El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca 1 El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca Beatriz Albores Zárate* 23 1998 La colección Documentos de Investigación difunde los avances de trabajo realizados por investigadores de El Colegio Mexiquense, A.C., con la idea de que los autores reciban comentarios antes de la publicación definitiva de sus textos. Se agradecerá que los comentarios se hagan llegar directamente al (los) autor(es). Los editores han mantenido fielmente el texto original del presente documento, por lo que tanto el contenido como el estilo y la redacción son responsabilidad exclusiva del(de los) autor(es). D.R. c El Colegio Mexiquense, A.C., Ex hacienda Santa Cruz de los Patos, Zinacantepec, México. 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De hecho, el término náhuatl tollin (Heyden, 1983) se refiere a un grupo de plantas acuáticas de la familia de las ciperáceas (Martínez, 1991), que incluye sobre todo a las del género cyperus y a otras especies como Eleocharis, Scirpus y Typha. Se trata de vegetales herbáceos, con tallo flexible, que prosperan en espacios con humedad permanente, como las orillas de lagos y lagunas, así como en depósitos de agua pluvial. Entre la gran variedad de tules, se distinguieron el petlatollin, el itztolin, y el tolmimilli. La drástica merma de la juncácea tuvo lugar por las desecaciones sufridas a partir de la colonización española, y sobre todo, en el contextode la industrialización nacional. Además de poseer, en cuanto a su empleo, casi todas las propiedades de los restantes vegetales acuáticos, el tule incluía a las únicas especies industrializables. En lo relativo a su uso, el tule se relacionó con varias actividades de origen prehispánico. Por ejemplo, la confección de múltiples utensilios empleados en la vida cotidiana, a la vez que de objetos rituales y simbólicos de la máxima jerarquía indígena. Así, el tule constituía uno de los elementos básicos de la producción cestera –de confección de esteras y canastas–, 5 la cual, con una tradición en México que se remonta por ahora a 7400- 5800 a.C. concretamente en Tehuacán, es extensible al área proto otomangue con base a las reconstrucciones lingüísticas de Amador y Casasa (1979). Para el Posclásico Tardío (1350- 1521), los pobladores lacustres del Altiplano Central tejían petates para tributar al imperio mexica, habiendo una especialización en la confección de diversos enseres domésticos como tapetes para dormir, contenedores de carga, aventadores, chiquihuites, cestos y redes. A la llegada de los españoles, los términos para clasificar a las esteras incluían el de estera en general, la estera de palma, de juncia, de juncos gordos, de los tallos de las espadañas, y la labrada. Sahagún (1956, v.III:148) menciona que el oficial “de hacer esteras” vendía, entre otros, petates de juncias gruesas y largas, unos de los cuales eran “bastos y ruines”, y otros “lindos y escogidos entre los demás; había esteras largas y anchas, así como cuadradas, o largas y angostas, y otras pintadas. También hacía y vendía unos asientos con espaldar y otros cuadrados para sentarse, y otros cuadrados y largos para cabeceras, unos pintados, y otros llanos, sin labor, y, el que no era bueno, su venta consistía en petates de juncias “ruines y dañadas”. Durante la Colonia el tule constituyó, también –junto con otras yerbas acuáticas– un excelente forraje para el ganado. Hacia el último cuarto del siglo XVII –señala Velázquez, citando a Vetancourt, 1973:93–, Beatriz Albores Zárate 6 en la Cuenca de México había tule para hacer petates, otro que servía para las bestias de yerba, otro para colgar las puertas de los templos, otro –más denso– para hacer toldos para los que andaban en canoa, otro, más grueso y alto que daban a las bestias y que servía de techo para las casas, y otro más para hacer “petacos”, es decir, petates para enfardar productos para ser transportados. No obstante la diversa producción, es interesante que a lo largo de la Colonia española no se introdujeran cambios tecnológicos en el tejido del tule –como lo señala Quezada, 1972–, conservándose varios términos otomianos para los distintos productos elaborados, como son los nombres matlatzincas “imuhhihui” e “inpitheuqui”, que respectivamente desginan al petate de palma y al que que se labra como el de “juncia”. En cuanto al vínculo religioso y de la cosmovisión con el tule, Heyden (1983) señala que, por lo general, la representación fitomórfica era una de las múltiples personalidades de las deidades prehispánicas que, para el caso de la ciperácea en cuestión, correspondía al patrono de los tejedores de esteras: Nappatecuhtli. La misma autora indica, también, que así como el tular se vinculaba con el lugar divino, de la creación, el petate y el asiento –icpalli– eran considerados como atributos del dios supremo, representaban el poder del soberano, y en relación con éste, se vinculaban con Xiuhtecuhtli –patrón de los máximos gobernantes (los Huey tlatoani)–, y “madre y padre de los dioses y de los hombres”. “Los tules –menciona Heyden (1983:140)– simbolizaban [...] aun la misma metrópoli, hasta el grado de dar su nombre a muchas ciudades”. EL SUR DEL VALLE DE TOLUCA Como puede verse, el tejido del tule es parte de una antiquísima tradición cultural –de antecedentes preagrícolas– correspondiente a cierto tipo de sociedades mesoamericanas cuyo modo de vida se sustentó, originalmente, en la caza y recolección terrestre y acuática y en la pesca (Albores, 1993). Uno de los lugares donde encontramos este tipo de tradición cultural es el sur del valle de Toluca, que conforma la primera zona lacustre del sistema hidrológico Lerma-Santiago (Chedid, 1991). Para la etapa final del modo de vida lacustre (1900-1970) en esta zona, la palabra tule tenía dos significados; en sentido amplio era un término que englobaba a distintas especies, siendo una de éstas la usada en el tejido de esteras, que es al que en sentido restringido se le denomina tule, específicamente “tule redondo”. En la tejedura de sillas y de algunas capas de lluvia se usaba otra variedad de tule –empleado también en el techamiento de algunas unidades habitacionales–, el “ancho”, conocido comúnmente como “palma”. En fin, entre otros más, existía uno llamado “tule esquinado”, que sirve de forraje y en la construcción de camellones o “chinampas”. EL TULE “REDONDO” En seguida abordaré lo relativo al tule “redondo” –sobre todo a partir de la información etnográfica recopilada durante las temporadas de trabajo de campo que realicé entre 1978 y 1991, en la zona lacustre del Valle de Toluca1– en relación con el cual se efectuaban tres procesos: I)la obtención del material, II)su elaboración, y III)la venta. El primero implicaba los trabajos de corte propiamente dicho, amarre, “atrincheramiento”, “embalse”, transporte, “desembalse”, secamiento, y “harcinamiento” de tule seco. El segundo consistía en la tejedura, y, el último, en la distribución de tule verde, la del tule seco, y la de productos tejidos. 1 La Zona Lacustre o Zona Sur del Valle de Toluca abarca, total o parcialmente, la superficie de los 19 municipios mexiquenses siguientes: Almoloya del Río, Atizapán, Calimaya, Capulhuac, Chapultepec, Joquicingo, Lerma, Metepec, Mexicaltzingo, Ocoyoacac, Otzolotepec, Rayón, San Antonio la Isla, San Mateo Atenco, Tenango del Valle, Texcalyacac, Tianguistenco, Toluca, y Xonacatlán. Ahora bien, según Sánchez Colín (1951, v.I:361), el Valle de Toluca incluye –excepto Joquicingo y Xonacatlán– los municipios antes mencionados, así como trece más, también del Estado de México, que son Acambay, Aculco, Almoloya de Juárez, Altacomulco, El Oro, Ixtlahuaca, Jiquipilco, Jocotitlán, San Felipe del Progreso, Temascalcingo, Temoaya, Villa Victoria y Zinacantepec. 7 El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca La temporada de corte abarcaba de julio a septiembre, quedando sólo algunos juncos hasta octubre, mismos que debían sajarse antes de la caída de las heladas invernales. El tule se cortaba verde para evitar que, ya macizo, se resquebrara durante el proceso de tejido. Los tules que para octubre no maduraban se les utilizaba en la elaboración de objetos pequeños como adornos y juguetes. El tule se daba grande y espeso, como si fuera “milpa”; un tular podía llegar a medir dos o más kilómetros de largo, y alrededor de dos metros de altura. Los tules chicos no eran tan buscados como los grandes, siendo éstos los que servían para hacer los petates que, aún hacia 1930, se usaban comúnmente para el descanso nocturno. Los tulares pertenecían a los pueblos o a algunos ranchos o haciendas, como Capulhuac, San Pedro Tlaltizapán, San Lucas Tunco, Santa Cruz Atizapán, Techuchulco, Salitrillo, Chapultepec, Almoloya del Río, San Pedro Cholula, Tlazala, Santa María Atarasquillo, y haciendas de Atenco y de San Nicolás Peralta. Los cortadores no pertenecientes a estas localidades debían de pagar al cuidador o “guardaguas” –por la jornada de trabajo. Si bien algo de tule podía encontrarse entre otros vegetales acuáticos, los tuleros que ingresaban a la ciénaga con el objetivo de cortar tule redondo enfilaban directamente a los tulares grandes, donde laboraban entre nueve y doce horas. Para el sajamiento se utilizaba remo aplanado o “pala”, garrocha o remo cilíndrico, y hoz o segadera, canoíta y chalupa o canoa grande. De largo, estas dos últimas medían respecti-vamente de 1.50 a 2.00 m. y de 2.30 a 3.00 m. por 20 o 25 cm de alto por 60 cm de ancho en la parte media. En San Pedro Tultepec de Quiroga se usaba “una hoz larga, como de ochenta centímetros, con una curvita en la punta, como ganchito”. Quienes carecían de canoa caminaban hasta los tulares próximos a la ribera de la ciénaga, y ellos mismos conducían los juncos, o bien empleaban bestias de carga, generalmente asnos. El corte de tule se hacía individualmente o en grupos. En cualquier caso se remaba hasta los tulares, donde cada sajador procedía a cortar el junco por rollos, llamados “brazadas”. Son éstas una medida tradicional que contiene tantos juncos como caben en el brazo del tulero vuelto hacia su pecho, es decir, “abrazados”. Con posterioridad se hacía el amarramiento de los rollos y, en el caso de los sajadores individuales o de los que, aún yendo en grupo, no empleaban la jornada entera en el corte, amarraban cada “brazada” en fila, a manera de “balsas”. El inicio de éstas se sujetaba a la artesa con objeto de remolcarlas. Cuando el tule cortado era poco podía conducirse arriba de la canoa. Los sajadores que acopiaban muchas ciperáceas acostumbraban atrincherar sus respectivos manojos y volver al otro día para transportarlos mediante la hilera o balsa. En el corte grupal, con excepción de un tulero –que llevaba canoa para remolcar de regreso los rollos de tules–, los demás iban en sus canoítas, desde las cuales vigilaban, ya de venida, las brazadas de juncos. En relación con lo anterior, un viejo tulero menciona lo siguiente. Nos juntábamos unos cinco cortadores que íbamos a un tular que pertenecía a la hacienda de Atenco. Pagábamos –hacia 1930– al que cuidad el tular 25 centavos. Cada quien cortaba sus “brazadas” de tule, las amarraba; luego “ajilaban” todas las brazadas, atando la primera a una trajinera con la cual se remolcaban todos los rollos. Uno de los cortadores venía en la trajinera y los otros regresaban en las canoítas. Al descargar reconocíamos qué brazadas eran de cada quien porque cada uno cortaba en forma distinta. Mediante el secamiento, que duraba de quince a veinte días, la ciperácea “amarillaba”, adecuándose para el tejido. Se realizaba sobre el suelo –formando cuadros, ruedas o medios círculos–, contra la pared, y en “acamaderos”: una especie de “camas” de vigas, encima de las cuales se ten- Beatriz Albores Zárate dían los juncos. Estos, ya secos se “harcinaban” –hacinaban– sobre unas tarimas de madera. Para el tejido, se apartaban los juncos que habrían de utilizarse en una jornada y se remojaban para poder manejarlos durante el entrelazado. En este proceso se empleaba una “plancha” o piedra para el aplanamiento de los juncos al conformar los diferentes objetos y diseños. En la zona lacustre del Alto Lerma, entre los pueblos que eran reconocidos por su producción tulera están San Mateo Atenco, San Pedro Tultepec de Quiroga, San Mateo Mexicaltzingo, San Mateo Texcalyacac, Santa Cruz Atizapán, San Pedro Totoltepec, San Pedro Techuchulco, y San Andrés Ocotlán. Los productos elaborados eran generalmente petates, aventadores, y, en menor proporción, canastas y juguetes. A) Petates. En cuanto a las dimensiones, había dos categorías que se establecían con base en la medida tradicional llamada “punto” o “pie”, que equivalía a la longitud de un pie tras otro del tejedor. 1) Petates grandes. Medían de cinco hasta, por lo general, nueve “puntos” o “pies”, y eran los rectangulares –uno de los cuales era el “camero”–, o los alargados o “pasillos”. Las esteras se hacían de “cuatro tules” y algunos de sólo “dos tules” y su diseño podía ser “rústico” –ya fuera de “trama” y “cruzado”–, o de “grecas”, de mayor elaboración que el primero. 2) Petates chicos, llamados localmente “esquinados”. Presentaban una forma de trapecio isósceles de un metro y de ochenta centímetros en cada lado por setenta o setenta y cinco centímetros de alto. Su uso era muy versatil pues se les destinaba tanto para el descanso como para numerosas labores caseras: desgranado de maíz, molienda en piedra, confección de tortillas, bebidas o guisados, en el cocimiento en el “clecuil” o fuego del hogar, así como para recostar a los infantes, para colocar la ofrenda de muertos; en fin, para trasladar al basurero 8 los desechos de las distintos trabajos realizados en las unidades familiares. B) Aventadores o abanicos rectangulares –de treinta por veinte centímetros– que servía para prender y airear la lumbre. C)Los juguetes eran por lo general animalitos como conejos, canastitas, carretas, y jinetes. La actividad en torno al tule implicaba una división del trabajo por sexo y por edad. El corte estaba en manos masculinas cuya edad fluctuaba entre los quince y cincuenta años aproximadamente, esto es, dependiendo de la capacidad de los adultos para soportar el arduo trabajo en la ciénaga. En el tejido intervenía prácticamente toda la familia, si bien los pequeños –a la edad de cinco o siete años– se iniciaban mediante el tejido de las piezas más sencillas como eran los aventadores. Un poco después, el niño podía emprender el tejido de “esquinados” para luego hacerse cargo de los petates grandes. Ahora bien, la elaboración de juguetes, de canastas y de petates con diseños implicaba un trabajo especializado. Por último, la venta, si bien podía hacerse por ambos sexos, recaía sobre todo en el hombre. El expendio de tule podía realizarse antes del secado, aunque en su mayor parte se llevaba a cabo con posterioridad. Ahora bien, la venta del junco, verde o seco, y la de los productos elaborados se hacía directamente con los tejedores o con intermediarios (“resgatadores”) del mismo pueblo o de fuera. A San Mateo Atenco llegaban compradores, en busca de tule seco, procedentes de San Pedro Tultepec de Quiroga, Texcoco, Zumpango. A su vez, los tuleros o petateros iban a estos y a otros lugares, sobre todo del Distrito Federal, entre los que se encontraba Santa Julia. El tule verde se vendía por brazadas, mientras que la del junco seco se hacía por “medidas de cabeza”, otra medida tradicional que aludía al ruedo de la cabeza del vendedor. El trabajo del tule se inserta dentro de una complejísima trama en el que podía constituir A) una actividad especializada o B) parte de la diversificación laboral, ya fuera a nivel de cada pueblo en su conjunto o internamente en el de los barrios constitutivos. Así, este último caso 9 El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca puede ejemplificarse con el actual municipio de San Mateo Atenco que, habiendo sido un antiguo pueblo ribereño de pescadores –conocido durante la Colonia como “San Mateo de los Pescadores”– para la última etapa de existencia de la Laguna de Lerma –1900 a 1970– se dividía en 12 barrios distribuidos en dos secciones territoriales. Una de éstas, la de arriba, contenía a la población dedicada fundamentalmente a actividades agrícolas, con un sector agricultor; otro que además del cultivo efectuaba los trabajos del tule. Uno más que también practicaba actividades lacustres en forma secundaria, y el último que integraba a grupos pequeños de productores artesanales –herreros y carpinteros– y manufactureros –zapateros. En la sección de abajo residían, además de los hortelanos o chinamperos, los trabajadores del agua, compuesta por los pescadores –quienes, a principios de la etapa mencionada, aún confeccionaban artesanalmente sus propios medios e instrumentos, como las redes, fisgas, y canoas, entre otros–, y por los cortadores de yerbas lacustres. Considerando ahora sólo las labores lacustres, y, dentro de éstas, a las que se relacionan con la obtención de vegetales acuáticos, es importante destacar que aún en épocas tan tardías, como las primeras décadas del siglo XX, el corte de tule seguía siendo un aspecto –si bien ya despojado de la estructura simbólica de los tiempos prehispánicos– de la intrincada red de actividades de extracción de flora lacustre. Estas fueron, hasta el final de la etapa lacustre, ampliamente practicadas en el Alto Lerma con la finalidad de obtener múltiples especies acuáticas que se usaron en la alimentación familiar, en la construcción de chinampas, en la producción artesanal, como forraje, con fines oranmentales, rituales y curativos. Ahora bien, en San Mateo Atenco, la amplitud con la que se efectuaba las actividades de recolección de yerbas del agua variaba de acuerdo con cada producto. El corte de forraje era el que se practicaba en forma más extendida en el pueblo debido a que la mayor parte de las familias tenían una que otra cabeza de ganado, si bien los que sacaban pastura con fines comerciales se ubicaban, fundamentalmente, en los barrios ribereños, pudiendo decirse lo mismo respecto a los productos alimenticios. El corte de tule redondo se efectuaba, principalmente, por gente de los barrios de Guadalupe, San Lucas, Santiago, San Pedro, San Francisco, y San Miguel, realizándose en menor proporción en los barrios de San Nicolás y de San Juan y, menos aún, en los de la Magdalena y Santa María. La extracción de tule ancho estaba mucho más restringida que la de tule redondo, ubicándose la mayor parte de los cortadores en los barrios de Santiago, San Lucas, San Francisco, Guadalupe, y San Pedro, y sólo uno que otro en el barrio de San Nicolás. La recolección de “planchas” de vegetación lacustre para la construcción de chinampas se efectuaba únicamente por gente de los barrios ribereños. Finalmente, el corte de vegetales curativos y de ornato lo realizaban sobre todo los que entraban a sacar forraje, tule redondo y tule ancho, así como los que capturaban fauna lacustre. Mi padre –menciona un viejo habitante del barrio de Guadalupe– fue pescador. Yo aprendí a pescar y a cazar y, desde muy chico trabajé duro para mantener a la familia. Sacaba yo pescado negro y ranas en la canoa o en la orilla de la laguna. Cuando iba yo por pastura, cazaba [...] pichones tiernos y patos, desde agosto hasta octubre y noviembre; a veces agarraba yo dos o, en ocasiones, tres patos. Todo lo que [...] pescaba y cazaba no era para vender sino para comer en la casa, pues mi mamá nunca mercadeó como lo hacían otras señoras del barrio. Después me mantuve, yo y mi familia, del tejido del tule, era yo tulero y tejedor de petates. En lo que respecta al tule redondo, su tejido se realizaba en algunas localidades como uno de tantos oficios locales, a diferencia de otros pueblos que se especializaban en tal actividad. Así, en San Mateo Atenco, si bien la tejedura de objetos de tule conformaba una de las actividades preponderantes en cuatro de sus barrios, en és- Beatriz Albores Zárate tos no se tejía tanto, proporcionalmente, como en San Pedro Tultepec de Quiroga, donde el tejido del tule era la actividad principal. Los trabajos del tule podía realizarlos un solo individuo o varios trabajadores dedicados sólo una o a dos fases, por lo que, con base en el fraccionamiento de esta labor puede distinguirse la siguiente especialización: 1.-Tulero o cortador independiente. 2.-Tulero asalariado. 3.-Cortador y vendedor. 4.-Artesano o tejedor independiente 5.-Tejedor asalariado 6.-Vendedor de productos tejidos. 7.-Intermediario o “resgatador”. Ahora bien, entre las actividades combinadas que podía realizar un solo individuo están las que se enlistan en seguida: 1.-Tulero y vendedor de tule verde. 2.-Tulero y vendedor de tule seco. 3.-Tulero, vendedor de tule, verde o seco, y tejedor. 4.-Tulero, vendedor de tule verde o seco, tejedor y vendedor de objetos tejidos. 5.-Cortador, contratador de cortadores, tejedor, y vendedor de objetos tejidos. 6.-Cortador y tejedor en pequeño, resgatador de objetos tejidos y vendedor. 7.-Cortador de tule, contratador de tejedores, y vendedor de objetos tejidos. Por otra parte, en torno al tule trabajaban casi todos los miembros de la familia. Para la realización de unas fases existía una división del trabajo por sexo o por edades, en tanto que para otras tomaba parte, de manera indistinta, cualquiera de los integrantes del núcleo de parientes, como puede verse en el cuadro 1. Ahora bien, de todo el trabajo que se llevaba a cabo en la ciénaga, eran las actividades vinculadas con el tule redondo las que encerraban algunas relaciones de trabajo asalariado, siendo también este tipo de tule una de las únicas dos variedades de toda la amplia gama de tules 10 Cuadro 1 División por edad y sexo en los trabajos del tule Fases Participantes Corte y venta hombres adultos y algunos jóvenes Secado y harcinamiento casi toda la familia Tejido mujeres y hombres, y algunos ancianos y niños Venta hombres en su mayoría, algunos niños o adolescentes, y pocas mujeres que, además de la consecución del material, implicaba una elaboración artesanal. Hasta acá, no hemos tocado más que uno sólo de los aspectos relacionado con el tule, los cuales, a pesar de que, para la etapa final del modo de vida lacustre en el Alto Lerma (1900-1970), carecían de gran parte de su antigua significación, presentaban una complejidad que no ha acabado de estudiarse. El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca 11 BIBLIOGRAFÍA Albores, Beatriz (1993),El Modo de Vida Lacustre en el Alto Lerma, México, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional Autónoma de México, tesis de doctorado en Antropología, . Amador Hernández, Mariscela y Patricia Casasa (1979), “Un análisis cultural de juegos léxicos reconstruídos del proto-otomangue”, en Estudios lingüísticos en lenguas otomangues, Nicholas A. Hopkins y J. Kathryn Josserand (Coordinadores), (Colección Lingüística 68), México, Sep/Inah, Programa de Lingüística CIS-INAH, México, pp. 13- 24. Chedid, Abraham, José E. (1990),“Programa de restauración de la cuenca Alta del río Lerma”, ponencia prsentada el 1o. de junio en la ciudad de Toluca, durante el Primer Congreso Estatal de Ecología, organizado por el Grupo Ecologista de Toluca, A. C. Heyden, Doris (1988), Mitología y simbolismo de la flora en el México prehispánico, México, Universidad Nacional Autónoma de México. 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