios os trajo a estas tierras y os dio el dominio sobre
ellas y sobre el hombre de piel roja con algún propósito especial. Tal destino es un misterio para nosotros porque no comprendemos lo que
será cuando los búfalos hayan sido exterminados, cuando los caballos salvajes hayan sido domados, cuando los recónditos rincones de los
bosques exhalen el olor a muchos hombres y cuando la vista hacia las verdes colinas esté cerrada por un enjambre de alambres parlantes.
¿Dónde está el espeso bosque? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así termina la vida y comienza la supervivencia…." (Carta
a Washington de Tatanka Iotanka, conocido como Toro sentado, del inglés “Sitting Bull”, salvaje muerto a manos del gobierno de los Estados
Unidos)
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