Una familia Macondo - revista universidad de sonora

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Ruth Orozco, Puerta de la casa de Gabriel García Márquez en Aracataca, ahora Casa Museo en restauración.
Ruta Crítica
Una familia
latinoamericana en
Macondo
Guadalupe Beatriz Aldaco*
El ser latinoamericano es capaz de hacer surgir vínculos de tipo familiar. Ello significa la generación espontánea del afecto, la
empatía, la solidaridad, la simpatía, la comprensión, el respeto, la compañía, el entendimiento, el cariño. Eso ocurrió con un
grupo de latinoamericanos que se encontraron hace unos meses en el Caribe colombiano.
“Es imposible que algo así ocurra en Europa”, me dijo con firmeza Gerald Martin, el biógrafo tolerado, que no oficial, de Gabriel García Márquez. Su vocación y oficio de latinoamericanista (calificativo que se le ha asignado pero que resulta limitado
y frío pues deja de lado la calidez de su acercamiento a la gente
y la literatura latinoamericana) le conceden la autoridad, primero, para dar cuenta de la empatía y conexión espontánea de
un grupo de iberoamericanos que conviven por primera vez, y
segundo, para advertir que ese trato de amigos y hermanos que
surge de manera natural a las pocas horas de haberse conocido, es un acontecimiento propio y peculiar de los habitantes de
esta parte del mundo.
El escenario que dio origen a esa conversación fue una de
las tantas convivencias de los asistentes al diplomado “Cartagena de Indias, conocimiento vital del Caribe: II travesía por la
geografía garciamarqueana”, que se llevó a cabo del 23 de junio
al 4 de julio de 2008 en Cartagena de Indias, Colombia, auspiciado por la Fundación Carolina y la Universidad Tecnológica
de Bolívar. Dieciséis becarios seleccionados por la Fundación,
* Ensayista y editora. [email protected]
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de distintas partes de Latinoamérica como Guatemala, El Salvador, Bolivia, Venezuela, Argentina, Uruguay, Brasil, México
y Colombia, y varias decenas de asistentes más, sobre todo del
país anfitrión, cursamos el diplomado.
Fueron doce fantásticos días en los que se combinaron la
sabiduría vertida en las múltiples y valiosas conferencias, el
conocimiento y disfrute del paisaje y la gente del Caribe colombiano, las estupendas atenciones de los organizadores y la
estimulante convivencia y amistad con los compañeros becarios y con todos los que tuvimos el privilegio de compartir esa
vivencia transformadora.
El programa fue muy productivo y enriquecedor en términos del conocimiento de la obra y la vida de Gabriel García
Márquez. Tuvimos el privilegio de escuchar las reflexiones,
análisis e interpretaciones de casi una veintena de conferenciantes (de Colombia, Argentina, Inglaterra, Bélgica y Japón),
todos ellos ampliamente versados en la producción literaria y
la biografía del nobel colombiano.
Justamente a la mitad del recorrido académico iniciamos la
Revista Universidad de Sonora
Margarita Guspí Terán, Recipientes cataqueños
travesía por las ciudades, pueblos y paisajes que constituyen el fondo y trasfondo de la
literatura garciamarquena. Visitamos Ciénaga, Aracataca, Santa Martha, Rioacha y Barranquilla, lugares que, junto con Cartagena, influyeron poderosamente en su obra.
La atmósfera de esas comunidades trasmina las páginas de los libros de García Márquez,
pero a la vez, cada rincón de cualquiera de ellas está impregnado de un aura macondeana,
de tal manera que, por momentos, no se tiene claro quién ha inspirado a quién.
No es una exageración decir que en las calles de Aracataca, pueblo natal del escritor,
uno parece descubrir personajes, situaciones, escenas, frases, gestos, miradas, que ya
habían sido “leídos” en las páginas de alguna novela o cuento. ¿Úrsula? ¿El coronel? ¿El
río? ¿El castaño del primer José Arcadio? ¿Los gemelos Aureliano Segundo y José Arcadio
Segundo? ¿Amaranta y su melancolía? ¿Mariposas amarillas imposibles de ahuyentar? ¿El
tren que se acerca? ¿Una callejuela que parece ser en realidad la calle de los Turcos? Esta
sensación de que en lugar de entrar al pueblo se irrumpe en la novela, no es en absoluto
original, se trata de una experiencia compartida por todos los conocedores de la obra
del nobel que visitan el pueblo. Decir que estar ahí es una vivencia mágica, no es ceñirse
ociosamente a una frase repetida miles de veces, sino ponerle nombre a un sentir y a una
emoción auténtica e ineludible.
Pero también la influencia del escritor y su obra es visualmente notoria en Aracataca.
El pueblo representa un caso insólito de transfiguración del espacio físico en virtud de la
literatura. Como si los habitantes no pudieran dejar de consignar que son Macondo. Así,
uno puede encontrar mariposas amarillas decorando las paredes de la estación del tren;
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Ruta Crítica
Fernando Jaramillo, Aracataca
enterarse de que la biblioteca municipal se llama “Remedios la bella” y toparse después
con este mismo personaje en forma de monumento con las infaltables mariposas rubias
sobrevolándola antes de ascender al cielo; descubrir que la guardería en donde estaba
ubicado el colegio Montessori al que acudió Gabo de pequeño se llama Hogar Infantil Macondo; leer un espectacular que dice “Me siento latinoamericano de cualquier país, pero
sin renunciar nunca a la nostalgia de mi tierra, Aracataca, a la cual regresé un día y descubrí
que entre la realidad y la nostalgia estaba la materia prima de mi obra”, firmado por García
Márquez; ir a comer y tomar una cerveza helada en el restaurante “Gabo” especializado en
“comidas típicas de Macondo”, y ver doblada por ahí una manta que dice “No joda Gabo.
Gracias por volver a Cataca” (en alusión a la visita del autor en mayo de 2007 con motivo
de los homenajes que le hicieron por los 40 años de Cien años de Soledad, los 25 del
Nobel y sus 80 años de vida).
Estamos frente a una ósmosis entre vida personal, geografía, cultura y obra. Si bien
este intercambio es un rasgo esencial de toda expresión literaria, en especial de la narrativa, el fenómeno Aracataca, Caribe colombiano, Colombia, Latinoamérica = Macondo,
es fascinante y único.
Y es porque Macondo, lo han dicho muchos, sintetiza al ser latinoamericano. En su
estructura, Cien años de soledad, la obra que dio vida (aunque como es sabido Macondo
aparece en otras obras anteriores del autor) a ese pueblo es, como dice Mario Vargas Llosa,
una novela total “en la medida en que describe un mundo cerrado desde su nacimiento
hasta su muerte y en todos los órdenes que lo componen –el individual y el colectivo, el
legendario y el histórico, el cotidiano y el mítico–, y por su forma, ya que la escritura y la
estructura tienen, como la materia que cuaja en ellas, una naturaleza exclusiva, irrepetible
y autosuficiente”. Y en su significado profundo la novela le da “nombre a América”, como
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Revista Universidad de Sonora
Ruth Orozco, Niños cataqueños 1
“América Latina, esa patria inmensa de hombres alucinados y
mujeres históricas, cuya terquedad sin fin se confunde con la
leyenda. No hemos tenido un instante de sosiego”. Y hace referencia al etnocidio, a las dictaduras, a la represión, a la pobreza
ancestral y al injusto reparto del mundo: “El país que se pudiera hacer con todos los exiliados y emigrados forzosos de América Latina, tendría una población más numerosa que Noruega.
Sin embargo, frente a la opresión, el saqueo y el abandono,
nuestra respuesta es la vida. Ni los diluvios ni las pestes, ni las
hambrunas ni los cataclismos, ni siquiera las guerras eternas a
través de los siglos y los siglos han conseguido reducir la ventaja tenaz de la vida sobre la muerte”.
Por eso es en la alegría, la broma, la ironía y el baile, es decir, en gestos que irradian vida y optimismo, en donde primero
nos reconocemos. Ésa es la vía vivificada que hemos elegido
para subsanar un poco todos nuestros vacíos.
Ruth Orozco, Niños cataqueños 2
quiso decir Carlos Fuentes en su ensayo-homenaje publicado
en la edición conmemorativa de Cien años de soledad (2007).
La novela, y con ella Macondo, nos señala, nos designa, nos
nombra. La materia de que está hecha la obra es la misma que
nos identifica como latinoamericanos, por eso respirar el aire
de Aracataca es reencontrar no sólo las raíces de la novela, sino
también las nuestras.
De ahí la empatía de ese grupo que de pronto se encontró
en el Caribe colombiano. De ahí que Gerald Martin esté seguro
de que en otras partes no es posible presenciar ese fenómeno.
Porque los latinoamericanos compartimos, de país a país, un
pasado común muy peculiar, y, sin darnos cuenta, sin hacer
ningún esfuerzo, a la hora de encontrarnos, esa historia común,
tan poderosa e intensa, emerge invisible, y se traduce en la sensación de que teníamos mucho tiempo de habernos conocido.
García Márquez, en su discurso de recepción del premio
Nobel, titulado “La soledad de América Latina”, lo dijo así:
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