Betania: santuario de la Resurrección de Lázaro Huellas de nuestra

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de nuestra
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Betania: santuario de la Resurrección de Lázaro
El santuario actual fue construido en 1954. Firma: Azaria (Panoramio).
Nos narran los Evangelios que Jesús no tenía dónde reclinar su cabeza, pero nos cuentan
también que tenía amigos queridos y de confianza, deseosos de acogerlo en su casa (Es Cristo
que pasa, 108). Entre aquellos amigos, destacan Marta, María y Lázaro, los tres hermanos que
vivían en Betania. Aunque desconocemos el origen de su relación con el Señor, sabemos que
se trataban con un cariño y una cercanía grandes, manifestados en muchos detalles
entrañables. ¿Cómo no recordar con simpatía el diálogo de Marta con Jesús, cuando ella se
lamenta de su hermana?:
“Una mujer que se llamaba Marta le recibió en su casa. Tenía esta una hermana llamada
María que, sentada a los pies del Señor, escuchaba su palabra. Pero Marta andaba afanada con
numerosos quehaceres y poniéndose delante dijo:
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—Señor, ¿no te importa que mi hermana me deje sola en las tareas de servir? Dile
entonces que me ayude.
Pero el Señor le respondió:
—Marta, Marta, tú te preocupas y te inquietas por muchas cosas. Pero una sola cosa es
necesaria: María ha escogido la mejor parte, que no le será arrebatada” (Lc 10, 38-42).
Betania, en la vertiente oriental del monte de los Olivos, a tres kilómetros de Jerusalén,
suponía junto a la vecina Betfagé el último descanso para quienes subían a la ciudad desde
Jericó. En la antigüedad no pasaba de ser una aldea, aunque no era del todo desconocida: en la
Sagrada Escritura, aparece citada con el nombre de Ananía entre los lugares repoblados por
los benjaminitas tras el regreso de Babilonia (Cfr. Ne 11, 32); el prefijo “bet”, que significa
casa, se habría añadido después, y más tarde fue derivando hasta la forma Betania.
Marta, María y Lázaro debieron de hospedar varias veces al Señor en su hogar. En
particular, durante los días que precedieron a la Pasión, desde el domingo de Ramos hasta el
prendimiento de Jesús. En esa semana, dada la poca distancia que separaba Betania de
Jerusalén, cada día andaba y desandaba el camino —actualmente interrumpido—,
remontando el monte de los Olivos. Por la noche, repondría fuerzas rodeado de sus amigos y
de los discípulos. En uno de aquellos momentos ocurrió un sucedido, protagonizado por
María, del que afirmó el Señor: “dondequiera que se predique el Evangelio, en todo el mundo,
también lo que ella ha hecho se contará en memoria suya” (Mc 14, 9; cfr. Mt 26, 13). El
escenario no es su casa, sino la de un vecino, Simón, conocido con el sobrenombre de “el
leproso”:
“Allí le prepararon una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de los que estaban a la mesa
con él. María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús
y los secó con sus cabellos. La casa se llenó de la fragancia del perfume. Dijo Judas Iscariote,
uno de los discípulos, el que le iba a entregar:
—¿Por qué no se ha vendido este perfume por trescientos denarios y se ha dado a los
pobres?
Pero esto lo dijo no porque él se preocupara de los pobres, sino porque era ladrón y, como
tenía la bolsa, se llevaba lo que echaban en ella. Entonces dijo Jesús:
—Dejadle que lo emplee para el día de mi sepultura, porque a los pobres los tenéis
siempre con vosotros, pero a mí no siempre me tenéis” (Jn 12, 2-8; cfr. Mt 26, 6-13 y Mc 14,
3-9).
La celebridad de Betania no se debe solo a las diversas estancias del Señor, sino que
proviene especialmente del impresionante milagro que allí realizó: la resurrección de Lázaro.
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Desde los primeros tiempos del cristianismo, la tumba de este amigo de Jesús atrajo la
devoción de los fieles, que ya en el siglo IV levantaron alrededor un santuario. La
denominación bizantina del lugar -“to lazarion”- inspiró sin duda el nombre árabe de Betania:
Al-Azariye. De la casa, sin embargo, se perdió el rastro.
Sobre el presbiterio, un mosaico
muestra el encuentro de Jesús con
Marta y María, antes de la resurrección
de Lázaro. Firma: Nicola e Pina
(Panoramio).
La investigación arqueológica ha proporcionado algunos elementos para conocer la
construcción bizantina. Inspirándose en el canon de otras iglesias de la época, como el Santo
Sepulcro, estaba formada por una basílica en el lado oriental, el monumento que cobijaba el
sitio venerado en el occidental y, en el medio, sirviendo de unión, un atrio. La basílica, de tres
naves divididas por columnas con capiteles corintios y pavimentadas con ricos mosaicos,
debió de arruinarse por un terremoto. A finales del siglo V o principios del VI, se edificó otra
iglesia aprovechando en parte la estructura de la antigua, pero desplazando la planta todavía
más hacia el este. Se mantuvo hasta el tiempo de los cruzados, cuando fue restaurada y
embellecida. También en el siglo XII, se levantó una nueva basílica sobre la tumba de Lázaro;
al tratarse de una cámara excavada en la roca, quedó convertida en cripta. Y además, por
iniciativa de la reina Melisenda, se instituyó en Betania una abadía de monjas benedictinas.
Este complejo de edificios cambió entre los siglos XV y XVI, ya que en la zona del atrio
y de la tumba se construyó una mezquita y se dificultó la entrada a los peregrinos cristianos.
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Entre 1566 y 1575, los franciscanos de la Custodia de Tierra Santa consiguieron que se les
permitiera el acceso a la gruta de Lázaro, pero tuvieron que abrir una nueva vía excavando un
pasadizo escalonado desde el exterior del recinto. Es el túnel que se utiliza todavía hoy,
aunque la propiedad sigue siendo musulmana.
En el lado oriental, sobre los restos de las basílicas bizantinas, la Custodia edificó en
1954 el santuario actual. Tiene forma de mausoleo, con planta de cruz griega y una cúpula que
arranca de un octógono. Cada uno de los brazos está decorado con una luneta de mosaico,
donde se representan las escenas evangélicas más destacadas relacionadas con Betania: el
diálogo de Marta y Jesús; el recibimiento de las dos hermanas después de la muerte de Lázaro;
la resurrección de este; y la cena en la casa de Simón. El arquitecto ha logrado un sugestivo
contraste entre la penumbra de la iglesia y la luz que inunda la cúpula, que simbolizan la
muerte y la esperanza de la resurrección.
“Para que tengan vida”
«Jesús es el Hijo que desde la eternidad recibe la vida del Padre (cfr. Jn 5, 26) y que ha
venido a los hombres para hacerles partícipes de este don: "Yo he venido para que tengan vida
y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10)» (Beato Juan Pablo II, Litt. enc. Evangelium vitæ,
25-III-1995, n. 29).
Dios desea que tengamos parte en su vida bienaventurada, está cerca de nosotros, nos
ayuda a buscarle, a conocerle y amarle, pero al mismo tiempo espera una respuesta libre, que
acojamos su llamada (Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 1-3). El relato de la
resurrección de Lázaro contiene muchos elementos que pueden avivar nuestra fe y movernos a
solicitar al Señor lo más valioso que puede concedernos: la gracia de una nueva conversión
para nosotros, y para nuestros familiares y amigos.
La iglesia tiene planta de cruz griega: los extremos están decorados con lunetas donde se
representan las principales escenas ocurridas en Betania. Firma: Alfred Driessen.
Para acercarse al Señor a través de las páginas del Santo Evangelio, recomiendo siempre
que os esforcéis por meteros de tal modo en la escena, que participéis como un personaje más.
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Así -sé de tantas almas normales y corrientes que lo viven-, os ensimismaréis como María,
pendiente de las palabras de Jesús o, como Marta, os atreveréis a manifestarle sinceramente
vuestras inquietudes, hasta las más pequeñas (Amigos de Dios, 222).
En Betania, contemplamos los sentimientos de afecto de Cristo, que revelan el amor
infinito del Padre por cada uno, y también la fe de Marta y María en su poder para devolver la
salud:
“Lázaro había caído enfermo. Entonces las hermanas le enviaron este recado:
-Señor, mira, aquel a quien amas está enfermo.
Al oírlo, dijo Jesús:
- Esta enfermedad no es de muerte, sino para gloria de Dios, a fin de que por ella sea
glorificado el Hijo de Dios.
Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Aun cuando oyó que estaba enfermo, se
quedó dos días más en el mismo lugar” (Jn 11, 2-6).
Otro detalle de las escenas representadas en el interior de la iglesia. Firma: Alfred Driessen.
El Señor conocía lo que iba a ocurrir, pero quiere probar la fe de esas mujeres, mostrar su
poder sobre la muerte y preparar a los discípulos para su propia resurrección con la de Lázaro.
De esta forma, permite que fallezca antes de emprender el viaje hacia su casa:
“Al llegar Jesús, encontró que ya llevaba sepultado cuatro días. Betania distaba de
Jerusalén como quince estadios. Muchos judíos habían ido a visitar a Marta y María para
consolarlas por lo de su hermano.
En cuanto Marta oyó que Jesús venía, salió a recibirle; María, en cambio, se quedó
sentada en casa. Le dijo Marta a Jesús:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano, pero incluso ahora sé que
todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá.
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-Tu hermano resucitará- le dijo Jesús.
Marta le respondió:
-Ya sé que resucitará en la resurrección, en el último día.
-Yo soy la Resurrección y la Vida -le dijo Jesús-; el que cree en mí, aunque hubiera
muerto, vivirá, y todo el que vive y cree en mí no morirá para siempre. ¿Crees esto?
-Sí, Señor -le contestó-. Yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, que has venido a
este mundo.
En cuanto dijo esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en un aparte:
-El Maestro está aquí y te llama.
Ella, en cuanto lo oyó, se levantó enseguida y fue hacia él. Todavía no había llegado
Jesús a la aldea, sino que se encontraba aún donde Marta le había salido al encuentro” (Jn 11,
17-30).
Con la misma confianza que Marta ha usado para reprochar al Señor su ausencia, María
le dirige una queja igual, pero no expresa su fe con palabras, sino con un gesto de adoración:
“María llegó donde se encontraba Jesús y, al verle, se postró a sus pies y le dijo:
-Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
Jesús, cuando la vio llorando y que los judíos que la acompañaban también lloraban, se
estremeció por dentro, se conmovió y dijo:
-¿Dónde le habéis puesto?
Le contestaron:
-Señor, ven a verlo.
Jesús rompió a llorar. Decían entonces los judíos:
-Mirad cuánto le amaba.
Pero algunos de ellos dijeron:
-Este, que abrió los ojos del ciego, ¿no podía haber hecho que no muriera?
Jesús, conmoviéndose de nuevo, fue al sepulcro. Era una cueva tapada con una piedra.
Jesús dijo:
-Quitad la piedra.
Marta, la hermana del difunto, le dijo:
-Señor, ya huele muy mal, pues lleva cuatro días.
Le dijo Jesús:
-¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?
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Retiraron entonces la piedra. Jesús, alzando los ojos hacia lo alto, dijo:
-Padre, te doy gracias porque me has escuchado. Yo sabía que siempre me escuchas, pero
lo he dicho por la muchedumbre que está alrededor, para que crean que Tú me enviaste.
Y después de decir esto, gritó con voz fuerte:
-¡Lázaro, sal afuera!
Y el que estaba muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y con el rostro
envuelto en un sudario. Jesús les dijo:
-Desatadle y dejadle andar” (Jn 11, 32-44).
Escena donde se representa una de las apariciones de Jesús resucitado. Firma: Alfred Driessen.
San Josemaría tomaba pie de este relato evangélico para hacernos considerar:
Realmente, a cada uno de nosotros, como a Lázaro, fue un veni foras —sal fuera, lo que nos
puso en movimiento.
—¡Qué pena dan quienes aún están muertos, y no conocen el poder de la misericordia de
Dios!
—Renueva tu alegría santa porque, frente al hombre que se desintegra sin Cristo, se alza el
hombre que ha resucitado con El. (Forja, 476)
También, en nuestro trato confiado y de amistad con Jesús, tendremos que recurrir a Él
con perseverancia.
¿Has visto con qué cariño, con qué confianza trataban sus amigos a Cristo? Con toda
naturalidad le echan en cara las hermanas de Lázaro su ausencia: ¡te hemos avisado! ¡Si Tú
hubieras estado aquí!... —Confíale despacio: enséñame a tratarte con aquel amor de amistad
de Marta, de María y de Lázaro; como te trataban también los primeros Doce, aunque al
principio te seguían quizá por motivos no muy sobrenaturales. (Forja, 495)
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En esa batalla diaria por ser fieles -enseñaba san Josemaría-, las derrotas no cuentan si
acudimos a Cristo. Pero Él necesita de nuestra cooperación, de nuestra voluntad de dejarle
actuar en nosotros:
Nunca te desesperes. Muerto y corrompido estaba Lázaro: "iam foetet, quatriduanus est
enim" —hiede, porque hace cuatro días que está enterrado, dice Marta a Jesús. Si oyes la
inspiración de Dios y la sigues —"Lazare, veni foras!" —¡Lázaro, sal afuera!—, volverás a la
Vida. (Camino, 719)
Era amigo de Lázaro y lloró por él, cuando lo vio muerto: y lo resucitó. Si nos ve fríos,
desganados, quizá con la rigidez de una vida interior que se extingue, su llanto será para
nosotros vida: Yo te lo mando, amigo mío, levántate y anda, sal fuera de esa vida estrecha, que
no es vida. (Es Cristo que pasa, 93)
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