CAPITN DE LA GUARDIA DE ASALTO

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Patiño Porto, Manuel
Capitán de la Guardia de Asalto
Autora: Emilia Patiño
Nace en La Coruña, el 16 de julio de 1893. Cursado el bachillerato se prepara e
ingresa en la Academia Militar de Toledo. Finalizados sus estudios, sale Teniente de
Infantería con destino en Mondoñedo.
Ya casado, y destinado en Ceuta, con un permiso especial vuelve a La Coruña
para el nacimiento de su primera hija, el 17 de mayo de 1921.
Este mismo año el caudillo Abd el-Krim, al frente de las cábilas, se subleva contra
España, originando el llamado “Desastre de Annual” que causó cientos de muertos. De
esta sangrienta lucha salió ileso.
En 1923, cumplidos los dos años obligatorios en África, se incorpora a sus
destinos en la metrópoli.
El Gobierno de la República, en 1931, crea la Guardia de Asalto, con instrucción
democrática, para sustituir al retrógrado Cuerpo de Seguridad. Fue de los primeros en
pedir la incorporación a ella.
Corría el año 1934, y estaba destinado en Zaragoza. Una tarde, al mando de su
Compañía de Guardias de Asalto, el Gobernador Civil le ordena disolver una
manifestación de anarquistas armados, que los reciben a tiros. Se va sólo a
parlamentar con los dirigentes, y logró se dispersaran sin causar ningún herido. (Un
balazo había atravesado su gorra.) Este hecho le valió la Medalla del Mérito Militar
impuesta, meses después, en La Coruña, por el General Martínez Monje.
El 16 de febrero de 1936. Clamoroso triunfo del Frente Popular en toda España.
Las reivindicaciones sindicales pronto se hacen sentir en las calles. El Gobernador
Civil de La Coruña le ordena que disuelva una manifestación de obreros. Siguiendo su
costumbre, habla con ellos. Comprendiendo lo justo de sus reivindicaciones, les dice:
“Soy un hombre más con vosotros”, y encabeza la manifestación. Sabía que por este
acto solidario perdía su carrera, pero el Gobernador no tomó ninguna medida contra
él.
A los pocos días, entrando en el Cuartel de Asalto con el Comandante, una
Compañía de Guardias formada en el patio, al mando de un Capitán, silbaron al
unísono. Para investigar tan insólito plante vino de Pontevedra un alto cargo militar.
Al día siguiente, cenando en casa, tranquiliza a todos: “No se preocupen: son
inocentes. No les pasará nada”. A los quince días eran trasladados a nuevos destinos:
El Comandante a Bilbao, mi padre a Sevilla, el otro Capitán a Murcia.
Una vez que tomó posesión del nuevo destino, tenía un mes de permiso y se
decidió que lo pasarían juntos el matrimonio. El 17 de julio de 1936, a las 22 horas,
llega su mujer a Sevilla. En el hotel le dice el dueño que llamaron de Capitanía
General y debía ir urgentemente.
Fiel a la República se negó a unirse a la sublevación, y fue llevado al Gobierno
Civil, donde ya estaban detenidos el Gobernador, también coruñés, políticos
republicanos, otros militares, obreros y Guardias de Asalto. Al día siguiente confinan a
los militares en los Pabellones de la Plaza de España, que habían servido para la
Exposición de Sevilla, en el año 1929.
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El 23 de julio, sin juicio previo, se llevan al Teniente de su Compañía para fusilarlo,
por haber defendido la Telefónica. Al despedirse le entrega el distintivo de su gorra,
pidiendo lo hiciese llegar a su familia en Madrid, que nunca encontramos, pero yo
conservo este recuerdo.
A mediados del mes de agosto ya había comunicación con Galicia, fue un juez
militar a interrogarle. No sabemos sobre qué, pues no le dijo nada a mamá, para no
preocuparla. Y siguieron viéndose, entre los allí confinados, dos horas todas las
tardes.
El 2 de septiembre, lo trasladan al Cuartel de Ingenieros. Es necesario un pase
especial. Lo consigue, y allí se va a verle la tarde del día 4. Entre otras
recomendaciones, le dice:
—Si un día te devuelven la comida, ve a Capitanía General, allí te dirán que pasa.
Como necesitaba probar que era su esposa, escribe allí mismo una “Declaración
por su Honor de matrimonio e hijos” que para los militares, tenía validez de Acta
Notarial.
La mañana del 5 de septiembre, no aceptaron ropa ni comida. Desesperada se va
a Capitanía General. Dos soldados, apostados en la entrada, cruzan los fusiles. ¿Tan
ciega iba que no los vio? Desconcertados los soldados, levantaron las armas,
dejándola pasar.
Fue recibida por el Comandante Cuesta Monereo, quien dice no saber nada.
“Descanse, mientras averiguo qué pasa”. Regresa a la media hora, llevándose las
manos a la cabeza: “Pobre Patiño, le han matado esta madrugada”.
“—Tiene madre y siete hijos. Quiero llevarme su cuerpo”.
“—Imposible: los entierran de tres en tres, con paladas de cal. Lo que debe hacer
es preparar su regreso cuanto antes. Un coche la llevará, para arreglar lo necesario, y
la traerá después aquí”.
Finalizados los trámites (duraron nueve días), le entrega dos billetes de tren: uno
de Coche-Cama, otro de Primera Clase, y le dice:
“Durante el día descanse en la cama. La noche, pásela en Primera Clase, e intente
parecer serena. Hágalo así, Emilia, pues corre peligro.
¿Le fusilaron, con un grupo de obreros, frente a las tapias del Cementerio?, como
le dijo una de las camareras del Hotel, cuyo novio era un Sargento encargado de llevar
la lista de los que mataban allí. ¿Fue fusilado solo, “paseado”, o tirado a un barranco,
como hicieron con tantos, para no dejar rastro?
Han pasado 70 años de impotencia y desolado no saber, que atormentó a madre y
esposa, durante el resto de sus vidas. El dolor de sus hijos, de sus nietos, se une al de
tantas familias que exigimos aclaraciones y justicia.
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