OBJOVI. Observatorio Joven de Vivienda en España Políticas de emancipación juvenil en una perspectiva europea comparada Juan Manuel Patón Casas* Introducción: la emancipación juvenil en España Comenzaremos constatando lo obvio, esto es, que mantener a los/las jóvenes en el hogar de origen más allá del momento en que adquieren la mayoría de edad legal –establecida en España en los 18 años- constituye en nuestro país un acto importante de responsabilidad familiar y, por lo tanto, un ejercicio explícito de solidaridad intergeneracional. De hecho, aún pudiendo ser muy diversas las razones o los motivos por los que las familias deciden contribuir a la posposición de la emancipación residencial de sus hijos –a veces, incluso a edades tan avanzadas que hacen dudar de la conveniencia de referirnos a ellos/as como “jóvenes”en esta decisión casi siempre subyace la cobertura de necesidades que no pueden ser satisfechas por otros medios y que, como veremos enseguida, no sólo se refieren al alojamiento. Pretender dar una respuesta al porqué de esta situación comporta, a la vez que analizar las circunstancias que dan lugar al fenómeno en nuestro propio país, atender también a la manera específica con la que otros países responden las necesidades de las personas jóvenes en su tránsito a la plena ciudadanía y a la vida adulta. Es bien sabido que en España existe la obligación jurídica al sostenimiento económico y residencial de los/las hijos/as más allá de la mayoría de edad legal. Y esto es así porque se presupone que la autonomía financiera y la estabilidad económica necesarias para una vida emancipada tienen lugar, de hecho, mucho más allá de la edad convencionalmente (jurídicamente) establecida para el acceso de las personas a la plena responsabilidad de derecho. En realidad, a poco que profundicemos, veremos que el apoyo familiar a las personas jóvenes en España no sólo cobra sentido en su función compensatoria de las dificultades de inserción laboral a edades tempranas. Cumple simultáneamente con una función mucho más importante, como lo es facilitar a las personas jóvenes de los medios necesarios –y promover la acumulación de recursos suficientes- para garantizar un adecuado desarrollo personal, social y profesional. Claro está en este sentido que, recién cumplidos los 18 años, muy pocas personas pueden acceder –en nuestro país o en cualquier otro- a recursos suficientes para iniciar itinerarios de transición hacia la ciudadanía plena –y hacia una vida digna- sin recibir un determinante apoyo económico y residencial, ya sea por parte de sus familias de origen o por parte del estado de bienestar (mediante servicios públicos y prestaciones económicas). Como argumentaremos seguidamente, la cuestión más importante –y el problema principal en cuanto se refiere a la emancipación juvenil en nuestro país- reside en el hecho de que la función de apoyo al desarrollo de las personas jóvenes viene principalmente –a diferencia de lo que ocurre en otros países- de la mano de las familias de origen. Si adoptamos la perspectiva de las transiciones juveniles, la permanencia en el hogar familiar de origen –particularmente a edades juveniles tempranas- puede interpretarse mejor como un periodo necesario de acumulación que como una derivación directa e inmediata de las dificultades y los obstáculos de orden material –trabajo, vivienda- que puedan interponerse en el proceso de emancipación residencial. Así, aún cuando el derecho a trabajar sea ya reconocido legalmente a partir de los 16 años, es bien sabido que la inserción laboral temprana tiende a comportar –en España y otros países- inestabilidad y precariedad en el Politólogo especializado en políticas sociales. Ha desarrollado su carrera profesional y su tarea investigadora en el ámbito de las políticas de juventud y el empleo juvenil. Fue ganador del Premi Joventut de 2003 (Generalitat de Catalunya) con el estudio Joves adults i polítiques de Joventut a Europa. Actualmente trabaja como técnico de empleo juvenil en el Servei Municipal d’Ocupació del Ayuntamiento de Tarragona. Sus últimas publicaciones tienen por título “Emancipación Juvenil y Políticas de Vivienda en Europa” (Arquitectura, Ciudad y Entorno, 2007) y “Nous serveis, ocupacions joves: les polítiques d’ocupació Juvenil de l’Esquera Plural a França” (pendiente de publicación en el número 182 de la revista Nous Horitzons). * empleo. Esta inestabilidad y precariedad es consecuencia –al menos en parte- de un déficit en la ocupabilidad subjetiva de las personas más jóvenes. Y a priori, parece bien lógico que así sea, puesto que se trata de personas todavía profesionalmente inmaduras1. Así pues, la emancipación tardía de las personas jóvenes en España no viene dada sólo –y esto, pese a lo que se tiende comúnmente a pensar- por las dificultades de acceso al mercado laboral o de la vivienda. Podemos constatar fácilmente que emanciparse más temprano en España –es decir, acceder al mercado laboral y a la independencia residencial sin una acumulación educativo-formativa previa en el seno de la familia de origen- comporta normalmente hacerlo en peores condiciones, cuando no directamente en condiciones de pobreza. Dada la limitadísima cobertura de las necesidades juveniles mediante servicios públicos de apoyo, la emancipación temprana es en España, normalmente, sinónimo de emancipación prematura. Retraso en la emancipación de los jóvenes adultos y los adultos jóvenes Tomando como punto de referencia el caso español, proponemos aquí diferenciar entre dos momentos vitales distintos en los que tiene lugar el retardo en la emancipación residencial. Dos momentos en los que el retraso responde a causas bien diversas. Dos momentos que, desde una perspectiva europea comparada, consideramos necesario abordar de manera diferenciada. En este sentido, una primera constatación es que las dificultades de orden meramente material –dificultades de acceso a la vivienda y al mercado laboralaumentan su peso relativo como determinantes de la emancipación tardía a medida que nos acercamos a los estratos superiores de edad, dentro de una etapa juvenil cuyo final solemos establecer –en España o Italia y precisamente debido a las dificultades de emancipación residencial- hacia los 30 o los 35 años. El Informe de la inclusió social a Espanya de la Fundació Un Sol Món (Caixa de Catalunya), calcula que un 43% de estos “jóvenes” no emancipados de entre 26 y 35 años serían pobres si accediesen a la emancipación residencial y viviesen solos. Este porcentaje se eleva hasta el 57% si en el cálculo se incluyen los costes de la vivienda; y hasta el 81% si la emancipación se produce en pareja, con un hijo dependiente y trabajando un solo miembro de la familia. Dicho lo anterior –y si adoptamos una perspectiva europea comparada- no podemos dejar de sentir que “abusamos” del concepto de “juventud” cuando nos referimos como “jóvenes” a personas mayores de 25 años de edad. El hecho de que las personas mayores de 25 años compartan con las más jóvenes una demora en el acceso a la ciudadanía plena –siendo la emancipación residencial uno de los derechos más importantes- no debería legitimar, de por sí, una extensión del concepto administrativo de juventud hasta el borde de los 35 años. Y es que, ante la identidad de un determinado fenómeno –por ejemplo, el retardo en el acceso a la independencia domiciliaria- no corresponde siempre proporcionar una respuesta homogénea, siendo claramente necesario diversificar las respuestas en atención a las diversas causas subyacentes. Como veremos enseguida, las causas que dan lugar a la permanencia en el hogar familiar de origen son bien distintas en el caso de los jóvenes adultos –por ejemplo, una persona de 20 años- y en el de los adultos jóvenes –por ejemplo, una persona de 30 ó 35 años. Y si esto es así, parece conveniente establecer una diferenciación clara entre la emancipación juvenil tardía propiamente dicha –esto es, la que no se ha producido antes de los 25 años- y el retraso en la emancipación de los/as adultos/as jóvenes de entre 25 y 30-35 años de edad. En el primer caso, nuestra atención se centra en el grado de accesibilidad de los recursos con los que las personas cuentan para facilitar su desarrollo personal, social y profesional. En el segundo caso, situamos el énfasis en las dificultades de acceso a los medios que hacen materialmente posible –sin más- la emancipación residencial. Sobra decir por supuesto que, si los dos principales impedimentos para la emancipación residencial de los adultos jóvenes son las dificultades de acceso a la vivienda y las condiciones de inserción laboral, éstos deben también operar como obstáculo para la 1 Nos abstraemos aquí de considerar los factores de ocupabilidad de carácter “objetivo”, como los dependientes del marco institucional (por ejemplo, la regulación del mercado de trabajo) o la estructura económica. Nos centramos en cómo reaccionan las familias, ante las necesidades de sus hijos en un contexto y un marco institucional determinado. emancipación de los jóvenes adultos menores de 25 años. Sin embargo, en este último caso, ni constituyen la única causa ni pueden ser identificados como la causa principal de la permanencia de los jóvenes en el hogar familiar de origen. Valga decir pues, en primer lugar, que estableceremos aquí los 25 años de edad como límite de la etapa “juvenil” bajo la asunción –desde luego, meramente analítica- de que las personas de esta edad ya deben haber adquirido recursos educativos y formativos suficientes para acceder a una inserción laboral plena, a una independencia económica permanente respecto del hogar familiar de origen y, coherentemente, a la emancipación residencial definitiva. En este sentido asumimos paralelamente que, entre los 15 y los 24 años, las personas jóvenes se encuentran –como tendencia, claro está- todavía inmersas en un proceso de acumulación de recursos formativos y experienciales que les vendrán a facilitar la transición a la vida adulta y el acceso a la ciudadanía plena. Desde este punto de vista, la postergación en la emancipación residencial de los “jóvenes” mayores de 25 años –interpretado como resultado de dificultades de acceso al mercado laboral y de la vivienda- no tiene porqué guardar ya relación con la condición propiamente juvenil, al menos si lo que se pretende no es justificar dicho retraso como derivación “razonable” de su estatus transicional. Habremos de referirnos pues, en este caso, a dificultades de emancipación que se prolongan –y esto es precisamente lo grave- más allá de la etapa vital a la que convencionalmente –tomando como referencia los procesos de maduración educativo-formativa- podríamos referirnos como “juventud”2. En cambio, en las franjas inferiores de edad –es decir, por debajo de los 25 años- la emancipación tardía se explica mejor en relación con la condición juvenil en sí misma, esto es, con la juventud interpretada como la etapa vital en la que se tiene lugar la primera y mayor acumulación de recursos, sin los que la inserción social y laboral-profesional tiende a producirse en condiciones de gran precariedad. En una perspectiva europea comparada, España presenta tasas muy bajas de emancipación a la que nos hemos referido como “juvenil propiamente dicha” (a los 20 o a los 25 años de edad). Pero presenta, también, un porcentaje altísimo de permanencia de adultos jóvenes –incluso más allá de los 30 años- en el hogar familiar de origen. El hecho de que dicha permanencia se prolongue tanto en la vida de algunas personas conlleva que en España se reflexione muy a menudo sobre la emancipación “juvenil” teniendo en cuenta solamente las dificultades de orden material y los obstáculos para el acceso al mercado laboral y de la vivienda. Y se deja así de atender al hecho de que el retardo en la emancipación viene dado también –y sobre todo en las franjas inferiores de edad- por la necesidad de garantizar una mejor transición a la vida adulta. Y que, por lo tanto, es perfectamente interpretable como resultado de las decisiones tomadas por los propios jóvenes y sus respectivas familias como reacción ante un determinado contexto social, económico y de política pública. Retraso en la emancipación y alargamiento del período educativo-formativo Podemos, pues, justificar el establecimiento de los 25 años como límite para considerar la emancipación residencial como un problema propiamente “juvenil”. Y lo podemos hacer partiendo de ciertos criterios analíticos relativos al proceso de maduración formativo-profesional de las personas. Así, si seguimos las convenciones de la estadística oficial para la segmentación de la juventud en franjas de edad quinquenales, y las hacemos corresponder con los niveles de instrucción que resultan de los itinerarios de enseñanza reglada en España, podemos diferenciar entre tres etapas: (a) entre los 15 y los 19 años, dentro de la cual es muy improbable que una persona joven haya accedido a un nivel educativo/formativo susceptible de 2 Es ya recurrente la referencia al llamado “efecto generación” para explicar el alargamiento de la juventud y la persistente situación de precariedad de las personas a medida que avanzan en su trayectoria vital. Este punto de vista se opone explícitamente a aquel otro que –desde una perspectiva más conservadora- interpreta esta precariedad vital como “coyuntural”, es decir, en relación directa y exclusiva con el hecho de pertenecer a un determinado intervalo de edades o de permanecer en un estatus transicional a la espera de la inserción definitiva en el mundo de los adultos. El hecho de que el alargamiento de las transiciones juveniles nos obligue a ampliar la franja de edad constitutiva de la “juventud”, nos hace pensar que la situación de desventaja tiene menos que ver con la condición de jóvenes que con la pérdida generacional de capacidad para el ejercicio efectivo de los derechos sociales. facilitarle una inserción laboral plena y suficientemente estable como para servir de base a un proceso de emancipación residencial; (b) entre los 20 y los 24 años, en la que es posible que una persona joven que decidió cursar estudios universitarios los haya finalizado ya, siendo probable que, si cursó estudios secundarios superiores, haya obtenido ya la titulación correspondiente; (c) a partir de los 25 años, momento en el que es ya muy probable que cualquier persona joven haya finalizado sus estudios, siendo posible incluso que los haya complementado con formación superior postuniversitaria3. De hecho, la sociología y los estudios sociodemográficos más actuales nos hablan de la tendencia general –común a toda Europa- hacia una ampliación de la etapa juvenil en la vida de las personas. Y esta ampliación, que discurre paralelamente a la posposición del momento en que los jóvenes acceden a la emancipación residencial, no suele relacionarse sólo –ni principalmente- con la precariedad vital o las dificultades transicionales. Es en este sentido en el que Corijn (1999) se ha referido al hecho de que es el alargamiento del período educativo-formativo a tiempo completo el factor que más puede haber contribuido en Europa –esto es, en la mayoría de los países europeos- a la demora en el abandono del hogar familiar de origen. El caso es que no parece que los datos apunten hacia un proceso de convergencia, puesto que ni todos los países parten del mismo punto, ni el retardo ha sido igual de significativo en cada uno de ellos, ni la velocidad a la que se produce la emancipación es uniforme, ni la emancipación presenta un grado similar de estandarización (BILLARI y WILSON, 2001). Cabe, pues, que nos preguntemos por qué. Y la respuesta la vamos a encontrar, como veremos, tanto en la configuración de los estados de bienestar como en las políticas públicas específicas. Nos parece claro, ya de entrada, que el hecho de que la juventud pueda –o incluso deba- ser interpretada como una etapa de acumulación de recursos –y que la educación a tiempo completo pueda y deba ser considerada un derecho de las personas jóvenes- no implica en absoluto asumir que ésta haya de tener lugar necesariamente en el seno del hogar familiar de origen. De hecho esto es así sólo en España y aquellos otros países (Italia, Portugal, Grecia) caracterizados por un estado de bienestar pobre, mal dotado y, por lo tanto, precario. Así pues, siendo sin duda bien diversos los factores que dan lugar a la permanencia en el hogar familiar durante la etapa “juvenil” de acumulación de recursos –como referencia: hasta los 25 años- cabe destacar, en concreto, aquellos que dependen de la intervención pública. La puesta a disposición de una oferta suficiente de alojamiento para estudiantes constituye un buen ejemplo de cómo es posible promover una prolongación de la etapa formativo-educativa a tiempo completo sin retardar simultáneamente el momento en que los jóvenes acceden a la emancipación domiciliaria, esto es, sin hacer necesario el recurso al apoyo residencial de parte de las familias de origen. Emancipación juvenil temprana y apoyo a los estudiantes Podemos estar básicamente de acuerdo en que “la emancipación tiene lugar en el punto en que el individuo abandona definitivamente el hogar familiar y funda un hogar familiar propio” (MIRET, 2004). Sin embargo, nosotros creemos necesario adoptar una perspectiva más amplia y no perder de vista que, para muchos jóvenes europeos, el acceso a la emancipación domiciliaria viene precisamente de la mano de una oferta suficiente de residencias estudiantiles. Así, aún teniendo en cuenta el carácter provisional o coyuntural de la emancipación mediante este recurso, el acceso a la independencia residencial a que da lugar viene a ser normalmente definitivo y no supone –como norma, claro está- un retorno al hogar familiar de origen. Y esto es así porque, precisamente en los países donde una parte importante de las personas jóvenes inicia su proceso de emancipación recurriendo a residencias estudiantiles, es también donde generalmente tienen a Por supuesto, dejamos de atender aquí a los factores de ocupabilidad derivados de la experiencia profesional. Los programas de ocupación que contemplan la formación en contexto laboral, así como los programas de prácticas profesionales son de gran utilidad para facilitar la inserción laboral de los jóvenes titulados. Sin embargo –y pese a la relevancia de la ocupabilidad en la perspectiva de la emancipación, e incluso de la mera independización residendcial- se trata de cuestiones que van más allá de las pretensiones de este artículo. 3 su disposición las políticas de vivienda social más avanzadas (JURADO GUERRERO, 2003). Esto permite a las personas jóvenes seguir manteniendo la independencia domiciliaria respecto del hogar familiar de origen, una vez finalizado su período educativo-formativo y habiendo gozado ya hasta entonces –no lo olvidemosdel margen de autonomía y las oportunidades de maduración personal que facilita esta alternativa residencial “provisional”. Es bien cierto que, en este caso, las prestaciones residenciales se vinculan a la condición de estudiantes. A este respecto cabe argumentar, en primer lugar, que –al menos en la perspectiva de las sociedades donde igualdad de oportunidades es una prioridad clara- la permanencia en las instituciones educativo-formativas ha de ser considerada una de las características esencialmente definitorias del concepto de juventud como etapa en la vida de las personas. En segundo lugar, puede aducirse que una de las principales motivaciones juveniles para la permanencia en el hogar familiar de origen en países como España o Italia es la posibilidad de acumular recursos educativo-formativos dirigidos a optimizar el desarrollo de la ocupabilidad y, por lo tanto, de mejorar las condiciones en que ha de producirse la emancipación. En tercer lugar parece claro que, si las familias se avienen a mantener a los/las jóvenes en el hogar de origen mucho más allá de la mayoría de edad legal, esto es precisamente así porque reconocen la necesidad de facilitarles un margen suficiente para este proceso de acumulación. Un error común en España –que tiene mucho que ver con la inexistencia de alternativas para la emancipación residencial coyuntural de los jóvenes y con la práctica ausencia de políticas de vivienda sociales el que conduce a asumir que la emancipación domiciliaria ha de “tener lugar” en algún momento dado. Sin embargo, si adoptamos una perspectiva europea comparada, la conclusión no puede ser otra que la necesidad de abordar la emancipación como un proceso dentro de los itinerarios de transición a la vida adulta. Así, cuando analizamos datos europeos relativos a la edad de emancipación de las personas jóvenes, difícilmente podremos interpretar, por ejemplo, que casi la mitad de los jóvenes suecos –y 3/4 de las jóvenes suecas- han accedido a la emancipación “definitiva” a la edad de 20 años, al menos si esta ha de ser entendida en el sentido de haber fundado ya un hogar familiar propio4. Como en Suecia, también en Holanda –donde la forma hoy en día más común y creciente de emancipación es la que tiene lugar sin pareja- los jóvenes acceden a la independencia residencial mediante el recurso a alojamientos compartidos (no familiares), tales como las residencias de estudiantes. En relación con el caso holandés, Corijn (1999) nos muestra cómo, aún cuando el alargamiento del período formativo contribuye a retardar el momento de abandono del hogar familiar de origen virtualmente en toda Europa, este país constituye una excepción como consecuencia de que –al menos hasta 1990- proporcionó un apoyo determinante a los estudiantes. Por su lado, Jurado Guerrero (2003) ha estudiado el caso particular de Francia donde –a diferencia de España o Italia- es frecuente que los jóvenes abandonen el hogar familiar de origen durante la etapa formativa. Así, un alto porcentaje de los jóvenes franceses tienen como primer domicilio independiente una habitación en una residencia universitaria. Cabe tener en cuenta en primer lugar –tal y como Jurado Guerrero destaca- el hecho que las residencias universitarias están más extendidas y son mucho más accesibles en Francia que en España. En segundo lugar, es necesario referirse también a la importancia relativa de las becas-salario, las cuales presentan un mayor grado de cobertura entre los jóvenes franceses que entre los jóvenes españoles. Y en tercer lugar, no debemos olvidar que los estudiantes franceses –a diferencia de los españoles- tienen acceso a dos tipos diferentes de ayudas al alquiler, las cuales se presentan como alternativas adicionales a la de la residencia estudiantil. El caso es que la acumulación juvenil de recursos formativo-educativos no comporta necesariamente –ni en Holanda, ni en los países nórdicos, ni en otros países como Francia- la permanencia en el hogar familiar de origen. En la mayoría de ellos, las prestaciones para estudiantes –económicas y residenciales- tienden a incluir toda la etapa formativa postobligatoria. Y, una vez finalizada, los jóvenes cuentan además con políticas de vivienda social poderosas que facilitan la transición a la vida adulta –y la salida de la juventud- ya antes de los 25 años de edad. Nótese que, en todos estos casos, es la combinación de las políticas de vivienda con otras políticas sociales –en concreto, las políticas educativas- lo que facilita y promueve la independización temprana de los estudiantes y, por lo tanto, la apertura de un camino –cuando todavía son jóvenes- hacia la completa emancipación. Así, en lo que se refiere a educación Porcentaje de jóvenes de que a los 20, 25 y 30 años de edad todavía no han abandonado el hogar familiar de origen. Fuente: BILLARI (2001: 29) 4 superior, un 75% de los jóvenes finlandeses que cursan estudios universitarios viven en residencias de estudiantes, un 7% lo hace en pisos compartidos y sólo un 4% continua en casa de sus padres. En Francia, un 44% de los estudiantes universitarios viven en residencias estudiantiles, un 29% en el hogar familiar de origen y un 19% en pisos compartidos. En cambio, en España el 75% de los jóvenes universitarios viven en casa de sus padres, un 19% habitan en alojamientos compartidos y sólo un 3% accede a una plaza en residencia universitaria. Así, si las condiciones del mercado inmobiliario y las políticas de vivienda son relevantes para la emancipación durante la etapa universitaria, todavía lo es más la disponibilidad de alternativas de alojamiento temporal que respondan al estatus transicional de las personas jóvenes durante el transcurso de su itinerario educativo-formativo (CASABELLA, 2008). En resumen, mientras que en países como España o Italia los jóvenes menores de 25 años recurren al apoyo residencial de la familia para acumular recursos –sobretodo educativos y formativos- en Suecia, Holanda o Francia, esta responsabilidad es asumida colectivamente a través de prestaciones y servicios de carácter público, entre los que destaca la disponibilidad de residencias estudiantiles y las becas-salario para estudiantes a tiempo completo. Pese a su carácter temporal, las residencias –combinadas con los recursos procedentes de las becas- no sólo contribuyen a garantizar la maduración y la afirmación de los jóvenes como personas independientes y responsables –ofreciéndoles márgenes muy amplios de autonomía a lo largo de su proceso de transición a la vida adulta- sino que tienden a constituir también el primer paso dentro del proceso de emancipación. Y, si las residencias estudiantiles son el principal medio de independización domiciliaria de las personas jóvenes en aquellos países europeos en los que la emancipación se produce a edades más tempranas, no debe extrañarnos que sus usuarios/as sean normalmente contabilizados/as –sea cual sea la fuente estadística sobre la que trabajemos- como personas jóvenes ya emancipadas. Emancipación juvenil e igualdad de oportunidades Siendo claro que las personas jóvenes necesitan apoyo en sus transiciones, la cuestión clave no es tanto comprobar si de hecho lo reciben sino analizar simultáneamente desde dónde lo reciben y en qué medida este apoyo contribuye a fomentar la igualdad de oportunidades. Así, si en los países con un estado de bienestar desarrollado los jóvenes obtienen el apoyo de los servicios y prestaciones de carácter público, en los países con un estado de bienestar precario, son directamente expulsados a las dinámicas del mercado (de trabajo, inmobiliario) o –como es el caso de los países del área mediterránea- acogidos por sus respectivas familias. La importancia de atender a las diversas fuentes de apoyo con las que las personas jóvenes pueden contar en su proceso de emancipación en uno u otro país reside, pues, en el hecho de que dan lugar a una distribución diferente de los recursos que facilitan su desarrollo personal, social y profesional. En este sentido, la situación de las personas jóvenes a lo largo de su proceso de emancipación es mucho más desigual en España o Italia que en países como Suecia o Finlandia, puesto que en países como el nuestro el apoyo recibido se hace en mayor medida dependiente de la clase o el estatus social de los padres. Así, tanto en España como en Italia la permanencia en el hogar de origen –de importancia capital en el proceso de acumulación a que nos hemos venido refiriendo- da lugar a un abanico de oportunidades reducido y, sobre todo, muy desigualmente distribuido5. Es por ello que el apoyo público al proceso de juvenil de acumulación –y no tanto el fomento de la emancipación residencial o domiciliaria temprana- constituye una de las claves más importantes para el fomento de la igualdad de oportunidades. Las llamadas “políticas de emancipación” deberían ir, en consecuencia, mucho más allá de la mera igualación de las oportunidades en el acceso a la independencia residencial o la mejora de las condiciones de inserción laboral (contratación estable, regulaciones para la protección del empleo, etcétera). 5 No sólo reciben apoyo residencial mediante su domiciliación directa en el hogar familiar de origen. Cabe tener en cuenta además que, en España, un 15,4% de los jóvenes catalanes habitan en un inmueble cedido por la familia (TRILLA, 2000). Parece muy claro, pues, el impacto que sobre la igualdad de oportunidades puede llega a tener la disponibilidad, por parte de sólo algunos jóvenes, de viviendas cedidas por sus respectivas familias. Así, una perspectiva “estrecha” de la emancipación, que sitúa el énfasis en el momento de abandono del hogar familiar de origen –emancipación residencial o domiciliaria- no atiende a las condiciones en que los/las jóvenes finalizan su etapa formativa, a la manera en que se incorporan al mercado laboral o a las dificultades a que se puedan ver expuestos/as en el proceso de formación de la familia o la constitución de un hogar independiente. No atiende al output de los procesos de emancipación, esto es, a las condiciones de vida de los ya adultos –mayores de 25 años- una vez emancipados. Es por ello que, cuando comparamos la situación de las personas jóvenes en España y otros países europeos, no debemos sólo atender al momento en que se produce la emancipación domiciliaria. Hemos de prestar atención, también, a las condiciones en que se produce dicha independización residencial y a la medida en que unas u otras fuentes de recursos (mercado laboral y de la vivienda, políticas públicas o familia) promueven la igualdad de oportunidades en la entrada a la vida adulta. Insistimos en que la pregunta clave no es cuándo se emancipan los jóvenes –en qué momento de su vida- sino de qué manera lo hacen. Lo que nos interesa no es si las personas jóvenes consiguen antes o después su independencia residencial en uno u otro país, sino en qué países se promueve mejor una emancipación juvenil en igualdad de condiciones. Tabla I. Dimensiones transicionales, acontecimientos vitales clave y políticas públicas y sociales Dimensiones transicionales School-to-work transition Acontecimientos vitales clave Políticas públicas y sociales Finalización de la etapa formativa Políticas educativas Incorporación al mercado laboral Políticas laborales Políticas de vivienda Household Transition Family transition Independización del hogar familiar de origen (independización domiciliaria o residencial) Políticas laborales Constitución de un hogar familiar propio e independiente. Políticas de vivienda Políticas educativas (becas, prestaciones residenciales) Políticas de apoyo a la familia Fuente: PATÓN CASAS (2007). La anterior Tabla I nos muestra la relación entre las diferentes dimensiones implícitas en los procesos de emancipación –las condiciones que posibilitan el avance en las transiciones juveniles-, los acontecimientos vitales clave que determinan la superación de las diversas etapas y las políticas públicas y sociales desde las cuales cabe intervenir en respuesta a las necesidades de las personas jóvenes a lo largo de este proceso. Todas esas políticas (educativas, laborales, de vivienda y de apoyo a la familia) determinan a la vez el momento y las condiciones en que ser produce la emancipación. Lo que nos interesa es el resultado agregado de todas ellas en cuanto se refiere al impacto sobre la distribución de oportunidades entre las personas jóvenes. Emancipación juvenil y sistemas de bienestar Cuando nos referimos al “estado de bienestar” entendemos con ello el establecimiento socialmente consensuado de un particular sistema de relaciones entre las necesidades de las personas –en nuestro caso, las personas jóvenes- las modalidades de cobertura y los sujetos –familia, mercado, estadoresponsables de su satisfacción. Para abordar la emancipación juvenil y analizar las correlaciones entre países en cuanto se refiere al sistema de bienestar y el momento/modo en que se produce el abandono del hogar familiar de origen, cabe remitirse a la manera en que los diversos modelos o esquemas establecen los patrones para la satisfacción de las necesidades sociales generales. Para abordar esta cuestión, Billari (2004) ha propuesto tener en cuenta la modelización de los sistemas de bienestar propuesta por Esping-Andersen (1993) y otros autores (LEIBFRIED, 1992, BARLOW Y DUNCAN, 1994, FERRARA, 1996). Esta modelización distingue entre el sistema de bienestar socialdemócrata, característico de los países nórdicos; el sistema liberal de mercado característico de los países anglosajones; el sistema conservador de la Europa continental; y, adicionalmente, el sistema familiarista que es característico de los países del sur de Europa. Este último no fue contemplado por Esping-Andersen como modelo independiente. Y, sin embargo, es de importancia capital para entender ciertos fenómenos clave de hiperresponsabilizacion familiar, entre los cuales cabe referirse al retraso en la emancipación juvenil que tiene lugar en países como Grecia, Italia, Portugal o España. La referencia al modelo familiarista es clave aquí porque, allí donde el abanico de oportunidades ofrecido por el sistema de bienestar es más reducido, la sociedad en su conjunto ha adoptado predisposiciones culturales favorables a la asunción normalizada de las limitaciones en el ejercicio de los derechos sociales. Generalmente, pues, allí donde el estado de bienestar no ha desarrollado un sentimiento de responsabilidad social colectiva (pública) sobre las necesidades transicionales de las personas jóvenes, son la familias las que acostumbran a hacerse cago de su satisfacción. Parece bien lógico –y no debe extrañar a nadie- que, cuando el régimen de bienestar descansa principalmente sobre la familia –y este es el caso de Italia o España- la prestación de apoyo familiar a las personas jóvenes incluya también el apoyo residencial. Lo paradójico es que precisamente así –esto es, apoyando a sus hijos/as- es como la familia –griega, italiana, portuguesa o española- contribuye a retardar el momento de la emancipación. Lo hace, claro está, en respuesta plenamente coherente con la ausencia de servicios y prestaciones de carácter público susceptibles de satisfacer las necesidades juveniles, facilitando oportunidades adicionales de desarrollo personal a lo largo del proceso de transición a la vida adulta. Las familias españolas saben que, sin su apoyo, las personas jóvenes se enfrentarían a una trayectoria de inserción sociolaboral muy precaria, siendo abandonados a las dinámicas del mercado en condiciones de grave desventaja relativa. Y esto es así dada la ausencia de un colchón de prestaciones y servicios que es característico de los estados de bienestar más desarrollados. Por supuesto, la decisión juvenil de permanecer en el hogar familiar de origen durante toda –o la mayor parte de- su período de transición a la vida adulta, podrá tener su base en condicionamientos derivados de factores de tipo cultural, particularmente en los países del área mediterránea como Portugal, Grecia, Italia o España. Sin embargo, tendemos a pensar que estos factores son casi siempre expresión y reflejo de la ausencia de alternativas. Y aun cuando se pueda discrepar en este punto, el hecho indiscutible es que allí donde el estado de bienestar no ha desarrollado un sentimiento social generalizado de responsabilidad fiscal, son las familias las que acostumbran a hacerse cargo de la cobertura de las necesidades de las personas durante las etapas vitales de mayor vulnerabilidad. Esta reflexión no es nueva ni se refiere sólo a la situación particular de las personas jóvenes. Así, es bien sabido que, cuando el estado no provee a la sociedad de servicios para dar cobertura a las necesidades de las personas mayores en situación de dependencia, son los hijos –en realidad, las hijas- las que cargan con la responsabilidad (ética o moral) de proporcionar una respuesta. Y ante la ausencia de una oferta pública suficiente de escuelas 0-3 años, también las mujeres –en este caso, las madres- se hacen cargo, a menudo en exclusiva, de las responsabilidades educativas de los niños en las primeras etapas de su vida. Y, a efectos de lo que aquí nos interesa, los padres y las madres –en este caso, ambos- se hacen cargo de las necesidades residenciales de los jóvenes adultos en transición, permitiéndoles permanecer en el hogar familiar de origen hasta edades muy avanzadas. El caso es que todo esto ocurre incluso más allá de lo que se podría considerar razonable si lo examinamos des de la perspectiva de la realidad de otros países. Y disponemos de argumentos suficientes para pensar que las dinámicas “culturales” de (sobre) responsabilización familiar derivan, precisamente, de la ausencia de derechos garantizados por el estado (PATÓN CASAS, 2005). Siguiendo de nuevo a Billari (2004), una primera clasificación de países nos permite distinguir entre aquellos en que la emancipación juvenil es mucho más lenta y tardía y aquellos otros en los que es claramente más rápida y temprana. En cuanto al primer conjunto de países, caracterizados por una emancipación juvenil mucho más lenta y tardía, cabe referirse a Portugal, España e Italia. Por lo que respecta al segundo conjunto de países, caracterizados por una emancipación juvenil más rápida y temprana, cabe destacar los nórdicos (Suecia, Noruega, Finlandia), Suiza y –con algunas reservas- también Francia, Holanda, Austria y la Alemania integrada. Las correlaciones parecen claras: entre los países en los que las personas jóvenes abandonan antes el hogar familiar de origen se encuentran precisamente aquellos en los que el estado de bienestar está más desarrollado y en los que la satisfacción de las necesidades transicionales de los jóvenes descansa sobre todo en políticas públicas de cobertura tendencialmente universal (educativas, laborales, de vivienda y de apoyo a la familia). Así, también en países como Suiza la emancipación residencial de las personas jóvenes se produce a edades relativamente tempranas, pero ésta tiene principalmente lugar como mera consecuencia de una mayor facilidad de acceso a la vivienda y al mercado laboral. Y aún cuando los países nórdicos y Suiza presentan tasas similares de abandono del hogar familiar de origen –tanto a los 20 como a los 25 años de edad-, el resultado en términos de igualdad de oportunidades no es el mismo en uno y otro caso. En los países nórdicos, la prestación de servicios públicos de apoyo a las personas jóvenes durante su proceso de emancipación da lugar a una generalizada desmercantilización de los recursos necesarios para el desarrollo personal (social, profesional), contribuyendo de esta manera a garantizar –o como mínimo a promover- la igualdad de oportunidades. Allí, las personas jóvenes no sólo se emancipan más temprano –accediendo fácilmente a la independencia residencial, como en Suiza- sino que también lo hacen en mejores condiciones y, sobre todo, en condiciones de mayor igualdad. En los países nórdicos, adicionalmente, el apoyo público da lugar a un proceso de emancipación en el que la ampliación del marco de oportunidades de todos contribuye simultáneamente a desarrollar un mayor y más diversificado abanico de posibilidades, constituyendo un buen ejemplo de ello la pluralización de los modelos de convivencia familiar. A este respecto, Billari (2004) identifica dos patrones generales extremos. El primer patrón se corresponde con los países del sur de Europa, donde la emancipación tiende a seguir una pauta estandarizada en lo que ser refiere a la formación de la familia –independencia residencial generalmente vinculada al matrimonio- pero sin embargo desestandarizada en cuanto al momento en que los jóvenes abandonan el hogar familiar de origen. El segundo patrón se corresponde precisamente con los países nórdicos, en los que la emancipación juvenil se produce estandarizadamente entre los 19/20 años, pero en los que la salida del hogar familiar de origen conduce a una mayor heterogeneidad de formas de vida y convivencia. Estos dos patrones extremos nos facilitan la identificación de correlaciones que claramente remiten a las causas que hemos venido apuntando hasta ahora. Sin embargo, ¿Hay espacio para la intervención desde las diferentes políticas sectoriales? ¿Cuánto margen nos ofrece el desarrollo autónomo de las políticas de vivienda o de mercado laboral para favorecer una emancipación temprana y a la vez fomentar la igualdad de oportunidades de las personas jóvenes en este proceso? ¿Qué políticas sectoriales es necesario combinar, ante la ausencia de un estado de bienestar desarrollado, para facilitar una mejor y más igualitaria transición a la vida adulta de las personas jóvenes? Emancipación y margen para desarrollo autónomo de las políticas sectoriales Ya habíamos defendido en otro lugar que, ante la evidente interconexión de las diferentes dimensiones transicionales –esto es: escuela/trabajo, residencial y familiar-, las necesidades subyacentes y las diversas intervenciones que pueden proporcionarles cobertura, nos parecía necesaria una apuesta por las políticas integrales, universales y plenamente coordinadas (PATÓN CASAS, 2005). Y continuaremos defendiendo aquí coherentemente que, aún siendo posible facilitar la emancipación juvenil más temprana –el acceso a la independencia residencial- mediante políticas públicas sectoriales, es el conjunto del estado de bienestar el que puede facilitar el desarrollo efectivo de un sistema de igualdad de oportunidades que tenga en cuenta, también, las condiciones en que las personas jóvenes acceden a la vida adulta. Parece claro, en primer lugar, que todas las personas jóvenes –en todos los países- han de recorrer trayectorias formativas, experimentar la transición de la escuela al mundo del trabajo, acceder a la emancipación residencial y optar por un determinado modo de vida y convivencia (familiar o no). En la anterior Tabla I hacíamos precisamente referencia a los sectores de política pública que están –o deberían estar- implicados en el proceso de emancipación juvenil (políticas educativas, laborales, de vivienda y de apoyo a la familia). El caso es que, si bien es cierto que estas áreas de responsabilidad pública son clave para el desarrollo de las personas jóvenes, también lo es que se trata de materias nucleares dentro de las políticas sociales características de los estados de bienestar europeos. Se trata, en consecuencia, de áreas respecto de las que cabe –y nos parece necesario- predicar nuclearidad en relación con el conjunto de la población (y no sólo las personas jóvenes). Y es precisamente por ello que, en general, existe una correlación muy fuerte entre el grado de desarrollo del estado de bienestar –considerado en su conjunto- y las oportunidades de emancipación juvenil. Así, allí donde el conjunto de la población vive mejor –esto es, donde las necesidades sociales están mejor cubiertas mediante políticas públicas- las personas jóvenes gozan de oportunidades para una emancipación temprana, accediendo además a la vida adulta en condiciones de mayor igualdad. Y allí donde la emancipación juvenil es más difícil y tardía, también el conjunto de la población –la gente discapacitada, las mujeres solas con cargas familiares, etcéteraexperimenta dificultades en la capacidad de ejercicio de los derechos sociales que son constitutivos de la plena ciudadanía y que aparecen formalmente proclamados en las constituciones de todos los países europeos. Es bien sabido que virtualmente todos los países europeos reconocen sobre el papel –en sus textos constitucionales- aproximadamente el mismo abanico de derechos. Sin embargo, sólo en algunos de estos países se dota a la ciudadanía de los medios y los recursos que permiten garantizar su ejercicio efectivo. Opinamos, en coherencia con lo anterior, que en países como el nuestro –deficiente en políticas de bienestar y dotado de instrumentos muy precarios para garantizar la operatividad de los derechos sociales- es en extremo ingenuo pretender dar respuesta al problema de la emancipación juvenil mediante la búsqueda de “modelos” de referencia –estudios comparativos, clasificaciones academicistas, análisis precisos de buenas prácticas- o impulsando apuestas metodológicas de carácter meramente técnico-procedimental en el ámbito de las políticas de juventud. Ni la investigación social más rigurosa ni las más optimizadas técnicas de gestión pública aportarán por sí solas más recursos para promover una mejor emancipación juvenil, si no son acompañadas de una legislación laboral favorable al conjunto de los/las trabajadores/as (protección del empleo, contratación estable), un fuerte compromiso en política social y una buena financiación de estas políticas en el marco de un sistema fiscal exigente y progresivo. Consideramos, pues, que las oportunidades para la emancipación que ofrecen las diferentes políticas sectoriales son bien limitadas si no se establecen mecanismos de coordinación que –por el grado de compromiso fiscal que requieren para su puesta en práctica- vienen a ser característicos, prácticamente en exclusiva, de los países con un estado de bienestar poderoso y desarrollado. Un buen ejemplo de ello es la importancia que hemos otorgado más arriba a la disponibilidad de residencias estudiantiles, alternativa mediante la cual muchos/as jóvenes europeos/as acceden a la independencia domiciliaria cuando son todavía (muy) jóvenes. Y es que, según habíamos visto antes, el mantenimiento de esta independencia una vez finalizada la etapa de permanencia en el sistema educativo formal está lógicamente condicionada a la existencia de una política de vivienda social que no hiciera necesario el retorno. Así, no es en absoluto difícil determinar las carencias por las que los/las jóvenes españoles/as o italianos/as retardan su emancipación residencial incluso más allá de la etapa juvenil propiamente dicha. A la ausencia de una oferta suficiente de alojamiento para estudiantes se suma un limitadísimo compromiso público con el “derecho” a la vivienda, amén de la apuesta invariable –de otra parte, muy rentable para algunos- por el régimen de tenencia en propiedad. El resultado es que, aún pudiendo llegar a disponer los jóvenes españoles de la alternativa de la residencia estudiantil, el retorno al hogar familiar de origen una vez finalizados los estudios daría sin embargo lugar a una emancipación residencial meramente coyuntural. Y a la inversa: Una política de vivienda socialmente comprometida que simultáneamente priorice el régimen de tenencia en propiedad, difícilmente hará posible –sin alternativas de alojamiento temporal para estudiantesuna emancipación juvenil temprana. Si adoptamos una perspectiva europea comparada, la clave nos parece bien clara: Las personas jóvenes se emanciparán cuando todavía son jóvenes –antes de los 25 años- si somos capaces de combinar una política de vivienda social comprometida con alternativas de alojamiento temporal para estudiantes. No habrá sin embargo quien deje de aducir que, una vez superada la etapa de educación obligatoria, no todas las personas jóvenes son ya estudiantes. Y si esto es bien cierto, también lo es que España destaca –a gran distancia y junto con Italia o Portugal- en el porcentaje de personas de 18 a 24 años que como máximo ha completado la educación secundaria obligatoria. La pregunta es si, en estas condiciones, parece legítimo plantear la necesidad de adelantar la edad de emancipación de las personas jóvenes. Esto es: si queremos promover el acceso a la independencia residencial de los/las jóvenes, abandonándolos/las a las dinámicas del mercado laboral y de la vivienda en una situación de tan grave precariedad educativo-formativa como la actual. Políticas de emancipación, ¿inversión pública o modelo de bienestar? La conclusión a que nos llevan las reflexiones anteriores es que, no obstante la necesidad de apoyo público a la emancipación juvenil, la formulación “políticas de emancipación” –tan habitual en nuestro país- carece hasta cierto punto de sentido. La razón nos parece evidente y tiene que ver con la relación que cabe establecer entre la aproximación integral a los procesos de emancipación –la atención a todas las variables que intervienen- y las oportunidades reales para la intervención pública transversal en un estado de bienestar como el nuestro, donde el peso relativo del sector público es reducido y el compromiso con el gasto público relativamente menor. Hemos visto cómo, si interpretamos la formulación “políticas de emancipación” en un sentido que pudiera restringirse exclusivamente al fomento de la independización residencial, las políticas públicas resultantes podrían dar lugar a un adelanto de la edad en que se abandona el hogar familiar de origen sin atender suficientemente al output del proceso y a la medida en que con ello se está garantizando la igualdad de oportunidades. Y la realidad es que, en un estado de bienestar como el español, donde la responsabilidad en la satisfacción de las necesidades de los grupos vulnerables recae fundamentalmente en la familia, parece difícil fomentar la emancipación juvenil temprana –entendida como independización residencial- sin impactar gravemente sobre las oportunidades de desarrollo de las personas jóvenes que se benefician del apoyo residencial de sus respectivas familias. En consecuencia, si interpretamos las políticas de emancipación en su sentido restringido, debemos tener presente que la familia constituye hoy, en España y otros países, un recurso clave de apoyo a las personas jóvenes. Un recurso que no debería ser obviado y que sólo podría ser substituido mediante un abanico comprehensivo de políticas sociales del que hoy por hoy estamos muy lejos incluso al nivel de las proyecciones estratégicas de largo plazo. Así pues, si optamos –como pensamos que corresponde- por una interpretación amplia de las “políticas de emancipación” –tal que nos remita a las diferentes dimensiones transicionales y al resultado del proceso de emancipación en términos de igualdad de oportunidades- parece claro que deberemos remitirnos a la configuración básica de los estados de bienestar; y, sobre todo, al grado de compromiso público respecto de las políticas sociales. Así, si bien es cierto que un enfoque integral de las políticas de juventud ha de buscar los vínculos entre los diferentes sectores de política pública con los que se podría promover la emancipación juvenil temprana y exitosa, también lo es que se nos impone un cambio de paradigma que permita establecer como objetivo la minimización del peso de la familia como fuente para la satisfacción de las necesidades de las personas. Ahora bien: Desarrollar un estado de bienestar que exima a la familia de sus actuales responsabilidades, mediante un conjunto coherente de políticas públicas integrales y comprehensivas, implica una apuesta financiera importante. Y, por lo tanto, un aumento correspondiente de la presión fiscal (ver Tabla 2). En este sentido, hay una cuestión muy obvia sobre la que no se acostumbra a insistir suficientemente, ya sea como resultado de una ingenua deformación profesional de las personas que trabajamos en el sector de las políticas de juventud o como derivación de una actitud directa y consciente de corporativismo técnico. A saber: que las oportunidades reales de emancipación de las personas jóvenes deben ser abordadas en estricta dependencia con el volumen global de recursos públicos destinados a satisfacer las necesidades sociales generales. Así, no hay país alguno donde el desarrollo sectorial de las políticas de juventud –aisladamente o asumiendo la vergonzante función de “pepito grillo” respecto de otros sectores de política pública, en una dinámica de dura competencia por conseguir una distribución favorable a las personas jóvenes del escaso gasto social- haya impactado de manera relevante sobre las condiciones de emancipación juvenil. La pregunta subyacente es si nos parece posible (y adecuado) promover la emancipación juvenil sin desarrollar un estado de bienestar en el que las políticas sociales contribuyan a satisfacer universalmente las necesidades de todas las personas, liberando a la familia de responsabilidades que pueden ser cubiertas por otros medios y que –como es sabido- no sólo se ejercen en relación con las personas jóvenes. Esto es: si nos parece posible (y adecuado) promover el acceso de las personas jóvenes a la emancipación –en su sentido más amplio- sin facilitar simultáneamente al conjunto de la ciudadanía los medios que garanticen la capacidad de ejercicio de los derechos sociales que hasta el momento sólo han sido formalmente reconocidos. Tabla 2. Sistemas de bienestar, emancipación juvenil, gasto público y presión fiscal Emancipación residencial juvenil Sistemas de bienestar Países Edad mediana a la que los jóvenes se emancipan Presión fiscal (2005) Suecia Hombres: 7% Mujeres: 2% Hombres: 20,1 Mujeres: 19,6 2,7% 56,5% 51,4 Finlandia Hombres: 23% Mujeres: 7% Hombres: 21,7 Mujeres: 19,8 2,7% 50,4% 44,0 Francia Hombres: 20% Mujeres: 15% Hombres: 21,5 Mujeres: 19,8 2,9% 53,8% 44,0 Portugal Hombres: 44% Mujeres: 30% Hombres: 24,3 Mujeres: 21,8 2,3% 47,6% 35,1 Hombres: 54% Mujeres: 33% Hombres: 25,7 Mujeres: 22,9 1,7% 38,2% 35,6 Hombres: 61% Mujeres: 39% Hombres: 26,7 Mujeres: 23,6 2,3% 48,2% 40,6 Nórdico Continental % de jóvenes no emancipados a los 25 años Gasto público %/PIB Gasto en educación Gasto público secundaria total (2005) (2003) Mediterráneo España Italia Fuente: elaboración propia a partir de Eurostat (Observatorio Social de España) y Billari (2001): 29 (extracto). Los datos relativos a las edades de emancipación y a la edad mediana de emancipación corresponden a las cohortes nacidas hacia 1960. Cerramos el presente artículo llamando la atención sobre los datos recogidos en la Tabla 2. Así, no nos parece casualidad que precisamente en aquellos países donde la emancipación juvenil tiene lugar más temprano y en mejores condiciones, la presión fiscal se sitúe muy por encima de la media europea (UE15: 40): Suecia (51), Dinamarca (50), Finlandia (44), Francia (44). Y que en aquellos otros donde la emancipación tiene lugar más tarde y en peores condiciones, se sitúe sin embargo por debajo: Italia (40), España (36), Portugal (35), Grecia (34). Tampoco nos parece casualidad que el gasto público en educación secundaria discurra paralelo a las dificultades de los jóvenes para emanciparse. Así, en los países donde los jóvenes se emancipan más temprano y en mejores condiciones, este gasto es muy superior a la media europea (en porcentaje sobre el PIB, UE15: 2,41): Francia (2,9), Dinamarca (2,87), Suecia (2,85), Finlandia (2,67). Y en los países donde los jóvenes se emancipan más tarde y en situación de mayor dificultad, este gasto es menor: Italia (2,3), Portugal (2,3), España (1,73), Grecia (1,47). Así, los países en los que el gasto público en educación secundaria es más importante, son a la vez los que presentan una mayor presión fiscal, un mayor gasto social y un mayor porcentaje de gasto público total sobre el PIB. Allí donde se apoya a los jóvenes en su proceso de emancipación, es el conjunto de la población el que se beneficia de un estado de bienestar comprehensivo y fuertemente comprometido con las necesidades de las personas. Demasiadas correlaciones significativas como para seguir preguntándonos qué pasa, por qué pasa y qué hay que hacer al respecto6. Bibliografía citada ALLENDE, P. “Les grans empreses espanyoles obtenen uns beneficis rècord”. El Periódico de Catalunya (29 febrero 2008); 50. BILLARI, F. “Becoming adult in Europe: A micro/macro-demographic perspective”. Demographic Research [Rostock] (2005), Special Collection núm. 3. Disponible en línea: http://www.demographic-research.org/special/3/2/S3-2.pdf BILLARI, F.C; WILSON, C. “Convergence towards diversity? Cohort dynamics in the transition to adulthood in contemporary Western Europe”. MPIDR Working Papers [Rostock] (2001), núm. 039. Disponible en línea: http://www.demogr.mpg.de/Papers/Working/WP-2001-039.pdf CASABELLA, J. “Els rectors catalans recolzen futures fusiones d’universitats”. El Periódico de Catalunya (16 junio 2008); 24. CORIJN, M. “Transitions to adulthood in Europe for the 1950s and 1950s cohorts”. CBGS-Werkdocuments [Bruselas] (1994), núm. 4. Disponible en línea: http://www-les-lundis.ined.fr/textes/MartineCorijn.pdf ESPING-ANDERSEN, G. 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Las cinco mayores empresas españolas obtuvieron unos beneficios de 29.633 millones de euros, equivalentes al 2,82% del PIB del país y un 27% mayores que los del ejercicio anterior. Telefónica se colocó, en función del volumen de sus beneficios, como la primera operadora de telecomunicaciones del mundo. Recursos, por lo tanto, los hay. Y necesidades sociales, también.