El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca

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El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca
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El tejido de tule en la zona
lacustre del Valle de Toluca
Beatriz Albores Zárate*
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1998
La colección Documentos de Investigación difunde los avances de trabajo realizados por investigadores de El Colegio
Mexiquense, A.C., con la idea de que los autores reciban comentarios antes de la publicación definitiva de sus textos. Se
agradecerá que los comentarios se hagan llegar directamente al (los) autor(es). Los editores han mantenido fielmente el
texto original del presente documento, por lo que tanto el contenido como el estilo y la redacción son responsabilidad
exclusiva del(de los) autor(es). D.R. c El Colegio Mexiquense, A.C., Ex hacienda Santa Cruz de los Patos, Zinacantepec,
México. Teléfonos: (72) 18-01-00 y 18-00-56; fax: 18-03-58; E-mail: [email protected] Correspondencia: Apartado postal
48-D, Toluca 50120, México.
*E-mail: [email protected]
Beatriz Albores Zárate
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El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca
RESUMEN
A PARTIR DEL TRABAJO etnográfico moderno se rescató lo relativo a una tradición de origen
prehispánico, como lo es el tejido del tule, planta de singular importancia económica y en términos de la cosmovisión.
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Beatriz Albores Zárate
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El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca
INTRODUCCIÓN
D
e la rica y múltiple flora contenida en los
hoy desaparecidos vasos lacustres del
Altiplano Central, el tule se caracteriza por
su amplia gama de usos e implicaciones simbólicas y por constituir una de las plantas más sagradas en Mesoamérica. De hecho, el término
náhuatl tollin (Heyden, 1983) se refiere a un grupo
de plantas acuáticas de la familia de las ciperáceas (Martínez, 1991), que incluye sobre todo a
las del género cyperus y a otras especies como
Eleocharis, Scirpus y Typha. Se trata de vegetales herbáceos, con tallo flexible, que prosperan
en espacios con humedad permanente, como las
orillas de lagos y lagunas, así como en depósitos
de agua pluvial. Entre la gran variedad de tules,
se distinguieron el petlatollin, el itztolin, y el tolmimilli. La drástica merma de la juncácea tuvo
lugar por las desecaciones sufridas a partir de la
colonización española, y sobre todo, en el contextode la industrialización nacional.
Además de poseer, en cuanto a su empleo,
casi todas las propiedades de los restantes vegetales acuáticos, el tule incluía a las únicas especies industrializables. En lo relativo a su uso, el
tule se relacionó con varias actividades de origen
prehispánico. Por ejemplo, la confección de
múltiples utensilios empleados en la vida cotidiana, a la vez que de objetos rituales y simbólicos
de la máxima jerarquía indígena. Así, el tule constituía uno de los elementos básicos de la producción cestera –de confección de esteras y canastas–,
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la cual, con una tradición en México que se remonta por ahora a 7400- 5800 a.C. concretamente en Tehuacán, es extensible al área proto
otomangue con base a las reconstrucciones lingüísticas de Amador y Casasa (1979). Para el Posclásico Tardío (1350- 1521), los pobladores
lacustres del Altiplano Central tejían petates para
tributar al imperio mexica, habiendo una especialización en la confección de diversos enseres
domésticos como tapetes para dormir, contenedores de carga, aventadores, chiquihuites, cestos
y redes.
A la llegada de los españoles, los términos
para clasificar a las esteras incluían el de estera
en general, la estera de palma, de juncia, de juncos gordos, de los tallos de las espadañas, y la
labrada. Sahagún (1956, v.III:148) menciona que
el oficial “de hacer esteras” vendía, entre otros,
petates de juncias gruesas y largas, unos de los
cuales eran “bastos y ruines”, y otros “lindos y
escogidos entre los demás; había esteras largas y
anchas, así como cuadradas, o largas y angostas,
y otras pintadas. También hacía y vendía unos
asientos con espaldar y otros cuadrados para
sentarse, y otros cuadrados y largos para cabeceras, unos pintados, y otros llanos, sin labor, y,
el que no era bueno, su venta consistía en petates de juncias “ruines y dañadas”. Durante la
Colonia el tule constituyó, también –junto con
otras yerbas acuáticas– un excelente forraje para
el ganado.
Hacia el último cuarto del siglo XVII –señala Velázquez, citando a Vetancourt, 1973:93–,
Beatriz Albores Zárate
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en la Cuenca de México había tule para hacer petates, otro que servía para las bestias de yerba,
otro para colgar las puertas de los templos, otro
–más denso– para hacer toldos para los que andaban en canoa, otro, más grueso y alto que daban a las bestias y que servía de techo para las
casas, y otro más para hacer “petacos”, es decir,
petates para enfardar productos para ser transportados.
No obstante la diversa producción, es interesante que a lo largo de la Colonia española
no se introdujeran cambios tecnológicos en el
tejido del tule –como lo señala Quezada, 1972–,
conservándose varios términos otomianos para los
distintos productos elaborados, como son los
nombres matlatzincas “imuhhihui” e “inpitheuqui”,
que respectivamente desginan al petate de palma y al que que se labra como el de “juncia”.
En cuanto al vínculo religioso y de la cosmovisión con el tule, Heyden (1983) señala que,
por lo general, la representación fitomórfica era
una de las múltiples personalidades de las deidades prehispánicas que, para el caso de la ciperácea en cuestión, correspondía al patrono de
los tejedores de esteras: Nappatecuhtli. La misma autora indica, también, que así como el tular
se vinculaba con el lugar divino, de la creación,
el petate y el asiento –icpalli– eran considerados
como atributos del dios supremo, representaban
el poder del soberano, y en relación con éste, se
vinculaban con Xiuhtecuhtli –patrón de los máximos gobernantes (los Huey tlatoani)–, y “madre
y padre de los dioses y de los hombres”. “Los tules
–menciona Heyden (1983:140)– simbolizaban [...]
aun la misma metrópoli, hasta el grado de dar su
nombre a muchas ciudades”.
EL
SUR DEL VALLE DE
TOLUCA
Como puede verse, el tejido del tule es parte de
una antiquísima tradición cultural –de antecedentes preagrícolas– correspondiente a cierto tipo de
sociedades mesoamericanas cuyo modo de vida
se sustentó, originalmente, en la caza y recolección terrestre y acuática y en la pesca (Albores,
1993). Uno de los lugares donde encontramos este
tipo de tradición cultural es el sur del valle de Toluca, que conforma la primera zona lacustre del
sistema hidrológico Lerma-Santiago (Chedid,
1991).
Para la etapa final del modo de vida lacustre (1900-1970) en esta zona, la palabra tule tenía dos significados; en sentido amplio era un
término que englobaba a distintas especies, siendo
una de éstas la usada en el tejido de esteras, que
es al que en sentido restringido se le denomina
tule, específicamente “tule redondo”. En la tejedura de sillas y de algunas capas de lluvia se usaba
otra variedad de tule –empleado también en el
techamiento de algunas unidades habitacionales–, el “ancho”, conocido comúnmente como
“palma”. En fin, entre otros más, existía uno llamado “tule esquinado”, que sirve de forraje y en
la construcción de camellones o “chinampas”.
EL
TULE
“REDONDO”
En seguida abordaré lo relativo al tule “redondo”
–sobre todo a partir de la información etnográfica recopilada durante las temporadas de trabajo
de campo que realicé entre 1978 y 1991, en la
zona lacustre del Valle de Toluca1– en relación
con el cual se efectuaban tres procesos: I)la obtención del material, II)su elaboración, y III)la
venta. El primero implicaba los trabajos de corte
propiamente dicho, amarre, “atrincheramiento”,
“embalse”, transporte, “desembalse”, secamiento, y “harcinamiento” de tule seco. El segundo
consistía en la tejedura, y, el último, en la distribución de tule verde, la del tule seco, y la de
productos tejidos.
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La Zona Lacustre o Zona Sur del Valle de Toluca abarca, total
o parcialmente, la superficie de los 19 municipios mexiquenses
siguientes: Almoloya del Río, Atizapán, Calimaya, Capulhuac, Chapultepec, Joquicingo, Lerma, Metepec, Mexicaltzingo, Ocoyoacac,
Otzolotepec, Rayón, San Antonio la Isla, San Mateo Atenco, Tenango
del Valle, Texcalyacac, Tianguistenco, Toluca, y Xonacatlán. Ahora
bien, según Sánchez Colín (1951, v.I:361), el Valle de Toluca incluye –excepto Joquicingo y Xonacatlán– los municipios antes mencionados, así como trece más, también del Estado de México, que
son Acambay, Aculco, Almoloya de Juárez, Altacomulco, El Oro,
Ixtlahuaca, Jiquipilco, Jocotitlán, San Felipe del Progreso, Temascalcingo, Temoaya, Villa Victoria y Zinacantepec.
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El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca
La temporada de corte abarcaba de julio a
septiembre, quedando sólo algunos juncos hasta octubre, mismos que debían sajarse antes de
la caída de las heladas invernales. El tule se cortaba verde para evitar que, ya macizo, se resquebrara durante el proceso de tejido.
Los tules que para octubre no maduraban
se les utilizaba en la elaboración de objetos pequeños como adornos y juguetes.
El tule se daba grande y espeso, como si
fuera “milpa”; un tular podía llegar a medir dos
o más kilómetros de largo, y alrededor de dos
metros de altura. Los tules chicos no eran tan buscados como los grandes, siendo éstos los que servían para hacer los petates que, aún hacia 1930,
se usaban comúnmente para el descanso nocturno.
Los tulares pertenecían a los pueblos o a
algunos ranchos o haciendas, como Capulhuac,
San Pedro Tlaltizapán, San Lucas Tunco, Santa
Cruz Atizapán, Techuchulco, Salitrillo, Chapultepec, Almoloya del Río, San Pedro Cholula, Tlazala, Santa María Atarasquillo, y haciendas de
Atenco y de San Nicolás Peralta. Los cortadores
no pertenecientes a estas localidades debían de
pagar al cuidador o “guardaguas” –por la jornada de trabajo.
Si bien algo de tule podía encontrarse entre otros vegetales acuáticos, los tuleros que ingresaban a la ciénaga con el objetivo de cortar
tule redondo enfilaban directamente a los tulares grandes, donde laboraban entre nueve y doce
horas.
Para el sajamiento se utilizaba remo aplanado o “pala”, garrocha o remo cilíndrico, y hoz
o segadera, canoíta y chalupa o canoa grande.
De largo, estas dos últimas medían respecti-vamente de 1.50 a 2.00 m. y de 2.30 a 3.00 m. por
20 o 25 cm de alto por 60 cm de ancho en la parte
media. En San Pedro Tultepec de Quiroga se usaba
“una hoz larga, como de ochenta centímetros, con
una curvita en la punta, como ganchito”.
Quienes carecían de canoa caminaban hasta
los tulares próximos a la ribera de la ciénaga, y
ellos mismos conducían los juncos, o bien empleaban bestias de carga, generalmente asnos.
El corte de tule se hacía individualmente o
en grupos. En cualquier caso se remaba hasta los
tulares, donde cada sajador procedía a cortar el
junco por rollos, llamados “brazadas”. Son éstas
una medida tradicional que contiene tantos juncos como caben en el brazo del tulero vuelto hacia
su pecho, es decir, “abrazados”. Con posterioridad se hacía el amarramiento de los rollos y, en
el caso de los sajadores individuales o de los que,
aún yendo en grupo, no empleaban la jornada
entera en el corte, amarraban cada “brazada” en
fila, a manera de “balsas”. El inicio de éstas se
sujetaba a la artesa con objeto de remolcarlas.
Cuando el tule cortado era poco podía conducirse arriba de la canoa. Los sajadores que acopiaban muchas ciperáceas acostumbraban
atrincherar sus respectivos manojos y volver al otro
día para transportarlos mediante la hilera o balsa. En el corte grupal, con excepción de un tulero –que llevaba canoa para remolcar de regreso
los rollos de tules–, los demás iban en sus canoítas, desde las cuales vigilaban, ya de venida, las
brazadas de juncos. En relación con lo anterior,
un viejo tulero menciona lo siguiente.
Nos juntábamos unos cinco cortadores
que íbamos a un tular que pertenecía a
la hacienda de Atenco. Pagábamos –hacia 1930– al que cuidad el tular 25 centavos. Cada quien cortaba sus “brazadas”
de tule, las amarraba; luego “ajilaban”
todas las brazadas, atando la primera a
una trajinera con la cual se remolcaban
todos los rollos. Uno de los cortadores
venía en la trajinera y los otros regresaban en las canoítas. Al descargar reconocíamos qué brazadas eran de cada quien
porque cada uno cortaba en forma distinta.
Mediante el secamiento, que duraba de quince a
veinte días, la ciperácea “amarillaba”, adecuándose para el tejido. Se realizaba sobre el suelo
–formando cuadros, ruedas o medios círculos–,
contra la pared, y en “acamaderos”: una especie
de “camas” de vigas, encima de las cuales se ten-
Beatriz Albores Zárate
dían los juncos. Estos, ya secos se “harcinaban”
–hacinaban– sobre unas tarimas de madera.
Para el tejido, se apartaban los juncos que
habrían de utilizarse en una jornada y se remojaban para poder manejarlos durante el entrelazado. En este proceso se empleaba una “plancha”
o piedra para el aplanamiento de los juncos al
conformar los diferentes objetos y diseños. En la
zona lacustre del Alto Lerma, entre los pueblos
que eran reconocidos por su producción tulera
están San Mateo Atenco, San Pedro Tultepec de
Quiroga, San Mateo Mexicaltzingo, San Mateo
Texcalyacac, Santa Cruz Atizapán, San Pedro
Totoltepec, San Pedro Techuchulco, y San Andrés
Ocotlán.
Los productos elaborados eran generalmente petates, aventadores, y, en menor proporción, canastas y juguetes.
A) Petates. En cuanto a las dimensiones, había
dos categorías que se establecían con base
en la medida tradicional llamada “punto”
o “pie”, que equivalía a la longitud de un
pie tras otro del tejedor.
1) Petates grandes. Medían de cinco hasta, por
lo general, nueve “puntos” o “pies”, y eran
los rectangulares –uno de los cuales era el
“camero”–, o los alargados o “pasillos”. Las
esteras se hacían de “cuatro tules” y algunos
de sólo “dos tules” y su diseño podía ser
“rústico” –ya fuera de “trama” y “cruzado”–, o de “grecas”, de mayor elaboración
que el primero.
2) Petates chicos, llamados localmente “esquinados”. Presentaban una forma de trapecio
isósceles de un metro y de ochenta centímetros en cada lado por setenta o setenta
y cinco centímetros de alto. Su uso era muy
versatil pues se les destinaba tanto para el
descanso como para numerosas labores
caseras: desgranado de maíz, molienda en
piedra, confección de tortillas, bebidas o
guisados, en el cocimiento en el “clecuil”
o fuego del hogar, así como para recostar
a los infantes, para colocar la ofrenda de
muertos; en fin, para trasladar al basurero
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los desechos de las distintos trabajos
realizados en las unidades familiares.
B) Aventadores o abanicos rectangulares –de
treinta por veinte centímetros– que servía
para prender y airear la lumbre.
C)Los juguetes eran por lo general animalitos
como conejos, canastitas, carretas, y jinetes.
La actividad en torno al tule implicaba una
división del trabajo por sexo y por edad. El corte estaba en manos masculinas cuya edad fluctuaba entre los quince y cincuenta años
aproximadamente, esto es, dependiendo de la capacidad de los adultos para soportar el arduo
trabajo en la ciénaga. En el tejido intervenía prácticamente toda la familia, si bien los pequeños
–a la edad de cinco o siete años– se iniciaban
mediante el tejido de las piezas más sencillas como
eran los aventadores. Un poco después, el niño
podía emprender el tejido de “esquinados” para
luego hacerse cargo de los petates grandes. Ahora
bien, la elaboración de juguetes, de canastas y de
petates con diseños implicaba un trabajo especializado. Por último, la venta, si bien podía hacerse por ambos sexos, recaía sobre todo en el
hombre.
El expendio de tule podía realizarse antes
del secado, aunque en su mayor parte se llevaba
a cabo con posterioridad. Ahora bien, la venta
del junco, verde o seco, y la de los productos
elaborados se hacía directamente con los tejedores o con intermediarios (“resgatadores”) del
mismo pueblo o de fuera. A San Mateo Atenco
llegaban compradores, en busca de tule seco,
procedentes de San Pedro Tultepec de Quiroga,
Texcoco, Zumpango. A su vez, los tuleros o petateros iban a estos y a otros lugares, sobre todo
del Distrito Federal, entre los que se encontraba
Santa Julia. El tule verde se vendía por brazadas,
mientras que la del junco seco se hacía por “medidas de cabeza”, otra medida tradicional que
aludía al ruedo de la cabeza del vendedor.
El trabajo del tule se inserta dentro de una
complejísima trama en el que podía constituir A)
una actividad especializada o B) parte de la diversificación laboral, ya fuera a nivel de cada
pueblo en su conjunto o internamente en el de
los barrios constitutivos. Así, este último caso
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El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca
puede ejemplificarse con el actual municipio de
San Mateo Atenco que, habiendo sido un antiguo pueblo ribereño de pescadores –conocido
durante la Colonia como “San Mateo de los Pescadores”– para la última etapa de existencia de
la Laguna de Lerma –1900 a 1970– se dividía en
12 barrios distribuidos en dos secciones territoriales. Una de éstas, la de arriba, contenía a la población dedicada fundamentalmente a actividades
agrícolas, con un sector agricultor; otro que además del cultivo efectuaba los trabajos del tule. Uno
más que también practicaba actividades lacustres
en forma secundaria, y el último que integraba a
grupos pequeños de productores artesanales
–herreros y carpinteros– y manufactureros –zapateros. En la sección de abajo residían, además
de los hortelanos o chinamperos, los trabajadores del agua, compuesta por los pescadores –quienes, a principios de la etapa mencionada, aún
confeccionaban artesanalmente sus propios medios e instrumentos, como las redes, fisgas, y
canoas, entre otros–, y por los cortadores de yerbas
lacustres.
Considerando ahora sólo las labores lacustres, y, dentro de éstas, a las que se relacionan
con la obtención de vegetales acuáticos, es importante destacar que aún en épocas tan tardías,
como las primeras décadas del siglo XX, el corte
de tule seguía siendo un aspecto –si bien ya despojado de la estructura simbólica de los tiempos
prehispánicos– de la intrincada red de actividades de extracción de flora lacustre. Estas fueron,
hasta el final de la etapa lacustre, ampliamente
practicadas en el Alto Lerma con la finalidad de
obtener múltiples especies acuáticas que se usaron en la alimentación familiar, en la construcción de chinampas, en la producción artesanal,
como forraje, con fines oranmentales, rituales y
curativos.
Ahora bien, en San Mateo Atenco, la amplitud con la que se efectuaba las actividades de
recolección de yerbas del agua variaba de acuerdo
con cada producto. El corte de forraje era el que
se practicaba en forma más extendida en el pueblo debido a que la mayor parte de las familias
tenían una que otra cabeza de ganado, si bien
los que sacaban pastura con fines comerciales se
ubicaban, fundamentalmente, en los barrios ribereños, pudiendo decirse lo mismo respecto a
los productos alimenticios.
El corte de tule redondo se efectuaba, principalmente, por gente de los barrios de Guadalupe, San Lucas, Santiago, San Pedro, San
Francisco, y San Miguel, realizándose en menor
proporción en los barrios de San Nicolás y de San
Juan y, menos aún, en los de la Magdalena y Santa
María. La extracción de tule ancho estaba mucho
más restringida que la de tule redondo, ubicándose la mayor parte de los cortadores en los
barrios de Santiago, San Lucas, San Francisco,
Guadalupe, y San Pedro, y sólo uno que otro en
el barrio de San Nicolás.
La recolección de “planchas” de vegetación
lacustre para la construcción de chinampas se
efectuaba únicamente por gente de los barrios
ribereños. Finalmente, el corte de vegetales curativos y de ornato lo realizaban sobre todo los
que entraban a sacar forraje, tule redondo y tule
ancho, así como los que capturaban fauna lacustre.
Mi padre –menciona un viejo habitante
del barrio de Guadalupe– fue pescador.
Yo aprendí a pescar y a cazar y, desde
muy chico trabajé duro para mantener a
la familia. Sacaba yo pescado negro y
ranas en la canoa o en la orilla de la laguna. Cuando iba yo por pastura, cazaba
[...] pichones tiernos y patos, desde agosto hasta octubre y noviembre; a veces
agarraba yo dos o, en ocasiones, tres
patos. Todo lo que [...] pescaba y cazaba
no era para vender sino para comer en
la casa, pues mi mamá nunca mercadeó
como lo hacían otras señoras del barrio.
Después me mantuve, yo y mi familia,
del tejido del tule, era yo tulero y tejedor
de petates.
En lo que respecta al tule redondo, su tejido se
realizaba en algunas localidades como uno de
tantos oficios locales, a diferencia de otros pueblos que se especializaban en tal actividad. Así,
en San Mateo Atenco, si bien la tejedura de objetos de tule conformaba una de las actividades
preponderantes en cuatro de sus barrios, en és-
Beatriz Albores Zárate
tos no se tejía tanto, proporcionalmente, como
en San Pedro Tultepec de Quiroga, donde el tejido del tule era la actividad principal.
Los trabajos del tule podía realizarlos un solo
individuo o varios trabajadores dedicados sólo
una o a dos fases, por lo que, con base en el fraccionamiento de esta labor puede distinguirse la
siguiente especialización:
1.-Tulero o cortador independiente.
2.-Tulero asalariado.
3.-Cortador y vendedor.
4.-Artesano o tejedor independiente
5.-Tejedor asalariado
6.-Vendedor de productos tejidos.
7.-Intermediario o “resgatador”.
Ahora bien, entre las actividades combinadas que podía realizar un solo individuo están las
que se enlistan en seguida:
1.-Tulero y vendedor de tule verde.
2.-Tulero y vendedor de tule seco.
3.-Tulero, vendedor de tule, verde o seco,
y tejedor.
4.-Tulero, vendedor de tule verde o seco,
tejedor y vendedor de objetos tejidos.
5.-Cortador, contratador de cortadores, tejedor, y vendedor de objetos tejidos.
6.-Cortador y tejedor en pequeño, resgatador de objetos tejidos y vendedor.
7.-Cortador de tule, contratador de tejedores, y vendedor de objetos tejidos.
Por otra parte, en torno al tule trabajaban
casi todos los miembros de la familia. Para la
realización de unas fases existía una división del
trabajo por sexo o por edades, en tanto que para
otras tomaba parte, de manera indistinta, cualquiera de los integrantes del núcleo de parientes, como
puede verse en el cuadro 1.
Ahora bien, de todo el trabajo que se llevaba a cabo en la ciénaga, eran las actividades
vinculadas con el tule redondo las que encerraban algunas relaciones de trabajo asalariado, siendo también este tipo de tule una de las únicas
dos variedades de toda la amplia gama de tules
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Cuadro 1
División por edad y sexo en los trabajos del tule
Fases
Participantes
Corte y venta
hombres adultos y algunos jóvenes
Secado y harcinamiento casi toda la familia
Tejido
mujeres y hombres, y
algunos ancianos y niños
Venta
hombres en su mayoría,
algunos niños o adolescentes, y pocas mujeres
que, además de la consecución del material,
implicaba una elaboración artesanal.
Hasta acá, no hemos tocado más que uno
sólo de los aspectos relacionado con el tule, los
cuales, a pesar de que, para la etapa final del modo
de vida lacustre en el Alto Lerma (1900-1970),
carecían de gran parte de su antigua significación,
presentaban una complejidad que no ha acabado de estudiarse.
El tejido de tule en la zona lacustre del Valle de Toluca
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