6º AVENTURA: VIAJE HACIA ILIÓN Abril apagó el

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6º AVENTURA: VIAJE HACIA ILIÓN
Abril apagó el ordenador. Ella tampoco había ganado pero se sentía
contenta. Se había vengado de ese par de inmaduros: ¡hasta por un
trozo de papiro del antiguo Egipto se tenían que pelear!.
Tampoco lo había hecho conscientemente. Tras el poco éxito que tuvo
en Mesopotamia, decidió utilizar la carta Habla con el Pasado. Pero no
tuvo mejor suerte. La Devoradora era un ser mitológico un poco
impredecible y no sólo no la ayudó, sino que aprovechó que Gea estaba
allí para visitar al resto de dioses egipcios. Además de irse de compras,
claro. Según la Devoradora, en los últimos tiempos estaba descuidando
su aspecto y ya no resultaba tan fiero como en la juventud.
Conclusión: la Devoradora no le ayudó a resolver el enigma, pero al
suplantarla había disfrutado de su pequeña venganza.
-Ya sé que no está bien- se dijo a si misma Abril. Pero merecía la pena
pensar en la cara de sorpresa de sus compañeros ante el desenlace de
la partida.
No había podido olvidar cómo se habían comportado los dos después del
encuentro del sábado. ¡Como auténticos niños!. No pudo hablar con
Mauro porque huyo corriendo y no quiso hablar con Leo porque el beso
no era para él. ¿Cómo desenredar la madeja? La teoría decía que
hablando, pero en la práctica, cada vez que se veían los tres, la tensión
se podría cortar con un cuchillo. Ninguno era capaz de dar el primer
paso. ¡Para que engañarse!. Ella también se había comportado de
manera infantil.
Ya no le importaba quien de los dos le había escrito la nota. Era Mauro el
que le gustaba pero ahora todo daba igual.
La pantalla del ordenador reflejó una luz parpadeante. Mar se acababa
de conectar a Facebook. Igual ella era la persona indicada para deshacer
aquel lío. Sin pensarlo más, le contó toda la historia: tanto la real como la
del mundo de ILIÓN.
-¡Jajajaja!- escribió Mar por toda respuesta. Se estaba imaginando las
caras de bobos con las que habrían permanecido Leo y Mauro ante la
aparición estelar de la Devoradora.
-Muy bueno, Abril- y cambiando repentinamente el rumbo de la
conversación, Mar escribió:- pero así no vas a solucionar nada. Estás
desaprovechando las oportunidades.Quizá necesitáis un cuarto
componente en el grupo que ponga rumbo hacia ILIÓN. Yo hablaré con
la profesora de historia. Pero los temas personales, son cosa tuya. Habla
con los chicos.
Podría ser una solución. Al menos uno de sus problemas quedaría
resuelto. Pero obviamente era Abril la que debía aclarar la situación con
Mauro y Leo.
Con este último fue más sencillo de lo esperado. Leo esperaba en el
parque cercano al instituto. Normalmente era territorio de los aficionados
al futbol, que tenían por costumbre darle un par de toques al balón antes
de que sonara la campana. Pero hoy era un día lluvioso y Leo
permanecía sentado en una banco. A la espera.
Se levantó al ver a Abril y se disculpó a su manera, con un par de bromas
y codazos, sobre el extraño encuentro del sábado. Con Leo toda fluía con
espontaneidad. Se había equivocado con respecto a Abril, lo reconocía y
tan amigos. Entraron justo cuando se cerraban las puertas del centro.
Al final de la clase de informática ya habían comenzado a trabajar sus
compañeros de grupo. Parecía que Mar había cumplido su parte del
trato. Había hablado con la profesora y había convencido a Mauro sobre
las ventajas de tenerla en el equipo. Mauro arrugó el gesto ante la
entrada conjunta de Leo y Abril pero decidió mantener la sangre fría.
Aunque se dio cuenta, Abril decidió que no era el momento de aclarar el
malentendido. Además le tocaba leer en alto la introducción de la
siguiente aventura.
TROYA, Asia Menor, siglo XII a. C.
Desde el borde del trirreme1 se veía entre brumas la costa de ILIÓN
(nombre griego que recibía Troya) . Bella visión para los ojos del
extranjero que llegaba por primera vez ante esta imponente ciudad, pero
no para el grupo de griegos que se encontraban en la embarcación.
Griegos y troyanos llevaban enzarzados en esta guerra hace más de 9
años y los ánimos de los combatientes estaban más que agotados. Y
todo por una mujer: Helena de Esparta, considerada la más bella del
mundo. O al menos eso es lo que decía la leyenda popular. La otra
versión, menos romántica, contaba que la causa era la lucha de fuerzas
por controlar el paso al Mar Negro, territorio rico de metales como el
bronce y el estaño.
El trirreme fondeó en la bahía para que sus pasajeros pudiesen
1 Embarcación de tres órdenes de remos, que usaron los antiguos griegos.
desembarcar. Pertenecían al último destacamento marino enviado por
algunas ciudades-estado griegas, como Micenas o Atenas.
Los troyanos observaban la escena tras sus elevadas murallas, sin
asombro ninguno, acostumbrados a compartir el terreno con el enemigo
después de tantos años.
Además de tener el mismo idioma y los mismos dioses, tan solo una
idea los mantenía unidos:
-¿Cuándo y cómo acabaría aquella maldita guerra?
Gea, Artax y Mirta recogieron sus cosas y bajaron del trirreme. El viaje
había sido más duro de lo esperado. Era como si el mar Egeo no quisiera
participar por más tiempo en aquella lucha. El aspecto positivo de la larga
travesía es que se había unido al grupo una cuarta pasajera, Noah.
Durante el trayecto, Noah les había contado todo tipo de anécdotas sobre
dioses, reyes y héroes: que si la diosa Afrodita era muy presumida; que si
las diosas Atenea y Hera se habían enfadado enormemente con Paris,
príncipe de Troya, cuando no las escogió como las más bellas; que si el
rey Menelao era un tonto que merecía haber perdido a Helena y siempre
obedecía a su hermano Agamenón, rey de la poderosa Micenas, que
si .....
La verdad es que Noah no tenía pelos en la lengua y parecía no temer la
ira de los dioses ante sus desvergonzados comentarios. Tantos años
trabajando para la realeza le habían hecho perder en cierta forma el
respeto a las divinidades y a la clase privilegiada. Al final todos los
humanos eran iguales, incluidos sus defectos. Todo lo que tenía de
delgada y bajita, también lo tenía de descarada. Además, la oratoria (o el
poder de convencer con la conversación) era el elemento que había
elegido Noah para superar la aventura.
Llegaron al campamento griego, asentado a las afueras de la ciudad de
Troya. Tras casi una década de espera había crecido tanto que parecía
un pequeño poblado con todo tipo de comodidades y servicios: mercado,
granjas, cultivos de trigo, tiendas de artesanía, armerías...
El motivo económico había traído a Gea hasta el asentamiento griego.
Había optado por cambiar la profesión y había aprovechado su
conocimiento de los tejidos para hacerse comerciante. Les traía fuertes
telas a los guerreros griegos y estos compraban hermosos tejidos de lino
que enviaban a sus esposas como compensación a su larga ausencia.
Las ventajas de esta nueva faceta de Gea es que conocía multitud de
dialectos y de costumbres locales. Y en todos los sitios era bienvenida.
Las razones de Noah respondían más al ámbito privado. Se suponía que
tenía que dar un mensaje personal para el rey Ulises, pero sus
compañeros de viaje ya conocían cada palabra de ese recado: Penélope
avisaba a su esposo que la situación se estaba volviendo delicada por la
isla de Itaca, su reino. Habían comenzado a merodear de forma extraña
pretendientes que le hacían sonrojar con palabras subidas de tono y
miradas atrevidas. Penélope, impasible, siempre les despedía diciendo
que estaba ocupada esperando a su marido, cuidando a su pequeño
Telémaco y cosiendo sus interminables bordados. ¿Cúando pensaban
volver a casa?
Esta pregunta es la que había llevado a embarcar a Mirta. En el oráculo
de Delfos, lugar sagrado donde se realizaban ofrendas al dios Apolo, se
había hecho un sacrificio por parte de las familias reales griegas. Estaban
cansadas de esperar el fin de la guerra de Troya. Por ello habían
realizado un ritual a cambio de una predicción del futuro. El oráculo había
confirmado la profecía2 de años anteriores: la contienda se encontraba en
sus últimos días, acabaría en el décimo año. Mirta llevaba el mensaje al
dirigente de todas las tropas griegas: el rey Agamenón de Micenas.
El único personaje del grupo que no quería que la contienda acabara era
Artax. De cazador de la prehistoria había pasado a ser un excelente
luchador en la Edad Antigua. Había elegido un espada de bronce y un
escudo de gran tamaño. De esta forma podía seguir enfrentándose al
peligro que siempre acechaba. Y esta vez esperaba encontrarlo ante las
puertas de Troya. Por el momento tuvo que contentarse con admirar las
elevadas murallas de la ciudad.
Para aprovechar el tiempo, decidieron separarse y merodear por aquel
poblado. Con la puesta de sol volverían a encontrarse en el mismo lugar
para comunicarse las novedades. La actividad a aquellas horas de la
mañana era frenética, por ello rápidamente desaparecieron entre la
gente.
El primero en tener éxito fue Mirta. Los máximos gobernantes se
encontraban reunidos en la casa central del poblado. De hecho lo
estaban esperando. No querían tomar importantes decisiones sin
asegurarse que el favor de los dioses se encontraba de su lado. Incluso
aunque se tratase del apoyo del dios guerrero y músico Apolo, que nunca
los había defendido en el enfrentamiento.
El rey Agamenón presidía la reunión con su porte imponente (ya que era
el máximo dirigente de la batalla). A su lado, cabizbajo, se encontraba su
2 Don sobrenatural que consiste en conocer por inspiración divina las cosas del
futuro.
hermano Menelao que siempre parecía estar suspirando por la pérdida
de Helena. El rey Néstor como persona de mayor edad le correspondía
llevar la bara de mando. Ulises se encontraba en el lado derecho de
Agamenón, representando su papel de máximo consejero y gran
estratega. Otros reyes griegos se encontraban sentados a la mesa. A
Mirta le sorprendió que Aquiles no se encontrara en aquella reunión.
Todos los dirigentes saludaron a Mirta cuando lo condujeron al centro de
la sala. Tras ofrecerle una copa de vino rebajada con agua y algunas
aceitunas, le invitaron a hablar. Mirta relató paso por paso el sacrificio
realizado al dios Apolo y las palabras del oráculo de Delfos: La guerra
tenía que acabar antes de finalizar el décimo año.
A continuación fue Ulises quien tomó la palabra, mientras el resto de
reyes lo observaban con expectación:
-El oráculo3 nos da un tiempo límite para acabar la guerra pero no
declara quien saldrá vencedor. Por ello no podemos seguir luchando y
perdiendo hombres mientras todas nuestras tropas no estén unidas- en
este punto le dirigió una mirada cargada de intención a Agamenón.
-Fue voluntad de Aquiles abandonar la batalla y observar desde su tienda
cómo nuestros soldados mueren. Su obligación es obedecerme -se
defendió Agamenón al sentirse aludido.
-No pienso entrar otra vez en ese tema y hablar de vuestras diferencias
-le contestó Ulises-. Estoy exponiendo la situación actual y buscando
soluciones. No ganaremos una batalla en campo abierto. Deberíamos
buscar la forma de entrar a Troya sin ser vistos y....
-Basta ya, Ulises, somos guerreros y debemos comportarnos como tales.
Mañana al alba, cuando las tropas troyanas salgan de sus murallas,
lucharemos contra ellas. Se levanta la sesión- dijo Agamenon.
Mientras la reunión de reyes tenía lugar, Gea había recorrido el poblado
griego y rápidamente llegó a una conclusión. En aquel lugar no realizaría
grandes ventas ni tampoco resolvería el enigma. Los soldados hacía
tiempo que no tenían monedas para gastar en tejidos y la batalla
tampoco les había proporcionado ganancias. Además la guerra se
encontraba estancada con una ligera ventaja para los troyanos. Gea se
dio cuenta al mirar los tristes rostros de los guerreros y pensó que tendría
más éxito si cruzaba las murallas de Troya.
3 Persona que hacía de intermediario entre los dioses y las personas. Gracias a él
podían conocerse los deseos y la sabiduría de los dioses. El más conocido en la
antigua Grecia era el oráculo de Delfos, dedicado al dios Apolo.
Al caer la noche el ritmo del campamento se apaciguó. Los batallones
habían ocupado todo el día en sacar brillo a sus armaduras y en poner a
punto sus armas. Quizá mañana se produciría un cambio en la suerte de
los griegos y podrían por fin regresar a sus hogares.
Pero ninguno de nuestros personajes tenía ese presentimiento. La
información que habían recopilado les hacía albergar pensamientos
negativos. Todos excepto Gea, que ni siquiera había llegado al punto de
encuentro a la hora prevista. De todas formas decidieron poner en común
lo que habían averiguado.
Mirta les resumió la reunión de los grandes reyes griegos y la falta de
posiciones conjuntas que percibió.
-Pues no parece que vayan a llegar a ningún acuerdo- comentó Artax.
Aquiles se niega a participar con sus soldados mirmidones4 hasta que
Agamenón le pida perdón y le devuelva a la mujer que le robó. Briseida
fue parte del botín de Aquiles cuando atacaron a un pueblo vecino.
Agamenón también se encaprichó de ella y obligó a Aquiles a
ofrecérsela. Desde entonces ni Aquiles ni sus hombres han presentado
batalla- dijo Artax relatándoles toda la historia que le había contado
Patroclo, amigo de Aquiles.
-Parece que la cosa va de mujeres- añadió Noah- Ulises se mostró muy
preocupado ante el mensaje de su esposa Penélope. Según las
predicciones de los dioses, se acerca el fin y no aparece un claro
vencedor. No me extraña que Ulises esté proponiendo alternativas
menos caballerescas para acabar la contienda. Las fórmulas utilizadas
hasta el momento no han servido de nada.
Las expectativas no eran optimistas. Aunque los griegos realizaban
varios ataques contra las filas troyanas, siempre perdían más soldados.
Además, nadie había visto a Gea en varios días.
Pero el resto del grupo olvidó la desaparición de su compañera ante el
giro imprevisto que dio la situación: en la última batalla los troyanos, al
mando del príncipe Héctor,atacaron con toda ferocidad causando un
número elevadísimo de bajas en las tropas griegas. Pero la
desesperación de las tropas no lograba mover un centímetro el orgullo de
Agamenón ni el de Aquiles. Los dos anteponían su odio a la vida de sus
hombres.
Desde el campamento, Aquiles miraba impasible cómo la sangre y el
polvo recubrían el campo de batalla. A su lado se encontraban sus
4 Mirmidones: así se llamaban a los soldados que acompañaban a Aquiles. Los
griegos los conocían por su gran valor y fuerte entrenamiento militar.
soldados mirmidones y su compañero inseparable, Patroclo. Se sentían
muy nerviosos porque no estaban acostumbrados a aquella pasividad
pero le debían fidelidad a Aquiles y no entrarían en acción hasta que éste
no lo decidiese.
Sin embargo, Patroclo conocía el corazón de su compañero y sabía que
no se perdonaría perder la guerra por no haber querido superar su
orgullo. Por ello le propuso lo siguiente: el propio Patroclo se pondría la
armadura de Aquiles y haría creer a sus mirmidones, a los griegos y
troyanos que había cambiado de opinión. Al entrar en la batalla,
devolvería las fuerzas a los cansados ánimos de sus soldados y con
energía renovada, le darían un vuelco al resultado.
Extrañamente, Aquiles aceptó. Le parecía que con esta solución salía de
la encrucijada en que le había colocado su ira.
Patroclo, con la armadura dorada de Aquiles, saltó al campo de batalla.
Le seguían los guerreros mirmidones entre los que se encontraba Artax.
Al grito de ¡A por ellos! comenzaron a atacar a los troyanos, sin darles
tregua. Parecía que la suerte volvía a sonreir a los griegos. Miles de
troyanos caían a sus pies.
Hasta que Héctor vio a Patroclo (bueno, en realidad pensaba que era
Aquiles). El dios de dioses, Zeus predijo que los troyanos ganarían la
guerra si Héctor, rey de Troya mataba a Aquiles. Con toda la furia, Héctor
descargó su hacha sobre el casco de Patroclo. Sin tiempo para
defenderse (la armadura dorada pesaba demasiado y no tuvo tiempo de
parar el golpe), Patroclo cayó muerto y el casco rodó por los suelos,
destapando su cara y descubriendo su verdadera identidad.
El desánimo y la tristeza recorrieron los corazones de los soldados
griegos que llamaron a retirada. El príncipe Héctor, dio por ganada esta
batalla y alzó victoriosa la armadura de Aquiles (que previamente le
había quitado a Patroclo).
Artax corrió tanto como sus piernas le permitieron. Aquiles tan solo tuvo
que mirarle a la cara para imaginarse lo peor.
-¡Patrocloooooooooooooo!, ¿porque permití que ocuparas mi lugar?. Juro
por Atenea que vengaré tu muerte quitando la vida a Héctor- gritó Aquiles
roto por el dolor.
En poco tiempo llegaron los mirmidones cargando con Patroclo muerto.
Lo colocaron sobre una pira funeraria, las esclavas lavaron su cuerpo, lo
perfumaron y lo cubrieron con paños. Al día siguiente, ardería en la
hoguera como correspondía a los grandes héroes.
Durante el tiempo que duraron los preparativos para la incineración,
Aquiles no dejó de lamentarse. Tan solo se detuvo cuando vio aparecer
ante él la imagen de un sacerdote del oráculo de Delfos.
-Te traigo un mensaje del rey Agamenón- dijo Mirta. Lamenta mucho la
pérdida de Patroclo y considera que ya es hora de pedirte perdón de
forma pública. Tras los rituales del funeral, te devolverá lo que es tuyo y
te pedirá que luches a su lado.
Aquiles asintió con la cabeza y prometió que acudiría a la cita. A
continuación entró a descansar a su tienda. Se quedaron a solas, Artax y
Mirta. En un susurro Mirta le habló:
-He convencido a Agamenón sobre la necesidad de recuperar a Aquiles y
a sus mirmidornes entre sus filas. Le he dicho que la idea ha sido de
Aquiles, que no quiere perder a ningún ser querido más y desea volver a
luchar junto a los suyos. Asegúrate que mañana acuda a la reunión y que
no cambie de opinión. Y sobretodo, que no se entere que ha sido idea
mía.
Artax así lo hizo y pasó toda la noche vigilando la tienda de Aquiles.
Todo sucedió como había dicho Mirta. Al día siguiente, tras el funeral de
Patroclo, Agamenón pidió disculpas públicamente a Aquiles y le devolvió
a Briseida. Aquiles se comprometió a formar parte del ejército hasta que
finalizara la guerra con Troya.
El fin estaba cerca. Tan solo quedaba un mes para la entrada en el
décimo año. Probablemente las diosas que habían iniciado la disputa
(Hera, Afrodita y Atenea) se habían cansado de tanta sangre humana
derramada que no llevaba a ningún lado.
Este mensaje era el que transmitía Noah a todo soldado que quería
escucharla: “Vuestras mujeres e hijos están solos en Grecia mientras
vosotros participáis en una guerra que empezaron los dioses. Pero ni
siquiera Zeus, el dios de dioses, está interesado en saber cómo acaba.
Parece que el Olimpo os ha dado la espalda”.
Pero los enfrentamientos de esos días, aunque más sangrientos que
nunca, no desempataban la guerra: Áquiles mató a Héctor tras un
combate durísimo y el príncipe Paris, al ver como caía su hermano, lanzó
desde la distancia una flecha en el único punto débil de Aquiles: su talón.
Dos de los grandes combatientes yacían muertos y sus ejércitos se
encontraban pérdidos, sin rumbo.
Este es el panorama que encontró Gea cuando regresó de Troya.
Hacía más de un mes que estaba viviendo en la ciudad. Había
conseguido entrar gracias a sus habilidades de negociante y a su don de
gentes. Con la excusa de mostrar sus telas a la nobleza, Gea se había
infiltrado en el palacio real donde encontró a las mujeres de los
combatientes: Andrómaca, esposa de Héctor y Helena, esposa de Paris.
Ambas se odiaban profundamente.
Andrómaca pensaba que la culpa de todo el sufrimiento era de Helena,
que había consentido abandonar Grecia para venir a vivir con París a
Troya. El problema es que Helena ya estaba casada con Menelao de
Esparta y éste se había sentido insultado por su huída (pensó que su
mujer Helena no se había ido por propia voluntad sino que había sido
secuestrada por Paris). Por ello convenció a su hermano Agamenón de
Micenas para que unificara a todos los reyes de Grecia y lucharan contra
Troya.
La historia de Helena era bien diferente. Es cierto que había huído con
París a Troya, pero no había sido por voluntad propia. Afrodita había
prometido a París que si la elegía como la diosa más bella del Olimpo, le
concedería como esposa a la mujer más guapa del mundo. Y esa era
Helena. Ella se vio confundida por el hechizo de la diosa y cuando quiso
darse cuenta, ya había abandonado a Menelao y a sus hijos. Ahora era
tarde para volver.
Además todo lo bello y encantador que le había parecido Paris cuando lo
conoció en Grecia, se convirtió en vanidad y cobardía cuando llegaron a
Troya. La prueba era cómo había matado a Aquiles, desde la distancia
apuntando a su único punto débil y mortal: su talón.
Ambas mujeres tenían razón en sus argumentos. Gea habló con ellas por
separado y les dijo lo que querían oir.
A Andrómaca le contó que en todo lo que llevaba viajado, había visto
situaciones parecidas. Los humanos cumpliendo los deseos y caprichos
de los dioses. Así había sido en Egipto, Asia Menor, además de en la
propia Grecia. Probablemente si los reyes de Troya realizaran una
grandiosa ofrenda a los dioses, la cambiarían por esta interminable lucha
y comenzarían a pensar en otra cosa. Andrómaca estuvo de acuerdo
con esa propuesta.
A Helena, Gea le contó lo apenado que se encontraba Menelao desde
que ella se fue. Realmente la echaba de menos y aunque no pudiera
perdonarle públicamente, sí podrían buscar a un intermediario de total
confianza que hablara con Menelao: Ulises. Y como Helena no podría
salir de Troya, tendría que ayudar a que Ulises entrara en la ciudad.
Tras estas conversaciones, Gea salió a hurtadillas de la ciudad por uno
de los tuneles ocultos que le había enseñado Helena.Cuando vio la luz al
otro lado de las murallas, tan solo le esperaba la desolación.
Encontró a lo que quedaba del ejército griego en el campamento.
Estaban abatidos, agotados por los años de lucha, prácticamente habían
muerto todos sus dirigentes.
Gea se escabulló y buscó a sus compañeros. Los encontró en una
tienda, cabizbajos y en silencio. Al ver a Gea se sorprendieron
enormemente y aún más cuando les contó su aventura.
GEA: Tras ganarme su confianza por separado, he conseguido que
ambas mujeres, Andrómaca y Helena, me ayuden. Como todo el
mundo, las dos quieren acabar con esta guerra.
MIRTA: Yo conseguí que Agamenón y Aquiles hicieran las paces y
lucharan conjuntamente contra los troyanos. Pero ahora Aquiles
está muerto.
Y pasó a contarle a Gea todas las bajas de los últimos días: Aquiles,
Patroclo, Héctor y muchos más.
NOAH: Por mi parte, podría decir que he hablado con más de
medio ejército griego y los he animado a volver a casa. Y por lo
que cuenta Gea, no estará de más si comienzo a convencer a
Menelao de la posibilidad de que Helena vuelva a sus brazos.
ARTAX: Yo he ofrecido mi cuerpo y energia a esta guerra. Y
seguiré haciéndolo aunque ya no sea al lado de Aquiles.
El grupo decidió que habría que comenzar a pensar en soluciones
alternativas, pues se había demostrado que con solo la fuerza no
acabaría nunca este enfrentamiento entre griegos y troyanos. Tenían que
buscar a algún rey que secundara este cambio de estrategia. Y no podía
ser otro que Ulises. Noah y Gea fueron en su busca.
Sus rizos pelirrojos se mecían mientras Ulises tallaba con su cuchillo un
pequeño objeto. De cuando en cuando se espolsaba las virutas de
madera que se le quedaban enganchadas a la barba. Noah abrió la
puerta de su tienda, le presentó a Gea y Ulises las invitó a pasar.
De forma rápida pero efectiva, Gea le relató a Ulises su encuentro con la
mujer troyana, Andrómaca y el ansia de ella por acabar la guerra,
sobretodo después de que su marido Héctor fuera asesinado en
combate. También su aceptación a realizar algún ritual que contentara a
los dioses.
Ulises asentía mientras seguía tallando la madera. Al mismo tiempo
realizaba algunas puntualizaciones a los comentarios de Gea:
-Bien. Los troyanos deberían ofrecer un regalo a la diosa Atenea que se
sintió insultada cuando Paris eligió a Afrodita como la más bella. Desde
entonces Atenea ha apoyado a los griegos y ha hecho todo lo posible en
contra de Troya.
A continuación, Gea le contó su charla con Helena y su predisposición a
volver a Grecia con Menelao. Además de revelarle la existencia de
tuneles secretos para acceder a la ciudad de forma sigilosa.
-Perfecto- dijo Ulises -conozco a Helena desde hace mucho tiempo y se
que nos ayudará a ganar la guerra. Esta misma noche entraré a la ciudad
y hablaré personalmente con ella. Pero antes debo pensar la forma de
acceder con mis soldados sin que los troyanos sospechen nuestra
presencia-.
Se levantó acompañado de Gea. En la mesa de su tienda dejó el objeto
recien tallado: un caballo de madera. Ulises aún no lo sabía pero la
solución a la guerra se estaba formando en su mente.
Era noche cerrada cuando atravesaron el tunel que conducía a la ciudad.
Gea condujo a Ulises hasta una callejuela oscura donde Helena les
estaba esperando. Era la segunda vez en el día que Gea realizaba aquel
recorrido. La primera de ellas fue por la tarde mientras Ulises se reunía
con los demás reyes y especialmente con Menelao. Tenía que dar a
conocer las nuevas informaciones y poner a todos los dirigentes de
acuerdo. Gea aprovechó ese tiempo para preparar el encuentro nocturno
entre Helena y Ulises.
A pesar de la oscuridad, el rey de Itaca pudo percibir la belleza de Helena
de Esparta. La había visto por última vez hacía 11 años, en su boda con
Menelao. Pero seguía manteniendo una figura atractiva acompañada de
delicadas facciones. Nada parecía indicar en ese último encuentro lo que
sucedería al cabo de los años. De todas formas, Ulises estaba
convencido que la belleza de una mujer no era motivo suficiente para
desencadenar una guerra de estas dimensiones (auque el rapto de
mujeres estaba bastante extendido en el mundo griego). Tenía que haber
algún motivo más importante para los reyes, por ejemplo, conseguir más
riquezas o poder.
La nostalgia en la mirada de Helena hizo que Ulises abandonara estos
pensamientos y se centrara en el presente. Helena quería volver a
Grecia, así que ambos estuvieron largo rato buscando la forma de
provocar por fin la caída de Troya. Gea también participó en la
organización de la estrategia. Aprovechó para contar a Helena la
conversación que había tenido con la viuda de Héctor, Andrómaca.
-Ciertamente nos conviene que los troyanos realizen ofrendas a Atenea
porque la diosa está de nuestro lado- dijo Ulises-. Pero no veo la forma
en que la ciudad llegue realizar ofrendas a ella en vez de Afrodita, que es
la diosa que ha defendido la ciudad todo este tiempo-.
-Existe un pequeño templo en Troya dedicado a la diosa Atenea, que era
muy conocido y adorado por los sacerdotes antes de que comenzara la
guerra. Aunque ya no es muy visitado, el pueblo lo respeta porque
contiene una figura muy antigua de la diosa- comentó HelenaLos ojos de Ulises se iluminaron. En su cabeza comenzaba a tomar
forma una idea.
-Si esa figura desapareciese, los troyanos pensarán que la diosa Atenea
está muy ofendida por la pérdida de la estatua y volcará toda su ira sobre
la ciudad. Por eso aceptarán cualquier regalo que suponga una ofrenda
para Atenea. Aunque sea un regalo envenenado.
Los tres se encaminaron al templo de Atenea para llevar a cabo el plan.
La noticia corrió como el viento. ¡La estatua de la diosa había
desaparecido del templo! La desmoralización se apoderó de los
cozarones troyanos. Primero perdían a un buen número de sus guerreros
y dirigentes. Ahora la diosa Atenea les castigaría por el descuido. Aquella
estatua había sido adorada durante siglos y aquel templo era su hogar.
Nadie sabía cómo había sucedido pero en lo que sí que estaban de
acuerdo era en las terribles consecuencias (cuídate de la ira de los
dioses griegos, decía un refrán de la época).
Pasaron los días sin novedades. El anciano rey Príamo, padre de Héctor
y París, había reunido a toda la nobleza (al resto de sus hijos vivos y
aliados de ciudades vecinas) junto a sus sacerdotes. Llevaban horas sin
llegar a ningún acuerdo: unos proponían atacar, otros detener la guerra y
realizar una serie de rituales religiosos a los dioses. Pero ninguna de las
propuestas tenía una aceptación mayoritaria.
La entrada apresurada de un mensajero interrumpió la reunión. El sudor
que caía por su frente reflejaba la larga carrera que había realizado hasta
llegar al palacio del rey Príamo.
-Señor- dijo el mensajero cuando el rey le concedió la palabra- los
griegos se han ido.
Ante la conmoción general de la sala, el mensajeró continuó:
-Ya no están sus naves, ni tampoco ellos. Han abandonado el
campamento. Tan solo ha quedado un sacerdote griego, junto a un
caballo de proporciones gigantescas.
Un pequeño grupo de nobles troyanos acudió a inspeccionar la zona. Es
cierto que el campamento se encontraba desierto. Tan solo aquel animal
de madera. Y Mirta.
Cuando los troyanos le concedieron permiso para hablar, Mirta resolvió el
misterio:
“La diosa Atenea se me apareció en sueños. Estaba cansada de
tanta lucha y se sentía algo culpable por haberse mostrado tan
cabezota con Afrodita. Al fin y al cabo Afrodita era la diosa de la
belleza y si Paris la había elegido como la más bella, tendría que
aceptarlo. Además, Atenea era la diosa de la sabiduría y quería
predicar con el ejemplo.
Sin embargo no podía perdonar el descuido de los troyanos que
habían dejado que desapareciera la estatua en su honor.
Por ello pensó que para llegar a un buen entendimiento, los
griegos marcharían de las tierras troyanas pero antes deberían
reponer la pérdida con alguna ofrenda (la diosa Atenea sabía que
Ulises había robado la estatua).
Y como el animal favorito de la diosa era el caballo, sugirió a los
griegos que realizaran una gran estatua de este animal.
Por tanto, los griegos realizaron la construcción de madera y se
han marchado a Grecia. A cambio los troyanos tendréis que
conducir este enorme armatoste en forma de caballo dentro de la
ciudad.”
Necesitaron más de veinte hombres para lograrlo. Pero cuando caía la
noche consiguieron atravesar las murallas por la puerta principal de
Troya. Esa misma noche comenzarían las ceremonias para Atenea.
Durante una semana celebrarían rituales religiosos y competiciones
deportivas para agradar a la diosa. Así lo había ordenado el rey Príamo.
El pueblo troyano salió a la calle. ¡Por fin había acabado la guerra! Reían,
bailaban y cantaban. Todo en honor a Atenea que había hecho posible
aquel final tan esperado. La fiesta se alargó hasta bien entrada la noche.
Finalmente, los troyanos dormían exhaustos. Y ese fue el momento que
Ulises y sus hombres aprovecharon para abrir la compuerta.
El primero en asomarse fue Artax. Se decolgó por una escalerilla de
cuerda y esperó al resto de guerreros griegos junto a las patas del gran
caballo.
No serían más de cincuenta soldados griegos, pero era suficiente. Artax
y Ulises se dirigieron de forma sigilosa a la puerta de entrada de la
ciudad. La abrieron sin que los vigilantes troyanos llegaran a despertar.
Ulises imitó el canto de una alondra. Era la señal acordada para que el
resto del ejército griego, que se encontraba escondido en una falsa zanja
de tierra, entrara. Antes de que pudiera reaccionar, la ciudad de Troya
había sido ganada por los griegos.
Prueba superada. La estrategia conjunta entre Noah, Mirta, Artax y
Gea ha dado resultado.
¡Habéis ganado 1000 puntos!
-¡Genial! Lo hemos conseguido- gritó Abril. Y a continuación se abrazó a
Mauro. Éste la miró emocionado (no sabemos si por la alegría de superar
la aventura o por la emoción de este gesto). Al abrazo también se
unieron Leo y Abril, haciendo piña.
-¡Chussssssss!- dijo la profesora de historia para que bajaran la voz.
Llevaban varias clases de desdoble avanzando en esta aventura y eran
los primeros que habían superado el enigma.
Recibieron felicitaciones de toda la clase, porque ahora representarían al
instituto en el concurso de ILIÓN que se celebraría en una semana,
donde concursarían todos los centros de secundaria de Valencia.
Mauro aún notaba el clamor de la batalla y sobre todo el calor de la mano
de Abril entre las suyas.
Resuelve el enigma:
La fascinación por la guerra de Troya nos la transmitió Homero en su
obra la Iliada, donde relata la lucha de griegos y troyanos, a causa del
rapto de una mujer. Helena.
Considerada una de las primeras producciones literarias de Grecia, La
Iliada nos habla de la rivalidad de los hombres de aquella época pero
también de los caprichos de los dioses (Afrodita, Atenea, Hera, Zeus,
Apolo,..) que interfieren en los asuntos humanos.
Durante mucho tiempo Troya tan solo perteneció al ámbito de la fantasia
y las leyendas. Pero Ilión (nombre griego de la ciudad) fue descubierta
por Heinrich Schliemann. Aficionado a los mitos griegos, este arqueólogo
soñó que un día encontraría Troya. Así sucedió en 1870.
Con este descubrimiento demostró que Ilión era una realidad. Pero, ¿y la
guerra de Troya? ¿Había sucedido en el pasado o tan solo en la
imaginación de Homero?
Los historiadores están de acuerdo en que griegos y troyanos se
enfrentaron allá por el siglo XII a. C. Pero la causa no fue una mujer.
Probablemente el interés por dirigir el comercio en el mar Mediterráneo y
Egeo, junto a las ansias de controlar el paso por el estrecho del
Helesponto y el Bósboro (que conducían al Mar Negro) sean razones
más probables. Hay que pensar que en aquella época poseer metales,
(como el hierro y el bronce), suponía conseguir más poder.
Por tanto el mito de la Iliada nos habla de dioses, héroes y de amores
desafortunados. Mientras que la guerra de Troya nos transmite una
historia de luchas por el poder y la riqueza.
Mito o realidad. Que cada uno elija su versión.
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