La explosión del Cerebro de Isaac Asimov

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DÉCIMO GRADO - LOGRO 004 - ARTÍCULO CIENTÍFICO
LA EXPLOSIÓN DEL CEREBRO
Isaac Asimov
Resumen
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Abstract
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El cerebro es, con mucho, la más complejamente organizada materia que conocemos.
Por ejemplo, es enormemente más complicada en su estructura que una estrella. Por ello, los
astrónomos saben tanto acerca de las estrellas y los psicólogos muy poco sobre los cerebros.
Quizás ésta es también la razón de que a la vida en evolución le costara tanto formar el
cerebro. Tal complejidad necesita tiempo para desarrollarse.
Los primeros fragmentos de vida aparecieron en la Tierra hará unos 3. 500 millones
de años. Hará unos 100 millones de años (cuando ya había transcurrido el 97 por ciento de la
historia de la vida) los reptiles gigantescos que llamamos dinosaurios estaban ya en su apogeo.
En muchos sentidos, eran las más soberbias criaturas que la Tierra había conocido: grandes y
poderosos, algunos de ellos magníficos depredadores y otros acorazados como tanques, sabían
volar, nadar, correr... sin duda poseían una gran agilidad y energía.
Y, sin embargo, su cerebro era pequeño. Miles de millones de años de evolución y, a pesar
de ello, sus cráneos apenas contenían algo. El estegosaurio, por ejemplo, un monstruo acorazado
de dos toneladas, tenía un cerebro como una nuez que no pesaba más de cincuenta gramos.
Pero los dinosaurios se extinguieron hace setenta millones de años (por razones que no
están claras) y los mamíferos los sucedieron en el trono del mundo. Durante decenas de millones
de años, se habían movido a la sombra de los dinosaurios: pequeños, furtivos y casi con el mismo
pequeño cerebro.
Pero, una vez los mamíferos hubieron conquistado el mundo, se multiplicaron,
evolucionaron en muchas direcciones y, de improviso, el cerebro empezó a desarrollarse.
La expansión cerebral fue más acusada en ese grupo de animales llamados «primates» y
alcanzó su punto culminante entre las mayores especies del grupo: los grandes simios.
El peso del cerebro del orangután se acerca a los 340 gramos, casi siete veces mayor que
el del estegosaurio, aun cuando el orangután es un animal mucho más pequeño. El cerebro del
chimpancé es de 380 gramos, y el del gorila, el más grande los primates, alcanza los 540 gramos.
Pero si el gorila es el más grande de los primates, no es el que posee mayor cerebro,
ya que el ser humano también pertenece a ese grupo. De hecho, los extintos y semihumanos
predecesores de la Humanidad ya estaban batiendo nuevas marcas. El Homo habilis, un primate
humanoide que vivió hará unos tres millones de años, tenía un cerebro tan grande como el de un
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moderno gorila. El Homo erectus, que vivió hará un millón de años, tenía un cerebro que pesaba
alrededor de los 1.000 gramos.
Nosotros mismos, el Homo sapiens aparecimos en escena hará medio millón de años y
aún lo hacemos mejor. Un humano, al nacer, ya posee un cerebro que alcanza los 350 gramos:
igual que un orangután completamente desarrollado. Un ser humano masculino actual posee un
cerebro con un peso medio de 1. 450 gramos. Algunas personas tienen cerebros que alcanzan los
2.000 gramos.
En otras palabras, nuestro cerebro ha triplicado su tamaño en los últimos tres millones de
años y esto supone un cambio explosivo en las pautas de la evolución.
¿Por qué? Nadie lo sabe en
realidad.
Quizá
mientras
los
animales
tienen
el
cerebro
pequeño, un leve aumento en la
masa cerebral no supone gran
diferencia en lo tocante a la
inteligencia y otros hechos guían la
evolución. Una vez que se ha superado
un tamaño crucial, sin embargo, la
inteligencia llega a ser lo bastante
grande como para ejercer una
influencia
directiva
y
entonces
incluso
los
pequeños
aumentos
adicionales
pueden
tener
un
importante valor de supervivencia.
Entonces se vuelve fuerte y firme la
selección por un mayor aumento
cerebral.
Por supuesto, el ser humano no posee el récord en cuanto a masa cerebral bruta. El
mayor cerebro de elefante jamás pesado alcanzó los 8.000 gramos, mientras que el cerebro de
un cachalote alcanzó los 9. 200 gramos; este último cerebro es, sin duda, el de mayor volumen
conocido.
Sin embargo, el tamaño sólo no es el único criterio para medir la inteligencia. Si un gran
cerebro debe dirigir un cuerpo enorme, este trabajo lo absorbe tanto que le deja muy poco para
el pensamiento abstracto.
Por ejemplo, el cerebro de un estegosaurio es sólo 1/25.000 tan pesado como su cuerpo.
Un cerebro no puede dirigir 25.000 veces su propio peso y hacer algo más que sólo mantener el
cuerpo vivo. No obstante, un cachalote con un cerebro de 9. 200 gramos, poseyendo este animal
180 veces el peso del cerebro de un estegosaurio, está mucho mejor dotado. En definitiva, un
cachalote es alrededor de cuarenta veces más pesado que un estegosaurio y su cerebro pesa 1/
6.000 del peso de su cuerpo. En el elefante, la proporción es 1/1.200,
Compárese esto con la proporción en el ser humano: 1/50. Lo que resulta de ello es que
cada cuarto de kilo de cerebro humano tiene sólo que preocuparse del 1/150 del cuerpo en
comparación con el cachalote, y sólo del 1/20 en comparación con el cerebro del elefante.
El cerebro de una mujer adulta alcanza, por término medio, el 90 % del peso del cerebro de
un hombre adulto. El cuerpo de la mujer suele alcanzar menos del 90 % del peso del cuerpo
del hombre, de modo que la proporción entre su cerebro y su cuerpo es algo superior a la del
hombre. Que cada cual extraiga las conclusiones que quiera.
A pesar de todo, el ser humano no ostenta el récord en la proporción cerebro/cuerpo.
Los monos pequeños, sí. El tití posee una proporción cerebro/cuerpo de 1/18. Si un ser humano
tuviese esa proporción cerebro/cuerpo, su cerebro tendría que alcanzar la mitad del tamaño del
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cerebro de un elefante.
Sin embargo, el peso total del cerebro de un tití, como máximo alcanza sólo 50 gramos.
No es lo bastante grande como para contener el número de neuronas necesarias para el
pensamiento abstracto.
Entonces el ser humano alcanza el justo medio. Esos pocos animales con cerebros
absolutamente mayores que el nuestro tienen unos cuerpos tan enormes que el cerebro no
los puede dirigir y, además, desarrollar cierto grado de inteligencia. Los pocos animales con
cerebros proporcionalmente mayores que los nuestros son tan pequeños que su cerebro posee un
volumen incapaz de desarrollar inteligencia.
Así que estamos solos. O casi, pues hay competidores.
Tenemos a los delfines y a las marsopas, miembros pequeños de la familia de los cetáceos;
no pesan más que el ser humano y, sin embargo, poseen un cerebro ligeramente más grande que
el del ser humano.
¿Les confiere ello una inteligencia humana? No podemos decirlo. Experimentadores que
han trabajado con delfines han sido incapaces de cruzar la frontera de las especies y penetrar en
el funcionamiento de la mente del delfín.
Pero esto no resulta sorprendente. Ni siquiera podemos comprender nuestro propio
cerebro. Así, pues, ¿cómo podemos comprender el de los delfines?
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