Sabbat, Jorge G. Aranguren

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Siniestras, torvas,
misteriosas brujas,
negros fantasmas de ¡a media
noche,
¿ qué estáis tramando ?
P o r J o r g e G. A R A N G U R E N
(S h
a k es pea r e)
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I
Ayer estuve en el Sabbat, ayer yo no era este torpe y
sollozante amasijo de carne y huesos doloridos y sangre y
lágrimas, esta fea ca ra de ojos saltones, de brazos y huesos
rendidos po r el trabajo, p o r la m ala vida que me dan el
A m a y esa m ala bestia de Maese B uenaventura, ayer yo
tem blaba esperando la m o nd a risa lunar, el guiño tras las
tapias donde revienta esa gataza desde hace varias sem anas, y d onde el boyero y la Engracia van a regodearse y a
darle pienso a la loba rijosa que llevan dentro, ayer yo me
estremecía de tal m odo que tenia miedo p o r el ruido de
mis dientes, puras choquezuelas, tem iendo despertar a
mis am os, ellos ya bastan te alb oro tad os con el ru m o r de
que soy m edio b ruja y saco untos de anim ales para ver si
se desgracia el ganado del pueblo y las piaras de U baldo,
pero tuve al Maligno de mi lado y todos d o rm ían m ientras
yo me escalofriaba pensando en el corto espacio, en el
breve tiempo que me separaba de to d a la C orte y el Suprem o, así que cuand o al fin tuve la luna sobre el alero del
sur y la som b ra de la gata m u e rta relucía com o un pescado
abierto y hediondo, me levanté del catre, saqué de la
alacena aceite y sebo, me desnudé com o en unas bodas
im aginarias y fui frotándo m e despacito desde las uñas de
los pies hasta mi pobre cabello envilecido, teniendo buen
cuidado en cubrir to d a la superficie del cuerpo, y con un
m im o especial los pezones y la nuca y el techo de! paladar,
m ientras p ro nu nciaba en voz baja las palabras necesarias,
la fórm ula, la negra letanía que era com o un rocío p a ra
mi ánim a, ánim a que debía transform arse, que tenía la
ineludible obligación de estar vestida p a r a EL con los
ropajes talares y el fasto necesario:
Abajo dios, abajo triaría,
el cielo es de azufre ,
gira, gira, gira...
envuelve tu carne ,
¡a noche es venida
envuelve tus pechos,
tu vientre,
tus piernas ,
alas llevará tu carne dolida ,
abajo dios, abajo nutría,
el cielo ya es tuyo ,
gira, gira, gira...
(Ya estoy sobre la escoba, siento un frío que m e come
palm o a palm o, algo com o si estuviese al otro lado de la
m uerte, pero term ina pro n to , y veo que se alarga el techo
del desván y crecen las som bras a mi alrededor, y la luna
cruje y siento sus m andíbulas sobre la casa, inu nd and o
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con su luz la enorm e ce rrad ura que reluce verde y herm osa
com o la p uerta del infierno, y me escurro por la cerradura
m ientras se rebullen de puro odio los objetos benditos,
tiem bla el crucifijo de fierro y se clava un poco en la pared
salpicando pedazos de yeso, y el laurel palidece y saca sus
bracitos del almirez con desespero, y el cuchillo del pan
da vueltas y vueltas a p u n tá n d o m e con su hoja azul de tan
fría y sin piedad, y no quiero m ira r hacia el techo p o r no
ver los ojos del candil, donde chilla el aceite de oliva intentand o balbucir algún salmo salom ónico que no recuerda
p ara su desgracia, ah, todos seáis maldecidos, todos terminéis yaciendo bajo la ceniza, todos seáis arreb a ta d o s p o r
el N o rte hasta el helado pálpito del m a r y su desasosiego,
pero yo ya cabalgo p o r el cielo negro y verde, ya navego
con el sur que me sollam a las nalgas, y me siento m ás feliz
que cualquier otro m ortal, m ás dichosa que tú, Buenaventura, que a h o ra duerm es de bruces, sudando, n o ta n d o en
tu piel el cuerpo seboso y con olor a pescado azul de mi
A m a, sucia m ujer que hoy tiene que soñar con el Papa L u na
y con los once ríos equinocciales; yo m ás poderosa que
Fray Narciso, al que M ari-juana tiene esta noche orden de
despertar y de enseñarle un nuevo súcubo y el m onte de
venus de San Sebastián, eso p ara que se dé cuenta de que
tod o en lo que cree no es m ás que miseria, e infinitamente
más alegre que el boyero, más rica que U b a ld o con sus
onzas de oro y sus piaras, U baldo el gordo, el calvo, el
impotente, asesino de una n iña en noche de viernes, cosa
ésta que nadie sabe en el pueblo salvo nosotras, las siervas
del G ra n M acho C abrío, las hijas de EL, las elegidas, sí;
claro que soy m ás feliz y más grande que todos ellos, y la
noche es navegable, y, abajo, los olivos son de un azul m uy
pálido y blanco-plata el río, y las nubes a veces de añil, a
veces aguantita, y la luna de tan redonda me hace daño y
en ocasiones no veo más que su c a ro ta y sus quijadas devo rad oras de cunas y de honras, pero sé que vuelo bien,
ca d a vez más rápida, sujeta por la inm inente m ad ru g a d a de
este nuevo sábado.)
II
Ayer estuve en el S abbat y todos los augurios prom etían
un a reunión propicia, así que no m e extrañó ver relucir
las encrucijadas en mi vuelo, y las veletas de fierro dab a n
vueltas com o queriendo huir, y la yegua de Blasa, la yegua
roja que había sido cubierta en Miércoles de Ceniza,
a c a b ab a de p arir un potrito negro que tenía en la grupa
u n a tiara y un pez de sangre, y ya cerca del arroyo, ju n to
a la cueva, vi que el cielo se llenaba de fugaces som bras,
y eran mis com pañeros que llegaban raud am ente, algunos
cabalgando de a dos y de a tres en sus largas escobas, y
un brujo era caballero en una ínula que ac ab ab a de m o rir
de un cólico, todo resultaba muy hermoso, y nos salud ábam os en la oscuridad afectuosam ente, y sucedió que un
pasto r que dorm ía al raso alzó los ojos y le pareció oír
silbidos com o de m uchas aves que p asab an sobre él,
asustándose a tal punto que se santiguó tres veces y dijo:
«Ave M aría P urísim a » , y un brujo encorvado escupió sobre
él con tal acierto que le dejó en aquel mismo m o m en to un
ojo en blanco, una pupila cenagosa que d aría miedo a sus
hijos dura n te to d a su vida; fue u na gran noche, todas invocamos el n om bre de EL y se hicieron cocciones para las
feligresas, p ara la tía Urraca, que no a c a b ab a de pecar
co n tra el sexto, p ara el niño de un leñador, al que protegía
un brujo y era su íncubo, para dos nuevas iniciadas y para
Fray N arciso; se rezaron luego dos rosarios negros, y,
cuand o apareció el G ra n M acho, todos nos prosternam os
y luego, de uno en uno, le rendim os pleitesía con nuestro
beso y la ofrenda de nuestro cuerpo; EL nos m ira b a despaciosamente con unos ojos p rofundos y puntiagudos,
verdirrojos, asintiendo con majestad a nuestros cum plidos;
olía com o a brezo y a retam a y al mismo tiempo hedían
a leche agria sus fauces negras, boca con grandes dientes
que m antenía apretad os con firmeza, y to d o se fue desarrollando según el rito, y después de beber todos del gran
cuenco de arcilla, el G ra n C o rn u d o nos eligió a un p u ñ ad o
de siervas jóvenes y nos fue conociendo a todas, y b ram aba
satisfecho, y tam bién tuvo ayu ntam ien to con dos brujos,
pero c o n tra natura, y la sacristana reía to do aquello y
decía: «brujitos, brujitos, dad a nuestro gran señor lo
que sólo a EL le corresponde», y se santiguaba con la
izquierda, y luego fue arre b a ta d a por u n a bruja m ayor,
con dos hijas y una nieta brujas tam bién, que la reclam aba
p ara su lujuria.
III
Ayer estuve en el Sabbat, ayer yo era fuerte y p oderosa
y temible y elegida y llena de gracia infernal y casi o m n ipotente y dichosa, y nadie lo sabía, todo el pueblo se ríe
de la pobre Juana, con sus cabellos grasos y harapientos,
su carne fea, arrugada, presa de fatiga, y com o rosas a b o rrecibles las m o rad u ras que m e hace Macse B uenaventura:
«Tom a, hermosa, p ara que veas de espabilar»; aguanta,
puerca, hija de perra, m am o na, arrastrada, ag ua n ta los
golpes de ese mal hom bre y los pellizcos del Am a, sus
pescozones que me llevan trozos de carne y m e vuelven la
sangre cárdena y negra, y me despiertan las ganas de
matarles a los dos, de sacarles los ojos cualquier noche en
que suene el viento; quizás no tarde en hacerlo (recuerdo
que volvimos todos precipitadam ente porque ya ca n tab an
los gallos con las plum as tiesas y sobre el pueblo crecía
una luz rojiza y coagulada, com o de entrañ a partida, y los
puercos y las cabras y todo el ganado del pueblo em pezaban. a agitarse, o sea que se venía el am anecer a toda prisa,
la m alvada luz del sol que por mil veces sea maldecida),
a h o ra sólo queda esperar los siete días, sólo queda tenerpaciencia y aguante p ara resistir los malos tratos y las
ásperas salivas de mis dueños, pero no me im p o rta dem asiado, no me im porta porque estoy ap ren dien do m uchas
cosas y tengo un conjuro preparad o, algo que todavía no
es m ás que un granito de m ostaza, algo que sólo es el
deseo y la voluntad cada vez m ás fuerte de satisfacerlo,
tengo que aprenderm e las palabras, la fórm ula que será
com o una aguja delgada y h am brien ta de sus cuerpos,
com o una a rañ a de patas suaves y ficltrosas que penetrará
en ellos para hacerles despacio el amasijo de tripas y de
visceras, com o un diente de león o un vilano reventando en
la calor de agosto y que de pro n to estalla, esparce sus dim inutos brazos pegajosos y llenos de veneno en su recién
descubierta celda interior, en esos hinchados, pilosos
vientres negros que serán viva p o dredum bre, cuna, tálam o
y albergue de u na infatigable e inmensa gusanera, así
será, así ha de ser, por el m om en to alentaré al fierro contra
ellos y todo lo que sea metal y óxido vendrá a acecharles
estrecham ente, oh, metal, carne de rayo, sordo y ciego,
escúchame, escúchame en el nom bre del G ra n M acho
C abrío, te invoco en nom bre de EL, atiende este mi ruego,
de aquí a m uy p ro n to mis am os se darán cu e n ta de que les
están ocurriendo cosas insospechadas, un día será la reja
del ara d o ; otro, la ag u da hoz resbalando entre sus m anos;
otro, el gancho de la carne a la altura de las pupilas a te rradas; otro, el arnés de las caballerías viniéndose abajo
sobre ellos con sus clavos ribeteados de orín ; estoy muy
satisfecha porque he aprendido m ucho en el Sabbat; n adie se volverá a reír de la pob re Ju an a ; nadie intentará
de nuevo escupirla, arañ arla, poseerla, ag otarla de trabajo
y de miedo, cubrirla con estiércol, negarla la com ida, despertarla del dolorido sueño, llagarla, desgarrarla, orinar
sobre ella entre risas y burlas de la gente del pueblo, a r ra n car sus cabellos, m antea rla; nadie se atreverá, nadie, nunca
más. nadie, nadie, y será tal mi p oder que si un mal día
se unen entre todos p ara atarm e a la pira, yo sabré ciertamente las palabras justas, el hechizo adecuado, la razón
o p o rtu n a p ara esquivar la sed an a ra n ja d a de las llamas, y
si no fuese así. aún tendré las fuerzas suficientes p a ra pedir
el auxilio de A Q U E L que po drá hacerme resurgir, más
fuerte o implacable, de mis propias cenizas.
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