ÍNDICE Propósito...............................................................7 Proemio.................................................................9 Prólogo..................................................................13 Biografía de Constanza de Aragón. Reina de Hungría, emperatriz de Alemania, reina de Sicilia............................................................17 Otoño en Normandía..........................................23 Comitivas nupciales, festivas y cinegéticas.......39 Recuerdos con el Pirineo al fondo.....................63 Sixena - Sijena - Sigena.....................................75 Rápidas pinceladas sobre Federico.....................87 La infanta pastora..............................................93 Monasterio de Sigena y Constanza...................101 Zarzas, charcos, ortigas y rosas.........................119 Julián. San Julián. La catedral de Cuenca.......129 Conclusion............................................................137 Referencias............................................................139 143 PROPÓSITO El encuentro del escritor con sus personajes se produce fatalmente, es el encuentro irracional del enamorado, la necesidad vital de ascender determinada montaña, el robo del concepto y la sensación de que el personaje que no se separa de nosotros somos nosotros mismos que, al escribir, entregamos gran parte de nuestra intimidad al lector, que en cada ocasión esperamos nos entienda y comprenda lo que sentimos, por ejemplo hoy, por Constanza de Aragón. ¿Vamos? 7 PROEMIO Cuando un escritor cree importante, o simplemente interesante, dejar constancia de una idea, de un pensamiento, lo deja escrito con la pretensión de permanencia y lo comienza con un proemio, entendiendo como tal la parte principal del pensamiento, discurso, o exordio, en el que se apoya la idea que se pretende exponer, transmitir o ampliar. De nuevo, tal como han visto los lectores de otros libros históricos, en la Edad Media los hijos y sobre todo las hijas de familias reinantes eran utilizados por sus propias familias en Inglaterra, Castilla, Aragón o Tolosa, sin olvidar que el pontificado en su vertiente de reino terrenal jugaba un papel histórico, diplomático o de ambos tipos, que en los campos de batalla confesionarios y alcobas nobiliarias se apoderaban de situaciones y papeles que en absoluto les pertenecían. Sobre todo sorprenden lugares, fechas y acciones que no coinciden con la realidad si tenemos en cuenta la misión a realizar por diplomáticos, nobles y clérigos que formaban una numerosa clientela dependiente de los más poderosos, que tanto les protegían como les obligaban a actuaciones poco honorables destinadas tan solo a favorecer los intereses del grupo. protectores, parientes y protegidos llegaban a descubrir desde intrigas prefabricadas a revoluciones interesadas o matrimonios que por diferencia de edad o estatus social podían calificarse como mínimo de vergonzo9 sos o hilarantes, lanzados a los cuatro vientos como vemos ahora proceder a grupos cuyo único interés es el provecho propio que se persigue aunque se utilice el santo nombre de Dios en vano. Constanza de Aragón estaba perjudicada por una belleza excepcional, una cultura que sorprendería incluso hoy en día, tenía la sensación de que estaba obligada a acciones tan solo si honraban a aquel Dios que servía con pasión y modestia, mientras era utilizado por algunos pontífices reyes y familiares. Por eso y dada la inmensidad de sus sacrificadas acciones, le dedicamos esta breve biografía que merecería el tiempo, habilidad y espacio del que no disponemos pero que utilizamos para intentar exponer nuestro punto de vista buscando la verdad aunque para ello sacrifiquemos brillantes vocaciones, arte y amor. El proemio, también llamado pròlogo o exordio como dijimos anteriormente, suele utilizarse como una acepción única o repetitiva a la que el autor le destina uno u otro significado, buscando además unas características que lleven el sello de su personalidad. De hecho puede exponerse la misma idea incluyéndola en un grupo parecido o muy diferente, sobre todo si se olvida la importancia del hecho en beneficio de una escritura que busca más la belleza que la verdad. El deseo de clasificación prácticamente nos aprisiona a todos. Destacan para mi gusto en este punto concreto varios escritores de los siglos xix y xx como Valera, Menéndez-Pelayo, Domingo García Bellsola y J. Llampayas. La primera y más importante clasificación creo que, siguiendo a estos autores, sería dividir la escritura en literatura de ficción, léase cuentos, novelas y la historia personalizada, en la cual puede colocarse la 10 narración con el sostén de una ficción lo más real posible, y por ello creo que puede colocarse en este grupo tanto la ficción de un Valera, de un Menéndez Pelayo y un Domingo García Bellsola, o de un Llampayas. ¿Quién se atrevería a eliminar de este grupo a un Valera, a un Beethoven o a un Machado? Valera nos regala en sus creaciones la vida de un aristócrata, de un viajero, de un diplomático, de un hombre de mundo, y finalmente ciego. ¿Quién puede juzgar a un Beethoven sordo, o a un Machado desclasado, que justifica que habla solo porque espera hablar con Dios un día? Y, finalmente, el Barcelonés Llampayas nos regala unos personajes que hablan con la voz de sus hechos y quiere trasladar al papel lo más íntimo de su conciencia mostrando no solo sus misterios psicológicos sino también cartas que no se escribieron, discursos que no se pronunciaron, actitudes inadmisibles en otro tipo de historias, pero forzosas en temas que el autor lanza al mundo. Podríamos pues, pensar que el autor no escribe, sino que pinta, y nos regala personajes de su propia creación tanto más reales cuanto más posible, y tanto más ficción cuando su papel se limita a unión de conceptos. Hemos escrito en numerosas ocasiones nuestro amor a la verdad, y por ello en obras presentes tenemos que ceñirnos a lo que afecta a autores anteriores o más afortunados que nosotros al describir una personalidad tan compleja como Constanza, que está unida a personajes totalmente reales, aunque investigadores de primera categoría aceptan pequeñas variaciones en su árbol genealógico como vemos en las páginas reyes de Aragón o condes de Barcelona. 11 PRÓLOGO Entre las biografías de mujeres singulares que permitieron la publicación de una obra con este título, junto a Gala Placidia, Clotilde, Teodora de Bizancio, Radegunda, Hrotsvitha, Ermisindis condesa de Barcelona, Margarita de Escocia, Adela de Blois, Felipa de Tolosa, Urraca de Castilla, Hildegarde de Bingen, la Emperatriz Matilde, Eloisa, Elizabeth de Schonau, Matilde de Toscana, Leonor de Aquitania, María de Francia, Juette, Blanca de Castilla, María de Padilla, Cristina de Pizán o María Coronel, debía figurar una mujer poco estudiada y, por tanto, poco conocida, Constanza de Aragón (1179-1222). Mi interés por la mujer en general se debe a mi constante dedicación a sus problemas, pudiendo dar fe sobre esta afirmación el hecho de la práctica de la ginecología y obstetricia durante más de cincuenta años, en los cuales miles de mujeres han confiado su salud, sus problemas reproductivos, sociales y familiares al médico, que pasa a ser su amigo y, finalmente, confidente. La mujer es la verdadera inspiradora de las mayores y mejores acciones del hombre, recibiendo en general el desprecio, el olvido, y la infravaloración de su imprescindible colaboración. El poco aprecio que obtiene la mujer se manifiesta sobre todo en la época medieval, en la que la mujer tiene más valor como “cosa” a cambiar, y no se tiene en cuenta sus 13 sentimientos. Como ejemplos entre nosotros podemos citar a María de Montpellier, casada y vuelta a casar según las conveniencias del pontificado o de Pedro el Católico, y desde luego, a su hermana Constanza, a quien dedicamos este trabajo. Muchas princesas eran entregadas como prenda a su nueva familia, dejando su patria, su idioma, sus costumbres, y en ocasiones eran sometidas a abusos sexuales por quien, como futuro padre político, era responsable de su educación, comportamiento y virtud, creándose en ocasiones situaciones increíbles, como las producidas entre Margarita de Francia y Juan Sin Tierra, peleas entre padres e hijos, amores incestuosos, y todo tipo de situaciones. El caso de Constanza de Aragón es realmente singular, pues como veremos pasó por todas las etapas posibles en la vida. Fue heredera del reino de Aragón, como primogénita hasta el nacimiento de Pedro II. Siendo adolescente la prometieron con un joven y enfermizo rey húngaro del que enviudó pronto, dejándola en manos de un cuñado-regente que no respetó sus derechos, ni los de su hijo, el verdadero rey, teniendo que huir Constanza y el niño, refugiándose en Austria, donde murió el pequeño rey-niño, cuyo cadáver fue reclamado por el nuevo rey. Madre sin hijo, reina sin reino, y súbditos que no la respetaban, Constanza regresó a España y se refugió en el monasterio de Sigena, su verdadero y querido hogar, donde vivían su madre la reina Sancha, que viuda había profesado como monja, su hermana Dulce también monja, y la reina María de Montpellier casada ya con Pedro el Católico; pero de nuevo las circunstancias políticas afectaron a la vida de Constanza que, por orden del pontificado y 14 la influencia de su hermano Pedro, fue casada, esta vez con Federico II rey de Sicilia, mucho más joven que ella, de modo que en realidad se convirtió en esposa-madre. 15 BIOGRAFÍA DE CONSTANZA DE ARAGÓN. REINA DE HUNGRIA, EMPERATRIZ DE ALEMANIA, REINA DE SICILIA El nombre de Constanza fue frecuente entre reinas y princesas de la Corona de Aragón y por eso cito los lugares en que reinó, para referirme a Constanza, la mayor de las hijas de Alfonso II de Aragón y Sancha de Castilla. No conocemos la fecha exacta de su nacimiento, pero teniendo en cuenta que en 1188 dispusieron los reyes que su hermana pequeña, Dulce, tomara los hábitos en el monasterio de Sijena, que entre Constanza y Dulce estaban Leonor y Sancha, y que Constanza se casó en 1195 con el rey Emerico o Emérico de Hungría y según el derecho canónico se exigía para el matrimonio la condición de púber y haber cumplido como mínimo doce años, hay que suponer que esta princesa nacería como muy tarde en 1183. El padre de Constanza, Alfonso II, primer rey de la Corona de Aragón como hijo que fue de Ramón Berenguer IV y Petronila de Aragón, se distinguió por su interés en reinar en ambas vertientes del Pirineo después de la conquista de Teruel, para lo cual estableció lazos de dependencia con Aragón para los condados, en parte heredados, en parte conquistados y en parte voluntariamente infeudados, de Bearn, Cominges, Foix, Carcasona, Beziers y Provenza, lugares que visitó en numerosas ocasiones y en los que aprendió el arte de trovar y la práctica del amor cortés. 17 Sin duda influyeron en el rey de Aragón sus ascendientes y parientes aquitanos, pues no debe olvidarse que su bisabuelo Guillén de Poiteau fue el primer trovador del que se tiene noticia y obra conservada, su madre era prima de la famosa, por muchos conceptos, Leonor de Aquitania y por tanto él mismo era primo segundo de los príncipes ingleses Ricardo Corazón de León y Juan Sin Tierra con quienes tuvo intensa relación, que ya venía de sus respectivos padres, tanto es así que Ramón Berenguer IV nombró a Enrique II de Inglaterra tutor de Alfonso. Alfonso II, de aspecto nórdico según Szabolcs de Vajay, se caracterizaba por su orientación europea, lo cual no era raro porque su familia estaba presente en todas las dinastías de Europa y en su sangre, añade este autor avalando lo que decíamos en el párrafo anterior, “hay elementos germánicos, lombardos, latinos, mediterráneos e italianos.” La tendencia europeizante de Alfonso y su idea pactista de la política, le llevó a matrimoniar con Sancha, neutralizando así a Castilla por el norte, sin nada que temer de sus primos anglo-normandoaquitanos, y estableció buenas relaciones con la siempre inquieta Tolosa, casando a sus hijas Leonor y Sancha con los condes de Tolosa, padre e hijo, y estableció un pacto con Federico I emperador de Alemania completando las relaciones que tenía su padre con el imperio. Además, casó a su suegra Rica, ya viuda, prima del emperador, con su primo el conde de Provenza, y utilizó a su hija Constanza para “cerrar” esta tupida red de alianzas, casándola con el rey Emerico de Hungría, reino muy prestigiado en aquellos años por la gran labor que había realizado Bela III, alianza que podía evitar ciertas 18 pretensiones del emperador, ya Enrique VI, sobre el “reino de Arlés”, codiciado tanto por Aragón como por el imperio. Esta alianza era muy importante para el sueño de Alfonso II y luego de su hijo Pedro II de establecer un imperio aragonés continental, occitano y pirenaico-mediterráneo bien visto y avalado por el papa Inocencio III como estado tampón contra el imperio y por ello propició el matrimonio de Constanza y Emerico y luego, fallecido este, el de Constanza y Federico II, emperador de Alemania y rey de Sicilia. Hay controversia entre los distintos historiadores sobre la fecha de la boda de Emerico y Constanza, pero todos la sitúan entre 1194 y 1196. Algunos autores húngaros hablan de una boda teniendo la princesa entre 7 y 10 años, lo cual es imposible, aunque podría tratarse de los desposorios y del viaje a Hungría, según costumbre de la época, para aprender las costumbres y la lengua del país al que iba destinada la futura reina que, en el caso de Constanza, sabemos que iba acompañada de cortesanos y trovadores, impuestos por su padre, el rey. Constanza fue nombrada heredera de Aragón en caso de fallecimiento de todos sus hermanos varones en los testamentos del rey Alfonso de 1194 y 1196, y de estos años hay una carta escrita por la reina Sancha desde el monasterio de Sijena en la que cita a Constanza como “Filiam mea Constantiam, Regina Hungariae.” Emerico sucedió a su padre Bela III en 1196 y reinó hasta el 30 de noviembre de 1204, fecha en que murió, después de un breve y tormentoso período en que tuvo que encarcelar a su hermano Andrés acusado de conspirar contra él, y por ello no es extraño que al morir su marido Constanza se exiliara a Austria con su hijo Ladislao de cuatro años de 19 edad en la primavera de 1205, muriendo el niño e iniciando Andrés su reinado, y regresando Constanza a España donde la encontramos viajando con su fiel dueña Catalina, o acompañando a su madre y su hermana Dulce, ambas monjas de Sijena. Es muy curioso que tras la muerte de Emerico, Pedro II se trasladó, inmediatamente, a Roma para su coronación, y también para tratar con el papa Inocencio la futura boda de Constanza con el rey-niño Federico de Sicilia, el futuro emperador Federico II, mucho más joven que ella, que una vez más aceptó este nuevo proyecto matrimonial deseado por el Vaticano y la casa real de Aragón, como demuestra la correspondencia entre la reina Sancha y el papa. Según opinión de los historiadores húngaros, Constanza fue utilizada como peón generoso de un diabólico juego de ajedrez de la diplomacia europea, sin que ella se diera cuenta, cambiando de país y de marido cuando a su familia y al papa les convino para mantener el equilibrio entre Aragón, el imperio y el pontífice. Constanza, cuando no viajaba, permanecía en Sijena, influyendo mucho en las pinturas del monasterio, consideradas lo mejor de Europa hasta su vandálica destrucción en 1936. Según los expertos, los matrimonios de Constanza con Emerico y sobre todo con Federico, pudieron influir en el fortalecimiento de los vínculos ya existentes entre la pintura de Sijena, la bizantina y la siciliana. En abril de 1208 se desplazan a Zaragoza para poner la “última mano a los documentos para la boda de Constanza y Federico” la reina Sancha y su hijo Pedro II, permaneciendo en Sijena las tres reinas: Sancha, Constanza y María de Montpellier, esposa de Pedro, hasta septiembre, mes en que Constanza 20 emprende el viaje a Sicilia que resulta ser muy complicado, ya que iniciado en Barcelona debe recalar por grandes tormentas en Palamós, de donde se dirige a Perpiñán para descansar y esperar el momento oportuno para proseguir la travesía, tal como cuenta a su madre en la carta del día uno de octubre. La ya reina Constanza, casada con Federico por poderes en Zaragoza, y su hermano Alonso, conde de Provenza, que la acompañaba no pudieron asistir al sepelio de la reina Sancha que falleció en estas fechas. Constanza era como mínimo once años mayor que Federico, nacido en 1194, y actuó realmente como esposa-madre, influyó en su formación incluso en el aspecto humanístico, lo pulió y lo educó, llegando Federico a componer poesía trovadoresca, siendo conocida por ejemplo la que inicia con la frase “Plaume el cavaller francès i la dona catalana.” Constanza tuvo un hijo de Federico II llamado Enrique en 1211 que en 1222 fue nombrado por su padre ya emperador, rey de Alemania. Ese mismo año, el 23 de junio, murió Constanza en Catania, siendo enterrada en Palermo y, aunque ya es otra historia, no podemos terminar esta reseña de esta infanta de Aragón, reina de Hungría, de Sicilia y emperatriz de Alemania, sin recordar que su hijo Enrique se rebeló prontamente contra su padre que le perdonó, pero reincidiendo, fue encarcelado hasta que el 10 de febrero de 1142, siendo trasladado de una cárcel a otra, concretamente de la población de Nicastro al castillo de Martirano de Calabria, cabalgando por un tortuoso camino de montaña, se lanzó del caballo y se suicidó lanzándose al precipicio. Tenía 31 años y con él acabó la influencia de Aragón en el imperio que tantos sacrificios costó a su madre Constanza, recordemos el peón de su familia y del pontífice, en el convulso panorama político de los siglos xii y xiii. 21 OTOÑO EN NORMANDÍA Aquella tarde, Leonor estaba especialmente triste. Tal vez era responsable el tiempo, el lugar, sus circunstancias personales, o tal vez un poco de todo ello. Estaba en Normandía, en su castillo de Domfront, llovía y era la anochecida, esta hora mala, indefinible sin futuro hasta que se transforma en otra cosa, en la noche brillante, estrellada, oscura o misteriosa, pero… aquella hora, el lugar y el otoño. En Normandía octubre es gris, tan distinto de los lujuriosos octubres provenzales con sus alegres vendimias, tan severo, tan frío, comparado incluso con los octubres de Burdeos a los que estaba acostumbrada Leonor en su infancia, que añoraba cada día más. La añoranza del sur era una añoranza sin remedio, a pesar de que aquel otoño de 1161 cumplía Leonor 39 años y acababa de ser madre por sexta vez en su matrimonio con Enrique II de Inglaterra, su único amor verdadero y objeto de su más despiadado odio, pero el único que le había inspirado todos los sentimientos posibles… sin remedio, sin retorno. Leonor de Aquitania, la reina rebelde, medio adormilada pensaba y pensaba en el destino que tendría aquella nueva infanta, Leonor, nacida el 13 de aquel mismo mes de octubre. La acompañaba en su duermevela la fina lluvia que desde hacía horas y horas mojaba las emplomadas cristaleras del castillo, y por encima de la sinfonía del agua percibía 23 lejana la conversación de su marido, Enrique II de Inglaterra, y María de Francia, la monja cortesana, intelectualizada, culta y liberal, que tenía siempre entrada en los palacios de los Plantagenet, y a quien se tenía por hermana bastarda del rey inglés, como posible hija de Godofredo de Anjou, padre de Enrique, y de una aristocrática dama fallecida en el parto de María, que fue ingresada en una abadía desde el nacimiento, sin vocación como es natural, pero sin obligación, como también era natural. La conversación del rey y María era entrecortada, siendo más prolongados los silencios que las palabras y por ello el chisporroteo de las llamas de la gran chimenea, el ambiente frío, a pesar del fuego, el ruido de la lluvia y la semioscuridad creaban el ambiente de duerme vela en el que se mecía Leonor en su estado lógico de tristeza y debilidad propio de una recién parida de su edad. En uno de los silencios Leonor, como si hablara para sí misma, comentó: —Debéis reconocer, María, que como monja sois de lo más peculiar. —¿Por qué lo decís, Leonor? —Simplemente porque en lugar de estar en el coro cantando vísperas, estáis aquí con Enrique, moviendo estas condenadas fichas, en un juego absurdo, que nadie conoce, excepto vos y que tiene hasta un nombre endiablado. ¿Cómo le llamáis? —No lo he bautizado yo —replicó la monja— se llama ajedrez y es cierto que soy la primera persona en Francia e Inglaterra que ha hablado del mismo, pero creo que es un gran juego, que aguza el ingenio, estimula el pensamiento y puede ser de gran utilidad para estudiar movimientos de tropas, decisiones estratégicas y un sin fin de aplicaciones prácticas. 24 Enrique, todavía aprendiz, corroboró las ideas de la monja, pero confesó que todavía no encontraba todas las ventajas que María explicaba en unas “tropas” de movimientos tan limitados. —Yo prefiero —dijo el rey— que mis peones puedan concentrarse donde yo quiera, mis alfiles avancen sin trabas, mis caballos giren en todas direcciones, aunque sí me place que el rey sea el que tiene conservada toda la movilidad. —Vaya —dijo Leonor, repentinamente animada—. Es un juego monárquico pero machista porque, según tengo entendido, la reina no tiene las mismas prerrogativas que el rey. —En tu caso sí, porque ciertamente eres una reina de excepción, pero siempre la reina compensa las prerrogativas del rey, con una mayor movilidad, que también sabéis ejercer perfectamente —terció la hábil María en la conversación para evitar que se deslizara hacia derroteros indeseables y peligrosos, y explicó que el extraño juego era de origen probablemente indio, pasó a Persia y luego a los reinos hispanos a donde llegó de mano de los invasores árabes, y es muy apreciado por las ventajas que os he explicado, que permiten planificar y prever, habilidades muy útiles para los gobernantes. Leonor se acercó a los jugadores y creyó que María estaba en inferioridad de condiciones, y así lo expuso, con gran satisfacción del rey. Sin embargo, la monja demostró la débil posición del ejército real en lo que llamó el ángulo del sudoeste, precisamente en lo que sería La Gascuña, en un mapa real. —Y ¿qué puede ocurrir? —se interesó Leonor. —En el juego, que perdáis, que os coman como se dice, alguna ficha, y en la vida real, que si no andáis lista, os coman alguna provincia y tengo 25 entendido que vuestro vecino del sur tiene mucho apetito y desearía saciarlo en vuestros verdes prados gascones, limítrofes con los suyos guipuzcoanos. —¿Os referís a Castilla? —inquirió Enrique. —Efectivamente —confirmó María. Leonor quiso saber más y sonsacó a María, diplomáticamente: —Probablemente alguien os ha hablado del apetito castellano, mientras os explicaba alguna jugada de este ajedrez. —Efectivamente, Leonor, el mismo caballero que me instruyó en el juego, me avisó del peligro. —¿Y...es? —El caballero Chrétien de Troyes, que probablemente pensó que sería fácil que yo os transmitiera el mensaje directamente o por intermedio de vuestro Canciller, Tomás Becket. Enrique intervino para afirmar: —Cuando volváis a jugar con Chrétien decidle, como un lance de juego, que los excesos de apetito suelen mejorar mucho con pactos matrimoniales y, como ejemplo, habladle del proyectado matrimonio de nuestra hija Matilde, que ya tiene cinco años, con Enrique el León de Sajonia o el de Godofredo, que ya ha cumplido los tres, con la heredera de Bretaña. —¿Y? —Pues que en esta cuna, duerme una posible reina de Castilla. María comprendió su misión y haciendo una reverencia, se retiró diciendo: —Vuestro mensaje será correctamente transmitido de forma sutil y en envoltura literaria. La lluvia seguía, la oscuridad aumentaba y el ajedrez había demostrado una vez más su utilidad. 26