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El coste psíquico de la cr isis. Ignacio Landecho. Psiquiatra. “Asistimos pasivamente a un aumento de la patología relacionada con la Salud Mental, que toca de lleno pilares fundamentales, además de los financieros”. “La crisis puede suponer un recorte en recursos imprescindibles para enfermos psiquiátricos, lo que sería apuntillarlos”. “Conocer la magnitud del problema no es parte de la solución. La psicofarmacología paliativa tampoco”. En octubre de 2008 se creó el Observatorio Nacional de Salud Mental. Entre otros objetivos, aunque no el primero, ni el más importante, es valorar el efecto de la crisis económica sobre la salud mental del ciudadano. Todavía no se disponen de estadísticas, pero por los datos indirectos de ventas de psicofármacos, así como por los avisos emitidos por diversas asociaciones médicas, parece que estamos asistiendo a un aumento de este tipo de patologías, algo similar a lo sucedido en otras grandes crisis económicas recientes en la historia occidental. Los problemas, directa o indirectamente relacionados con la salud mental, se agrupan principalmente en cuatro grupos. En primer lugar, están los trastornos reactivos a situaciones estresantes, en los que primeramente suelen aparecer síntomas de ansiedad e insomnio, como forma de respuesta a una situación amenazante, de incertidumbre. Con el tiempo, y con el agotamiento de estos mecanismos de respuesta pueden añadirse síntomas de tipo depresivo, lo que complica aun más la situación. En segundo lugar, están los trastornos de tipo psicosomático, es decir, patologías físicas como las cefaleas, algunas dermatitis, gastritis..., que guardan una relación estrecha con los niveles de estrés; pero también empeoran enfermedades físicas previas potencialmente graves, como patologías cardíacas o la hipertensión. En tercer lugar, están las adicciones en sus diversas formas. En ellas operan inicialmente mecanismos de evasión de la realidad o de compensación/gratificación. Un curioso ejemplo de compensación es el “efecto pintalabios” (Leading Lipstick Indicator), con el que se denomina al aumento en las ventas en tiempos de crisis de productos económicos, pero que “te hacen sentir bien”. Sin embargo, la crisis propicia otras compensaciones, no tan inocuas, como son el consumo de alcohol o drogas, e incluso diversas formas de adicción conductual. Finalmente, la crisis no solo puede suponer un factor desencadenante de patología psiquiátrica en personas con una mayor vulnerabilidad previa sino que, desde otra perspectiva, puede suponer un recorte en recursos imprescindibles para enfermos psiquiátricos, lo que sería apuntillarlos. El tratamiento, como es lógico, excede al ámbito de lo estrictamente médico. Desde el punto de vista del alivio sintomático, suelen ser suficientes dosis bajas de ansiolíticos o hipnóticos suaves, siempre que hablemos de procesos reactivos, donde lo que se pone a prueba es la capacidad del individuo de adaptarse a una nueva situación, a un cambio, a una crisis. En este sentido, el ser humano ­a diferencia de los animales­ es el único capaz de anticipar un peligro. Activa entonces los mecanismos de respuesta al estrés donde, como es sabido, entran en juego una de las principales motivaciones de la conducta humana: buscar lo bueno y evitar lo malo para uno mismo. Indefensión aprendida Sin embargo, otro escenario completamente distinto a lo comentado hasta ahora es la “pérdida consumada” de una posición económica, de un trabajo, donde lo que impera desde el principio son
los sentimientos de tipo depresivo, y la emoción no es la del estrés relacionado con el cambio, sino la desesperanza (para algunos, la desesperanza es el mayor sufrimiento que puede padecer una persona). Si la situación se mantiene en el tiempo puede llegar a perderse hasta la motivación y la energía para el cambio, lo que se ha llamado la indefensión aprendida. Esto sucede tanto a nivel personal como social. No sabemos hasta qué punto una recesión económica grave puede complicar la capacidad de una sociedad para salir de ella, pero a ninguno se nos escapan las “escenas de telediario” de países del tercer mundo en situación paupérrima, en las que los individuos parecen incapaces de movilizarse para solucionar un problema de hambruna, de intemperie... quedando sumidos en una especie de pasividad ante la tragedia. Salvando las distancias y las circunstancias, puede que ese punto de bloqueo hubiera sobrevenido ya sin avisar. La psicofarmacología paliativa no es la solución Según los expertos en economía, estas crisis acontecen de forma cíclica. Dicho de otro modo, es algo a considerar “normal” en el contexto socioeconómico que hemos desarrollado. Nadie es ajeno a que dicho contexto se ancla en nuestras costumbres, modo de vida, planteamientos y valores. De hecho, se ha llegado a decir que ésta puede ser una crisis que va más allá de lo estrictamente económico. La pregunta entonces es la siguiente: ¿los valores que nos han sumido en esta crisis pueden sacarnos de ella?. Indudablemente hemos llegado aquí porque la economía subyace en exceso en el ámbito de la decisión de la conducta humana cotidiana. La utopía de una nueva economía basada en valores, o de una conducta humana que no se base tanto en la economía, sería una solución. De momento, solo se ha conseguido un clima favorable al intervencionismo gubernamental sobre los mercados y bancos; sin entrar a mayores valoraciones, parece por tanto que tendremos que sobrevivir a varios “ciclos económicos” más, antes de levantar la mirada y ver el horizonte. Lo peor de todo, entonces, es que no parece haber una motivación hacia el cambio, y que nuestra única perspectiva actual es “aguantar hasta que pase y esperar a la siguiente”. En tanto, permanece el sufrimiento personal y familiar de las personas afectadas por las crisis. Diga lo que diga el Observatorio de Salud Mental, conocer la magnitud del problema no es parte de la solución. La psicofarmacología paliativa tampoco. Como situación extrema, se han publicado en prensa sonados casos de suicidios en afamados multimillonarios en quiebra, aunque lo importante es que la OMS ha alertado acerca de este tipo de sucesos en los ciudadanos corrientes, abocados a un sinfín de patologías psíquicas por un cúmulo de factores “invisibles”. Bien es cierto que no se trata solo de factores económicos, sino sociales (desencanto con la realidad social) y personales, propios del individuo. Psiquiatrización del malestar personal Como profesional de la Salud Mental he de reconocer que, antes de la declaración oficial del actual “estado de emergencia”, ya asistíamos a una especie de psiquiatrización del malestar personal, fruto de un desencanto más allá de lo económico, consistente en un fracaso de un bueno número de personas para adaptarse a su realidad cotidiana: personas más vulnerables, en crisis global permanente. Un claro ejemplo fueron los jóvenes que se suicidaron en grupo en Japón, en plena bonanza macroeconómica, o incluso por qué no, las dramáticas escenas de escolares armados disparando a bocajarro en centros de enseñanza. Bajo esta punta de iceberg están sucesos más próximos, como la violencia o el vandalismo, las drogas, la obsesión por la imagen, u otras conductas desadaptadas.
En ellos, quizás, habíamos puesto un exceso de énfasis en el mal funcionamiento del individuo, dando la presunción de inocencia a la compleja realidad social que hemos creado (competitividad, falta de valores, exclusión, explotación, relativismo, falta de ética, de autenticidad, desintegración de la familia, del arraigo...). De nuevo, es inútil pretender que a base de psicoterapias y pastillas, un individuo desarrolle un proyecto personal en un entorno yermo, seco, hostil, que para nada favorece el desarrollo de la persona. A modo de corolario cabría decir que asistimos pasivamente a un aumento de la patología relacionada con la Salud Mental, que comenzó antes de la recesión económica ­aunque se haya visto agudizada por ella­ y que toca de lleno pilares fundamentales, además de los financieros.
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