VI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – AÑO B * 12 DE FEBRERO DE

Anuncio
VI DOMINGO TIEMPO ORDINARIO – AÑO B * 12 DE FEBRERO DE 2012
TEMA - “SI QUIERES, PUEDES CURARME”.
(Mc. 1, 14-20)
LA ENFERMEDAD DE LA LEPRA
La lepra es una enfermedad de la piel muy mala porque desfigura el rostro y las manos y pies se deshacen.
Esta enfermedad era muy común en la Palestina, y generalmente, existe en los países calurosos por la falta
de higiene. Hace tiempo que era una enfermedad incurable, pero ahora ya encontraron los médicos la manera
de curarlos. En el evangelio leemos varios casos de la curación de leprosos. Jesús curó a diez leprosos que
encontró en su camino. Pero sólo uno, que era un samaritano, regresó a dar gracias a Jesús por su curación.
Los demás se regresaron a sus casas llenos de gozo, y ni se acordaron de ir a presentarse a los sacerdotes
para recibir un comprobante de salud. Los leprosos eran segregados, no podían estar en la ciudad ni en las
sinagogas. Tenían que estar a la orilla del camino a pedir limosna. La segregación es un pecado muy grave,
ya que todos somos seres humanos. No existía entonces ninguna medicina para curarlos, y Jesús, con un
acto de voluntad, curaba a los enfermos. En esta ocasión el leproso le dice a Jesús: “Si quieres puedes
curarme”. Jesús lo toca y le dice; “Si quiero, sana de tu enfermedad”. Jesús hizo algo que estaba
prohibido en la ley de Moisés. Lo tocó con su mano para curarlo. En nuestros días todavía hay leprosos, los
cuales están recibiendo tratamiento médico. Hace medio siglo, Raoul Fulereau, un Laico francés, trabajó
durante 50 años en el siglo pasado en favor de los leprosos en todo el mundo. Él decía que “nadie debe ser
feliz solo, sino que tiene uno que hacer felices a los demás”. Los judíos pensaban que un leproso era
“impuro”, y por consiguiente, no podía estar o formar parte de la comunidad en las sinagogas o en el templo.
Tenían que estar fuera de la ciudad para no contaminar a los demás. Hoy en nuestros días la lepra es
curable.
1. En el libro del Levítico (13, 1-2.44-46) leemos las palabras que Dios dijo a Aarón y a Moisés:
“Cuando uno tenga en su cuerpo manchas blancas y brillantes… será llevado al sacerdote Aarón o a
uno de sus hijos sacerdotes, y estos lo declararán «impuro» ya que esos son los síntomas de la
lepra. Además tiene que llevar ropa descosida” , la cabeza descubierta e irá gritando por las calles
“¡Estoy contaminado! Soy impuro!” El leproso tenía que vivir solo fuera de la ciudad o campamento.
Esta era una segregación injusta, ya que la lepra es una enfermedad, como cualquier otra, y no
contamina a los demás, si uno se toma algunas precauciones. La lepra no es contagiosa, si uno
tiene cuidado de no usar los utensilios para comer o la ropa de vestir que ellos usan. Hoy en
nuestros días hay otras enfermedades más contagiosas que la lepra, como por ejemplo la viruela o
sarampión. La peor de todas es la infección del Sida, que se trasmite de una persona a otra por
contacto físico con las personas infectadas.
2. San Pablo por su parte en la 2ª. Lectura nos dice, cualquier cosa que hagamos, la debemos hacer
“para Gloria de Dios. Para no dar escándalo a la comunidad cristiana debemos procurar dar gusto a
todos, sin buscar el propio interés, sino el de los demás. San Pablo dice: “Sean imitadores míos
como yo lo soy de Cristo”. Nosotros siempre hacemos las cosas sin tener ningún modelo de santidad
a quien imitar. Si imitáramos el ejemplo de los Santos, seríamos también nosotros santos. Hay que
seguir siempre los buenos ejemplos de nuestros hermanos en la Fe.
3.
En el evangelio de hoy vemos cómo Jesús, con solo decir al leproso: “Quiero, queda sano de tu
enfermedad”, el leproso quedó curado de su enfermedad. En los tiempos de Jesús la lepra era
considerada como señal de “impureza”, como una consecuencia de algún pecado que la persona
había cometido. Jesús “toca al leproso”, cosa que estaba prohibido por la ley de Moisés, pero Jesús
no tiene en cuanta esa prohibición, y cura al leproso. En términos modernos la lepra se puede
comparar al pecado, la cual desfigura el alma y a todo el hombre, haciéndolo “impuro”. Debemos
aquí considerar que el pecado es una impureza del corazón que nos lleva a la separación de Dios.
Por eso en el salmo responsorial (31, 1-2.5-11), le pedimos al Señor que nos perdone “nuestros
pecados”. Cualquier pecado nos aparta de Dios y puede desfigurar nuestra alma. Hay muchos
cristianos que, sabiendo que algo es pecado, lo cometen pensando que es provechoso para él. En el
Sacramento de la reconciliación, por la absolución ritual recibimos la gracia de Dios y la comunión
con el Padre, bueno y misericordioso. Cristo crucificado, con pasión y muerte, nos alcanza y nos da
su amor, su alegría y su paz.
En el Evangelio de hoy Jesús dice al leproso sanado de su enfermedad “no se lo cuentes a
nadie”, porque sabe que las autoridades de los judíos podrían acusarlo de “hechicero” o de
engañador. Jesús no quería que lo consideraran los fariseos y los sacerdotes del templo lo
considerasen como un “curandero” o un “engañador”. Era tanta la alegría del leproso que hizo todo lo
contrario y a todos los que encuentra les narra el hecho de su sanación. Y desde entonces Jesús se
tiene que alejar de las autoridades civiles y religiosas de su tiempo. Los fariseos acusaban a Jesús
de estar endemoniado, y por el poder del jefe de los demonios (Belzebú) curaba a los enfermos. Es
de notar que aquel leproso tenía una fe muy grande en el poder sanativo de Jesús, pues le dice a
Jesús: “Si tú quieres, me puedes limpiar de la lepra”. “Si tú quieres….”, es decir, el leproso no quiere
obligar a Jesús para concederle una purificación. Muchas veces nosotros en nuestras suplicas a
Dios insistimos demasiado en que Dios nos tiene que ayudar en nuestras enfermedades. Hay que
pedírselo a Dios con Fe y esperar que Él nos conceda ese favor. Si no nos concede ese favor,
pensamos que Dios está muy lejos de nosotros y que no nos escucha. A los enfermos graves Dios
les da resignación y una paz interior.
Experiencia misionera:
En África, como en otras partes, aún los paganos (o no cristianos) siente la necesidad de ser sanados,
pero antes tienen que ser purificados con agua (bendita). Cuando uno comete algún pecado grave, tiene
que pedir perdón públicamente, delante del jefe de la tribu, siempre una persona anciana (ekasikout) que
funge como sacerdote y le concede la pureza del corazón para poder ser restituidos a la vida de la
comunidad. Es como una bendición que el anciano concede a uno que, por su pecado (un adulterio o
robo), se ha separado de la comunidad. Los africanos también, aunque no estén bautizados, sienten
remordimiento por los pecados y, para estar en paz, tienen que confesar su pecado delante de la
comunidad. Naturalmente, muchas cosas las consideran buenas, como, por ejemplo, la venganza; si
alguien les ha hecho una ofensa, él también pagará con la misma moneda. Si uno les roba las vacas, él
también tiene que hacer lo mismo. El robo no lo consideran como pecado, sino más bien como una
necesidad. Pero los que han sido bautizados se les enseñan los mandamientos de Dios según llo
encontramos en la Biblia (los 10 mandamientos). En una ocasión encontré a un hombre herido
mortalmente. Le pregunté si era cristiano. Si – respondió él – “Ekebatisae ayong”. Yo le volví a decir si
perdonaba a aquella persona que lo hirió. Le di la absolución y lo cargué en el carro de la misión para
llevarlo a un hospital. Por desgracia murió en el camino, pero al menos murió con la gracia de la
reconciliación con Dios y con sus prójimos.
P. José O. Flores, MCCJ
¡Que pague las consecuencias – dicen algunos – para qué se metió en
esos líos! Los enfermos necesitan de amor y de compasión, no de
regaños. Debemos cambiar nuestro corazón a imagen del Corazón de
Jesus lleno de amor y de mimisericordia.
Descargar