Cuadernos Políticos, número 17, México, D.F., editorial Era, julio-septiembre de 1978, pp.34-35. Héctor Manjarrez No se olvida Aquí, mi amor, en esta ciudad destruida en que hemos aprendido sin saberlo bien a vivir, aquí donde tú y yo y ellos nos hemos querido, el tiempo no pasa, se va sin huella, sin naturaleza, y cuando de pronto viene una fecha, un dos de octubre cualquiera ("no se olvida" ) y cuando de súbito el recuerdo regresa y sacude tu osamenta de vida y quieres llorar y chillas y una felicidad te pasa por las ideas al ver a la gente marchando por las calles bellas, por las avenidas feas, por la memoria de ya diez años de no saber y no olvidar, de no poder hilar los recuerdos, de ya no contar los días ni los muertos — aquí, mi amor, en esta misma ciudad de nuncajamás marcada por las balas donde todo es rapiña, se volvió al lugar de la matanza porque está escrito no sé dónde, en qué pared, que los vivos nunca dejan de amar a sus muertos aunque quieran olvidar. Aquí, mi amor, donde tu cuerpo es tan sagrado como el de cualquiera que sobreviva, aquí donde todo parece ayer y ayer es tan olvido, las motocicletas piafaron al paso de la columna que el recuerdo tendía sobre el asfalto y aquellos muertos sinnúmero del 2 de octubre nos dieron cobijo, nos dieron temporada, nos dieron números para tomar las calles que nunca nos dan más que nostalgia y pavor y mucha prisa de cruzarlas, y el tiempo se suspendió seis horas por 3650 días que nuestros seres revivieron a sabiendas del hecho insensato de estar vivos y de la rabia y lo cotidiano y el pesar y las calumnias con que los diarios seguirían escribiendo hasta nuestra historia personal — aquí, mi amor, repito porque así son desde siempre los kyries y cantos fúnebres y versos de amor, en esta ciudad de todos exiliados, se volvió a la plaza donde J. fue capturado, donde G. lo fue también, donde N. y D. pudieron huir bajo las balas, donde muchos que jamás conocimos murieron en su lugar. Aquí, mi amor, aquí mismo como si te doy cita o te pido que mires mi mirada, aquí donde las madrigueras hacen agua y todos aprendemos a huir hasta de nosotros mismos, en Tlatelolco acampamos unas horas el desamparo y nos quedamos callados o dimos de gritos reivindicando para nos el infortunio, la peste que nos diezma, el odio pánico de la memoria que nada más que el amor y los muertos pueden coagular en nuestros sentidos y vivimos, y vivimos, y vivimos entre las murallas del recuerdo y el olvido, y a sabiendas caminamos hasta la plaza vedada donde se apaga el alumbrado y las veladoras iluminan, y las miradas, y se alza el puño izquierdo que se crispa ante la Historia y el vacío — aquí, amor mío, la presencia se aclara con el tesón del silencio y la exhalación de un grito y la belleza de estar vivos no olvida nada de lo que pudo extraviar en sólo diez años de esperarnos tras la esquina de una calle que no siempre se puede recordar, porque pese a todo no se olvida. México, 3 de octubre de 1978