Marta Tafalla Departamento de Filosofía Universidad Autónoma de Barcelona Artículos / Textos "MARGARETE BUBER-NEUMANN: LA ESCRITURA COMO MEMORIA" 1. Franz Kafka: la escritura premonitoria 2. Milena Jesenská: la escritura como resistencia 3. Margarete Buber-Neumann: la escritura como memoria Hacia finales de 1912, a lo largo de varias noches consecutivas entre noviembre y diciembre, interrumpido durante el día por su labor como funcionario en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo, escribe Kafka el relato de un viajante de comercio llamado Gregor Samsa que se despierta una mañana transformado en un horrible y desvalido insecto. Condenado a partir de entonces a una vida miserable, queda recluido en su habitación, rodeado de suciedad y comida putrefacta, encerrado tras una puerta que lo protege y oculta del desprecio de quienes eran su familia. Nadie le reconoce ya como pariente, amigo ni prójimo; después de todo ya no es un ser humano. Nadie desea verle, y cuando muera, los otros van a sentirse liberados de un problema demasiado desagradable. En 1940, Margarete Buber-Neumann no tiene la menor idea de quién es Kafka. Sus intereses se han concentrado desde la juventud en la vida política, y nunca ha prestado una especial dedicación a la literatura. En 1940 es la viuda de un alto dirigente del partido comunista alemán, Heinz Neumann, primero hombre de confianza de Stalin, luego caído en desgracia, y finalmente ejecutado en una prisión soviética. Ella misma arrastraba un largo peregrinaje por las prisiones rusas y los campos de trabajo comunistas, cuando en virtud del pacto germano-soviético fue entregada a las autoridades nazis y deportada al campo de concentración de Ravensbrück, a 80 km al norte de Berlín. En sus primeros días en el campo conoce a Milena Jesenská, una periodista de Praga y traductora de Kafka al checo. Su nombre no es todavía mundialmente conocido, aún no aparece ligado para siempre al de Kafka en todas las historias de la literatura. Las cartas que Kafka le escribió permanecen escondidas, y pocas personas saben de ellas. Milena es, simplemente, como todas las otras presas recluidas en el campo, alguien que teme la muerte que se avecina y sobretodo el olvido que va a cernirse sobre las víctimas. Un día, le cuenta a Margarete un relato que atribuye a Kafka. Según ese relato, ella, Milena, se ha despertado una mañana transformada en un horrible y desvalido insecto condenado a morir en medio de la suciedad y el desprecio de quienes ya no la reconocen como ser humano. Milena Jesenská murió en el campo de concentración de Ravensbrück en mayo de 1944. Su amiga Margarete, que seguía sin saber demasiado de literatura, pensó que merecía la pena conservar aquella historia, y trató de aprender a escribir para contarla. Mi intención en este texto es hablarles de Margarete Buber-Neumann, la escritora alemana fallecida en 1989, y presentarla como un caso paradigmático de escritura como memoria, de una escritura como soporte y salvaguarda de los recuerdos individuales, depositaria de la memoria propia y las memorias ajenas, y que como tal se convierte en un lugar de libertad y de justicia. Pero para explicar por qué la obra de Buber-Neumann puede comprenderse de esta manera, he de explicar su historia, y su historia comienza con Kafka. 1. FRANZ KAFKA: LA ESCRITURA PREMONITORIA La tremenda densidad de significado de la obra de Kafka permite una pluralidad de interpretaciones en cuya discusión no vamos a entrar aquí. Dejando al margen todas las otras posibles lecturas y su plausibilidad, voy a centrarme brevemente en una lectura de su obra, la que descubre en sus novelas y relatos escritos en las primeras décadas del siglo XX una premonición de los horrores que van a colmar ese siglo. La escritura de Kafka sabe describir como nadie antes ni después la impotencia de individuos a los que apenas les queda individualidad, seres desorientados encogidos sobre sí mismos, que tratan de resistir haciéndose pequeños y desvalidos los embistes de una violencia que se precipita implacable sobre ellos, sin que puedan entender de qué se trata. Individuos cuyo destino depende de una ley omnipotente a la que no se encuentra escrita y que se resiste a la comprensión; cuyo destino es la impotencia de la espera, arrastrada a lo largo de interminables procesos judiciales donde el culpable ignora su culpa pero carga desde el principio una condena inapelable. Un destino que culmina con la ejecución, en que la víctima es condenada de nuevo por todos aquellos que contemplan su muerte con la mirada fría de la anonimidad. Nadie como Kafka se ha aferrado con su escritura al horror que pretendía iluminar, lo ha agarrado con todos los dedos y le ha clavado las uñas para no perderlo, y lo plasma con toda su fuerza ante el lector, lo lanza contra el lector con toda la violencia de su lenguaje, sin la más mínima concesión al menor de los consuelos. Nadie ha sabido describir con la misma crudeza como un individuo puede perder su propio cuerpo, dejar de tener un cuerpo humano y ser reconocido como tal; perder su humanidad en una regresión biológica a la mera animalidad de un insecto. Leído después del triunfo de los totalitarismos en el siglo XX, después de la legalización de la injusticia y el genocidio burocratizado, de la tortura y el asesinato de millones de personas para servir al orden del sistema, los horrores de Kafka parecen un vaticinio asombroso por su exactitud; una premonición del modo como los sueños ilustrados de los siglos anteriores se transformarán en las peores pesadillas. Es como si aquel funcionario de seguros de la pequeña ciudad de Praga hubiera adivinado lo que iba a suceder y hubiera intentado advertirnos de ello, o tal vez sólo se limitó a constatarlo como desesperanza. En cualquier caso, cuando el horror se hizo real, ya había sido narrado. Walter Benjamin usaba la expresión “avisadores del fuego” para designar a los individuos capaces de alertar de las catástrofes. En un reciente artículo,[1] Manuel Reyes Mate y Juan Mayorga la empleaban para referirse al mismo Benjamin, a Rosenzweig y a Kafka como aquellos que dieron la voz de alarma de la catástrofe que se avecinaba. Ellos fueron capaces de oler el humo antes de que Europa comenzara a arder. Esta posible interpretación de la literatura kafkiana es la que defiende Adorno en su artículo “Apuntes sobre Kafka”, un texto en el que había comenzado a trabajar en 1942, durante la guerra, y que concluyó y publicó finalmente en 1953.[2] Según Adorno, Kafka ha anticipado por escrito lo que el nazismo hará real: la deshumanización del ser humano. Los personajes de sus obras son individuos que están dejando de serlo, que se pierden a sí mismos en el laberinto infinito de la burocracia o se descubren reducidos a la mera animalidad. En esos relatos, dirá Adorno, las heridas que la sociedad inflige a los individuos se leen como cifras de la no verdad social; las carencias, los sufrimientos y la confusión sin remedio de los individuos son el negativo de la verdad. Es significativo que Adorno reconozca en Kafka esta capacidad de narrar la desaparición del individuo. Su libro Minima Moralia,[3] escrito en los mismos años que el artículo sobre Kafka, está recorrido por la duda de que sea posible escribir literatura para reflejar el totalitarismo y la guerra que asolaron Europa. En diversos momentos a lo largo del libro, constata Adorno como la individualidad se está desmoronando, la libertad apenas es capaz de resistir, y con ellas se desmoronan también la posibilidad de la literatura y de la misma memoria. Esa guerra se diferencia de las otras guerras que regularmente han golpeado el continente en que ya no se deja comprender, narrar ni apresar en el recuerdo. Es una guerra tan anónima y repetitiva, tan poco humana, que los seres humanos no saben explicarla. En ella se ha puesto fin al tiempo propio del ser humano, que puede ser reconstruido como la narración de una historia; no es más que la repetición en sacudidas de lo siempre igual, un movimiento mecánico que no avanza hacia ningún lugar, la supresión del tiempo propio de las historias. El ser humano se enfrenta a la imperiosa necesidad de narrar el horror del totalitarismo y de la guerra, de los campos de concentración y exterminio, y a la vez a la sofocante imposibilidad de hacerlo, que lo condena de nuevo y lo relega al olvido. Los dirigentes totalitarios de los diversos regímenes que se repartían Europa ya sabían que era en ese olvido en lo que consistía su victoria. Y parece que estuvieron a punto de conseguirla. Los individuos eran ya tan poco individuos que resultaba casi imposible convertirlos en personajes de una narración. Y si alguien lograba esbozar un relato de lo sucedido, se daba de bruces con la incredulidad de los lectores que detenía su lectura. La desmesurada magnitud del horror era tal, que en cuanto se lo nombraba parecía imposible, como lo parecían los rumores que alcanzaron a los aliados en plena guerra sobre la existencia de campos de exterminio, y que apenas nadie se atrevió a creer. La víctima convierte su mal en lenguaje y se encuentra con que parece mentira, y el mal se esconde así bajo las mismas palabras que intentan decirlo. Cualquier intento de comunicarlo lo encubre y silencia.[4] Adorno concluye: “La irrepresentabilidad del fascismo radica en que en él hay tan poca libertad del sujeto como en su observación. La absoluta falta de libertad puede conocerse, pero no representarse. (...) El único objeto hoy digno del arte, lo puro inhumano, escapa a él en su exceso e inhumanidad.”[5] Pero el final del totalitarismo no pone fin a esta imposibilidad, porque con él no se acaban las amenazas para el individuo. La sociedad que emerge de las ruinas, inspirada en el modelo americano, ha eliminado la crueldad más evidente, pero sigue siendo para Adorno el reino de lo anónimo y lo igual donde apenas cabe el desarrollo de un individuo libre, y donde la literatura sigue al borde de su no poder ser. En su artículo de 1954, “El lugar del narrador en la novela contemporánea”,[6] dice Adorno: “Narrar una cosa significa: tener algo que decir que sea especial y singular.” Cuando ya no quedan individuos capaces de captar lo especial y singular que está dejando de existir, ya no es posible narrar. Más adelante sentencia: “En nuestros días, la posición del narrador tiene un carácter paradoxal: ya no es posible narrar.” La causa es que “se ha disgregado la identidad de la experiencia, la vida internamente articulada y continuada que era la única que autorizaba la actitud del narrador.” En un mundo administrado, regido por la repetición, el retorno de lo siempre igual, donde el individuo es fungible, prescindible y substituible, donde está dejando de existir, ya no cabe la narración. Las novelas son algo del pasado. Y sin embargo, a pesar de sentencias tan pesimistas, Adorno cree al mismo tiempo que Kafka logró reflejar en su escritura esa desaparición del individuo, ofreciendo una respuesta anticipada a la catástrofe del totalitarismo. Adorno se esfuerza por desentrañar las claves de su literatura, cómo logra Kafka acertar en la narración de lo casi imposible de narrar y además antes de que suceda. Buena parte de su fuerza proviene del modo en que supo reflejar la presión de la anonimidad que ahoga al individuo. Para entender las experiencias que Kafka describe, nos dice Adorno, hay que haber sufrido un accidente en una gran ciudad. Hay que haber estado circulando en medio del tráfico, cada uno encerrado en su automóvil, y encontrarse que el propio coche es embestido de pronto por un autobús. Hay que haberse encontrado herido y confuso en medio de la multitud, rodeado de montones de rostros desconocidos. Una experiencia, por cierto, que el mismo Adorno había sufrido.[7] Pero la clave principal de la literatura kafkiana la encuentra Adorno en un modo nuevo de entender la relación entre la realidad y el lenguaje. Kafka escribe tomando las metáforas literalmente, convirtiendo las palabras en realidad. Si una persona ve a otra como un mero animal, si no ve en él más que a un insecto, si lo desprecia y lo insulta como tal, y dice de él “es como un chinche”, entonces el otro se transforma en chinche. Ésa es la magia y el absurdo del lenguaje en Kafka. Pero si en La Metamorfosis[8] es el desprecio de los otros lo que transforma a Gregor Samsa en un insecto, el gesto absurdo de Kafka de tomar las palabras en un sentido literal, sólo anticipa el uso del lenguaje en el nazismo. Cuando los nazis digan de los judíos, los gitanos o los enfermos que son parásitos, ese lenguaje es una amenaza que acabará por hacerse realidad. Los nazis los ven realmente como parásitos y los tratan como tales, y los acaban reduciendo a meros animales que mueren por millones en los campos de trabajo y los campos de exterminio. El insulto, para los nazis, es una condena. Se hace real. Según Adorno, es ese uso literal del lenguaje lo que convierte relatos como La Metamorfosis o En la colonia penitenciaria en informes de la catástrofe, comparables a los informes que tras la guerra escribirán Bettelheim, Kogon o Rousset. Esas dos obras esconden las claves de la literatura kafkiana, la profundidad de su comprensión del horror y al mismo tiempo un momento de esperanza, que radica en la facultad de resistir incluso en lo más horrendo convirtiéndolo en lenguaje. Podríamos tal vez, yendo más allá de Adorno, aventurar que convertir el lenguaje en realidad puede ser una forma de horror, mientras que convertir lo real en lenguaje puede ser una forma de liberación. Volveremos sobre ello más adelante. En cualquier caso, en su artículo sobre Kafka, Adorno presenta esta idea de la literalidad del sentido de las palabras como clave, pero lamentablemente no realiza desde ella una lectura de En la colonia penitenciaria, que es donde tal idea se encarna en su forma extrema. Porque en ese relato, no es que el lenguaje se haga real en virtud de la significación literal de una metáfora, como sucede en La Metamorfosis, sino que el lenguaje se hace real, se hace físico, en el sentido de que se escribe en el cuerpo de los seres humanos para ejecutarlos. En la colonia penitenciaria, un relato breve escrito en 1914, en su período más fecundo, y uno de sus mejores textos, contiene la advertencia de que la escritura puede ser mortal. Cuando el cuerpo humano ya no es concebido ni respetado como tal, sino visto tan sólo como papel que otros tienen el derecho legal de escribir, la escritura sobre el cuerpo del condenado es su tortura y su muerte. Los lápices son agujas que entran en la carne, la hieren y finalmente la traspasan, y cuando el cuerpo del condenado está completamente escrito, éste tiene tiempo de verse un instante a sí mismo antes de morir. Lo que se le escribe al individuo es su culpa. Es así como la palabra de la condena mata ya ella misma. La condena no es la orden de matar, sino la misma realización de la muerte. La escritura ejecuta la sentencia. En el relato, se le pregunta al encargado de la máquina si el condenado conoce la sentencia, y éste responde: “Sería inútil anunciársela. Ya la sabrá en carne propia”. Cuando finalmente el individuo encuentra la ley, la ley se escribe en su cuerpo y ella misma lo mata. Kafka ha logrado captar en ese relato la esencia de la tortura y el asesinato. Todo aquél que tortura a otro, desea ejercer su dominio sobre el cuerpo ajeno, y eso significa que desea reducirlo a papel sobre el cual escribir. La voluntad de herir al otro es la voluntad de marcarlo con la propia caligrafía, de firmar sobre su piel. Eso hacen todos los torturadores, reducir a sus víctimas a un doloroso papel sobre el cual escribir su sentencia. Para que así, en el caso de que sobrevivan, arrastren sobre sí cicatrizada en la propia sangre la escritura ajena, y forme para siempre parte de su cuerpo y de su identidad. Y en el caso de que mueran, para que el acto esté firmado. Del mismo modo como a los animales se les marca a fuego en la piel el signo de su propietario, que los cría para matarlos. Pero la ejecución que Kafka describe no es el capricho de un individuo, sino una ejecución en nombre de la ley. Por eso no se lo mata con una escritura individual, sino con la caligrafía automática de una máquina de matar. El nazismo ejecutará la pesadilla de Kafka con toda su lógica. También los verdugos nazis escribirán en el cuerpo de los condenados su sentencia de muerte. Sin embargo, los condenados no son en realidad culpables de ningún delito, y en total coherencia, el régimen nazi no les escribirá una palabra en la piel, sino tan sólo un número en el antebrazo, el número de su orden en la fábrica de la muerte, el número que indica que sólo son un número. Ni tienen culpa alguna ni tampoco tienen nombre, porque simplemente sobran, son un exceso, por eso se les reduce a una cantidad. Desposeídos de nombre son sentenciados a la anonimidad y al olvido.[9] Por ello, Adorno acababa su artículo sobre Kafka con la siguiente frase: “Tan sólo el nombre que se revela con la muerte natural y no el alma viviente se hace responsable de la parte inmortal.” Podríamos aventurarnos a concluir que cuando las víctimas del mal han sido escritas, han experimentado la escritura como violencia sobre su propia piel, tal vez la única forma de recuperarse a sí mismas es mediante la escritura, mediante la narración de esa violencia en su lenguaje. Volveré sobre esto más adelante. Las advertencias de Kafka no tuvieron demasiados lectores durante su vida, pero entre ellos contaron con una lectora muy especial. En 1920, la primera traductora de Kafka, Milena Jesenká, que en aquel momento se encontraba viviendo en Viena, inició un contacto epistolar con él que no tardaría en convertirse en una intensa relación intelectual y amorosa. Una relación básicamente epistolar, porque apenas se vieron durante unos días, y el encuentro físico no parece haber sido tan satisfactorio como lo era el intercambio de cartas. Como ya lo habían sido las otras relaciones de Kafka, su historia fue una historia por escrito, un ir y venir de palabras al ritmo del correo. Un Kafka con problemas de salud, lleno de temores y angustias, se enamora de las cartas que Milena le escribe y le responde con apasionados escritos de una impresionante lucidez. Kafka escribe para ella alguno de sus mejores textos, que Milena conservó y logró salvar del desastre de la guerra al entregarlos a su amigo Willy Haas poco antes de que las tropas nazis entraran en Praga. Él las mantuvo escondidas, y finalmente las publicaría en 1952. La relación, como todas las relaciones amorosas de Kafka, duró poco. Fue Kakfa quien pidió a Milena que no volviera a escribirle y puso fin a esa historia. En 1924 moría en un sanatorio en las afueras de Viena. Ninguno de los dos imaginaba de qué modo la historia de la literatura iba a unir para siempre los dos nombres y a convertir a Milena en la lectora que tuvo el privilegio de que Kafka escribiera sólo para ella. Pero en realidad, no son esas cartas las que convierten a Milena en una lectora especial. Si Milena fue una lectora lúcida de los textos que tan bien conocía, fue porque supo comprender lo acertadas que eran sus advertencias. Cuando el nazismo se alzó con el poder en Alemania y legalizó la violencia sistemática, Milena entendió lo que ya anunciaba la literatura de Kafka. Su destino fue comprobar como sus pesadillas configuraban el presente, y descubrirse a sí misma dentro de los relatos de Kafka hechos realidad. Pero lo más interesante, es que Milena no se limitó nunca a ser sólo lectora. Cuando el horror se hizo real, no se contentó con leer a Kafka y darle la razón, sino que asumió como su deber de periodista narrar cuanto sucedía y resistir desde la escritura. Aunque de otro modo, Milena tomó el testigo de Kafka, y cuando sus predicciones comenzaron a cumplirse, ella se encargó de narrar como se hacían reales. Si Kafka fue la escritura como premonición, Milena fue la analista del presente, la observadora y denunciadora de cuanto sucedía. Sus artículos le costaron la libertad y fue deportada al campo de concentración de Ravensbrück. 2. MILENA JESENSKÁ: LA ESCRITURA COMO RESISTENCIA Milena, nacida en Praga en 1896, formaba parte desde la adolescencia de los círculos de intelectuales y artistas de su ciudad. En 1918 se casó con Ernst Polak, un intelectual judío que la puso en contacto con escritores de Praga y de Viena, y que fue quien le presentó a Kafka en una de las típicas reuniones en los cafés de la ciudad. Ese mismo año, Milena y Ernst Polak se trasladaron a vivir a Viena, y allí la relación resultó ser un completo fracaso. En medio de la crisis, sola y lejos de su ciudad, Milena comenzó a trabajar como periodista para un diario de Praga, y a la vez emprendió el proyecto de traducir al checo algunas de las obras de quien consideraba el mejor escritor de su tiempo en lengua alemana. Fue a raíz de esas traducciones como se inició la relación epistolar que sería para Milena una de las experiencias fundamentales de su vida. Cuando Kafka interrumpió la correspondencia, y murió poco después, en 1924, Milena superó la nueva crisis con una dedicación completa a su labor como periodista, como analista del presente. En 1925, regresa a Praga y trabaja para distintos periódicos. Sus artículos son cada vez más populares, y en los años sucesivos publica tres libros que recogen los mejores. Milena se hace un nombre como atenta observadora de la vida de su ciudad y de su país.[10] En 1927 se casa con el arquitecto Jaromir Krejcar. Esta vez es la enfermedad de ella, una infección en la sangre, y la adicción a la morfina que desarrolla como consecuencia del tratamiento, lo que provoca la nueva ruptura. Milena vuelve a quedarse sola con una hija pequeña a su cargo. La tercera crisis la vence reorientando su trabajo periodístico cada vez más hacia temas éticos y sociales. En 1931, su creciente conciencia política y el temor ante el cariz que están tomando algunos acontecimientos en Europa, la llevan a entrar en el partido comunista, que abandona decepcionada e indignada cinco años más tarde, entre otros motivos, por los continuos obstáculos a su tarea como periodista. Para entonces, su escritura es sobretodo política. Milena escribe sobre el nazismo en Alemania y las amenazas que representa, sobre la injusticia generalizada, el antisemitismo creciente. Semana tras semana, viaja por su país, habla con unos y otros, recoge información, busca todos los detalles de cuanto está sucediendo, y en sus artículos informa, denuncia y alerta sobre peligros demasiado próximos. Cuando en 1938 publica un artículo sobre la muerte del gran escritor checo Karel Capek, de quien ella cree que se ha dejado morir, es consciente del carácter simbólico de esa muerte para un país que está a punto de derrumbarse. En marzo de 1939 se produce la invasión de Checoslovaquia. Milena escribe sobre ello desde el primer día, tomando la escritura como forma de resistencia, como último bastión de libertad. Consciente de los peligros, viendo como en las semanas siguientes a la invasión son detenidos muchos de los periodistas de la ciudad, intenta un valiente equilibrio entre la denuncia lo más clara posible de las barbaries cometidas, y la prudencia necesaria para que sus artículos no sean prohibidos o provoquen el cierre de los periódicos en que aparecen. Intentando salvar la libertad de prensa, trata de burlar a la censura usando la ironía y el humor, pidiendo a sus lectores que lean entre líneas. Estaba especialmente orgullosa de un artículo en que fingía una alabanza a los soldados alemanes, y donde citaba una supuesta canción militar germánica, que no era sino la burlesca canción “Soldaten wohnen auf den Kanonen”, extraída de la Opera de cuatro cuartos de Bertolt Brecht. Mientras juega a engañar a la censura, publica también en revistas ilegales y se esfuerza por mantener a flote su propia publicación ilegal. Son meses de escritura frenética, de aferrarse a la escritura para seguir existiendo. El peligro que ya corre debido a su labor de denuncia periodística se agrava cuando al mismo tiempo, Milena presta su casa para esconder a judíos e intelectuales de izquierdas a los que una improvisada red de amigos lleva en coche hasta la frontera con Polonia para intentar salvarles la vida. Ambas tareas son demasiado arriesgadas, y cada una hace que la otra sea aún más peligrosa. Su tarea como periodista necesita de una Milena conocida, que se entrevista con las autoridades y firma sus artículos siempre al borde de la censura, y por tanto está bajo sospecha, mientras que ofrecer su casa como escondite hubiera necesitado de su silencio y discreción. Ambas formas de resistir a la ocupación tienen exigencias opuestas, una necesita palabras y la otra silencio, pero Milena es incapaz de renunciar a una por la otra. Para ella, la escritura y la lucha activa son una misma cosa. Pero la combinación de su casa como escondite y de sus textos como denuncia es una combinación mortal, que tan sólo dura unos meses. En junio es interrogada por la Gestapo y se le prohibe seguir publicando, aunque ella lo continúa haciendo de manera ilegal. En octubre, la Gestapo tiene pruebas de sus artículos aparecidos ilegalmente y es detenida. A primeros de 1940 está en el campo de concentración de Ravensbrück. Deportada a aquel campo para mujeres al norte de Berlín, que llegó a albergar 25.000 prisioneras, Milena no es capaz de renunciar a su pasión por la escritura. Roba papel siempre que puede y en él escribe relatos, reflexiones y cartas a sus compañeras, materiales que periódicamente se ve obligada a destruir para que no sean encontrados por las autoridades del campo, y de los que nada ha sobrevivido más que en el recuerdo de quienes los habían leído. Milena sabe que escribe textos destinados a ser destruidos poco después, que sólo existirán durante días u horas, que no tendrán más lectores que una o dos amigas de confianza, pero a pesar de ello no puede dejar de escribirlos. La permanencia no es la única razón de la escritura. Hay que seguir escribiendo, aunque lo escrito desaparezca casi en cuanto la propia mano se aleja de ello. Milena continúa comportándose como la periodista que es, atenta a cuanto sucede allí dentro y a las noticias que llegan del exterior, esforzándose por recordarlo para poder contarlo. No cierra los ojos ante la violencia que observa, sino que fija en ella la mirada para no perderla. Y como en su vida anterior, combina la escritura con la acción. Mientras trabaja en la enfermería del campo tiene constancia de los experimentos que algunos médicos realizan con sus pacientes, de los asesinatos selectivos, del envío de enfermas a campos de exterminio. Siempre que puede falsifica documentos y pruebas médicas en un intento de salvar todas las vidas posibles. Durante los cuatro años que Milena pasa en el campo, su gran temor es no lograr sobrevivir a él, y no poder volver a escribir y publicar, no tener la oportunidad de poner por escrito cuanto ha vivido y desea denunciar. A medida que su salud empeora y comienza a tomar conciencia de la cercanía de la muerte, lo que más la asusta es que la olviden, que nadie vaya a recordarla, ni a ella ni a tantas otras prisioneras condenadas a la lenta muerte del campo y al definitivo olvido. La salud ya muy deteriorada de Milena no le alcanzó para sobrevivir al campo. Murió en mayo de 1944, y su destino podría haber sido, como temía, el del olvido. Pero en realidad, más allá de sus temores, podría haber sido el de un doble olvido en dos sentidos muy diferentes. Por una parte, Milena es una más de los millones de víctimas, de todos esos muertos anónimos que los totalitarismos pretendían hacer desaparecer sin dejar rastro alguno, como si no hubiesen existido. Pero por otra parte, se cernió sobre ella otro tipo de olvido muy distinto y que no había esperado. En 1952, su amigo Willy Haas publica las cartas de Kafka que ella le había confiado con el título de Cartas a Milena. A medida que Kafka se impone como uno de los mejores escritores del siglo, ese texto es cada vez más conocido y admirado. Sin embargo, las cartas que ella había escrito a Kafka y que enamoraron al escritor checo, no aparecieron nunca. Presumiblemente, el mismo Kafka las había destruido. Lo que había sido un intercambio de escritura entre dos personas, una historia construida como diálogo, queda reducido al monólogo de Kafka, frente al cual Milena no es más que la musa inspiradora y la receptora silenciosa de sus cartas. El nombre de Milena se escribe en todas las historias de la literatura, pero para olvidarla a ella como escritora. Es tan sólo un nombre, detrás del cual desaparece su vida, su personalidad y su escritura. El destino de Milena parece ser el de una extraña combinación entre la muerte anónima y el nombre petrificado en mito literario. Años después de su muerte, su compañera en el campo Margarete BuberNeumann asumió la empresa de rescatar a Milena de ese doble olvido. Aunque Milena ya no podría volver a escribir, Margarete tomó el testigo que ésta le había entregado cuando le rogó que no olvidara nada de lo que habían vivido. 3. MARGARETE BUBER-NEUMANN: LA ESCRITURA COMO MEMORIA Margarete Buber-Neumann había nacido en Potsdam en 1901. Su interés por las cuestiones sociales y políticas la acercaron al partido comunista, donde conoció a Rafael Buber, el hijo de Martin Buber, con quien se casó y tuvo dos hijas. La relación acabó en desastre, que se agravó porque la familia Buber ganó la custodia de las niñas, y poco después se las llevó a Jerusalén, donde se instaló toda la familia. De nuevo sola, Margarete inició tiempo después una relación con quien iba a ser el gran amor de su vida, Heinz Neumann, un alto dirigente del partido comunista alemán y hombre de confianza de Stalin. El ascenso del nazismo al poder fue el comienzo de su desgracia. Heinz Neumann defendió una total oposición al régimen nazi que no era bien vista por la cúpula del partido ni por el gobierno soviético, que acabaría firmando un pacto de no agresión con Hitler. La firme actitud de Neumann contra el nazismo lo convirtió en una figura incómoda dentro del partido y Stalin le retiró su confianza. En 1937, cuando se encontraban en Moscú, fue detenido y Margarete no volvió a verlo nunca más. Por lo que ella pudo averiguar, fue ejecutado en alguna prisión soviética. Para entonces, Margarete ha comprendido en qué consiste el régimen soviético, tiene una idea clara de lo sistemático de sus injusticias, y el pacto con Hitler representa para ella la prueba evidente de las profundas similitudes entre ambos totalitarismos. Por ello no alberga duda alguna respecto de la suerte que le espera. Intenta conseguir un visado para salir de la URSS, pero no se lo conceden. En junio de 1938 es detenida, y a primeros de 1939 deportada a un campo de trabajo en Kazajstán, con una condena de cinco años. Sin embargo, sólo permanece un año. El gobierno de Stalin, en virtud del pacto con Hitler, decidió entregar a las autoridades alemanas a los activistas contrarios al nazismo. Margarete y otros prisioneros son recuperados de los campos de trabajo, llevados a Polonia y entregados a los nazis. En 1940, se encuentra en Ravensbrück. Margarete llega al campo de concentración nazi como portadora de la terrible noticia de que también en la URSS existen campos de trabajo tan o más terribles que los de Alemania; que también allí reina el mismo desprecio hacia miles de individuos considerados culpables, y que el Estado afirma tener derecho a explotar y maltratar hasta su muerte. También en la URSS se está deshumanizando al ser humano y se emplean prácticamente los mismos métodos que en la Alemania fascista. Ambos regímenes tienen en común el poseer campos de concentración, fábricas de deshumanización que torturan y matan año tras año miles de personas, y al hacerlo socavan las mismas raíces de la humanidad. Esa noticia representaba para las víctimas del nazismo el fin de todas las esperanzas que pudieran haber depositado en el comunismo como alternativa, y cuando Margarete narra su experiencia nada más llegar a Ravensbrück, nadie quiere creerla. Quienes son miembros del partido o simpatizan con él la consideran una traidora, y se niegan a tener ninguna relación más con ella. Algunas llegarán a amenazarla con entregarla al ejército ruso cuando éste los libere. Sin embargo, cuando se corre la voz entre las prisioneras de que la viuda de Heinz Neumann se encuentra entre ellas y explica cosas increíbles sobre la URSS, hay una persona que la busca para conocerla. Deseosa de información, Milena acude al encuentro de Margarete para que le explique cuanto sabe, y no sólo cree de inmediato en la veracidad de sus palabras, sino que la experiencia de Margarete como prisionera de ambos regímenes le ayuda a comprender la esencia del totalitarismo. Entendiendo que su testimonio es fundamental, Milena le pide día tras día que le cuente todos los detalles que recuerda. Mediante sus preguntas, le ayuda a poner orden en el torrente de recuerdos y a reconstruir su historia. A los pocos días de haber oído el relato completo, Milena traza el proyecto de un libro y le propone a Margarete escribirlo juntas en cuanto puedan recuperar la libertad. La primera reacción de Margarete es negativa; no se siente capaz de poner por escrito cuanto ha vivido y se resiste a colaborar en la empresa. Nunca se ha dedicado a escribir y no sabría cómo hacerlo. Sólo la insistencia de Milena acaba por convencerla. Milena propone el título de La época de los campos de concentración, para un libro que tendrá como objetivo reflejar la Europa del siglo XX dividida y unida a la vez por dos sistemas totalitarios que son dos versiones de lo mismo: la negación de la libertad y la identidad de las personas, las prácticas sistemáticas de represión y mutilación de la individualidad, la legalización de la injusticia para legitimar asesinatos en masa. Sistemas donde la vida humana carece de valor. La convicción de Milena es que el modo más efectivo de denunciar el horror del régimen nazi no es la mera enumeración de todas las formas de injusticia que alberga, o el contrastarlo con regímenes mejores o con sistemas ideales. Para comprender en qué consiste el nazismo en tanto que sistema totalitario hay que contrastarlo con el régimen soviético, de tal modo que cada uno se refleje en el otro como en un espejo, y sus profundas semejanzas revelen su esencia, oculta por los ropajes ideológicos que los disfrazan. Esa contraposición de dos sistemas construidos desde ideologías tan distintas, hará evidente que el totalitarismo no es el producto de un contenido ideológico determinado, sino que puede realizarse a partir de teorías diferentes. Lo que lo caracteriza es su forma, su voluntad de infinito, su afán de dominio absoluto sobre todos los seres humanos, su negación de la individualidad, todo eso que es perverso en sí mismo, al margen de en nombre de qué ideología se lo construya. Nazismo y comunismo son los dos nombres para un mismo mal que asoló Europa durante el siglo XX. Entusiasmada con el proyecto, Milena traza el plan y redacta incluso un primer fragmento, que se ve obligada a destruir. Después de haber conocido con sumo detalle la historia de Margarete, Milena le relata la suya. Poco a poco, a lo largo de varios días, reconstruye su juventud en Praga y Viena, le habla de artistas y escritores a los que conoció, le explica su relación con Kafka y le habla sobretodo de la literatura de éste. Le explica su trabajo como periodista, sus primeros artículos y sus últimos artículos. Con el temor a morir en cualquier momento, con el temor a no sobrevivir al campo y no poder volver a escribir, Milena entrega a su amiga toda su memoria de cuanto ha vivido. Milena y Margarete se narran una a otra sus historias y se confían mutuamente sus recuerdos. De ese modo, logran no olvidarse a sí mismas dentro del campo, no perder el vínculo consigo mismas tal como eran antes de entrar en Ravensbrück. Al mismo tiempo se confían una a otra las claves de su identidad individual, y cada una sabe que si muere, la otra salvará su recuerdo. En los campos destinados a cultivar el olvido y la pérdida de la identidad, donde los prisioneros debían olvidarse de sí mismos antes de ser olvidados por los demás, ambas logran salvar una memoria compartida y en ella se salvan. Presas en la fábrica de la anonimidad, se ayudan mutuamente a reconstruir sus historias personales y a reforzarlas con la amistad, al tiempo que asumen la responsabilidad de recordar a otras compañeras, sus desdichas y muchas veces sus muertes. Mientras los campos de concentración logran deshumanizar a tantos seres humanos que se pierden a sí mismos, que se convierten en cómplices de sus verdugos al denunciarse y venderse unos a otros, ambas son capaces de desarrollar, entre ellas y con otras compañeras, una relación de amistad y de recuerdos compartidos hasta el final. Así es como conservan una fe inquebrantable en la libertad humana y mantienen viva una exigencia de justicia que no dejan de reclamar. Pero no se trata simplemente de recordar el pasado. Al esfuerzo por no perder la propia memoria y salvar así la identidad, se añade la memoria del presente, el esfuerzo constante por observar cuanto sucede en el campo, tomar nota de todas las injusticias para después explicarlas. Su modo de resistir ante la crueldad que las rodea es el deseo de conocerla y contarla para que no se pierda. Y a ello se une también el afán de recordar lo mejor que encontraron en el campo: los gestos de generosidad y compañerismo, las actitudes de presas que mantuvieron una dignidad inquebrantable en las peores circunstancias, la amistad, el valor, el coraje de arriesgarse por las demás. Tanto Milena como Margarete, como otras prisioneras que obtuvieron puestos de responsabilidad dentro de la organización del campo, los aprovecharon para falsificar documentación, destruir denuncias de unas presas contra otras, y salvar a algunas compañeras de terribles castigos o incluso de la muerte. Milena murió en mayo de 1944. Menos de un año después, las autoridades nazis, conscientes de la inminente derrota, comenzaron a evacuar algunos campos. Margarete, como otras presas, fue liberada semanas antes del fin de la guerra, y consiguió huir hacia el oeste antes de ser alcanzada por el ejército ruso, que hubiera vuelto a detenerla de encontrarla. Tras un largo viaje por la Alemania en ruinas, logró llegar a un pueblo de Baviera donde se encontraba parte de su familia y recomenzar su vida de nuevo. Esa nueva vida va a ser, hasta su muerte en 1989, una vida como escritora, periodista y conferenciante, dedicada a recordar las injusticias pasadas y a dar a conocer las injusticias del presente.[11] Asumiendo la escritura como memoria de nuestra época más oscura y como permanente denuncia de la violencia que continúa existiendo, Margarete trabaja en pro de la libertad, tanto política como personal. Sus textos reclaman la libertad política para los individuos en un rechazo de todas las formas totalitarias, pero es en esos mismos textos donde ella descubre por primera vez su propia voz y se reconstruye a sí misma en libertad. Poner por escrito su memoria y mantener viva la denuncia le devuelve la libertad que le arrancaron en los campos. Así pues, Margarete se concentra en su proyecto de escritura. No sin obstáculos, porque el relato que quiere contar es incómodo para demasiadas personas. Acabada la guerra, particulares e instituciones le ofrecen ayuda para que cuente su experiencia en un campo de concentración nazi, pero al mismo tiempo le ruegan o le exigen, según los casos, que silencie su paso por los campos soviéticos, que mientras tanto continúan existiendo y seguirán todavía muchos años más. Pero Margarete no entiende una historia sin la otra. Durante un tiempo se instala en Estocolmo, donde unos amigos le consiguen un buen empleo como oficinista, y se encuentra así con unas condiciones de estabilidad y serenidad que le permiten concentrarse en su trabajo como escritora. Allí toma el testigo de Milena y escribe el libro que habían planeado juntas. El libro aparece en 1948 en Suecia, Alemania, Gran Bretaña y Estados Unidos, con el título de Prisionera de Stalin y de Hitler.[12] Su publicación le acarrea la pérdida de su empleo y diversas personas que le estaban ayudando le retiran su apoyo; las críticas llegan desde muchos frentes. Ese libro que refleja las similitudes de ambos sistemas y pretende con ello decir la verdad sobre el totalitarismo, ese libro cuyo símbolo principal es el puente sobre el río Bug, en Polonia, donde las autoridades nazis y soviéticas se intercambiaron prisioneros, se convierte en un documento polémico. En él, Margarete reconstruye su periplo personal por una Europa sin libertades, y recupera la pluralidad de tragedias que asolaron el continente. De la equiparación de los totalitarismos se concluye la pluralidad de las víctimas. Ningún pueblo, ningún país, etnia o grupo, tiene derecho a reclamar un protagonismo como víctima, porque hubo víctimas de todos los pueblos y etnias, de todas las condiciones. Sólo comprendiendo cuántos millones de personas distintas, bajo cuántas excusas diferentes, habían sido ejecutadas o enviadas a la lenta muerte de los campos, se puede comprender la desmesura del horror de unos sistemas políticos que no toleraban dentro de sí la menor de las diferencias, que no toleraban la misma individualidad. Todorov señalaba recientemente en su obra Memoria del mal, tentación del bien,[13] que el libro ideado por Milena y redactado por Margarete es, justamente por todo esto, uno de los mejores documentos sobre el totalitarismo. Ya en un libro anterior, Los abusos de la memoria,[14] Todorov se proponía explicar cómo debe ser la memoria del siglo XX para que realmente haga justicia a las víctimas y nos eduque a todos en la libertad y el respeto al ser humano. La actitud errónea y peligrosa, afirma Todorov, es la de supervivientes que se concentran en narrar el horror sufrido por el propio pueblo, etnia o grupo político, y desatienden los sufrimientos ajenos. La consecuencia de que la memoria quede encerrada en la particularidad, es que genera una cruel competencia entre los distintos grupos de víctimas que reclaman ser considerados las víctimas principales, de tal modo que los que fueron condenados al olvido lo perpetúan al olvidarse unos a otros. Esto no sólo es terrible porque las víctimas se violentan unas a otras en vez de compartir su memoria, sino también porque no ayuda al lector a extraer una conclusión ética al leer esos testimonios. Una escritura rehén de un particularismo egoísta no permitirá al lector formular un juicio universal de condena, ascender a la universalidad propia de la ética. El lector no debe condenar sólo el caso concreto de injusticias sobre el que lee, sino ser capaz de condenar cualquier injusticia en cualquier lugar contra quien sea. Y eso es lo que el libro de Milena y Margarete permite hacer de la mejor manera. De los siete libros que Margarete llegó a escribir, además de multitud de artículos, conferencias y guiones para programas de televisión, hay uno que destaca sobre todos los demás. Es el que se ha traducido a más lenguas y editado más veces, y el que consiguió llevar el relato de la violencia totalitaria al más amplio círculo de lectores. En 1963, cuando el nombre de Milena era ya mundialmente conocido, pero pocos sabían de su vida y de su muerte, y apenas se conocía su obra, Margarete publicó su biografía, basada en la propia memoria de Milena que ésta le había confiado en Ravensbrück, y ampliada a partir de entrevistas con antiguos amigos y conocidos de Milena, y con un laborioso trabajo de reconstrucción de su historia, tan sólo obstaculizada porque el régimen comunista de Checoslovaquia le impidió visitar Praga.[15] Margarete, que había tomado la decisión de dedicarse a la escritura gracias a ella, decidió escribir su biografía para rescatarla del olvido. Del olvido al que el nazismo sentenciaba a todas sus víctimas; pero también de ese olvido al que Kafka la había sentenciado involuntariamente, reduciendo a lectora a quien había sido una escritora vocacional y apasionada, dispuesta a arriesgar la vida por sus escritos. Margarete logró rescatar a Milena como individuo, salvándola de la anonimidad del campo y del mito literario en que se había petrificado. Ese libro es sobretodo un acto de amistad, y convierte la biografía de Milena, que comienza y acaba dentro de Ravensbrück, en uno de los libros más sorprendentes que se han escrito sobre los campos de concentración. Porque tales libros son normalmente, sobretodo, una denuncia de la violencia ejercida por los responsables y de la violencia que los mismos presos acaban ejerciendo unos contra otros. Y aunque en ese libro no se escatima la narración de la violencia, el hilo principal del relato es la relación de amistad entre las prisioneras, que les sirve para sobrevivir como individuos que no renuncian a su libertad ni a su dignidad. El reconocimiento del otro como persona, la compasión, la simpatía, el afecto, la amistad, permiten tejer una red de relaciones que se resisten a la frialdad, que según Adorno era una de las causas fundamentales del totalitarismo y los campos de concentración. El objetivo de ese libro es narrar una vida que, aunque acabe en un campo de concentración, no es aniquilada por él, porque su memoria sobrevive y lo vence póstumamente. Al hilo de la obra de Margarete, y como conclusión, me gustaría intentar explicar brevemente en qué radica el valor de la escritura como memoria. Creo que realiza tres funciones: Primera: en una época en que se está perdiendo la individualidad, como Adorno nos advertía, recuperar la propia memoria y narrar lo que uno ha vivido, es una forma de reconstruir la propia identidad y recuperarse como individuo libre. Los totalitarismos pueden haber puesto en marcha toda su maquinaria para aniquilar psíquica y físicamente al individuo, pero si éste no sólo sobrevive físicamente, sino que es capaz de narrar y denunciar lo que se ha intentado hacer con él, eso significa su triunfo sobre las intenciones y los métodos totalitarios, eso significa que ha conseguido recuperar su libertad. Si las palabras del verdugo devienen violencia cuando se realizan, liberarse de esa violencia consiste en expresarla con el propio lenguaje. Quien fue objeto del mal se convierte en sujeto cuando lo narra; cuando es él mismo quien da forma al mal con sus palabras. Así lo expulsa de sí mismo, lo objetiva y lo muestra, y lo denuncia. Y a la vez recupera lo que Adorno advertía que se estaba perdiendo: la unidad interna de la experiencia que sostiene la identidad individual. Por ello, coincido con Adorno en que cuando la identidad disminuye, narrar es lo más difícil, pero le contestaría que a la vez narrar es el modo en que el individuo se recupera a sí mismo. Así pues, la literatura de Kafka contenía la advertencia de que el lenguaje puede realizarse como violencia que se escribe sobre los cuerpos humanos; a Milena le tocó narrar como sus relatos se cumplían en la realidad; pero fue Margarete y otros escritores como ella quienes demostraron que es posible liberarse de esa violencia a transformarla a su vez en el propio lenguaje. Segunda: Salvar memorias ajenas, que quienes sobreviven llevan consigo, poner por escrito recuerdos ajenos, es la forma de reconstruir las individualidades de quienes no han sobrevivido. Eso los libera del campo aunque hayan muerto en él; si sus cadáveres no lograron salir, salen al menos sus recuerdos. Eso limpia sus nombres de las falsas condenas, y todos los insultos y desprecios, recupera su dignidad y su inocencia, y no permite que se les olvide como personas. Y esto es ya por sí mismo un acto de justicia, antes de que ese testimonio pueda servir para reabrir procesos judiciales. Tercera: Sólo la memoria individual puede impedir la repetición del pasado, y hacer posible el cumplimiento de ese nuevo imperativo categórico que Adorno formuló para los nuevos tiempos inaugurados por la catástrofe: “actuar de tal modo que Auschwitz no se repita, que no vuelva a suceder nada semejante”. [1] MANUEL REYES MATE y JUAN MAYORGA, “Los avisadores del fuego”, Isegoría, num 23, 2000. [2] T.W. ADORNO, Prismen, en Gesammelte Schriften, vol. 10.1, Suhrkamp, Frankfurt. (trad. cast. Prismas, Ariel, Barcelona, 1962. [3] T.W. ADORNO, Minima Moralia, en Gesammelte Schriften, vol. 4, Suhrkamp, Frankfurt. (trad. cast. Minima Moralia, Taurus, Madrid, 1987) [4] MM, fragmentos 33, 67-71, 94. [5] MM, ed. cast., págs. 144-145 [6] T.W. ADORNO, Noten zur Literatur, en Gesammelte Schriften, vol. 11, Suhrkamp, Frankfurt. (trad. cast. Notas de literatura, Ariel, Barcelona, 1962) [7] STEFAN MÜLLER-DOOHM, Im Niemandsland. Eine intellektuelle Biographie von T. W. Adorno, Suhrkamp, Frankfurt, en prensa. (trad. cast. Herder, en prensa) [8] FRANZ KAFKA, Gesammelte Werke, editadas por Max Brod, Fischer. (trad. cast. Obras Completas, Galaxia Gutenberg, edición en proceso) (trad. cast. de las obras citadas en este artículo: En la colonia penitenciaria, Alianza, 1995; La Metamorfosis, Alianza, 1997; Cartas a Milena, Alianza, 1998) [9] MARTA TAFALLA, “Primo Levi y la razón anamnética”, Enrahonar, Bellaterra, num 30, 1999. [10] MILENA JESENSKÁ, Alles ist Leben, Neue Kritik, Frankfurt, 1984. Puede leerse en: http://members.aol.com/briefederliebe/autoren.htm [11] MARGARETE BUBER-NEUMANN, Plädoyer für Freiheit und Menschlichkeit. Vorträge aus 35 Jahren, editado por Janine Platten y Judith Buber Agassi, Edition Heinrich, Berlin, 1999. [12] MARGARETE BUBER-NEUMANN, Als Gefangene bei Stalin und Hitler, Ullstein, München, 1985. [13] Península, Barcelona, 2002. [14] Paidós, Barcelona, 2000. [15] MARGARETE BUBER-NEUMANN, Milena Jesenská, Ullstein, München, 1977. (trad. cast. Milena, Tusquets, Barcelona, 1987)