marsella en tránsito

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Imagen de la Corniche,
donde se esconde el antiguo
barrio de pescadores, uno
de los símbolos más
identificativos de Marsella.
Abajo, colorista graffiti en
una calle de la ciudad
portuaria.
MARSELLA
EN TRÁNSITO
La ciudad francesa, capital de la Provenza,
será la Capital Europea de la Cultura 2013,
hecho que está provocando una profunda
transformación en la fisonomía de una
urbe mezcla de Europa y África que
quiere modernizarse pero sin perder sus
esencias de puerto mediterráneo.
Texto: Catalina Gayà
Fotografía: Oscar Elias
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S
e llama Cristina, pero en realidad debería llamarse Marsella. Es la propietaria del primer
puesto de pescado del mercado que todos los
días se monta en el Puerto Viejo, Vieux Port.
Ahora, por las obras que cicatrizan la ciudad y que en
tres meses la convertirán en la Capital Europea de la
Cultura, los han desplazado un poco más a la derecha
de la Lonja, pero no tanto como para que los marselleses no sepan dónde están. Viéndola, se sabe que
Cristina es hija, mujer y madre de pescador. Es una
rubia teñida, una doña más que versada en las artes
de vender un pescado recién sacado de ese mar que
en la antigüedad llevaba el nombre de la ciudad que
baña, Marsella.
Ofrece rapes –en las lonjas mediterráneas, salvo el
bacalao, no se suelen apreciar peces de otros mares–
a cualquiera de estos hombres que aparcan la moto
enfrente y siempre regatean. Ella no afloja, porque el
pescado aún está vivo y lo auténtico todavía tiene su
valor en esta vieja ciudad portuaria. Quien quiera preparar una buena bullabesa, el plato más tradicional
de la zona, necesita buenos rapes, pejes, salmonetes y
centollos.
Este mercado de pescado es quizá la mejor representación de la Marsella en tránsito y que, pese a la
inversión europea y al tren de alta velocidad (TGV)
que la conecta en tres horas con París, aún es un puerto
que no esconde ni las contradicciones, ni la pobreza y
ni siquiera esa decadencia mediterránea que, si está a
la vista, es casi un arte.
Hace siglos que Marsella es puerto de llegada de
quien huye de la miseria, de las guerras o de las persecuciones. Hay ciudades que, por los caminos de la europeización, han vivido un proceso de maquillaje homogeneizador –la Barcelona postolímpica, el Estambul
europeo, el Milán de las pasarelas de moda, la Palma
de Mallorca más turística–, pero Marsella se resiste. Y
es precisamente en ese desafío donde radica algo que
conecta al visitante con un recuerdo que ya se perdió
en el olvido y que ha quedado solo para las fotos en
blanco y negro.
Laboratorio social. Marsella es la segunda ciudad del
Estado francés, tiene 859.000 habitantes y en el mundo
aparece como un ejemplo de multiculturalidad. Los
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marselleses aseguran que esa es solo una imagen para
el forastero. Es cierto que toda África vive en Marsella,
también Asia y parte de Europa del Este, pero, dicen,
no es un ejemplo. Prefieren explicar que es un laboratorio, porque ese estatus le otorga movimiento, experimento y la convierte en una ciudad abierta al cambio.
Aparece como una isla de la izquierda en una región,
Aix-en-Provence, que es considerada como una de las
zonas más bellas y ricas de Europa.
Marsella sigue siendo la otra: la capital de la Provenza, pero la gran desconocida. No es París ni Lyon,
es Marsella. Y en ese nombre, hay contradicciones, reivindicaciones sociales, un himno, un futuro en crisis
y mucho mar. Ser nombrada capital europea de la cultura –comparte capitalidad con la ciudad eslovaca de
Kosice– es para los marselleses una oportunidad para
que “algo” cambie y Marsella deje de aparecer en los
periódicos franceses como una ciudad sin reglas y dominada por la mafia. ¿Hacía dónde cambiará? Nadie
aventura una respuesta. Todavía ahora, cuando las
obras han cambiado la fisonomía de la ciudad, aún
no están seguros qué pueda significar ese cambio.
Desde el 16 de septiembre de 2008, cuando la ciudad
fue seleccionada como futura capital europea, la sede
de la Asociación Marsella-Provence 2013, el edificio
Maison Diamantée, se ha convertido en el lugar más
transitado de la ciudad. En este edificio antiguo del
Puerto Viejo, justo detrás del Ayuntamiento, se gesta
un programa cultural y artístico que se calcula atraerá
a dos millones visitantes y que pondrá la ciudad en el
mapa cultural del mundo.
Aun así, Marsella-Provence 2013 no es solo un
evento cultural. Se está transformando el paseo marítimo y se finalizan la construcción 60 obras, por las
que se han invertido hasta 660 millones de euros. Los
marselleses dicen que estas obras tienen que reconvertir «esta ciudad de albañiles» –el paisaje urbano es
una suma de edificios sin planificación, pero con gran
encanto– en una urbe de diseño arquitectónico.
Las dos obras emblemáticas de esta nueva Marsella
son el Museo de las Civilizaciones de Europa y del Mediterráneo (MUCEM), en el fuerte de Saint-Jean, y el
Centro Regional del Mediterráneo (CRM). Una gran
foto de lo que serán estos equipamientos culturales
da la bienvenida al edificio de la asociación. Además
del MUCEM y del CRM, en la foto aparece la torre CMA
CGM, obra del arquitecto Zaha Hadid. También Los
Muelles de Arenc, un antiguo almacén que tiene que
Sobre estas líneas, arte
urbano junto a una
terraza en la bohemia
Rue de Panier. En la
página anterior, La
Friche, en la Belle de
Mai; un velero anclado
en el Vieux Port y vista
del Quai du Port.
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albergar 128 apartamentos de lujo, 215 en alquiler y
oficinas.
El despacho de Ulrich Fuchs, el director adjunto de
la asociación, está repleto de programas, dípticos y
pósters. Acaba de llegar el libro que reúne los 400 actos culturales y artísticos que, desde el 12 de enero
hasta diciembre de 2013, tendrán lugar en Marsella.
En la portada aparece un mapa de Europa volteado. El
epicentro es Marsella, en una clara referencia a la capitalidad mediterránea que geográficamente ejerce la
ciudad. Fuchs explica que la organización del evento
se impuso como objetivo acompañar el proceso de
cambio urbanístico con un debate social y una reflexión sobre lo que implica “la cultura capitalista”. ¿Servirá para convertir Marsella en una posible capital de
la zona Euromediterránea? «Servirá para hacer una
reflexión y ponerla en el mapa, porque sigue siendo
una ciudad olvidada por los propios franceses», reconoce. El programa, explica, intentará precisamente
mostrar esa Europa del sur, ese punto de llegada de
África y artistas emergentes de una y otra ribera del
Mediterráneo.
Es difícil organizar la capitalidad cultural de Europa
en unos momentos en que el continente vive una de
las crisis más importantes de su historia. Marsella,
además, es sur y norte. En los últimos cuatro años, la
ciudad ha vivido un proceso de transformaciones que
culminará el 12 de enero, cuando, literalmente, según
se lee en los carteles que tapizan la ciudad, «Marsella
dará la bienvenida al mundo».
Le Panier, barrio bohemio chic . Hay varios barrios
que, cuatro meses antes de la inauguración, ya han
vivido ese cambio que anuncia una nueva ciudad. Le
10 zazpika
Panier, sin duda, es uno de ellos. Ahora es el barrio
bohemio chic. Hay que subir unos cien escalones
desde le Port Vieux (donde están el edificio del Ayuntamiento levantado en tiempos del rey Luis XIV y los
mejores restaurantes) para llegar a Le Panier. En este
montículo urbano y pegado a los muelles nació Marsella hace 2.600 años, cuando se instaló ahí una colonia griega. Por extraño que parezca en una ciudad europea, en Le Panier no hay vestigios ni ruinas.
Su historia reciente se configura casi con la cronología de las guerras europeas. En 1915 llegaron los armenios huyendo de los turcos, luego los italianos amenazados por el fascismo. Se convirtió en la peor
pesadilla de los nazis, ya que desde aquí se gestó la
resistencia del sur del Estado francés y ni siquiera
bombardeándola pudieron acallar las voces disidentes.
Acabada la Segunda Guerra Mundial, los judíos se instalaron en esta zona y convivieron con los corsos que
desde siempre han vivido y dominado en el barrio.
En los 60 llegaron los argelinos y pied-noirs, franceses
que provenían de la antigua colonia. En 2008 empezaron a llegar los artistas y los parisinos que ahora sí
viajaban al sur. Desde entonces, es un barrio de moda
para los que vienen de fuera y el barrio aún borrado
del imaginario urbano de los marselleses.
Es en Le Panier donde se ha rodado el culebrón de
moda en el Estado francés, “Pule Belle La Vie”, que ha
enganchado a tres cuartas partes de los franceses y
paraliza la vida cotidiana cada tarde a las 20.20 horas.
Ahora hay un turismo que llega desde la propia ciudad
y de todos los rincones del hexágono buscando aquello que solo conocen a través de imagénes. Empiezan
por Vielle Charité –un viejo hospicio de pobres que es
ahora un museo arqueológico y de artes africanas– y
Marsella es un
cruce de culturas
y razas; trajes
tradicionales
africanos se
mezclan entre la
población de un
lugar en el que
conviven África y
Europa.
En el centro,
habitación de
diseño de uno de
los nuevos
hoteles de la
ciudad.
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acaban en cualquier terraza tomando un vino o comprando artesanía. La cigarra es el símbolo de la región
y en el barrio es reproducida en plata, oro, cáñamo,
piedra o yeso. Le Panier, que significa cesto, es un barrio en construcción: conviven los corsos de siempre
con sus cafés, heladerías y restaurantes con los artistas
venidos de todos los lugares del mundo y los nuevos
hoteles.
Au Vieux Panier es un hotel por el que pasan muchos
de estos nuevos visitantes de Marsella. La foto de la
abuela de la propietaria preside la entrada del establecimiento. En esa imagen se ve una chiquilla corsa en
blanco y negro en lo que debió de ser su primera comunión. Es el vínculo con el pasado, luego todo es una
propuesta tan postmoderna como efímera. Las habitaciones, decoradas por artistas de moda como Mourad
Messoubeur o Mathias Olmeta, cambian cada temporada en una apuesta por lo efímero que se reproduce
en otros establecimientos del barrio.
Una noche, contemplando el cercano puerto y la cúpula de la catedral Santa María la Mayor desde la terraza de este hotel, empieza un debate sobre qué es
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Marsella con el encargado del hotel, Víctor de Molina
Llauradó, un viajero catalán que recaló en la ciudad
hace menos de un año, y dos artistas, un británico y
una irlandesa, Myles y Gethan, que han hecho de Marsella su ciudad y su laboratorio de creación.
Los artistas llegaron a Marsella, se enamoraron de
la ciudad y han empezado un trabajo en La Bricarde,
uno de los barrios más periféricos y deprimidos. Hacen arte-acción-intervención. Explican su proyecto,
su vida en ese barrio intransitado, y, de repente, Marsella es, de nuevo, una ciudad pobre y de puerto y de
inmigrantes. El proyecto forma parte de Marsella-2013,
pero lo aleja del centro y de las miradas públicas. Los
artistas insisten en que la autoría es de gethan&myles&lebricarde. El proyecto se titula “Time” y, según
señala Myles, quizá lo respeten o quizá directamente
le prendan fuego. De momento se puede ver en gthanandmyles.blogspot.com.es
En realidad, es un proyecto que consta de una escultura, un libro y un vídeo. Es hablando del vídeo
cuando, de nuevo, apunto que esta Marsella en tránsito aparece y desaparece hasta en la terraza de un
hotel bohemio chic. Gethan explica que se llevaron a
unos jóvenes del barrio a las calanques (las calas y el
verdadero tesoro de esta ciudad) y les pidieron que se
tiraran al agua desde las rocas. Los filmaron en un intento de captar el atrevimiento (lanzarse y seguir adelante) o dejarlo todo como antes permaneciendo en
la roca.
La Friche, 21 años de creación. Le Panier es ahora la
carta de presentación para esta nueva Marsella, como
lo son también las galerías de arte que hay en toda la
ciudad o la nueva sala de exposiciones, Panorama,
que se inaugurará en enero de 2013 en La Friche.
La Friche. La Belle de Mai es una antigua fábrica de
tabaco que, desde 1991, se ha convertido en un referente para el mundo artístico francés. Alejada del centro, junto a unas vías de tren, el espacio es residencia
de artistas, fábrica de creación, de producción y laboratorio creativo. Desde el centro y en transporte público, llegar a La Friche es atravesar todas las Marsellas
posibles: la imperial, la de los barrios más deprimidos
en los que a las once de la mañana las cafeterías están
llenas de hombres que esperan algo tomando un té a
la menta.
Etienne Reg, uno de los artistas en residencia, explica en su taller que Panorama era necesaria en Marsella porque ahora mucho de lo que nace en esta fábrica y en esta ciudad tiene que irse a Lyon o a París
para que el mundo lo vea. La nueva sala de exposiciones es un gran cubo blanco que se levanta sobre uno
de los edificios antiguos de la fábrica y que tiene que
ser uno de los espacios estrella para los eventos culturales de 2013.
Libreros, hoteleros,
camareras y artistas,
en representación de
los rostros y sonrisas
de una ciudad
apasionante y viva.
Caminando por la Corniche. Hay un símbolo que
une a todos en Marsella, los que anhelan que llegue
2013 y los que lo ven con la desconfianza marca del
Mediterráneo: el Olympique de Marsella. El equipo
de fútbol de la ciudad es transclasista, transcultural y
sobrevive en una paz social casi inexplicable para los
propios marselleses. Si uno es de Marsella, es del
Olympique. No importa si es vecino de Le Panier, de
La Canabière (el centro de Marsella donde un cuscús
sabe mejor que en Marruecos y donde las cámaras no
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¿Dónde dormir?
De arriba a abajo, emblema de la
capitalidad cultural europea,
mercado de pescado del Vieux Port
y un vagón del metro de Marsella.
A la derecha, un coqueto rincón de
una calle de la ciudad.
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están bien vistas) o vive en uno de los magníficos edificios del bulevar Longhamp, en Noailles o en el cotizado El Prado.
El equipo de fútbol es como la Cornisa (Corniche)
de la ciudad: la línea de la costa que se construyó en
el siglo XIX y que recorre toda la ciudad hacia las calas
(las calanche), a solo 45 minutos del centro. En los días
que estuvimos en Marsella, no se celebró ningún partido de fútbol. Atravesamos la Marsella de manera física y geográfica caminando por la Corniche. La primera parada fue en la playa de los catalanes, una playa
urbana, pero no turística como lo es la de la Barceloneta, en Barcelona. Se disputaba un partido de voleyball. Había familias de origen árabe que tomaban el
último sol del verano y respondían ser «marselleses».
Ellas, Fatima o Majabin, en biquini. Ellos, Khaled o Pierre, en bañador. Había chicos que escondían unas latas
de cerveza porque está prohibido beber en la arena y,
como buena playa de ciudad, había quien solo miraba
desde el mirador que es la cornisa.
La Corniche era un ir y venir de deportistas urbanos
y de vecinos. Una chica con un i-pod se cruzaba con
tres mujeres ataviadas con trajes típicos de las islas
Comores. Desde este paseo se ven los castillos de Saint
Nicolás y de Saint Jean, las islas de Frioul, un archipiélago de cuatro islas, entre ellas If, donde Alejandro
Dumas situó su novela “El Conde de Montecristo”, y
sin verla se intuye África, que pelea para poder llegar
a Marsella. Detrás está la colina que alberga NotreDame de la Gare, que domina toda la ciudad y que alberga una colección de exvotos marinos que la hacen
única en el mundo.
Es en la Corniche donde se esconde el antiguo barrio
de pescadores Vallon des Auffes. El barrio tiene un restaurante con estrella Michelin, L’Epuisette, y en cualquier otra ciudad de Europa sería un lugar casi de postal
higiénica. Aquí es real. En Vallon des Auffes se vuelven
a topar esas dos Marsellas, la que quiere ser –tener casa
en este pequeño puerto de pescadores es símbolo de
estatus social– y la que se resiste: las casitas que configuran el pequeño puerto son austeras, con la marca de
los pescadores del Mediterráneo. Dos mujeres ancianas
entran al agua mientras un grupo de hombres discute
cómo arreglar un motor de una embarcación. El baño
de las ancianas es sanador, purificador. La discusión
matinal y sin fin es mediterránea.
En otro punto de la ciudad, en el barrio de Cours Julien, a esa hora se celebra un mercado de frutas y verduras. Los vecinos son padres jóvenes, bohemios chics.
En el barrio hay librerías, tiendas de moda, cafeterías
con leche de soja y colas de turistas que esperan turno
para aprender cómo se hace el jabón de Marsella en
una de las fábricas más antiguas de la ciudad. •
Hotel Aux Vieux Panier, en el
barrio de Le Panier. El trato es
familiar y con solo seis habitaciones. Es una propuesta artística para entender esta nueva
Marsella bohemia chic que
está naciendo. Desde 85 euros
noche.
www.auvieuxpanier.com (13
Rue du Panier).
¿Dónde comer?
La boite à sardines. Una antigua pescadería que se ha reconvertido en restaurante especializado en sardinas y todo
tipo de pescados.
www.laboitesardine.com. (7
Boulevard de la Libération.)
Madie les Galinettes. En pleno
Puerto Viejo, es una apuesta
de comida tradicional e innovadora. Se recomienda probar
cualquier plato porvenzal.
www.chezmadie.idhii.net (138
Quai du Port)
Miramar. Es seguramente el
restaurante más tradicional
de Marsella y famoso por su
bullabesa. Está en pleno
Puerto Viejo y sus comensales
son marselleses y turistas.
www.bouillabaisse.com (12
Quai du Port)
¿Cómo llegar?
Desde Bilbo, la compañía Vueling (www.vueling.es) vuela
hasta tres veces a la semana
(lunes, miércoles y viernes)
con conexión en Barcelona.
Más información:
Oficina de Turismo de Marsella
www.marseillesetourisme.com (4, La Canabière.)
A Tout France
www.franceguide.com
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