Para la revisión de vida

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DOMINGO DE RAMOS:
Contiene:
ARL Domingo de Ramos
PAGOLA Domingo de Ramos
Domingo de Ramos
Semana del 13 al 19 de abril, 2014
DOMINGO DE RAMOS
Este día, con una liturgia increíblemente rica, la Iglesia nos introduce a la gran semana, la “Semana
Santa”, que nos acerca al corazón del Misterio del amor de Dios que se revela en el sacrificio del
Hijo Jesús.
La celebración comienza con el recuerdo de la entrada del Señor a Jerusalén entre las aclamaciones
de la muchedumbre: “Muchos, -dice el texto de san Marcos-, extendían sus propios mantos sobre el
camino y otros, algunos ramos que habían cortado en el campo. Los que iban delante y los que
caminaban detrás gritaban: Hosanna! Bendito el que viene en el nombre del Señor! Bendito el
Reino que viene! Hosanna en lo alto de los cielos!.” (Mc 11, 8-10) Pareciera que la multitud
reconocía, exultante, al Cristo de Dios, que recordaba los beneficios recibidos de él y sus nuevas
enseñanzas cargadas de esperanza.
Pero ya se sabe que la multitud es voluble, es una presa fácil de los estados de ánimo; la persona se
hace masa, fácilmente manipulable de quien lo desea y quiere pescar en río revuelto, sobre todo si
debe hacer valer a cualquier precio los propios proyectos de poder. Y es así que sólo unos cuantos
después de esta feliz entrada a la ciudad Santa donde el Maestro había celebrado la Pascua con sus
discípulos, encontramos a la misma multitud que, esta vez tomada por una exaltación de violencia,
grita solamente: “Crucifícalo!”, y acompaña con su grito descompuesto a Jesús hasta el Calvario
entre insultos, burlas y blasfemas palabras de reproche.
Es lo que leemos en el largo y dramático relato de la Pasión: aquellos tres días, los más largos y
oscuros de la historia en los que el hombre descarga sobre su Salvador toda la turbia espuma del
mal de la que, desgraciadamente, es capaz.
De la pasión del Hijo de Dios, siglos atrás ya había hablado el profeta Isaías en el cántico del
“Siervo sufriente”, un canto que nos deja sin palabras, de frente al silencio y a la mansedumbre del
Hombre, que no es un símbolo, sino la persona del Hijo de Dios: “…no he opuesto resistencia, no
me he echado hacia atrás, he presentado la espalda a los flageladores, la mejilla a quien me tiraba
de la barba, no he escondido el rostro a los insultos y a los escupitajos…”
El apóstol san Pablo, después cantará este increíble misterio del anonadamiento de Dios en el
hombre-Jesús, en el himno Cristológico de la carta a los Efesios, un himno que debería estar
presente siempre a nuestra mirada y vivo en nuestra memoria, porque es para nosotros, para recrear
nuestra belleza originaria y nuestra dignidad de creaturas hechas a la imagen de Dios, que Cristo
Jesús: “siendo de condición divina, se despojó a sí mismo, asumiendo la condición de siervo… se
humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz…”
En los textos de Isaías y Pablo podemos leer, en síntesis el extenso relato de la pasión y muerte de
Jesús, hasta aquel grito final “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, mientras, como escribe el evangelista-, “… se oscurecía toda la tierra… y el velo del templo se rasgó en dos
de arriba abajo, la tierra tembló, las rocas se resquebrajaron, los sepulcros se abrieron…”; es el
acontecimiento más trágico de la historia, pero no la última palabra sobre ella.
Hay una luz que acompaña y aclara el drama de Cristo que muere, una luz que se ha encendido, de
modo extraordinario e intenso, entre las paredes de aquel cenáculo que ha visto la última Pascua del
Hijo de Dios, que solamente sabe amar “hasta el fin” (Jn 13, 1); la luz del amor que se dona, en esa
forma única que es la Eucaristía: el cuerpo entregado a la muerte y la sangre derramada, hasta la
última gota.
Me gusta releer el momento fundante de nuestra fe y de nuestra salvación en el texto de la primera
plegaria eucarística, que dice así: “la víspera de su pasión, tomó el pan en sus manos, santas y
venerables y, alzando los ojos al cielo, a ti, Dios Padre omnipotente, dio gracias con la plegaria de
bendición, partió el pan, lo dio a sus discípulos y dijo: tomen y coman todos, este es mi cuerpo
entregado al sacrificio por ustedes. Del mismo modo, después de la cena tomó este cáliz glorioso
en sus santas y venerables manos, te dio gracias con la plegaria de bendición, lo dio a sus
discípulos y dijo: tomen y beban todos de él, este es el cáliz de mi sangre por la nueva y eterna
alianza, derramada por ustedes y por todos para el perdón de los pecados…”
Esta es la luz que acompaña aún los momentos más dramáticos de la pasión y muerte de Cristo, es
la luz del Amor, que se da infinitamente, olvidado de sí, para rehacer al hombre, para reconstituirle
la grandeza y la belleza, para hacer resplandecer nuevamente en el los rasgos, si se puede decir así,
como los del Padre que le ha creado; y esto, entrando en esa comunión misteriosa y profunda que se
realiza comiendo y bebiendo el cuerpo y la sangre de Cristo Redentor.
Hay un momento en el relato de la pasión de Cristo en que el gobernador Pilatos lo presenta a la
multitud; Jesús está exhausto, desfigurado por el dolor de los golpes, de los latigazos y de la corona
de espinas que hace de él un rey de burla, y, como hace notar el evangelista san Juan, lo presenta
con estas palabras: “Aquí está el hombre” (Jn 19, 5); en ese momento, Cristo, que ha tomado sobre
sí el incalculable peso del pecado, se hace icono del hombre, que espera ser redimido. Pasarán
solamente tres días y ese mismo Hombre que, como afirma el profeta, “no tiene ya más esplendor
ni belleza…” (Is 53, 2) resurgirá resplandeciente, en aquella única mañana de Pascua, que no
conoce ocaso, y su luz transformará a todos los demás hombres que quieran renacer en Cristo y
vivir con él.
Esas manos que la liturgia dice “santas y venerables”, esas manos, que se han alzado solo para
curar sanar y que se han dejado crucificar por amor, esas manos todavía sostienen el mundo y
guían la Historia, nuestra historia aún contaminada por el mal y sujeta con frecuencia por
incomprensible violencia, son las manos del Hijo de Dios que siempre se da a nosotros en la
Eucaristía, el sacramento que injertándonos en él, nos da la fuerza y la gracia, no solo de amarlo y
seguirlo, sino mucho más, de testimoniarlo, presente entre los hombres, para que a todos llegue la
gracia de la redención y todo hombre reconozca en Cristo crucificado por amor, a Aquel que,
verdaderamente, es el Hijo de Dios.
Fr. Arturo Ríos Lara, OFM
México, 13 de abril de 2014
NADA LO PUDO DETENER
JOSÉ ANTONIO PAGOLA,
La ejecución del Bautista no fue algo casual. Según una idea muy extendida en el pueblo judío, el
destino que espera al profeta es la incomprensión, el rechazo y, en muchos casos, la muerte.
Probablemente, Jesús contó desde muy pronto con la posibilidad de un final violento.
Jesús no fue un suicida ni buscaba el martirio. Nunca quiso el sufrimiento ni para él ni para nadie.
Dedicó su vida a combatirlo en la enfermedad, las injusticias, la marginación o la desesperanza.
Vivió entregado a “buscar el reino de Dios y su justicia”: ese mundo más digno y dichoso para
todos, que busca su Padre.
Si acepta la persecución y el martirio es por fidelidad a ese proyecto de Dios que no quiere ver
sufrir a sus hijos e hijas. Por eso, no corre hacia la muerte, pero tampoco se echa atrás. No huye ante
las amenazas, tampoco modifica ni suaviza su mensaje.
Le habría sido fácil evitar la ejecución. Habría bastado con callarse y no insistir en lo que podía
irritar en el templo o en el palacio del prefecto romano. No lo hizo. Siguió su camino. Prefirió ser
ejecutado antes que traicionar su conciencia y ser infiel al proyecto de Dios, su Padre.
Aprendió a vivir en un clima de inseguridad, conflictos y acusaciones. Día a día se fue reafirmando
en su misión y siguió anunciando con claridad su mensaje. Se atrevió a difundirlo no solo en las
aldeas retiradas de Galilea, sino en el entorno peligroso del templo. Nada lo detuvo.
Morirá fiel al Dios en el que ha confiado siempre. Seguirá acogiendo a todos, incluso a pecadores e
indeseables. Si terminan rechazándolo, morirá como un “excluido” pero con su muerte confirmará
lo que ha sido su vida entera: confianza total en un Dios que no rechaza ni excluye a nadie de su
perdón.
Seguirá buscando el reino de Dios y su justicia, identificándose con los más pobres y despreciados.
Si un día lo ejecutan en el suplicio de la cruz, reservado para esclavos, morirá como el más pobre y
despreciado, pero con su muerte sellará para siempre su fe en un Dios que quiere la salvación del
ser humano de todo lo que lo esclaviza.
Los seguidores de Jesús descubrimos el Misterio último de la realidad, encarnado en su amor y
entrega extrema al ser humano. En el amor de ese crucificado está Dios mismo identificado con
todos los que sufren, gritando contra todas las injusticias y perdonando a los verdugos de todos los
tiempos. En este Dios se puede creer o no creer, pero no es posible burlarse de él. En él confiamos
los cristianos. Nada lo detendrá en su empeño de salvar a sus hijos
NADA O PODE DETER
José Antonio Pagola.
A execução de João Batista não foi algo casual. Segundo uma ideia muito difundida pelo povo judeu, o
destino que espera o profeta é a incompreensão, a rejeição e, em muitos casos, a morte. Provavelmente, Jesus
contou desde muito cedo com a possibilidade de um final violento.
Jesus não foi um suicida nem procurava o martírio. Nunca quis o sofrimento nem para Ele nem para
ninguém. Dedicou a Sua vida a combate-lo na doença, nas injustiças, na marginalização ou no desespero.
Viveu entregue a “procurar o reino de Deus e a sua justiça”: esse mundo mais digno e ditoso para todos, que
procura o Seu Pai.
Se aceita a perseguição e o martírio é por fidelidade a esse projeto de Deus que não quer ver sofrer os Seus
filhos e filhas. Por isso, não corre para a morte, mas tampouco recua. Não foge ante as ameaças, tampouco
modifica nem suaviza a Sua mensagem.
Teria sido fácil evitar a execução. Teria bastado com calar-se e não insistir no que podia irritar no templo ou
no palácio do prefeito romano. Não o fez. Segui o Seu caminho. Preferiu ser executado antes de atraiçoar a
Sua consciência e ser infiel ao projeto de Deus, Seu Pai.
Aprendeu a viver num clima de insegurança conflitos e acusações. Dia a dia foi-se reafirmando na Sua
missão e continuou anunciando com claridade a Sua mensagem. Atreve-se a difundi-la não só nas aldeias
retiradas da Galileia, mas também no enquadramento perigoso do templo. Nada o deteve.
Morrerá fiel ao Deus em que confiou sempre. Seguirá acolhendo a todos, inclusive a pecadores e
indesejáveis. Se acabam por rejeitá-Lo, morrerá como um “excluído” mas com a Sua morte confirmará o que
foi toda a Sua vida: confiança total num Deus que não rejeita nem exclui ninguém do Seu perdão.
Continuará a procurar o reino de Deus e a Sua justiça, identificando-se com os mais pobres e desprezados. Se
um dia o executam no suplicio da cruz, reservado para escravos, morrerá como o mais pobre e desprezado,
mas com a Sua morte selará para sempre a sua fé num Deus que quer a salvação do ser humano de tudo o
que o escraviza.
Os seguidores de Jesus, descobrimos o Mistério último da realidade, encarnado no Seu amor e entrega
extrema ao ser humano. No amor desse crucificado está Deus mesmo identificado com todos os que sofrem,
gritando contra todas as injustiças e perdoando os verdugos de todos os tempos. Neste Deus pode-se
acreditar ou não acreditar, mas não é possível escarnecer Dele. Nele confiamos os cristãos. Nada o deterá no
Seu empenho de salvar os Seus filhos.
EZ ZION EZERK ATZERA EGINARAZI
José Antonio Pagola.
Joan Bataiatzailea hiltzea ez zen izan ezusteko bat. Judu-herrian oso hedatua zen ideia baten arabera,
profetaren zoria ulertezina izatea da, ukatua izatea eta, kasu askotan, heriotza galdua izatea. Segur aski, oso
garaiz barruntatu zuen Jesusek beretzat indarkeriazko azken bat.
Jesus ez zen izan suizida bat, ez zen ibili martiritzaren bila. Ez zuen sekula sufrimendua opa izan, ez
beretzat, ez beste inorentzat. Bizitza osoan saiatu zen haren kontra, bai gaixotasunean, bai zuzengabekerian,
bai bazterkerian edo etsipenean. «Jainkoaren erreinua eta haren zuzentasuna bilatzea» izan zuen bere asmo
guztia: zeruko Aitak gogoko duen mundu duinago eta zoriontsuagoa baten bilatzeari emanik bizi izan zen.
Pertsekuzioa eta martiritza onartzen baditu, bere seme-alabak sufritzen ikusi nahi ez dituen Jainkoaren
asmori leial izateagatik izan da. Horregatik, ez doa heriotzaren bila, baina atzera ere ez du egin. Ez du ihes
egin mehatxuen aurrean, ez du aldatu edo leundu bere mezua ere.
Aise ihes egiten ahal zion Jesusek eraila izateari. Aski izango zuen isiltzea eta ez azpimarratzea tenpluan edo
erromatar prefektuaren jauregian haserrea eragin zezakeen ezer. Baina ez. Bere bideari jarraitu zion. Nahiago
izan zuen heriotza bere kontzientziari saldukeria egitea baino, Jainkoaren, bere Aitaren, asmori desleial
izatea baino.
Segurtasun-faltaren, gatazkaren eta salaketen giroan bizitzen ikasi zuen. Eguna joan eguna etorri, bere gogoa
bere egitekoari estuago lotuz joan zen, eta bere mezua argi eta garbi hots egiten. Mezu hura zabaltzera
ausartu zen, ez Galileako herrixka baztertuetan bakarrik, baita tenpluaren ingurune arriskutsuan ere. Ez zion
ezerk atzera eginarazi.
Jainkoari leial zelako hil zuten, harengan ezarria baitzuen beti bere konfiantza. Guztiei onarpena eskaintzen
jarraitu zuen, baita bekatariei eta desiraezin zirenei ere. Berari uko egitera iristen badira, «baztertu» bat
bezala hilko da, baina bizitza osoan zer izan den baietsiko du heriotza horrek: inor zapuzten ez duen eta bere
barkazioa inori ukatzen ez dion Jainkoagan izan duen erabateko konfiantza du.
Jainkoaren eta haren erreinuaren bila jarraituko du, bat eginez pobreenak eta mespretxatuenak direnekin.
Egun batean gurutzean, esklaboei dagokien tormentuan, hiltzen badute, pobre eta mespretxatu bat bezala
hilko da; baina betiko zigilatuko du bere heriotzaz Jainkoagan duen konfiantza, hark salbazioa opa baitie
gizon-emakume guztiei esklabotza guztitik.
Jesusengan, haren jarraitzaileok errealitatearen azken Misterioa aurkitu dugu, gizakiari dion maitasunean eta
erabateko eskaintzan haragitua den Misterioa. Gurutziltzatua izan den horren maitasunean Jainkoa bera ageri
zaigu, sufritzen ari diren guztiekin bat eginik, zuzengabekeria guztien kontra oihuka eta aldi guztietako
borreroei barkatzen. Jainko honengan sinetsi daiteke edo ez, baina ezin egin zaio isekarik. Honengan dugu
kristauok geure konfiantza. Ezerk ez dio atzera eragingo bere seme-alabak salbatzeko eginahalean.
RES NO EL VA PODER ATURAR
José Antonio Pagola.
L'execució del Baptista no va ser una cosa casual. Segons una idea molt estesa en el poble jueu, el destí que
espera al profeta és la incomprensió, el rebuig i, en molts casos, la mort. Probablement, Jesús va comptar des
de molt aviat amb la possibilitat d'un final violent.
Jesús no va ser un suïcida ni buscava el martiri. Mai va voler el sofriment ni per a ell ni per a ningú. Va
dedicar la seva vida a combatre'l en la malaltia, les injustícies, la marginació o la desesperança. Va viure
entregat a "cercar el regne de Déu i la seva justícia": aquest món més digne i més feliç per a tothom, que
cerca el seu Pare.
Si accepta la persecució i el martiri és per fidelitat a aquest projecte de Déu que no vol veure patir els seus
fills i les seves filles. Per això, no corre cap a la mort, però tampoc es fa enrere. No fuig davant les amenaces,
tampoc modifica ni suavitza el seu missatge.
Li hauria estat fàcil d'evitar l'execució. N'hi hauria hagut prou amb callar i no insistir en allò que podia irritar
al temple o al palau del prefecte romà. No ho va fer. Va seguir el seu camí. Va preferir ser executat abans
que trair la seva consciència i ser infidel al projecte de Déu, el seu Pare.
Va aprendre a viure en un clima d'inseguretat, conflictes i acusacions. Dia a dia es va anar reafirmant en la
seva missió i va seguir anunciant amb claredat el seu missatge. Es va atrevir a difondre'l no només en els
llogarets apartats de Galilea, sinó en l'entorn perillós del temple. Res el va aturar.
Morirà fidel al Déu en què ha confiat sempre. Seguirà acollint tothom, fins i tot a pecadors i indesitjables. Si
acaben rebutjant-lo, morirà com un "exclòs" però amb la seva mort confirmarà el que ha estat la seva vida
sencera: confiança total en un Déu que no rebutja ni exclou ningú del seu perdó.
Continuarà cercant el Regne de Déu i la seva justícia, identificant-se amb els més pobres i menyspreats. Si
un dia l'executen en el suplici de la creu, reservat per a esclaus, morirà com el més pobre i menyspreat, però
amb la seva mort segellarà per sempre la seva fe en un Déu que vol la salvació de l'ésser humà de tot allò que
l'esclavitza.
Els seguidors de Jesús descobrim el Misteri últim de la realitat, encarnat en el seu amor i entrega extrema a
l'ésser humà. En l'amor d'aquest crucificat hi ha Déu mateix identificat amb tots els que pateixen, cridant
contra totes les injustícies i perdonant als botxins de tots els temps. En aquest Déu s'hi pot creure o no creure-
hi, però no és possible burlar-se'n. Hi confiem els cristians. Res no l'aturarà en el seu afany de salvar els seus
fills.
NADA O PUIDO DETER
José Antonio Pagola.
A execución do Bautista non foi algo casual. Segundo unha idea moi estendida no pobo xudeu, o destino que
lle espera ao profeta é a incomprensión, o rexeitamento e, en moitos casos, a morte. Probabelmente, Xesús
contou desde ben axiña coa posibilidade dun final violento.
Xesús non foi un suicida nin buscaba o martirio. Nunca quixo o sufrimento nin para el nin para ninguén.
Dedicou a súa vida a combatelo na enfermidade, nas inxustizas, na marxinación ou na desesperanza. Viviu
entregado a “buscar o reino de Deus e a súa xustiza”: ese mundo máis digno e ditoso para todos, que busca o
seu Pai.
Se acepta a persecución e o martirio é por fidelidade a ese proxecto de Deus que non quere ver sufrir aos
seus fillos e fillas. Por iso, non corre cara á morte, pero tampouco se arreda dela, botándose atrás. Non foxe
ante as ameazas, tampouco modifica nin suaviza a súa mensaxe.
Seríalle ben doado evitar a execución. Abondaríalle con calar e non insistir no que podía irritar no templo ou
no pazo do prefecto romano. Non o fixo. Seguiu o seu camiño. Preferiu ser executado antes de que traizoar a
súa conciencia e ser infiel ao proxecto de Deus, o seu Pai.
Aprendeu a vivir nun clima de inseguridade, conflitos e acusacións. Día a día foise reafirmando na súa
misión e seguiu anunciando con claridade a súa mensaxe. Atreveuse a difundilo non só nas aldeas retiradas
de Galilea, senón na contorna perigosa do templo. Nada o detivo.
Morrerá fiel ao Deus no que confiou sempre. Seguirá acollendo a todos, ata a pecadores e indesexábeis. Se
terminan rexeitándoo, morrerá como un “excluído” pero coa súa morte confirmará o que foi a súa vida
enteira: confianza total nun Deus que non rexeita nin exclúe a ninguén do seu perdón.
Seguirá buscando o reino de Deus e a súa xustiza, identificándose cos máis pobres e desprezados. Se un día o
executan no suplicio da cruz, reservado para escravos, morrerá como o máis pobre e desprezado, pero coa
súa morte selará para sempre a súa fe nun Deus que quere a salvación do ser humano de todo o que o
escraviza.
Os seguidores de Xesús descubrimos o Misterio último da realidade, encarnado no seu amor e entrega
extrema ao ser humano. No amor dese crucificado está Deus mesmo identificado con todos os que sofren,
gritando contra de todas as inxustizas e perdoando aos verdugos de todos os tempos. Neste Deus pódese crer
ou non crer, pero non é posíbel burlarse del. Nel confiamos os cristiáns. Nada o deterá no seu empeño de
salvar aos seus fillos.
Domingo de Ramos
(Domingo 13 de abril de 2014)
Guión para la Santa Misa
Domingo de Ramos – Ciclo A- 13 de Abril 2014
En el lugar de la Procesión, antes de la llegada del sacerdote:
La Semana Santa se abre con el recuerdo de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, en donde
Cristo acepta ser aclamado públicamente como el Mesías salvador, porque muriendo luego sobre la
Cruz, llevará a cabo de la manera más plena su misión de Redentor y Rey vencedor.
Liturgia de la Palabra
Primera Lectura: Isaías 50, 4- 7
Las palabras del profeta Isaías prefiguran a Cristo que, en medio de los ultrajes, no retiró su rostro
poniéndose en manos del Padre.
Salmo Responsorial: 21
Segunda Lectura: Flp. 2, 6- 11
El Hijo de Dios se presentó en este mundo con aspecto humano para abrazar la humillación y la
Cruz.
Evangelio- Lectura de la Pasión: Mt. 27, 11- 54 o bien 26, 3- 5. 14- 27
Contemplemos a Cristo en su Pasión para configurarnos con Él en los dolores que padeció por amor
nuestro.
Preces:
Hermanos, en este día en que celebramos la entrada de Cristo en Jerusalén para consumar su
Misterio Pascual, oremos al Padre por nuestras necesidades y las del mundo entero.
A cada intención respondemos cantando:
* Por el Santo Padre para que, revestido de los sentimientos y virtudes del corazón del Buen Pastor,
conduzca a Iglesia hacia la Pascua Eterna. Oremos
* Por la Iglesia perseguida, para que, ya que permanece unida a Cristo en el sufrimiento, merezca
tener parte en su gloria. Oremos.
* Para que, en este día en que se da inicio a la Semana Santa, todos los bautizados se dispongan
convenientemente a participar de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Oremos.
* Para que quienes viven lejos de la verdad y de la gracia, experimenten la fuerza de la conversión y
se abran al perdón de Dios acercándose confiadamente al sacramento de la Reconciliación. Oremos.
Dios todopoderoso, que por amor al mundo entregaste a tu Hijo Único, escucha la súplica de tu
pueblo y acrecienta nuestros deseos de servirte. Por Jesucristo Nuestro Señor. Amén.
Liturgia Eucarística
Ofertorio:
Nos unimos al Sacrificio de Cristo para ser agradables a Dios, y ofrecemos:
* Cirios, y con ellos nuestro homenaje al Mesías Rey.
* Pan y vino, para ser transustanciados en el Cuerpo y la Sangre de Nuestro Señor.
Comunión:
Te aclamo Rey Manso y humilde que quieres entrar en mi alma en esta santa Comunión para
compartir conmigo los dolores de tu Pasión.
Salida:
Con María Santísima, Virgen oferente, subamos a Jerusalén y celebremos con la Víctima divina, la
Pascua de nuestra salvación.
Orientaciones para Semana Santa
P. Lic. José A. Marcone, I.V.E.
Orientaciones para las homilías de Semana Santa
Reunimos aquí las indicaciones litúrgicas para la celebración de la Liturgia de la Palabra en las
Misas de la Semana Santa. Están tomadas de los libros litúrgicos aprobados canónicamente por la
Iglesia. Con esta mirada de conjunto podemos ya hacer un plan y un primer bosquejo de todos
nuestros sermones de Semana Santa.
Domingo de Ramos
“En el Domingo de Ramos de la Pasión del Señor, para la procesión se han escogido los textos que
se refieren a la solemne entrada del Señor en Jerusalén, tomados de los tres Evangelios sinópticos;
en la Misa se lee el relato de la pasión del Señor”. (Leccionario, Prenotanda, nº 97)
“La misa de este domingo incluye tres lecturas, cuya proclamación mucho se recomienda, a no ser
que razones pastorales aconsejen lo contrario.
“Teniendo en cuenta la importancia de la lectura de la Pasión del Señor, está permitido al sacerdote,
en vista de las necesidades de cada comunidad, elegir una sola de las lecturas que preceden al
Evangelio, o leer únicamente la historia de la Pasión, también en forma abreviada, si fuera
necesario. Esto vale exclusivamente para las misas celebradas con el pueblo.” (Leccionario, Tomo
I, p. 445; anotación en rojo antes de las lecturas de la Misa del Domingo de Ramos)
“En los lugares en que pareciere oportuno, durante la lectura de la Pasión se pueden incorporar
aclamaciones” (Leccionario, Tomo I, p. 451; anotación en rojo antes de la lectura de la Pasión)
Recordamos que el sacerdote celebrante, en las Misas del Domingo de Ramos que se hagan con
procesión o con entrada solemne, debe predicar tres veces. La primera es una monición antes de la
bendición de los ramos, monición que puede leer también del Misal (Misal Romano, Domingo de
Ramos en la Pasión del Señor, nº 5, p. 219). La segunda es después de la lectura del Evangelio
antes de iniciar la procesión. El Misal, respecto a esta predicación dice textualmente: “Después del
Evangelio, si se cree oportuno, puede hacerse una breve homilía.” (Misal Romano, Domingo de
Ramos en la Pasión del Señor, nº 8, p. 223). La tercera predicación es ya dentro de la Misa,
después de la lectura de la Pasión (según San Marcos, en este Ciclo B). Dice el Misal textualmente:
“Después de la proclamación de la Pasión, si se cree oportuno, hágase una breve homilía. Puede
hacerse también un momento de silencio” (Misal Romano, Domingo de Ramos en la Pasión del
Señor, nº 22, p. 228).
En algunas regiones el Domingo de Ramos es una de las misas más concurridas del año y, por lo
tanto, la utilidad espiritual de la homilía es muy grande. En estos casos aconsejamos no omitirla.
En cuanto al tema de la homilía es preciosa esta indicación del Ceremonial de los
Obispos: “Con el Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia entra en el misterio de su
Señor crucificado, sepultado y resucitado, el cual, entrando en Jerusalén, dio un anuncio profético
de su poder.
“Los cristianos llevan ramos en sus manos como signo de que Cristo muriendo en la cruz,
triunfó como Rey. Habiendo enseñado el Apóstol: ‘Si sufrimos con Él, también con Él seremos
glorificados’ (Rm.8,17), el nexo entre ambos aspectos del misterio pascual, ha de resplandecer en la
celebración y en la catequesis de este día” (Ceremonial de los Obispos, nº 263).
De acuerdo a esto podemos decir que el Domingo de Ramos comprende, a la vez, el
presagio del triunfo real de Cristo y el anuncio de la Pasión. Por lo tanto, en la homilía debe quedar
en evidencia la relación entre estos dos aspectos del misterio pascual.
Ferias de Semana Santa
“Los primeros días de la Semana Santa, las lecturas consideran el misterio de la pasión”
(Leccionario, Prenotanda, nº 98)
Misa crismal
“En la Misa crismal, las lecturas ponen de relieve la función mesiánica de Cristo y su continuación
en la Iglesia, por medio de los sacramentos”. (Leccionario, Prenotanda, nº 98)
Respecto a la predicación en la Misa crismal, dice el Misal textualmente: “Después de la
proclamación del Evangelio, el obispo pronuncia la homilía inspirándose en los textos de la Liturgia
de la Palabra, hablando al pueblo y a sus presbíteros acerca de la unción sacerdotal, exhortando a
los presbíteros a conservar la fidelidad a su ministerio e invitándolos a renovar públicamente sus
promesas sacerdotales” (Misal Romano, Jueves Santo, nº 8, p. 233)
Sagrado Triduo pascual
Jueves Santo o Jueves de la Cena del Señor
“El jueves santo, en la Misa vespertina, el recuerdo del banquete que precedió al éxodo ilumina de
un modo especial el ejemplo de Cristo al lavar los pies de los discípulos y las palabras de Pablo
sobre la institución de la Pascua cristiana de la Eucaristía” (Leccionario, Prenotanda, nº 99).
“Después de proclamar el Evangelio, el sacerdote pronuncia la homilía, en la cual se exponen los
grandes misterios que se recuerdan en esta Misa, es decir, la institución de la sagrada Eucaristía y
del Orden sacerdotal, y también el mandato del Señor sobre la caridad fraterna” (Misal Romano,
Jueves de la Cena del Señor, nº 9, p. 240). Esta breve indicación del Misal Romano es de gran
valor, ya que nos indica con claridad cuál debe ser el contenido de nuestra homilía para Misa de la
Cena del Señor.
Viernes Santo
“La acción litúrgica del viernes santo llega a su momento culminante en el relato según san Juan de
la pasión de aquel que, como el Siervo del Señor, anunciado en el libro de Isaías, se ha convertido
realmente en el único sacerdote al ofrecerse a sí mismo al Padre”. (Leccionario, Prenotanda, nº 99)
“Concluida la lectura de la Pasión (según San Juan), hágase una breve homilía, y terminada ésta, los
fieles pueden ser invitados a hacer un tiempo de oración en silencio” (Misal Romano, Viernes Santo
de la Pasión del Señor, nº 10, p. 245).
Viernes Santo: Memoria de los Dolores de la Santísima Virgen María junto a la Cruz
El Misal Romano (Viernes Santo de la Pasión del Señor, nº 20 bis) contempla dos posibilidades
para la memoria de los dolores y la soledad de la Virgen María: el “piadoso ejercicio tradicional”
del Sermón de la Soledad o la inclusión de “la memoria del dolor de María en la misma acción
litúrgica con la que se celebra la Pasión del Señor”. El Misal considera “más conveniente” esta
última porque “de esta manera aparecerá con más evidencia que la Virgen María está unida
indisolublemente a la obra de la salvación realizada por su Hijo”.
Sin embargo resalta el Misal que en algunos lugares puede “considerarse oportuno conservar” aquel
piadoso ejercicio tradicional del Sermón de la Soledad. El Misal lo describe de esta manera: “Según
una antigua tradición, en la tarde del Viernes Santo se realizaba en nuestras iglesias un piadoso
ejercicio en memoria de los dolores sufridos por la Santísima Virgen María junto a la cruz de su
Hijo, y de su estado de profunda soledad después de la muerte de Jesús.” Debe tenerse el cuidado de
realizarlo de tal manera que no reste importancia a la Celebración litúrgica de la Pasión del Señor.
Mi experiencia de nueve años de párroco en la periferia de la gran ciudad de Santiago de Chile me
lleva a decir que es perfectamente posible realizar este piadoso ejercicio sin que reste importancia a
la Celebración de la Pasión del Señor. Nosotros hacíamos la Celebración de la Pasión del Señor a
las 15 hs., aproximadamente. Luego hacíamos el Via Crucis por las calles de la población, que
duraba varias horas. Y el Via Crucis terminaba en el templo con el Sermón de la Soledad, hecho a
modo de Liturgia de la Palabra. De ese modo, el Sermón de la Soledad no restaba importancia a la
Celebración litúrgica de la Pasión del Señor. Las ideas fundamentales de dicho sermón están
expresadas en el Misal Romano, citado recién. Era de mucho provecho para los fieles.
Vigilia Pascual en la Noche Santa
“En la vigilia pascual de la noche santa, se proponen siete lecturas del Antiguo Testamento, que
recuerdan las maravillas de Dios en la historia de la salvación, y dos del Nuevo, a saber, el anuncio
de la resurrección según los tres evangelios sinópticos, y la lectura apostólica sobre el bautismo
cristiano como sacramento de la resurrección de Cristo” (Leccionario, Prenotanda, nº 99).
“En esta Vigilia, ‘Madre de todas las vigilias’, se proponen nueve lecturas: siete del Antiguo
Testamento y dos del Nuevo Testamento (Epístola y Evangelio). En la medida de lo posible, y
respetando la índole de la Vigilia, debe proclamarse todas las lecturas.
“Si graves circunstancias pastorales lo exigen, puede reducirse el número de las lecturas del
Antiguo Testamento; con todo, téngase siempre presente que la lectura de la Palabra de Dios es una
parte fundamental de esta Vigilia pascual. Por eso, deben leerse por lo menos tres lecturas del
Antiguo Testamento, que provengan de la Ley y los Profetas y se canten los respectivos salmos
responsoriales. Nunca debe omitirse la lectura tomada del capítulo 14 del Éxodo con sus respectivo
cántico” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche Santa, nº 20 – 21, p. 275)
El Leccionario se expresa con términos semejantes.
Respecto a la homilía para esta celebración dice el Misal Romano: “Después del Evangelio tiene
lugar la homilía que, aunque breve, no debe omitirse” (Misal Romano, Vigilia Pascual en la Noche
Santa, nº 36, p. 279)
Misa del día de Pascua
“Para la Misa del día de Pascua se propone la lectura del Evangelio de san Juan sobre el hallazgo
del sepulcro vacío. También pueden leerse, si se prefiere, los textos de los evangelios propuestos
para la noche santa, o, cuando hay Misa vespertina, la narración de Lucas sobre la aparición a los
discípulos que iban a Emaús. La primera lectura se toma de los Hechos de los Apóstoles, que se
leen durante el tiempo pascual en vez de la lectura del Antiguo Testamento. La lectura del Apóstol
se refiere al misterio de Pascua vivido en la Iglesia” (Leccionario, Prenotanda, nº 99).
Exégesis
P. José María Solé – Roma, C. F. M.
ISAÍAS 50, 4-7:
Se nos lee en este domingo el tercer canto del Poema del «Siervo de Yahvé»:
— En este canto o profecía se pone de relieve cuán atento está el «Siervo» (= Mesías) a la Palabra
(= Voluntad) de Dios; cómo es Discípulo que a toda hora está presto a oír la Palabra de su Maestro.
Jesús se aplica a Sí mismo el sentido de esta profecía Mesiánica y nos la explica cuando dice: «Yo
de Mí mismo nada puedo hacer; según oigo transmito» (Jn 5, 30). «Mi doctrina no es mía, sino de
Aquel que me envió» (Jn 5, 19). En la profecía de Isaías se nos dice que el mensaje o encomienda
que recibe el Siervo es mensaje de Salvación (4). Y esto mismo se aplica a sí Jesús: «El que escucha
mi Palabra tiene vida eterna; llega la hora, y es ahora, en que los muertos oirán la voz del Hijo de
Dios; y cuantos la oigan recobrarán la vida» (Jn 5, 25). Jesús-Mesías nos trae gozo, vida, salvación.
— Esta misión del Siervo-Mesías va a ser muy difícil. Pero el Siervo acepta con plena y heroica
docilidad y disponibilidad la voluntad de Dios: «Yo no le he resistido ni me he echado atrás» (5).
Jesús se aplica esta profecía y nos dice: «Por esto me ama el Padre, porque Yo entrego mi vida.
Voluntariamente la entrego. Este es el mandato que he recibido de mi Padre» (Jn 10, 17). Y a la
hora de la Pasión queda clara su entrega generosa: «Debe conocer el mundo que Yo amo al Padre; y
que procedo conforme al mandato del Padre; levantaos; vámonos de aquí» (Jn 14, 31). Ahora que a
la luz del Nuevo Testamento sabemos que el «Siervo» es el «Hijo», nos maravilla aún más esta
plena obediencia.
— En el cumplimiento de su misión el «Siervo» va a correr la suerte de todos los Profetas de Dios.
Es recibido con hostilidad. La actitud del Siervo frente a las persecuciones es de una humildad y
abnegación que sorprenden: «He prestado mis espaldas a los golpes y mis mejillas a los que
mesaban mi barba. No he hurtado mi faz a los ultrajes y salivazos» (6). ¡Cuán diferente este acento
del de un Jeremías, por ejemplo!: «Que sean confundidos mis perseguidores. Haz venir sobre ellos
el día de la desventura» (Jer 17, 18). El Siervo-Mesías (y así le vemos en la Historia de la Pasión) es
el «Cordero que, llevado al matadero, no abre su boca» (Is 53, 7); que en la Cruz ora al Padre:
«Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen» (Lc 23, 24).
FILIPENSES 2, 6-11:
En este canto o himno de la primitiva Iglesia que Pablo cita e integra en su Epístola a los filipenses;
se nos da una hermosa síntesis Cristológica:
— Antítesis luminosa entre los dos estados de Cristo: El estado «glorioso» que le correspondía en
su calidad de Hijo de Dios (6) y el que escoge al tomar la naturaleza humana de humillación
(Kenosis), despojo (Tapeinosis) y obediencia: En condición humana, sin privilegio alguno y con
todas las humanas limitaciones y miserias (excepto la del pecado) (CfrHb 4, 15). «Anonadado» (7),
«Siervo Obediente», acepta el plan del Padre; se sujeta a la muerte; a muerte de cruz:
Cujussalutiferaepassionis et gloriossaeresurrectionisdiesappropinquarenoscuntur, quibus et de
antiquihostissuperbiatriumphatur et nostraeredemptionisrecolitursacramentum (Pref.).
— Al trasluz de este cuadro se nos transparenta la contraposición entre el Adán viejo y el Adán
Nuevo. Adán quiso usurpar los derechos divinos: Ser como Dios; y, desobediente, se rebeló. Cristo,
Adán Nuevo, renuncia sus derechos divinos; se hace en todo como nosotros; se somete en total
obediencia al Padre. Con esto Cristo repara la obra nefasta de Adán. Nos salva. Con su obediencia,
el Siervo expía todas las desobediencias humanas; y merece para Sí mismo, para su humana
naturaleza, la suprema exaltación a la diestra del Padre (9. 10).
— Son muy claras en todo este pasaje las alusiones al «Siervo de Yahvé» de Isaías: «Siervo»
galardonado, que con su «expiación» justifica y salva a la muchedumbre de pecadores (Is 53, 12). Y
restituido a la vida es saciado de gozo y gloria (Is 53, 11). San Pablo sabe bien cuál es la «Gloria»
de Cristo Resucitado: el Señorío universal a la diestra del Padre; y cuál la raíz y razón de este
Señorío y Gloria: El «Nombre», es decir: la Divina Filiación (Flp 3, 9).
MATEO 26, 14-27:
La Cena Pascual inicia el momento culminante, la «Hora» (Jn 13, 1) de la Redención y Salvación:
— Jesús celebra la Cena Pascual de la Alianza Antigua e instituye la Pascua de la Nueva Alianza: la
Pascua cristiana. Pasamos, pues, de lo que era figura y sombra a lo que es realidad.
— En la Nueva Alianza el Cordero inmolado será Cristo. Jesús, antes que le crucifiquen, se inmola
místicamente. Y se nos da como Cordero Sacrificado, bajo especies de pan y vino, en convite
perpetuo. En un Sacrificio y en un Convite sacramental deberemos rememorar y renovar la
Redención que Él nos trae en la cruz, y anunciar su retorno glorioso (1 Cor 11, 25).
— La Antigua Alianza se canceló con sangre (Ex 24, 8). La Nueva se sella con la Sangre de Cristo
(Heb 8, 8). Cesan las figuras. Mientras Israel inmola su cordero pascual, en la cruz queda inmolado
el Cordero que a todos nos trae la verdadera Redención (del pecado) y Salvación: Vida Eterna.
Redención y Vida Eterna que en la celebración Eucarística anunciamos y rememoramos hasta que
Él vuelva (1 Cor 11, 26).
SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979, pp. 93-96
Comentario Teológico
Benedicto XVI
La entrada en Jerusalén
El Evangelio de Juan refiere que Jesús celebró tres fiestas de Pascua durante el tiempo de su vida
pública: una primera en relación con la purificación del templo (2,13-25); otra con ocasión de la
multiplicación de los panes (6,4); y, finalmente, la Pascua de la muerte y resurrección (p.ej. 12,1;
13,1), que se ha convertido en «su» gran Pascua, en la cual se funda la fiesta cristiana, la Pascua de
los cristianos. Los Sinópticos han transmitido información solamente de una Pascua: la de la cruz y
la resurrección; para Lucas, el camino de Jesús se describe casi como un único subir en
peregrinación desde Galilea hasta Jerusalén.
Es ante todo una «subida» en sentido geográfico: el Mar de Galilea está aproximadamente a200
metros bajo el nivel del mar, mientras que la altura media de Jerusalén es de 760 metros sobre el
nivel del mar. Como peldaños de esta subida, cada uno de los Sinópticos nos ha transmitido tres
profecías de Jesús sobre su Pasión, aludiendo con ello también a la subida interior, que se va
desarrollando a lo largo del camino exterior: el ir caminando hacia el templo como el lugar donde
Dios quiso «establecer» su nombre, como se describe en el Libro del Deuteronomio (12,11; 14,23).
La última meta de esta «subida» de Jesús es la entrega de sí mismo en la cruz, una entrega que
reemplaza los sacrificios antiguos; es la subida que la Carta a los Hebreos califica como un
ascender, no ya a una tienda hecha por mano de hombre, sino al cielo mismo, es decir, a la
presencia de Dios (9,24). Esta ascensión hasta la presencia de Dios pasa por la cruz, es la subida
hacia el «amor hasta el extremo» (cf. Jn 13,1), que es el verdadero monte de Dios.
Naturalmente, la meta inmediata de la peregrinación de Jesús es Jerusalén, la Ciudad Santa con su
templo y la «Pascua de los judíos», como la llama Juan (2,13). Jesús se había puesto encamino
junto con los Doce, pero poco a poco se fue uniendo a ellos un grupo creciente de peregrinos;
Mateo y Marcos nos dicen que, ya al salir de Jericó, había una «gran muchedumbre» que seguía a
Jesús (Mt 20,29; cf. Mc 10,46).
En este último tramo del recorrido hay un episodio que aumenta la expectación por lo que está a
punto de ocurrir, y que pone a Jesús de un modo nuevo en el centro de atención de quienes lo
acompañan. Un mendigo ciego, llamado Bartimeo, está sentado junto al camino. Se entera de que
entre los peregrinos está Jesús y entonces se pone a gritar sin cesar: «Hijo de David, Jesús, ten
compasión de mí» (Mc10, 47). En vano tratan de tranquilizarlo y, al final, Jesús le invita a que se
acerque. A su súplica —«Rabbuní, ¡que pueda ver!»—, Jesús le contesta: «Anda, tu fe te ha
curado».
Bartimeo recobró la vista «y le seguía por el camino» (Mc10, 48-52). Una vez que ya podía ver, se
unió a la peregrinación hacia Jerusalén. De repente, el tema «David», con su intrínseca esperanza
mesiánica, se apoderó de la muchedumbre: este Jesús con el que iban de camino ¿no será acaso
verdaderamente el nuevo David? Con su entrada en la Ciudad Santa, ¿no habrá llegado la hora en
que Él restablezca el reino de David?
Los preparativos que Jesús dispone con sus discípulos hacen crecer esta expectativa. Jesús llega al
Monte de los Olivos desde Betfagé y Betania, por donde se esperaba la entrada del Mesías. Manda
por delante a dos discípulos, diciéndoles que encontrarían un borrico atado, un pollino, que nadie
había montado. Tienen que desatarlo y llevárselo; si alguien les pregunta el porqué, han de
responder: «El Señor lo necesita» (Mc 11,3; Lc 19,31). Los discípulos encuentran el borrico, se les
pregunta —como estaba previsto— por el derecho que tienen para llevárselo, responden como se
les había ordenado y cumplen con el encargo recibido. Así, Jesús entra en la ciudad montado en un
borrico prestado, que inmediatamente después devolverá a su dueño.
Todo esto puede parecer más bien irrelevante para el lector de hoy, pero para los judíos
contemporáneos de Jesús está cargado de referencias misteriosas. En cada uno de los detalles está
presente el tema de la realeza y sus promesas. Jesús reivindica el derecho del rey are quisar medios
de transporte, un derecho conocido en toda la antigüedad (cf. Pesch, Markus evangelium, II, p.
180). El hecho de que se trate de un animal sobre el que nadie ha montado todavía remite también a
un derecho real. Y, sobre todo, se hace alusión a ciertas palabras del Antiguo Testamento que dan a
todo el episodio un sentido más profundo.
En primer lugar, las palabras de Génesis 49,10s, la bendición de Jacob, en las que se asigna am Judá
el cetro, el bastón de mando, que no le será quitado de sus rodillas «hasta que llegue aquel a quien
le pertenece y a quien los pueblos deben obediencia». Sc dice de Él que ata su borriquillo a la vid
(49,11).Por tanto, el borrico atado hace referencia al que tiene que venir, al cual «los pueblos deben
obediencia».
Más importante aún es Zacarías 9,9, el texto que Mateo y Juan citan explícitamente para hacer
comprender el «Domingo de Ramos»: «Decid a la hija de Sión: mira a tu rey, que viene a ti
humilde, montado en un asno, en un pollino, hijo de acémila» (Mt 21,5;cf. Za 9,9; Jn 12,15).Ya
hemos reflexionado ampliamente sobre el sentido de estas palabras del profeta para comprender la
figura de Jesús al comentar la bienaventuranza de los humildes, de los mansos(cf. primera parte, pp.
108-112). Él es un rey que rompe los arcos de guerra, un rey de la paz y un rey de la sencillez, un
rey de los pobres. Y hemos visto, en fin, que gobierna un reino que se extiende de mar a mar y
abarca toda la tierra (cf. ibíd., p. 109); esto nos ha recordado el nuevo reino universal de Jesús que,
en las comunidades de la fracción del pan, es decir, en la comunión con Jesucristo, se extiende de
mar a mar como reino de su paz (cf. ibíd., p. 112).Todo esto no podía verse entonces, pero lo que,
oculto en la visión profética, había sido apenas vislumbrado desde lejos, resulta evidente en
retrospectiva.
Por ahora retengamos esto: Jesús reivindica, de hecho, un derecho regio. Quiere que se entienda su
camino y su actuación sobre la base de las promesas del Antiguo Testamento, que se hacen realidad
en Él. El Antiguo Testamento habla de Él, y viceversa: Él actúa y vive de la Palabra de Dios, no
según sus propios programas y deseos. Su exigencia se funda en la obediencia a los mandatos del
Padre. Sus pasos son un caminar por la senda de la Palabra de Dios. Al mismo tiempo, la referencia
a Zacarías 9,9excluye una interpretación «zelote» de la realeza: Jesús no se apoya en la violencia,
no emprende una insurrección militar contra Roma. Su poder es de carácter diferente: reside en la
pobreza de Dios, en la paz de Dios, que Él considera el único poder salvador.
Volvamos al desarrollo de la narración. Cuando se lleva el borrico a Jesús, ocurre algo inesperado:
los discípulos echan sus mantos encima del borrico; mientras Mateo (21,7) y Marcos (11,7) dicen
simplemente que «Jesús se montó», Lucas escribe: «Y le ayudaron amontar» (19,35). Ésta es la
expresión usada en el Primer Libro de los Reyes cuando narra el acceso de Salomón al trono de
David, su padre. Allí se lee que el rey David ordena al sacerdote Zadoc, al profeta Natán y a
Benaías: «Tomad con vosotros los veteranos de vuestro señor, montad a mi hijo Salomón sobre mi
propia mula y bajadle a Guijón. El sacerdote Zadoc y el profeta Natán lo ungirán allí como rey de
Israel...» (1,33s).
También el echar los mantos tiene su sentido en la realeza de Israel (cf. 2 R 9,13). Lo que hacen los
discípulos es un gesto de entronización en la tradición de la realeza davídica y, así, también en la
esperanza mesiánica que se ha desarrollado a partir de ella. Los peregrinos que han venido con
Jesús a Jerusalén se dejan contagiar por el entusiasmo de los discípulos; ahora alfombran con sus
mantos el camino por donde pasa. Cortan ramas de los árboles y gritan palabras del Salmo 118,
palabras de oración de la liturgia de los peregrinos de Israel que en sus labios se convierten en una
proclamación mesiánica: « ¡Hosanna, bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el
Reino que llega, el de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9s; cf. Sal 118,25s).
Esta aclamación la han transmitido los cuatro evangelistas, aunque con sus variantes específicas.
Estas diferencias no son irrelevantes para la historia de la transmisión y la visión teológica de cada
uno de los evangelistas, pero no es necesario que nos ocupemos aquí de ellas. Tratamos solamente
de comprender las líneas esenciales de fondo, teniendo en cuenta, además, que la liturgia cristiana
ha acogido este saludo, interpretándolo a la luz de la fe pascual de la Iglesia.
Ante todo, aparece la exclamación: « ¡Hosanna!». Originalmente, ésta era una expresión de súplica,
como: « ¡Ayúdanos!». En el séptimo día de la fiesta de las Tiendas, los sacerdotes, dando siete
vueltas en torno al altar del incienso, la repetían monótonamente para implorar la lluvia. Pero, así
como la fiesta de las Tiendas se transformó de fiesta de súplica en una fiesta de alegría, la súplica se
convirtió cada vez más en una exclamación de júbilo (cf. Lohse, ThWNT, IX,p. 682).
La palabra había probablemente asumido también un sentido mesiánico ya en los tiempos de Jesús.
Así, podemos reconocer en la exclamación «¡Hosanna!» una expresión de múltiples sentimientos,
tanto de los peregrinos que venían con Jesús como de sus discípulos: una alabanza jubilosa a Dios
en el momento de aquella entrada; la esperanza de que hubiera llegado la hora del Mesías, y al
mismo tiempo la petición de que fuera instaurado de nuevo el reino de David y, con ello, el reinado
de Dios sobre Israel.
La palabra siguiente del Salmo 118, «bendito el que viene en el nombre del Señor», perteneció en
un primer tiempo, como se ha dicho, a la liturgia de Israel para los peregrinos y con ella se los
saludaba a la entrada de la ciudad o del templo. Lo demuestra también la segunda parte del
versículo: «Os bendecimos desde la casa del Señor». Era una bendición que los sacerdotes dirigían
y casi imponían sobre los peregrinos a su llegada. Pero con el tiempo la expresión «que viene en el
nombre del Señor» había adquirido un sentido mesiánico. Más aún, se había convertido incluso en
la denominación de Aquel que había sido prometido por Dios. De este modo, de una bendición para
los peregrinos la expresión se transformó en una alabanza a Jesús, al que se saluda como al que
viene en nombre de Dios, como el Esperado y el Anunciado por todas las promesas.
La referencia específicamente davídica, que se encuentra solamente en el texto de Marcos, nos
presenta tal vez en su modo más originario la expectativa de los peregrinos en aquellos momentos.
Lucas, que escribe para los cristianos procedentes del paganismo, ha omitido completamente el
«Hosanna» y la referencia a David, reemplazándola con una exclamación que alude a la Navidad:
«¡Paz en el cielo y gloria en las alturas!» (19,38; cf. 2,14). De los tres Evangelios sinópticos, pero
también de Juan, se deduce claramente que la escena del homenaje mesiánico a Jesús tuvo lugar al
entrar en la ciudad, y que sus protagonistas no fueron los habitantes de Jerusalén, sino los que
acompañaban a Jesús entrando con Él en la Ciudad Santa.
Mateo lo da a entender de la manera más explícita, añadiendo después de la narración del Hosanna
dirigido a Jesús, hijo de David, el comentario: «Al entrar en Jerusalén, toda la ciudad preguntaba
alborotada: "¿Quién es éste?". La gente que venía con él decía: "Es Jesús, el profeta de Nazaret de
Galilea"» (21,10s). El paralelismo con el relato de los Magos de Oriente es evidente. Tampoco
entonces se sabía nada en la ciudad de Jerusalén sobre el rey de los judíos que acababa de nacer;
esta noticia había dejado a Jerusalén «trastornada» (Mt 2,3).Ahora se «alborota»: Mateo usa la
palabra eseísthe (seíö), que expresa el estremecimiento causado por un terremoto.
Algo se había oído hablar del profeta que venía de Nazaret, pero no parecía tener ninguna
relevancia para Jerusalén, no era conocido. La multitud que homenajeaba a Jesús en la periferia de
la ciudad no es la misma que pediría después su crucifixión. En esta doble noticia sobre el no
reconocimiento de Jesús —una actitud de indiferencia y de inquietud a la vez—,hay ya una cierta
alusión a la tragedia de la ciudad, que Jesús había anunciado repetidamente, y de modo más
explícito en su discurso escatológico.
Pero en Mateo hay también otro texto importante, exclusivamente suyo, sobre la acogida de Jesús
en la Ciudad Santa. Después de la purificación del templo, algunos niños repiten en el templo las
palabras del homenaje a Jesús: «¡Hosanna al hijo de David!» (21,15). Jesús defiende la aclamación
de los niños ante los «sumos sacerdotes y los escribas» haciendo referencia al Salmo 8,3: «De la
boca de los niños y de los que aún maman has sacado una alabanza». Volveremos de nuevo sobre
esta escena en la reflexión sobre la purificación del templo. Tratemos aquí de comprender lo que
Jesús ha querido decir con la referencia al Salmo 8, una alusión con la cual ha abierto una vasta
perspectiva histórico-salvífica.
Lo que quería decir resulta muy claro si recordamos el episodio sobre los niños presentados a Jesús
«para que los tocara», descrito por todos los evangelistas sinópticos. Contra la resistencia de los
discípulos, que quieren defenderlo frente a esta intromisión, Jesús llama a los niños, les impone las
manos y los bendice. Y explica luego este gesto diciendo: «Dejad que los niños se acerquen a mí:
no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. Os aseguro que el que no acepte el
Reino de Dios como un niño, no entrará en él» (Mc10,13-15).Los niños son para Jesús el ejemplo
por excelencia de ese ser pequeño ante Dios que es necesario para poder pasar por el «ojo de una
aguja», a lo que hace referencia el relato del joven rico en el pasaje que sigue inmediatamente
después (Mc 10,17-27).
Poco antes había ocurrido el episodio en el que Jesús reaccionó a la discusión sobre quién era el
más importante entre los discípulos poniendo en medio a un niño, y abrazándole dijo: «El que acoge
a un niño como éste en mi nombre, me acoge a mí» (Mc 9,33-37). Jesús se identifica con el niño, Él
mismo se ha hecho pequeño. Como Hijo, no hace nada por sí mismo, sino que actúa totalmente a
partir del Padre y de cara a Él.
Si se tiene en cuenta esto, se entiende también la perícopa siguiente, en la cual ya no se habla de
niños, sino de los «pequeños»; y la expresión «los pequeños» se convierte incluso en la
denominación de los creyentes, de la comunidad de los discípulos de Jesús (cf. Mc 9,42). Han
encontrado este auténtico ser pequeño en la fe, que reconduce al hombre a su verdad.
Volvemos con esto al «Hosanna» de los niños. A la luz del Salmo 8, la alabanza de los niños
aparece como una anticipación de la alabanza que sus «pequeños» entonarán en su honor mucho
más allá de esta hora.
En este sentido, con buenas razones, la Iglesia naciente pudo ver en dicha escena la representación
anticipada de lo que ella misma hace en la liturgia. Ya en el texto litúrgico postpascual más antiguo
que conocemos —en la Didaché, en torno al año 100—, antes de la distribución de los sagrados
dones aparece el «Hosanna» junto con el «Maranatha»: «¡Venga la gracia y pase este mundo!
¡Hosanna al Dios de David! ¡Si alguno es santo, venga!; el que no lo es, se convierta. ¡Maranatha!
Amén» (10,6).
También el Benedictus fue incluido muy pronto en la liturgia: para la Iglesia naciente el «Domingo
de Ramos» no era una cosa del pasado. Así como entonces el Señor entró en la Ciudad Santa a
lomos del asno, así también la Iglesia lo veía llegar siempre nuevamente bajo la humilde apariencia
del pan y el vino.
La Iglesia saluda al Señor en la Sagrada Eucaristía como el que ahora viene, el que ha hecho su
entrada en ella. Y lo saluda al mismo tiempo como Aquel que sigue siendo el que ha de venir y nos
prepara para su venida. Como peregrinos, vamos hacia Él; como peregrino, Él sale a nuestro
encuentro y nos incorpora a su «subida» hacia la cruz y la resurrección, hacia la Jerusalén definitiva
que, en la comunión con su Cuerpo, ya se está desarrollando en medio de este mundo.
(RATZINGER, J. – BENEDICTO XVI, Jesús de Nazaret, Segunda Parte, Ediciones Encuentro,
Madrid, 2011, p. 11 – 22)
Santos Padres
San Agustín
La pasión del Señor.
1. Con toda solemnidad leemos y celebramos la pasión de quien con su sangre borró nuestras culpas
para reavivar gozosamente nuestro recuerdo a través de estas prácticas anuales y hacer que,
mediante la afluencia de gente, irradie mayor claridad nuestra fe. La solemnidad me pide hablaros,
en la medida que el Señor quiera concedérmelo, de su pasión. Ciertamente, en cuanto sufrió de
parte de sus enemigos, nuestro Señor se dignó dejarnos un ejemplo de paciencia para nuestra
salvación, útil para esta vida por la que hemos de pasar; de manera que, si así él lo quisiere, no
rehusemos el padecer lo que sea en bien del Evangelio. Puesto que aun lo que sufrió en esta carne
mortal lo sufrió libremente y no por necesidad, es justo creer que también quiso simbolizar algo en
cada uno de los hechos que tuvieron lugar y fueron escritos respecto a su pasión.
2. En primer lugar, en el hecho de que después de entregado para la crucifixión llevó él mismo la
cruz, nos dejó una muestra de paciencia e indicó de antemano lo que ha de hacer quien quiera
seguirle. Idéntica exhortación la hizo también verbalmente cuando dijo: Quien me ame, que tome su
cruz y me siga. Llevar la propia cruz equivale, en cierto modo, a dominar la propia mortalidad.
3. Al ser crucificado en el Calvario, significó que en su pasión tuvo lugar el perdón de todos los
pecados, de los que dice el salmo: Mis maldades se han multiplicado más que los cabellos de mi
cabeza.
4. A su derecha y a su izquierda, respectivamente, fueron crucificados otros dos hombres,
mostrando con ello que todos han de padecer, lo mismo si se hallan a su derecha que si están a su
izquierda. De los primeros se dice: Dichosos los que sufren persecución por causa de la justicia; de
los segundos, en cambio: Y aunque entregue mi cuerpo a las llamas, si no tengo amor, de nada me
sirve.
5. Con el rótulo puesto sobre la cruz, en el que estaba escrito: Rey de los judíos, demostró que ni
siquiera causándole la muerte pudieron conseguir los judíos que no fuera su rey quien con sublime
potestad y a todas luces dará a cada uno lo que merezcan sus obras. Por esa razón se canta en el
salmo: El me constituyó rey sobre Sión, su monte santo.
6. El que el rótulo estuviese escrito en tres lenguas: hebreo, griego y latín, indica que iba a reinar no
sólo sobre los judíos, sino también sobre los gentiles. Por eso, después de haber dicho en el mismo
salmo: El me constituyó rey sobre Sión, su monte santo, es decir, donde se hablaba la lengua hebrea,
añade a continuación, como refiriéndose a la griega y a la latina: El Señor me dijo: «Tú eres mi hijo,
yo te he engendrado hoy; pídemelo, y te daré los pueblos en herencia, y los confines de la tierra
como tu posesión.» No porque el griego y el latín sean las únicas lenguas habladas por los gentiles,
sino porque son las que más destacan; la griega, por su literatura, y la latina, por la habilidad de los
romanos. Aunque en aquellas tres lenguas quedaba indicado que iba a someterse a Cristo la
totalidad de los pueblos, no por eso se escribió allí también: «Rey de los gentiles», sino sólo: Rey de
los judíos, para que ya el nombre manifestase el origen de la raza cristiana. Está escrito: La ley
saldrá de Sión, y la palabra del Señor, de Jerusalén. ¿Quiénes son los que dicen en el salmo: Nos
sometió a los pueblos y puso a los gentiles bajo nuestros pies, sino aquellos de quienes dice el
Apóstol: Si los gentiles participaron de sus bienes espirituales, deben servirles con sus bienes
materiales?
7. Los príncipes de los judíos sugirieron a Pilato que en ningún modo escribiera que él era el rey de
los judíos, sino que él decía serlo. De esta forma, Pilato simbolizaba al acebuche que iba a ser
injertado en aquellas ramas quebradas; siendo gentil, mandó escribir la profesión de fe de los
gentiles, de quienes con razón dijo el mismo Señor: Se os quitará a vosotros el reino y se le
entregará a un pueblo que cumpla la justicia. Pero no por eso deja de ser rey de los judíos. Es la
raíz la que sostiene al acebuche, no el acebuche a la raíz. Y no obstante aquellas ramas desgajadas
por la infidelidad, Dios no repudió a su pueblo, al que conoció de antemano. También yo soy
israelita, dice el Apóstol. Aunque los hijos del reino que no quisieron que el Hijo de Dios fuera su
rey sean expulsados a las tinieblas exteriores, vendrán, no obstante, muchos de oriente y de
occidente y se sentarán a la mesa, no con Platón y Cicerón, sino con Abrahán, Isaac y Jacob, en el
reino de los cielos. Pilato, en efecto, escribió: Rey de los judíos, no «Rey de los griegos» o «Rey de
los latinos», aunque iba a reinar sobre los gentiles. Y lo que mandó escribir quedó escrito, sin que
lograra cambiarlo la sugerencia de los que no lo creían. Mucho tiempo antes se le había ordenado en
los salmos: No cambies la inscripción del rótulo. Todos los pueblos creen en el rey de los judíos;
reina sobre todos los gentiles, pero es solamente rey de los judíos. Tanto vigor tuvo aquella raíz, que
puede cambiar el ser del acebuche injertado en ella, mientras que el acebuche, en cambio, no puede
cambiar ni el nombre del olivo.
8. Los soldados se quedaron con sus vestiduras después de haberlas dividido en cuatro lotes. Con
ello se simbolizó a los sacramentos que iban a extenderse por las cuatro partes del orbe.
9. El hecho de que, en vez de partirla, echaron a suertes la única túnica inconsútil, demuestra con
suficiencia que los sacramentos visibles, aunque también ellos son vestimenta de Cristo, puede
tenerlos quienquiera, independientemente de que sea bueno o malo; en cambio, la fe pura, que obra
la perfección de la unidad 1 mediante la caridad, dado que la caridad de Dios se ha difundido en
nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha otorgado, no pertenece a quien quiera, sino a
quien le sea donada como en suerte por una misteriosa gracia de Dios. Por eso dijo Pedro a Simón,
que estaba en posesión del bautismo, pero no de la fe: No tienes lote ni parte en esta fe.
10. Reconociendo a su madre desde la cruz, la encomendó al cuidado de su discípulo amado:
manifestación apropiada de su afecto humano en el momento en que moría como hombre. Aún no
había llegado la hora de que había hablado a su madre cuando la conversión del agua en vino: ¿Qué
nos va a ti y a mí, mujer? Aún no ha llegado mi hora. No había recibido de María lo que tenía en
cuanto Dios, como había recibido de ella lo que pendía de la cruz.
11.Con las palabras Tengo sed reclama la fe de los suyos; pero como vino a su propia casa, y los
suyos no le recibieron, en lugar de la suavidad de la fe, le dieron el vinagre de la infidelidad,
precisamente en una esponja. Hay motivos para compararlos con la esponja, pues no son macizos,
sino hinchados; en vez de estar abiertos con libre acceso a la profesión de la fe, están llenos de
escondrijos, de los tortuosos recodos de las insidias. Además, aquella bebida tenía consigo también
el hisopo, hierba humilde de la que se dice que, mediante su poderosísima raíz, se adhiere a las
piedras. Había gentes en aquel pueblo para quienes tal crimen serviría como humillación del alma,
arrepintiéndose después de haberlo desechado. Bien los conocía quien recibía el hisopo junto con el
vinagre. También por ellos oró, según testimonio de otro evangelista, cuando dijo desde la cruz:
Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen.
12. Con las palabras: Todo está consumado, e, inclinada la cabeza, entregó su espíritu, mostró que
su muerte no era fruto de necesidad, sino de libertad, al esperar a morir cuando estaba cumplido
todo lo que habían profetizado sobre él. En efecto, también esto estaba escrito: Y en mi sed me
dieron a beber vinagre. Todo lo hizo como quien tiene poder para entregar su vida, según él mismo
había afirmado. Y entregó el Espíritu por humildad; es lo que significa el hacerlo con la cabeza
inclinada; Espíritu que volvería a recibir después de la resurrección con la cabeza erguida. Aquel
patriarca Jacob ya había anticipado, al bendecir a Judá, que esta muerte e inclinación de cabeza era
consecuencia de un gran poder, con estas palabras: Te levantaste estando tumbado; dormiste como
un león. Ese levantarse hace alusión a la muerte, y el león a su poder.
13. El mismo evangelio indicó por qué a aquellos dos se le quebrantaron las piernas, y a él, en
cambio, no, dado que había muerto. Convenía, en efecto, manifestar también, mediante este hecho,
que la pascua de los judíos se había establecido como profecía suya; estaba mandado que en ella no
se rompiese ningún hueso del cordero.
14. De su costado, traspasado por la lanza, brotó sangre y agua hasta llegar a la tierra. En ello, sin
duda alguna, hay que ver los sacramentos, que constituyen la Iglesia, semejante a Eva, que fue
formada del costado de Adán, figura del Adán futuro, mientras él dormía. José y Nicodemo le
dieron sepultura. Según algunos que han averiguado la etimología del nombre, José significa
«aumentado»; en cambio, por tratarse de un nombre griego, son muchos los que saben que
Nicodemo está compuesto de los términos «victoria» y «pueblo», puesto que niko significa victoria,
y demos pueblo. ¿Quién fue aumentado al morir sino quien dijo: Si el grano de trigo no muere, se
queda él solo; si, en cambio, muere, se multiplica? ¿Y quién al morir venció al pueblo que lo
perseguía sino quien después de resucitar será su juez?
SAN AGUSTÍN, Sermones (4), Sermón 218, 1-14, BAC Madrid 1983, XXIV, pág. 207-14
Aplicación
Benedicto XVI
Caminemos con Cristo hacia la altura de Dios
Queridos hermanos y hermanas, queridos jóvenes:
Como cada año, en el Domingo de Ramos, nos conmueve a subir junto a Jesús al monte, al
santuario, acompañarlo en su acenso. En este día, por toda la faz de la tierra y a través de todos los
siglos, jóvenes y gente de todas las edades lo aclaman gritando: “¡Hosanna al Hijo de David!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».
Pero, ¿qué hacemos realmente cuando nos unimos a la procesión, al cortejo de aquellos que junto
con Jesús subían a Jerusalén y lo aclamaban como rey de Israel? ¿Es algo más que una ceremonia,
que una bella tradición? ¿Tiene quizás algo que ver con la verdadera realidad de nuestra vida, de
nuestro mundo? Para encontrar la respuesta, debemos clarificar ante todo qué es lo que en realidad
ha querido y ha hecho Jesús mismo. Tras la profesión de fe, que Pedro había realizado en Cesarea
de Filipo, en el extremo norte de la Tierra Santa, Jesús se había dirigido como peregrino hacia
Jerusalén para la fiesta de la Pascua. Es un camino hacia el templo en la Ciudad Santa, hacia aquel
lugar que aseguraba de modo particular a Israel la cercanía de Dios a su pueblo. Es un camino hacia
la fiesta común de la Pascua, memorial de la liberación de Egipto y signo de la esperanza en la
liberación definitiva. Él sabe que le espera una nueva Pascua, y que él mismo ocupará el lugar de
los corderos inmolados, ofreciéndose así mismo en la cruz. Sabe que, en los dones misteriosos del
pan y del vino, se entregará para siempre a los suyos, les abrirá la puerta hacia un nuevo camino de
liberación, hacia la comunión con el Dios vivo. Es un camino hacia la altura de la Cruz, hacia el
momento del amor que se entrega. El fin último de su peregrinación es la altura de Dios mismo, a la
cual él quiere elevar al ser humano.
Nuestra procesión de hoy por tanto quiere ser imagen de algo más profundo, imagen del hecho que,
junto con Jesús, comenzamos la peregrinación: por el camino elevado hacia el Dios vivo. Se trata de
esta subida. Es el camino al que Jesús nos invita. Pero, ¿cómo podemos mantener el paso en esta
subida? ¿No sobrepasa quizás nuestras fuerzas? Sí, está por encima de nuestras posibilidades.
Desde siempre los hombres están llenos – y hoy más que nunca – del deseo de “ser como Dios”, de
alcanzar esa misma altura de Dios. En todos los descubrimientos del espíritu humano se busca en
último término obtener alas, para poderse elevar a la altura del Ser, para ser independiente,
totalmente libre, como lo es Dios. Son tantas las cosas que ha podido llevar a cabo la humanidad:
tenemos la capacidad de volar. Podemos vernos, escucharnos y hablar de un extremo al otro del
mundo. Sin embargo, la fuerza de gravedad que nos tira hacía abajo es poderosa. Junto con nuestras
capacidades, no ha crecido solamente el bien. También han aumentado las posibilidades del mal que
se presentan como tempestades amenazadoras sobre la historia. También permanecen nuestros
límites: basta pensar en las catástrofes que en estos meses han afligido y siguen afligiendo a la
humanidad.
Los Santos Padres han dicho que el hombre se encuentra en el punto de intersección entre dos
campos de gravedad. Ante todo, está la fuerza que le atrae hacia abajo – hacía el egoísmo, hacia la
mentira y hacia el mal; la gravedad que nos abaja y nos aleja de la altura de Dios. Por otro lado, está
la fuerza de gravedad del amor de Dios: el ser amados de Dios y la respuesta de nuestro amor que
nos atrae hacia lo alto. El hombre se encuentra en medio de esta doble fuerza de gravedad, y todo
depende del poder escapar del campo de gravedad del mal y ser libres de dejarse atraer totalmente
por la fuerza de gravedad de Dios, que nos hace auténticos, nos eleva, nos da la verdadera libertad.
Tras la Liturgia de la Palabra, al inicio de la Plegaría eucarística durante la cual el Señor entra en
medio de nosotros, la Iglesia nos dirige la invitación: “Sursumcorda – levantemos el corazón”.
Según la concepción bíblica y la visión de los Santos Padres, el corazón es ese centro del hombre en
el que se unen el intelecto, la voluntad y el sentimiento, el cuerpo y el alma. Ese centro en el que el
espíritu se hace cuerpo y el cuerpo se hace espíritu; en el que voluntad, sentimiento e intelecto se
unen en el conocimiento de Dios y en el amor por Él. Este “corazón” debe ser elevado. Pero repito:
nosotros solos somos demasiado débiles para elevar nuestro corazón hasta la altura de Dios. No
somos capaces. Precisamente la soberbia de querer hacerlo solos nos derrumba y nos aleja de Dios.
Dios mismo debe elevarnos, y esto es lo que Cristo comenzó en la cruz. Él ha descendido hasta la
extrema bajeza de la existencia humana, para elevarnos hacia Él, hacia el Dios vivo. Se ha hecho
humilde, dice hoy la segunda lectura. Solamente así nuestra soberbia podía ser superada: la
humildad de Dios es la forma extrema de su amor, y este amor humilde atrae hacia lo alto.
El salmo procesional 23, que la Iglesia nos propone como “canto de subida” para la liturgia de hoy,
indica algunos elementos concretos que forman parte de nuestra subida, y sin los cuales no podemos
ser levantados: las manos inocentes, el corazón puro, el rechazo de la mentira, la búsqueda del
rostro de Dios. Las grandes conquistas de la técnica nos hacen libres y son elementos del progreso
de la humanidad sólo si están unidas a estas actitudes; si nuestras manos se hacen inocentes y
nuestro corazón puro; si estamos en busca de la verdad, en busca de Dios mismo, y nos dejamos
tocar e interpelar por su amor. Todos estos elementos de la subida son eficaces sólo si reconocemos
humildemente que debemos ser atraídos hacia lo alto; si abandonamos la soberbia de querer
hacernos Dios a nosotros mismos. Le necesitamos. Él nos atrae hacia lo alto, sosteniéndonos en sus
manos –es decir, en la fe– nos da la justa orientación y la fuerza interior que nos eleva. Tenemos
necesidad de la humildad de la fe que busca el rostro de Dios y se confía a la verdad de su amor.
La cuestión de cómo el hombre pueda llegar a lo alto, ser totalmente él mismo y verdaderamente
semejante a Dios, ha cuestionado siempre a la humanidad. Ha sido discutida apasionadamente por
los filósofos platónicos del tercer y cuarto siglo. Su pregunta central era cómo encontrar medios de
purificación, mediante los cuales el hombre pudiese liberarse del grave peso que lo abaja y poder
ascender a la altura de su verdadero ser, a la altura de su divinidad. San Agustín, en su búsqueda del
camino recto, buscó por algún tiempo apoyo en aquellas filosofías. Pero, al final, tuvo que
reconocer que su respuesta no era suficiente, que con sus métodos no habría alcanzado realmente a
Dios. Dijo a sus representantes: reconoced por tanto que la fuerza del hombre y de todas sus
purificaciones no bastan para llevarlo realmente a la altura de lo divino, a la altura adecuada. Y dijo
que habría perdido la esperanza en sí mismo y en la existencia humana, si no hubiese encontrado a
aquel que hace aquello que nosotros mismos no podemos hacer; aquel que nos eleva a la altura de
Dios, a pesar de nuestra miseria: Jesucristo que, desde Dios, ha bajado hasta nosotros, y en su amor
crucificado, nos toma de la mano y nos lleva hacia lo alto.
Subimos con el Señor en peregrinación. Buscamos el corazón puro y las manos inocentes,
buscamos la verdad, buscamos el rostro de Dios. Manifestemos al Señor nuestro deseo de llegar a
ser justos y le pedimos: ¡Llévanos Tú hacia lo alto! ¡Haznos puros! Haz que nos sirva la Palabra que
cantamos con el Salmo procesional, es decir que podamos pertenecer a la generación que busca a
Dios, “que busca tu rostro, Dios de Jacob” (Sal 23, 6). Amén.
Homilía del Papa Benedicto XVI en la Plaza de San Pedro el domingo 17 de abril de 2011
San Luis Bertrán
"Bendito el que viene en nombre del Señor"
(Mateo 21,9)
1.- La Iglesia nos propone hoy la consideración de la entrada del Señor en Jerusalén, que fue la más
suntuosa que jamás tuvo ningún rey, ni emperador. Y fue tan admirable, porque una gran cantidad
de gente, incluidos los niños cual tordicos, alondras o pardillos, cantaba las palabras de nuestro
tema: Bendito el que viene en el nombre del Señor, según aquello que afirma David: De la boca de
los niños y de los que están aún pendientes del pecho de sus madres, hiciste salir una perfecta
alabanza (Sal 8,3). Y lo mismo debemos hacer nosotros, bendiciéndole por su venida. Vino de
Betania, esto es, obedeciendo a su Padre, al Monte de las Olivas, es decir, a nuestra Señora, que es
un monte muy alto y florido con todo clase de perfecciones; y se le llama Monte de las Olivas, por
su misericordia, como dice el Salmo: Monte de Dios, monte fértil (Sal 67,16). Además, el camino
por donde vino el Hijo de Dios a nosotros fue la Virgen, y mediante ella debemos encaminarnos
todos a Dios, pues como canta la Iglesia en su liturgia: Virgen santísima, no te apartes de los
pecadores, porque sin ellos nunca hubieras merecido el Hijo que tienes. La Virgen está simbolizada
también por la paloma que Noé soltó del Arca y que luego le trajo un ramo de olivo en el pico. Por
todo ello, supliquémosle nos alcance la gracia, diciéndole: Ave María.
2.- Nuestro Señor determinó entrar en Jerusalén con todo este aparato, cinco días antes de su
Pasión, para que cuadrase lo figurado con la figura, ya que en el libro del Éxodo se establecía que
cinco días antes de la Pascua llevasen el cordero pascual al lugar santo con ramos y cánticos (cfr.
Ex. 12). Y esta entrada de nuestro Señor fue tan célebre que, como decía antes, jamás en el mundo
hubo otra igual, tanto para los emperadores como para los reyes. Muchas veces había entrado él
antes en Jerusalén, pero nunca le habían hecho tanta fiesta; y ahora, que va a morir, sí. Y esto lo
hizo para que todos nos sintamos obligados a darle gracias a Dios por su gran misericordia, puesto
que, para redimirnos a grandes y pequeños, quiso morir [1].
3.- Cuando los grandes señores entran en una ciudad lo hacen con gran aparato externo, con jaeces,
carros, coches y con gente bien vestida, porque con todas esas cosas buscan que los honren; y por
eso mismo colocan palios sobre sus cabezas, para que se vea cuán alto es su mando. Nuestro Señor,
en cambio, no tuvo necesidad de nada de eso, y de ahí el que, en lugar de ponerle un palio por
encima, le echasen las gentes sus ropas por tierra, demostrándonos con ello que es Señor de lo alto y
de lo bajo. Los emperadores, cuando van a ser coronados, entran acompañados de muchos lacayos y
de muchos caballeros con sus libreas; Cristo, sin embargo, iba sin mudarse de ropa y con un simple
asno o pollino. Y es que los grandes de este mundo demuestran su grandeza con estas cosas
exteriores, porque de por sí no son sino un poco de polvo; pero Cristo, como era Dios y hombre
verdadero, no necesitó de nada de todo eso.
4.- Esta entrada de Cristo fue prefigurada en la que hizo David después de haber vencido al gigante
Goliat, que sin mudarse de ropa, con su zamarra y cayado, fue recibido al canto de: Saúl ha muerto
a mil y David ha muerto a diez mil (1 R 18,7). De igual manera Cristo iba a vencer el demonio el
Viernes Santo y hoy presagia esta fiesta. También fue prefigurada esta entrada de Cristo en la
entronización de Salomón como rey, cuando David mandó a Natán y a Sadoc que lo paseasen por
Jerusalén como a un señor y lo proclamasen rey entre cantos y signos de júbilo por parte de todo el
pueblo (cfr. 3 R 28-40). Por otra parte, nuestro Señor quiso entrar de esta manera, para dar
cumplimiento a las profecías acerca de él, y para confundir la soberbia del mundo, mostrando cuán
voluntariamente venía a padecer. Demostró su divinidad, moviendo los corazones de todos y las
lenguas de los niños a ensalzarlo con sus alabanzas; y mostró asimismo su humildad al escoger los
animales más simples del mundo para su entrada triunfal. Pues, en efecto, el asno era figura de la
Sinagoga, y el pollino[2] de la gentilidad. Y es que ambos pueblos tenían que recibir la fe de Cristo.
5.- Pero notad que la gente de Jerusalén era tan inconstante y tan mal mirada que al que reciben hoy
con grandes regocijos, le matarán dentro de cinco días. Si hubieran matado al hijo de un rey o de un
emperador desconocido, aún sería pasadero. Pero que hoy reciban y coronen a Cristo como rey, y
que luego le maten con muerte de cruz, es cosa que espanta. Los que hoy cantan Bendito el que
viene en nombre del Señor, el próximo viernes gritarán que prefieren a Barrabás. Hoy esos mismos
se quitan sus vestiduras para alfombrar el paso de Cristo, y el viernes le quitarán a éste las suyas.
Hoy enraman su paso con palmas y olivos, y el viernes le colocarán una corona de espinas y le
azotarán sus espaldas. Hoy Cristo camina entre sus Apóstoles, y el viernes lo pondrán sobre la cruz
entre dos ladrones. Por las mismas calles en las que hoy le cantan y aclaman, el viernes lo llevarán
ajusticiado al son de un pregonero público. Y la misma gente que hoy le alaba, el viernes lo matará.
En fin, el Señor entra en Jerusalén como los justadores.[3] Cuando traen a un mantenedor[4] a la
justa, veréis que lo acompañan muchos menestriles[5] con trompetas y atabales, e incluso sus
parientes y amigos van tras él. Pero luego lo dejan sólo en la tela[6], en donde los aventureros
asestan sus lanzas, y corre gran peligro. Pues bien, hoy llevan a Cristo con muchas honras y cantos,
pero el viernes lo veréis en la tela de la cruz, en donde le aplicarán lanzadas, clavos y azotes.
6.- Por lo dicho podéis muy bien comprender cómo el mundo está armado a base de falsedades.
Las mismas personas que hoy le reciben, con cantos y despojándose de sus ropas, por las mismas
calles de Jerusalén, dentro de cinco días ésas mismas lo acosarán de vituperios y le quitarán sus
ropas. Y una de las mayores afrentas que le hicieron es colgarlo desnudo sobre la cruz, siendo como
era tan santo y tan justo. Por eso la Virgen se quitó su velo y lo cubrió para que no apareciese ante
todos desnudo. De donde se sigue que no hay que confiar en el mundo, porque es como un saco roto
por el que todo se cuela, o como una cesta que mientras está en el agua aparece llena, y cuando se la
saca de ella se vacía. Las glorias del mundo hoy son, y mañana perecen. Así lo declaró Dios por
Isaías: ¡Clama!, y no ceses. A lo que el profeta le replicó: ¿Qué es lo que he de clamar? Clama,
dijo, porque toda carne es como heno, y toda su gloria es como flor del prado (Is 40,6). Es decir,
que las glorias de este mundo, las riquezas, los deleites y las honras son como una flor del campo
que por la mañana se abre y por la tarde se marchita. ¡Qué inconstante es el mundo! Todos los ríos
desembocan en el mar (Ecl 1,7). Las aguas del mar son desabridas, gruesas y amargas. En cambio
las de los ríos son dulces, finas y apacibles; pero en cuanto entran en el mar se tornan de la misma
condición que las otras. Los ríos representan las prosperidades, deleites, fiestas y honras de este
mundo que se acaban presto y desembocan en amargura.
7.- Dijo San Pablo: La escena de este mundo pasa (1 Co 7,31). Es como la estatua de
Nabucodonosor, cuya cabeza era de oro, pero los pies los tenía de barro. Pues este mismo es el
fundamento en donde se apoya y adonde desemboca la sabiduría, el poder y la elocuencia mundana.
Y lo mismo ocurre con el pavo real que en cuanto mira a sus pies se deshace la hermosura de su
cola. Por eso no hay que hacer caso de cuanto nos ofrece el mundo, porque un día alaba y al otro
vitupera. A este propósito es de notar lo que escribe San Lucas cuando refiere que al ver Jesús la
ciudad de Jerusalén lloró sobre ella, diciendo: ¡Si en este día hubieras conocido tú también la
visita de la paz, pero se oculta a tus ojos! Porque vendrán días sobre ti en los cuales tus enemigos
levantarán trincheras contra ti, te cercarán y oprimirán por todas partes; te estrellarán contra el
suelo a ti y a tus hijos que vivan dentro de ti. No dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has
conocido el tiempo de tu visitación (Lc 19,41-44). Es decir, que lloraba sobre ella porque la veía
muy suntuosa, y al cabo de cuarenta años sería destruida. Con lo cual se nos enseña que en los
momentos de regocijo de este mundo no debemos olvidar que su fin y paradero serán las amarguras.
8.- ¡Oh, si pensásemos más en cómo pasan las cosas de este mundo! Por una parte, los moros, los
infieles y los herejes se pierden; y por otra, muchos cristianos se encuentran cautivos en las
prisiones y en los hospitales. Por eso, todo lo de este mundo hay que ponerlo bajo los pies. Sólo los
que gozan de Dios en el cielo tienen descanso para siempre. En este mundo todo es llanto y gemir, y
cargar con la cruz, tal como el Señor nos lo recomendó al decir: Quien no toma su cruz y me sigue,
no es digno de mí (Mt 10,38).
9.- Comenta[7] los servicios que aquellas gentes prestaron a Cristo quitándose sus ropas y
poniéndolas a sus pies por donde él pasaba. Esto hacen los mártires y los que mortifican la carne.
Recomienda también durante esta semana la penitencia, la oración y el recogimiento. Pero, explica
además, que aquellas gentes le cortaron ramos de palmas. Esto mismo hacen las religiosas y las
vírgenes, según aquella sentencia del Salmista: El justo florecerá como una palmera en la casa del
Señor (Sal 91,45). Característico de la palmera es que, aunque se encuentre plantada entre piedras, y
expuesta al sol y al frío, siempre está verde. Pues eso mismo le ocurre al buen religioso. Por otra
parte, la palmera tiene áspero el tronco y es muy alta como el chopo[8]; porque la vida religiosa ha
de ser áspera y casi alcanza ya el premio de la otra vida en ésta. Ahora bien, de la palmera se
recogen los frutos con dificultad, lo que no sucede con los otros frutales. Pues lo mismo acontece
con el religioso, que el demonio le hace caer con dificultad, por su recogimiento y clausura; cosa
que no tienen los seglares, y por eso están más expuestos a muchas ocasiones de pecado.
10.- Comenta asimismo la humildad de Cristo al entrar sobre un asno y no sobre un caballo, para
que se cumpliese la profecía de Zacarías: Decid a la hija de Sión: he aquí que viene a ti tu rey, justo
él y victorioso, humilde y montado en un asno, en un pollino, cría de asna (Za 9,9). De esta manera
nos mostró su humildad, sin la cual no puede alcanzarse el cielo, según aquella sentencia
evangélica: El que se humilla será ensalzado (Lc 14,11); y aquélla otra: Aprended de mí que soy
manso y humilde de corazón (Mt 11,29). ¿Acaso no es verdad que el Espíritu de Dios sólo reposa
sobre los humildes? El Espíritu Santo es como el pajarito que no se asienta sobre el tronco gordo,
sino sólo sobre la ramita verde. Aplica esto a lo que estamos diciendo, y cuenta el ejemplo de aquel
religioso que pedía a Dios regalos, y se quejaba a Cristo de que, si hubiera servido al turco, quizás
hubiera obtenido mayores beneficios que sirviéndole a él. Y se cuenta que el tal religioso fue al
instante mal herido, y que, cuando fue curado, escuchó que le decía el Señor: “Si no te tienes por
más vil que el lodo que pisas, no serás digno de mis visitas”.
11.-Decid a la hija de Sión, esto es, al alma, que ése es tu rey, que viene y muere en la cruz para tu
provecho. Estos días, los cristianos hemos de imitar a las abejas que van de flor en flor, chupan la
miel y construyen su panal. Pues lo mismo hemos de hacer nosotros: acudir a las flores de las llagas
de Cristo, pues es nuestro rey y creador. Todas las mujeres hermosas de la Sagrada Escritura, como
Sara, Rebeca, Raquel, Micol, Judit y otras, prefiguraban el alma. Hemos de cuidarla mucho;
desasirla de los vicios y pecados; y tratar de recibir en ella a nuestro esposo y Señor, Jesucristo. Las
almas son suyas, y viene a ellas rico y generoso de misericordia para otorgarles abundantes gracias.
12.- Según el Evangelio, son tres los servicios que las gentes de Jerusalén prestaron a Cristo. Por
una parte le cantaron: Bendito el que viene en nombre del Señor; por otra parte, se quitaron sus
ropas y las extendieron por las calles por donde Cristo pasaba; y finalmente le cortaron ramos
verdes[9]. Estas ropas representan a los mártires, que entregaron su cuerpo al martirio por Cristo. Y
esta voluntad hemos de tener todos de estar dispuestos a morir por Cristo y por su Iglesia. También
representan las limosnas que se dan a los pobres; pero lo lamentable es que algunos dan su limosna
a las pupilas, después de haber pecado con ellas. Cuenta aquí el caso de aquella señora que, en este
día, yendo en la procesión, se quitó el manto y lo entregó a un pobre, viendo en él como a la asnilla
en la que iba Cristo. El camino que hizo Cristo en el día de hoy fue de Betania a Betfagé, de
Betfagé al Monte de las Olivas, de éste al valle de Josafat, de éste a Jerusalén, de la ciudad al
Templo, y del Templo de nuevo a Betania[10]6. Suplica a Cristo que nos conceda aquí su gracia y
después la Gloria. Amén.
(San Luis Bertrán, Obras y sermones, vol. I, pp.445-448)
Beato Juan Pablo II
No nos avergoncemos de la cruz
1. "Puerihebraeorum, portantes ramos olivarum... Los niños hebreos, llevando ramos de olivo,
salieron al encuentro del Señor".
Así canta la antífona litúrgica que acompaña la solemne procesión con ramos de olivo y de palma
en este domingo, llamado precisamente de Ramos y de la Pasión del Señor. Hemos revivido lo que
sucedió aquel día: en medio de la multitud llena de alegría en torno a Jesús, que montado en un
pollino entraba en Jerusalén, había muchísimos niños. Algunos fariseos querían que Jesús los
hiciera callar, pero él respondió que si ellos callaban, gritarían las piedras (cf. Lc 19, 39-40).
También hoy, gracias a Dios, hay un gran número de jóvenes aquí, en la plaza de San Pedro. Los
"jóvenes hebreos" se han convertido en muchachos y muchachas de todas las naciones, lenguas y
culturas.
2. La cruz es el centro de esta liturgia. Vosotros, queridos jóvenes, con vuestra participación atenta
y entusiasta en esta solemne celebración, mostráis que no os avergonzáis de la cruz. No teméis la
cruz de Cristo. Es más, la amáis y la veneráis, porque es el signo del Redentor muerto y resucitado
por nosotros.
Quien cree en Jesús crucificado y resucitado lleva la cruz en triunfo, como prueba indudable de que
Dios es amor. Con la entrega total de sí, precisamente con la cruz, nuestro Salvador venció
definitivamente el pecado y la muerte. Por eso aclamamos con júbilo: “Gloria y alabanza a ti, oh
Cristo, porque con tu cruz has redimido al mundo".
3. "Cristo por nosotros se sometió incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó
sobre todo, y le concedió el nombre que está sobre todo nombre" (Aclamación antes del Evangelio).
Con estas palabras del apóstol san Pablo, que ya han resonado en la segunda lectura, acabamos de
elevar nuestra aclamación antes del comienzo de la narración de la Pasión. Expresan nuestra fe: la
fe de la Iglesia.
Pero la fe en Cristo jamás se da por descontada. La lectura de su Pasión nos sitúa ante Cristo, vivo
en la Iglesia. El misterio pascual, que reviviremos durante los días de la Semana santa, es siempre
actual. Nosotros somos hoy los contemporáneos del Señor y, como la gente de Jerusalén, como los
discípulos y las mujeres, estamos llamados a decidir si estamos con él o escapamos o somos simples
espectadores de su muerte.
Todos los años, durante la Semana santa, se renueva la gran escena en la que se decide el drama
definitivo, no sólo para una generación, sino para toda la humanidad y para cada persona.
4. La narración de la Pasión pone de relieve la fidelidad de Cristo, en contraste con la infidelidad
humana. En la hora de la prueba, mientras todos, también los discípulos, incluido Pedro, abandonan
a Jesús (cf. Mt 26, 56), él permanece fiel, dispuesto a derramar su sangre para cumplir la misión que
le confió el Padre. Junto a él permanece María, silenciosa y sufriente.
Queridos jóvenes, aprended de Jesús y de su Madre, que es también nuestra madre. La verdadera
fuerza del hombre se ve en la fidelidad con la que es capaz de dar testimonio de la verdad,
resistiendo a lisonjas y amenazas, a incomprensiones y chantajes, e incluso a la persecución dura y
cruel. Por este camino nuestro Redentor nos llama para que lo sigamos. Sólo si estáis dispuestos a
hacerlo, llegaréis a ser lo que Jesús espera de vosotros, es decir, "sal de la tierra" y "luz del mundo"
(Mt 5, 13-14). Como sabéis, este es precisamente el tema de la próxima Jornada mundial de la
juventud. La imagen de la sal "nos recuerda que, por el bautismo, todo nuestro ser ha sido
profundamente transformado, porque ha sido "sazonado" con la vida nueva que viene de Cristo (cf.
Rm 6, 4)" (Mensaje para la XVII Jornada mundial de la juventud, 2).
Queridos jóvenes, ¡no perdáis vuestro sabor de cristianos, el sabor del Evangelio! Mantenedlo vivo,
meditando constantemente el misterio pascual: que la cruz sea vuestra escuela de sabiduría. No os
enorgullezcáis de ninguna otra cosa, sino sólo de esta sublime cátedra de verdad y amor.
5. La liturgia nos invita a subir hacia Jerusalén con Jesús aclamado por los muchachos hebreos.
Dentro de poco "padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día" (Lc 24, 46). San Pablo nos
ha recordado que Jesús "se despojó de sí mismo tomando condición de siervo" (Flp 2, 7) para
obtenernos la gracia de la filiación divina. De aquí brota el verdadero manantial de la paz y de la
alegría para cada uno de nosotros. Aquí está el secreto de la alegría pascual, que nace del dolor de la
Pasión.
Queridos jóvenes amigos, espero que cada uno de vosotros participe de esta alegría. Aquel a quien
habéis elegido como Maestro no es un mercader de ilusiones, no es un poderoso de este mundo, ni
un astuto y hábil pensador. Sabéis a quién habéis elegido seguir: a Cristo crucificado, a Cristo
muerto por vosotros, a Cristo resucitado por vosotros.
Y la Iglesia os asegura que no quedaréis defraudados. En efecto, nadie, excepto él, puede daros el
amor, la paz y la vida eterna que anhela profundamente vuestro corazón. ¡Dichosos vosotros,
jóvenes, si sois fieles discípulos de Cristo! ¡Dichosos vosotros si estáis dispuestos a testimoniar, en
cualquier circunstancia, que verdaderamente este hombre es el Hijo de Dios! (cf. Mt 27, 39).
Que os guíe y acompañe María, Madre del Verbo encarnado, dispuesta a interceder por todo
hombre que viene a esta tierra.
Homilía del beato Juan Pablo II el domingo 24 de marzo de 2002
Ejemplos Predicables
¿ALGUIEN TE HIZO DAÑO?
"Nos cuesta más perdonar cuando sabemos que tenemos la razón y que el otro es el que está
actuando mal. Pero: todos hemos pecado contra Dios infinitamente más de lo que nadie podría
jamás pecar contra nosotros".
Un buen día Pedrito llegó de la escuela que echaba fuego. Entró a su casa dando patadas en el suelo,
gritando y vociferando.
Su papá le pregunta qué le pasa. Pedrito, muy irritado, le dice: "¡Papá, te juro que tengo mucha
rabia! Raulín no debió hacerme lo que me hizo. ¡Por mí, que se muera! ¡Le deseo todo el mal del
mundo! ¡Es más, tengo ganas de matarlo!" Y conste, Pedrito estaba hablando del que hasta poco
antes había sido su mejor amigo.
El papá, hombre sencillo y sabio, escuchaba con calma a su hijo, quien continuaba lanzando
improperios. "¡Imagínate que el burro de Raulín me humilló delante de todo el mundo! ¡Eso no se
lo acepto! ¡Ojalá se enferme y no pueda ir más nunca a la escuela!"
Así las cosas, el padre se fue al patio, cogió un saco de carbón y le dijo a su hijo: "¿Ves esa camisa
blanca que está en el tendedero? Hazte de cuenta que esa camisa es Raulín, y que cada uno de estos
pedazos de carbón son esas cosas malas que le deseas a tu amigo. Tírale todo el carbón que hay en
el saco, hasta el último pedazo. Yo vuelvo luego".
Pedrito lo tomó como un juego y comenzó a lanzar carbones, pero como la tendedera estaba lejos,
pocos acertaron la camisa. Una hora después, el padre regresó: "¿Qué tal te sientes?"
"Cansado pero contento. Logré que algunos pedazos dieran en el blanco".
El papá tomó al hijo de la mano y le dice: "Vamos a mi cuarto, quiero enseñarte algo".
Ahí lo pone frente a un espejo de cuerpo entero. Pedrito se llevó tremendo susto. Estaba totalmente
negro. Solamente se le veían los dientes y los ojos.
"Hijo mío, la camisa en el tendedero apenas quedó un poco sucia, pero ni remotamente comparable
a lo sucio que tú quedaste. Así es el mal que deseamos a otros, se nos devuelve y se nos multiplica
en nosotros mismos.
"Por más que queremos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros malos deseos, la
suciedad siempre queda en nosotros mismos".
¡Cuántos de nosotros lanzamos improperios contra otras personas, sin saber que esos mismos
improperios nos dañan mucho más a nosotros mismos! La Sagrada Escritura nos dice que la ira
lleva a la injusticia: "El hombre violento provoca querellas, el hombre airado multiplica los delitos"
(Prov 29, 22). Más aún, la ira mina la salud: "Envidia y malhumor los días acortan, las
preocupaciones traen la vejez antes de tiempo" (Eclo 30, 24). La ira impide la misericordia divina y
atrae el juicio de Dios.
SEMANA DEL 13 AL 19 DE ABRIL, 2014-04-10
Domingo 13 de abril de 2014
Domingo de Ramos
Martín I, papa y mártir (655)
Is 50,4-7: No oculté el rostro a insultos; y sé que no quedaré avergonzado
Salmo responsorial 21: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Flp 2,6-11: Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo
Mt 26,14−27,66: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según san Mateo
De entrada, pedimos disculpas a quienes buscarán aquí un comentario bíblico-litúrgico «normal» que esperamos podrán encontrar fácilmente en la red-. Esta vez nosotros vamos a tratar de hacer un
comentario pensando en aquellas personas que -como también nosotros ante el comentario que
teníamos ya redactado- se sienten mal ante ese ámbito de conceptos bíblicos que se repiten y
enlazan indefinidamente sin salir de un ambiente en el que muchos de nosotros -que pensamos
como personas seculares, de la calle, con las preocupaciones diarias de la vida- nos sentimos
incómodos.
En efecto, muchos de nuestros comentarios bíblicos al uso, todo ese conjunto de conceptos e
imágenes que se manejan en las homilías, pareciera que se mueven en «otro mundo», un mundo
propio de referencias bíblicas intrasistémicas, que funcionan con una lógica particular diferente, y
que están de antemano inmunizadas contra toda crítica, porque, en ese ambiente bíblico-litúrgico al
que están destinados, en las homilías, los «fieles» deben recibirlo todo sin chistar, sin siquiera
preguntar, y, mejor aún, sin espíritu crítico y «con mucha fe». Quienes tenemos una fe más o menos
crítica, una fe que no quiere dejar de ser de personas de hoy y de la calle, nos preguntamos: ¿es
posible celebrar la semana santa de otra manera? ¿Así como buscamos «otra forma de creer», hay
«otra forma de acoger y celebrar la semana santa»?
Veamos. Comencemos preguntándonos: ¿qué sienten, qué sentimos, ante la semana santa, muchas
personas creyentes de hoy?
Muchos creyentes adultos (trabajadores, profesionales de las más variadas ramas, y también
intelectuales, o simples personas cultas) se sienten mal cuando, en semana santa, por la especial
significación de tales días, o por acompañar a la familia -y con el recuerdo de una infancia y
juventud tal vez religiosa-, entran en una iglesia, captan el ambiente, y escuchan la predicación. Se
sienten de pronto sumergidos de nuevo en aquel mundo de conceptos, símbolos, referencias
bíblicas... que elaboran un mensaje sobre la base de una creencia central que fuera del templo uno
nunca se encuentra en ningún otro dominio de la vida: la «Redención». Estamos en semana santa, y
lo que celebramos -así perciben en el templo- es el gran misterio de todos los tiempos, lo más
importante que ha ocurrido desde que el mundo es mundo: la «Redención»... El «hombre» fue
creado por Dios (sólo en segundo término la mujer, según la Biblia), pero ésta, la mujer, convenció
al varón para que comieran juntos una fruta prohibida por Dios. Aquello fue la debacle del plan de
Dios, que se vino abajo, se interrumpió, y hubo de ser sustituido por un nuevo plan, el plan de la
Redención, para redimir al ser humano que está en «desgracia de Dios» desde la comisión de aquel
«pecado original», debido a la infinita ofensa que dicho «pecado» le infligió a Dios.
Ese nuevo plan, de Redención, exigió la «venida de Dios al mundo», mediante su encarnación en
Jesús, para así «asumir nuestra representación jurídica ante Dios y pagar» por nosotros a Dios una
reparación adecuada por semejante ofensa infinita. Y es por eso por lo que Jesús sufrió indecibles
tormentos en su Pasión y Muerte, para «reparar» aquella ofensa y redimir así a la Humanidad, y
consiguiéndole el perdón de Dios y rescatándola del poder del demonio bajo el que permanecía
cautiva.
Ésta es la interpretación, la teología sobre la que se construyen y giran la mayor parte de las
interpretaciones en curso durante la semana santa. Y éste es el ambiente ante el que muchos
creyentes de hoy se sienten mal, muy mal. Sienten que se asfixian. Se ven trasladados a un mundo,
que nada tiene que ver ni con el mundo real de cada día, ni con el de la ciencia, el de la
información, o el del sentido más profundo de su vida. Por este malestar, otros muchos cristianos no
sólo se han marchado de la semana santa tradicional, sino que se han alejado de la Iglesia.
¿Hay otra forma de entender la Semana Santa, que no nos obligue a transitar por el mundo manido
de esa teología en la que tantos ya no creemos?
¿«No creemos», hemos dicho? Ante todo hay que decir -para alivio de muchos- que efectivamente,
se puede no creer en tal teología. No se trata de ningún «dogma de fe» (aunque lo fuera, tampoco
ello la haría creíble). Se trata de una genial construcción interpretativa del misterio de Cristo, debida
a la intuición medieval de san Anselmo de Canterbury, que desde su visión del derecho romano,
construyó, «imaginó» una forma de explicarse a sí mismo el sentido de la muerte de Jesús. Estaba
condicionado por muchas creencias propias de la Edad Media, e hizo lo que pudo, y lo hizo
admirablemente: elaboró una fantástica interpretación que cautivó las mentes de sus coetáneos
tanto, que perduró hasta el siglo XX. Habría que felicitar a san Anselmo, sin duda.
El Concilio Vaticano II es el primer momento eclesial que supone un cierto abandono de la
hipótesis de la Redención, o una interpretación de la significación de Jesús más allá de la
Redención. Por supuesto que en los documentos conciliares aparece la materialidad del concepto,
numerosas veces incluso, pero la estructura del pensamiento y de la espiritualidad conciliar van
mucho más allá. El significado de Jesús para la Iglesia posconciliar -no digamos para la Iglesia con
espiritualidad de la liberación- deja de pasar por la redención, por el pecado original, por los
terribles sufrimientos expiatorios de Jesús y por la genial «sustitución penal satisfactoria» ideada
por Anselmo de Canterbury... Desaparecen estas referencias, y cuando sorpresivamente se oyen,
suenan extrañas, incomprensibles, o incluso suscitan rechazo. Es el caso de la película de Mel
Gibson, que fue rechazada por tantos espectadores creyentes, no por otra cosa que por la imagen del
«Dios cruel y vengador» que daba por supuesta, imagen que, evidentemente, hoy no sólo ya no es
creíble, sino que invita vehementemente al rechazo.
¿Cómo celebrar la semana santa cuando se es un cristiano que ya no comulga con esas creencias?
Uno se siente profundamente cristiano, admirador de Jesús, discípulo suyo, seguidor de su Causa,
luchador por su misma Utopía... pero se siente mal en ese otro ambiente asfixiante de las
representaciones de la pasión al nuevo y viejo estilo de Mel Gibson, de los viacrucis, los pasos de
las procesiones de semana santa, las meditaciones las siete palabras, las horas santas que retoman
repetitivamente las mismas categorías teológicas del san Anselmo del siglo XI... estando como
estamos en el siglo XXI...
Bajo la semana santa que oficialmente se celebra, no dejan de estar, allá, lejos, bien adentro de sus
raíces ancestrales, las fiestas que los indígenas originarios ya hacían sus celebraciones sobre la base
cierta del equinoccio astronómico. Se trata de una fiesta que ha evolucionado muy diferentemente
en cada cultura, y muy creativamente al ser heredada de un pueblo a otro, y al contagiarse de una
religión a otra. Una fiesta que fue heredada y recreada también por los israelitas nómadas como
fiesta del cordero pascual, y después transformada por los israelitas sedentarios como fiesta de los
panes ácimos, en recuerdo y como reactualización de la Pascua, piedra angular de la identidad
israelita... Fiesta que los cristianos luego cristianizaron como la fiesta de la Resurrección de Cristo,
y que sólo más tarde, con el devenir de los siglos, en la oscura Edad Media, quedó opacada bajo la
interpretación jurídica de la redención...
¿Por qué quedarse, pues, prendidos de una interpretación medieval, cautivos de una teología y una
interpretación que no es nuestra, que ya no nos dice nada, y que podríamos abandonar porque ya
cumplió su papel? ¿Por qué no sentirse parte de esta procesión tan humana y tan festiva de
interpretaciones y hermenéuticas, de mitos y «grandes relatos» incesantemente renovados y
recreados, y aportar nosotros también a esta trabajada historia nuestra propia parte, lo que nos
corresponde hoy, con creatividad, responsabilidad y libertad? No podemos dejar de pensar que
«Otra semana santa es posible»... ¡y urgente! Al menos, legítima también.
No vamos a desarrollar aquí nosotros una nueva interpretación de estas fiestas. Bástenos ahora
cumplir una pretensión doble: aliviar a los que se sentían culpables por desear que «otra semana
santa fuera posible», por una parte, y, por otra, de invitar a todos a la creatividad, libre, consciente,
responsable y gozosa. No en todas partes o en cualquier contexto será posible, pero sí lo será en
muchas comunidades concretas. Si no lo es en la mía, podría serlo en alguna otra comunidad más
libre y creativa que tal vez no esté muy lejos de la mía... ¿por qué no preguntar, por qué no
buscarla?
Para la revisión de vida
Comienza la «semana mayor» de todo el año. La semana santa se ha convertido en
muchos lugares en una minivacación. Sugerencia: aprovechar bien la oportunidad de la semana
santa. Si tengo posibilidad, dedicar esta «vacación» a atender lo que en la agitada vida diaria me
veo imposibilitado de cuidar suficientemente: mi profundidad, mi oración, mi paz interior, el
respaldo de coherencia interna que quiero dar a mi compromiso externo...
Si tengo la suerte de encontrar una comunidad cristiana con inquietudes de
búsqueda y de renovación, tal vez puedo sugerir la posibilidad de vivir una semana santa diferente,
de renovación radical de la mentalidad teológica, de replanteamiento de nuestra comprensión
cristiana y de reiniciación de nuestra experiencia religiosa... Si no tengo la suerte de conocer
ninguna de esas comunidades, tal vez puedo hacer el esfuerzo por buscarlas...
Para la reunión de grupo
La semana santa puede ser buena ocasión para dar un repaso a las hipótesis teológicas
más conocidas sobre la muerte de Jesús y su valor salvífico. Un buen material para preparar una
exposición inicial en la reunión de grupo, o un libro para tenerlo todos y estudiarlo y comentarlo
es “Pasión de Cristo, Pasión del Mundo”, de Leonardo BOFF, con ediciones en varias editoriales
y países ya citados…
La semana santa es la «semana mayor», y el «triduo sacro» es el la concentración de la
celebración pascual, y la vigilia pascual es el momento culminante. Será bueno preguntar a
algunas personas mayores que recuerden cómo eran las celebraciones de la Semana Santa antes de
la reforma de Pío XII en 1950, con sus grandes diferencias con el modo actual. Y cabe preguntar:
¿por qué la vigilia pascual no ha entrado todavía en la conciencia del pueblo cristiano como lo que
es: el centro de todo el año litúrgico?
Se puede montar diferentes reuniones de estudio sobre la pasión de Jesús y/o los temas
propios de la semana santa en general tomando como base algunos de los capítulos de la serie «Un
tal Jesús», principalmente del 106 al 126. Los audios y los guiones pueden ser recogidos de
www.untaljesus.net
Los textos más arriba citados de John Shelby Spong pueden servir también para un
estudio y debate sobre el tema. Muy probablemente, tales debates nos dejarán la conclusión
preocupante de que si la Redención necesita ser reentendida -o abandonada, como dice Spong- es
todo nuestro cristianismo el que necesita reformulación, y nos resulta por tanto urgente rehacer
nuestra formación cristiana... Buena conclusión. Pero no la dejemos ahí: pongámonos en
movimiento...
Aunque no estamos acostumbrados a hacerlo, también puede ser una buena actividad
de grupo escuchar la Pasión según san Mateo, de Johan Sebastian BACH, presentada y comentada
previamente por un buen conocedor de la misma, incluyendo ahí sus aspectos teológicos
peculiares, de Bach como músico y del texto o libreto.
Para la oración de los fieles
Para que la Iglesia, siguiendo el ejemplo de Jesús, lleve su obediencia al Padre y su
servicio a las personas hasta las últimas consecuencias. Roguemos al Señor...
Para que los gobernantes sirvan a los intereses de los pueblos y no a sus propias
aspiraciones. Roguemos...
Para que los pobres y los oprimidos sean los primeros en obtener el respeto a sus
derechos y la justicia para sus vidas. Roguemos...
Para que mostremos nuestra devoción a Cristo crucificado siendo solidarios con los
crucificados de nuestro tiempo. Roguemos...
Para que sepamos descubrir y transmitir la fuerza del amor de Dios en medio de las
dificultades, los sufrimientos, y la muerte. Roguemos...
Para que todos los difuntos compartan la resurrección de Cristo, igual que han
compartido ya con él la muerte. Roguemos...
Oración comunitaria
Dios, Padre nuestro, tú enviaste a tu Hijo entre nosotros, para que descubramos
todo el amor que nos tienes. Y cuando nosotros respondemos a ese amor con nuestro rechazo,
matando a tu hijo, Tú no te echaste atrás sino que seguiste adelante con tu plan de ser nuestro
mejor amigo. Ablanda nuestros corazones para que sepamos responder a tu amor con el nuestro.
Por Jesucristo.
Lunes 14 de abril de 2014
Lunes Santo
Liduvina (1433)
Is 42,1-7: Este es Mi Siervo, a quien Yo sostengo, Mi escogido
Salmo responsorial 26: El señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado
Jn 12,1-11: María tomó una libra de perfume y con él ungió los pies de Jesús
La misión del Siervo, lleno del Espíritu, es implantar, de manera discreta, anónima e imperceptible,
la justicia: “No gritará, no clamará, no voceará por las calles. La caña cascada no la quebrará, el
pabilo vacilante no lo apagará”. Él, “abrirá los ojos a los ciegos, sacará a los cautivos de su prisión,
y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas”. De esta forma, su misión será “luz para las
naciones”.
En vísperas de la Pascua, se suceden una serie de gestos y situaciones que no sólo preparan a Jesús
para la hora final de su vida, sino que también le consolarán cuando esta llegue. Como presintiendo
su partida, fue a casa de sus amigos, en Betania (la casa del pobre), y estando ahí, experimentará
todo el cariño y afecto del que podía ser sujeto por parte de ellos. La amistad auténtica no es egoísta
y no tiene precio, sale a luz en los momentos más difíciles de la vida y es como una fragancia que
llena toda la existencia, reconfortando para los tiempos duros. El egoísmo, disfrazado de falso celo
por los pobres, no lo puede entender. A ver si algún día los pobres que tenemos junto a nosotros nos
ayudan a comprenderlo mejor.
Martes 15 de abril de 2014
Martes Santo
Telmo (1240)
Is 49,1-6: Tú eres Mi siervo, Israel, En quien mostraré Mi Gloria
Salmo responsorial 70: Mi boca contará tu auxilio
Jn 13,21-33.36-38: Jesús declaró: les aseguro que uno de ustedes me entregará
El profeta, elegido desde el vientre materno, realiza su misión, entre la desazón (yo pensaba: “En
vano me he cansado, en viento y en nada he gastado mis fuerzas”), y el consuelo de su Señor (“en
realidad mi derecho lo llevaba el Señor, mi salario lo tenía mi Dios”). Su fidelidad, forjada con
dolor, es motivo de orgullo para su Dios.
Para el evangelista Juan, la Pascua es para Jesús, la hora de su glorificación y la de su Padre:
“Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”. Jesús desea consumar la
voluntad del Padre y pareciera apresurar ahora los acontecimientos: “Lo que tienes que hacer, hazlo
pronto”, disipando cualquier duda sobre la firmeza de su decisión. Ni su conmoción inicial ni el
banquete que comparte, son suficientes para disuadir al que le traiciona, pero tampoco lo será para
el resto de la comunidad. La determinación de Jesús contrasta con la de sus discípulos, incluso con
la de los que dicen estar dispuestos a seguirle hasta las últimas consecuencias. Sólo después de
vencer sus propios miedos y temores, estarán preparados para seguir a Jesús en los mismos términos
que él se los plantea.
Miércoles 16 de abril de 2014
Miércoles Santo
Benito José Labre, religioso (1783)
Is 50,4-9: Ofrecí mi espalda a los que me herían
Salmo responsorial 68: Señor, que tu bondad me escuche en el día de tu favor
Mt 26,14-25: ¿Qué me dan si lo entrego a ustedes?
En medio de su propio abatimiento, el profeta mantiene su integridad y por ello, es capaz de dar
palabras de aliento a los abatidos como él. En su fidelidad, no se ahorra nada: “Yo no resistí ni me
eche atrás”. Le sostiene la confianza en la cercanía y ayuda de su Señor: “El Señor me
ayuda…tengo cerca a mi defensor”.
El deseo de Jesús de celebrar la Pascua con sus discípulos, contrasta con los planes de quien le va a
traicionar. Si para Jesús, aquel momento sagrado de comensalidad fue la ocasión para dejarles a
ellos, un memorial de su amor y fidelidad, para quien le traiciona, fue la ocasión para finiquitar sus
intenciones. La pregunta de los discípulos sobre ¿quién será el que le va a traicionar? deja entrever
que Judas no era el único que no estaba claro respecto de Jesús. El egoísmo y la ambición terminan
por romper la comunidad y la comunión con Jesús. Es inútil la comunión de mesa si no hay
comunión de vida. Tampoco es suficiente llamarle Maestro (“¿Soy yo acaso, Maestro?”), sino nos
dejamos conducir por él, si no somos dóciles a su voz.
Jueves 17 de abril de 2014
Jueves Santo
Beata María de la Encarnación, madre de familia (1618)
Ex 12,1-8.11-14: Prescripciones sobre la cena pascual
Salmo responsorial 115: El cáliz de la bendición es comunión con la sangre de Cristo
1Cor 11,23-26: Cada vez que coméis y bebéis, proclamáis la muerte del Señor
Jn 13,1-15: Los amó hasta el extremo
Jesús pasó la última tarde de su vida en Jerusalén en el círculo de sus discípulos, probablemente
también en compañía de las mujeres que habían ascendido a la ciudad santa con él. Fue esa tarde, la
tarde de una fiesta pascual? Parece superflua la pregunta. Sin embargo hay razones para
establecerla. Y de la relación que se establezca entre el ambiente pascual y la cena de Jesús depende
en gran parte la interpretación que se deba hacer del acontecimiento histórico de la muerte y
resurrección del Señor.
Si de todos modos aceptamos que Jesús y sus discípulos se reunieron para celebrar una cena
pascual, entonces conviene que recordemos los pormenores de esta celebración. En Num 9,13 se
deja entrever la seriedad que reviste para un judío celebrar la fiesta: no celebrarla es como no
pertenecer ya al pueblo. Según Ex 12,3, la fiesta debía ser una fiesta familiar. La inmolación y el
ofrecimiento del cordero, que debía ser realizada por algunos de los miembros de la familia en
representación de la comunidad, debía tener lugar en el atrio de los sacerdotes "entre las tardes", es
decir, en el tiempo que precedía al comienzo de la puesta del sol. (cfr Ex 12,6). La Haggada pascual
orientaba la celebración, en el sentido de la memoria de la liberación de la esclavitud de Egipto (Ex
12,26s). Comer las carnes del cordero, beber el vino, compartir el pan sin levadura, que debía
recordar con las hierbas amargas la miseria vivida en el Egipto, constituían el ritual que estaba
acompañado de bendiciones y de la recitación de los salmos del Hallel.
En la cena festiva, el ambiente estaba impregnado por el recuerdo alegre y confiado de la liberación,
que tuvo siempre una eficacia esperanzadora en épocas difíciles. En estas circunstancias Jesús tenía
conciencia de su muerte y habló de ella. Los textos de Mc 14,25 y Lc 22,18 constituyen una
profecía de la muerte. Jesús expresa, ante la probabilidad de su muerte, la confianza y la
confirmación de su mensaje del Reino. No es necesario señalar que en esta sentencia de Jesús
hubiera otras intenciones que tener en cuenta. Es suficiente y fundamental pensar, al leer estos
textos, la intención escatológica de Jesús, que él relaciona estrechamente con la convicción de la
posibilidad de su muerte.
En estas circunstancias, Jesús ha realizado una verdadera interpretación teológica de su propia
muerte, en un sentido salvífico, indisolublemente ligada con su proyecto del Reino de Dios. Y, de
nuevo, en este contexto tiene una importancia muy grande la relación que Jesús establece entre su
muerte, así interpretada, y los elementos de la cena: el pan y la copa de vino. Comer el pan y beber
la copa constituyen algo completamente comprensible en el contexto de una cena judía, pero ahora
esta acción tiene que ver con la interpretación de la muerte de Jesús, que él mismo ofrece. Jesús
debió haber dicho otras cosas y debió haber compartido otros sentimientos con sus discípulos. Pero
la tradición ha conservado sus sentimientos ligados principalmente con la acción del pan y de la
copa. En cuanto a la última, no sabemos con seguridad si en la cena pascual, en tiempos de Jesús, se
utilizaba o no una sola copa, en un momento determinado, pues todos tenían sus propias copas. La
tradición cristiana recuerda, en todo caso, la utilización de una sola copa como característica de la
cena del Señor (cfr 1 Cor 10,16).
Las palabras de Jesús que nos han sido conservadas para comprender el sentido del pan y de la copa
compartidos, implican pues una interpretación salvífica de su muerte, tanto en el sentido de la
expiación y de la representación ("morir por", "para el perdón de los pecados"), como en el sentido
de una nueva alianza.
Jesús, que interpretó así su muerte y la relacionó intrínsecamente con los dones de la cena, le dejó a
la comunidad de sus discípulos la posibilidad de vivir siempre la realidad de una nueva alianza con
el Dios salvador, en el sentido del Reino definitivo que había anunciado. La relación entre alianza y
Reino ya tenía una tradición importante, pero en la acción de Jesús adquirió una importancia
trascendental y original para sus seguidores.
Haced esto en memorial mío: Este mandamiento del Señor es verdaderamente sagrado para los
seguidores de Jesús. La experiencia comunitaria vivida originalmente por los discípulos se
convierte en algo posible en todos los tiempos para los cristianos. Se trata de entrar en el destino
histórico de Jesús, que es la historia misma de Dios, su Reino, que acontece definitivamente en la
manifestación suprema del amor.
Participar así en el destino del Maestro significa hacer, de manera insuperable, la fraternidad
humana. La cena del Señor es la asunción, por parte de los cristianos, de lo que nos une más
profundamente: la vida misma del Maestro, la historia del Hijo del Padre en la que participamos
todos como hijos también y como hermanos los unos de los otros.
Y la cena Pascual cristiana fue originalmente una pascua judía. Para los cristianos es el modelo de
la celebración eucarística, el modelo de la celebración del misterio de la Pascua. Cada uno de
nosotros somos los protagonistas de la Cena del Señor. Y cuando celebramos hoy una comida
juntos, tenemos que hacerlo con la mentalidad de Jesús, una comida que anticipa el reino de Dios,
una comunidad dispuesta al servicio que la fortalece y enriquece, pero sobre todo una comunidad de
todos los hombres unidos por el lazo más fuerte: el amor.
Primera lectura:
Éxodo 12,1-8.11-14: De la esclavitud a la libertad
La Pascua siempre ha sido una fiesta de liberación cuyos orígenes se remontan a costumbres
anteriores a la Pascua del pueblo judío. En efecto, los pastores nómadas antes de emprender su
viaje, en busca de mejores pastos para sus rebaños en la noche de luna llena, más cercana al
equinoccio de primavera, sacrificaban un cordero o un cabrito nacido el año anterior, macho, sin
defecto; para que no perdiera su energía vital, al comerlo no podían romperle ningún hueso.
Además como estaban en una región desértica, sin agua, el animal no era cocido en agua, sino asado
al fuego. Con su sangre rociaban las entradas de sus tiendas de campaña para evitar la entrada de los
espíritus malignos portadores de enfermedades y desgracias. Como debían partir antes de la salida
del sol, comían de prisa, calzadas las sandalias, el bastón en la mano y listos para partir. El
sacrificio y la comida tenían como fin asegurarse la protección de sus dioses en el camino que iban
a emprender, donde podían encontrar salteadores y otros peligros.
Estos mismos ritos fueron adoptados por los israelitas cuando celebraron la Pascua; pero para ellos
cambiaron de significado. Con la sangre del cordero marcan sus puertas para evitar la entrada del
ángel exterminador; el cordero no sólo era inmolado, sino también comido; de esta manera los
comensales se comprometían aún más con el misterio de la fiesta. La Pascua entre los judíos, unida
indisolublemente a la liberación de Egipto, se reactualizaba en la liturgia, es decir se hacía presente
como si ellos fueran los protagonistas y de esta manera el pasado se mantuvo vivo y los proyectaba
hacia el futuro.
La mención de la sangre nos introduce en pleno sacramentalismo del Antiguo Testamento y por ella
se opera la continuidad entre la Pascua judía y la Pascua cristiana. Pascua es la gran fiesta de la
liberación de la servidumbre y de la muerte, donde la sangre del cordero juega una función
redentora; más aún, como Egipto en el Antiguo Testamento es la tierra del pecado, la salida de
Egipto es una liberación de la esclavitud material y de la del pecado. La Biblia concibe la salvación
a medida que se desarrolla la revelación como una salvación del pecado. San Pedro desarrollando
esta idea nos dice: habéis sido rescatados de vuestro vano vivir según la tradición de nuestros
padres, no con plata y oro, sino con la sangre preciosa de Cristo, como cordero sin defecto ni
mancha ( 1Pe 1,18b-19).
Salmo 115 (116): Señor, yo soy tu siervo, hijo de esclava, pero rompiste mis cadenas.
Este salmo es un cántico de acción de gracias y de confianza en el Señor que le ha librado de las
cadenas de la esclavitud. Este salmo lo podemos leer a tres niveles: el canto del pueblo de Israel que
en la libertad sabe que el Señor lo ha librado de la esclavitud en que vivía en Egipto. También es el
canto de Cristo resucitado, que sabe que su Padre lo ha liberado de las cadenas de la muerte. Pero
también es el canto de toda la Iglesia cristiana, liberada de las cadenas del pecado por la Pascua de
su Salvador.
La respuesta del orante a la liberación con el voto de alabanza y sacrificio de acción de gracias,
parece privilegiar la alegría y el agradecimiento del pueblo cristiano liberado definitivamente del
pecado, de la muerte y de la ley, que celebra esta reconciliación en la eucaristía en presencia de su
Señor muerto y resucitado por él.
Segunda lectura:
1Cor 11,23-26: Cada vez que comen de ese pan y beben de esa copa, proclaman la muerte del
Señor.
Encontramos aquí el testimonio más antiguo de la celebración eucarística. Pablo transmite la
tradición que él recibió de los discípulos de Jesús, al mismo tiempo que muestra que la eucaristía no
es una celebración que recuerda un hecho pasado, sino que está abierta al futuro, a todos los
tiempos, porque en ella anunciamos la muerte del Señor, la obra salvífica de Dios que ofrece a
todos, en todas las épocas.
La Pascua judía tiene para los cristianos un nuevo sentido; como el texto del éxodo narraba la
celebración litúrgica judía, Pablo muestra la celebración litúrgica cristiana como una nueva pascua,
con el anuncio de la liberación bajo el signo de la sangre que ahora se ha transformado en pan y
vino. Es el mismo rito de la alianza y de la reconciliación, con paralelos que permiten comprender
la celebración cristiana desde el sentido de la Pascua judía:
la noche de la salida de Egipto/la noche de la Pasión
el cordero del éxodo/el cordero pascual
memorial de las pruebas del desierto/memorial del sacrificio de Jesús
Pablo dirige su atención sobre todo a la asamblea y muestra como una celebración indigna de la
Eucaristía desemboca en el menosprecio del Cuerpo místico de Cristo constituido por la asamblea y
cómo ésta es el símbolo de la reunión de todos los hombres y mujeres en el reino y en el Cuerpo de
Cristo. Una comunidad dividida por el odio y el desprecio a los demás no puede dar testimonio de
esa unión, es más bien un escándalo.
Evangelio:
Juan 13,1-15: ¿Comprenden lo que hecho por ustedes?
Jesús antes de partir de esta vida, quiere que sus discípulos comprendan, con un gesto simbólico, lo
que significa su misión: el lavatorio de los pies es la expresión del compromiso por el servicio a la
comunidad que se le ha encargado. Es muy significativo que en el lugar en que los evangelios
sinópticos colocan la última cena, Juan, sin decir una palabra sobre esta cena, describe el signo más
diciente del amor y del servicio, porque cuando había llegado la hora, en el momento en que su
misión termina, Jesús quiere demostrar su compromiso definitivo con la humanidad por medio del
servicio.
El lavado de los pies era un gesto que en la antigüedad mostraba acogida y hospitalidad; de
ordinario lo hacía un esclavo o una mujer, la esposa a su marido, los hijos o las hijas al padre un
gesto de deferencia o de consideración excepcional para con los huéspedes. Jesús rompe con la
tradición: no pide ayuda. Él, que preside la cena y dentro de ella, realiza el lavatorio de los pies,
demostrando que no hay alguno mayor que pudiera ser el primero; la comunidad de sus discípulos
se conforma en la igualdad y en la libertad como fruto del amor; y el Señor se convierte en el
servidor, porque la verdadera grandeza no está en el honor humano sino en el amor que transforma
a los hombres y mujeres en la presencia de Dios en el mundo. Dicho gesto se comprende bien
dentro de la teología de la encarnación del mismo Juan y también en el sentido de la misma en
Pablo (cfr. Flp 2,5-8). Pero el gesto no apunta simplemente a presentarnos una teología propia de
Juan, puesto que no es difícil encontrar en la otra tradición evangélica, la de los sinópticos, la
misma inspiración naturalmente no dramatizada: por ejemplo en Lc 22,27, en el contexto de la cena,
nos son transmitidas palabras muy significativas de Jesús en el mismo sentido: Yo estoy en medio
de vosotros como el que sirve.
Por otra parte, el mismo relato indica que el lavatorio de los pies es un medio por el cual los
discípulos "tienen parte con" su Maestro (Tendrás parte conmigo: 13,8), lo que nos hace
comprender que dicho gesto pertenece al cuerpo general de los preceptos destinados a los discípulos
como comunidad cristiana, aunque no sea difícil referirlo a la actitud de quienes son asociados a la
misión del Maestro en cuanto tal.
Estaba cenando con sus discípulos, nos dice el evangelista Juan que se levantó de la mesa, dejó el
manto y, tomando un paño, se lo ató a la cintura. Minuciosamente nos describe la escena porque
cada uno de estos detalles revelan el verdadero sentido de la acción que Jesús va a ejecutar: el
verdadero amor se traduce en acciones concretas de servicio. Cuando se dice que Jesús dejó el
manto se expresa cómo deja de lado su vida, la vida que él da por sus amigos. Luego toma un paño,
como el que usaban los sirvientes que es, por lo tanto, símbolo del servicio.
Jesús niega la validez de los valores que el mundo ha creado; al ponerse de rodillas ante sus
discípulos, Jesús, Dios entre los hombres, destruye la imagen de Dios creada por la religión: Dios
recupera su verdadero rostro con el servicio. Dios no actúa como un soberano celeste, sino como un
servidor del hombre porque el Padre que no ejerce dominio sino que comunica vida y amor, no
legitima ningún poder ni dominio. Lo que Dios hace por el hombre es levantarlo a su propio nivel;
Jesús es el Señor, pero al lavar los pies a los suyos haciéndose su servidor, les da también a ellos la
categoría de señores. Su servicio por tanto elimina todo rango porque en la comunidad que él funda
cada uno ha de ser libre; son todos señores por ser todos servidores, y el amor produce libertad.
Sus discípulos tendrán la misma misión: crear una comunidad de hombres y mujeres iguales y libres
porque el poder que se pone por encima del hombre, se pone por encima de Dios. Jesús destruye
toda pretensión de poder, ya que la grandeza y el poderío humanos no son valores a los que él
renuncia por humildad, sino una injusticia que no puede aceptar.
Pedro rechaza que el Señor le lave los pies lo que indica que éste no ha entendido la acción de
Jesús. Él piensa en un Mesías glorioso, lleno de poder y de riqueza y no admite la igualdad. Aún no
sabe lo que significa amor, pues no deja que Jesús le manifieste la grandeza de su amor y su
medida: igual que yo he hecho con vosotros, hagáis también vosotros. La medida de nuestro amor a
los demás es la medida en que Jesús nos ha amado y esto que parece imposible, se puede hacer
realidad si nos identificamos con él. Deberíamos poder decir como Pablo: No soy yo quien vive,
sino Cristo quien vive en mí (Gal 2,20).
En cuanto a su significación, cada vez tenemos que repetir con el mismo entusiasmo que este relato
del evangelio de San Juan nos transmite un mensaje verdaderamente central de la existencia en
Jesucristo: la vida del Maestro ha sido un testimonio constante de la inversión de valores que hay
que establecer para poder hacer parte del Reino de Dios. No es el poder, ni la dignidad accidental,
ni ningún otro motivo de dominación lo que constituye el secreto de la verdadera sabiduría de Dios.
El gran valor que ennoblece al hombre es el de tener la disposición permanente para servir. Jesús lo
ha proclamado, según el evangelio de Juan, por medio de una parábola que tiene fuerza
incomparable: el Maestro se ha convertido en un esclavo. El verdadero sentido profundo de la
existencia del Maestro es el de ser servidor. Una lógica así se convierte en el secreto para edificar
un mundo, cuya razón de ser no nos puede ser revelada sino por Dios mismo.
No celebramos la ceremonia del lavatorio de los pies simplemente para recordar un episodio
interesante y conmovedor de la vida de Jesús, sino para reconocer en una expresión sacramental la
única manera posible de ser discípulos del Maestro.
También Jesús nos enseñó que hay más gozo en dar que en recibir; hermosamente lo expresó
Rabindranath Tagore: "Dormí y soñaba que la vida era alegría. Me desperté y vi que la vida era
servicio. Serví y vi que el servicio era alegría".
También hoy es la fiesta de los ministros en la Iglesia. Es el día de recordar el espíritu del Señor en
el servicio. El no vino para ser servido sino para servir. Una Iglesia pobre, que sirve, estará siempre
cerca de los que aspiran a una liberación material y espiritual, de los que han emprendido el camino
del éxodo.
Viernes 18 de abril de 2014
Viernes Santo
Francisco Solano, misionero (1610)
Is 52,13−53,12: Él fue traspasado por nuestras rebeliones
Salmo responsorial 30: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu
Heb 4,14-16; 5,7-9: Se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación
Jn 18,1−19,42: Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según San Juan
Is 52,13-53,12: Cuarto canto del Siervo de Yavé.
El cuarto poema del siervo muestra un personaje paciente y glorificado. Se trata de la narración que
se hace de la pasión, muerte y triunfo del personaje, enmarcada por una introducción y epílogo que
el autor pone en boca de Dios.
El contenido es clarísimo. Un inocente que sufre, dejando de lado la doctrina de la retribución que
considera el sufrimiento como consecuencia del pecado; mientras que los culpables son respetados.
Más sorprendente es aún, que el humillado triunfe y que un muerto siga viviendo. El mismo texto
proclama que se trata de algo inaudito.
La biografía del siervo se presenta de una manera escueta: nacimiento y crecimiento (15,2),
sufrimiento y pasión (3,7) condena y muerte (8), sepultura (9) y glorificación (10-11a). Los que
narran los acontecimientos participan en ellos; son transformados y dan cuenta de esta
transformación.
Dios confirma el mensaje con su oráculo. Anula el juicio humano declarando inocente a su siervo.
Este sufrimiento del inocente servirá para la conversión de los demás. Su vida, pasión y muerte han
sido como una intercesión por los demás y el Señor lo ha escuchado. El triunfo del Siervo es la
realización del plan del Señor (v. 10).
Si después de leer el texto nos preguntamos ¿quién es este personaje que sufre hasta la muerte y
sigue vivo? ¿a quién nos recuerda? Sin duda que la figura se parece a Moisés, o a Josías, quizás a
Jeconías el desterrado, o al profeta Jeremías. Algunos piensan que es el mismo siervo de los cantos
precedentes, otros que el profeta Isaías II, otros lo identifican con el pueblo judío o el pequeño
resto. Una cosa si es evidente. Jesús, el Mesías quiso modelar su vida de acuerdo con el siervo de Is
53.
Cristo tenía muy clara la idea que Él debía sufrir y morir y estos eran elementos de su misión
redentora. Su identificación con el siervo de Yahveh en Mc 14,24 y sus paralelos, sacrificado por
todos, es evidente. El Hijo del Hombre viene a cumplir su misión de Siervo de Yahveh. Desde qué
momento se reconoció Cristo como Siervo de Yahveh? Desde el Bautismo (Mc 1,11 par. Is 42,1).
En San Juan también aparece mucho la idea de la identificación de Cristo con el Siervo. Entonces
no es una identificación posterior que hizo la comunidad cristiana, sino que es anterior. Es posible
que el autor no hubiera comprendido la significación completa y total, tal vez no pensó en Cristo,
pero sí en un personaje posterior que haría la intercesión total.
El Siervo de Yahveh es una personalidad corporativa. Es Cristo que actúa personalmente y su
actuación repercute en toda la comunidad.
Salmo 30 (31): A ti Señor me acojo, no quede yo nunca defraudado.
Se trata de un salmo de súplica y una acción de gracias. En medio de la angustia, el salmista mezcla
los gritos de socorro con las expresiones de confianza porque está seguro de que el Señor es su roca
y su fortaleza. Esta confianza del salmista en el momento de la prueba nos invita a evocar en
nosotros ese mismo sentimiento, seguros de que Dios escuchará nuestras súplicas.
Hebreos 4,14-16; 5,7-9: Dios lo proclamó sacerdote en la línea de Melquisedec.
El autor de la carta a los Hebreos presenta a Jesús como Sumo Sacerdote, no solamente como el
responsable del sacrificio como lo era en el antiguo testamento, sino como el hombre lleno de
misericordia, que asumió todos los sufrimientos del ser humano hasta la muerte, de tal manera que
se convirtió en el modelo para todos los hombres. Su vida estuvo siempre condicionada a la
voluntad del Padre, aún en el sufrimiento.
A este sumo sacerdote podemos acercarnos con libertad, sin miedo, porque en su trono abunda la
gracia y por su misericordia conseguiremos el apoyo necesario.
Cristo fue llamado por Dios de la misma manera que Aarón y según el orden de Melquisedec, pero
ya no para ofrecer el sacrificio y las oblaciones, porque él mismo es la víctima. Es un nuevo tipo de
sacerdote que proporciona la salvación a cuantos se aproximan a él y su gran tarea es conducirlos al
Padre.
Lectura de la Pasión: Jn 18,1-19,42
La narración de la pasión según San Juan nos presenta la imagen de Jesús que el evangelista ha
querido forjar a través de todo su evangelio: un Jesús que es la revelación del Padre, al mismo
tiempo que en él se revela la plenitud del amor. Aún pendiente de la cruz su vida y su muerte es una
victoria, porque "todo se ha cumplido" como era la voluntad del Padre.
Las oraciones comunitarias
Las oraciones que la liturgia nos propone expresan los sentimientos que mueven a la comunidad
cristiana. La universalidad de esta oración incluye aún a las personas que no pertenecen a la Iglesia
y que no creen en Dios. La muerte de Jesús es una propuesta para que todos unidos participemos
realmente de la nueva historia que surge de la cruz victoriosa.
Reflexión para hoy
La muerte ha sido el gran misterio que ha preocupado al ser humano a través de toda su historia.
Porque aunque éste ha pretendido negar todas las verdades, sin embargo hay una que siempre le
persigue y nunca ha podido rechazar: la realidad de la muerte. Ni siquiera los ateos más
recalcitrantes se han atrevido a negar que ellos también han de morir.
Para el pagano la muerte era toda una tragedia; no tenían ideas claras sobre el más allá, por eso no
obstante que admitían una existencia más allá de la tumba, dicha existencia estaba rodeada de
oscuridad y enigmas. Además no todos admitían una vida después de la muerte porque ésta era un
desaparecer total, el fin de todas las esperanzas, la frustración de todos los anhelos. Los mismos
judíos aceptaban la resurrección pero la dilataban hasta el fin de la historia.
Para los discípulos la situación era muy desalentadora; ellos esperaban un Mesías terreno que iba a
revivir las glorias del reinado de David y Salomón y he aquí que sus ilusiones se desvanecieron
como la espuma. Esa sensación de desaliento está claramente expresada en uno de los discípulos de
Emaús:
Nosotros esperábamos que sería él quien rescataría a Israel; más con todo, van ya tres días desde
que sucedió esto. (Lc 24,21)
La muerte de Jesús había sido un acontecimiento trágico; sus enemigos habían logrado lo que
querían: quitarlo de en medio; los fariseos, porque había desenmascarado su hipocresía, los
sacerdotes porque había denunciado la vaciedad de un culto formalista; los saduceos porque había
refutado la negación de la resurrección; los ricos porque les había echado en cara la injusticia de sus
actuaciones; los romanos porque pensaron que era un sedicioso.
Jesús murió abandonado por todos; sus discípulos huyeron, los judíos lo despreciaban; el Padre se
hizo sordo a su clamor; esa tarde en la cruz colgaba el cuerpo de un ajusticiado, condenado por la
justicia humana y rechazado por su pueblo. Parecía que el odio hubiera vencido sobre el amor; el
poder sobre la debilidad de un hombre; la tinieblas sobre la luz; la muerte sobre la vida. Aquella
tarde cuando las tinieblas cayeron sobre el monte Calvario parecía que todo había terminado y los
enemigos de Jesús podían por fin descansar tranquilos.
Pero he aquí que en lo más profundo de los acontecimientos, la realidad era distinta. Jesús no era un
vencido, sino un triunfador; no lo aprisionaba la muerte, sino que se había liberado de su abrazo
mortal; lo que parecía ignominia se transformó en gloria; lo que muchos pensaban que era el fin, no
era sino el comienzo de una nueva etapa de la historia de la salvación. La cruz dejó de ser un
instrumento de tortura, para convertirse en el trono de gloria del nuevo rey y la corona de espinas
que ciñó su cabeza es ahora una diadema de honor.
Al morir Jesús dio un nuevo sentido a la muerte, a la vida, al dolor. La pregunta desesperada del
hombre sobre la muerte encontró una respuesta. Pero esto no significa que podamos cruzarnos de
brazos y contentarnos con enseñar que la muerte de Jesús significó un cambio en la vida de la
humanidad. Ese cambio debe manifestarse en nuestra existencia porque él no aceptó su muerte con
la resignación de quien se somete a un destino ineludible, sino como quien acepta una misión de
Dios. Por eso su muerte condena la injusticia de los crímenes y asesinatos, pero nos pide hacer algo
contra la injusticia porque no solo condena la explotación de los oprimidos, sino que nos pide
mejorar su situación; la muerte de Jesús no solo es un rechazo del abandono de las muchedumbres,
sino que nos exige que nos acerquemos al desvalido.
Su muerte no es solamente un recuerdo que revivimos cada año, sino un llamado a mejorar el
mundo, a destruir las estructuras de pecado; a restablecer las condiciones de paz; a construir una
sociedad basada en la concordia, la colaboración y la justicia.
Jesús sigue muriendo en nuestros barrios marginados, en los soldados y guerrilleros que yacen en
las selvas, en los secuestrados y prisioneros, en los enfermos y en los ignorantes. A nosotros nos
toca hacer que se grito de desesperación que Jesús pronunció cuando dijo “Padre, por qué me has
abandonado” se convierta en el grito de esperanza: “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”.
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