Táboa Redonda Domingo 24 de xaneiro de 2016 | Número 19 | Coordina: Santiago Jaureguizar 2 5 El Bosco John Lennon 6 Escenas do cambio 7 Guerras de España O inferno boscoso O Bosco, o gran visionario da pintura, o cronista do Inferno, morreu hai cincocentos anos. Co gallo do seu pasamento promovéronse varias iniciativas. O Museo del Prado dedicaralle unha mostra que nos presenta Ramón Rozas. Non menos inocente, pero si máis amable ca do Bosco é a pintura de Ingres, que interesa a Quinito Mourelle. Antonio Costa reconta as veces nas que se lle apareceu John Lennon en diversos lugares do mundo. Camilo Franco pregúntase pola eficacia das renovacións a respecto do festival teatral ‘Escenas do cambio’. O libro ‘Historia de las guerras de España’, de Juan Carlos Losada, ocupa a Javier Nogueira, mentres que Portorosa apoiase en Ray Loriga para o seu artigo. Jaureguizar pregúntase polos olores do poder. Táboa Redonda Domingo 24 de xaneiro de 2016 elpRogreso 2 por Ramón Rozas El Bosco: un genial desconocido En 1516 fallecía un pintor flamenco conocido por El Bosco. Una fecha que se conmemora a lo largo de este año con diferentes exposiciones alrededor de su figura. El 13 de febrero se inaugura una exposición en su ciudad natal y en el monasterio de El Escorial. En ese mismo mes, se abre una pequeña muestra centrada en la restauración de uno de sus cuadros más famosos,‘El carro de heno’. Pero la exposición estrella, no solo en relación a El Bosco, sino a la pintura, será la que se inaugure en el Museo del Prado el 31 de mayo con 65 piezas jamás reunidas y procedentes de los museos más notables del mundo. Una ocasión única y difícilmente repetible. H ieronymus van Aeken Bosch es el nombre de uno de los pintores más fascinantes pero a la vez más misteriosos de la historia de la pintura. Conocido popularmente como El Bosco, los secretos sobre su vida solo pueden ser equilibrados, para quien se interese por su figura, a través de la singularidad de sus obras, por la concepción de un universo plástico que, entre dos mundos temporales y de pensamiento, como lo fueron la Edad Media y el Renacimiento, alumbraron todo un imaginario sorprendente, casi alucinatorio y que no volvería a tener parangón hasta el siglo XX con la impronta del surrealismo. El Bosco nace entre 1450 y 1460 en la localidad flamenca de Hertogenbosch. Formado en el taller de su padre, en su primera etapa como pintor ya mostraba esa excepcionalidad que le distinguiría del resto de creadores. Tras casarse con una mujer de una familia poderosa económicamente, ingresa en 1486 en la Hermandad de Nuestra Señora, una suerte de gremio que respalda su posición dentro de la comunidad, al tiempo que realiza en él sus primeras obras. Pinturas como ‘La extracción de la piedra de la locura’ o ‘El prestidigitador’. Esa incipiente fama le permite firmar sus trabajos como Bosch o Iheronimus Boch, tal y como se le conocía fuera de su localidad, en relación al nombre de su lugar de nacimiento. Los datos sobre su vida flaquean, al tiempo que su pintura y su reconocimiento se acrecientan. Hay quien ha querido ver en El Bosco al primer artista que desea, de manera premeditada, aumentar el misterio alrededor de su figura, una de las primeras autoconcepciones del creador como tal, alejado de movimientos o talleres, sino el artista per se y el interés de fomentar su figura como un elemento de atracción para sus clientes. A partir de ahí elucubraciones sobre su adscripción a movimientos religiosos intentando explicar todo ese universo, casi espectral, de sus obras, pero poco a lo que sujetarse con certeza. Solo a sus obras, a unos trabajos que encandilaron a las familias más nobles de aquella época, y es así como la mayor parte de sus obras no iban dirigidas a la decoración de iglesiascomo por su temática podía parecer, sino a las clases más pudientes, entre ellas, como no, la de Felipe II con fuertes lazos de poder con aquellos territorios y quien se hizo con la mayor colección de obras del pintor convirtiéndolo en enormemente conocido en España. El propio monarca afirmaba que «si todos pintaban a los hombres como querían ser, él los pintaba como eran». Seis piezas en el Museo del Prado, dos en el monasterio de El Escorial, una en la Fundación Lázaro Galdeano y la muy próxima, también en territorio peninsular, el espectacular ‘Tríptico de las tentaciones de San Antonio’ en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa, visibilizan la llegada de piezas a estas latitudes muy por encima del resto de geografías. Todo ‘Lo bosquiano’ es una manera de representar surgida de la interpretación y visualización de los textos religiosos y escrituras tan presentes en la edad Media un tesoro que se podría comparar con los fondos de la gran pinacoteca de la pintura mundial, el Museo del Louvre, que dispone solo de una obra del flamenco, ‘La nave de los locos’. El Bosco fallece en 1516, según un asiento del 9 de agosto de ese año, realizado por la Hermandad de Nuestra Señora. Con todo esto es como parece lógico que sea el Museo de El Prado el que se vuelque en este quinto centenario de su muerte con una exposición que centrará la atención de los amantes del arte del mundo entero, ya que pocas veces se podrán reunir tal cantidad de piezas procedentes de las más diversas e importantes pinacotecas. La muestra, que se inaugurará el 31 de mayo, y permanecerá abierta hasta el mes de septiembre, estará compuesta por 65 obras, 35 de ellas firmadas por el propio autor, y que tendrá su momento cumbre con la reunión de tres de sus grandes trípticos: ‘Las tentaciones de San Antonio’, ‘La adoración de los Magos’ —restaurada para la ocasión— y ‘El jardín de las delicias’. Estará dividida, según el Museo de El Prado, en cinco secciones de carácter temático, a las que se añadirá una sexta dedicada a los dibujos. Una introducción situará al artista en su contexto vital centrado en la ciudad y en el taller familiar en el que creó todas sus obras, relacionándolo con artistas de la localidad como Alart du Hameel o Adriaen van Wessel. Un epílogo mostrará su influencia posterior en un siglo XVI que estará marcado en muchos creadores por lo que se ha dado en llamar ‘lo bosquiano’. ¿Y cómo podríamos definir ‘lo bosquiano’? Pues como una manera de representar única, surgida de las interpretación y visualización de las escrituras y textos religiosos tan presentes en esa Edad Media que tocaba en estos momentos a su fin. Es esa libertad que surgía de un nuevo tiempo, que movía el foco del ámbito estrictamente religioso al humano, el que permitía a El Bosco realizar unas escenas abrumadoras, repletas de elementos fantásticos, surgidos de aquellos bestiarios medievales, trasladando lo que eran seres que aparecían en las letras miniadas de los códices o en pequeñas ilustraciones, en todo un fabulario que, a buen seguro asombra más al público de hoy en día que al propio espectador de la época, que manejaba muchos de esos códigos de representación o esas lecturas que a nosotros ya se nos escapan. De ahí la inteligente interpretación que de El Táboa Redonda Domingo 24 de xaneiro de 2016 elpRogreso 3 las tentaciones de Lisboa Luis María Marina Editorial Trea Páginas 144 Precio 18,00 € Bosco realiza el escritor, y también licenciado en Historia del Arte, Antonio Muñoz Molina: «No hay indicios de que fuera un heterodoxo o un radical religioso o político. Lujos así no podía permitírselos un artesano de la pintura. Era un miembro respetado de la comunidad, y tenía una clientela variada e influyente. De modo que nada de visiones delirantes que no pudieran ser comprendidas por sus contemporáneos, y que debieran esperar varios siglos hasta merecernos a nosotros». Con muchas dudas, incluso en las dataciones de sus obras, a la hora de establecer un discurrir cronológico de sus pinturas, para poder establecer un discurso evolutivo. Sus obras se presentan como auténticos mundos singularizados. Surgidos a raíz de una temática que acciona todo ese universo plástico con un referente que lo fue durante muchos siglos en la historia de la pintura, como la ‘Leyenda áurea’ de Jacobo de la Vorágine, publicada en holandés en 1474, y en la que se relataban numerosas vidas de santos incidiendo en una intensidad que muchas veces no se ajustaba a los hechos reales, derivando más en aspectos fantásticos, que provocaban más atención en los fieles, siendo más favorables a la propagación de la fe, que otros relatos vinculados a las parábolas de la Biblia, más difíciles de entender por el vulgo. El Bosco llevó hasta un extremo nunca antes visto estos relatos, esas vidas de santos repletas de sacrificios, de infiernos, de mendigos, de enfermos, de seres imaginarios, de aves increíbles, de maravillosos paisajes, de seres alucinantes, de insectos, de vegetaciones impensables, de detalles sorprendentes e inagotables en esa lucha permanente entre el bien y el mal, cada vez que uno se aproxima a cualquiera de sus obras. Esos mundos absorbentes logran que te olvides del personaje que los creó, que te dediques durante mucho tiempo, sin duda más que ante cualquier otra pintura, a observarlos bajo un estado de estupor y admiración por cómo un hombre era capaz de interpretar así su mundo, ese que ahora llega a nosotros 500 años después de una manera nunca vista y analizada hasta hoy. A la espera del aluvión de catálogos y publicaciones que indaguen en la vida y obra de El Bosco, merece la pena destacar un ensayo publicado en 2015 que se acerca a El Bosco de una manera diferente a como lo puede hacer un estudio puramente artístico. ‘Las tentaciones de Lisboa’ es un maravilloso e inspirador texto que parte de una de las piezas más importantes de El Bosco, ‘Las tentaciones de San Antonio’, que llegará a Madrid desde Lisboa, para adentrarse en universos culturales relacionados con el mundo de las tentaciones como los de Buñuel, Pessoa, Flaubert o Tarkovski. El libro cuenta con un prólogo de Alberto Ruiz de Samaniego. Táboa Redonda Domingo 24 de xaneiro de 2016 elpRogreso 4 por Quinito Mourelle A propósito de Ingres L A INFUSIÓN SE ha dormido en la taza de tanto esperarme. Me he quedado absorto pensando que quizá la exposición de Ingres se canse también de esperarme, aunque sabe bien que no voy a ir. Me asustan las pinacotecas atestadas, y los caballeros don Tiempo y don Dinero no me aconsejan un desplazamiento corpóreo, aunque sería muy saludable superar esos inconvenientes. Siempre me ha atraído la obra pictórica de Ingres, pero nunca me había preocupado por indagar sus posibles mimbres teóricos hasta que cayó en mis manos el libro ‘Ingres. Perpetuar la belleza’ (Casimiro, 2015). Mi escaso conocimiento del ideario del francés lo suplía con la simple y gozosa admiración de su estética. A pesar de sus temas, sus cuadros me parecían —y me parecen— modernos, sofisticados e intemporales. Leí casi de un tirón la citada obra, en la que se recopilan los escritos del pintor, y me topé con la sorpresa de una concepción ultraconservadora. Siguiendo al pie de la letra las máximas de Dioniso de Halicarnaso que recogí en otro artículo publicado en este suplemento, Ingres proclamó que «Homero es el principio y el modelo de toda belleza, tanto en las artes como en las letras»; consagró su vida a la imitación de los clásicos y de Rafael; arremetió contra Voltaire; maldijo a Byron y a Goethe y propuso, por citar dos ejemplos, retirar algunos cuadros del Louvre y que no se pintase sobre ciertos temas. No, no era un adalid de la libertad precisamente. Por ello no puedo estar más en desacuerdo con sus planteamientos. Sin embargo, en una sociedad como la nuestra que encumbra la mediocridad y acoge con fervor inusitado las modas más ridículas, su rendición incondicional ante la belleza, el señor norris cambia de tren Christopher Isherwood Editorial Acantilado Páginas 260 Precio 20,00 € En 1931, a bordo de un tren con destino a Berlín, William Bradshaw conoce a Arthur Norris, un británico de aspecto cómico e la antigüedad y la naturaleza me resultan hoy, cuando menos, razonables. También se refugió Giorgio de Chirico en la imitación de los antiguos maestros —aunque con una actitud más nostálgica y paródica—, años después de haber dejado su marchamo en las incipientes vanguardias de principios del siglo XX. Aquel inesperado viaje al pasado, aquella forma de abjurar de sí mismo, desconcertó a la crítica y a sus amigos surrealistas, quienes glorificaban, en cambio, la producción de su etapa metafísica. La lectura de ‘La metafísica esclarecida’ (Visor, 1990), de Maurizio Calvesi, es la mejor recomendación que puedo hacer a quien quiera desentrañar las claves de un visionario que reculó cuando el mundo le exigía repetirse una y otra vez. En su última etapa el italiano volvió a su estilo metafísico, pero tuvo la revoltosa idea de fechar sus cuadros como si hubiesen sido pintados en su primera época, poniendo así en solfa la paciencia de críticos y galeristas, más afanados quizá en la cotización de un mito que en el valor pictórico real de los cuadros. Una trayectoria similar fue la que trazó Igor Stravinski, mundialmente reconocido por haber provocado un hiato irreparable en la sensibilidad musical europea con su estreno de ‘La consagración de la primavera’, pero luego entregado en cuerpo y alma a la recuperación de las formas clásicas. En vano se lamentaba de que se le hubiese hecho revolucionario a su pesar. A muchos les resultará sorprendente la lectura de su ‘Poética musical’ (Acantilado, 2006), que re- intrigante con el cual entabla una amistad que le llevará a descubrir su ambigua personalidad. El señor Norris dirige un turbio negocio de importación y exportación en Berlín. Vive atemorizado por sus acreedores y su secretario Schmidt y sometido a su amante, la prostituta Anni. Se define, según la ocasión, como militante comunista, orador político, espía o agente doble. Como ‘Adiós a Berlín’, ‘El señor Norris cambia de tren’ está inspirada en las experiencias del propio Isherwood en el Berlín de la República de Weimar, y evoca con incomparable agudeza las luces y las sombras de la ciudad durante el auge del nazismo. Ambas constituyen ‘Historias de Berlín’, considerado uno de los cien mejores libros en lengua inglesa del siglo XX según la revista Times. Christopher Isherwood (Cheshire, 1904 –Santa Mónica, 1986) abandonó Gran Bretaña en 1929 para instalarse en Berlín, donde fue testigo de la llegada del partido nazi al poder. En 1933 dejó Alemania y recorrió China en compañía de W. H. Auden, con quien se estableció en Estados Unidos. ‘Adiós a Berlín’ es su obra más célebre y ha sido adaptada al cine en dos ocasiones: ‘Soy una cámara’ (1955) y el musical ‘Cabaret ‘(1972). por R.L. A finales del próximo mes de marzo se clausurará en el Museo del Prado la exposición dedicada a Jean Auguste Dominique Ingres, quien afirmó que «los artistas que faltan al respeto a la naturaleza le dan a su madre un puntapié en el vientre». vidas frágiles, noches oscuras Hiromi Kawakami Editorial Acantilado Páginas 260 Precio 18 € Lili es una mujer de treinta y cinco años que vive con Yukio, su marido, a quien hace tiempo que no ama. Haruna, su mejor coge una serie de conferencias impartidas por el compositor en la Universidad de Harvard en la década de los cuarenta. Recuerdo especialmente de ella sus elogios a Tchaikovsky, grandioso pero nunca transgresor, y su acérrima defensa de la melodía como principio rector de la música: «Lo único que sobrevive a todos los cambios de régimen es la melodía». La música contemporánea discurría ya por derroteros muy distintos cuando hizo esta afirmación. Reflexionando al hilo de los escritos que algunos creadores dejaron sobre su obra, me atrevería a afirmar que quizá todas las personas que nos dedicamos de algún u otro modo —y con mayor o menor acierto— a ensalzar la cultura, emboscamos un impulso dictatorial, una inclinación elitista a imponer una visión particular que, en última instancia, revela nuestro miedo a la muerte. Queremos reinventar el mundo con la urgencia de que cambie antes de nuestra desaparición y, como Ingres, deseamos «vivir en la memoria de los hombres» después de muertos. Por ello siento pudor por todo cuanto escribo, por pernicioso y contaminante. Les ruego, por tanto, que no me tengan en cuenta. amiga, está enamorada de Yukio desde que lo conoció, y Lili sospecha que ambos la engañan, pero decide no hacer nada al respecto. Una noche conoce a Akira, un hombre más joven que ella, con el que inicia una relación. Las historias de los cuatro amantes se entrelazan sutilmente en esta novela, en la que Hiromi Kawakami, con su prosa sensual y concisa, nos invita a reflexionar acerca de la soledad y la naturaleza de las relaciones humanas. En ‘Vidas frágiles, noches oscuras’ la autora japonesa se muestra melancólica; sentimental, y dura sin ser cruda y sin evitar las referencias explícitas al sexo. Hiromi Kawakami (Tokio, 1958) estudió Ciencias Naturales y fue profesora de Biología hasta que en 1994 apareció su primera novela. Sus libros han recibido los más reputados premios literarios, que la han convertido en una de las escritoras japonesas más leídas. En castellano han aparecido sus libros ‘El cielo es azul, la tierra blanca’ (Acantilado, 2009), que recibió el premio Tanizaki, y ‘Algo que brilla como el mar’ (Acantilado, 2010). También es autora de otros títulos, como ‘Abandonarse a la pasión’ (Acantilado, 2011), ‘El señor Nakano y las mujeres’ (Acantilado, 2012) y ‘Manazuru’ (Acantilado, 2013). por R. L. Táboa Redonda Domingo 24 de xaneiro de 2016 elpRogreso 5 Apariciones de John Lennon por Antonio Costa Gómez Recuerdo las ‘Seis apariciones de Lenin sobre un piano’ de Dalí. No creo que Lenin amara la música de piano ni tuviera aptitudes para disfrutarla. Yo prefiero que se me aparezca John Lennon. Con él se podría ir de tazas por la calle de los vinos de Lugo, podríamos hablar de canciones y de aventuras. Lenin no sería capaz de inventar mundos sin doctrinas, fotografiarse desnudo con Nadezda Krupskaia o alborotar al mundo con canciones libertarias. A MÍ JOHN LENNON se me apareció principalmente cinco veces en cinco lugares del mundo. Una vez entré en el Central Park de Nueva York, desde el edificio Dakota donde vivía Lennon, y de repente lo vi en el suelo. Estaba marcado el sitio donde el gilipollas de cabeza cuadrada le disparó. Había un círculo en el suelo, marcando el sitio donde murió. Había velas ardiendo, piedras con papelitos, recuerdos varios. Era como un santo laico, libre, bebedor, que vivió la vida. Que rompió moldes e invitó a romperlos, que defendió la paz llena de vida. A mí me gustan esos santos. Otro día estaba en Tokio, en el barrio Harajuku, y caminé por la calle Omotesando, los Campos Elíseos de allí, llena de juventud, elegancia y movimiento, donde incluso está el gallego Adolfo Domínguez. Y luego entré en la famosa calle Takeshita, donde vibran los adolescentes rompiendo los moldes tradicionales, miraba tiendas y bares de todos los estilos y colores, sueltos, audaces, sin cortapisas, y de repente veo una tienda especializada en los Beatles, que vende camisetas, pósters con la imagen de Lennon, portadas de discos, antiguos vinilos, qué sé yo. Y también me pareció mágico que estuviera allí, que rompiera todas las barreras, que fuera un impulso de entendimiento y a la vez de ruptura. Un día paseaba por la La Habana y me encontré en el parque John Lennon. En un banco estaba Lennon mirando con desenfado, de manera informal, con sus gafas redondas y Consuelo quiso fotografiarse con él. Poco antes íbamos por la calle y se nos acerca una pareja y nos lleva a un bar donde nos dan agua sucia en lugar de mojito con un precio astronómico y nos piden que les demos 500 dólares como solidaridad internacional entre los pueblos —y yo siempre soy un hippie que llevo mi dinero justo— y pensé que un país donde ocurre eso evidentemente no va bien. Y pensé que estaba bien que Lennon rompiese rigideces de funcionarios, mecanismos de burocracias, propagandas doctrinales, con su vitalismo, con su desenfado, con su naturalidad. Pensé que unos tipos rompedores que hablan de locos en las colinas, de mundos en paz sin divisiones doctrinales, de submarinos amarillos en los mares, son necesarios en esos mundos estrictos. Ya el solo hecho de que su canción más famosa llame a imaginar es una alegría. Porque hace mucha falta la imaginación y el tener ideas sobre mundos imposibles. Hace unos años visité Albania. Y quise ir al puerto de Durres para bañarme sin turistas y para recordar que allí iba de marcha Catulo que la llamaba ‘la taberna del Adriático’. Y también allí está en un banco, tocando la guitarra, con sus gafas redondas que no le aprietan la cabeza, inclinado hacia un lado. Él está siempre sentado o apoyado en una pared, relajadamente, sintiendo la vida, no está en una tribuna predicando, solo nos invita, no quiere adoctrinarnos en nada. Supongo que está allí desde la caída del poderoso Enver, porque no creo que lo permitieran durante la dictadura, donde hasta se ponían micrófonos en las tumbas, como cuenta Ismail Kadaré en una novela. Es una señal de apertura, de regreso a la vida, aunque sea dentro de las ferocidades del capitalismo y esperando masas de turistas. Pero tal vez lo más llamativo fue en Praga. Yo iba a la isla de Kampa para buscar la casa de Wladimir Holan, para contárselo a mi amigo el gran holaniano Anxo Pastor, y en el callejón que lleva allí en un recodo del puente Carlos encontré el muro de Lennon, donde lucen siluetas del profeta de la imaginación y la paz, con un montón de gente admirándolo, lleno de imágenes de colores, de frases sobre revolución imaginativa, sobre el amor, sobre Krishna, sobre cambiar el mundo, una especie de alucinación fervorosa. Aquella es un verdadero santuario al aire libre, el vaticano del lennonismo, la religión abierta y libre sin doctrinas ni jerarquías, s i n mandatos coñazo, que invita a la gente a vivir, a hacer el amor, a soltarse, a vivir la música, es la religión de la música y de la soltura, de la mezcla de culturas, del romper todas las rigideces. Y Lennon aparece allí como un profeta que no grita, que no te manda al infierno, sino que te invita a follar, a hacer amigos, a alucinar con la vida, a ser libre, y eso me parece genial, y las gafas redondas de Lennon, que son su símbolo, invitan a ver el mundo de manera abierta, giratoria, vertiginosa , son gafas de quitar y poner, que no te sujetan, que no te aprisionan, que no te falsean el mundo. Yo voy a ver Wladimir Holan, pero me hace gracia ese santuario simpático y sin hipotecas, y me quedo un rato. Ya vi ese santuario en los años ochenta, cuando aún estaba el comunismo y el universo de ‘La confesión’ de Costa Gavras, y entonces tenía todavía más sentido, era algo más audaz, el muro era una especie de puerta mágica de salida. Entonces les hacía mucha falta Lennon. Yo hablaba con tipos sentados en el suelo en el puente Carlos y me decían que eran disidentes, y yo les decía que también era disidente, me preguntaban que si era disidente del gobierno español, y yo contestaba que era disidente en España, en Europa, disidente en todo, disidente en general. Y ellos me ofrecían bebida y en esa época sí les venía muy bien Lennon en el muro invitando a imaginar mundos, cantando locuras, evocando submarinos amarillos. Táboa Redonda Domingo 24 de xaneiro de 2016 elpRogreso 6 {Fatiga ocular} por Camilo Franco O público somos todos Pasadas unhas eleccións sen desenlance, a palabra ‘cambio’ aparece cansa. Pero ‘Escenas do cambio’ comeza esta semana entrante en Compostela como unha indagación sobre a contemporaneidade dos feitos escénicos e sobre se nelas manobran os mesmos pesos que caen sobre a sociedade. Con ou sen desgoberno. C AMBIO É unha palabra moi valorada na propaganda política. Cun alto valor simbólico e un case nulo valor argumental. Como moita poesía. ‘Cambio’ é unha palabra que pode ser utilizada por uns e os seus contrarios, cada un ao seu xeito e todos levar razón. É unha palabra chaqueteira. Pode ser utilizada para case calquera cousa co seu efecto calmante incorporado. A esta palabra sucédelle o mesmo que ao eslogan ‘Facenda somos todos’: pode ser usado para obrigarnos a pagar a nós, pero non pode ser usado para que paguen os ricos. Porque os ricos non son todos. Pero nos dous casos funciona a ilusión social, a mentira das palabras ou esa esperanza de clase vencida polas forzas da historia: sempre que nos prometen un cambio desbotamos que cumpran a súa palabra e que o cambio sexa a peor. O festival ‘Escenas do cambio’ (Cidade da Cultura, Santiago, do 28 xaneiro ao 13 de febreiro) promete unha indagación sobre os cambios que operan na sociedade, nos colectivos, nos grupos, en toda esa amalgama de pluralidades que estatisticamente se estudan por separado, pero que a forza do uso sostén que é sempre o mesmo: o público. Ese animal invocado, como o cambio, e utilizado segundo conveña ao discurso. Esa palabra que vale para defenderse atacando, que vale para designalo todo e non mencionar nada. O festival quere demostrar que hai unha conexión entre o que pasa na sociedade e o que pasa nos escenarios. Que a comunicación existe e mesmo que é fluída. Que o teatro é sensible mesmo cando non quere selo. Que mirar teatro é mirar o que sucede na sociedade que o produce. E chegar a unha conclusión. No festival, público adquire dobre condición porque público e quen asiste a esa conclusión, convertendo o reflexo en reflexión. No festival, público está antes e despois da representación. Con toda esa mesma indefinición amplísima, con toda a manipulación que se poida facer. Con todo o peso do que se pode negociar pero non se pode ignorar. O público non se sabe quen é, pero todo o mundo é público. Todos sabemos que nada é igual desde a crise. Non é que o mundo sexa peor, é que nós vivimos peor. Sabemos tamén que no mundo cultural nada é igual desde a crise. Non tanto pola parte da industria e os seus cálculos de supervivencia, como porque o punto de vista variou. E non deixa de ser curioso, porque crise levamos varias desde hai cincuenta anos para acó. O que denuncia a crise, o que debería denunciar a cultura, non é tanto as condicións que nos deixan, como a desmemoria dos bos tempos. O ninguneo dalgunhas palabras e a burla de outras. No 71 houbo unha crise, no 92 houbo outra. Creo que me deixo unha polo medio. Algo non debemos aprender ben cando no instituto alguén falou do eterno retorno. Houbo un tempo en que demos en aceptar político como un cualificativo descualificante. Eses anos, curiosamente, coincidían cos de bonanza —ese cabalo vén de...— así que facer teatro político era mal mirado e a xente facíase cruces de sosegado escándalo asegurando que iso eran rancios tempos, asuntos superados, ferruxe e pasquín. Teatro vietnamita. Non gustaba nin propaganda nin axitación. Sen medir que dicía cada cousa era todo clasificado directamente como panfleto. O teatro, leal ao seu traballo de espello confiable, explicaba o punto de vista da sociedade. A política era un traballo sucio e para qué mancharse. E as voces acomodadas pedían: dáme ego, dáme beleza, dáme interior, dáme calmantes, dáme veleno que quero morrer acomodado. Pero chegou a crise e mandou parar. E o teatro segue fiel a ese oficio de contar a sociedade aínda que os que fan teatro non pretendan. E antes da crise o teatro estaba ensimesmado e, coas malas noticias, foi espertando para descubrir, como a sociedade, que a política non é boa nin mala. A política é como as ferramentas, ou como o teatro: depende de para que se fai. E a estas alturas dunha crise sen luz ao final do túnel, dicir teatro político non quere dicir panfleto e palabras como clases populares ou proletariado semellan rescatadas dunha artesa vella como aqueles libros que explicaban que cando un cala, alguén falará por el. Hai un territorio político que o teatro está tentando percorrer. Quizais non utilice as mesmas linguaxes de hai corenta anos, pero ten as mesmas intencións e, sobre todo, non deixa de ser político. Porque todo é política. Incluso a economía. Quizais as liñas cruzadas que describa o festival, as coreografías ou esa incógnita escénica das colaboracións dos espectadores acaben por volver explicar o que todos sabiamos, o que todos quixemos ignorar e a crise devolveunos con claridade transparente. No mundo contemporáneo a gran diferenza é a mesma de toda a historia: a diferenza de clase. Só que agora a clase está decidida polos cartos. Pode que o festival chegue a esta conclusión e, de paso, a estoutra: digan o que digan de Facenda, o público si que somos todos. Táboa Redonda Domingo 24 de xaneiro de 2016 elpRogreso 7 por Javier Nogueira A guerra eterna S I VIS PACEM, parabellum’ di o refrán latino, en realidade nunca así formulado porque Vegecio, o principal tratadista militar romano César á marxe, nunca utilizou o imperativo se non un condicional estrito. Quizais por iso os distintos países, entre eles España, interpretaron mal o asunto e levan preparando e facendo a guerra demasiado tempo, ata convertela en eterna, sen chegar nunca a acadar a desexada paz. Para mostra, a mesma España, que dende 1492 ata 1975 só disfrutou de 97 anos de paz, a meirande parte deles durante a segunda metade do século XVIII. Con tal paixón pola cousa bélica é comprensíbel que a historia dun país poda explicarse a través dos seus conflitos. É o que fai con pretensións enciclopédicas o historiador santiagués Juan Carlos Losada no seu ‘Historia de las guerras de España’, que publica Pasado & Presente, un exhaustivo repaso a todas as ocasións nas que os españois loitaron contra outros pobos ou entre si. A elaboración dun libro destas características é un desafío enorme pola diversidade das materias a tratar. As grandes guerras esixen síntese e non resulta sinxelo condensar relatos como a conquistado do Perú ou a Guerra de Independencia nuns poucos folios. Por outra banda, os conflitos de menor entidade requiren a explicación dun contexto ou mesmo un anecdotario que, se non se enfoca cun certo aquel, pode converter a obra en algo específico de máis. Hai que ter moita graza para sacar algo serio dunha guerra chamada ‘a da orella de Jenkins’. Losada cumpre con sobresaínte nas dúas circunstancias. A miña experiencia lectora no eido da historia militar está chea de problemas. É materia de enorme interese pero semella que reservada en moitas ocasións aos propios soldados. Abundan panoramas escritos por militares, cuxo coñecemento técnico é innegábel, e escasean os elaborados por historiadores. Isto supón un problema para todo aquel que busque un relato neutral, xa que os primeiros sacrifican en moitas ocasións a rigorosidade para caer na exaltación heroica ou patriótica. As teses de Losada atacan o alicerce mesmo desta metodoloxía para o caso español. En canto ás guerras dos Austrias, a emoción dos triunfos eclipsou a ruína completa dun país que substituíu o tecido do precapitalismo polo ouro das Américas e quedou embarcado en guerras imposíbeis de gañar no norte de Europa —especialmente brillantes son as descricións da guerra en Flandes—. As guerras dos primeiros Borbóns preséntanse como empresas persoais sen sentido. A partires da Guerra da Independencia, incide o autor na permanente confrontación entre dúas visións de país —que aínda non desapareceron, en realidade— e na especial concepción imperialista dos espadóns, que repetiron o patrón holandés: imperialismo brutal, desastre económico, imposibilidade dunha vitoria real, mantemento dun determinado statu quo na política interna para ocultar uns fracasos {El vicio solitario} El enemigo por Portorosa «El libro habla de un hombre cuyo despecho amoroso, que en ese momento lo abarca todo, parece la culminación de una situación» T ODO EL poder de Google ha resultado inútil para corroborarlo, pero recuerdo que hace años leí una entrevista a Ray Loriga en la que decía que le parecía tan tonto que alguien lo leyese por su aspecto como que no lo hiciesen por lo mismo. Y ya me cayó bien. De Loriga he leído ‘Lo peor de todo’, ‘Héroes’, ‘El hombre que inventó Manhattan’ y ‘Ya solo habla de amor’. Y todas me gustaron, a pesar de lo distintas entre sí que me parecieron: las dos primeras, bastante bukowskianas; la de Manhattan, atípica, como si él fuese de allí, Historia de las guerras de españa Juan Carlos Losada Editorial Pasado & Presente Páxinas 1.000 Prezo 39,00 € y la última, ‘Ya solo habla de amor’, completamente diferente, me encantó y me aburrió. Eso puede ocurrir —a mí me pasa a menudo, de hecho—. Creo que le daba demasiadas vueltas al tema, pero eran unas vueltas brillantes, que con el tiempo son lo que recuerdo. El libro habla de Sebastián, un hombre cuyo despecho amoroso, que en ese momento lo abarca todo, parece la culminación de una situación, de un planteamiento vital, ya bastante deprimentes en general; al menos para él, a la vista del resultado. El narrador en tercera persona conjura, aunque solo sea gramaticalmente, el riesgo de caer en la autocompasión, pero el caso es que el pobre Sebastián se lamenta de bastantes cosas, en un tono triste y lúcido, a veces defensivamente cínico y otras hundido. «La luz en las ventanas de las casas ajenas nos habla siempre de una felicidad que existe solo fuera de nosotros», dice. Y lo interesante es que no son las palabras de alguien castigado por la vida, sin posibilidades, aunque en ese momento Sebastián se sienta así, sino el que sempre tiñan os mesmos prexudicados: os cidadáns comúns. Nun panorama tan amplo, por forza, teñen que existir imprecisións ou interpretacións cuestionábeis. Hai que desculpar ao autor dado que son moi escasas e a argumentación é sempre sólida, baseada nunha investigación fonda que recorre a obras de referencia en español para facer pé. Non obstante, non se trata dun traballo académico senón de corte máis divulgador, algo que se pode apreciar na práctica inexistencia de notas de referencia ou información enciclopédica. Quizais por ser este o ton do libro bótase máis de menos o apoio de esquemas. Autor e editor optaron por mapas e gravados de época, interesantes dende un punto de vista artístico pero pouco útiles á hora de acompañar a profusa información que se ofrece no texto. E todo isto nun molde moi axeitado, cunha narración fluída, con moito ritmo, na que só sobran os xerundios —realmente incómodos e cada día máis utilizados— e falta quizais unha revisión global para evitar repeticións. Detalles menores que non arroxan sombra sobre un libro monumental destinado a converterse en referencia sobre o bélico en España. resumen de una actitud, su sino: limitarse a presenciar la felicidad, a desearla, incluso a construirla, pero sin llegar nunca a sentirla. Se promete que en un futuro su amor «será tan bueno como el de cualquiera y será uno de esos amores que hace cosas, que joden alegremente, que disfrutan, que se divierten, que viven...». Pero, aunque su desesperación sea sincera, se engaña, porque Sebastián se tiene a él en contra, como reconoce al compararse con una mujer que cuenta «con lo mejor de sí misma como aliado, cuando él ha contado siempre con lo mejor de él mismo como enemigo». Y esto lo explica todo: sus disquisiciones teóricas, sus dudas, su represión, su distancia de la vida. Uno mismo como enemigo; uno mismo como incordio. Renunciando de antemano, anticipando el desencanto, tirando de las riendas, inventando excusas, poniendo pegas, incapaz de relajarse en una satisfacción que nunca está a la altura del modelo. Esa puñetera manera de ser que puede resumirse, como me dice mi novia, en no saber ser feliz. Táboa Redonda Domingo 24 de xaneiro de 2016 elpRogreso 8 por Santiago Jaureguizar Aznar usa colonia de vocación atlántica? H AI ANOS achegueime a uns metros do poder. Eu vexo o poder como o duque de Saint Simon vía a Luís XIV, sobre o que escribiu que «irradiaba a mesma maxestosidade coa súa bata de vestir que cando dirixía a súas tropas dacabalo do seu corcel». Como legado da súa grandeza, o monarca deixou o Palacio de Versalles. Aproveitei unha visita de Aznar a Lugo para achegarme ao poder. O daquela presidente do Goberno español voou dende La Moncloa nun helicóptero, o Air Force One de Cuatro Vientos, para amosar maxestosidade. O aparello pousou nun dos outeiros que rodean Lugo. Debía inaugurar un centro de investigación gandeira. Descendeu do helicóptero con andares de estrela convidada nun vídeo de Cali e El Dandy nos que unha chea de mulatas en biquini cantaruxa unha letra de ‘dolce stil nuovo’ que distinguen as cancións de reggaeton. Aznar vestía camisa branca e pulseira de causa humanitaria. Pregunteime polo perfume que botara. Non desboto que fose un perfume de vocación atlantista; quen sabe se un aroma Green Irish Tweed, como levaba Clint Eastwood en ‘Harry, O Sucio’. Nunca o saberei. Abrín o nariz cara ao mandatario, pero os escoltas non me deixaron achegarme. Tamén ignoro a que ule o Congreso dos Deputados. Debería visitalo. Sempre está ben coñecer lugares cómodos para a somnolencia da sobremesa. Unha xornalista viguesa informounos de que o aroma das bancadas de Podemos era fedorento. O poder é irrespirable. Un manual de vida cortesá francesa de 1700 que se entregaba os novatos en Versalles, ‘A ética galante’, recomenda lavarse unicamente unha vez ao ano porque pode perxudicar a sáude. Como unicamente vexo o edificio da Carreira de San Xerome pola televisión e moi de cando en vez, non me preocupan os riscos olfactivos que se corran dentro. Menos se Carolina Bescansa aleita o seu cativo no medio do Parlamento. Se pretendía denunciar o problema de moitas nais paréceme correcto. Hai demócratas que se incomodaron. Mesmo un periódico conservador acusouna dun crime de «alta burguesía» pola rúa orixe familiar, como se se puidese elexir ou como se houbese mancha ética en aproveitar as facilidades que a vida lle regala a un. Xa metidos no incomprensible debate aromático-mamario, a prensa destacada en Madrid non nos informou sobre o olor de Pedro Sánchez. O líder socialista é tan anodino que debe recender a aseado sen máis, tal e como recomenda calquera nai sensata. Mesmo nunca nos ilustraron sobre o cheiro de Mariano Rajoy. Aposto por unha colonia de La Toja. Albert Rivera, con ese aspecto de modelo baixiño de Emidio Tucci, aparenta botarse Tommy Hilfiger. O perfume non traspasa a pantalla do televisor, polo que me preocupa máis a solvencia intelectual que se reúne no hemiciclo. Podemos gaña longamente, aínda que non desprezo a Mariano Rajoy. O mandatario español demostrou ser un portento memorístico hai trinta anos facendo Rexistros e fíxose un caudal lector con numerosas horas dedicadas á prosa stendahliana da prensa futbolística. Penso agora no presidente do Congreso. Patxi López, que se formaba en primeiro de Enxeñería con 28 anos cando empezou a escribir currículo político, coñece a obra de Kirmen Uribe. Recitou ‘Maiatza’ (‘Maio’) do poeta vasco na súa investidura como lehendakari. Si, xa saben, López fixo historia nese mandato porque a rendición de Eta o sorprendeu un tren que se dirixía a Chicago. Seica escoitaba ‘Ponte sobre augas tol- Teño curiosidade por saber a que cheira o poder. Disque ule a medo a perdelo. O único poderoso ao que dei uliscado foi a Aznar, pero hai quen di que os de Podemos feden. das’, de Simon e Garfunkel, no walkman para distraerse. Toda a habilidade que encauzara Zapatero para pacificar os Parabellum desperdiciouna López admirando os Grandes Lagos. No vagón lembraba o poema de Uribe: «Vén e poremos verdes aos vencedores». No primeiro día de lexislatura Rajoy observaba os deputados de Podemos como se mirase uns nómades danzando arredor dunha fogueira clandestina na Moncloa. Contemplaba horrorizado as grandes colas de babuíno que levaba Alberto Rodríguez prendidas na cabeza. Tras velo, lanceime a buscar unha novela que explicase ao presidente do Goberno ese golpe de calor que levou nos fuciños. Alianza Editorial vén de editar ‘Los miserables’ (1862), de Victor Hugo. Se fixese esa lectura, Rajoy apartaría os ollos do boletín oficial da Florencia madridista para dirixilos cara á xente do común. Podería memorizar o consello de Hugo: «o que se di sobre os homes ocupa tanto nas súas vidas como aquilo que fan». Nese libro, o mandatario español atoparía outras razóns para comprender o bebé mamando e as rastas votando. O personaxe de apertura, Charles Myriel, era fillo dun parlamentario francés, polo que «estaba destinado a ser parlamentario»; pero opta por ser bispo. Victor Hugo traza un xerarca católico singular, inesperado no século XIX. O bispo é un avanzado á Teoloxía da Liberación e á Nova Política que acampou no Congreso. Como bispo correspóndenlle 15.000 francos. Repárteos entre pobres, escolas e cárceres ata quedar cos 1.000 imprescindibles dos seus gastos. A maiores, cede o pazo episcopal para hospital e rexeita unha dilixencia para visitar parroquias. Fago unha nova parada nas páxinas de ‘A ética galante’ para informarme de que atrapar piollos na cabezas alleas era un pasatempo nobre en Versalles e deixo o colofón para o que escribiu Victor Hugo en 1862: «Parecen depravados, corruptos, viles e odiosos; pero é raro que aqueles que chegaron tan baixo non teñan sido degradados no proceso, ademais, chega un punto en que os desafortunados e os infames son agrupados. Eles son os miserables, os parias, os desamparados».